Capítulo 2

Gannon se puso rígido mirando a la puerta trasera antes de dirigirle una mirada furiosa. -Debe ser la policía -murmuró ella con una extraña sensación de malestar por tener que entregarlos a Gannon.

– ¿La policía?

– Ya se lo advertí.

Lo había hecho, pero él no se lo había tomado en serio. Entonces Dora se controló. Había asaltado la casa, por Dios bendito. Se lo merecía.

– No ha sonado ninguna alarma -objetó él.

– No ha sonado aquí. Richard no cree en advertir a los ladrones para que puedan ir a otro sitio. Prefiere pillarlos con las manos en la masa. Pensé que lo sabría ya que son tan buenos amigos.

Una alarma conectada con la policía. Gannon se hubiera abofeteado. Nunca se le hubiera ocurrido que un sitio como aquél tuviera alarma a pesar de su nuevo aspecto. Habría entendido que hubieran cambiado la cerradura que era muy endeble, ¿pero poner una alarma en un refugio de pescadores, por Dios bendito?

Excepto que ya no era un refugio de pescadores. Era un hogar cálido y acogedor ocupado por una chica con cara de ángel y la frialdad de mantenerlo entretenido hasta que llegaran los refuerzos. Y él que había creído estar manipulándola…

Cubrió la distancia que lo separaba de ella antes de que pudiera moverse y le quitó a Sophie de los brazos. Las costillas se le resintieron, pero no tenía tiempo de pensar en el dolor.

– Me perdonará si no me quedo a charlar -dijo sombrío-. Supongo que la puerta principal seguirá en el mismo sitio, ¿verdad?

Dora sintió una punzada de ansiedad.

– No puede sacar a Sophie ahí fuera.

El lejano sonido de un relámpago acompañó a sus palabras y la lluvia empezó a caer de nuevo con fuerza. La ansiedad dio paso a la determinación.

– Lo prohíbo.

– ¿Ah sí? -si la situación no hubiera sido tan desesperada, se habría echado a reír-. ¿Y cómo va a detenerme?

– Así.

Se plantó entre él y la puerta.

Gannon aplaudió su coraje, pero no tenía tiempo para juegos, así que enganchó el brazo libre alrededor de su cintura y la levantó por los aires. Una fuerte punzada de dolor le sacudió en las costillas. Tampoco tenía tiempo para eso. Pero se tambaleó ligeramente cuando la soltó.

– ¡Oh, Dios mío! Está herido…

– Premio para la señora -murmuró apoyándose contra la pared para esperar a que el dolor remitiera.

– Mire, no se preocupe. Me desharé de ellos.

– ¿De verdad? -preguntó él con aspereza-. ¿Y por qué iba a hacerlo?

– Dios sabe, pero lo haré. Sólo quédese aquí y guarde silencio.

Gannon la miró fijamente y ella alzó los hombros. Eso deslizó la bata por sus finos hombros y le produjo el mismo efecto en la respiración que las dos costillas rotas.

– Lo que diga la señora. Pero no intente hacerse la lista.

– ¿Lista? ¿Yo? -de repente esbozó una amplia sonrisa-. Debe estar de broma. Yo sólo soy la típica de sus rubias bobas.

Rubia desde luego, típica apenas y boba para nada. Cuando ella se dio la vuelta agitando las caderas como para probar su teoría, escucharon una segunda llamada más urgente.

– Cuidado con lo que diga -ordenó él en voz baja desde la cocina.

Todavía no sabía si debía confiar en ella.

Dora miró atrás. Gannon y Sophie estaban apoyados contra el marco de la puerta y él tenía la mano metida en el bolsillo como si agarrara un arma escondida. Seguramente no. Sólo debía estar intentando asustarla… Quizá debería estar asustada, mucho más de lo que estaba.

Tragó saliva con nerviosismo, corrió un poco la cadena y abrió una ranura.

