Capítulo 3

JACQUI se sintió como si acabara de recibir un mazazo. El hecho de que Maisie fuese negra no tenía la menor importancia para ella, pero era posible que su adopción por Selina Talbot la hubiese expuesto a toda clase de comentarios desagradables de la gente celosa y desconsiderada.

Y Jacqui había estado tan inmersa en sus propios problemas, que se había dejado engañar por la aparente seguridad de la niña, creyendo que nada de lo que sucedía su alrededor la afectaba.

Lo último que necesitaba en esos momentos era ser responsable de la hija de otra persona. Pero eso no importaba. Con su madre volando hacia el otro extremo del mundo y su abuela de vacaciones, la única persona que quedaba para cuidarla era el gigante. Y eso no iba a ocurrir nunca. Maisie necesitaba seguridad, e iba a tenerla, sin importar cómo afectara eso a sus propios planes.

– No, Maisie. No tiene nada que ver con que seas adoptada -le aseguró con firmeza-. Simplemente es…

Maisie levantó la cabeza y la miró a los ojos.

– Creo que es por eso por lo que Harry no me quiere.

A Jacqui se le encogió el corazón al oírla.

– Oh, estoy segura de que eso no es cierto -respondió automáticamente, pero recordaba la fría expresión del gigante al ver a Maisie esperando en el coche, y cómo la niña se había ocultado en el asiento, como si quisiera esconderse de Harry Talbot.

Harry.

El nombre no encajaba con él. Era un nombre para un hombre que abrazaba a alguien en apuros, que supiera cómo ofrecer ánimo y consuelo. No para un hombre que rechazaba a una niña pequeña sólo porque fuese adoptada. En realidad, no se le ocurría ningún nombre lo bastante horrible para una persona tan malvada. Jacqui quería abrazar a Maisie, demostrarle que al menos había una persona en el mundo que se preocupaba por ella. En otras palabras, la suya era una reacción emocional que le salía directamente del corazón. No podía dejarse llevar por las emociones, así que reprimió el deseo de abrazar a Maisie y se sentó en un escalón para estar al mismo nivel que la niña. La tomó de las manos y se dirigió a ella con el tono más serio que pudo adoptar.

– Escúchame, Maisie Talbot. Para mí no supone ninguna diferencia el color de tu piel. Me daría igual que fueras rosa o azul, con el pelo verde y manchas moradas, ¿entendido?

Maisie la miró en silencio durante un largo rato, hasta que finalmente se encogió de hombros, como si aquello no le importara nada.

– Sí.

No era una muestra excesiva de confianza, pero ¿qué podía esperarse? Jacqui sabía muy bien que con los niños no había resultados inmediatos. Tendría que demostrarle que su preocupación era sincera. Y como sospechaba que no conseguiría nada quitándole importancia a la situación, empezaría contándole la verdad.

– Eres una niña muy inteligente, así que no voy a mentirte. Tenemos un problema. El plan era muy sencillo. Tenía que traerte aquí y dejarte con tu abuela. Y tú sabes que no debería quedarme aquí ni un minuto más, ¿verdad?

Maisie volvió a encogerse de hombros, mirándose los zapatos.

– Sí, supongo.

– No es porque no me gustes, no es porque seas negra. Es porque tengo que tomar un avión dentro de…-miró su reloj y vio que el tiempo pasaba demasiado deprisa-. Dentro de muy poco.

– Como mi madre -dijo la niña en un tono desprovisto de toda emoción, sugiriendo que también ella iba a abandonarla. No era justo, pero Jacqui supuso que, si estuviera en el lugar de Maisie, tampoco le importaría mucho lo que fuera justo.

– No, como tu madre no -replicó. Selina Talbot estaría volando en primera clase, y llegaría a Beijing más fresca y descansada de lo que ella llegaría a España tras pasar tres horas en un vuelo chárter-. Tu madre está trabajando, y eso es muy importante para ella. Yo sólo me iba a España… -ya estaba hablando en pasado-. De vacaciones.

