Capítulo 7

Que estabas haciendo exactamente en Grasnia, ¿Dora?

Estaban en la cocina. Gannon en un taburete alto con los codos apoyados en la barra y las manos alrededor de una taza caliente de café. Dora, después de haber visto que en el frigorífico no había nada para hacer un almuerzo en serio, ni siquiera para una niña, estaba registrando los armarios en busca de una lata de sopa que sabía que tenía por alguna parte. Sophie estaba en la sala probándose la ropa más despacio y mirando fascinada la televisión.

– ¿Exactamente?

Dora no se dio la vuelta. Era el momento de la verdad y no estaba ansiosa por reconocer que le había mentido acerca de ella y Richard. Cuando llegaron al apartamento, había estado demasiado enfadada con él como para hablar, pero sabía que no podría retrasarlo mucho más tiempo. Lo de Grasnia era una distracción que agradecía.

– Estuve en un camión de ayuda humanitaria – dijo encontrado por fin la sopa y leyendo despacio la lista de ingredientes-. Bueno, la verdad es que eran tres -dijo dándose la vuelta cuando él no respondió.

Gannon la estaba mirando sacudido hasta la médula.

– ¿Que condujiste un camión hasta Grasnia?

– No todo el camino. Nos turnábamos para conducir. No fue tan difícil. Utilicé las técnicas de conducir por Londres.

– ¿Y Richard te dejó ir? ¿Es que no lee las noticias? Dios bendito, Dora, ¿tiene alguna idea del peligro que corriste?

Ya estaba la vieja idea de «¿Qué hace una dulce chica como tú metiéndose en esos peligros cuando podría ocuparse en algo más útil como una limpieza facial?»

John Gannon y su hermano podrían formar un dúo, pensó. Para ser justa, su cuñado tampoco la había animado precisamente.

– Richard tenía algunas cosas que objetar al respecto -admitió.

Entonces Poppy le había recordado que no era asunto suyo lo que su hermana hiciera y que podía dejar los sermones para Fergus. Haber criado a dos hermanas pequeñas después de que sus padres murieran en un terremoto le había dado mucho tiempo para perfeccionar la técnica. Pero en aquella ocasión, con pocos resultados.

– ¿Crees que a Sophie le gustará esto? -preguntó enseñándole la lata para retrasar un poco más el momento de la verdad.

– Sophie no es remilgada. Con tal de comer algo, estará encantada.

Por supuesto que lo estaría.

– Entonces la abriré. Debe haber algo de pan en el congelador.

¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no era capaz de decir que ella no estaba casada con Richard?

Porque sin la barrera de un marido, nada impediría que sacara las conclusiones acertadas acerca de la forma en que le había besado. Porque tenía que enfrentarse a la verdad: no había retrocedido precisamente horrorizada.

Y también se le había ocurrido que a Gannon pudiera gustarle un poco enterarse de la verdad. Hasta podría gustarle lo suficiente como para volver a intentar besarla. Y ella hasta podría dejarle.

¿Podría? ¿A quién intentaba engañar? Lanzó una carcajada para sus adentros al sacar la barra de pan y sentir una oleada de excitación al recordar la caricia de sus labios contra los de ella. Fríos y húmedos de la lluvia, le habían calentado como el fuego.

¿Sería por eso por lo que se resistía a decirle la verdad? ¿Porque sería muy fácil dejarse llevar y perder la cabeza si él lo intentaba de nuevo? Un hecho del que estaba segura era que él era consciente de lo que sentía y lo utilizaría en su propio provecho si le dejaba. Y no se estaba engañando a sí misma… cualquier hombre que secuestrara a una niña, robara un avión, asaltara la casa de su amigo y secuestrara a su mujer, haría lo que fuera que le sirviera para su propósito. Al menos no se lo pensaría dos veces si ella le daba la impresión de haber disfrutado de la experiencia.

De acuerdo, quizá no la hubiera raptado, pero la había mantenido prisionera en el cuarto de baño mientras se duchaba. Eso significaba que no tenía muchos escrúpulos, ¿verdad?

