Capítulo 10

HARRY sabía que estaba jugando con fuego. A pesar de sus esfuerzos y su mal carácter, no había conseguido desanimar a Jacqui, sino que ésta había llegado finalmente a tocarlo. No sólo físicamente, sino también en un lugar oscuro y cerrado donde nadie había estado en los últimos cinco años. Ni siquiera él.

Cada vez que la veía y le hablaba, ella se acercaba un poco más, eludiendo sus defensas. Tal vez no tuviera un paraguas como Mary Poppins, pero había algo mágico en ella.

¿Por qué Jacqui no le tenía miedo?

Todo el mundo parecía haber captado el mensaje de «no molestar», pero ella lo ignoraba por completo. Y ahora lo había besado y él la rodeaba con un brazo… y lo único que tenía en la cabeza era la idea de devolverle el beso. De besarla de verdad.

Tendría que haberla dejado caer en la bañera. O haberse sumergido él mismo. El agua no estaba fría, pero habría servido para apagar el fuego que ardía en sus venas siempre que tocaba a Jacqui. Ella estaba inutilizando los esfuerzos que él hacía por bloquear las emociones. Era un peligro para su estabilidad mental y emocional, y sabía que debía acabar con eso sin pérdida de tiempo. Pero que Dios lo ayudara, porque era irresistiblemente encantadora, y la bondad y el calor que emanaban de ella lo atraían como un fuego en una fría noche de invierno.

Mientras seguía sosteniéndola, desgarrado entre la voz de la razón y la fuerza del corazón, ella cerró los ojos y sus labios entreabiertos soltaron un suave suspiro. Y entonces él supo que nada podía salvarlo. Jacqui sintió el roce de los labios de Harry contra los suyos. Un contacto casi imperceptible, pero que bastó para concienciarla del peligro. Sin embargo, era demasiado tarde. Por breve que fuera el contacto, tuvo el poder de agitarle todo el cuerpo, despertándolo de un estado lánguido y apagado como los primeros rayos de la primavera…

Y al mirar a sus ojos en llamas, comprendió que, mientras que Harry Talbot había protegido su corazón contra el mundo exterior, ella había entregado el suyo.

– ¡Perdonad! -gritó Maisie-. Si vais a hacer cosas vulgares como besaros…

– ¡No! -exclamó Jacqui. Se apartó bruscamente, en volvió a Maisie con una toalla y la sacó del agua para empezar a secarla-. He perdido el equilibrio, nada más, y el tío Harry me ha sujetado.

Maisie la miró con escepticismo y se volvió hacia Harry, totalmente inexpresiva.

– El no es mi tío. Es mi papá.

Harry se quedó helado. ¿Qué demonios le había contado Susan a la niña? ¿Qué historias le había metido en la cabeza? La culpa lo traspasó, más afilada que cualquier dolor que hubiera sufrido, directa al corazón. Le había entregado aquella niña a una mujer que la trataba como a un objeto, y se había apartado sin luchar, renunciando a su amor y su respeto. ¿Qué podía decir ahora que no empeorara aún más las cosas? Algo. Tenía que decir algo y rápido, porque los ojos grises de Jacqui le exigían la verdad.

– Jacqui… -empezó, pero la voz se le quebró.

La expresión de Jacqui cambió de la duda a la certeza.

– Discúlpame, Harry. Es tarde y tengo que acostar a Maisie si mañana vamos a ir de compras -levantó a la niña en brazos y salió del cuarto de baño.

Unos minutos antes, Harry había estado quejándose porque aquella mujer hubiera derrumbado el muro defensivo que él había levantado. Ahora ella se había retirado, dejándolo a merced de los sentimientos. Había intentando decir algo, pero era demasiado tarde. Se había ido. Y también Maisie.

Por un momento estuvo tentado de seguirlas y ofrecer una explicación. Pero ¿era eso justo? Había hecho lo que había hecho, y ya no podía cambiarse. Tal vez fuera mejor así. Debería darse una ducha, mantener las distancias por el bien de todos, volver a la fingida normalidad de su vida. Pero un murmullo de voces procedente de la torre lo atrajo, igual que antes lo habían atraído las risas. Eran las palabras tranquilizadoras de Jacqui mientras acostaba a Maisie y las disculpas desesperadas de la niña.