– Oh -pareció momentáneamente alicaída, pero enseguida se animó-. ¿Tienes que irte a España? Es estupendo pasar las vacaciones aquí… normalmente -añadió como si acabara de recordar que Harry estaba en la casa.

– Estoy segura. Cuando tu abuela se encuentra aquí. Y puedes montar tu poni.

– Hay muchos animales más. No tenemos ninguno en casa, porque Londres no es un buen lugar para ellos, pero mi madre siempre los está recogiendo de la calle y los envía aquí, porque mi abuela tiene mucho sitio. Hay perros, gatos, gallinas, patos y conejos -se le iluminó repentinamente el rostro y levantó las manos-. También hay burros, para pasear a los niños por una playa. Pero si tienes que irte -su expresión se ensombreció y dejó caer las manos-, lo entenderé.

Maldición.

– Gracias, Maisie, pero no me voy a ninguna parte hasta que haya alguien para cuidarte. ¿Entendido?

Maisie no la miró a los ojos y se limitó a clavar la punta del pie en la alfombra deshilachada.

– ¿Aunque pierdas el avión?

– Aunque pierda el avión -le aseguró Jacqui.

– ¿Lo prometes?

«Lo prometo».

Una simple promesa que, una vez pronunciada ante una niña, no podía romperse. Una promesa que debía hacerse con sumo cuidado, porque no siempre podía mantenerse. Pero Maisie esperaba ansiosa su respuesta, y la verdad era que no iba a irse a ninguna parte hasta asegurarse de que la niña quedaba en buenas manos. No era un compromiso para toda la vida.

– Lo prometo. Maisie.

– Está bien. Y si no encuentras a nadie más, te quedarás y cuidarás de mí hasta que vuelva mi madre, ¿verdad?

– ¿Encontró todo lo que necesitaba?

Jacqui no creía que pudiera alegrarse tanto de ver a Harry Talbot, pero así fue.

– Sí -respondió, levantándose rápidamente-. Gracias.

– Será mejor que vaya a calentarse a la cocina -dijo él, y bajó la mirada hasta la niña-. Hola, Maisie.

Jacqui sintió cómo Maisie le apretaba la mano.

– Hola -respondió, sin mirarlo-. ¿Puedo ver los cachorros de Meg?

Cachorros, conejos, burros y su propio poni. No era extraño que la niña quisiera quedarse allí. ¿Y dónde estaría la llama?

– Están en el establo. Pero no voy a sacarte con esa ropa

– Puede cambiarse -dijo Jacqui-. Si fuera tan amable de traer su bolsa de mi coche… No está cerrado.

Harry Talbot la miró con dureza, advirtiéndole que no lo tomara por tonto.

– llevaré los cachorros a la cocina -dijo, y se alejó sin esperar respuesta.

Al entrar en la cocina, Jacqui vio que en la mesa había puesto una tetera y un pastel de cerezas.

– ¿Quieres un poco de té, Maisie? ¿O prefieres leche?

– Te. por favor. Y un poco del pastel de Susan.

Jacqui le sirvió una taza de té y le añadió una buena cantidad de leche. Mientras estaba cortando el pastel, el móvil empezó a sonar. Era Vickie. Le tendió el plato a Maisie y se llevó el teléfono al despacho para poder hablar libremente.

– Bueno, Vickie, ¿qué tienes?

– No he podido localizar a Selina, pero le he dejado un mensaje pidiéndole que me llame enseguida. En cuanto lo haga, me dirá qué alternativas tiene.

– Buen intento, pero Maisie dice que su madre está de camino a China. No oirá el mensaje hasta mañana.

– Oh… -murmuró Vickie, y soltó una palabra que ninguna niñera respetable usaría, ni siquiera en privado.

– ¿Qué pasa? Vickie? ¿Creías que no lo averiguaría?

– Te juro que no sabía adónde iba su madre. Éste era un simple trabajo de… ¿Has dicho a China?

