A la mañana siguiente, Bella se había convencido de que Kevin tenía razón. Tendría que tragarse el orgullo y hablar con Jesse y decirle lo que pensaba de un hombre que le hacía el amor a una mujer y olvidaba su existencia a la mañana siguiente. Así se olvidaría de él.
Se detuvo un instante delante de su tienda y sonrió. Ni siquiera Jesse King podía aplastar la emoción que experimentaba todos los días cuando entraba en el mundo que había construido con su propio talento. Sin embargo, aunque disfrutaba de su tienda, cuando Jesse hubiera terminado la reforma, el local perdería todo su carácter. Arreglarían el chirrido que hacía la puerta al abrirse. Alisarían las paredes, pondrían moqueta y cubrirían la brillante madera. Bella's Beachwear sobreviviría, pero no sería lo mismo. En lo que se refería a los negocios, Jesse King tenía la misma intuición como con las mujeres. Para él, todo se reducía a los beneficios.
Notó que en la playa había comenzado a reunirse una pequeña multitud de gente. Se volvió para fijarse mejor y vio que había un montón de cámaras, enormes focos y ventiladores eléctricos sobre la arena. En medio de aquel revuelo estaba Jesse King.
Muy a su pesar, sintió curiosidad. Cruzó la calle y se subió a la acera. Unos guapísimos modelos, ataviados con las prendas de King Beach, estaban colocados alrededor de unas tablas de surf, tumbados boca abajo sobre la arena. A pesar de todo, lo que más le llamó la atención fueron las modelos que formaban parte de la escena en un segundo plano.
– Sinceramente, cualquiera diría que se podría interesar un poco más por lo que se ponen las mujeres.
– ¿Por qué no me sorprende que tengas algo que decir?
Bella giró la cabeza y se encontró con los ojos de Jesse, que reflejaban una expresión divertida y socarrona.
– Tú dirás -dijo él, con una sonrisa en los labios y los brazos cruzados sobre el pecho. Entontes, miró la escena que el fotógrafo estaba inmortalizando-. ¿Qué es lo que no te gusta sobre todo esto?
Bella se mordió el labio inferior. No era asunto suyo Y no debería importarle en absoluto, pero… Volvió a mirar a las guapas y delgadas modelos que llevaban bañadores corrientes y no pudo soportarlo.
– Si se ha tomado tantas molestias en hacer una campaña publicitaria tan ambiciosa, por qué no le preocupa que las modelos salgan maravillosas en las fotos?
– Están maravillosas.
– ¿Por qué me molesto? -musitó ella sacudiendo la cabeza-. Mire la rubia que está en la parte trasera.
Jesse la miró y sonrió. Bella no le hizo ningún caso.
– El traje de baño no le sienta bien. Le está demasiado ceñido en las caderas y demasiado amplio en el busto.
– Pues a mí me parece que está bien -declaró él.
Bella se apartó un mechón de cabello del rostro y señaló a una morena que estaba hablando con uno de los modelos.
– ¿Y qué me dice de ella? Ese biquini está mal cortado y la tela es demasiado brillante- ¿Qué ha hecho? ¿Ir a unos grandes almacenes y comprar trajes de baño de saldo?
Jesse frunció el ceño.
– A mí me parece que están bien. Además, esta sesión de fotos no es para las mujeres. Se trata de King Beachwear. Vendemos trajes de baño para hombres. Las chicas son sólo el fondo.
– ¿Y tienen que ser un fondo mal vestido?
– Tenemos un contrato. Estamos dando a unos grandes almacenes…
– ¡Ah! -exclamó ella. Estaba encantada de no haberse equivocado cuando dijo dónde creía que Jesse había comprado los trajes de baño.
– Esos grandes almacenes salen en los agradecimientos de la fotografía -afirmó él.
– Bien. Utilice uno o dos, pero si quiere que este anuncio sea atractivo, todos los modelos que aparecen en la foto deberían resultar llamativos.
– ¿Y eso significa…?