– Lo siento, lo siento… No quería decirlo. El no me obligará a irme, ¿verdad? Aún puedo ir al colegio…

Harry llamó a la puerta y la abrió. El corazón se le encogió al ver a Maisie acurrucada en su cama y se le hizo un nudo en la garganta. Las dos lo miraban, esperando a que hablara.

– Ven a verme mañana antes de ir a comprar, Jacqui -consiguió decir-. Necesitarás dinero.

Sintió la mirada de Jacqui fija en él, y supo que intentaba averiguar lo que estaba pensando. Esperó que cuando lo descubriera se lo dijera, porque él había abandonado el guión que se había escrito para sí mismo y estaba vagando en la oscuridad, buscando alguna luz que le mostrara el camino.

– Me gustaría que tú también vinieras -dijo ella-. En los sitios que no conozco me desoriento con facilidad.

Allí estaba. La luz en la oscuridad.

– Por supuesto -respondió-. ¿Sabes lo que necesita?

– Haré una lista -dijo ella. El asintió y se giró para marcharse- Harry… -lo llamó. Él se detuvo y espero-. Te he dejado algo de cena en el frigorífico.

El destello se hizo más brillante y más cálido. A Harry le pareció que había pasado una eternidad hasta que Jacqui fue a verlo a la biblioteca con una bandeja.

– He hecho café.

– No tenías que molestarte -dijo él, tomando la bandeja y dejándola sobre la mesita.

Aunque tal vez Jacqui hubiera hecho bien en molestarse. La bandeja, el café… no eran más que una manera de mantenerse ocupada y así evitar mirarlo. Y era sólo en esos momentos, cuando ella no lo miraba, cuando comprendía lo directa y penetrante que era su mirada. Era curioso cómo podía ver en su interior, sin importar la máscara que llevara. Después de verse a sí mismo con claridad por primera vez en mucho tiempo, no la culpaba por no querer mirarlo a los ojos en esos momentos. Jacqui sirvió el café en dos tazas y le tendió una a él sin leche ni azúcar. Entonces se sentó en el sillón más alejado de la chimenea y esperó a que él también se sentara.

– Debes de estar preguntándote… -empezó a decir él.

– Sí, pero antes de que digas nada, Harry, tienes que saber que Maisie y yo hemos tenido una charla por lo de los teléfonos y las mentiras. Ella ha confesado que escondió mi móvil y que sacó de su bolsa la ropa para el campo que su madre había metido y la cambió por sus vestidos más bonitos. Por lo visto, quería que te fijaras en ella.

– Pues dile que lo ha conseguido.

– Te sugiero que se lo digas tú mismo -replicó ella, muy seria.

– Lo haré -prometió él, consciente de que estaba en un serio problema, y no sólo por Maisie.

– Bien. A partir de ahí todo será más fácil. Maisie estaba muy preocupada por lo que pudieras pensar de ella-se metió la mano en el bolsillo y sacó una hoja plegada-. Por eso me dio su certificado de nacimiento.

– ¿Su certificado de nacimiento? -repitió él, perplejo-. ¿Qué demonios hacía con eso? Debería estar guardado bajo llave. Para no hacer daño a nadie…

– Dijo que lo había encontrado tirado por ahí, aunque sospecho que en realidad lo estaba buscando y que tal vez se aprovechó de algún cajón abierto -sonrió y él se olvidó de respirar-. No sé tú, pero yo confío en la habilidad de Maisie para crear una distracción conveniente cuando quiere conseguir algo.

– Es un pequeño demonio -corroboró él, y se sorprendió a sí mismo devolviéndole la sonrisa.

– Y en caso de que te preguntes por qué, diría que estaba intentando averiguar quién era ella.

La sonrisa se borró del rostro de Harry.

– Ella sabe quién es.

– ¿Eso crees? Si estuvieras en su lugar, ¿no tendrías unas cuantas preguntas?

– Debería habérselo preguntado a Sally -dijo él-. Su certificado de nacimiento no le dirá nada.

– ¿No? -preguntó ella, y abrió el documento-. A mí me parece que este pedazo de papel nos dirá bastante. Por ejemplo, no es un certificado de nacimiento normal y corriente. Ni siquiera un certificado de adopción. Es un certificado de nacimiento consular expedido en Digali, un pequeño país subsahariano que sufre desde hace muchos años una terrible guerra civil -levantó la mirada, desafiante-. ¿Estuviste trabajando allí?

