Durante los siguientes días, Bella trató de olvidarse de Jesse y del beso que los dos habían compartido, lo que no le resultó nada fácil. Demonios, la noche que pasó con él hacía ya tres años seguía aún fresca en su mente.
La ayudaba mantenerse activa. Eran los momentos de relax lo que más le fastidiaban. En el momento en el que el cerebro se relajaba, comenzaba a pensar en Jesse y el cuerpo no le andaba a la zaga.
A lo largo de los años, casi había podido convencerse de que los besos de Jesse no eran tan maravillosos como ella creía. Sin embargo, habían bastado unos segundos en su despacho para darse cuenta de que se estaba engañando. Aquel beso había sido tan maravilloso como los que Jesse le había dado tres años atrás. La piel aún le vibraba. Ya era viernes y había llegado el momento de poner a prueba su acuerdo. Aquella noche, iban a cenar juntos. Si él conseguía dejarla verdaderamente atónita, tendrían sexo de postre.
– ¿Bella? -le preguntó una voz desde el probador. Bella agradeció profundamente la distracción.
– ¿Necesitas algo?
Una rubia de ojos azules asomó la cabeza por encima de la puerta del probador y sonrió.
– Necesito una talla más pequeña del bañador plateado.
Bella se echó a reír.
– ¿No te lo había dicho?
La mujer era una nueva clienta y, como todas las que acudían a su tienda por primera vez, no había creído a Bella cuando ésta le había dicho que sus bañadores le darían menos talla que los de las otras tiendas.
– No me lo puedo creer, pero sí, tenías razón.
– Volveré enseguida con una talla más pequeña.
– Madre mía, me encanta escuchar esas palabras -exclamó la mujer con una carcajada.
Bella pasó junto a tres otras clientas que estaban inspeccionando las perchas y se dirigió a la que correspondía a aquel bañador para encontrar una talla más pequeña. Inmediatamente, regresó al probador y se lo dio a su clienta. Entonces, regresó al mostrador.
Justo en aquel momento, la puerta se abrió. Bella esbozó inmediatamente una sonrisa, que se le borró del rostro al ver que se trataba de Jesse King. Él, que parecía estar por completo en su salsa, sonrió a las clientas y centró su atención en Bella.
Dios… Ella odiaba admitir lo que podía sentir con sólo verlo. Iba vestido con prendas de su línea de ropa deportiva. Tenía el cabello rubio revuelto por el viento. Las arrugas de expresión que tenía en torno a los ojos se profundizaron un poco más cuando sonrió.
– Buenos días, señoras -dijo. Entonces, se dirigió directamente hacia el lugar en el que se encontraba Bella.
– ¡Dios mío! Es Jesse King -exclamó una de las mujeres. Inmediatamente después, siguió a la declaración una suave carcajada.
Naturalmente, él escuchó este comentario y profundizó aún más la sonrisa. «Genial», pensó Bella.
– Bella-dijo él, colocando las manos sobre la vitrina de cristal. Entonces, bajó el tono de voz-. Me alegro de volver a verte. ¿Me has echado de menos?
– No -replicó, cuando la realidad era bien distinta. Jesse se había mantenido alejado de ella durante tres días. Sin duda, lo había hecho deliberadamente para volverla loca. ¡Pues no estaba funcionando!
«Sé muy bien que no es así», se dijo.
Jesse sonrió como si supiera lo que ella estaba pensando.
– Te he echado de menos-susurró.
– Estoy segura de ello -replicó Bella-. ¿Has venido para decirme que te has echado para atrás en lo de la cena? -le preguntó, sin muchas esperanzas.
– ¿Y por qué iba yo a hacer algo así cuando estoy decidido a llevarte donde tanto deseo verte? No. He venido para decirte que, si te parece bien, pasaré a recogerte a las siete.
– Oh, no tienes por qué hacer eso. Puedo reunirme contigo donde sea.
– ¿En nuestra primera cita oficial? -replicó él-. No lo creo. Te recogeré en tu casa.
– Bien -accedió ella-. Te escribiré mi dirección.
– Oh, ya sé dónde vives.
– ¿Qué? ¿Cómo? -preguntó. Entonces, recordó el contrato de arrendamiento.
– Hice todo lo posible por enterarme -respondió él. A continuación, se inclinó sobre ella por encima del mostrador y le plantó un rápido beso en la boca. Por último, le guiñó un ojo-. Bueno, nos vemos a las siete.
– De acuerdo. A las siete.
– ¡Excelente! Hasta luego.