El joven oficial que esperaba en la puerta era poco más que un chiquillo con la piel tan fina que no parecía tener que afeitarse todavía. La idea de pedirle que apresara a un hombre como Gannon y lo llevara a la estación de policía local era completamente ridícula. Sólo por si necesitaba más convencimiento. Además, el hombre herido se iría en cuanto descansara. Y estaba segura de que se alegraría de dejar a Sophie detrás si estaba seguro de que la dejaba en buenas manos.

– ¿Se encuentra bien, señora Marriott? -preguntó el joven creyendo que se trataba de Poppy.

Pensó en corregirlo, pero decidió que si quería que se fuera lo antes posible, era mejor no hacerlo.

– Bien -la voz le salió un poco quebrada-. Bien -repitió con más seguridad-. ¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa?

– Probablemente nada, pero la empresa de seguridad nos avisó de que su alarma se había disparado. Siento haber tardado tanto en llegar, pero estamos muy ocupados esta noche con la tormenta.

Dora procuró mantener la sonrisa.

– He mirado, pero todo parece seguro.

El oficial alzó la vista.

– Parece que no funcionan sus luces de seguridad.

– No, las he apagado yo.

Se maldijo a sí misma por haber sido tan tonta. Si las hubiera dejado encendidas, el intruso no habría aparecido. Pero, ¿dónde estaría la pequeña Sophie ahora? Empapada hasta los huesos y candidato a una neumonía.

Buscó el interruptor y todo el perímetro de la casa quedó iluminado mostrando un coche de policía a pocos metros.

– Parecen encenderse cada vez que algo más grande que un ratón entra en su campo de acción. Me pone muy nerviosa.

Tuvo cuidado de no mostrar ningún énfasis especial en su tono de voz y de no decir nada que pudiera hacer que el hombre que estaba a sus espaldas se sobresaltara y huyera con Sophie en mitad de aquella tormenta. Y no es que pareciera tener los nervios débiles. Pero por si acaso, no pensaba arriesgarse.

– ¿Quiere que le inspeccione la casa por si acaso?

El joven dio un paso adelante, pero ella no soltó la cadena.

– No hace falta, de verdad.

– No sería ninguna molestia.

– ¿Pete? -lo llamó su compañero desde el coche patrulla-. Si has terminado, tenemos otro aviso.

– Ahora mismo voy -Pete se dio la vuelta hacia ella-. Probablemente las luces hayan disparado la alarma, señora Marriott -hizo un gesto hacia el coche-. Esa debe ser otra.

– ¡Qué agotador para ustedes! Siento mucho que hayan hecho el viaje en vano.

– No se preocupe. Sólo revise la alarma por la mañana. Y mantenga las luces encendidas. Los ladrones se lo piensan dos veces.

Era demasiado tarde para aquello.

– Lo haré. Y gracias por venir.

– Es para lo que estamos. Buenas noches, señora.

Dora no podía creer que lo estuviera dejando marchar. ¿En qué diablos estaría pensando? Debería volver a llamarlo…

– Cierre la puerta, señora Marriott. Ahora.

La voz de Gannon era apenas audible desde el otro lado de la puerta. Demasiado tarde. Cerró y se apoyó contra la puerta con las piernas un poco débiles ante su propia estupidez.

– No puedo creer haber hecho lo que acabo de hacer.

– No se preocupe. Ha hecho tan bien el papel de rubia boba que el pobre chico se romperá el cuello para volver en cuanto se lo permita esa alarma. Sólo tendré que confiar en que es usted una respetable señora casada que lo mandará meterse en sus asuntos con rapidez.

¿Casada? Por un momento Dora no supo de qué estaba hablando, hasta que comprendió que había escuchado cómo la llamaba el policía. Lo miró enfadada. Era lo que una respetable mujer casada hubiera hecho en las mismas circunstancias, ¿verdad?

¿A quién quería engañar? Cualquier respetable casada hubiera gritado hasta tirar la casa en vez de ofrecerle al ladrón el calor de su casa.

