Capítulo Ocho

Bella se volvió para mirarlo. Cuando su mirada se cruzó con la de él, sintió que todo su cuerpo vibraba silenciosamente. Jesse tenía una mirada salvaje en los ojos, que reflejaban pasión, deseo y algo más que ella no pudo identificar del todo. Sin embargo, fuera lo que fuera, Bella sintió que una emoción similar se despertaba en ella.

– ¿Qué es lo que quieres de mí, Jesse?

Jesse se acercó a ella y dejó la copa sobre la mesa. Entonces, colocó las dos manos sobre los hombros de Bella.

– Esta noche, sólo te deseo a ti y no quiero que sea porque he ganado esta estúpida apuesta -susurró. Deslizó las manos hasta el rostro de ella y se lo enmarcó delicadamente-. Deseo que vengas a mi dormitorio porque tú también lo desees. Porque los dos necesitamos estar allí.

Bella se dio cuenta de que Jesse le estaba dando la oportunidad de echarse atrás. Sin embargo, no iba a hacerlo. En el momento en el que supo que Jesse había regresado a Morgan Beach, había sido consciente de que iban a terminar así. Que, al final, terminarían juntos una vez más, aunque sólo fuera por una noche. Además, sí aquella noche iba a ser la única, estaba decidida a aprovecharla al máximo.

No iba a seguir escondiéndose de lo que sentía.

No iba a fingir que lo odiaba. No iba a seguir mintiéndose. La sencilla verdad era que se había enamorado de él tres años atrás, cuando los dos hablaban de sus pasados, de sus futuros y compartían una sorprendente pasión bajo la luz de la luna.

No había deseado enamorarse de él. No lo había esperado nunca. Llevaba tres años tratando de esconderse de la verdad tras una cortina de odio porque estaba segura de que aquel sentimiento no iba a ir a ninguna parte. Los hombres como Jesse King no sentaban la cabeza y, si la sentaban, no se casaban con mujeres como Bella. Por lo tanto, había sido mucho más fácil decirse que lo odiaba antes que enfrentarse al hecho de que amaba a un hombre que jamás podía tener.

Ya había terminado con eso. Lo amaba, aunque jamás se lo confesaría. Iba a pasar otra noche con él, aunque eso fuera lo único que pudiera obtener.

Levantó las manos, le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas.

– Yo quiero estar aquí, Jesse. Contigo.

– Gracias a Dios -susurró él mientras inclinaba la cabeza para besarle los labios.

Bella sintió que el pensamiento se le hacía pedazos cuando él le separó los labios con la lengua para profundizar el beso, robándole el poco aliento que le quedaba y compartiendo el suyo. La lengua acariciaba suavemente la de Bella, enredándose juntas en una danza que ella llevaba tres años echando de menos. Ella extendió las manos sobre la ancha espalda y lo estrechó con fuerza contra sí para poder darle todo lo que tenía y aceptar todo lo que él le ofrecía.

Jesse la abrazó con fuerza, apretándola contra él, con una necesidad tan fiera que le inflamaba la suya propia. La levantó con facilidad entre sus brazos, haciendo que Bella se sintiera como la heroína de una película romántica. Dejó que él la condujera hasta una escalera. No le importaba adonde la llevara, siempre y cuando comenzara a besarla muy pronto.

Cuando finalmente se detuvo y la dejó sobre el suelo, Bella miró a su alrededor, Estaban en el que suponía que era el dormitorio de Jesse. Una enorme cama de bambú ocupaba la mayor parte del espacio. Sobre la cama había una claraboya que permitía que la luz de la luna cayera directamente sobre un edredón blanco y negro que parecía hecho a mano. Además, había una docena de cojines apilados contra el cabecero. Las ventanas proporcionaban una bella imagen del mar y permitían que la suave brisa marina ventilara la estancia.

– ¿Te gusta? -le preguntó él.

– Claro que sí…

– Creo que también te gustará esto -dijo. Retiró el edredón y dejó al descubierto unas sábanas blancas-. Algodón reciclado.

Bella suspiró.

– Creo que acabo de tener un orgasmo.

Jesse se echó a reír.

– Todavía no, cielo, pero lo tendrás muy pronto. Te lo prometo.

– ¿Los King siempre mantienen sus promesas?

– Efectivamente.

Jesse la estrechó contra su cuerpo de un modo que le provocó temblores de excitación a Bella por todo el cuerpo. Sentía cada firme centímetro de su cuerpo, lo que provocó que se olvidara de todo lo demás. Su negocio, su rivalidad con él, todo… Bella no quería pensar. Sólo deseaba sentir.