Y había sido después de aquel beso cuando él había dejado de discutir y había obedecido sus planes. Ya estaba seguro de que ella estaba de su parte y que no lo traicionaría. Seguro de que la tenía en sus manos, probablemente habría acertado.

Y lo cierto era que aparte del hecho de que John Gannon conociera a su cuñado, seguía siendo un completo misterio para ella. Ni siquiera sabía quién era o en qué tipo de problemas se había metido.

Lo que sí sabía era en los que se había metido ella, porque había engañado a las fuerzas de la ley por él y ahora lo escondía en su apartamento y le había ordenado a Brian que no dijera nada a nadie, ni siquiera a Fergus. Eso había sido un error. Fergus era justo el hombre que necesitaba, que necesitaban los dos en ese momento. El único problema era que decidiera llamar á la policía porque eso era lo que había que hacer. Y podría acertar.

Ayudar a llevar los suministros a la Europa del Este había sido sano comparado con aquello. O al menos, si no sano, había sabido los riesgos que corría. Pero desde el momento en que aquel desconocido había aparecido en la casa de la granja, ella había perdido todo sentido de la cordura.

– ¿No tuvisteis una discusión por eso? ¿Por llevar la ayuda humanitaria? ¿Fue por eso por lo que os separasteis? -Dora se quedó paralizada-. Lo siento. No es asunto mío.

Ella tragó saliva con las mejillas ardientes. «Ahora. Díselo ahora».

– Richard y yo… Richard no está…

– No pude evitar notar que no ocupabas la habitación matrimonial en la granja.

¿Era aquello un interrogatorio? ¿Pensaba que ya que la cama matrimonial estaba vacante podría él ofrecerse? Pero claro, ella no se había comportado como la amante esposa cuando le había devuelto aquel beso, así que era lógico que sacara ciertas conclusiones.

Cerró de golpe la puerta del congelador y se dio la vuelta.

– Tienes razón, Gannon. No es asunto tuyo. Eres tú el que debería empezar a dar explicaciones -posó el pan en la encimera y empezó a cortarlo en rodajas-. ¿Por qué no vemos si puedes hacer dos cosa a la vez? Mientras me explicas todo lo que está pasando, podrías abrir esa lata de sopa. Al menos eso te mantendría las manos ocupadas.

– Y sigues usando tu apellido de soltera -dijo él sin hacer ningún caso de su petición. Bajó la vista hacia sus manos desprovistas de anillos-. Ya me dijiste que no era algo compulsivo, pero no me pareces una ultra feminista.

Por desgracia, no era tan fácil mantenerle la boca ocupada. La única forma que se le ocurría a Dora estaba fuera de cuestión.

– ¿De verdad? ¿Y qué es lo que te parezco?

«Mal, mal, muy mal. Ya te estás poniendo otra vez en sus manos».

Eso todavía no lo he averiguado.

Todavía no le había dado una respuesta a la más simple de sus preguntas.

– Pues házmelo saber cuando llegues a alguna conclusión. Será un placer decirte lo equivocado que estás.

Por un momento, sus miradas se clavaron en una batalla de voluntades. Entonces Gannon se levantó, agarró la lata y sin dejar de mirarla empezó a abrirla despacio.

Había algo especulativo en aquella mirada, algún conocimiento que le encogía las entrañas y Dora supo que había hecho bien en no decirle la verdad. Ahora empezaba a arrepentirse en serio de haberle dicho a Brian que no dijera a nadie que estaba en casa. Fergus podría leerle el sermón de la montaña por su estupidez y no dejaría de vigilar sus movimientos en los próximos diez años por su locura, pero sólo lo haría porque la quería y quería protegerla…

Bueno, quizá no fuera demasiado tarde para llamarlo. Gannon había confiado en ella como para dejarla ir a comprar algo de ropa para Sophie. Seguramente no pondría objeciones en que fuera al supermercado a comprar comida. Al menos tendrían que comer.

– Voy a salir a comprar algo de comida.

– A mí me parece que el frigorífico está bastante bien aprovisionado.