– Veremos. Si es usted tan buen amigo de Richard, no tengo nada que temer -señaló con intención a su mano, todavía metida en su bolsillo-. ¿Verdad?

– No, señora Marriott -dijo él sacándose la mano y la tela para enseñarle que estaba vacía-. Nada en absoluto.

La verdad era que Gannon, con un dolor mortal en las costillas y el hombro resentido del peso de Sophie, se sentía incapaz de alzar la mano a una mosca. Y no tenía deseos de asustarla; lo que quería de ella era su ayuda.

– Además, si le hago daño, probablemente Richard me perseguiría y me mataría con sus propias manos.

Dora no presumía levantar tal tipo de pasión en Richard por sí misma, pero tenía una idea bastante acertada de lo que haría con cualquiera que considerara siquiera hacer daño a su hermana. Y como el intruso había asumido el mismo error que el policía, ahora creía que era la esposa de Richard. Bueno, si esa impresión iba a mantenerla a salvo, no pensaba decepcionarlo.

– ¿Sólo probablemente?

Él la miró a los ojos con un momentáneo brillo de desafío. Entonces, las líneas alrededor de sus ojos se contrajeron una milésima suavizando su cara con una seductora sonrisa que le hizo contener el aliento.

– No, no probablemente, señora Marriott. Seguro.

Y su voz, oscura como el terciopelo, no hizo nada por ayudar.

Dora tragó saliva.

– Me alegro de que lo comprenda -dijo con brusquedad-. Ahora, si va a quedarse, ¿no será mejor que le de a Sophie la leche? -miró a la niña, que se había quedado dormida contra el hombro de su padre-. ¡Pobrecita! Mire, ¿por qué no la sube y la acuesta en mi cama? Yo le llevaré la leche. Por si se despierta.

La sonrisa de él se acentuó.

– Aunque admire su iniciativa y aprecie su amabilidad, creo que será mejor que las órdenes las dé yo y usted las obedezca. Me sentiré más seguro así -apartó a Sophie suavemente de su hombro y la puso en los brazos de Dora antes de quitarle un mechón de la cara con ternura-. Aunque haya echado a la policía estoy seguro de que piensa llamar para pedir refuerzos de algún tipo. Planes que conllevan usar un teléfono.

Dora no había pensado en el teléfono en absoluto, aunque tampoco hubiera tenido la oportunidad de usarlo si lo habría pensado. Bueno, él debía haber sobrevalorado su capacidad de pensar por sí misma, pero no era demasiado tarde para empezar a hacerlo. La hermana de Richard vivía a unos tres kilómetros con su marido. Ellos sabrían qué hacer en una situación como aquélla.

– Quizá lo haya hecho -dijo con una sonrisa-. Supongo que querrá que lo desconecte, ¿verdad?

Gannon pensó que iba a necesitar un teléfono si tenía que arreglar los papeles de Sophie y solucionar las cosas con las autoridades, pero no podía hacerlo esa noche y aquella mujer era una desconocida como para arriesgarse.

– Supongo que sí.

– Está en el salón -le informó ella mientras llenaba la taza de leche-. Por favor, intente no destrozar la pared cuando lo arranque. La acaban de pintar.

Lo último que quería él era destrozar la pared.

– Búsqueme un destornillador y lo volveré a conectar, cuando me vaya. ¿Hay algún supletorio arriba?

– No, aunque estoy segura de que querrá comprobarlo usted mismo.

– ¡Oh, sí! Lo comprobaré -la sonrisa de Gannon fue inesperada y acentuó las líneas de sus mejillas produciendo destellos dorados en sus ojos de color chocolate-. Aunque puedo entender que Richard no quisiera instalar uno en el dormitorio. Si usted fuera mi mujer, no tendría un teléfono en veinte millas a la redonda.

Dora, capaz normalmente de detener los coqueteos de cualquier hombre con las manos atadas a la espalda, se balanceó por un momento con indecisión antes de encontrar la respuesta apropiada. Pero nada le había preparado para un encuentro como aquél con Gannon. Había cierto carácter depredador en él que le erizaba el vello de la nuca advirtiéndole de que haría lo que fuera para conseguir lo que deseaba. Y una parte de ella pensó que hasta podría gustarle.