– De donde viene la seda -respondió Jacqui mordazmente-. Va a pasearse por la Gran Muralla con una ropa que ni tú ni yo podremos permitimos nunca. Debes tener un contacto de emergencia.

– Por supuesto -dijo Vickie, carraspeando-. Su abuela. En High Tops.

– Oh, vamos…

– ¡Lo digo en serio! Mira, es verdad que quiero tenerte en mi base de datos. Has nacido para ser niñera. Pero no soy tan tonta como para creer que podía engañarte.

– ¿Ah, no? ¿Entonces qué hago aquí?

– Está bien, está bien. Admito no haber jugado del todo limpio al encargarte el trabajo. Simplemente quería recordarte cuál era tu papel antes de que te fueras a la playa a meditar sobre tu futuro. Y admito también que me aproveché de este encargo hasta tener el trabajo adecuado para ti…

– Podría demandarte -espetó Jacqui.

– Lo siento mucho, pero estaba desesperada. No sabía cómo hacerte ver que estás hecha para esto. Pero no soy ninguna estúpida. Lo último que quiero es que te enfades y nunca vuelvas a hablarme ni a trabajar para la agencia.

– Pues no parece que lo estés consiguiendo…

– Sé que no lo parece, pero tienes que creerme.

Jacqui no quería pensar en eso de momento.

– ¿Qué ha salido mal? Aunque las fotos de madre e hija fueran una tapadera para las revistas del corazón, no puedo creer que Selina Talbot se desentienda de su hija hasta este punto. Tuvo que haber hablado con su madre antes de enviar aquí a la niña.

– ¿Sinceramente? No tengo ni idea. Tal vez su secretaria o su agente, o cualquiera de sus lacayos se equivocó al hacer los preparativos. ¿Quién hay en la casa?

– El primo de Selina, pero dejar a Maisie con él no es una opción. No he visto a nadie más, aunque Maisie me ha asegurado que una mujer viene todos los días a limpiar.

– Y tú tienes un vuelo que tomar.

– Y yo tengo un vuelo que tomar. Bueno, ¿dónde estás? Porque supongo que vendrás de camino, ¿no? -le preguntó, aunque la señal era demasiado clara como para Vickie estuviera hablando por el manos libres del coche.

– Jacqui, por favor, intenta entenderlo. Si pudiera irme naturalmente que lo haría, pero ya he tenido que aplazar una reunión vital por culpa de esto. No podré salir antes de las seis, y… -se calló de repente.

– ¿Y?

– Nada.

– Dímelo, Vickie.

– Me han regalado unas entradas para la ópera. Es una Gala en Covent Garden, pero si pudiera escaparme a tiempo para hacer algo, me habría sacrificado…

– ¡Calla! Por favor, no te maldigas a mi costa. El Asunto es que, a menos que Mary Poppins se presente en menos de media hora, puedo ir olvidándome de mis dos semanas de descanso.

– Lo siento. De verdad que lo siento. Por supuesto, Selina Talbot te pagará el dinero de tus vacaciones…

– No regatees con su dinero.

– Si quiere contratar otra vez los servicios de la agencia pagará lo que haga falta.

– Si bueno, tendrá que correr con los gastos, ya que no creo que mi seguro de viaje cubra esta circunstancia tan especial. Pero lo que menos importa ahora es el precio del billete. Aquí hay una niña pequeña sin nadie para cuidarla.

– Tú estás ahí. Y ya que has perdido el vuelo, podrías ocuparte de ella.

Vaya, qué sorpresa. Jacqui ni siquiera se molestó en sugerirle que buscara una sustituía. Y además, le había prometido a Maisie que se quedaría.

– ¿Cuánto tiempo?

– No lo sé. El trabajo sólo consistía en dejar a la niña. Pero hablaré con Selina mañana. Hasta entonces, me tienes en tus manos, Jacqui.

– Al gigante no va a gustarle nada -dijo ella-. No soporta la compañía.

