HABIÉNDOSE decidido finalmente por el tafetán rosa, Maisie no quedó impresionada con la ropa que había encontrado Jacqui.
– Huele -dijo, arrugando la nariz con disgusto.
– Sólo huele porque ha estado guardada mucho tiempo. Y no te estoy pidiendo que te la pongas. No hasta que se haya lavado. Sólo quiero asegurarme de que te queda bien.
– No me quedará bien.
– Seguramente no -corroboró Jacqui-. Tu madre debió de ser más alta que tú.
– No, no lo era. Me dijo que medía lo mismo que yo a mi edad.
– Oh, entonces seguro que te está bien, ya que era de tu madre.
– Oh, vamos… -dijo Maisie, recuperándose rápidamente de su error. Agarró una sudadera con un personaje de dibujos animados estampado y la sostuvo a lo largo del brazo-. Mi madre jamás se habría puesto algo así.
Habiendo previsto aquella reacción, Jacqui sacó una foto que había encontrado en el cuarto de los niños, clavada en un tablero. Estaba curvada por los bordes y muy descolorida, y sin duda estaba allí por el cachorro que una Selina Talbot muy joven apretaba en sus brazos, más que por razones estéticas. O tal vez fuera porque, tras ella, estaba su primo mayor, alto y protector. Harry. La razón no importaba. Lo que importaba era que en aquella foto Selina Talbot llevaba aquella sudadera.
– ¿Por qué guardó esta sudadera tan horrible? -preguntó Maisie.
– ¿Tu nunca has guardado un vestido, después de que ya no pudieras ponértelo, aunque sólo fuera para recordar cómo te sentías al llevarlo?
Maisie se encogió de hombros.
– Sí, supongo… ¿Ése que está con mi madre es Harry?
Jacqui volvió a mirar la fotografía y se la tendió a la niña.
– ¿Por qué no se lo preguntas?
– No -respondió Maisie, sin tomar la foto-. Es él.
Pensándolo bien, era obvio por qué Selina había mantenido la foto donde pudiera verse. Aquel hombre podía tener muchos defectos, pero su prima lo había venerado de niña. Y seguro que aquella mano en su hombro también habría hecho especial la sudadera.
– Bueno, fuera hace un tiempo de perros, así que de momento no puedes salir a jugar. Aprovecharé para lavar la ropa, y si esta tarde sale el sol, podría sacarte una foto con esta sudadera. No hubo respuesta.
– ¿Y con uno de los cachorros? Seguro que a tu madre le encantaría.
– Sólo si Harry aparece también en la foto -insistió Maisie-. Para que sea exactamente igual.
– Es una magnífica idea -dijo Jacqui, aunque no estaba segura de que Harry pensara lo mismo.
– ¿Se lo pedirás por mí?
– Sí, cariño. Claro que se lo pediré.
– Antes de que me ponga la sudadera.
Maisie era pequeña, pero desde luego era una niña precoz. Jacqui se libró de un duelo inmediato en el que poner a prueba sus habilidades negociadoras, ya que Harry no se quedó esperando para hablar con ella. Después del desayuno, dejó a Maisie «ayudando» a Susan en la cocina y fue a llamar a Vickie. Al abrir la puerta del despacho, Harry levantó la vista del montón de cartas que había sacado de bolsa y la miró con tanta fiereza que Jacqui dio un paso atrás.
– Lo siento. No pretendía molestarte.
– Tu presencia en esta casa molesta hasta el aire -declaró él, y respiró hondo, como si estuviera contando hasta diez-. Sin embargo, he de aceptar que no puedes hacer nada al respecto, así que, ¿puedes dejar de ir de puntillas a mi alrededor, por favor?
– Ayudaría mucho si no me miraras como si te ofendieras al verme -señaló ella.
– Yo no… -empezó él con irritación, pero se interrumpió y desechó el asunto con un gesto, como dando a entender que Jacqui era demasiado sensible-. ¿Has dejado tu aquí este montón de basura?
