Jesse estaba esperando a Bella en la acera, junto a la puerta de King Beach. Por alguna extraña razón, casi se sentía como un adolescente en su primera cita.
El sol de primeras horas de la tarde lo iluminaba desde un cielo brillante. El tráfico de la calle principal no era muy intenso, pero las aceras estaban repletas de gente que entraba y salía de las tiendas en el distrito que él había rehabilitado. Todos los habitantes de Morgan Beach estaban encantados con lo que él había hecho. Todos, menos la mujer en la que él estaba interesado.
¿Estaba su destino vengándose de él? Durante toda su vida, las mujeres se le habían dado muy bien. Menos Bella, una mujer cuyo recuerdo lo había perseguido durante tres años y que, tras volver a encontrarla, no quería tener nada que ver con él. Peor aún, tenía algo con ese tal Kevin. Se preguntaba de qué se trataría. ¿Estaría enamorada de él?
Frunció el ceño y se dijo que no le importaba. Fuera lo que fuera lo que ella sintiera por otro hombre, podría enfrentarse a ello. Deseaba a Bella y Jesse King no perdía. Nunca.
– Vaya, pareces enojado.
Una voz le sacó de sus pensamientos. Al volverse hacia donde había sonado, se encontró con unos ojos de color chocolate. Bella se le había acercado sin que se diera cuenta, pero el aroma que emanaba de ella debería haberlo alertado. Se trataba de una mezcla de flores y especias que le recordaba a los días de verano. Bueno, al menos, a una noche de verano en particular.
– Lo siento. Sólo estaba pensando.
– No creo que se tratara de pensamientos muy felices.
– Te sorprendería -dijo. Le lomó el brazo y la hizo girarse hacía la puerta de King Beach. Sin embargo, cuando hizo ademán de entrar, ella no se movió-. ¿Cuál es el problema?
– Me siento como si estuviera entrando en territorio enemigo.
– ¿Esperas una emboscada?
– Sinceramente, no sé qué esperar -replicó mirándolo fijamente.
– En ese caso, creo que será mejor que empecemos para que puedas satisfacer tu curiosidad.
Los dos atravesaron el umbral de la puerta y se detuvieron justo al otro lado. Frente a la puerta, estaba la recepción del edificio. La señorita que estaba allí sentada no dejaba de contestar un teléfono que sonaba incesantemente. Jesse le dedicó una sonrisa y condujo a Bella hacia el ascensor. Allí, apretó un botón y esperó. No la había soltado ni un solo instante, como si temiera que saliera corriendo.
Ella no lo hizo, pero tenía una expresión de resignación. Jesse deseó que sonriera. Resultaba sorprendente cómo aquella mujer tan mal vestida podía afectarlo tanto. En aquel momento, no pudo evitar preguntarse por qué vestía de aquella manera.
– Bueno, ¿quieres decirme por qué te pones prendas que no tienen forma alguna?
– ¿Cómo dices?
Ella giró el rostro para mirarlo. Jesse indicó la camisa suelta de color verde pálido y la falda amarilla que le llegaba hasta el suelo. Tal vez no debería haber dicho nada. Después de todo, estaba tratando de seducirla, no de enojarla más. Sin embargo, había visto el cuerpo que se escondía bajo toda aquella tela y no podía comprender por qué se sentía tan decidida a ocultarlo. En especial, porque hace tres años no lo hacía. Recordaba claramente unos vaqueros ceñidos y una camiseta con amplio escote.
Cuando Bella se sonrojó, Jesse se sintió encantado. Ni siquiera podía recordar la última vez que había visto sonrojarse a una mujer. Sin embargo, aquel momento de confusión sólo duró un instante. Bella se recuperó y lo miró inmediatamente con profunda fiereza.
– No creo que eso sea asunto tuvo, pero me gusta llevar tejidos naturales,
– Claro, pero, ¿por qué…?
El ascensor llegó en aquel momento. Las puertas se abrieron y Bella entró. Allí, se dio la vuelta secamente y lo miró con desprecio.
– Dejé de ponerme ropas que se me ciñeran al cuerpo hace tres años, cuando descubrí que atraía a los hombres a los que sólo les interesaba una cosa.
Bajo la dura luz del fluorescente, tenía un aspecto orgulloso, feroz. Jesse sintió admiración hacia ella y una cierta sensación de vergüenza. Por su culpa, Bella se vestía de aquel modo. Ocultaba aquel glorioso cuerpo porque se había acostado con ella y luego había desaparecido de su vida.
Entró en el ascensor con una sensación de enojo consigo mismo. Apretó el botón del segundo piso. Le resultaba extraño que una mujer hubiera seguido pensando en él después del placer compartido. El siempre había disfrutado y se había asegurado de que la mujer del momento se divirtiera también. Entonces, había seguido con su vida.
