CAPÍTULO 08

Ahora hay niños en el Abbas… de Mellyora y Kim. El mayor —que se llama Dick, como su padre— tiene diez años, y se parece tanto a Kim que cuando los veo juntos, mi amargura es casi intolerable.

Vivo en la Casa Dower; cada día o dos cruzo el prado hacia la casa, pasando frente al círculo de piedras. Ya se ha retirado toda señal de la mina. Dice Kim que los Saint Larston necesitaban saber que estaba allí, pero a los Kimber no les hace falta, porque amarán ese lugar y trabajarán por él para que siempre prospere mientras haya un Kimber en Saint Larston.

Mellyora es una maravillosa ama del castillo. Nunca he conocido a nadie tan capaz de ser feliz. Puede olvidar las penurias que soportó bajo la anciana Lady Saint Larston, la desdicha que sufrió por intermedio de Justin; una vez me dijo que ve el pasado como un escalón hacia el futuro.

Quisiera poder verlo así yo también. ¡Ojalá estuviese conmigo abuelita! ¡Ojalá pudiese yo hablar con ella! ¡Ojalá pudiese recurrir a su sabiduría!

Carlyon está creciendo. Es alto; no s¿ parece casi nada a Johnny, pero pese a ello es un Saint Larston. Tiene dieciséis años y pasa más tiempo con Joe que conmigo. Es como Joe… la misma dulzura, la misma absorción con los animales. A veces creo que desearía que Joe fuese su padre; y como Joe no tiene ningún hijo propio, no puede evitar que la relación entre ambos le regocije.

El otro día hablaba con Carlyon sobre su futuro cuando él, con los ojos brillantes de entusiasmo, declaró:

—Quiero trabajar con tío Joe.

Me indigné. Le recordé que algún día iba a ser Sir Carlyon, y traté de hacerle ver el futuro que tenía pensado para él. Saint Larston no podría ser suyo, naturalmente, pero yo quería que él fuese amo de una gran heredad, tal como, le hice notar, lo habían sido sus antepasados durante generaciones.

Se entristeció porque no quería herirme, y creía que me desilusionaría de él porque, pese a su dulzura, tiene voluntad propia. ¿Cómo podía esperar otra cosa de mi hijo?

Esto ha puesto entre nosotros un abismo que se agranda día a día. Joe, que lo sabe, piensa que el muchacho debe elegir por sí mismo. Joe me tiene cariño, aunque a veces creo que me teme. Una o dos veces se ha referido a esa noche en que Kim y yo lo trajimos del bosque; pero jamás lo olvidará. Lo conmueve profundamente pensar en lo que nos debe a Kim y a mí; y aunque su perspectiva de la vida difiere de la mía, me comprende un poco; sabe de mi ambición para Carlyon. Después de todo, antes fui ambiciosa para Joe.

Habla con el muchacho; ha procurado convencerlo de que la vida de un veterinario rural, aunque bastante placentera para el inculto tío Joe, no es la ideal para Sir Carlyon.

Pero Carlyon se mantiene firme, y yo también. Advierto que elude quedarse solo conmigo. Saber esto, y verme obligada a observar a la familia del Abbas, me lleva a preguntarme: ¿Qué felicidad me trajeron todas mis intrigas?

David Killigrew me escribe con frecuencia. Sigue siendo un cura, y su madre vive aún. Debería escribirle diciéndole que jamás volveré a casarme, pero lo evito. Me complace pensar en David aguardando y esperando. Me hace sentirme importante para alguien.

Kim y Mellyora me dicen que soy importante para ellos. Mellyora me llama su hermana… Kim, la suya. ¡Kim, por quien claman mi corazón y mi cuerpo! Estábamos destinados el uno para el otro; a veces casi se lo digo, pero él no lo percibe.

En una ocasión me dijo que se enamoró de Mellyora cando oyó decir que ella me había llevado a su casa desde la feria de Trelinket.

—Parecía tan dulce —dijo—, y sin embargo era capaz de tal acción. Dulzura y fortaleza, Kerensa. ¡Una perfecta combinación, y la fortaleza era toda por otra persona! Esa es mi Mellyora… ¡Y luego, cuando te trajo al baile! Que nunca te engañe la dulzura de Mellyora; es la dulzura del vigor.

Tengo que verlos juntos y tengo que fingir. Estuve en el nacimiento de sus hijos. Dos varones y dos niñas. El mayor heredará el Abbas. Se lo educa para que lo ame y trabaje para él.

¿Por qué debe sucederme esto cuando planeé y trabajé… y llegué tan lejos?

Pero aún tengo a Carlyon, y constantemente me recuerdo que algún día será Sir Carlyon, pues Justin no puede vivir mucho más tiempo; es un hombre enfermo. ¡Sir Carlyon! Debe tener un futuro digno de él mismo. Yo aún tengo a Carlyon por quien trabajar. Jamás permitiré que sea el veterinario de la aldea.

A veces, sentada junto a mi ventana, contemplo las torres del Abbas y lloro en silencio. Nadie debe saber cuánto he sufrido. Nadie debe saber cómo he fracasado.

A veces voy y me detengo en el círculo de piedras, y me parece que mi suerte es más mísera que la de ellas. Fueron convertidas en piedra mientras bailaban desafiantes. Ojalá me hubiese ocurrido lo mismo.

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