Bella se dijo que no se debería haber implicado. Después de todo, ¿qué le importaba si el anuncio no estaba tan bien como debería. Sin embargo…
Volvió a mirar los trajes de baño que llevaban las modelos. Su instinto como diseñadora no pudo soportarlo. Además, Jesse King resultaba tan arrogante que ella quería…
– Significa que las mujeres son las que van a las tiendas a comprar, señor King. Si tuviera algo de sentido común, lo sabría. Esos trajes de baño que llevan sus modelos son tan genéricos que deberían llevar la etiqueta de talla única. Mis trajes de baño están hechos para ensalzar la figura de la mujer. De todas las mujeres.
Jesse sonrió. La miró de arriba abajo y la desafió con la mirada.
– ¿Incluso la tuya?
Bella se sintió insultada. Levantó la barbilla y le dedicó una mirada de desaprobación. Sabía que estaba siendo manipulada, pero, en ese momento, no le importaba. Estaba tan convencida de que tenía la razón que se moría de ganas por demostrarle lo equivocado que estaba. El mejor modo de hacerlo era demostrarle exactamente lo que quería decir
– Volveré enseguida-anunció.
Se dirigió a las modelos y habló con ellas brevemente. Hizo que le dijeran sus tallas y cruzó rápidamente la calle para entrar en su tienda. Sólo tardó unos minutos en salir. En los brazos, llevaba algunos de sus trajes de baño.
– ¿Qué te crees que estás haciendo? -le preguntó Jesse mientras ella empujaba a las modelos a una de las caravanas.
– Estás a punto de descubrirlo.
No dijo nada más. Se limitó a cerrar la puerta.
Los minutos fueron pasando, Jesse no hacía más que fruncir el ceño. No estaba seguro de por qué dejaba que Bella se saliera con la suya.
– Jesse, ¿cuánto tiempo…?
Se volvió a mirar a Tom, el fotógrafo, y luego hizo lo propio con su reloj.
– Vamos a darle unos minutos más, Tom. En cuanto admita que se ha equivocado por meter la nariz donde no la llaman, volveremos a iniciar la sesión.
– Por mi parte, estupendo -respondió Tom-, pero sólo nos dejan utilizar la playa por la mañana.
– Tienes razón -dijo Jesse. El permiso se terminaba a mediodía. Se acercó a la caravana y llamó a la puerta-. Bella, no tenemos más tiempo. Hay que terminar la sesión.
La puerta de la caravana se abrió y las modelos salieron. Iban muy sonrientes. Jesse las miró a todas cuando pasaron a su lado. Hasta la más delgada parecía tener una bonita figura. La tela se le ceñía al cuerpo y hacía destacar sus curvas. No quería admitirlo, pero Bella tenía razón.
Tom dejó escapar un silbido e inmediatamente comenzó a colocar a las modelos para la sesión. Jesse observaba atentamente y no dejaba de sacudir la cabeza. Estaba sorprendido por la transformación.
¿Dónde diablos estaba Bella? Subió los escalones de la caravana y se asomó al interior.
– ¿Te has arrepentido, Bella? Vamos, deja que te veamos con uno de esos trajes de baño de los que te sientes tan orgullosa…
– Date la vuelta.
La voz de Bella venía desde detrás de él. Jesse no podía entender cómo había logrado pasar a su lado sin que se fijara en ella. Cuando se dio la vuelta y la vio, lo comprendió todo.
No podría haber estado más equivocado.
– ¿Bella?
La miró de la cabeza a los pies una vez y no pudo evitar volver a mirarla, haciéndolo en aquella ocasión con más detenimiento. Aquella mujer tenía curvas suficientes para volver loco a un hombre.
– Vaya -dijo, caminando en círculo a su alrededor-. Resultas…
Había estado a punto de decir «familiar», pero no podía entender por qué. Por lo tanto, sustituyó aquella palabra por «sorprendente».