– ¡Qué suerte que no lo sea! -replicó con la mayor frialdad posible aunque no le sonó muy convincente-. Sólo piense lo inconveniente que sería no tener teléfono.

– Cualquier inconveniencia merecería la pena si pudiera tenerla toda para mí mismo, señora Marriott. Sin ninguna interrupción.

Aquello sí era convincente. Aquel hombre podría dar lecciones en ese asunto. Había pasado mucho tiempo desde que nadie conseguía hacer sonrojarse a Dora, pero el ardor que sentía en las mejillas era inconfundible. John Gannon podría no haberse afeitado en dos días, pero cuando sonreía, era muy fácil olvidarlo.

Ahora estaba segura de que no tenía intención de hacerla daño. Pero seguía siendo un hombre peligroso.

Y cada vez que la llamaba señora Marriott y ella aceptaba el nombre, estaba convirtiendo un malentendido conveniente en una mentira.

– Por favor, no me llame así.

Él enarcó levemente las cejas.

– ¿Por qué no? ¿No es su apellido?

Dora ni lo confirmó ni lo negó.

– Esas formalidades me parecen un poco fuera de lugar, ¿no cree? Mi nombre es Pandora, pero la mayoría de la gente me llama Dora.

– Yo no soy la mayoría de la gente.

– No. La mayoría de la gente no asalta una casa en mitad de la noche para dar un susto de muerte a mujeres inocentes.

– Yo diría que es discutible quién ha asustado más al otro. Pero quizá, dadas las circunstancias, debería llamarla Pandora. Así no será tan familiar.

– ¿Dadas qué circunstancias?

– Dadas las circunstancias que está usted casada con mi buen amigo, Richard Marriott. Aunque por alguna razón, no parece que lleve usted anillo de casada.

Aquel hombre era definitivamente peligroso.

– Al contrario que la creencia popular, no creo que eso sea algo compulsivo -sabía que aquello no le satisfaría, pero no le dio tiempo a decirlo-. No recuerdo haberle visto en la boda, por cierto.

Porque no había estado allí. Aunque ella y Poppy tenían un gran parecido familiar, su hermana emanaba lujo y elegancia por todos los poros de su cuerpo.

– ¡Oh, no, por supuesto que usted no estaba allí! Ni siquiera sabía que Richard se había vuelto a casar.

– Una gran ceremonia, ¿no?

– Bastante grande.

El estatus de Richard de aristócrata menor garantizaba el interés de los medios y en cuanto Poppy… Bueno, cualquier cosa que Poppy hiciera era noticia. Pero a pesar del tumulto, ella sabía que Gannon no había estado allí. No hubiera olvidado una cosa tan peligrosa sobre dos piernas como John Gannon. Se dio media vuelta.

– ¿Por qué no le invitó?

– He estado en el extranjero una buena temporada. Desconectado. ¿Cuándo fue el feliz acontecimiento exactamente?

– En Navidad.

– ¿En Navidad? Richard debió ser increíblemente bueno todo el año si la encontró a usted bajo su árbol. Creo que yo deberé intentarlo con más fuerza.

– Richard no tiene ni siquiera que intentarlo. Le sale de forma natural.

Palabras, palabras, palabras. Se metería en problemas si no tenía cuidado.

Pero John Gannon no pareció ofenderse aunque era difícil saber en qué estaba pensando. Aquella sonrisa ocultaba muchas cosas.

– Puede dejar lo de señor, Pandora. Ya que nos estamos tuteando.

Dora lo miró furiosa. Que la ahorcaran si pensaba llamarle John.

– Gracias, Gannon.

– Cuando quiera.

– Y realmente preferiría que me llamara Dora.

– Intentaré recordarlo.

– ¿Ha dicho que ha estado en el extranjero?

