Mellyora y Kim vinieron del Abbas esta noche. Estaban asustados.
—Queremos que regreses con nosotros, Kerensa, solamente hasta que él sea hallado.
Estuve tranquila. Hasta ahora he logrado ocultar mis sentimientos; a decir verdad, uno de mis triunfos —de los pocos que me quedan— es el modo en que los engaño, naciéndoles creer que soy tan sólo una buena amiga para ambos.
—¿Quién?
—Reuben Pengaster. Ha escapado. Se inclinan a pensar que volverá aquí.
¡Reuben Pengaster! Hacía años que había tratado de emparedarme. Algunas veces me decía que ojalá lo hubiese logrado; de haberlo hecho, yo habría ido a la muerte creyendo que Kim me amaba como lo amaba yo; al parecer, la mayor tragedia de mi vida fue enterarme de lo contrario.
—No tengo miedo —reí.
—Escucha, Kerensa —intervino Kim con voz severa, los ojos velados de preocupación por mí—. Tuve noticias de Bodmin… Allá están particularmente inquietos. Hace varios días que Reuben actúa de manera extraña. Dijo que tenía algo por hacer y que lo haría. Era algo que debió haber hecho antes de que se lo llevaran, dice. Están seguros de que volverá aquí.
—Entonces pondrán guardias aquí. Lo estarán esperando.
—Las personas como él son astutas. Recuerda lo que estuvo a punto de hacer.
—De no haber sido por ti —le recordé con dulzura.
Kim se encogió de hombros con impaciencia.
—Ven al Abbas, entonces estaremos tranquilos.
"¿Por qué van a estar tranquilos?", pensé. "Yo no lo estoy desde hace años, a causa de ustedes."
—Están exagerando —dije—. Estaré perfectamente bien aquí. No me moveré.
—Es una locura —insistió Kim, mientras Mellyora casi lloraba—. Entonces vendremos nosotros —agregó luego.
Verlo tan preocupado me dio felicidad. Quería que siguiese inquietándose por mí durante toda la noche.
—No los recibiré aquí y aquí me quedo —dije finalmente—. Esto es una exageración. Reuben Pengaster ha olvidado mi existencia.
Los despedí y me puse a esperar.
* * *
Noche en la Casa Dower. Carlyon estaba en la escuela, Daisy se encontraba todavía conmigo. No le había dicho nada porque no quería asustarla. Dormía en su habitación.
Me senté junto a la ventana. No había luna, pero era una noche muy fría, con escarcha, y las estrellas brillaban.
Distinguía apenas el círculo de piedras. ¿Era una sombra lo que acababa de ver allí? ¿Era un ruido lo que había oído? ¿Una ventana que se bajaba? ¿Un picaporte que se alzaba?
¿Por qué sentía ese júbilo? Aparte de cerrar con llave como de costumbre, no había tomado ninguna precaución especial. ¿Sabría Reuben dónde hallarme? Cuando lo encerraron, yo vivía en la Casa Dower. Ahora vivía en el mismo lugar.
¿Encontraría algún modo de forzar la entrada en la casa? ¿Oiría yo un paso sigiloso del otro lado de mi puerta, aquella risa repentina? Aún podía oírla. La oía en mis sueños. A veces veía esas grandes manos, fuertes, a punto de apretarme la garganta.
A veces clamaba en la noche: "¿Por qué vino Kim y me salvó? Ojalá me hubiese dejado morir."
Y por eso estaba allí sentada ahora… medio llorosa, medio esperanzada. Quería conocerme, quería descubrir si estaba contenta o triste de vivir.
Lo imaginé con los ojos brillantes, la risa demente. Sabía que había huido para ir en mi busca. Era un hombre enfermo… mentalmente enfermo de manera espantosa, pero Kim tenía razón al decir que esas personas eran astutas. Y cuando viniese por mí, yo lo sabría.
Me mataría; tal vez me ocultaría en alguna parte hasta que pudiera encerrarme en un muro. Yo sabía que era eso lo que él creía que debía hacer.
¡Emparedada como la Séptima Virgen! Yo había estado emparedada durante años, aislada de todo lo que hacía buena la vida. Sin sol que calentara mis huesos, mi vida una cosa muerta.