El biquini que llevaba tenía un color rojo intenso y se le aferraba a las curvas como si fuera las manos de un amante. Tenía los pechos altos, abundantes, una cintura estrecha, caderas redondeadas y, justo por encima del trasero, un pequeño sol tatuado. Su piel era suave, del color de la miel derretida. Su largo y espeso cabello le caía por la espalda y se meneaba con cada uno de sus movimientos. Los enormes ojos de color chocolate lo observaban con satisfacción.
– Gracias -replicó ella, tras colocarse las manos sobre las caderas-. Bueno, creo que he demostrado lo que quería decir.
– ¿Y qué era lo que querías decir?
– Que el traje de baño adecuado marca diferencias.
– Guapa, con un cuerpo como ése, podrías ponerte uno de mis trajes de baño y estar maravillosa.
Bella sacudió la cabeza. Jesse se quedó maravillado con el modo en el que el cabello le bailaba. Sintió una repentina tensión en el cuerpo. La necesidad se despertó en él como una bestia clamorosa. Ansiaba tomarla entre sus brazos, estrecharla contra su cuerpo, besarla hasta que ella no pudiera hablar y luego encontrar la superficie plana más cercana, tumbarla y hundirse en ella.
Sin embargo, a juzgar por el fuego que ardía en los ojos de Bella en aquel momento, esa pequeña fantasía no iba a producirse en un futuro muy cercano.
– Eres increíble -dijo ella suavemente.
– ¿Y qué se supone que significa eso?
– He vestido a tus modelos, y a mí misma, para demostrarte que tenía razón. Que tu modo de hacer las cosas no es el único. Que mi manera es mejor.
– No será tu manera de ganarte la vida.
– ¿Y quién dice que a mí me interesa eso? -preguntó Bella.
– Eres una mujer de negocios. ¿Por qué no deseas tener éxito?
– El éxito no tiene que ser a tu manera.
– Mi manera no es mala. El hecho de contratar a los fabricantes amplía el negocio, le permite alcanzar más dientes y…
– También te aleja de ellos -lo interrumpió ella-. Una empresa se hace tan grande que uno se olvida de por qué empezó su negocio, pero eso no le importa a un King, ¿verdad? -añadió. Se acercó a él y le hundió un dedo en el pecho-. Toda tu familia… sois como señores de la guerra. Llegáis a un lugar, compráis lo que queréis y jamás lo consideráis de otro modo que no sea el vuestro.
– Eh, un momento-replicó Jesse. Le agarró el dedo. Al sentir la calidez que emanaba de él, todos sus pensamientos se hicieron pedazos.
Recordó haberse sentido así en una ocasión al sentir el tacto de la piel de una mujer. Recordó cómo esa piel se deslizaba contra la suya, el calor de su unión, el sabor de su boca. Por un segundo, miró a Bella fijamente, pero inmediatamente se negó a creer que Bella Cruz fuera su mujer misteriosa.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó ella, tratando de soltarse-. ¿Por qué me miras de ese modo?
– Ni hablar -murmuró él, más para sí mismo que para ella. No podía ser. Era imposible que su mujer misteriosa fuera la misma que se había convertido en una pesadilla desde el primer día,
– ¿Qué dices? -dijo ella. En aquella ocasión, logró soltarse. Dio un paso atrás y entró en la caravana para recoger sus cosas-. Mira, yo… tengo que irme a mi tienda. Ya he pasado demasiado tiempo aquí y…
– Un momento -susurró él.
Se acercó a Bella y dejó que la puerta de la caravana se cerrara a sus espaldas. El interior estaba lleno de sombras. La luz del sol se filtraba a través de las lamas de las persianas. Desde el exterior, se filtraba el sonido de los gritos y las risas de la multitud que se había reunido para observar la sesión de fotografía.
Jesse sólo podía verla a ella. Los ojos de color chocolate de Bella lo observaban con cautela. Mientras, él se decía que el único modo seguro de saber si era su mujer misteriosa era besarla. Saborearla. No iba a permitirle que se marchara de la caravana hasta que lo hubiera hecho.
– Jesse -susurró ella mirando a su alrededor como si estuviera buscando una salida-. Jesse, de verdad que me tengo que marchar ahora mismo.