– Necesitamos huevos, queso y leche. Y algún zumo para Sophie -el periódico de la tarde tampoco sería mala idea-. Y quizá algunas vitaminas. Y no pienso esperar a que se descongele algo para poder comer. Ha pasado mucho tiempo desde el desayuno. Tú también debes tener hambre.

– He estado peor.

– ¿En Grasnia?

– Hay otros sitios. Hasta hace poco he sido corresponsal extranjero para una agencia de noticias. La guerra era mi especialidad -la miró como si estuviera a punto de añadir algo, pero sólo sonrió-. Por si te lo preguntabas.

– ¿Y qué haces ahora?

– Trabajo para mí mismo… al menos en lo que se refiere a los problemas.

– Tú mismo lo has dicho. Así que será mejor que te quedes a dar de comer a Sophie mientras yo me voy a comprar.

– La verdad es que no creo que sea buena idea, Dora.

– No tardaré mucho -dijo ella con la esperanza de que el temblor de las piernas no se transmitiera a su voz.

Desde luego no había pensado en la posibilidad de que la encerrara en su propio apartamento. ¿Es que no había hecho lo suficiente para convencerlo de que estaba de su parte?

– ¿Cuánto será eso?

Dora no estaba segura de lo que le estaba preguntando y puso un gesto de asombro.

– La última vez que te fuiste de compras llegó una tropa de policía.

Dora estaba indignada.

– Ya te he dicho que eso no tuvo nada que ver conmigo y no eres tú el único que tienes problemas, Gannon. Yo los mentí para encubrirte.

– Y ahora te estás arrepintiendo. No te culpo, Dora, pero entenderás mi recelo a perderte de vista. Si necesitas comida, estoy seguro de que tu amable portero estará encantado de traértela. Y también puedes encargarle el periódico de la tarde. Por si he salido en primera plana.

– ¿Es probable que pase? -preguntó ella asustada ante la idea-. Si sales, te reconocerá. Y será él el que llame a la policía.

Aquella idea debería haberla hecho sentirse mejor. Pero no fue así.

Su sonrisa fue un poco extraña.

– De alguna manera, lo dudo -se frotó la mandíbula-. No tengo precisamente mi mejor aspecto.

Dora se encogió de hombros.

– Bueno. Bajaré a pedírselo.

Pero a él no le engañaba con tanta facilidad.

– ¿Por qué no ahorras energía y utilizas el teléfono?

Alzó el receptor y se lo pasó.

Parecía que hablaba en serio, mortalmente en serio acerca de no perderla de vista de nuevo. Dora tragó saliva con nerviosismo.

– ¿No has desconectado la línea exterior? -preguntó.

Gannon había estado recorriendo todo el apartamento para inspeccionar la línea.

– No. Necesitaré el teléfono.

– ¿Para llamar a otro de tus comprensivos amigos?

Puso todo el desdén que pudo en la voz, pero era demasiado poco y demasiado tarde.

– Un hombre necesita todos los amigos que pueda conseguir. Quizá tú también deberías llamar a Richard -sugirió-. Por si acaso empieza a preguntarse donde estás. ¿O van las cosas tan mal que ni siquiera os habláis? -alzó las manos con gesto defensivo cuando ella lo miró con furia-. De acuerdo, ya lo sé. No es asunto mío. Pero era un buen amigo y lo necesitaba. Y un matrimonio fracasado es suficiente para cualquiera.

– ¿Hablas por experiencia personal?

– No. Ése es uno de los pocos errores que me quedan por cometer. Pero vi cómo le afectó a Richard.

– No tienes que preocuparte por él, Gannon. Richard es tan feliz como un hombre pueda ser.

– Eso puedes garantizarlo tú, ¿verdad?

– Quédate y pregúntale. No creo que esté en desacuerdo con lo que te acabo de decir. Lo llamaría y dejaría que te lo dijera él en persona, pero no puedo. Está viajando si cesar. Cada día no sé donde estará al siguiente.

– ¿Y no te llama él?