– Para una ONG, sí.

– ¿De verdad? -preguntó con repentino interés, y soltó un pequeño suspiro-. Cómo te envidio.

– Deberías haber seguido con tu carrera si querías trabajar sobre el terreno. ¿Tienes idea de cuánta ayuda se necesita?

– Lo sé, pero la vida se interpuso en mi camino -dijo ella con una triste sonrisa, y pareció perderse en sus pensamientos por un momento.

– ¿Me contarás qué pasó? -le preguntó. Tenía que saber lo que la había vuelto tan triste.

Ella lo miró en silencio durante un rato.

– Tal vez. Más tarde, quizá…

¿Dependiendo de lo franco que fuera con ella? No tenía intención de mentirle.

– ¿Es una promesa? -preguntó, inclinándose hacia delante y aguardando su respuesta con la respiración contenida. Y cuando ella asintió, Harry supo que no había sido una decisión fácil y que lo había pensado muy seriamente antes de confiar en él.

– Es un trato, Harry. Tú me cuentas tus secretos y yo te cuento los míos.

– Mis secretos están ahí, en tu regazo, en un documento público.

– Quiero saber algo más aparte de que eres un mentiroso, Harry Talbot -las palabras eran duras, pero su voz no. Ni tampoco su mirada-. Muy bien -dijo ella, cuando él no dijo nada-. Vamos a ver -.desdobló la hoja y empezó a leer.

Padre: Henry Charles Talbot. Profesión: cirujano.

Madre: Rose Ngei.

Nombre del bebé: Margaret Rose.

Lugar de nacimiento…

– ¿Cómo lo hiciste, Harry? -le preguntó-. ¿Por qué lo hiciste?

– Porque no podía dejar que Maisie se convirtiera en otra estadística de guerra.

– Tiene que haber docenas de bebés. Cientos…

– Miles -corrigió él-. Siempre son los inocentes quienes más sufren.

– Pero ¿por qué ella?

Él negó con la cabeza, reacio a revivir el horror. Quería levantarse, salir de la biblioteca, perderse en las colinas… Pero eso era lo que había estado haciendo durante años. Huir hacia delante, refugiarse en el trabajo. El hecho de haber llegado finalmente a un punto muerto demostraba que no era ésa la respuesta. E ir de un sitio para otro no había supuesto la menor diferencia. Pero había mantenido su dolor encerrado durante tanto tiempo que no podía expresarlo con palabras. Se arrodilló frente al fuego, removió las cenizas con un atizador y añadió un par de troncos, observando cómo empezaban a arder. Quería retrasar el momento lo más posible. Ella no lo presionó. Permaneció callada mientras él organizaba sus pensamientos.

– Su madre era una refugiada que huía de los combates -dijo él finalmente-. Nunca supe su nombre… Tuve que inventármelo -la miró para asegurarse de que lo entendía y ella le puso una mano en el hombro para confirmárselo-. Ni siquiera sé de dónde era, sólo que había tenido la desgracia de meterse en un campo de minas. La llevaron al hospital donde yo trabajaba. Lo único que pude hacer fue traer al mundo a Maisie con una cesárea de emergencia.

Jacqui no dijo nada. Se limitó a cubrirse la boca con la mano. Podía imaginar el horror que Harry describía sin necesidad de más detalles.

– Maisie era pequeña y débil, pero cuando saqué su cuerpecito de los restos de su madre y la lavé, soltó un grito de… triunfo. Era como si exclamase: «¡Lo he conseguido! ¡Estoy viva!». Y me agarró el dedo como si nunca fuera a soltarlo. En aquel lugar tan espantoso, fue como un milagro, Jacqui.

– Lo fue. Tú la salvaste.

– ¿Pero para qué? La cruda realidad era que no sobreviviría ni un solo día en un campo de refugiados sin una madre que la cuidara.

– Pero sobrevivió.

– Le hice una promesa. Le prometí que no se convertiría en otra víctima anónima de una guerra sin sentido.

– La salvaste -repitió Jacqui en un susurro-. ¿Cómo lo hiciste?

– Me la quedé yo. Dormía a mi lado y viajaba conmigo. Yo le daba de comer, la cuidaba y en una ocasión realicé una operación con ella sujeta a mi espalda.