¿Era eso una pisada, abajo? Fui a mi ventana y vi una tenebrosa figura allí, en las sombras, junto al seto del jardín. Se me había secado la garganta, y cuando traté de gritar, mi voz no respondió.
Reuben estaba allí abajó. Había venido por mí, tal como lo anunciara. Por supuesto que había venido. ¿Acaso no era su propósito al escapar? Tenía algo que hacer y había venido a hacerlo.
Mientras permanecía junto a la ventana, incapaz durante unos segundos de moverme ni de planear qué haría, recordé todo tan claramente que lo volví a vivir… el horror de estar sola con Reuben en la cabaña, y más tarde, cuando recobré en parte mis sentidos y me encontré al fresco aire nocturno, a punto de ser emparedada, frente a frente con la muerte.
Supe entonces que no quería morir. Que por sobre cualquier otra cosa, quería vivir.
Y Reuben estaba allá abajo, aguardando para matarme.
La sombría figura había desaparecido tras el seto; supe que se había acercado más a la casa.
Me ceñí el peinador. No sabía qué iba a hacer. Me castañeteaban los dientes. Tan sólo un pensamiento me daba vueltas en la cabeza: Oh, Dios mío, déjame vivir. No quiero morir.
¿Cuánto tardaría en hallar un modo de entrar en la casa? Todo estaba cerrado con llave, pero las personas como Reuben, cuyas mentes estaban colmadas por una sola finalidad, solían encontrar un modo.
¿Por qué no había ido yo al Abbas? Me habían venido a buscar… Kim y Mellyora. Ambos me querían… a su manera, pero se querían mucho más el uno al otro. ¿Por qué yo siempre tenía que querer ser la primera? ¿Por qué no podía tomar lo que se me ofrecía y quedar agradecida? ¿Por qué siempre tenía que desear lo mejor para mí?
Abandoné mi dormitorio y, atravesando la casa silenciosa, bajé por la escalera a la puerta de atrás. En esa puerta había un panel de cristal, y mi corazón dio un vuelco de terror porque a través de ese cristal pude ver vagamente la figura de un hombre.
Me dije que Reuben estaba del otro lado de esa puerta, y si no lograba entrar de otra manera rompería el cristal. Pude imaginar su mano entrando por el agujero para quitar el cerrojo. Entonces yo estaría a su merced.
Quería salir de la casa. Había echado a correr hacia la puerta principal, atravesando la sala, cuando recordé a Daisy. Entonces fui a su pieza y la desperté. Siempre había sido estúpida; no perdí tiempo en explicaciones.
—Ponte algo enseguida —le ordené—. Nos vamos al Abbas… de inmediato.
Mientras ella revolvía sus cosas yo pensaba: "No quiero morir. Quiero seguir viviendo… pero de otra manera."
Nunca hasta entonces había comprendido cuan valiosa era mi vida. Y me parecía que mis propios sentimientos se burlaban de mí. Tu vida es valiosa para ti… para ser vivida tal como tú la quieres vivir. ¿Y la de los demás? ¿Acaso no sentirán lo mismo?
Apretando la mano de Daisy, bajé la escalera corriendo con ella. Tiré del cerrojo de la puerta principal.
Cuando salíamos de la casa, alguien me sujetó con fuerza el brazo; en ese medio segundo de terror, supe que iba a luchar por mi vida con todas mis fuerzas.
—¡Kerensa!
No era Reuben entonces. ¡Kim! Con expresión severa y ansiosa.
—¡Así que… eres tú!
—Dios mío —respondió él, casi con aspereza—, ¡no habrás creído que te íbamos a dejar sola!
¿Íbamos? Mellyora también. Siempre eran Mellyora y Kim.
—¡De modo que eras tú quien merodeaba en torno a la casa! Me asustaste. Te vi desde mi dormitorio. Creí que eras Reuben.
—Mejor así —replicó él—. Tal vez ahora estés dispuesta a venir al Abbas.