– Probablemente esté intentando llamar a la granja -dijo sin ningún cargo de conciencia. Todas sus buenas intenciones de decirle la verdad se habían caído por tierra. La única información que los prisioneros estaban obligados a dar era su nombre, rango y número. Él ya sabía todo eso y aún más. Al menos pensaba que lo sabía y ella ya había cometido suficientes estupideces en las últimas horas como para poner las cosas peor-. Aunque por supuesto, habrá sido en vano.

Gannon no parecía en absoluto culpable.

– ¿Y el móvil?

Ése era el problema de empezar a improvisar. Las cosas se escapaban de las manos.

– Es nuevo -dijo lo primero que se le pasó por la cabeza-. No tiene el número. Quizá llame a Sarah y ella le diga que estoy aquí.

– A Sarah no le dijiste que venías aquí.

– Se lo imaginará. O se lo imaginará él.

– Lo que tú digas -replicó él sin creerle una sola palabra. Seguía con el receptor en la mano y se lo ofreció-. Entonces, ¿vas a llamar a Brian?

– ¿Me queda otra elección?

– Me temo que no.

Para no tener que enfrentarse a su mirada sombría, Dora agarró el receptor y apretó el botón de portería. Brian respondió al instante.

– ¿Brian? Soy Dora Kavanagh. ¿Podrías pedirle al supermercado de la esquina que me mande algo de comida, por favor? Te daré la lista.

Gannon la observó mientras le decía al hombre lo que quería. Tenía los nervios a flor de piel. Bueno, no era de sorprender, había pasado por mucho en las horas anteriores. Él le había hecho pasar por mucho.

Hasta el momento, apenas había pestañeado. Pero de repente estaba nerviosa.

A Gannon le hubiera gustado ignorar la causa, pero había pasado demasiados años estudiando a gente que intentaba esconder sus sentimientos como para olvidarse con tanta facilidad. Ella había cambiado desde el momento en que se habían besado en aquel camino de fango. Se preguntó qué la preocuparía más, si haber traicionado a su marido en un momento de locura o comprender que dada la ocasión, lo repetiría de nuevo.

Dora había estado muy silenciosa en el camino hasta Londres, pero entonces él apenas había tenido tiempo de preocuparse; había estado demasiado nervioso por su forma de conducir. Pero desde que la puerta del apartamento se había cerrado tras ellos, cada vez estaba más nerviosa.

Estaba a punto de escapar en cuanto tuviera la menor oportunidad y él no podía permitirlo. Sophie la necesitaba.

«Y tú también la necesitas». Intentó ignorar la insistente voz de su conciencia, pero no lo consiguió. «La deseas».

Enroscó los dedos al borde de la encimera. La deseaba más que a ninguna mujer que hubiera conocido. Incluso en ese momento, mientras ella se concentraba en enumerar la lista de compra, las entrañas se le contrajeron como los spaghetti alrededor de un tenedor, con el tipo de anhelo que creía haber dejado atrás junto con sus otras ilusiones.

Debería haber sido como si todas las luces del mundo se hubieran encendido. Pero no era así. No habría ángeles entonando coros para él, sólo la deprimente perspectiva de salir de allí en cuanto hubiera arreglado aquel lío. Pero no todavía. Todavía no podía irse. No mientras las costillas le estuvieran doliendo a muerte y el futuro de Sophie fuera tan incierto.

– Ya está -Dora colgó y lo miró con gesto desafiante-. Eso bastará.

– Desde luego. Yo diría que hay suficiente para cinco mil personas.

Ella se encogió de hombros.

– Bueno, nunca se sabe cuando los cinco mil pueden aparecer, probablemente llevando cascos de policía. Pero esa sopa no se calentará sola. Voy a ponerla al fuego y mientras tanto podrás hacer tus llamadas.

– ¿Estás tan ansiosa por deshacerte de mí? Bueno, no puedo culparte. Te prometí no quedarme un segundo más de lo necesario.

– No me queda mucha elección, ¿verdad?

No era que quisiera que se fuera. A pesar de todas sus dudas, no podía mentirse a sí misma. Lo que realmente deseaba era tocarlo, hacer que todo estuviera bien para él y nunca había sentido aquello por nadie en toda su vida. Eso le hacía sentirse vulnerable y a merced de unos sentimientos que no entendía. O quizá los entendiera muy bien pero no quisiera reconocerlos.