Debió de estremecerse al pensar en lo cerca que había estado de perderla, porque de repente Jacqui estuvo arrodillada junto a él, tomándole la mano y sosteniéndosela por un momento, antes de rodearle el cuello con un brazo y apretarlo contra su pecho.

– Cuéntamelo -le susurró-. Cuéntame lo que ocurrió.

El calor y el olor de Jacqui parecieron filtrarse en el interior de Harry, reavivando algo que había intentado eliminar con todas sus fuerzas. Le produjo dolor, pero era como si una herida estuviese cicatrizando.

– Lo recuerdo todo con demasiada claridad -dijo él. El calor de la tarde. El polvo. Las moscas. El cálido peso de Maisie colgada de su espalda…

– Había acabado en el hospital y volvía al campamento, con Maisie sujeta a mi espalda. Ella se despertó, empezó a llorar y yo me detuve y la tomé en mis brazos. Lo último que recuerdo es su carita iluminándose con una sonrisa… -hizo una pausa y sacudió la cabeza-. Entonces el mundo explotó a mi alrededor cuando un proyectil cayó en alguna parte, detrás de nosotros, y salí despedido por los aires.

– ¿Y Maisie? ¿Qué le pasó?

– Cuando cesó el bombardeo, me encontraron en un refugio, protegiéndola con mi cuerpo. Debí de arrastrarme hasta allí, aunque no recuerdo cómo conseguí llegar.

– La salvaste otra vez.

– Un momento antes…

– Shhh -lo interrumpió ella-. La salvaste -le susurró, acariciándole la espalda-. ¡Oh! Por eso son las heridas de tu espalda…

Pareció que iba a desmayarse, y Harry se apresuró a sujetarla.

– Olvídalo -le dijo-. Olvida que las has visto.

– ¡No! -exclamó ella, echándose hacia atrás-. Quiero verlas. Ahora -sin esperar, empezó a desabrocharle la camisa.

Él le agarró las manos para detenerla, pero ella lo miró fijamente a los ojos y él la soltó y le permitió hacer lo que quería. Entonces ella se inclinó hacia delante y lo besó con tanta dulzura que la respuesta inmediata de un cuerpo sobrecargado de estímulos pareció casi…profana.

Harry contuvo la respiración y se esforzó por reprimir la imperiosa necesidad que lo dejaba indefenso, mientras ella seguía desabrochándole la camisa. Sacó los faldones de la cintura y la tiró al suelo. Y entonces lo tocó. Primero lo hizo con mucho tiempo, trazando el contorno de sus hombros con la punta de los dedos, luego sus brazos, hasta extender las palmas sobre las cicatrices.

– ¿Te duele? -preguntó ella.

¿Doler? Con la mejilla de Jacqui presionada contra su pecho y el pelo rozándole el rostro, estaba lejos de sentir dolor, pero sí sentía la molestia de su miembro endurecido presionándose contra la cremallera del pantalón.

– Sí -consiguió responder, y volvió a ponerse la camisa.

Ella se sentó sobre sus talones y lo miró con el ceño fruncido.

– No me mires así-dijo él-. Estoy bien.

– ¿De verdad? Entonces, ¿por qué está Maisie viviendo con tu prima? ¿Y por qué eres tan desgraciado?

– ¿Desgraciado? -se echó hacia atrás para poner distancia entre ellos y tomó un sorbo de café. Necesitaba tiempo para recomponerse y pensar.

– ¿No vas a negarlo?

– No, no voy a negarlo, pero, como tú has dicho, la vida se interpone en nuestro camino. Mis heridas eran demasiado graves como para que las pudieran tratar allí, donde apenas había medios, pero me negué a que me mandaran a casa sin Maisie, y eso era un problema, porque ella no tenía ningún documento de identidad. Yo no tenía ningún derecho sobre ella. Necesitaba otro milagro.

– Y lo tuviste.

– Cuando se convirtió en un asunto de vida o muerte, el jefe de la unidad médica avisó al cónsul para intentar hacerme entrar en razón. Era un hombre muy compasivo. No me dejó ni que explicara la situación. Se limitó a mostrarme su libro de registros y me sugirió que era el momento de registrar a mi pequeña. No me preguntó el nombre del padre, únicamente el mío. Y cuando le di a Maisie el apellido de mi madre, pareció entenderlo. Entonces me dio una copia del certificado y me felicitó por mi nueva hija -levantó la mirada y se encontró con la de Jacqui-. Es mía, Jacqui. En todos los aspectos, y habría hecho mucho más que mentirle a un cónsul con tal de quedármela Yo la quería, Jacqui. La quiero. No podía dejarla en un orfanato.