Se sintió intranquilo, preguntándose cuántas otras mujeres heridas habría dejado a lo largo de su extensa carrera de conquistas. Jamás se había considerado como un hombre que hiciera daño a las mujeres. Diablos. Le gustaban mucho las mujeres, pero… Tendría que reflexionar.
A pesar de todo, sintió que debía decir algo.
– No creo que tu estrategia esté funcionando.
– ¿De verdad? No me ha molestado ningún hombre que yo no deseara en los últimos tres años.
– En ese caso, los hombres de esta ciudad están o probablemente son idiotas. Seguramente estás mejor sin ellos,
– ¿De verdad?
– Sí. Es decir, la ropa que usas es muy fea, pero no oculta tus ojos, ni tu boca -susurró. Levantó una mano y le acarició suavemente los labios con el pulgar. Ella apartó la cabeza rápidamente. Jesse sonrió-. Aunque hubieras ido vestida así hace tres años, yo me habría fijado en ti.
Bella parpadeó. Evidentemente, estaba sorprendida por lo que acababa de decirle. Él se sintió como un estúpido. Por primera vez en su vida, se enfrentaba a una mujer a la que había abandonado y lamentaba haberlo hecho. La experiencia no le resultaba agradable.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, librándolos así de tener que seguir con la conversación. Se vieron envueltos por la actividad que reinaba en la planta a la que habían llegado.
– Vamos, Bella -dijo, extendiendo una mano hacia ella y sonriendo-. Déjame mostrarte el campamento enemigo.
Ella miró a su alrededor y, por, fin, le dio la mano de mala gana. Lo siguió a través de aquel caos organizado. Los teléfonos no dejaban de sonar, las impresoras trabajaban sin parar y se escuchaban una docena de conversaciones en voz baja por todas partes.
Jesse avanzaba por la planta como si se tratara de un rey inspeccionando su reino. Se aseguró de que ella notara que se utilizaba la tecnología más avanzada y que se fijara en el elevado número de empleados que se ocupaban de la publicidad y del marketing. Le mostró los mapas en los que tenía señalados las cientos de tiendas que tenía por todo el país. Entonces, se giró para gozar de la admiración que ella estaría sintiendo.
Sin embargo, Bella no se estaba fijando en él ni en su presentación. No hacía más que recorrer los espacios entre las mesas, asomándose por todas partes e incluso mirando en las papeleras.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó él, atónito.
Bella se dio la vuelta para mirarlo. Tenía en la mano una lata vacía de refresco y la sostenía con orgullo, como si se tratara de una pepita de oro que hubiera excavado de la tierra.
– ¡Mira esto! Pero si ni siquiera recicláis.
El empleado cuya mesa había estado Bella examinando soltó una carcajada. Una mirada de Jesse bastó para que guardara silencio. Todo lo que le había mostrado, todo lo que había hecho para impresionarla no había significado nada. Se había centrada en una lata vacía. Admiraba su pasión. Bella prácticamente vibraba con ella y Jesse no deseaba más que poder experimentarla de cerca. Bella le estaba regañando y él no podía evitar desearla.
– Por supuesto que reciclamos, Bella -dijo, con voz paciente-, pero no se hace aquí. Los empleados de limpieza se ocupan de ello todas las noches.
– Claro. Contratas a alguien para que haga lo que hay que hacer y que tú no tengas que esforzarte en nada -le espetó al tiempo que dejaba que la lata volviera a caer a la papelera.
– ¿Cómo dices?
– Me has oído. No te importa lo que haga tu empresa mientras que tengas buenos beneficios. Ni siquiera les pides a tus empleados que reciclen. ¿Acaso sería muy difícil poner dos papeleras en cada mesa? ¿De verdad resulta tan difícil tomarse una responsabilidad personal en lo que produce tu empresa?
El dueño de la mesa en cuestión se encogió de hombros y siguió trabajando. Jesse sacudió la cabeza, tomó a Bella del brazo y la apartó de allí. No iba a defenderse de ella delante de sus empleados.
Cuando estaban lo suficientemente alejados de todos lo que pudieran oírlos, le dijo:
– Por si no te has dado cuenta, los paneles que delimitan todas esas mesas marcan un espacio demasiado pequeño como para poder poner muchas cosas dentro.
– La excusa más fácil.
– ¿Qué importa cómo se haga el reciclado mientras se haga?
– Es el principio de las cosas.
– El principio… Es decir, que no se traía de reciclar, sino de que recicle yo personalmente -Bella frunció el ceno-. Contrato personas para que hagan ese trabajo, Bella.