Y Jesse estaba completamente dispuesto a satisfacerla. Su beso se fue volviendo más apasionado, más frenético. Era como si no pudiera cansarse de su sabor. Bella le deslizó las manos por la espalda una y otra vez, sintiendo cómo flexionaba y tensaba los músculos tonificados por años de natación en el mar que tanto amaba. Jesse tenía los brazos como bandas de hierro, que la estrechaban con fuerza. Cuando le agarró el trasero y la acercó aún más contra su cuerpo, ella sintió la inconfundible longitud del miembro viril que se erguía entre ellos.

Bella sintió que el cuerpo se le encendía. La temperatura comenzó a subirle mientras se humedecía y preparaba para él. Jesse pareció sentir lo que ella estaba experimentando porque le agarró el bajo de la camisa y le sacó ésta limpiamente por la cabeza. En cuestión de segundos, también le había despojado de la falda. Bella estaba de pie, delante de él, cubierta tan sólo por un sujetador de encaje blanco y unas braguitas del mismo color.

Le acarició el cuerpo, delineando sus curvas, cubriéndole los senos hasta que ella notó el calor de su piel a través de la delicada tela.

– Jesse…

– No me metas prisa -dijo él, con una sonrisa-. Llevo esperando demasiado tiempo esta oportunidad,

– No hay prisa, pero creo que las rodillas se me están deshaciendo.

– En ese caso, veamos lo que podemos hacer al respecto.

La condujo hacia la cama y la empujó ligeramente para que ella terminara cayendo sobre el colchón. Las sábanas eran suaves y tenían un tacto frío, mientras que las manos de Jesse, cálidas y firmes, no dejaban de acariciarla. Bella cerró los ojos para disfrutar más de las sensaciones. Estaba allí, en la cama de Jesse, dejando que él le acariciara. Sabía que, pasara lo que pasara entre ellos, nada podría arrebatarles la perfección de aquella noche.

Cuando sintió que Jesse se apartaba de ella, abrió los ojos y observó cómo él se desnudaba rápidamente. La luz de la luna iluminaba su cuerpo desnudo, lo que provocó que Bella pensara que jamás había visto nada tan hermoso. Sonrió.

– Acabo de recordar lo hermosa que estás a la luz de la luna -susurró él.

– Qué raro. Yo estaba pensando justamente lo mismo sobre ti.

– Los hombres no son hermosos, Bella.

– Tú sí.

– Ya hemos hablado bastante -le dijo Jesse. Entonces, se inclinó sobre ella,

En cuestión de segundos, le desabrochó el sujetador y le quitó las braguitas. Bella se retorció debajo de él, tratando de apretarse aún más contra él, de sentir cada centímetro de su cálido cuerpo.

Las manos de Jesse parecían estar en todas partes al mismo tiempo. Los senos, el vientre y la entrepierna de Bella vibraban bajos sus caricias. Unos hábiles dedos acariciaban el centro de su feminidad, haciendo que ella se retorciera de placer a medida que la necesidad se iba convirtiendo en una tormenta que amenazaba con engullirla.

Una y otra vez, Jesse la empujaba hacia la cima del placer, pero evitaba que ella la alcanzara. Bella levantó las caderas hacia él, pero Jesse bajó la cabeza y le tomó primero un pezón entre los labios, que aspiró ávidamente hacia el interior de la boca. Labios, lengua y dientes estimulaban un pezón ya muy erotizado, haciendo que Bella gimiera de placer y le arañara la espalda mientras se retorcía de gozo debajo de Jesse. Ella levantó las manos para hundírselas en el cabello e inmovilizarle así la cabeza para que no pudiera apartarla de sus senos.

– Jesse…

– Pronto -prometió él.

Tendría que serlo o Bella se moriría de deseo. Sintió que el cuerpo se le tensaba un poco más. Sabía que ya no podría aguantar mucho más.

– Te necesito… Dentro de mí… Jesse, por favor…

Él levantó la cabeza, la miró fijamente y dejó que Bella comprobara en sus ojos que estaba sintiendo la misma pasión. Ella sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho y que algo salvaje y maravilloso se le iba extendiendo por las venas. Había mucho más que simple deseo. Había un vínculo íntimo entre ellos. Bella lo sentía. Lo conocía. Lo reconocía.

Jesse la besó una vez más, hundiéndole la lengua profundamente en la boca. Siguió acariciándola con los dedos, torturándola mientras se le colocaba entre las piernas.