– Pues claro que no podías. La trajiste a casa, a High Tops.

– Ojala. La verdad es que después de que me evacuaran del país, pasé una larga temporada en el hospital. Injertos de piel y ese tipo de cosas. Sally me echó una mano, se quedó con Maisie, contrató a una niñera y se entretuvo vistiéndola con ropa bonita.

– Como jugar con muñecas -dijo Jacqui-. Pero con una niña de verdad.

– Era inevitable que algún sabueso de la prensa lo descubriera. Le sacaron varias fotos con Maisie y a los pocos días el rumor se había difundido por todas las revistas.

– Así que ella fingió haber adoptado a una huérfana de guerra.

– No podía decir la verdad, pues entonces se habría sabido todo. Lo hizo para protegerme. A mí y a Maisie. Además, las grandes estrellas siempre están haciendo ese tipo de cosas. Es bueno para la publicidad.

– Debes de odiarla mucho.

– No. La conozco. Por eso me evita a toda costa.

– ¿Y Maisie?

– Cuando yo me vi con fuerzas para reclamar su custodia, ya tenía una nueva vida. No podía llevármela al extranjero, a zonas en conflicto con epidemias y hambrunas donde habría vivido en un riesgo permanente.

– Podías haberte quedado en casa con ella.

– Tal vez, si las cosas hubieran sido diferentes. Pero había estado alejado de ella tanto tiempo que me había olvidado. Me trataba como a un desconocido.

– No te había olvidado, Harry. Pensaba que la habías abandonado y te castigaba por ello.

El consiguió esbozar una pequeña sonrisa.

– Eso son sólo elucubraciones, Jacqui.

– Posiblemente. Pero tienes que preguntarle una cosa. Si de verdad te olvidó, ¿por qué me dijo que quería ser médico cuando fuera mayor?

A Harry le dio un vuelco el corazón.

– ¿Cuándo? ¿Cuándo te ha dicho eso?

– De camino aquí. Le pregunté si iba a ser modelo como su madre, y declaró que iba a ser médico como…

– ¿Como quién?

– No acabó la frase. ¿Has notado cómo hace eso? Te dice las cosas a medias. Ahora me doy cuenta de que estuvo a punto de decirme en una ocasión que su abuela no se encontraba aquí. Con Maisie hay que formular la pregunta exacta.

– Lo supo por Sally, quien obviamente sabía que su madre no estaba aquí.

– ¿Has hablado con ella?

– La llamé antes. Ella también dijo algo extraño. Dijo que no estaba previsto que tú te quedaras. Pareció irritarse bastante por tu dedicación al trabajo.

– ¿En serio? -preguntó Jacqui, sonriendo-. ¿Por qué será? Vamos a ver… ¿Podría ser porque quisiera darte una oportunidad para volver a acercarte a Maisie? ¿Para restablecer la relación que una vez tuvisteis?

– ¿Estás insinuando que Sally se ha hartado de jugar a ser madre y quiere desprenderse de Maisie para poder dedicarse a su amante?

– Tú eres quien la conoce, no yo. ¿De verdad es tan superficial? -esperó, pero no obtuvo respuesta-. De una cosa estoy segura, Harry. Maisie quiere quedarse aquí contigo. Y tal vez Sally sepa eso también -puso una mano sobre la suya-. Puede que, a pesar de las apariencias, tu prima sea algo más que guapa.

Él la miró y sacudió la cabeza, como si fuera incapaz de hablar.

– ¿Qué? -lo apremió ella.

– Me pregunto cómo has llegado a ser tan sabia.

– Ojala lo fuera -agarró la cadena de su muñeca y la apretó contra el corazón.

– Háblame de él.

– ¿De él?

– ¿No hay un él?

Ella negó con la cabeza, y fue entonces cuando Harry comprendió realmente lo indefenso que estaba. Porque quizá con el tiempo pudiera ayudarla a vencer el recuerdo de un hombre, pero ¿cómo competir con una mujer?

– Lo prometí, ¿no? -dijo ella en tono arrepentido.

– Sí, y seguro que nunca has roto una promesa en tu vida.