– Si te refieres al correo, sí. La mujer de la tienda del pueblo me pidió que te lo trajera cuando me detuve para preguntarle el camino.
– Pues cuando te marches te sugiero que se lo devuelvas y le digas que…
– Tengo una idea mejor -lo interrumpió ella, cansada de su malhumor-. ¿Por qué no hablas tú mismo con ella? -se atrevió a preguntarle, y decidió cambiar rápidamente de tema-. ¿Has sabido algo de tu prima?
El negó con la cabeza.
– Y supongo que tú no has recibido ninguna alegría de la agencia.
– Estaba a punto de llamar.
– Adelante.
Empujó el teléfono hacia ella y Jacqui levantó el auricular, pero no parecía haber línea.
– No hay línea.
Él le quitó el auricular y se lo pegó a la oreja.
– ¿Me equivoco? -le preguntó ella con engañosa dulzura.
Podía ser que la grosería de Harry Talbot fuese un escudo contra la compasión. De ser así, estaba funcionando. Harry masculló algo incomprensible, pero ella no le pidió que lo repitiera. No creía que fuese algo que quisiera ni debiera oír.
– Ocurre todo el tiempo aquí arriba -dijo en voz alta-. Es una sueñe que tengas móvil.
– ¿Quieres que informe de la avería?
– Si crees que debes hacerlo…
En realidad, Jacqui estaba contenta de dejarlo sin comunicación con el mundo exterior, y estaba convencida de que el mundo exterior se lo agradecería. Pero no tenía sentido expresar su opinión y enfadarlo aún más, y menos cuando tenía que pedirle un favor.
Pero lo primero era llamar por teléfono. Si las noticias que recibía eran buenas, Harry estaría de mejor humor. El único problema era que no recordaba dónde había metido su móvil. Dejó a Harry en el despacho y buscó en sus bolsillos, que era donde lo llevaba durante el día, y en la mesilla de noche, donde sólo encontró el brazalete de plata. Se abrochó la cadena en la muñeca y miró bajo la cama, por si acaso el aparato había caído al suelo. Nada. Tampoco estaba en la cocina, y Maisie, ataviada con un gran delantal y con las mejillas cubiertas de harina, no supo responderle cuando le preguntó si lo había visto. Sólo quedaba el despacho, ya que era el último lugar donde recordaba haber estado, así que no tenía más remedio que entrar en la guarida del león por segunda vez aquella mañana. Aunque esa vez tuvo la precaución de llamar a la puerta antes de abrir.
– ¿Y bien? -preguntó Harry, levantando la mirada.
– No encuentro mi móvil por ninguna parte. No sé dónde más buscar.
– No lo he visto, pero tampoco estaba prestando atención -dijo él, y señaló el correo desperdigado por el escritorio-. Tal vez encuentres algo bajo todo esto.
Ella agarró un puñado de propaganda y la tiró directamente a la papelera. Después de haberla llevado a la casa, lo menos que podía hacer era separar el correo personal y las facturas en montones diferenciados. Entonces se percató de que la estaba mirando.
– ¿Qué?
– Sigue. Estás haciendo un buen trabajo.
– Es bueno saber que soy útil en algo, aunque sólo sea en tirar la basura -dijo ella-. Tendrías que hacer algo para que dejaran de enviarte tanta propaganda inútil -tiró el último folleto a la papelera y ordenó los papeles de la mesa-. No está aquí -observó, empezando a sentirse un poco desesperada-. Esto es increíble. Tiene que estar en alguna parte. ¿Te importaría levantarte? Él obedeció y ella buscó entre el respaldo y los laterales del sillón, calentado por su cuerpo. Un calor provocado por el duro trasero y los muslos que tenía a escasos centímetros del rostro…
– No está aquí -dijo, retirándose.
– Tal vez haya caído al suelo.