– Hmm.
– Está bien -dijo Jesse mirándola a los ojos-. ¿Te haría sentirte mejor si despidiera a todos los empleados de limpieza y me encargara de eso yo mismo? ¿Haría que el mundo fuera un lugar mejor para ti, Bella, el hecho de que yo dejara a veinte personas sin trabajo? ¿Ayuda eso al medio ambiente?
Bella tardó varios segundos en responder. Cuando lo hizo, dejó caer los hombros y suspiró.
– Está bien. Supongo que tienes razón.
Jesse sonrió. Al menos, Bella admitía sus equivocaciones.
– Vaya. No me puedo creer que le haya ganado un punto a Bella Cruz.
Ella lanzó un bufido.
Jesse levantó una mano y sonrió.
– Espera. No he terminado aún de saborear mi victoria. Quiero disfrutar un poco más de la gloria de este momento -dijo. Los segundos fueron pasando-. Está bien. He terminado.
– ¿Acaso es todo una broma para ti?
– ¿Y quién te ha dicho que estaba bromeando? Conseguir que admitas que tengo razón en algo es motivo para celebrar. Ahora, ¿te parece que sigamos con la visita?
Jesse le tomó la mano. Ella tardó unos segundos en agarrarla, pero, al final, cedió. En aquella ocasión, él no sonrió físicamente, sino que lo hizo para sí. Bella comenzó a caminar a su lado y habló con algunos empleados. Jesse pudo observar que los encandilaba a todos. Aparentemente, su mujer misteriosa tenía una gran personalidad. Lo que le resultaba evidente era que no se permitía relajarse cuando estaba con él. No le importaba. No quería que ella se relajara. La quería excitada, molesta, a punto de caer en la pasión sexual. Entonces, la ayudaría a aliviarse.
Sí. Iba a volver a poseer a Bella. Iba a darle vino, comida y a seducirla de tal modo que ella terminaría suplicándole que se hiciera cargo de su negocio y que la convirtiera en millonaria. Cuando se hubiera ocupado del negocio, todo sería mejor. Cuando fuera parte de King Beach, las cosas le irían mejor a Bella. Y a él. Y a todo el mundo.
Se hizo a un lado mientras ella hablaba con un par de secretarias. Las dos mujeres no dejaban de elogiar su trabajo y de decirle cómo les gustaría poder encontrar trajes de baño de calidad en todas partes. Incluso en King Beach. Jesse frunció el ceño al escuchar cómo sus propias empleadas decían que su empresa no estaba satisfaciendo las demandas de los consumidores. Ese hecho lo convenció aún más de que absorber la empresa de Bella era la decisión correcta.
En aquel momento, Dave Michaels se acercó a ellos con una expresión alegre en el rostro.
– Bella -dijo, tras saludar a Jesse con una inclinación de cabeza-. Estamos encantados de tenerte aquí. Jesse me ha dicho que te iba a enseñar nuestra empresa. Espero que no te importe si te llamo Bella.
– Claro que no -respondió ella. Se alejó de las dos secretarias con las que había estado charlando-. Todo esto es… impresionante.
Había dicho «impresionante», pero a Jesse no le parecía que estuviera muy impresionada. Más bien le parecía algo disgustada.
– Bueno, somos muy grandes y estamos creciendo aún más -dijo Dave-. Esa es una de las razones por las que yo me alegro de que estés aquí. Como sabes, King Beach no se ocupa de la ropa de baño femenina…
Jesse comenzó a hacerle gestos a Dave para que no siguiera. Aún no había llegado el momento de decirle a Bella que estaban interesados en comprar su empresa. Cuando llegara, quería ser él quien se lo dijera. Tenían que ser cautos para que todo el asunto no les explotara en el rostro.
Dave comprendió lo que Jesse estaba tratando de decirle y se interrumpió a mitad de la frase. Cambió de tema sutilmente.
– … pero tengo que decirte que mi esposa compró un traje de baño en tu tienda y no puede dejar de hablar de él.
– Me alegro mucho. Espero que vuelva a mi tienda -dijo ella, contenta.
– Te aseguro que lo hará. La semana que viene sus hermanas van a venir aquí de compras. Connie les ha hablado tanto de tu tienda que las tres han insistido en visitarte cuando vengan.
– Gracias. Siempre me alegra mucho descubrir que tengo un cliente satisfecho.
– Claro. A todos nos gusta -musitó Jesse. Entonces, volvió a indicarle a Dave con un gesto que se marchara a paseo.
– Bueno, tengo unas cuantas llamadas que hacer -dijo éste, captando la indirecta-. Os dejo que sigáis con la visita. Me alegro de verte aquí, Bella. Espero volver a verte muy pronto.