– Sólo una vez. Le prometí a Emma que nunca la dejaría, pero al final no me quedó más remedio -se desabrochó la pulsera y la sostuvo en alto-. Encargué que le hicieran esto para su cumpleaños, el mes pasado. Quería que supiera que si estaba dispuesta a perdonarme, podíamos seguir adelante -dejó la pulsera sobre su palma y cerró la mano-. Su familia me la envió de vuelta.

– ¿Su familia?

Ella lo miró extrañada, y él comprendió de repente que Emma no era una amante, sino una niña.

– ¿Cuánto tiempo fuiste su niñera? -le preguntó rápidamente, antes de que ella imaginara lo que había estado pensando.

– Años. Demasiado tiempo, quizá. Me preguntaste por qué dejé la Universidad. Lo hice por Emma. Creo que eres la única persona que conozco que puede entender por qué.

– Tomaré eso como un cumplido.

– Lo ha sido -dijo ella, y se dio la vuelta, como si le doliera demasiado continuar. Se dispuso a agarrar la taza de café, pero él la detuvo.

– Déjalo. Está frío -se levantó e hizo que ella también se levantara-. Prepararé un poco. ¿O vas a soltarme otro sermón sobre lo malo que es beber café por la noche?

– Ya tengo bastante con contarte la historia de mi vida -dijo ella con una tímida sonrisa.

– En ese caso, añadiré algo para aliviar el dolor -respondió él. Agarró una botella del aparador y se la tendió a Jacqui para que él pudiera abrir la puerta.

En la cocina, echó al perro del sofá, hizo sentarse a Jacqui y preparó un chocolate caliente con unas gotas de brandy. Jacqui aceptó la taza, tomó un sorbo y sonrió.

– Oh, sienta bien.

– Es lo que mi niñera me hacía cuando necesitaba consuelo -explicó él.

– ¿Te daba brandy?

– Sólo un poco. Vamos, arrímate -le ordenó, levantando el brazo-. Tienes que recibir el consuelo completo.

– ¿Sabes? Cuando te vi por primera vez. pensé que eras el gigante que me asustaba en mis pesadillas infantiles.

– Sí, oí cómo me describías a Vickie Campbell -ladeó la cabeza y sonrió, y ella se acurrucó contra él. Permanecieron en silencio durante un rato bebiendo el chocolate, y Harry sintió cómo Jacqui se iba relajando poco a poco. Pensó que podría ser feliz sólo estando sentado allí con ella, abrazándola, pero había demonios que afrontar, y cuanto antes, mejor-. Háblame de Emma, Jacqui -le pidió, quitándole la taza y dejándola en el suelo. Ella debía de estar lista para hablar, porque no dudó ni un segundo.

– Siempre me han gustado los niños. Mis hermanas eran mayores que yo, y ya tenían hijos cuando entré en la Universidad. Vickie Campbell las conocía, me vio cuidando a los niños y me ofreció la posibilidad de trabajar temporalmente de niñera para ella, durante las vacaciones. Mi trabajo consistía en llevar a los niños de un sitio para otro, como se suponía que debía hacer con Maisie. y suplir alguna baja imprevista, cuando una niñera se declaraba en huelga o cuando una madre tenía que ir al hospital -bajó la vista hacia la taza-. O cuando moría.

– ¿Eso fue lo que sucedió con Emma? ¿Su madre murió?

Ella asintió.

– Un accidente de coche. Una tragedia horrible. Su marido no pudo superarlo. Emma era muy joven, y estaba muy enfadada. No entendía por qué su madre la había dejado. Estuve con ellos todo el verano, y ella estaba empezando a abrirse y a confiar en mí cuando llegó el momento de volver a la Universidad. ¿Qué iba a hacer? Si la dejaba. Emma perdería por segunda vez en su vida a la única persona en quien confiaba y nunca volvería a creer en nadie.

– Sé que nunca dejarías a una persona que te necesitara -dijo él, pensando en cómo la había visto con Maisie.

– Nunca intenté que olvidara a su madre, ni tampoco ocupar su lugar. Pero su madre sólo era una cara en una fotografía, tan insustancial como un ángel. En los aspectos prácticos, yo era su madre. Y también su padre. porque el verdadero apenas le hacía caso. Le prometí que siempre estaría a su lado, que jamás la abandonaría.

– ¿Qué ocurrió?