– Sí -replicó él acercándose hasta que sintió su aliento en la barbilla-. Lo sé, pero hay una cosa que tengo que hacer primero.
Bella se lamió los labios,
– ¿De qué se trata?
Jesse sonrió y bajó la cabeza.
– De esto… -musitó. Entonces, la besó.
Bella se quedó tan rígida como una tabla durante un segundo. Entonces, se moldeó contra él y le rodeó el cuello con los brazos. Jesse la estrechó contra su cuerpo, colocándole las manos sobre la cintura. Las yemas de los dedos le quemaban con el calor que emanaba de la piel de ella. Bella separó los labios y permitió el acceso a la lengua que él le ofrecía.
Jesse jamás olvidaría ese sabor. Llevaba tres años soñando con él. Por fin volvía a tenerla entre sus brazos. Por fin podía abrazarla, saborearla, tocarla… Al darse cuenta de que la había encontrado, interrumpió el beso de repente y la miró a los ojos.
– Eres tú…
Ella se tambaleó un poco.
– ¿Cómo dices?
– Tú. En la playa. Hace tres años.
Bella parpadeó, se frotó la boca con los dedos y respiró profundamente.
– Enhorabuena. Veo que al fin te has acordado.
– ¿Tú lo sabías? ¿Te acordabas y no me dijiste nada?
– ¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Acaso crees que estoy orgullosa de aquella noche?
– Deberías estarlo. Nos lo pasamos genial juntos.
– Éramos unos desconocidos. Fue un tremendo error.
Bella trató de pasar al lado de Jesse, pero él le agarró el brazo y la hizo detenerse.
– Te busqué. Al día siguiente, regresé a la playa y te busqué por todas partes.
– ¿Acaso creías que seguiría allí tumbada en la arena, esperándote?
– No me refería a eso, maldita sea. ¿Dónde demonios estabas?
– No creo que te esforzaras demasiado en buscarme. Fui a verle a la mañana siguiente y pasaste a mi lado sin verme.
Jesse frunció el ceño y trató de recordar, pero le resultó imposible. Aquella noche bebió tanto que todo lo ocurrido al día siguiente estaba sumido en la bruma del alcohol. Lo único que recordaba era el tacto de la piel de Bella, su sabor.
– Cuando me viste, ¿me dijiste quién eras?
– ¡Por supuesto que no!
– ¿Y cómo diablos iba yo a saber quién eras tú si no me lo decías?
– ¿Qué clase de nombre no recuerda qué aspecto tiene la mujer con la que se ha acostado?
– Uno con resaca. Si no recuerdo mal, los dos nos tomamos unas cuantas Margaritas aquella noche.
– Sí, pero yo sí me acordaba de quién eras tú -le espetó ella-. Además, has dicho que estuviste buscándome. ¿Cómo pensabas reconocerme?
– No lo sé -susurró Jesse, frotándose la nuca con una mano-. Maldita sea, Bella, me lo podrías haber dicho, si no a la mañana siguiente, al menos cuando he regresado a la ciudad. ¿Por eso has estado tan enojada conmigo desde que regresé?
– Por favor -dijo ella levantando la barbilla-. ¿Cómo puedes tener una opinión tal alta de ti mismo? Esto no es nada personal, Jesse -mintió. Se zafó de él y se dirigió a la puerta-. Se trata de que te estás adueñando de mi ciudad. ¿No lo entiendes? Te odio a ti y a todo lo que tú representas.
– No puedes odiarme. No me conoces lo suficiente.
Bella se echó a reír, pero la carcajada no le iluminó los ojos.
– Creo que te conocí bastante bien hace tres años.
– Sí… Bueno, creo que ya va siendo hora de que nos volvamos a conocer.
– Nunca -le espetó ella. Abrió la puerta.
– Nunca digas nunca jamás, Bella -replicó Jesse antes de que ella cerrara la puerta. Llevaba tres años pensando en acuella mujer. No iba a descansar hasta que consiguiera tenerla donde más deseaba. En su cama.