– Sí.

– Ya entiendo.

Mientras echaba Sophie en el hueco dejado por ella en su cama todavía caliente y la abrigaba hasta la nariz, Dora pensó que quizá sí entendiera. La pequeña tenía el pelo moreno. Bien, también Gannon, pero la piel de Sophie era de color oliva, con un aspecto mediterráneo. Se dio la vuelta hacia él.

– ¿La ha raptado? -él la miró fijamente-. ¿Se la ha quitado a su madre? Esto es uno de esos terribles casos de amor y posesión, ¿verdad?

Casi había esperado que explotara ante su acusación. En vez de eso pareció interesado en su razonamiento.

– ¿Y qué le hace pensar eso?

– Bueno, es perfectamente evidente que no es usted un vagabundo asaltante de casas, Gannon. Sólo estaba buscando algún sitio para acostarse y se acordó de esta casa suponiendo que estaría vacía.

– Ha sido un error por mi parte. Pero Richard me habría ayudado si hubiera estado aquí. ¿Cuándo volverá?

– Usted no lo conoce bien si cree que le ayudaría a raptar a una niña a su madre.

– Este no es un caso de amor y posesión, Dora. Richard me ayudará cuando conozca los hechos.

– La que estoy aquí soy yo, Gannon. Cuénteme los hechos.

– ¿Dónde está él?

– ¿Richard?

Dora vaciló. Había pensado decirle que su cuñado volvería en cualquier momento para que se fuera antes de que llegara. Pero ahora parecía que Gannon se alegraría de verle. Si le decía cuándo iba a volver Richard, no se iría de ninguna manera.

Tendría que decirle la verdad. Pero no toda la verdad: que Poppy se había ido a Estados Unidos para firmar un contrato como imagen exclusiva para una firma de cosméticos y que Richard no quería dejar sola a su nueva esposa.

– Lo siento, Gannon, pero Richard está en Estados Unidos de viaje de negocios. No volverá al menos en una semana. ¿Entenderá que no le pida que se quede a esperarlo?

Él contrajo las facciones.

– Lo entiendo perfectamente, Dora. Pero si no me quiere tener por aquí colgado, tendrá que actuar por él. Necesito dinero y transporte.

– ¿Transporte? -frunció el ceño-. ¿Cómo ha llegado hasta aquí sin coche?

– Andando.

– ¿Andando? ¿Desde dónde? -la carretera importante más cercana estaba a varias millas de distancia-. Bueno, supongo que podrá usar mi coche.

– Gracias-. Dora miró a la niña dormida que ni siquiera se había movido desde que la habían metido en la cama.

– Yo puedo dejarle algo de dinero en metálico. O bastante más si me deja ir al banco -el sacudió la cabeza-. No, sabía que no lo aceptaría. Puedo dejarle mi tarjeta de crédito.

– ¿Y me dirá el número correcto?

– Lo haré -prometió ella-. No quiero que vuelva.

Se corrigió mentalmente a sí misma. Lo que no quería era que volviera enfadado. Había otra razón para convencerlo de que estaba diciendo la verdad.

– Pero tendrá que dejar a Sophie conmigo. Ella no debería pasar por todo esto -el lanzó un suspiro mientras miraba a la niña con gesto de preocupación antes de dirigir la vista hacia Dora-. La cuidaré, Gannon – dijo con repentina compasión hacia el hombre.

– ¿Lo hará? ¿Por cuánto tiempo?

Era una extraña pregunta.

– Hasta que pueda volver con su madre, por supuesto. La llevaré yo misma si quiere… No le diré nada a la policía.

– ¿Por qué no?

– Porque no se ganaría nada con ello -él la estaba mirando con intensidad-. Y porque es usted amigo de Richard -sabía que estaba siendo tonta, pero en ese momento la niña era más importante que el sentido común-. ¿Tiene eso importancia?

