Capítulo Once

Al día siguiente por la tarde, Jesse fue a la tienda de Kevin. Estaba decidido a que el mejor amigo de Bella le dijera dónde podía encontrarla. Si alguien lo sabía, tenía que ser él. Abrió la puerta y se quedó atónito por lo que vio.

Allí estaba Kevin con una rubia muy alta y muy guapa que se le pegaba como el envoltorio de plástico de un DVD. EL beso que compartían resultaba lo suficientemente apasionado como para que se le empañaran los cristales del escaparate. Se separaron de mala gana cuando oyeron que entraba Jesse.

La rubia lo mira y se echó a reír.

– Huy…

Kevin sonrió.

– No pasa nada, Trace. Jesse, ésta es mi novia, Traci Bennett. Traci, Jesse King.

La rubia lo miró y Jesse se dio cuenta de que la reconocía. Su rostro aparecía en cientos de anuncios. Era alta, hermosa e iba vestida con discreta elegancia, pero él sólo podía pensar en una mujer mucho más baja, mal vestida y con el cabello oscuro.

– Tú eres el ex surfista que ha estado arreglando todo esto -dijo Traci-. Buen trabajo. Me encanta lo que has hecho en esta ciudad.

– Gracias.

– Me alegro mucho de conocerte -insistió la rubia-, pero siento que nos hayas interrumpido el beso. He estado fuera cuatro semanas y he echado mucho de menos a Kevin.

– No hay problema -dijo Jesse-. Yo sólo necesito hablar con Kevin unos minutos, si no te importa.

– En absoluto -respondió ella. Limpió las manchas de carmín que le había dejado a Kevin en los labios y tomó su bolso antes de dirigirse hacia la puerta-. Dejaré que habléis. Te espero luego en mi casa, cariño…

– Por supuesto -dijo Kevin, con ojos brillantes.

– Vaya -comentó Jesse cuando ella se hubo marchado-, es cierto que tienes novia.

– Sí. ¿De qué querías hablarme? -le preguntó Kevin sin preámbulo alguno-. Pon el cartel de cerrado y vente conmigo a la trastienda.

Resultaba evidente que Bella ya le había contado todo a su amigo. Kevin se había puesto ya del lado de su amiga. Jesse aceptaría todo lo que él quisiera decirle. Se lo merecía, pero no se iba a marchar de allí sin saber dónde se encontraba Bella.

Jesse hizo lo que Kevin le pidió, además de echar la llave a la puerta y luego siguió a Kevin a lo que podría considerarse un pequeño almacén. Allí, había también un pequeño fregadero, un frigorífico y una mesa con dos sillas.

– Siéntate -le dijo Kevin-. ¿Te apetece una cerveza?

– Claro.

Cuando estuvieron los dos sentados, Kevin tomó un sorbo de su cerveza y preguntó:

– ¿Por qué estás buscando a Bella?

– ¿Que por qué? Pues porque tengo que hablar con ella.

– A mí me parece que vosotros ya os habéis dicho todo lo que os teníais que decir.

– Veo que te lo ha contado todo.

– Sí. Estuvo llorando.

– Maldita sea…

Jesse no había creído que pudiera sentirse peor de lo que se sentía en aquellos momentos, pero se había equivocado. Odiaba el hecho de que ella hubiera estado llorando y mucho más aún el saber que era él el causante de aquellas lágrimas.

– Ha dejado la tienda.

– Tú la has desahuciado.

– Eso no es cierto. Rompí la orden. Le dije que podía quedarse…

– ¿Y acaso tú crees que Bella podría quedarse después de todo lo ocurrido?

– No, claro que no. Bella tiene demasiado orgullo para eso. Y es muy testaruda, ¿Qué diablos quiere de mí?

– Me parece que nada.

Jesse tomó la botella entre las manos y sintió que la frialdad del cristal le llegaba muy dentro. Así era precisamente como se sentía sin Bella…

– Dejó la tienda. No está en su casa y, cuando la llamo al móvil, me salta inmediatamente el buzón de voz.

Kevin suspiró y le dio un trago a su cerveza.