– Haz que venga Dave Michaels -le dijo Jesse a su asistente personal antes de entrar en su despacho.
Cerró la puerta y se dirigió a la ventana. Se dijo que sólo quería observar el mar unos minutos para pensar y tranquilizarse un poco, pero la verdad era que estaba vigilando la tienda de Bella.
– Maldita sea, ¿por qué tenía que ser ella? -susurró.
Se metió las dos manos en los bolsillos de los pantalones. La mujer misteriosa llevaba tres años turbándole los pensamientos. Después de una única noche maravillosa en la playa con ella se había quedado en la ciudad durante un par de semanas, buscándola en todos los rostros que veía. Sin embargo, ella parecía haber desaparecido. Debía reconocer que, en realidad, había decidido instalarse allí, en Morgan Beach, con la esperanza de volver a verla.
– Esto del karma tiene mala pata -musitó.
El sol entraba a raudales por la ventana. Si el cristal no hubiera estado tintado, Jesse se habría sentido completamente cegado por la brillantez del sol. Incluso estando en la playa, las temperaturas del mes de septiembre en California podían ser bastante altas.
Alguien llamó a la puerta. Dave entró inmediatamente.
– ¿Querías verme?
Jesse se dio la vuelta y asintió.
– Cuéntame todo lo que sepas sobre Bella Cruz.
El rostro de Dave se iluminó,
– ¿En serio? ¿Estás considerando la expansión?
¿Lo estaba? Sí. Como hombre de negocios que era, no iba a hacer su trabajo a medias. Eso significaba que había llegado el momento de dejar de tratar a su empresa como si se tratara de un pasatiempo. Iba a conseguir que fuera la más importante en moda de baño de todo el mundo. Para hacerlo, necesitaba conseguir cuentas, y Bella era la llave para conseguirlo.
– ¿Por dónde quieres que empiece? -le preguntó Dave mientras tomaba aliento.
– Por el terreno personal. Familia, novios, esposos o ex de cualquier tipo. Lo quiero todo.
– Vaya. Yo pensaba que esto tenía que ver con su negocio.
– Así es -le aseguró Jesse tomando también asiento-. Para adelantarme a Pipeline, tengo que moverme con rapidez. Eso significa que debo tener toda la información que pueda conseguir. Para derrotar a tu oponente, tienes que conocerlo bien primero.
– ¿Oponente, dices? -repitió Dave-. Ella no es tu oponente en nada.
Jesse suspiró y luego sonrió.
– ¿Cuánto tiempo lleváis Connie y tú casados, Dave?
– Trece años. ¿Por qué?
– Llevas fuera del juego de la seducción tanto tiempo que se te ha olvidado cómo es. Las mujeres y los hombres son siempre fuerzas opuestas. Después de todo, ésa es la diversión. Si comprendiéramos a las mujeres, ¿dónde estaría el desafío?
– ¿Por qué tiene que ser un desafío?
– No tiene por qué serlo, pero lo es. El truco es conocer a la mujer que te interesa, averiguar cómo funciona su mente, si puedes. Cuando lo hagas, todo lo demás resulta fácil.
– Si tú lo dices -dijo Dave, sin parecer muy convencido.
– Confía en mí en esto. Si quiero ganarme a Bella, evitar que firme con Pipeline, tengo que conocerla.
– Supongo que sí -afirmó Dave. Luego sonrió-. Yo creo que los bañadores de Bella van a ser estupendos para King Beach.
– Así es. Yo me encargaré de ello, pero, hasta que convenza a Bella, nuestros planes son un absoluto secreto. No lo sabe nadie. Ni siquiera Connie.
Dave se encogió de hombros.
– Lo que tú digas, jefe.
– Bien.
Jesse escuchó atentamente mientras Dave comenzaba a darle toda la información que tenía sobre Bella. Mientras Dave hablaba, comenzó a planear el modo en el que le podría demostrar a Bella lo mucho que lo necesitaba a él.