Fuimos, pues. No dormí en toda la noche. Me quedé sentada junto a la ventana, en aquella casa que había jugado un papel tan grande en mi vida. Vi salir el sol en un cielo escarlata que, por un instante, dio a las piedras un rosado fulgor.
Por la mañana supimos que habían atrapado a Reuben.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Kim.
Y yo también agradecí a Dios. Es que algo me había sucedido durante esa noche. Fue como si un hilo de luz hubiese brillado a través de las tinieblas que me envolvían. Aquel no era el final de mi vida. Yo era joven; era bella, y Kim y Mellyora podían decir "gracias a Dios" porque yo estaba viva.
* * *
Un año o dos después de aquella noche, Reuben Pengaster murió. Mellyora me llevó la noticia. Aunque no lo mencionó, yo sabía cuánto la había ensombrecido el temor por mí. Ese día estaba radiante y sentí amor por ella. Su amor se extendía sobre mí, calentándome como el sol. Kim se reunió con nosotras.
—Podré dormir otra vez con tranquilidad —dijo—. Ahora te diré que he vivido temiendo que él saliese y viniese por ti.
Le sonreí. Casi no había amargura. Kim era el marido de Mellyora, y desde esa noche de revelaciones yo había empezado a ver cuán justo y correcto era que lo fuese. Yo lo había amado por su fuerza y su bondad, por su masculinidad; lo había introducido en mi sueño hasta creer que era tan necesario para mi felicidad como el Abbas. Pero los sueños nunca podían sustituir a la realidad; y en una noche de terror, cuando yo creí que por segunda vez en mi vida estaba por enfrentar la muerte, empecé a terminar con los sueños.
Kim no era para mí. Lo admiraba; todavía lo amaba, pero de otra manera. Mis sentimientos hacia él habían venido cambiando gradualmente. Había empezado a ver inclusive que, de haberme casado con él, nuestro matrimonio no habría sido el éxito que era el suyo con Mellyora.
Estaban hechos el uno para el otro; fuera de mi sueño, Kim y yo no lo estábamos.
Abuelita Be había deseado que yo me casara; quería que yo conociese la felicidad que ella había compartido con su Pedro. Tal vez en alguna parte del mundo existía alguien que pudiese amarme, a quien yo pudiese amar y con quien pudiese demostrar las palabras de abuelita: que la felicidad era un huésped tan bien dispuesto dentro de cuatro paredes de arcilla y paja como en una mansión. Tendría que ser fuerte, audaz, arrojado. Quizá más que Kim, que tan contento había aceptado la tranquila vida rural.
¿Y Carlyon? También nuestra relación había cambiado. Lo amaba tan hondamente como antes, pero había aprendido cuan valiosa era mi vida para mí, y la de Carlyon para él. Juntos habíamos hablado del futuro, Joe con nosotros. Carlyon iría a la Universidad, y cuando tuviese edad para decidir qué carrera deseaba, la seguiría.
—A ti te corresponde elegir, Carlyon —le dije; y cuando me sonrió supe que entre nosotros había esa confianza y ese cariño que toda madre tiene la esperanza de compartir con un hijo adorado.
Estamos juntos a menudo, y mi hijo me da gran alegría.
* * *
Así que he salido de la oscuridad. Ya no estoy emparedada con los ladrillos que yo coloqué con mis propias manos.
Hay a veces días negros, pero pasan, y la vida se torna más feliz al trascurrir las semanas. En ocasiones imagino que abuelita está a mi lado, observando y aprobando. Recuerdo la sabiduría que ella me enseñó; con frecuencia repito algunas de las cosas que ella me dijo y las oigo con una nueva comprensión. Acaso esté aprendiendo a vivir como ella lo deseó, aprendiendo mis lecciones. He recuperado a mi hijo. Kim es mi amigo, Mellyora mi hermana.
Tal vez algún día encuentre una vida tan satisfactoria como la que disfrutó abuelita con Pedro Be… la buena vida, la vida que Mellyora logró sin pedirla y que me fue negada, la vida de amor, porque amar es dar… todo dar sin exigir nada, vivir tan sólo para dar.
Eso es lo que estoy aprendiendo lentamente, y cuando haya asimilado la lección, ¿quién sabe?, tal vez llegue la buena vida.