Capítulo Cuatro

Durante los dos días siguientes, Jesse observó cómo los clientes no dejaban de entrar y salir de la tienda de Bella. Desde el mirador privilegiado que le ofrecía la ventana de su despacho o desde una mesa de la terraza del café de la playa, podía observar sin problemas la tienda y a su intrigante dueña. Lo que más le sorprendió fue el volumen de negocios que tenía. Bella le había dicho que su negocio iba algo más lento porque se estaba terminando el verano. Vaya. Si aquello era ir lento, se sentía de lo más impresionado.

Seguía sin gustarle la expansión, pero no podía sacarse la idea de la cabeza. Las averiguaciones de Dave demostraron el éxito que Bella tenía en su porción de mercado. No pensaba consentir que Nick Acona se quedara con aquel próspero negocio delante de sus narices.

Ella era el anuncio perfecto para sus artículos. Una mujer corriente entraba en su tienda frustrada por lo que le ofrecían los grandes almacenes y se marchaba de allí con una sonrisa en el rostro. Llevaba días viéndolo. Admitía que el negocio de Bella funcionaba estupendamente, pero él haría que funcionara aún mejor.

Si se lo compraba o si, simplemente, lo absorbía y la mantenía a ella como diseñadora jefe, los dos podrían hacer millones. Seguramente ella se opondría en todo. Sonrió al pensarlo. Le gustaba mucho eso. La mayoría de las mujeres que conocía estaban tan ocupadas flirteando con él que jamás consideraban discutir. Bella era diferente. Dado que sabía que era su mujer misteriosa, resultaba aún más atractiva.

La deseaba. Desesperadamente. Ansiaba explorar ese cuerpo fabuloso, sentir el calor de su piel y construir nuevos recuerdos. Deseaba mucho más que una sola noche. No sabía cuánto más, pero eso no era lo importante en aquellos momentos. Lo importante era ella.

Demonios. En realidad, Bella le gustaba. Y la comprendía. Mientras la observaba con sus clientes, comprendió que su negocio era mucho más que trabajo para ella. ÉL se había sentido del mismo modo cuando comenzó. Cuando compró su primera empresa, se había interesado por aprender a cómo darle forma a las tablas de surf él mismo. Había disfrutado estando allí, sintiendo un vínculo con su empresa. Sintiendo que era parte de él.

No había ninguna duda de que así era como Bella se sentía con su tienda. La admiraba por ello, pero sabía que sería un punto de fricción entre ellos. Bella jamás querría ceder las riendas de su negocio. Pero él conocía su secreto. Sabía que era una mujer apasionada. Una mujer que había conseguido que su mundo se tambaleara hacía tres años.

Lo que tenía que hacer era seducirla. Encandilarla. Halagarla. Metérsela en la cama y, cuando la tuviera allí, estaría en posición de conseguir que le cediera su negocio. Entonces, cuando por fin todo hubiera acabado, ella sería rica y le estaría dando las gracias. Si había algo que Jesse King conociera muy bien, eran las mujeres.


– Jesse King ha estado con tantas mujeres que ya no nos distingue. El género femenino entero no es para él nada más que una tienda de golosinas bien surtida -comentó Bella mientras golpeaba con las uñas de la mano una de las vitrinas de joyas de la tienda de Kevin.

Habían pasado tres días desde la última vez que vio a Jesse, y él no había hecho esfuerzo alguno por hablar con ella. No es que hubiera estado esperando verlo, pero se sentía algo frustrada.

Había parecido emocionado al averiguar que ella era la mujer con la que había estado tres años atrás. Tanto que llevaba evitándola desde entonces. Bella se sentía furiosa. Por el amor de Dios. Se sentía furiosa cuando él estaba cerca y también cuando no lo estaba.

– Evidentemente, me está volviendo loca.

– No hay nada malo en un poco de locura -dijo Kevin.

– Resulta fácil decirlo cuando tú no eres la idiota en cuestión -musitó Bella. Se inclinó sobre una vitrina de cristal para examinar un nuevo par de pendientes-. ¿Son de turquesa?

– Dios, eres una plebeya -comentó él, riendo-. No, querida mía. Es lapislázuli. Es muy antiguo. Esa piedra era muy popular en los tiempos de los emperadores y los faraones.