Bella levantó las caderas a modo de invitación silenciosa. Cuando Jesse interrumpió el beso y la miró, ella se sintió la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra. La observaba con tal anhelo que hacía que ella se sintiera poderosa, fuerte, arrebatadora.

Jesse le separó un poco más las piernas y le deslizó las manos por el interior de los muslos hasta que ella contuvo el aliento y susurró con voz entrecortada:

– Jesse, por favor…

– Sí -musitó él, hundiendo su cuerpo en ella con un largo y sensual movimiento-. Ahora…

Bella gruñó de placer cuando él la penetró, sintiendo que su cuerpo se estiraba para acomodarlo. Se quedó completamente inmóvil dentro de ella durante un largo instante, Bella se movió debajo de él, mostrándole así que estaba lista para él. Para todo lo que él quisiera darle.

Jesse observó cómo los ojos de ella se nublaban y sintió los latidos de su corazón rugiéndole contra el pecho cuando se inclinó sobre ella una vez más para besarle los senos. Su propio corazón le galopaba como un caballo desbocado en el cuerpo. Le resultaba imposible recuperar el aliento, pero no le importaba. Aquello era lo que estaba buscando desde hacía tres años. Aquella mujer. Aquel momento. Aquel vínculo.

Bella se movía sinuosamente debajo de él, Jesse decidió dejarse llevar y comenzó a moverse con ella con largos y firmes movimientos destinados para proporcionar el máximo placer, para avivarlo de tal modo que los dos ardieran en las llamas del orgasmo. Una y otra vez, la reclamaba con cada envite. Ella lo recibía de pleno, levantando las caderas para él y creando así un suave ritmo que él no había encontrado con ninguna otra mujer. Era como si sus cuerpos reconocieran fácilmente el sentimiento al que los dos se habían estado oponiendo. Se pertenecían el uno al otro. Encajaban.

Jesse le colocó las manos a ambos lados de la cabeza y miró aquellos maravillosos ojos color chocolate, que brillaban bajo la luz de la luna. Entonces, se entregó por completo. Sintió que se le tensaba el cuerpo y supo que el momento había llegado cuando Bella alcanzó su clímax y observó la magia en sus ojos. Sólo entonces, se permitió seguirla.

Cuando los últimos temblores de su cuerpo cesaron por fin, se dejó caer encima de ella. Sintió que Bella lo abrazaba y lo acurrucaba contra su pecho.


La noche pasó demasiado rápidamente. Jesse no parecía saciarse de ella. Hicieron el amor una y otra vez y cada ocasión fue mejor que la anterior. Alcanzaban juntos el orgasmo, dormían brevemente y volvían a hacer el amor. Por fin, sobre las dos de la mañana, se pusieron unos albornoces y bajaron a la cocina para dar cuenta por fin de la cena que el ama de llaves de Jesse les había dejado preparada. Ya estaba completamente fría, pero no les importó. Bebieron vino, cenaron y entonces, Bella fue el postre encima de la mesa de la cocina.

Jesse no podía apartar las manos de ella. Sabía lo diferente que era aquella experiencia para él. Jamás había querido que una mujer se quedara a pasar la noche con él. En el caso de Bella, no quería que se marchara. Nada cambiaría mientras la tuviera allí, en su casa. Cuando el mundo se interpusiera entre ellos, todo sería diferente.

Sin embargo, no pudo ignorar el amanecer. Él estaba acostumbrado a levantarse temprano. El hábito le venía de todos los años que pasó entrenando en el mar en las primeras horas del día. Por lo que a él se refería, el alba era la mejor parte del día.

Bella seguía durmiendo cuando él se levanto de la cama para hacer un poco de café. Su ama de llaves no llegaría hasta mediodía, por lo que el desayuno dependía de él. Sonrió al pensar que podía llevar a Bella una taza de café a la cama, para luego convencerla de que se diera una larga y cálida ducha con él.

Sin dejar de sonreír, apretó el botón que encendía la cafetera y se dirigió a la puerta principal. Salió al exterior, tomó el periódico del porche y regresó a la casa. Fue desplegando el periódico mientras entraba en la cocina.

Mientras esperaba que se hiciera el café, se reclinó contra la encimera y hojeó el delgado periódico local. Se detuvo en la página del editorial y lo dejó un instante para servirse la primera taza de café del día. Tomó un sorbo y examinó las cartas al editor en las que se contenían toda las quejas de los habitantes de Morgan Beach, desde los chicos que utilizaban su patinete en las calles o el hecho de que los perros no debían pasear por la playa.