Bella observó cómo se marchaba. Entonces se giró para mirar a Jesse.
– Me gusta tu amigo.
– Pero yo no.
– ¿Acaso importa eso?
Sí, claro que importaba, Jesse no estaba seguro de por qué no le gustaba reconocer ese hecho, pero de lo que sí lo estaba era de que no iba a permitir que Bella se enterara de lo que sentía.
– Deja que te enseñe mi despacho -dijo.
– Oh, señor King -le dijo una mujer mientras se acercaba rápidamente a ellos-. Acabamos de tener noticias sobre la exposición de surf. La ciudad lo ha aprobado todo y todos nuestros invitados han accedido a participar.
– Buenas noticias, Sue -respondió Jesse tras captar la curiosidad que se reflejaba en los ojos de Bella-. Llame a Wiki, ¿quiere? Dígale que me pondré en contacto con él mañana.
– Lo haré -dijo la mujer antes de marcharse corriendo.
– ¿Wiki? -le preguntó Bella mientras Jesse le agarraba el brazo y la dirigía hacia su despacho.
– Danny Wikiloa -respondió mientras le abría la puerta. Una vez estuvieron los dos dentro, la volvió a cerrar-. Es un surfista profesional. Estuvimos años compitiendo juntos. Va a venir dentro de dos semanas para una exhibición. En realidad, lo hace como un favor hacia mí, dado que ahora ya está retirado.
– La exhibición -murmuró ella-. Todo el mundo lleva días hablando de lo mismo.
Jesse se metió las dos manos en el bolsillo mientras observaba cómo ella recorría su despacho. Bella se fijaba en todo, deteniéndose para mirar las imágenes de las playas. Apenas miró los trofeos, lo que le dolió un poco, pero pareció fascinada por las fotos familiares.
– Va a ser muy divertido -comentó mientras se acercaba a ella-. Diez de los mejores surfistas mundiales van a participar en esa exhibición.
– Lo echas de menos, ¿verdad? Me refiero a la competición.
– Sí, así es. Me gusta ganar -dijo Jesse. Jamás lo había admitido con nadie.
– No me sorprende. Todos los King sois así, ¿no?
– Es cierto. Nos gusta competir y no perdemos de buena gana.
– Pues no se puede ganar siempre.
– No veo por qué no.
– Lo dices en serio, ¿verdad?
– Sí. Ninguna de las personas que aparecen en esas fotografías son de las que se conforman con ocupar el segundo lugar.
– A veces, a uno no le queda elección.
– Siempre hay elección, Bella. Hace mucho tiempo, la familia King decidió que las únicas personas que pierden son las que esperan hacerlo. Nosotros esperamos siempre ganar, así que eso es lo que hacemos.
– ¿Así de fácil?
Jesse la miró y vio que ella lo estaba observando muy atentamente. Sus ojos tenían un aspecto misterioso, oscuro. Parecían llenos de secretos que él ansiaba conocer. Compartir con ella. Levantó una mano y le cubrió la mejilla con ella.
– Yo no he dicho nunca que sea fácil. De hecho, ganar nunca debería serlo. Si todo el mundo fuera capaz de hacerlo, ya no resultaría divertido.
– Y divertirte es muy importante para ti, ¿verdad? -dijo ella. Dio un paso atrás, alejándose de su caricia. De él.
– Debería ser importante para todo el mundo. ¿De qué sirve la vida si uno no la disfruta? Diablos, ¿por qué iba uno a hacer nada si no lo disfruta?
– ¿Y tú disfrutas con lo que haces ahora?
– Sí -dijo encogiéndose de hombros-. No creía que fuera a ser así. Jamás pensé ser empresario, pero se me da bien,
– Sí, supongo que sí -susurró ella mirando a su alrededor.
– Me gusta ver que estamos de acuerdo en algunas cosas.
– No te acostumbres.
– ¿Y por qué no, Bella? Podríamos ser un equipo fantástico.
– Nosotros nunca podríamos ser un equipo.
Aquél era el momento de hacerle su ofrecimiento. De repente, se sorprendió al pensar que jamás había tenido que esforzarse tanto para conseguir gustarle a una mujer.
– Sí que podríamos serlo. Piénsalo. King Beach. Bella’s Beachwear. Una unión perfecta.
Bella se quedó completamente inmóvil. Entonces, lo miró con intranquilidad y le preguntó:
– ¿Qué clase de unión?
– Bueno, no iba a sacar el tema tan pronto, pero tampoco me gusta esperar. Está bien -dijo. Se dirigió a su escritorio y se apoyó contra él. A sus espaldas, el sol entraba a raudales por la ventana-. Quiero comprar Bella's Beachwear.