Bella estaba completamente segura de que oyó cómo sus clientas suspiraban. O tal vez, había sido ella…
Jesse se dio la vuelta y les dedicó una deslumbrante sonrisa a las señoras que estaban en la tienda.
– Señoras…
Los suspiros velados comenzaron prácticamente en el momento en el que la puerta se cerró. Bella decidió no escuchar. En vez de eso, se enterró en su trabajo y trató de no pensar en la noche que le esperaba.
Jesse se marchó de la tienda de Bella y se dirigió a un pequeño café que había en una esquina cercana. El establecimiento contaba con una pequeña terraza desde la que se dominaba una hermosa vista de la playa, del muelle y de unos hombres que trabajaban para colgar un gran cartel en el que se leía Exhibición de surf: venid a ver a los campeones.
Lo de la exhibición había sido idea suya. Había decidido reunir a algunos de sus amigos para que todos pudieran divertirse en el océano. Al mismo tiempo, la exhibición supondría una importante publicidad para su empresa. Vendrían muchos turistas a la ciudad y gastarían mucho dinero en las tiendas.
No le gustaba admitirlo, pero echaba de menos la competición. La excitación de una reunión con expertos surfistas. No echaba de menos a la prensa o a los fotógrafos, aunque nada podía superar la excitación de una victoria.
Sonrió y se sentó en una de las mesas. Esperó a que una joven camarera llegara para atenderlo.
– Sólo un café, por favor -dijo Jesse.
– Por supuesto, señor King-respondió la chica muy dispuesta-. Va a participar usted en la exhibición de surf, ¿verdad^
– Así es.
– Es genial. ¡Me muero de ganas por verlos a todos en acción!
La joven rubia sonrió y se echó la coleta hacia atrás. Entonces, sacó pecho por sí él no se había dado cuenta.
Jesse asintió con indiferencia. Claro que se había dado cuenta, pero no le interesaba. No hacía mucho tiempo, habría comenzado a flirtear con aquella joven y se habría aprovechado del brillo que relucía en los ojos de la camarera. La única mujer que a él le interesaba tenía otra clase de brillo en los ojos, el de la batalla. Lo más extraño de todo era que aquella clase de brillo lo atraída más que el de la descarada rubia.
La camarera sonrió esperanzada y desapareció en el interior del café. Jesse se quedó solo, a excepción de unos cuantos desconocidos que también estaban sentados en el café. Notó que uno le dedicaba una mirada de interés, pero no le prestó atención. El lado negativo de la fama era que uno jamás podía estar solo.
– Bueno -dijo una voz profunda a sus espaldas-. Creo que deberíamos hablar.
Jesse giró la cabeza y vio que se trataba de Kevin, el amigo de Bella. El recién llegado rodeó la mesa y fue a sentarse en la silla que quedaba enfrente de la de Jesse. Antes de que él tuviera oportunidad de hablar, llegó la camarera con el café de Jesse.
– Hola, Kevin -dijo ella-. ¿Lo de siempre?
– Sí, Tiff. Muchas gracias -respondió Kevin aunque sin dejar de mirar a Jesse.
Cuando volvieron a quedarse solos, Jesse examinó a Kevin. Tenía el aspecto de un perro guardián, lo que hizo que Jesse se preguntara qué clase de amistad compartía con Bella. ¿Eran pareja? No le gustaba, pero era posible. Jesse jamás había creído en el hecho de que los hombres y las mujeres pudieran ser simplemente amigos. Sin embargo, al mismo tiempo, no creía que Bella fuera la clase de mujer que pudiera estar con un hombre y besar a otro. Entonces, ¿en qué situación dejaba todo eso al tal Kevin? ¿Qué interés tenía él en aquel asunto?
– ¿De qué quieres hablar? -le preguntó Jesse, tratando de contener su irritación-. ¿Has venido a decirme que ya tienes esos pendientes de esmeralda?
– No. Vendrán la semana que viene. Se trata de Bella.
Por supuesto. Se lo había imaginado. Era mejor tener una pequeña charla con él y aclarar algunas cosas. Quería saber qué terreno pisaba él con Bella. No es que a Jesse le importara en lo más mínimo. Deseaba a Bella e iba a tenerla a cualquier precio. Sin embargo, resultaba bueno saber a cuántos hombres tendría que apartar para poder llegar hasta ella.
– Bien. Hablemos -dijo Jesse-. Empezaré yo. ¿Has venido a ahuyentarme? Te voy a ser muy sincero. No te va a servir de nada.
Antes de que Kevin pudiera responder, la rubia regresó con el café con nata que Kevin le había pedido.