– ¿El gigante? ¿Ése es el hombre con quien no dejarías a Maisie? ¿Vais a estar bien? Tal vez deberías llevar a Maisie al hotel más cercano y…

– Maisie quiere quedarse aunque no le guste el gigante, lo que indica que es más gruñón que peligroso…-la voz se le quebró ligeramente al recordar sus ojos, sus manos, el tacto de su camisa. Tragó saliva. Sí había peligro-. Permaneceremos lo más lejos de él que sea posible hasta que tú o Selina encontréis una solución.

– Eres un sol, Jacqui. Me aseguraré de que quede reflejado en tus honorarios.

– Oh, no, no vas a convencerme con eso. Estoy de vacaciones. Hace seis meses te dije que no volvería a hacer esto por dinero, y lo dije en serio.

– Pero…

– Pero nada. Limítate a localizar a Selina Talbot y averigua en qué demonios estaba pensando, qué va a hacer con su hija y, lo más importante, cuándo va a volver a casa. Mientras tanto, yo iré a decirle a Harry Talbot que tiene invitadas.

– Te lo debo, Jacqui.

”Sí. me lo debes”, pensó ella mientras colgaba. Levanto la mirada y vio a Maisie en la puerta, sosteniendo en brazos una bola de pelo negro.

– ¡Mira, Jacqui! -exclamó, reluciendo de alegría-. ¡Es precioso!

– Sí que lo es -corroboró Jacqui, agachándose junto a la niña y acariciando al cachorro en la cabeza-. ¿Cómo se llama?

– No sé si tiene nombre.

– Entonces deberías pensar en uno -le sugirió, levantándose-. Pero debe de estar echando de menos a sus hermanos. Tengo que hablar con el señor Talbot.

– Ha vuelto al sótano -dijo Maisie, devolviendo el cachorro a la cesta donde estaban los demás perritos-.Creo que está arreglando la caldera.

– ¿Ah, sí?

– Es una pérdida de tiempo. Mi abuela dice que está definitivamente estropeada. Por eso ella… -se interrumpió.

– ¿Por eso qué, Maisie?

– Por eso va a comprar una nueva.

– Oh, claro. En ese caso, será mejor que no volvamos a molestarlo. Iré a sacar nuestras cosas del coche.

– Puedes llevar el coche hasta la parte trasera para no tener que cargar con las cosas. Es lo que hace todo el mundo.

– Bien pensado, Maisie.

– Puedes dejarlo en la cochera, si quieres.

– Mejor espero a que Harry lo sugiera -dijo ella. Antes de tomarse más libertades, tenía que ver la reacción de Harry cuando supiera que iban a quedarse-. No tardaré. No te muevas de aquí mientras estoy fuera. Y no toques nada.

– No, Jacqui.

– ¿Lo prometes?

La niña la miró y sonrió, y en ese instante Jacqui supo que su destino estaba sellado. No se iría a ninguna parte hasta que Maisie hubiera acabado con ella.

– Lo prometo.

Harry Talbot levantó la cabeza al oír el motor de un coche. El ruido demostraba sin lugar a dudas que el tubo de escape había sufrido bastante en el camino de la montaña. Le había prometido a su tía que arreglaría la caldera antes de que ella volviese de sus vacaciones. Y lo haría. Lo último que necesitaba era recibir visitas. Incluso había convencido al cartero para que le dejara el correo en la tienda del pueblo.

Maldición, se había refugiado allí para evitar toda compañía. Quería estar solo. ¿Acaso era pedir demasiado?

Soltó la llave inglesa y se dirigió hacia las escaleras. Si Jacqui Moore bajaba el camino con el tubo de escape medio suelto, no quedaría nada de él cuando alcanzara la carretera. Pero cuando abrió la puerta principal, no vio ni rastro de su coche. Escuchó con atención, pero no oyó nada, lo cual lo sorprendió. Debería haber sentido alivio, pero caminó hacia la verja, casi esperando ver cómo Jacqui detenía el coche en el camino.