– David Gilchrist era banquero. Un hombre guapo y muy rico. Yo había sido la niñera de Emma durante casi cuatro años. cuando un buen día trajo a casa a una mujer que había conocido en sus viajes y, con mucha calma, me comunicó que se habían casado. Y con la misma calma le dijo a Emma que tenía una nueva madre. Emma, enfrentada a una perfecta desconocida, declaró rotundamente que yo era la única madre a la que ella quería. En un abrir y cerrar de ojos, me pusieron de patitas en la calle y se mudaron a Hong Kong.

– ¿Y la pulsera?

– Me la devolvieron con una breve nota recordándome que sólo había sido una empleada y pidiéndome que no volviera a ponerme en contacto con Emma. Nada de regalos de cumpleaños ni de Navidad. Ni tampoco tarjetas. Nada. La nueva señora Gilchrist envió la pulsera a la agencia, en vez de mandármela directamente a mí, para dejarlo aún más claro.

– Tuvo que ser muy duro.

– Sí, lo fue, pero supongo que temía que, si no borraba el recuerdo que Emma tenía de mí, nunca podría disfrutar de su amor, y tal vez tuviese razón. Me impliqué tanto emocionalmente que olvidé la primera regla de una niñera. El niño que cuidas no es tuyo. Tienes que estar preparada para dejarlo…

Parpadeó y no pudo evitar que se le escapara una lágrima, que él le quitó con el pulgar.

– No hay reglas en lo que respecta a los niños, Jacqui. Los quieres porque no puedes evitarlo, y cuando los pierdes, sufres.

– Tienes otra oportunidad con Maisie. No la desaproveches.

– Gracias a ti.

– Creo que ha sido cosa de ambos, Harry.

– Pero el mérito es tuyo. ¿Cuántas mujeres se habrían quedado?

– Fue Maisie la que quiso quedarse.

– ¿Entonces estás preparándote para marcharte, ahora que has acabado tu labor de Mary Poppins? -preguntó él, intentando mantener la voz serena.

– ¿Cómo voy a marcharme? Has hecho que se lleven mi coche. Y Maisie me prometió que me lo pasaría muy bien si pasaba aquí mis vacaciones.

– ¿Y qué le prometiste tú a ella?

– Sólo que me quedaría mientras me necesite, Harry. He aprendido la lección. Se acabaron las promesas para siempre.

– ¿Todas?

Ella estaba apretada contra él, con el rostro levantado. Él levantó la mano, inseguro, muerto de miedo, pero había estado huyendo demasiado tiempo. Era el momento de decir lo que quería. A Maisie de vuelta en su vida. Una nueva vida. Y a Jacqui.

– ¿Y si te dijera que te necesito?

– No me conoces, Harry.

Él le tocó la mejilla, apartándole el pelo del rostro. Se sentía como un chico a punto de dar su primer beso. Ella le clavó la mirada serena de una mujer preparada para esperar.

– Tu personalidad brilla en todo lo que haces. Yo soy el único riesgo aquí, pero te pido que te arriesgues. ¿Te quedarás?

– ¿Qué me estás pidiendo?

Él le respondió rozándole ligeramente los labios con los suyos.

– Ya lo sabes.

Se produjo un silencio que pareció interminable. hasta que se abrió la puerta de la cocina.

– He estado pidiendo un vaso de agua desde… -empezó a decir Maisie, pero se detuvo al verlos abrazados-. Ups.

Eso fue todo. El momento había pasado, y Jacqui se apresuró a llenar un vaso de agua y dárselo a la niña.

– Vamos, cariño, te acompaño a la cama -le dijo-.Mañana hay que levantarse muy temprano.

Pero Maisie se negó a que le metieran prisa. Bebió lentamente, y al acabar miró a Harry con el ceño fruncido.

– ¿Hay algún problema? -preguntó él, y rezó por que no le dijera que había cambiado de opinión y que no quería ir a la escuela. Ya había empezado a imaginársela traspasando las puertas del colegio en su primer día.

– Tú eres mi papá, ¿verdad?

– Sí -respondió, luchando contra el nudo que se le había formado en la garganta-. Lo soy.

– Entonces, si estás besando a Jacqui. ¿eso significa que ella va a ser mi mamá?

– Ya tienes una mamá -se apresuró a decir Jacqui intentando evitarle a Harry la vergüenza de responder.

– No -dijo Maisie-, Yo tengo una madre. No es lo mismo.

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