– No quiere hablar contigo, hombre. Quiere que la dejes en paz.

– Eso no es cierto -replicó Jesse-. Sé que me ama.

– Te amaba.

– ¿Y ha dejado de hacerlo de la noche a la mañana?

– ¿Por qué has venido a verme si no quieres escuchar lo que te estoy diciendo?

– No he venido aquí para que me des consejo. He venido aquí para buscar a Bella.

– No está aquí.

– Sí. Eso ya lo veo. ¿Y dónde está?

– ¿Y por qué crees que yo te lo diría a ti? Le has roto el corazón.

Jesse hizo un gesto de dolor. No le había resultado fácil ir a ver al amigo de Bella, pero, tanto si quería admitirlo como si no, necesitaba ayuda. Tenía que encontrarla. Hablar con ella. Convencerla de que regresara junto a él. Si alguien sabía dónde estaba Bella, ése era Kevin.

– Tengo que hablar con ella.

– ¿Y qué le vas a decir?

– Todo.

– No te fue muy bien la última vez.

– No -admitió Jesse-, pero es que ella no me dio oportunidad. Fue a mi despacho, me echó la bronca y desapareció.

Kevin sonrió. Dio un trago a su cerveza y dijo:

– ¿Y qué vas a hacer al respecto?

– Aparentemente, voy a sentarme en la trastienda de la tienda de su mejor amigo para que éste me torture.

– Además de eso.

– Voy a encontrarla -le dijo Jesse mirándolo fijamente-. Aunque tú no me digas dónde está, yo la encontraré. Entonces, la ataré a una silla si es eso lo que tengo que hacer para asegurarme de que me escucha y le diré que me ama y que nos vamos a casar.

– Creo que me gustaría verlo.

– Estás disfrutando mucho con esto, ¿verdad?

– No tanto como había pensado -replicó Kevin-. Ya te dije en una ocasión que Bella es como un miembro de mi familia para mí. Le has hecho mucho daño en dos ocasiones, pero estoy dispuesto a darte otra oportunidad porque sé que ella está loca por ti.

La esperanza prendió en el pecho de Jesse.

– No obstante -prosiguió Kevin-, te advierto una cosa. Si le vuelves a hacer daño, yo encontraré el modo de hacértelo a ti.

– Comprendido.

Kevin lo estudió durante un largo instante. Luego asintió y dijo:

– Muy bien. Se ha estado alojando en mi casa, pero regresó a la suya esta misma mañana.

– Gracias.

Jesse se puso de pie y se dirigió a toda velocidad a la puerta principal.


Una hora más larde. Bella estaba acurrucada en el salón. Sentía mucha pena de sí misma.

Cuando alguien llamó a la puerta, levantó la cabeza como movida por un resorte. Sin ni siquiera mirar por la ventana, sabía perfectamente que se trataba de Jesse. Parecía capaz de sentir su presencia.

A pesar de que no le apetecía verlo, sabía que no podía ocultarse de él eternamente. Había tenido un par de días para llorar y desahogarse. Había llegada el momento de volver a retomar las riendas de su vida. Aquélla era su casa, su ciudad. No iba a dejarlo todo porque hubiera cometido el error de enamorarse de un hombre que era incapaz de corresponderla.

Se secó las lágrimas y se miró en el espejo más cercano. Estaba muy despeinada, iba sin maquillar y parecía exactamente lo que era: una mujer que se había pasado demasiado tiempo llorando.

Jesse volvió a llamar, aquella vez con más fuerza. Bella se armó de valor y abrió la puerta. Al verlo, el corazón le dio un vuelvo. Era tan guapo y lo había echado tanto de menos…

– Bella-susurró él, con una sonrisa de alivio-. Gracias a Dios. Llevo días buscándote.

– ¿Qué es lo que quieres, Jesse? -le preguntó ella, colocándose junto a la puerta de tal modo que pudiera impedirle el acceso con facilidad si hacía ademán de entrar.

– Quiero hablarte de muchas cosas, pero vamos a empezar con esto -le dijo entregándole un montón de papeles.