Jacqui ya se había arrodillado antes de darse cuenta de que, en vez de permanecer de pie, Harry había hecho lo mismo. Y al levantar la mirada, esperando no ver nada más peligroso que sus rodillas, se encontró mirando directamente a sus ojos. Lo apropiado habría sido sonreír y mantenerle la mirada. Pero la cercanía de sus ojos leonados le provocó tanto calor que se vio obligada a retroceder. Al hacerlo, se chocó con el borde de la mesa y cayó sobre sus rodillas con un grito de dolor. Lo siguiente que supo fue que estaba sentada en el sillón de Harry y que él estaba agachado frente a ella, mirándola atentamente.
– ¿Jacqui?
– No pasa nada… -dijo, intentando levantarse-. Estoy bien.
Él le puso una mano en el hombro para que no se moviera.
– Estate un minuto sin moverte. Te has dado un buen golpe.
– No, de verdad que no -insistió, pero se sentía como si le hubiera explotado la cabeza y tenía las rodillas muy débiles-. Estaré bien enseguida.
– Mírame -le ordenó él-. ¿Cuántos dedos hay?
Tras quedar convencido de que Jacqui no veía doble, se levantó y le apartó suavemente el pelo de la frente.
– ¿Eres médico? -le preguntó ella.
– Sí, y puedo decirte que el pronóstico es dolor de cabeza y un chichón del tamaño de un huevo.
– Eso también podría decirlo yo… -le costaba trabajo hablar-. ¿De verdad eres médico?
– He perdido un poco de práctica -admitió él-, pero podré ocuparme de un pequeño bulto en la cabeza.
– ¡Pequeño! -exclamó ella.
– Bien, ya casi te has recuperado por completo. Iré por una bolsa de hielo.
– No es necesario.
– ¿Cuestionas mi diagnóstico? ¿También eres médico?
– Tu sarcasmo sobra -espetó ella-. Has leído mi curriculum y sabes exactamente lo que soy.
– Me he hecho una idea, pero me gustaría saber por qué dejaste la carrera de Enfermería -dijo, pero levantó un dedo para que no hablara, casi rozándole los labios-.Guarda silencio y no te muevas. Enseguida vuelvo.
– Sólo iba a decirte que no te metieras en lo que no te importa -murmuró ella testarudamente, pero sólo cuando él hubo salido del despacho. Estaba claro que Harry sabía de lo que estaba hablando al aconsejarle que no hablara, porque nada más hablar deseó haberlo obedecido.
– Susan está preparándote una taza de té -dijo él al regresar un par de minutos después, con hielo triturado y envuelto en un trapo. Se lo presionó suavemente contra la frente-. ¿Qué tal?
– Frío -respondió ella-. Maravillosamente frío -añadió, ya que lo primero no sonaba muy agradecido. Sin embargo, la idea del té le provocaba náuseas, aunque no se lo dijo-. Gracias -levantó una mano para sostener el hielo, y los dedos se entrelazaron brevemente con los de Harry al intercambiar posiciones-. ¿Qué está haciendo Maisie? -preguntó, más como distracción que porque realmente le interesara saberlo.
– Siendo Maisie.
Era extraño, pero Jacqui comprendió exactamente a lo que se refería.
– ¡Maldita sea! -exclamó, sintiéndose tan estúpida como culpable-. ¿Qué habré hecho con mi móvil? Estaba segura de habérmelo metido en el bolsillo.
– Tal vez se te haya caído en alguna parte. Lo encontrarás cuando se ponga a sonar.
– ¡Pero lo necesito ahora! -protestó-. Lo siento… -se apresuró en disculparse, pues se estaba comportando como Maisie-. Necesito saber lo que está pasando. Maisie no debería quedarse en un lugar tan aislado como éste.
– Creía que habías dicho que quería quedarse.