– ¿Sabes una cosa? -le dijo ella con una sonrisa-. Si no hubiera conocido a tu novia, pensaría que eras homosexual.

– Los heterosexuales también saben mucho de joyas. Tu surfista compró un maravillo collar de esmeraldas, ¿te acuerdas?

Bella sintió un aguijonazo. ¿Para quién lo habría comprado? Esa mujer tenía que ser muy importante para él. No se compraban esmeraldas para una aventura casual.

– Ah, sí, el señor Considerado. Me pregunto quién de entre sus esclavas se queda con las esmeraldas -musitó Bella.

– Cielo, me estás pareciendo una esposa celosa.

Ella levantó inmediatamente el rostro y lo miró con dureza.

– Te aseguro que no lo soy.

– Pues yo creo que sí.

– No estoy celosa. Simplemente, irritada.

– Y lo ocultas muy bien. Bueno, entonces, él ya se ha enterado de lo de hace tres años.

– Sí, y tuvo la cara de decirme que le debería haber dicho antes quién era yo.

– ¡Qué idiota! ¿Cómo se atreve a utilizar la lógica?

– Qué gracioso -replicó Bella-. Esto no tiene nada que ver con la lógica. Se mostró completamente insultante.

– ¿Insultante? Vamos, Bella. Dale a ese pobre hombre un respiro. Te dijo que se acordaba de aquella noche. Que se acordaba de ti. ¿Por qué es eso insultante? Ah, te ruego que me hables despacio. No te olvides que tengo un cromosoma Y.

– Resulta insultante porque se acordaba del sexo, pero no de mí.

– Pues claro. Las mujeres siempre hacéis que estas cosas sean más difíciles de lo que tienen que ser. El se acordaba del sexo por ti. Por lo tanto, se acordaba también de ti.

– ¿Es obligatorio que los hombres os apoyéis siempre los unos a los otros?

– Contra las mujeres, sí -admitió Kevin-. Yo adoro a las mujeres, pero podéis conseguir que un hombre envejezca antes de tiempo.

– Kevin, ¿podrías ser mi amigo y no el hermano de armas de Jesse? ¿Es que no lo entiendes? Por lo que a él respecta, yo podría haber sido cualquiera.

– Soy tu mejor amigo y por eso te estoy diciendo la verdad a pesar de que tú no deseas escucharla. No fuiste cualquiera para él. Fuiste tú. Se acordaba de ti. Déjate de monsergas.

– No me puedo creer que sigas de su lado.

– La pregunta es, en realidad, por qué estás tú en contra de él. A mí me parece que estás obsesionada con Jesse.

– Eso no es cierto, Además, no lo entiendo. Tú solías apoyarme contra él. ¿No fuiste tú el que me ayudó a organizar la marcha de protesta contra las absorciones de empresas en Morgan Beach?

– Tú eres la única que sigue teniendo un problema con él.

– Bien. Loba solitaria. Esa soy yo.

La campaba de la puerta sonó. Kevin le sonrió.

– Volveré en un segundo, señora Loba. Tengo un cliente. Échales un vistazo a los nuevos pendientes de plata. Señora Latimer -dijo Kevin, dirigiéndose a la alta y elegante mujer que acababa de entrar en la tienda-, tengo unos jades que le van a encantar.

– Las cosas están muy feas cuando ni siquiera tu mejor amigo está de tu lado -murmuró Bella. Se dirigió a la vitrina donde Kevin guardaba la plata. La examinó, deslizando el dedo sobre el frío cristal-. Jade, esmeraldas, diamantes…

– ¿Cuál te gusta más?

Bella se quedó boquiabierta.

– ¿Qué estás haciendo aquí?

Jesse sonrió. Con un dedo, la ayudó a cerrar la bota.

– He regresado para ver si Kevin tiene unos pendientes a juego con el collar que me llevé hace un par de semanas.

– Ah, sí, las esmeraldas -dijo. ¿Había sonado melancólica? Esperaba que no.

– ¿Tienes algo en su contra?

– En absoluto. Sólo espero que la mujer a la que se las has comprado aprecie el gesto. Hmm…, me pregunto si te acuerdas de como se llama.

– Claro que sí-replicó él-. Sin embargo, ahora me estoy preguntando yo por qué te importa. ¿Acaso estás celosa?