– Pero no me gusta estar al margen de la ley, Gannon. Quiero que se solucionen las cosas. Tanto por el bien de Sophie como por el mío.

– Entonces tenemos el mismo objetivo.

– Bien. Supongo que entonces no te importará que llame al doctor para que le haga un examen a fondo, ¿verdad?

Se dio la vuelta para mirarlo y a pesar de su enfado, el corazón le dio un vuelco.

Tenía la piel de color parduzco y un gesto de dolor alrededor de su boca… un dolor que se negaba a reconocer. A él también debería verlo un doctor, pensó. Pero no dijo nada. Dejaría la discusión hasta que el doctor la secundara.

– La verdad es que no es mala idea -ella casi se quedó con la boca abierta de la sorpresa y debió manifestarla en la cara porque John sonrió-. Necesito encargar un análisis de sangre. Cuanto antes mejor.

– ¿Un análisis de sangre?

– No pongas esa cara de preocupación. Sólo necesito demostrar que Sophie es mi hija y establecer sus derechos para estar en este país.

– ¿Tú hija? Pero yo creía…

– ¿Que la había raptado de un campo de refugiados y la había metido en el país sin papeles?

– Algo así.

– ¿Porque se te ocurrió lo mismo cuando estuviste allí? -ella desvió la mirada. Por supuesto que había querido hacerlo, avergonzada de pertenecer a un mundo en el que se dejaba sufrir a los niños de aquella manera-. Yo sé lo difícil que es dejar a los niños allí. Créeme, lo sé. Pero es lo mejor. Su país los necesitará, a todos ellos.

Dora alzó la cabeza.

– Si sobreviven.

– Sobrevivirán -alargó la mano y al rozarle la mejilla ella dio un respingo. Gannon cerró el puño como si fuera la única forma de controlar sus dedos y bajó la mano a un lado-. Si hay gente como tú de su parte.

– Si es así, ¿por qué no dejaste a Sophie con su madre? -le retó.

– No era posible.

– ¿Por qué?

– Déjalo, Dora -contestó él irritado-. Eso ya es historia. ¿Está la sopa lista?

Ella lo miró fijamente un momento más antes de darse la vuelta hacia el cazo y apagar el fuego.

– Está a punto. ¿Puedes poner a tostar un par de rebanadas de pan mientras voy a buscar a Sophie?

Sophie se había puesto una camiseta azul marino y unos pantalones que le arrastraban un poco y gorro de sol. Ahora estaba en el suelo, cambiando los programas a la velocidad del rayo con el mando a distancia.

Dora le quitó el mando, lo dejó en un programa de dibujos animados y se agachó para enrollarle los pantalones antes de ponerle unos calcetines y unas playeras. Cuando acabó, la subió en brazos y se la llevó.

Podía notar que estaba diez veces mejor que la noche anterior. La comida, el calor y los antibióticos le habían hecho mucho efecto. Pero seguía queriendo que la viera un profesional.

Y todavía quería algunas respuestas. Sobre todo acerca de la madre de Sophie. Quería saber qué le había ocurrido y, historia o no, no pensaba cejar en su empeño.

Acababa de llegar a la cocina cuando sonó el teléfono.

Se detuvo mirando con inseguridad a Gannon.

– ¿No vas a contestar?

– Está puesto el contestador. Quien sea dejará un mensaje.

«Por favor, que nadie me desenmascare».

Subió a Sophie a un taburete, le pasó la cuchara intentando con desesperación no escuchar mientras su propia voz invitaba a que dejaran un mensaje.

– ¿Dora? Soy Richard. Acabo de hablar con Sarah y me ha dicho que hubo algún problema en la granja y que has tenido que irte precipitadamente de vuelta.

Gannon cruzó el recibidor y descolgó.

– Richard. Soy John, John Gannon.

– ¿John? -hubo una pausa mientras Richard asimilaba la información-. ¿Qué diablos estás haciendo en el apartamento de Dora?