– No se trata de eso -apoyó los codos en la mesa e intentó pensar a pesar del dolor-. Pero tienes razón. Parece sentirse muy contenta aquí.
– Pero tú quieres seguir adelante con tu vida.
– Yo no he dicho eso -replicó ella, mirándolo-. ¿Lo he dicho?
– No -pareció que iba a decir algo más, pero cambió de opinión y guardó silencio por unos momentos-. ¿Le has encontrado una ropa más adecuada?
– Le he encontrado una sudadera y unos vaqueros, pero no quiere ponérselos.
– No puede pasarse toda la vida con esos vestidos de fiesta -objetó él-. Tiene que llevar ropa normal.
– Tu confianza dice mucho de ti, pero sí, supongo que tienes razón. Por suerte, he encontrado esto -se metió la mano en el bolsillo de la camisa y extrajo la foto-. Es su madre, llevando la misma ropa.
Harry contempló la foto durante unos segundos y se la devolvió.
– ¿Ha funcionado?
– ¿Cambiarías tú el tafetán rosa por unos viejos pantalones de peto sin protestar?
– Afortunadamente, nunca he tenido que tomar esa decisión.
A Jacqui le pareció ver el atisbo de una sonrisa. Quizá sólo fuera su imaginación, pero de todos modos la animó a seguir.
– La verdad es que tuve una idea genial y le propuse que le haría una foto igual que ésta. Y parece haber funcionado.
– Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Necesitas una cámara? Tiene que haber una por alguna parte.
– Gracias, pero tengo mi propia cámara. Me iba de vacaciones, ¿recuerdas?
– ¿Entonces qué hace todavía Maisie con esa cosa rosada con volantes? No será por falta de cachorros.
– No, pero no se trata sólo del cachorro… Tú también apareces en la foto original, y Maisie quiere una exactamente igual. No hay prisa -añadió rápidamente, sin darle tiempo a pensar-. La ropa se está lavando y el tiempo no es el más propicio para sacar fotos en el exterior. Mientras tanto, seguiré buscando mi teléfono.
– Jacqui…
Ella hizo un esfuerzo por levantarse, pero las rodillas no le respondían. Intentó convencerse de que no tenía nada que ver con el modo en que Harry había pronunciado su nombre, con una suavidad exquisita, como si sólo lo hubiera dicho por el placer de oírlo…
– Lo siento -añadió él, rompiendo el encanto.
– ¿Por qué? No tienes la culpa de que me haya dado un golpe en la cabeza.
– Siento lo de tus vacaciones.
Ah, eso…
– Te prometo que no diré una palabra más al respecto si permites que Maisie tenga la foto que quiere.
Harry soltó un débil gruñido, pero no parecía molesto por el chantaje emocional.
– Si consigues que salga el sol, te prometo que me someteré a la sesión de fotos.
Su respuesta insinuaba que conocía bastante mejor que ella las previsiones meteorológicas para High Tops.
No importaba. Lo había prometido. Y el sol tenía que salir alguna vez. Después de todo. el cielo estaba despejado en la vieja foto de Selina, ¿no?
– Gracias -respondió con una sonrisa-. Y ahora que hemos resuelto esta cuestión, ¿podría tomar un par de aspirinas?
– Sólo si te acuestas durante una hora y dejas que te hagan efecto.
– ¿Me estás mandando a la cama?
Nada más decirlo se arrepintió. En su estado actual, tendría que dejar que Harry la llevara en brazos, y no creía que acurrucarse contra su pecho y escuchar sus latidos la ayudara mucho.
– ¿Qué pasa con Maisie? -preguntó, intentando borrar la imagen de su cerebro.
– Susan se ocupará de ella.
– Susan tiene muchas cosas que hacer. Los animales, las tareas domésticas…
– Eso no es tu problema.
Jacqui había esperado que se ofreciera voluntario para cuidar de Maisie, pero la cabeza le dolía demasiado para preocuparse por ello.