– Por favor…

Por supuesto que no estaba celosa. Lo miró a los ojos y se dijo que debía recordar que ella no significaba nada para él. Un borroso recuerdo de una noche.

– No es asunto mío que le compres joyas a una mujer -replicó-. Simplemente, espero que la pobrecilla sepa en lo que se está metiendo.

– Oh, creo que lo sabe -repuso él, sonriendo.

– Resulta sorprendente ver cuántas mujeres se ven absorbidas por tu órbita,

– Si no recuerdo mal, a ti te gustó bastante mi órbita.

Ella le dedicó una mirada de desaprobación.

– Creía que habías dicho que no te acordabas de mucho.

– Bueno, los recuerdos son algo vagos, pero ahí están. Piel ligeramente bronceada a la luz de la luna -susurró, inclinándose suavemente hacia ella-. El estallido de algo eléctrico cuando nos tocamos. El suspiro de tu aliento…

Se detuvo y Bella se echó a temblar.

– ¿Me puedes refrescar la memoria un poco más? -añadió Jesse.

Ella sintió que la indignación se le despertaba por dentro. Efectivamente, resultaba el hombre más atractivo sobre la faz del planeta. Sexy, guapo… pero completamente inmoral.

– Sí, claro -replicó ella con fiereza-. Por supuesto que sí. Estás aquí para comprar esmeraldas para una conquista mientras tratas de prepararte otra. Me da mucha pena esa mujer. Si supiera su nombre, iría a buscarla y le prevendría sobre ti.

– Confía en mí si te digo que no necesita que la adviertas de nada.

– Yo creo que sí. Seguro que está sentada en su casa, pensando que eres algo especial, sin tener ni idea de que estás tratando de ligar conmigo y…

– ¿Ligar contigo? Yo no creo que eso tenga nada de malo.

Bella lo miró boquiabierta.

– ¡Eres un verdadero cerdo!

– Tranquilízate, Bella. ¿Por qué no vamos a almorzar juntos y hablamos de todo esto?

– Ni hablar -dijo Bella, dando un paso atrás para que sus intenciones quedaran más claras. Sabía que Jesse King no era bueno para ella, pero su cuerpo respondía cuando él estaba cerca. Se preguntó qué decía eso de ella. Jesse era el único hombre que la afectaba de aquella manera-. No hay nada que pueda convencerme para que repita un error que he tardado tres años en bloquear de mi memoria -dijo, echando una pequeña mentira. No podía admitir delante de él todo lo que aquella noche había significado para ella. Además, después de haber empezado a conocerlo un poco mejor, estaba comenzando a replantearse aquellos momentos de placer.

La sonrisa desapareció de los labios de Jesse. Rápidamente, la irritación se le reflejó en los ojos.

– Si realmente has estado tratando de bloquear esa noche de tu mente, no estarías ahora tan enfadada por el hecho de que yo haya comprado joyas para otra mujer.

Bella contuvo el aliento. Cuando habló, su voz iba cargada de furia.

– ¿Hablas en serio? ¿De verdad es tan grande tu ego?

– Bella, si te callaras durante un momento…

– ¿Callarme dices? No me puedo creer que me acabes de decir eso.

– Bella, si me dejaras hablar…

– No. Ya has dicho más que de sobra. Estás aquí tratando de engatusarme mientras le compras carísimas joyas a otra pobre mujer que probablemente piensa que la amas.

– Y así es.

Bella se quedó boquiabierta. Dolida. Herida. Furiosa. Sorprendida. Se preguntó por qué aquellas palabras te habían dolido tanto. Jamás se había parado a pensar en lo que sentía por Jesse King, pero oírle admitir que amaba a otra mujer era simplemente… horrible.

No debería importarle. Hacía tres años que no lo veía. No lo había querido en su vida. Sin embargo, saber que eso ya no ocurriría le dolía a un nivel que no había esperado. Eso le hizo enfurecerse aún más con él.

– Canalla.

– Por supuesto que la amo. Es una mujer magnífica. Divertida, inteligente…

– Me alegro por ti -le espetó. Trató de marcharse-. No te molestes en mandarme una invitación a la boda.

– La boda ha terminado.

– ;Cómo? ¿Significa eso que ya estás casado?

