Capítulo Nueve

5 de enero

Brooke clavó la vista en el calendario. Habían pasado casi dos semanas desde que Vance y Sarah desaparecieron de su vida.

Incluso con Julia trabajando en la policía, no había tenido noticias de ninguno de los dos. No creía que pudiera soportar ese purgatorio mucho más tiempo.

– ¿Brooke? ¿Por qué no te vas a casa? Esta noche cerraré yo. Te has quedado hasta tarde desde la Navidad.

– Prefiero estar aquí -«no soporto estar en casa a solas con mis pensamientos»-. Tú tienes una familia que te espera.

Dave fue a decir algo, pero se lo pensó mejor. Ella supo lo que pensaba. Que también tendría que tener una familia.

Se puso el anorak y el gorro de piel. Antes de salir por la puerta, se detuvo un momento.

– Perdona por inmiscuirme, pero con tu título en literatura inglesa, ¿has pensado alguna vez en dejar que alguien dirija la tienda para que tú pudieras irte a la gran ciudad y conseguir un buen trabajo como profesora? Conocerías a mucha más gente que aquí.

– Claro que he pensado en ello.

– Entonces piénsalo un poco más. Es lo único que voy a decirte.

– Gracias por preocuparte, Dave. Buenas noches.

Él asintió antes de marcharse.

En cuanto atravesó la puerta Brooke colocó el cartel de cerrado y se puso a llorar. Todo el día se había visto obligada a contener las lágrimas delante de los clientes. Al quedarse sola, pudo ceder a su agudo dolor.

Cuando se calmó un poco, se enfundó el anorak y cerró. Llevaba un rato nevando un poco. Se avecinaba otra tormenta. ¿Estaría Vance a la intemperie?

El mal tiempo encajaba con sus pensamientos sombríos mientras conducía. Al entrar en su casa vacía, cerró la puerta y el sonido reverberó en el vacío de su corazón.

Había quitado todos los adornos navideños para no ver recordatorios de la Navidad más mágica que había conocido.

«Dave tiene razón. Esto no es vida».

Podría dejarle la dirección del negocio a él y alquilar la casa. En cuanto al trabajo de enseñanza, no eran muy fáciles de conseguir. Sin embargo, con sus credenciales siempre podría trabajar en una empresa al por menor. Conocía a diversos propietarios de tiendas en Salt Lake, Los Ángeles o Las Vegas que la contratarían al instante.

Encontrar un trabajo en otra parte no era un problema.

Encontrar su vida… ese era su dilema espiritual.

Como la vida que anhelaba con Vance y Sarah no era posible, debería crearse una nueva. Nadie lo haría por ella.

Con una determinación que no sentía, fue a la cocina para telefonear a Dave. Le plantearía una propuesta.

Al alargar la mano al auricular, sonó el teléfono. El corazón le dio un vuelco. ¿Podría ser Julia con alguna noticia de Vance?

– Hola -respondió con voz débil.

– ¿Brooke Longley?

Reconoció la voz de la trabajadora social. Cerró los ojos con fuerza.

– ¿Gwen? ¿Cómo se encuentra Sarah? -soltó-. He estado muy preocupada.

– Estoy haciendo algo muy irregular al llamarla, pero he pensado que debía saber lo que había pasado. Tenemos pruebas positivas de que es la pequeña cuya madre fue asesinada por aquellos convictos. Su verdadero nombre es Myra Lyman. Va a ser ofrecida en adopción.

– ¿Quiere decir que no tiene una familia que la quiera? -preguntó sorprendida.

– Su único familiar conocido es su tío Jimmy, destinado en ultramar con los marines.

– ¡Por eso bautizó Jimmy a su oso! Vance y yo nos preguntamos por qué se le ocurrió con tanta rapidez.

– Al parecer ese Jimmy Lyman visitó de vez en cuando a su hermana soltera antes de que la asesinaran. Aunque pareció contento de que encontraran con vida a su sobrina, no tiene interés en la situación. Está soltero y es reacio a aceptarla. Como no muestra interés en ser su tutor legal ni ahora ni en el futuro, intentaremos que la adopten.

»De momento se aloja con una familia en Jackson y está muy triste. Mi contacto en los Servicios Sociales de allí me cuenta que la pequeña ha establecido un vínculo con usted y el marshal McClain. En sueños no para de repetir una y otra vez sus nombres.

Brooke se mostró tan feliz por la noticia que tuvo dificultad en hablar.

– ¿Puedo ir a verla?

– No creo que sea una buena idea a menos que esté preparada para hacer algo al respecto. ¿La quiere?