– Me temo que yo soy el problema -Gannon se dio la vuelta para mirar a Dora, de pie en medio de la cocina con la cara muy pálida-. Tuve que entrar en la granja porque necesitaba un sitio tranquilo para pasar unos días. No tenía ni idea de que estaba ocupada…

– ¡Dios bendito, John! Debiste darle un susto de muerte a la pobre Dora.

– Ni la mitad del que ella me dio a mí -se quedó en silencio un momento con los nudillos blancos de la fuerza con que apretó el receptor-. Creo que tengo que felicitarte. No sabía que te habías vuelto a casar.

– ¿Qué? ¡Oh, sí! En Navidad. Te habrá llevado de padrino si hubiera sabido en qué país te encontrabas. Te aburriré contándote lo feliz que soy cuando vuelva de Estados Unidos, si todavía sigues por ahí.

– Mis días de vagabundeo se han acabado, Richard. Estoy deseando verte -tuvo que hacer un esfuerzo por pasar el nudo que tenía en la garganta.

– Estupendo. Cuéntame, John: ¿en qué te has metido para tener que esconderte en la granja? ¿Líos de faldas?

– Algo así. Digamos que era imposible quedarme en mi casa hasta que hubiera arreglado un par de cosas. Y Dora se ofreció amablemente a albergarnos a mi hija y a mí durante unos días. Espero que no te importe…

– ¿Y por qué debería importarme si no le importa a Dora? ¿Qué…? -antes de que Gannon pudiera pensar una respuesta, Richard había tapado el receptor con la mano y estaba hablando con alguien-. Mira, tengo que irme, John. Me pondrás al día de las novedades cuando llegue. Parece que tienes muchas. ¿Una hija, has dicho?

– Sí.

– Bueno, sea cual esa el lío en que te has metido, Dora es tu chica. Tiene una entereza tremenda y conoce a todo el mundo. Te veré a la vuelta, John.

– ¿No quieres hablar con…?

Pero estaba hablando con el tono de marcar.

Colgó con extremo cuidado el teléfono. Richard Marriott era el hombre al que había admirado toda su vida. Y cuando su primer matrimonio había fracasado, él no había dudado en echarle todas las culpas a Elizabeth. Pero de repente se preguntó si no se habría equivocado. Cualquier hombre que tratara a su mujer con tanta indiferencia, no se merecía el amor, la lealtad y mucho menos la felicidad de que él alardeaba.

Dora estaba esperando con aprensión en el otro extremo del recibidor.

– Richard te manda su amor.

– ¿De verdad?

Lo dudaba mucho. John sólo le estaba contando lo que creía que quería oír. Para protegerla de la decepción. Era extrañamente conmovedor.

– Lo llamaron y tuvo que irse -prosiguió Gannon cerrando los puños en un esfuerzo por no acercarse a ella, abrazarla y amarla como se merecía en vez de estar disculpándose por su marido. Ninguna reunión podía ser más importante que ella-. No pareció importarle que me quedara aquí.

– ¿Y por qué iba a importarle? Eres su amigo.

– Eso mismo ha dicho él. Evidentemente confía en ti… y en mí…

– No tiene razón para no hacerlo.

Por un segundo, sus miradas se cruzaron y Dora sintió una descarga de electricidad calentarle las entrañas mientras los dos recordaban aquel momento en los bosques en que ninguno de los dos había pensado en Richard. En el caso de ella era comprensible. En el de él… Bueno, parecía que Gannon tenía ciertos problemas para decidir si comportarse como un santo o como un pecador.

En ese momento sonó el timbre de la puerta liberándola de la intensidad de su mirada escrutadora. John se dio la vuelta para abrir.

– El chico de la puerta quiere algo de dinero por la montaña de comida que ha traído.

– Está en mi bolso -murmuró un poco temblorosa-. Toma lo que necesites.

Una vez más su miradas se cruzaron levemente por encima de la cabeza de Sophie.

– No creo que eso sea una buena idea, Dora. Nunca se sabe adonde puede conducir una invitación como ésa.

Entonces le pasó el bolso.

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