– Gracias -murmuró él.
La rubia se marchó. Kevin tomó su taza y le dio un sorbo antes de volver a ponerla sobre la mesa.
– Sé que Bella te va a mandar a paseo si es eso lo que quiere. Así que ésa no es la razón de que yo esté aquí.
– Muy bien. ¿Entonces?
– Quiero saber qué está pasando contigo.
– ¿Y por qué te interesa eso?
A Jesse no le gustaba cómo sonaba eso. No le gustaba que Kevin creyera que tenía derecho a defender a Bella de él. Entornó los ojos y apretó los dientes.
– Te preocupas por ella. ¿Para qué has venido? ¿Para convertirte en su caballero andante?
– ¿Acaso necesita uno?
– Si lo necesitara, no creo que fueras tú.
– Es ahí donde te equivocas.
– ¿Te has acostado alguna vez con ella? -le preguntó Jesse, sin rodeos.
– No.
– Bien. En ese caso, si no eres su amante, ni su esposo ni su padre, ¿a qué viene todo esto?
– Soy su amigo. Más que eso -replicó Kevin-. Somos familia.
– ¿Es eso cierto?
– Sí. Ella se quedó bastante dolida hace tres años cuando tú te marchaste. No voy a consentir que le hagas otra vez lo mismo.
Jesse no era la clase de hombre que se autoexaminara con frecuencia. Normalmente, las mujeres con las que pasaba su tiempo buscaban tan sólo lo mismo que él, una tarde agradable. Sabía que Bella no pertenecía a esa categoría. Diablos, tal vez incluso lo había sabido entonces, instintivamente. Simplemente, no había querido reconocerlo.
– Normalmente, no acepto órdenes.
– Considéralo una sugerencia.
– Tampoco me gustan demasiado-dijo Jesse. Apoyó los codos sobre la mesa y observó a Kevin cuidadosamente. No había ira ni celos. Sólo preocupación. Tal vez, efectivamente, era simplemente el amigo de Bella. Si era así, no podía culparlo por querer protegerla. Sin embargo, ése sería a partir de aquel momento el trabajo de Jesse. Sería él quien la protegiera. Lo que había entre Bella y él no era asunto de nadie-. No te estoy pidiendo permiso para nada.
Sorprendentemente, Kevin se echó a reír.
– No, demonios, no. Hombre, Bella me mataría si supiera que estoy hablando contigo.
– Entonces, ¿por qué lo estás haciendo?
Kevin se puso de pie y dejó unas monedas al lado de la taza de su café.
– Bella no es la clase de mujer a la que tú estás acostumbrado. Es de verdad. Y, por lo tanto, se rompe.
Jesse se puso también de pie y deslizó un billete de diez dólares bajo la taza de su café.
– Yo no tengo intención alguna de romperla.
– Ese es el problema -dijo Kevin encogiéndose de hombros-. Un tipo como tú puede romper a una mujer sin ni siquiera tener intención.
Kevin se marchó y dejó a Jesse observándolo. ¿Que había querido decir con eso de «un tipo como tú»? ¿Tan diferente era él de otros hombres? No lo creía. En cuanto a Bella… No tenía intención de hacerle daño y que lo asparan si lo hacía. Jesse la deseaba. Por lo tanto, la tendría.
– Oh, por el amor de Dios, deja de mirarte al espejo -musitó Bella, mirándose al espejo y atusándose el cabello con las manos. Llevaba lista más de media hora y se había pasado todo ese tiempo mirándose y remirándose en el espejo.
El cabello estaba bien. Lo llevaba suelto y ondulado, cayéndole por la espalda. Se había puesto una falda negra, muy larga y una blusa roja de manga corta y profundo escote, que le dejaba ver la parte superior de los pechos. Se miró una vez más en el espejo y pensó seriamente en cambiársela.
Después de todo, Jesse era el principal responsable de que ella hubiera dejado de ponerse prendas ceñidas o sugerentes. ¿Acaso estaba tan loca como para meterse en la guarida del león con aspecto de ser una suculenta pieza de carne?
– Probablemente -respondió.
Entonces, lanzó un suspiro de impaciencia y salió del pequeño cuarto de baño. Ya estaba. No iba a volver a mirarse en el espejo ni iba a seguir preocupándose por el aspecto que tenía o por lo que llevaba puesto. A pesar de lo que Jesse le había dicho aquella tarde en la rienda, no se trataba de una cita, sino de tan sólo una cena. Y de una apuesta que ella no tenía intención de perder.