– Con todo mi corazón -le tembló la voz-. ¿Puedo darle acogida hasta que consiga adoptarla legalmente?

– Quiere decir usted y el mar…

– No -cortó-. Él está soltero y pretende continuar de esa manera. Pero fue maravilloso con Sarah mientras se alojó aquí.

– Comprendo -repuso tras una larga pausa-. Por lo general un juez quiere que un niño vaya a un hogar estable, con padre y madre. Pero las circunstancias de Sarah son muy poco usuales y el daño hecho ha sido grave. Yo votaría por usted en el tribunal, señorita Longley. Cuando el helicóptero despegó, ni el piloto ni yo tuvimos dudas de que separábamos a una niña de la mujer que quería que fuera su madre.

– Gracias por decirme eso -murmuró emocionada-. ¿Cuándo puedo ir a verla?

– Tan pronto como consiga un billete. Me ocuparé de que se reúna con la trabajadora social de Jackson. Allí ella se ocupará de todo.

– Gracias, Gwen -las lágrimas corrieron por sus mejillas-. Gracias desde el fondo de mi corazón.

– Cuando un caso se resuelve de esta manera, me encanta mi trabajo. Como le he dicho, Sarah es afortunada -carraspeó-. Y ahora, si tiene papel y lápiz a mano, le daré todos los detalles.


– ¿Qué es el chile?

– Algo rico para tu estómago -bromeó con Sarah, sentada en la silla junto a la encimera-. Yo pelo los tomates así, y luego los añadimos a la carne y las alubias.

– Quiero hacer algo.

– Vale. Puedes traerme las cebollas y los pimientos verdes que hay en la parte baja de la nevera.

Trabajaron en armonía hasta que una olla grande con chile se puso a hervir al fuego.

– ¿Cómo es que Vance no ha venido?

Sarah había formulado esa pregunta veinte veces desde que Brooke la recogiera de Misisipí la semana anterior. Nadie más que ella quería una respuesta. Desde la Navidad no tenían noticias de él.

– Está trabajando.

– ¿Qué clase de trabajo?

– Es marshal.

– ¿Qué es eso?

– Ayuda a la gente que está en problemas.

– ¿Estamos nosotras en problemas?

– No, cariño -sonrió-. No lo estamos.

– Ojalá lo estuviéramos -afirmó la pequeña con su ingenuidad infantil-. Entonces podría venir a ayudarnos -la impecable lógica desafiaba todo comentario-. Si vas a ser mi mamá, ¿por qué él no puede ser mi papá?

– Por su trabajo, no puede vivir en un sitio todo el tiempo. Tiene que viajar por todo el país para ayudar a la gente.

– Pero si yo fuera su hijita, ¿no se quedaría en casa para jugar conmigo?

– Estoy segura de que si fueras su hijita, sacaría mucho tiempo para estar contigo.

– Cuando venga, voy a preguntarle si puedo ser su hija.

– Cariño -experimentó una oleada de pánico-, vas a ser mi hija.

– Pero también quiero ser su hija.

– Para que eso sucediera tendría que casarse conmigo.

– ¿Qué es casarse?

– Cuando un hombre y una mujer se quieren mucho -suspiró-, deciden casarse. Eso significa que viven juntos en la misma casa todo el tiempo. Pero como ya te he dicho antes, Vance debe vivir en muchos sitios distintos.

– Podríamos vivir en muchos sitios distintos con él, ¿no? -preguntó con seriedad.

– Supongo que sí. Pero no estamos casados.

– Entonces pidámosle que se case.

– Las chicas no hacen eso.

– ¿Por qué no?

– Porque es el hombre quien tiene que solicitárselo a una mujer. Debe amarla mucho para hacer eso.

– ¿Vance te ama mucho?

– No lo creo -la conversación la desgarraba.

– Lo vi besarte.

– Yo también lo vi besarte a ti -se mordió el labio-. Simplemente pasaba un rato agradable con nosotras.

– Te vi besarlo. ¿Lo amas mucho?

«Mucho».

– Creo que es un hombre maravilloso. Y ahora, jovencita, mientras se hace la cena, voy a ir a darme una ducha. Mientras tanto, quédate aquí y juega en la mesa con los rotuladores y el papel. No tardaré mucho.

– Vale. ¿Puedo hacer un dibujo?

– Por supuesto.

Le dio un beso en la cabeza antes de salir de la cocina. La charla sobre Vance se había prolongado demasiado. La sola mención de su nombre aumentaba la preocupación y el dolor en su interior. Al tocarse las mejillas, pensó que quizá tuviera fiebre.

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