Gannon miró aquella cara extrañamente familiar. Llevaba días escapando, desde que había sacado a Sophie del campo de concentración. Estaba herido, tenía hambre, estaba agotado y necesitaba con desesperación algún sitio para esconderse, algún sitio para mantener a Sophie a salvo mientras él recuperaba las fuerzas. Y aquella mujer le estaba ofreciendo ayuda aunque no sabía una sola palabra de él. Y aún más, le estaba mirando como si se le hubiera roto el corazón. Por supuesto que importaba. No debería, pero importaba.

O quizá estuviera tan cansado que sólo atendía a lo que más deseaba. Confiar en ella porque pareciera el ángel que necesitaba en ese momento podría ser un gran error.

– Esta noche no la llevaré a ningún sitio. Veré cómo está mañana y entonces decidiré qué hacer.

– La niña necesita tiempo, Gannon. Una oportunidad para recuperarse.

– Y esto.

Gannon sacó un frasco de medicinas del bolsillo.

– ¿Qué es?

– Sólo antibióticos -se sentó en el borde de la cama, medio despertó a la niña y la convenció de que tragara una cápsula con un poco de leche. Sophie cayó dormida de nuevo antes de tocar la almohada. Entonces se dio la vuelta y miró fijamente a Dora-. ¿Nos ayudará, Pandora? ¿Nos dará un poco de esperanza?

Lo que la mayoría de la gente recordaba de la leyenda de Pandora era que su curiosidad había desatado todos los problemas del mundo. Pero él recordaba que también le había dado al mundo esperanza. ¿Cómo podría defraudarlo?

Dora lanzó un suave gemido casi incapaz de creer la facilidad con que había sucumbido a un par de ojos cálidos acompañados de una sonrisa que rompería el corazón de cualquier chica sin siquiera intentarlo.

– Lo pregunta como si no tuviera alguna elección -replicó enfadada por su debilidad.

Ella ya había despedido a la policía. Sin quererlo, se había convertido en su cómplice. Entonces deslizó la mirada por la figura desarreglada de su huésped forzoso y por las mejillas hundidas de su cara agotada y algo dentro de ella se suavizó. No le creía del todo en cuanto a las razones de tener a la niña con él, pero debía querer a su hija y echarla de menos con desesperación para haber llegado a aquellas alturas.

– Me da la impresión de que también le vendría bien beber algo. Algo más fuerte que la leche.

Gannon se pasó la mano por la cara con un gesto inconsciente de debilidad.

– Tiene razón. Ha sido un día infernal. Gracias.

– Todavía no se ha acabado.

Y ella no quería su agradecimiento. Sólo quería que él hiciera lo que fuera correcto. Se acercó a la puerta, pero John Gannon siguió donde estaba mientras levantaba el embozo a la niña hasta la nariz. Era una escena extrañamente conmovedora y Dora no dudó que amara a su hija. Pero estaba cada vez más segura de que no le estaba diciendo toda la verdad.

– ¿Bajamos para no molestar a Sophie? Entonces podrá decirme exactamente qué es lo que está pasando.

John Gannon contempló la alta figura de pelo fino que le estaba sirviendo una copa de brandy. Era adorable hasta quitar el aliento. Cuando había entrado en la cocina con Sophie en sus brazos, se le había parado el corazón. Y no había sido sólo porque le hubiera sobresaltado. Habría sentido la misma oleada de excitación que si la hubiera visto aparecer en un extremo de una habitación atestada y hubiera sentido el mismo ardor en la sangre. Y eso le ponía furioso. Estaba demasiado acorralado como para que le distrajera una mujer, por muy adorable que fuera, cuando necesitaba toda la concentración del mundo.