Bella suspiró, los tomó y los examinó. Se trataba de una escritura.

– ¿Qué es esto?

– Es la escritura del edificio, Bella. Quiero que la tengas tú. Haz lo quieras con él. Amplía tu negocio o ciérralo. Es tuyo. Sin ataduras.

– ¿Es que no lo entiendes, Jesse? Yo no quiero esto. No quiero nada tuyo -replicó. Arrojó la escritura por encima de la cabeza de él. Tras aletear unos segundos en el viento, fue a caer sobre el césped-. Ahora, por favor, te ruego que te marches.

Cerró la puerta y trató de no recordar la sorpresa que se le había reflejado en la mirada. Entonces, se apoyó sobre la puerta y volvió a llorar. Había pensado que ya había llorado más que suficiente, pero, aparentemente, aún le quedaban lágrimas.

Jesse no lo comprendía. Aquello no tenía nada que ver con su tienda, con su negocio ni con King Beach, sino con ellos. Tenía que ver con lo mucho que lo amaba y lo mucho que se había equivocado con él.

– Bella -dijo él, desde el otro lado de la puerta-, no me hagas esto…

Ella contuvo el aliento, cerró los ojos y esperó a que él se marchara. Por fin, oyó unos pasos que se alejaban. Cuando ya no oyó nada más, se sentó lentamente en el suelo, se agarró las rodillas y permaneció allí en silencio. Había hecho lo que debía. Estaba segura de ello. Tenía que ser fuerte. No podía permitir que él volviera a hacerle daño. En aquellos momentos, Jesse estaba reaccionando mal porque, según él mismo le había dicho, los King nunca pierden. Poco a poco, terminaría por darse cuenta de que debía dejarla en paz.

Sin embargo, a la mañana siguiente muy temprano, Jesse volvió a llamar a su puerta.

– ¡Bella! ¡Bella! ¡Abre La puerta! ¡Deja que hable contigo, maldita sea!

Ella se levantó de la cama en medio de la penumbra. Estaba amaneciendo. Había decidido que no le abriría la puerta si regresaba, pero no había contado con que él gritaría tan alto su nombre. Si no abría la puerta, la señora Clayton llamaría a la policía en pocos minutos.

Se puso una bata y abrió la puerta. Al mirar a Jesse, le pareció que él no había dormido en toda la noche, tenía el cabello alborotado, como si hubiera estado mesándoselo toda la noche. Tenía la camisa arrugada y la barba ya había comenzado a ensombrecerle el rostro. Tenía un café en cada mano.

– Te he traído café.

Bella suspiró y tomó uno. Jesse conocía bien su debilidad, pero eso no significaba nada. Tampoco el hecho de que ella hubiera aceptado el café.

– Jesse, tienes que dejar de hacer esto.

– No. No pararé nunca, al menos hasta que me hayas escuchado.

Bella volvió a suspirar

– Está bien, habla.

– ¿No puedo entrar?

– No.

– Está bien. No me quieres en tu casa, por lo que te diré lo que te tengo que decir aquí mismo. Bella, te amo -afirmó mirándola a los ojos.

– Jesse, no…

– Es cierto. Mira, sé que lo he fastidiado todo. Sé que estás herida y enojada. Tienes todo el derecho del mundo a estarlo, pero maldita sea, Bella, yo no me había sentido nunca antes de este modo. Tal vez por eso lo estoy estropeando todo tanto. Todo es nuevo para mí. Tú eres nueva para mí, pero eso no hace que lo que siento sea menos auténtico. Te amo, Bella. De verdad.

Bella sintió que se le hacía un nudo en la garganta. No quería llorar delante de él, pero los ojos se le estaban llenando de lágrimas. Si no cerraba la puerta rápidamente, eso era exactamente lo que iba a ocurrir, la humillación sería completa.

– ¿Cómo puedo creerte, Jesse? Me has estado mintiendo desde el principio.