No, no sentía alivio. Sólo culpa. Al día siguiente volvería a estar solo. Mientras tanto, llamaría al taller del pueblo y se preocuparía en ofrecerle ayuda a Jacqui. Uno de los perros, grande y mestizo con pretensiones de sabueso, se unió a él con la esperanza de otro paseo.

– Olvídalo, chucho -espetó Harry, volviendo a la casa. Tuvo que agarrar al perro por el collar para que no traspasara la puerta-. Mejor vamos a la parte de atrás. Susan nos matará a los dos si manchamos de barro su suelo inmaculado -cerró la puerta y siguió al perro a la parte de atrás.

Entonces se detuvo en seco cuando vio el VW apartado en el patio. Alertada por el perro al lanzarse hacia ella, Jacqui Moore se apartó con un respingo del asiento trasero, Como si la hubieran pillado en un delito.

– ¿Qué demonios cree que está haciendo? -masculló, olvidando por un momento que su primera intención hacía sido impedir que se fuera y ayudarla.

Una pregunta estúpida, pues podía ver perfectamente lo que hacía. Estaba descargando sus cosas del coche.

– ¿Le importaría no usar ese lenguaje delante de Maisie? -replicó ella, dándole a la niña una pequeña bolsa blanca.

– Lo siento -dijo él. Se acercó más y llamó al perro antes de que las pusiera perdidas de barro-. Lo preguntaré otra vez. ¿Qué demonios cree que está haciendo?

Jacqui se inclinó hacia el interior del coche, presumiblemente para agarrar otra bolsa, pero en realidad para ganar espacio. Entendía que Harry Talbot no las quisiera allí. Lo entendía y lamentaba ser una molestia, pero su primera preocupación era Maisie. Odiaba los enfrentamientos, pero como no le quedaba otra opción, lo mejor sería acabar cuanto antes.

– Lleva tu bolsa dentro, Maisie. y quédate junto a la estufa -le ordenó a la niña, y a continuación le dedicó toda su atención a Harry.

No le resultó muy difícil. La camisa gris de lana le colgaba holgadamente de los hombros, sugiriendo, aunque pareciera imposible, una pérdida de peso y músculo. Los vaqueros, en cambio, se ceñían a unos muslos poderosos, y la cinturilla se extendía sobre un vientre liso.

– ¿Y bien? -la increpó él, devolviéndola bruscamente a la realidad.

Ella tragó saliva.

– Bueno, señor Talbot. Esto es un coche, esto es una bolsa, y lo que hago es sacar lo segundo de lo primero.

Harry se dio cuenta de que el sarcasmo había sido una equivocación. Lo había sabido desde que abrió la boca. Que Jacqui Moore fuera rubia y guapa no la convertía en una mujer estúpida. A pesar de su carnoso labio inferior y el atractivo sexual que irradiaba, era una niñera, y las niñeras no aceptaban tonterías de nadie. Para confirmarlo, Jacqui lo miró fríamente con sus ojos grises, dejándole muy claro que no aceptaría nada de él.

– ¿Por qué? -preguntó Harry. Era una pregunta justa.

– ¿No lo imagina? -dijo ella, sacudiendo la cabeza. Su melena se meció suavemente, invitando a tocarla-. No parece tonto -añadió, sacando una segunda bolsa del coche.

Harry no quería discutir. Ya había hablado bastante.

– No puede quedarse aquí.

Ella sonrió.

– ¿Lo ve? Tenía razón. Sabía cuál iba a ser su respuesta.

– Lo digo en serio.

– Lo sé, y de verdad que lo siento. Pero mi coche está averiado, Maisie está cansada, y cómo usted mismo dijo, no puede ocuparse de ella.

– Eso no es lo que yo… -se detuvo a tiempo. Si declaraba ser capaz de cuidar a una niña pequeña, Jacqui se marcharía y dejaría que lo hiciera.

El había ido a High Tops en busca de paz y soledad. Para pensar en su futuro. Ella tenía que irse y llevarse a la niña. Enseguida.