– En las ciudades pequeñas como ésta siempre hay alguien que tiene algo que decir.

Entonces, una carta en concreto le llamó la atención. Frunció el ceño. Miró hacia arriba y, tras dejar el periódico un instante, sirvió dos tazas de café y se dirigió a su dormitorio. Bella seguía aún acurrucada bajo el edredón. Durante un instante, Jesse estuvo a punto de ignorar aquel estúpido periódico y de unirse de nuevo con ella en la cama.

Sacudió la cabeza y se sentó en el borde del colchón. Dejó el café sobre la mesilla de noche y comenzó a apartar el sedoso cabello del rostro de Bella.

– Bella, despierta…

– ¿Qué? ¿Por qué? -susurró ella mientras se colocaba la almohada sobre la cabeza y se hundía un poco más bajo el edredón.

Jesse le quitó la almohada y la dejó a un lado.

– Vamos, despiértate.

Bella abrió un ojo y lo miró con desaprobación.

– Jesse, pero si aún es de noche…

– Está amaneciendo y el periódico ha llegado ya. El Semanario de Morgan Beach -dijo él, observándola para ver qué reacción tenía ella.

– Me alegro -musitó. Entonces, comenzó a olisquear-. Huelo café.

– Te he traído una taza -dijo él.

Cuando Bella se hubo acomodado, le entregó una taza. Ella se había cubierto los senos con la sábana y tenía el cabello completamente revuelto. Estaba tan hermosa. Y parecía tan inocente…

Resultaba raro que Jesse jamás hubiera considerado la posibilidad de que ella pudiera estar trabajando en su contra. Debería haberlo hecho.

Bella dio un sorbo a la taza y trató de despejarse.

– ¿Por qué estamos despiertos?

– Yo siempre me levanto muy temprano.

– Es una malísima costumbre, menos mala por el hecho de que, al menos, me has traído café -añadió, con una dulce sonrisa.

– Sí. Y material de lectura.

– ¿Cómo? -preguntó ella. Entonces, se fijó en el periódico, que él había doblado para destacar una sección en concreto. Pasaron unos segundos antes de que lo comprendiera todo-. Oh, no…

– Oh sí. Tu carta al director ha salido publicada esta mañana.

– Jesse…

– Espera, quiero leerle mi parte favorita -dijo él concentrando su atención en la carta corta y al grano que Bella había escrito-. «Morgan Beach está vendiendo su alma a un depredador empresarial a quien no le importa lo que nos pueda ocurrir a nosotros o a nuestros hogares mientras su empresa obtenga beneficios. Deberíamos unirnos y dejarle bien claro a Jesse King que no permitiremos que nos compre. No rendiremos nunca nuestra identidad. Morgan Beach existía mucho antes que Jesse King y seguirá existiendo mucho después de que él se canse de jugar a ser un miembro de nuestra comunidad».

Bella cerró los ojos. Un gruñido se le escapó de la garganta. Entonces, se cubrió los ojos con una mano, como si no pudiera ni siquiera mirarlo. Tenía una expresión de tristeza total en el rostro. Al menos, Jesse se alegró de eso.

– Muy bonito -añadió, con el sarcasmo reflejado en la voz-. Me gusta en especial eso de «depredador empresarial». Parece que esa expresión te gusta. El resto es bastante bueno. Deberías ser escritora.

– Estaba enojada.

– ¿Estabas? ¿Y ya no lo estás?

Bella subió la sábana un poco más y luego se mesó el cabello con una mano, apartándoselo así del rostro.

– No lo sé.

– Genial. No lo sabes.

Jesse se puso de pie y se dirigió a una de las ventanas. Se sentía como si le hubieran dado una patada en el vientre. Desde siempre había sabido que a Bella no le gustaba lo que él estaba haciendo en la ciudad, pero aquello era… Acababa de pasar la noche con él a pesar de que sabía que iba a dispararle de nuevo públicamente.

Recordó la noche anterior. ¿Cómo podía haberse mostrado tan ansiosa, tan dispuesta, si era eso lo que pensaba de él? Jesse se sentía utilizado. De repente, se dio cuenta de cómo se debían haber sentido todas las mujeres que habían pasado por su vida.

Miró el mar y trató de no escuchar el crujido que estaban haciendo las sábanas, que indicaba que ella se estaba levantando. Un instante después, ella se le unió junto a la ventana. Llevaba el edredón enrollado alrededor del cuerpo como si se tratara de una toga.