Se sobresaltó cuando sonó el timbre. Entonces, respiró profundamente y se dirigió a la puerta. No tardó mucho. Su casa era pequeña, pero le encantaba. Además, le tenía mucho cariño porque se trataba de la primera casa que era suya de verdad.
Miró a su alrededor para asegurarse de que todo estaba ordenado y abrió la puerta. Jesse estaba en el pequeño porche repleto de macetas que rebosaban de petunias, pensamientos y margaritas. Bella tuvo que contener la respiración al verlo.
Jesse tenía un aspecto… casi comestible.
El cabello, algo largo, le acariciaba suavemente el cuello de la camisa blanca. Lo llevaba abierto y dejaba al descubierto una pequeña porción de bronceado torso. Llevaba unos pantalones negros, zapatos del mismo color y una sonrisa que parecía estar diseñada para tentar a los ángeles del cielo.
– Estás muy guapa -dijo él mirando un segundo más de lo necesario el escote de la blusa-. ¿Lista?
Bella sintió que los nervios le atenazaban el estómago. Trató de convencerse de que lograría dominarlos. Sin embargo, con sólo mirar a Jesse, se dio cuenta de que aquella sensación sólo iba a empeorar. Lo único que tenía que hacer era mantenerse firme. Así no tendría problemas.
– Seguramente, no, pero vayámonos de todos modos.
Jesse sonrió.
– ¡Así me gusta!
Bella sonrió también a pesar del cosquilleo que aún sentía en el estómago. Entonces, se dio la vuelta, tomó su bolso y sus llaves y salió al porche. Jesse cerró la puerta, le tomó de la mano y le dijo suavemente:
– Llevo tres años esperando esta noche.
La casa de Jesse era, naturalmente, maravillosa. Bella se lo había imaginado desde el momento en el que él había hecho entrar su deportivo por el camino de acceso a una mansión que parecía estar situada en lo alto de una colina.
Esa fue también la primera sorpresa de la noche.
– ¿Se trata de una casa «verde»? -preguntó mientras los dos se dirigían hacia la puerta.
– Sí. Tiene los suelos de bambú y las ventanas de cristal reciclado. Los constructores utilizaron hormigón, que proporciona mejor aislamiento, requiere menos acero y resulta más fácil de colocar como cimientos con menos impacto sobre la tierra. Además… ¿Qué ocurre?
Bella sacudía la cabera. Simplemente no se lo podía creer. Jesse… era mucho más ecológico que ella.
La casa estaba diseñada para parecer una antigua vivienda de adobe de estilo español. Estaba rodeada por multitud de arbustos en flor y docenas de árboles. Sobre el tejado, había paneles solares. Unas amplias ventanas vigilaban el océano. Incluso la puerta principal tenía un aspecto rústico.
– No me lo puedo creer -susurró ella.
– ¿Sorprendida? ¿Tal vez incluso atónita?
Bella levantó el rostro para mirarlo. Jesse la había engañado muy bien porque él tenía que saber que ella jamás se habría creído que él era tan consciente de los asuntos medioambientales. Jesse tenía la fama de destruir y cambiar, pero era él quien tenía los felpudos de las puertas de yute.
Dios.
Estaba metida en un buen lío.
– Me has tendido una trampa.
– La trampa te la has tendido tú, Bella -replicó él riendo mientras le abría la puerta y le franqueaba el acceso a la casa-. Diste por sentado que lo sabías todo sobre mí y estuviste dispuesta a apostar al respecto.
– Pero tú me lo permitiste -replicó ella, entrando al interior de la casa. Dentro, resultaba aún más perfecta que fuera. Maldita sea.
– Sí, bueno, te lo permití.
– Me engañaste. Sabías que yo nunca esperaría algo así. Es decir, yo trato de hacer las cosas todo lo ecológicamente que puedo, pero esto es…
– ¿Por qué estás tan sorprendida?
– ¿Estás de broma? Tú eres el hombre que desgarró por completo el corazón del barrio comercial de la ciudad y le dio la personalidad de una piedra.
– Así son los negocios. Y, para que lo sepas, todos los materiales que utilizamos fueron verdes.
– ¿Por qué? ¿Por qué te importa tanto?
– Soy surfista, Bella. Por supuesto que me interesa el medio ambiente. Quiero océanos y aire limpios. Simplemente, no doy publicidad a lo que hago.
– No. Lo ocultas.
– Eso no es cierto. Si te hubieras molestado en investigarme un poro más, habrías encontrado bastante información. La Fundación «Salvemos las olas» es mía, King Beach la financia.