Jesse se echó a reír, provocando que tanto Kevin como su cliente se volvieran a mirarlos con curiosidad. Después de un instante, los dos volvieron a centrarse en el asunto que los ocupaba mientras Bella trataba de controlarse. Aquello era peor de lo que podría haber imaginado nunca.

– ¿Estás casado? -repitió, con incredulidad.

– Yo no. Ella sí.

Bella se quedó completamente atónita por lo que acababa de escuchar. La situación iba empeorando cada vez más.

– Bueno, eso te convierte en un verdadero héroe, ¿no te parece? Le has comprado joyas a una mujer casada.

– Creo que su esposo lo comprenderá.

– Oh, estoy segura de ello.

– No me crees -dijo él, con una sonrisa-, pero mi primo Travis sabe que estoy loco por su esposa Julie.

– Sí, claro, estoy segura de que…

Bella se interrumpió cuando comprendió las palabras que Jesse acababa de pronunciar. Entonces, notó que él estaba sonriendo y que la alegría por la diversión que le provocaba aquella situación se le reflejaba en los ojos.

– ¿Qué?

Jesse extendió la mano, tomó la de Bella y comenzó a acariciársela de un modo que quería resultar tranquilizador, pero que, en realidad, estaba despertando todos sus instintos más básicos. ¿Por qué tenía que ser Jesse King quien despertara todo su cuerpo con una sola caricia?

Como si supiera exactamente lo que ella estaba pensando, Jesse la miró entonces de un modo más… íntimo.

– El collar y los pendientes son para la esposa de mi primo Travis.

– ¿Para la esposa de tu primo?

– Sí -respondió él, con una sonrisa-. Acaba de tener un bebé. El segundo. Esta vez ha sido un niño. Su hija Kalie casi tiene dos años y Colin nació hace un mes.

– Y le has comprado unas esmeraldas -dijo Bella. Sintió que los últimos retazos de su ira iban desapareciendo y que se veían reemplazados por algo que se parecía mucho a la ternura, un sentimiento mucho más peligroso en lo que se refería a Jesse King.

– Sí. Tiene ojos verdes y Travis siempre le está comprando esmeraldas, por eso, cuando vi el collar aquí, no pude resistirme.

Le había comprado un carísimo collar a la esposa de su primo. ¿Por qué eso despertaba su ternura? Porque indicaba que estaba muy unido a su familia. Ella llevaba viviendo la mayor parte de su vida sola. La familia no había sido nunca más que un sueño. Sintió envidia de Julie King. Tenía un esposo que la adoraba, dos hijos y un primo que la quería lo suficiente como para comprarle algo especial con lo que celebrar el nacimiento de su hijo.

– Bueno, ¿sigo siendo un cerdo?

– Probablemente, pero en esto no, por supuesto.

– Pareces desilusionada.

– No. Sólo me siento confusa.

– Bueno. Creo que tengo que decir que eso me parece un paso en la dirección correcta.

– ¿Cómo es eso?

– La confusión significa que ya no estás tan segura de que yo sea el diablo encarnado y que, tal vez, estás dispuesta a arriesgarte.

El corazón de Bella se aceleró y el estómago le dio un vuelco. Maldita fuera. Su cuerpo se estaba rebelando. Supo que tendría que mantenerse alejada de Jesse King. Ya había salido escaldada en una ocasión, por lo que sería una estupidez meterse otra vez en el agua hirviendo.

Sin embargo… le había comprado esmeraldas a!a mujer de su primo y le parecía lo correcto, lo que debía hacer. Eso decía mucho sobre él, ¿no?

La vida le había resultado mucho más fácil cuando sólo lo odiaba.

– ¿Arriesgarme a qué?

– ¿Qué te parece si me das la oportunidad de llevarle a conocer mi empresa? -le preguntó él con una sonrisa-. Quiero demostrarte que no soy el director de un imperio malvado.

– Hmm. Eso aún hay que verlo. Acepto que me enseñes King Beach.

– Con eso me basta por el momento. ¿Qué te parece dentro de una hora?

– Bien -respondió Bella. El sentimiento de lucha había desaparecido de su interior. Su mente, su cuerpo y su corazón estaban tratando de comprender aquella nueva faceta de la personalidad de Jesse King.

– Muy bien. Hasta luego.

Se marchó de la tienda de Kevin sin mirar atrás, dejando a Bella más confusa que nunca.

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