– ¿No tenía un avión que tomar? -preguntó.

– Siempre podré tomar otro -respondió ella, y alargó una mano como si fuera a tocarle el brazo-. Tranquilo, señor Talbot. Le aseguro que lo molestaremos lo menos posible.

El apartó el brazo antes de que pudiera entrar en contacto.

– Esto es intolerable. Hablaré con Sally y la haré entrar en razón.

– Tendrá que ponerse a la cola. Hay más gente esperando para hablar con ella, pero nadie podrá hacerlo hasta mañana. Su prima está de camino a China.

– ¿A China?

– De donde viene la seda -dijo una voz infantil.

Los dos se volvieron y vieron a Maisie en la puerta.

– ¿Estabas escuchando? -le preguntó Jacqui, pero sin reprenderla ni acusarla.

– No -respondió Maisie, mirándola con expresión inocente- Estaba esperando a que acabaras -se dio la Vuelta y entró en la casa, seguida por el perro.

– ¿Cuándo llega Sally a China? -preguntó él.

– No tengo ni idea -respondió Jacqui. Agarró otra cerró la puerta del coche-. Mañana, supongo. Puede que oiga los mensajes antes, si hace escala. Aunque aquí será de noche, así que seguramente esperará a una hora más propicia para llamar.

– En otras palabras, no me queda más remedio que aguantarlas esta noche.

– Muchas gracias por su calurosa bienvenida -dijo ella con una sonrisa. Pero no era una sonrisa cálida ni efusiva. Era una sonrisa que sugería que, a su debido tiempo, él se arrepentiría de ser tan grosero-. Y por el té. Al menos no estaba frío cuando lo tomé. ¿A qué hora cena?

– A la hora que usted quiera preparar la cena, señorita Moore. El té es la única labor doméstica que hago -mintió, sin molestarse en cruzar los dedos. Sólo quería que se fuera, y no le importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlo.

Ella lo miró fijamente.

– ¿Alguien le ha metido en la cabeza un chip con todos los clichés machistas?

– No es necesario -respondió él-. Siempre he creído que es un rasgo genético.

– No, eso es lo que se inventan, los hombres despreciables para no compartir las tareas domésticas.

– Es posible -admitió él-. Aunque mi teoría es que se lo inventaron las mujeres patéticas para justificar su incapacidad para controlarlos.

Vio que sus ojos adquirían el color de la plata fundida, una clara señal de que su temperamento se estaba calentando.

– Sólo le he preguntado a qué hora cena para que no lo molestemos -dijo ella, demostrando una calma impresionante-. Como es natural, será bienvenido si quiere tomar con nosotras el té de las cinco.

– No va a encontrar palitos de pescado en mi nevera.

– ¿No? Bueno, seguro que nos arreglaremos.

Él se encogió de hombros,

– Maisie tiene una habitación en la torre este -dijo reprimiendo su impulso natural de agarrar las bolsas y llevarlas dentro. Cuanto peor fuera la opinión de Jacqui hacia él, más probable sería que se mantuviera a distancia-. Ella sabe dónde está. Usted puede quedarse en la habitación contigua. No se ponga muy cómoda, pues no va a permanecer aquí ni un minuto más de lo necesario.

– ¡Extraordinario! Habría dicho que no teníamos nada en común, pero ¿sabe que es precisamente eso lo que le prometí a Maisie? -preguntó, pero él la miró con el ceño fruncido, sin comprender-. Le prometí que sólo me quedaría hasta que encontráramos a alguien que fuera de su agrado para cuidarla -volvió a sonreír, como si supiera algo que él ignoraba.

– Me alegro de saberlo. Deme sus llaves. Llevaré el coche a la cochera.

– Oh, estupendo -dijo ella, claramente desconcertada por el ofrecimiento-. Gracias.

– Un trasto tan viejo no debe permanecer toda la noche la intemperie. Le echaré un vistazo al tubo de escape. No quiero que nada retrase su marcha por la mañana.

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