Bella necesitaba sentarse. Lo miró fijamente, sorprendida e impresionada. ¿Cómo iba a poder reconciliar su imagen del depredador empresarial con aquel lado tan inesperado de Jesse King? ¿Sería posible que se hubiera equivocado sobre él? Si lo había hecho, ¿en qué otras cosas se había creado una imagen falsa sobre él?
Miró a su alrededor. Suelos de bambú. Claraboyas en el techo que permitían que la luz de la luna iluminara el vestíbulo, lo que le daba a la casa entera un aspecto mágico. Estaba más que atónita. Se sentía encantada. Casi orgullosa. ¿Cómo podía ser tan ridícula?
Jesse la agarró por el brazo y la condujo por un largo y amplio pasillo.
– Vamos. Le he pedido al ama de llaves que sirva la cena en el jardín.
A ambos lados, las paredes encaladas estaban cubiertas de fotos familiares. Las miró de pasada, tratando de verlas todas. Sin embargo, le fue imponible. Había demasiadas.
– Ya te dije que tenía muchas más en casa. Te las mostraré todas después de cenar, si así lo deseas.
Cenar. Dado que él la había dejado completamente atónita, ella sería el postre. A menos que se echara atrás. Que huyera. Podía decirle que había cambiado de opinión. Seguramente se molestaría, pero no tenía ninguna duda de que la dejaría marchar.
– Estás pensando demasiado -dijo él.
– Me has dado muchas cosas sobre las que pensar
– Sabía que tú te quedarías atónita, pero no puedo evitar preguntarme por qué.
Salieron a un patio con el suelo de baldosas. Al verlo, Bella sintió que se quedaba sin aliento.
La luna llena lucía en el cielo y se reflejaba sobre el mar, creando un camino plateado que parecía conducir a algún lugar maravilloso. Las estrellas brillaban en un cielo casi negro y la brisa del mar se acercaba suavemente hasta ellos, como si quisiera acariciarles la piel. Había una pequeña mesa redonda puesta con un mantel de fino lino, delicada porcelana y reluciente cristal. En el centro, había una botella de vino y las llamas de las velas ardían bajo la protección de delicadas pantallas.
– Vaya…
– Estoy completamente de acuerdo.
Bella se volvió a mirarlo y comprobó que Jesse la estaba mirando a ella. ¿Era todo aquello parte de su juego, su rutina para encandilar a las mujeres o era algo más? ¿Algo sólo para ella?
Ese pensamiento resultaba de lo más peligroso.
– Esto es muy hermoso -susurró ella, muy impresionada.
– Lo es-replicó él. Se acercó a la mesa y sirvió una copa de vino para cada uno-. Encontré este lugar la última vez que estuve en Morgan. La posición es maravillosa, pero yo quería algo más ecológico. Por eso, decidí reformarla.
– Parece que te gusta mucho lo de reformar edificios.
– No puedo evitarlo. Soy un manitas -bromeó.
Bella sintió que el estómago le daba un vuelco. Entonces, se paró a pensar en lo que él le había dicho.
– ¿Compraste esta casa hace tres años?
– Sí -respondió él mientras se acercaba a Bella con las dos copas en las manos.
Ella aceptó la copa, dio un sorbo al vino y dijo:
– Entonces, estabas planeando desde siempre mudarte aquí.
– No siempre -dijo él-. En realidad, fue una reunión con una cierta mujer sobre una playa lo que me decidió a hacerlo.
Jesse conocía demasiado bien el arte de la seducción, las palabras exactas, los gestos adecuados. Bella sentía que se estaba rindiendo. Si hubiera tenido el más ligero retazo de sentido común, habría salido huyendo tan rápido como hubiera podido. Sin embargo, no quería hacerlo.
– ¿Por qué haces así las cosas?
– ¿Cómo? -preguntó él.
– Hablarme como si estuvieras tratando de seducirme.
– Eso es precisamente lo que estoy haciendo. No lo he guardado precisamente en secreto.
– ¿Por qué cumples con todas las reglas del juego? No tienes que halagarme ni flirtear conmigo. Ni ninguna de las cosas que haces normalmente para seducir a las mujeres. Ya sabes que yo también te deseo. Entonces, ¿por qué fingir que sientes por mí algo que no sientes?
Los rasgos de Jesse se quedaron completamente inmóviles. Bajo la luz de la luna, sus ojos azules relucían como si fueran de plata. Tensó la barbilla. La brisa le revolvía ligeramente el cabello.
– ¿Y quién dice que no lo siento?