– Se me había olvidado que había escrito esa carta -dijo.

– Si eso es una disculpa, te has lucido -replicó él. Arrojó el periódico contra una silla y tomó un trago de su café.

– No es una disculpa. Cuando lo escribí sentía cada una de las palabras, por lo que no me voy a disculpar por eso.

– Genial -dijo Jesse mirándola-. ¿Decías en serio todo eso? ¿De verdad te parece que no me preocupa lo que le pueda ocurrir a esta ciudad?

– Jesse, cuando me mudé a este lugar, lo hice porque me encantaba. Yo nunca antes había tenido un verdadero hogar Yo… crecí en hogares de acogida.

Bella lo dijo tan tranquilamente que él ni siquiera pudo decirle que lo sentía. Sin embargo, recordó la avidez con la que ella había contemplado sus fotografías familiares, cómo le había gustado el hecho de que fueran muchos miembros de familia. Entonces, pensó en lo que debía haber supuesto para ella crecer sola y no pudo evitar sentir compasión hacia ella. Inmediatamente, se sorprendió por el hecho de sentir tanto hacia ella. Decidió que debía experimentar odio, pero, si la miraba, todo parecía quedar atrás.

– Me encantaban los edificios de la calle Principal, el ritmo lento de una ciudad pequeña, las casas de la playa. La sensación de comunidad. Lo vi y supe que éste era mi hogar porque yo jamás había pertenecido a otro sitio. Me pasé el primer año acostumbrándome a la vida de la ciudad, encajando en este lugar. Cuando tú te mudaste aquí, empezaste a cambiarlo todo inmediatamente.

– Nada permanece siempre inalterable -dijo él.

– Supongo que no…

– Entontes, el cambio es malo, ¿es eso?

– No es malo. Simplemente es un cambio. A mí no me gustan los cambios. Me encanta esta ciudad. Me encantaba cómo era y me enfadó que tú…

– ¿Comprara su alma? -dijo él, citando palabras del texto. Él jamás había tenido la intención de ser un depredador empresarial. Sin embargo, le había ocurrido. Había encontrado la paz en el cambio, incluso había empezado a disfrutar de su vida. Hasta que encontró a Bella. De repente, sentía que el éxito que había conseguido era sólo un fracaso disfrazado hábilmente.

Bella cerró los ojos.

– Lo siento. No tenía intención de hacerte daño. Bueno, supongo que eso era precisamente lo que deseaba, pero era antes,…

– ¿Antes de que te metieras en mi cama? -le espetó él-. Supongo que podría resultar algo vergonzoso atacar en público al mismo hombre con el que te estás acostando en privado.

– No es eso, Jesse. Creo que podría haberme equivocado sobre ti y que…

– ¿Podrías? ¿Dices que podrías haberte equivocado? Demonios, Bella. Qué amable eres.

Con la mano que le quedaba libre, ella lo agarró por el brazo. Lo miró a los ojos y dijo:

– Me había equivocado sobre ti. Lo admito. Quería odiarte porque me resultaba más fácil así. Quería que te marcharas de Morgan Beach porque no quería volver a verte. Yo quería…

– ¿Qué?

– Te quería a ti, Jesse. Te deseaba, pero no podía admitirlo ni siquiera conmigo misma.

– ¿Y ahora sí lo admites? -susurró él mientras le acariciaba suavemente el cabello.

Deliberadamente. Bella soltó el edredón y dejó que éste cayera a sus pies. Se acercó a él y le deslizó las manos sobre el torso para enganchárselas por último alrededor del cuello.

– Lo admito. Incluso estoy dispuesta a enviar una carta al periódico para retractarme si tú quieres.

Jesse sonrió. La irritación que había sentido al leer aquella carta en el periódico desapareció ante la perspectiva de volver a tenerla entre sus brazos.

– Creo que prefiero una disculpa más íntima.

– Oh, yo no me estoy disculpando -lo corrigió ella poniéndose de puntillas una vez más para volver a besarlo-. Simplemente estoy diciendo que estoy revisando mi opinión.

– ¿Lo suficiente para considerar que Bella's Beachwear pase a formar parte de King Beach?

– Bueno, lo suficiente para considerarlo -susurró ella.

Jesse soltó una carcajada.

– Con eso me basta por el momento.

Entonces, la lomó entre sus brazos y la llevó a la cama para perderse una vez más en los maravillosos atributos de Bella.

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