– De acuerdo, pero no voy a irme a la cama. Tendrás que pedirles a esos perros que me dejen compartir el sofá.
– También podría insistir en que te examinaran con rayos X, porque obviamente no estás bien de la cabeza. Vamos, podrás poner los pies en alto en la biblioteca.
– ¿La biblioteca? ¿Quieres decir que vas a dejarme pisar el área lujosa de la casa?
Parpadeó, sorprendida. ¿Realmente acababa de decir eso? Sin duda el golpe en la cabeza había sido más fuerte de lo que pensaba. Vio cómo Harry apretaba la mandíbula y respiraba hondo.
– Creo que «lujosa» sería decir demasiado, pero al menos no acabarás cubierta de pelos de perro.
Jacqui pensó que debería decir algo, pero no se le ocurrió nada sensato, así que dejó que él le pusiera una mano bajo el codo y la ayudara a levantarse.
– ¿Puedes caminar?
– Pues claro que puedo caminar -declaró ella, haciendo lo posible por ignorar las vueltas que daba la habitación-. No soy una inválida.
– No, sólo eres una espina en el trasero. ¿No eres capaz de cerrar la boca?
– Claro que… -se detuvo-. Era una pregunta con trampa, ¿verdad?
Él no respondió, posiblemente para demostrarle que uno de los dos tenía algo de control sobre su boca, aunque también podía ser para no echarse a reír. Jacqui entrevió los paneles del vestíbulo, el pie de la escalera de roble y de repente se encontró en una habitación donde se respiraba un ambiente cálido y familiar.
Las cortinas de terciopelo que una vez habían sido verdes se habían desteñido hasta quedar en un tono gris plateado. Una alfombra persa, de hermoso diseño pero raída y deshilachada, cubría el suelo. Había un inmenso sofá junto a una bonita chimenea, dispuesta con troncos esperando a ser encendidos y proyectar el resplandor de las llamas sobre las estanterías que se alineaban en las paredes. No se parecía en nada a la casa de piedra del gigante de los cuentos. Realmente, la primera impresión no siempre era la más acertada… Harry se acercó a la chimenea y se agachó para encender el fuego, aunque no hacía frío en la habitación. Jacqui se sentó en el borde del sofá mientras él avivaba las llamas, observando sus hábiles movimientos y su rápida reacción cuando un tronco se cayó del montón. Cerró los ojos y olvidó el dolor de cabeza, reemplazado por un inimaginable dolor en el estómago.
– ¿Jacqui? -la voz de Harry le hizo abrir los ojos de nuevo-. ¿Estás bien?
– Sí -respondió ella, aunque sin mucha convicción.
– Pareces un poco pálida. ¿Te has mareado?
Sí, se había mareado, pero no por el golpe en la cabeza.
– Estoy bien, de verdad.
Él la miró unos segundos más, antes de volverse hacia el fuego. Cuando estuvo satisfecho con el resultado, colocó una rejilla protectora delante de la chimenea.
– ¿Quieres que me lleve eso?
Jacqui bajó la mirada hacia el hielo, que empezaba a fundirse en su regazo.
– Nada de esto es necesario -protestó-. Debería estar…
– ¿Qué?
Buscando el teléfono. Llamando a Vickie para averiguar lo que estaba pasando. Pero, como Harry le había recordado, Maisie quería quedarse allí. Entonces, ¿por qué no podía limitarse a descansar y dejar que las cosas siguieran su curso?
– Nada.
– Respuesta correcta -dijo él.
Y esa vez, sus labios se curvaron lo suficiente para definir aquella mueca como una sonrisa. Una sonrisa torcida. Ligeramente irónica, incluso. Pero una sonrisa al fin y al cabo.
– Ahora pon los pies en alto mientras voy a buscar las aspirinas.
Antes de que ella pudiera protestar, se inclinó, le levantó los pies con una mano, le quitó los zapatos y los dejó sobre el sofá.