– Lo sé y lo siento. Lo siento más de lo que te imaginas. Como te he dicho, sé que he cometido errores, pero amarte no es uno de ellos, Bella. Tienes que creerme. Tienes que saber que lo que siento es de verdad. Quiero casarme contigo… Vaya-añadió, con una ligera sonrisa-. Jamás pensé que me oiría pronunciar esas palabras.

Ella se echó a temblar y se esforzó un poco más en contener las lágrimas.

– Basta, por favor…

– No. No pararé nunca. Eres mi alma, Bella. Eres la pieza que siempre me ha faltado. Diablos, ni siquiera sabía que estaba incompleto hasta que te conocí a ti -susurró. Extendió una mano y la deslizó por la puerta hasta encontrarse con la de ella-. No puedo perderte ahora. No quiero volver a estar solo. Tú eras mi mujer misteriosa, Bella. Ahora veo que el único misterio es cómo he conseguido vivir sin ti toda la vida. Dame la oportunidad de compensarte, por favor. Danos a los dos esa oportunidad.

Ella lo miró a los ojos. Quería creer aquellas palabras, pero le costaba hasta intentarlo.

– Ojalá pudiera creerte, pero no puedo.

Entonces, cerró la puerta y permitió por fin que las lágrimas le rodaran por las mejillas.


Aquella noche, ya muy tarde, Jesse musitó una maldición cuando los cielos se abrieron sobre él. Nunca en toda su vida había tenido que esforzarse tanto para conseguir algo. Todo le había resultado fácil. Todo lo había conseguido con facilidad. Hasta aquel momento.

En aquellos momentos, todo dependía de que pudiera convencer a una mujer, a la mujer más importante de su vida. Y no estaba dispuesto a perder.

¿Que ella era testaruda? Él lo era más.

Si Bella creía que se iba a rendir tan fácilmente, le aguardaba una gran sorpresa.

Se empapó por completo en cuanto salió del coche. Estaba lloviendo a cántaros. Entonces, miró a las casas que flanqueaban la de Bella y vio que estaban a oscuras. Kevin estaba seguramente con Traci y la señora Clayton estaría durmiendo. No lo vería nadie. Entonces, centró su atención en el dormitorio de Bella. Ella estaría allí, acurrucada bajo las mantas. Sola.

No por mucho tiempo.

Se apartó el cabello mojado del rostro y se dirigió directamente hacia la ventana. Estaba harto de intentarlo por la puerta principal. De pedirle que lo dejara entrar. Bella iba a tener que escucharlo. Iba a tener que creerlo. Jesse no se iba a marchar hasta que consiguiera que ella lo creyera.

Sonrió y abrió la ventana. Se alegraba de que no estuviera cerrada con llave. La última vez que estuvo en casa de Bella, se dio cuenta de que el pestillo estaba defectuoso y había decidido cambiárselo. Se alegraba de no haberlo hecho.

El marco de madera crujió un poco. Se detuvo para asegurarse de que nadie se había percatado de su presencia. Vio que se había encendido una luz en la casa de la señora Clayton. Si se asomaba y lo veía entrando en casa de Bella por la ventana, llamaría a la policía inmediatamente.

No tenía tiempo que perder.

Al entrar, se golpeó la espinilla con el marco. Ahogó un grito de dolor, pero Bella se rebulló un poco bajo las mantas. Se dio la vuelta y la suave luz de la calle le iluminó el rostro. Jesse sintió que el corazón se le detenía un instante. La amaba más de lo que nunca hubiera creído posible que se pudiera amar a alguien.

Con sigilo, se dirigió hacia la cama. Se quitó la chaqueta y la arrojó al suelo. Entonces, sacudió la cabeza y le susurró:

– Bella, Bella. Despiértate.

Ella se desperezó con un lánguido movimiento. Abrió los ojos y lo miró atónita. Entonces parpadeó rápidamente y dijo:

– ¿Jesse?

– ¿Acaso esperabas a alguien más?

– No, pero tampoco te esperaba a ti -le espetó. Jesse extendió una mano y la estrechó contra su cuerpo-. Pero si estás empapado…

– Está lloviendo.

– ¿Cómo has entrado aquí?