Pero Gannon estaba enfadado con Richard también. Dios, ¿cómo podía estarlo? Le caía bien aquel hombre y lo admiraba, pero con sólo ver a Dora se podía calcular que estaba en la veintena, un cordero recién nacido para el lobo de Richard. El hombre que había sido en otro tiempo su héroe, se había convertido en un misógino amargado y cínico con un matrimonio roto a sus espaldas y no tenía derecho… no tenía derecho…

Casi se rió en voz alta ante su propia indignación. No estaba enfadado con Richard. Estaba simplemente celoso. El cuerpo le pedía que tomara a aquella chica y estaban en el emplazamiento clásico para la seducción, solos en una granja en medio del campo. Y el honor le ordenaba que no hiciera ningún avance con ella.

Que era lo mejor dadas las circunstancias. No tenía tiempo para ligar o fuerzas para perderlas. Pero era una lástima. Aquella chica tenía algo más que belleza en su favor; también tenía valor.

Enfrentada a un intruso, cualquier mujer se hubiera vuelto histérica, pero ella sólo se había enfadado. Y no por asaltar la casa, sino por arrastrar a Sophie enferma con él en una noche tan infernal. Como si hubiera tenido otra elección.

Y en ese momento, le venía bien aquel valor. Pero hasta el momento no había logrado convencerla de que era el tipo de hombre al que debería ayudar. Y Richard nunca le perdonaría que metiera en problemas a su preciosa mujer. Y no es que él fuera a subestimarla.

– ¿Qué hay del destornillador? -preguntó dándose la vuelta hacia ella.

Dora lo estaba mirando con ojos solemnes. Entonces, sin decir una sola palabra, cruzó la moqueta con los pies descalzos y la bata atada ya contra su preciosa figura.

– Es brandy -dijo al pasarle la copa.

Gannon la alzó y enarcó las cejas al ver la cantidad de licor.

– Suficiente para dejarme por los suelos toda una semana.

– Entonces no la beba. Le puedo asegurar que lo último que deseo es que se quede aquí una semana entera -miró al teléfono-. ¿Tiene que hacer eso? Después de todo ya he despedido a la policía.

– A la policía sí. Pero estoy seguro de que habrá alguien a quien quiera llamar. Se lo volveré a conectar antes de irme, lo prometo. Será más fácil que arrancarlo de la pared, Dora. Usted decide.

Ella capituló.

– Hay un destornillador en la cocina.

– Entonces le sugiero que vaya a buscarlo.

Aprisa, antes de que sus costillas tomaran la decisión por ellos.

Dora se dio la vuelta de forma tan brusca que la bata agitó el aire contra sus mejillas al girarse, para aparecer enseguida con un pequeño destornillador. Entonces volvió al lado de la chimenea para arrodillarse. El pelo sedoso le cayó por el hombro y destelleó bajo la luz de la lámpara.

Maldición. Ella era una complicación con la que no había contado. Su vida ya estaba cargada de complicaciones y la granja vacía de Richard le había parecido el refugio perfecto mientras los solucionaba.

Mientras la contemplaba, ella se estiró hacia el atizador. Estaba a punto de agarrarlo cuando una mano se cerró alrededor de su muñeca. Asombrada se volvió para mirarlo.

– Sólo iba a encender el fuego.

– ¿Seguro?

Por un momento, sus ojos quedaron clavados en él, tan tormentosos como el cielo cargado de nubes que habían ocultado la luna cuando había cruzado los campos con Sophie en brazos.

– ¿Y qué iba a hacer si no? Atacarle con un atizador no mejoraría las cosas, ¿no cree?

– Le daría tiempo para conseguir ayuda.

– ¡Oh, sí! -dijo ella mirando con intención al teléfono-. ¿Y cómo iba a hacerlo? ¿Por telepatía?

– No. Tomaría el coche y se iría. Dijo que tenía un coche, ¿verdad?

Su muñeca era fina, exageradamente fina y sus huesos delicados y frágiles despertaron un anhelo que era una locura siquiera contemplar. Había pasado mucho tiempo desde que había estado tan cerca de una mujer con un aroma tan dulce.

Deseaba bajar los labios hacia el lugar donde el pulso palpitaba bajo su piel cremosa y atraerla contra sí para aliviar el repentino e inesperado deseo.

¡Aquello era una auténtica locura!

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