– Por la ventana. Tienes que arreglar esa cerradura.

– Eso parece.

– Mira, Bella. La señora Clayton podría haberme visto entrar aquí, así que tenemos que hablar más rápido, porque, si me ha visto, probablemente habrá llamado a la policía.

– ¡Por el amor de Dios!

– ¿Ves lo que estoy dispuesto a hacer por ti? Seguramente me van a arrestar, por lo que ahora me tienes que escuchar.

– Jesse, estás loco…

– Probablemente.

– ¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿Por qué no haces más que intentarlo?

– Porque mereces la pena.

– Jesse, quiero creerte. De verdad que lo deseo.

– Porque me amas. ¿Por qué no lo admites? -le preguntó él mientras le acariciaba suavemente los pómulos con los pulgares.

Bella cerró los ojos. Una única lágrima se le deslizó por debajo de un párpado. Jesse se la secó con un beso.

– No puedo. Si lo hago, volverás a romperme el corazón.

Jesse sufría mucho al verla llorar porque sabía que era él el motivo de tanto dolor. Sin embargo, sabía que podía solucionarlo. Se pondría como objetivo en la vida que Bella no volviera a llorar nunca más.

– No llores más, Bella. Me estás matando

– No puedo parar -admitió ella. Levantó los ojos para mirarlo,

– Dios, te amo tanto… Te juro que jamás volveré a hacerte llorar.

Aquellas palabras provocaron que Bella se echara a reír.

– Jesse, no puedes prometer algo así.

– Claro que puedo, Bella. Créeme si te digo que me voy a pasar el resto de mi vida haciéndote sonreír. Asegurándome de que no vuelves a dudar jamás de lo mucho que te quiero.

Bella se mordió el labio inferior y contuvo el aliento. Entonces, Jesse se metió la mano en un bolsillo del pantalón y sacó el estuche que había tenido todo el día en el bolsillo. Había ido a la tienda de Kevin aquella misma mañana después de dejarla a ella.

Levantó la tapa de terciopelo rojo y le mostró el anillo que le había hecho pensar en ella en el momento en el que lo vio.

– Jesse…

Él le tomó la mano izquierda. Aunque Bella estaba temblando, no la retiró. Lentamente, él le colocó el anillo en el dedo sin dejar de mirarla a los ojos.

– Es un diamante amarillo -le explicó él-. Cuando lo vi en la tienda de Kevin, pensé en ti. En esas camisas amarillas que te pones. En lo mucho que adoras el sol. En la brillantez que hay en el mundo cuando estoy a tu lado.

Bella levantó la otra mano y se cubrió los labios.

Los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a llorar muy emocionada.

– Vaya. He roto mi promesa. Te he vuelto a hacer llorar -susurró él. Se inclinó sobre ella para besarla en la frente con reverencia.

– No cuenta. Las lágrimas de felicidad no cuentan, Jesse.

El sonrió aliviado. Bella lo había perdonado.

– Te amo, Bella. Quiero casarme contigo. Tener hijos contigo. Construir una vida a tu lado.

– Yo también lo deseo, Jesse. Te quiero tanto…

– Por fin -dijo él con una amplia sonrisa en el rostro-. ¿Sabes una cosa? Vas a tener que decir eso con mucha frecuencia. Creo que no me cansaré nunca de escucharlo.

– De acuerdo.

Jesse le tomó ambas manos entre las suyas y dijo:

– Estoy realizando un compromiso, Bella. Contigo. Con nosotros. Incluso he puesto dos papeleras en cada uno de los cubículos de la oficina.

Ella se echó a reír. Sus carcajadas eran un sonido delicioso que lo envolvía como si se tratara de una bendición.

– Oh, Jesse, estás verdaderamente loco.

– ¿Quieres decir loco por ti? Claro que sí, cariño. Cuenta con ello.

En el exterior, unas luces rojas y amarillas iluminaron la oscuridad.

– Es la policía -dijo-. Cielo, ¿te importaría salir conmigo y explicarles a esos amables oficiales que esto es sólo el inicio de una vida en común muy interesante?

Загрузка...