– Buenas noches, Brooke. Gracias otra vez por la bonificación. Has sido muy generosa. Lo aprecio más de lo que imaginas. ¡Feliz Navidad!
– De nada, Dave. Feliz Navidad para ti y tu familia. Nos vemos el lunes.
Una ráfaga de nieve entró en la tienda antes de que el empleado favorito de Brooke Longley pudiera cerrar la puerta de Western Outfitters. Durante la última semana, la pequeña comunidad de West Yellowstone, Montana, ya había sufrido dos tormentas. Al parecer se avecinaba una tercera.
A pesar de que el reloj de pared indicaba que eran las siete pasadas, parecía medianoche. Por lo general Brooke mantenía la tienda abierta hasta las diez, pero no en Nochebuena.
Esa noche los Garnett daban la fiesta anual para los clientes en el Cowhide Bar & Grill, a un par de manzanas de la tienda. Brooke no tenía un deseo especial de asistir, pero su buena amiga, Julia Morton, que vivía con su marido, Kyle, en el otro extremo de la ciudad, le había hecho prometer que iría.
– Haber jurado que no quieres saber nada de los hombres, Brooke, no significa que desees que la gente piense que te has vuelto antisocial desde que rompiste tu compromiso.
Al exponerlo de esa manera, la entendió. Por lo tanto había decidido que asistiría a la fiesta una hora, luego regresaría a casa en el fiable todoterreno de su padre.
Después de apagar las luces y cerrar, comenzó a avanzar a duras penas a través de la cegadora nieve con sus botas de piel de foca. A pesar del constante esfuerzo de sus vecinos de las otras tiendas por limpiar la acera, la nieve la había vuelto a cubrir y le dificultaba el avance.
El termómetro que había bajo el toldo de la farmacia marcaba dos grados bajo cero. Sin duda caería hasta diez bajo cero antes de la mañana. El año anterior a esa hora las condiciones habían sido similares.
Gracias al cielo no era el año anterior y ella no esperaba que Mark llegara desde California.
Su novio y ella habían planeado casarse en la pequeña Iglesia de los Pinos en West Yellowstone, entre la Navidad y el Año Nuevo. Luego se produjo aquella llamada de pesadilla que le anunció que él no pensaba presentarse. Había conocido a otra mujer y esperaba que ella lo entendiera. Era mejor terminar su compromiso entonces en vez de enfrentarse más adelante a un divorcio.
Un mes más tarde, su padre murió por culpa de un fatal ataque al corazón, dejándola sola en su dolor. En el punto más bajo de su vida, no pudo imaginar que viviría el tiempo suficiente para ver otro año.
Pero la vida le había demostrado otra cosa. Para su sorpresa, habían pasado doce meses de duro trabajo en el negocio familiar. En ese período de tiempo, la empresa había prosperado y ella había cumplido veinticuatro años. No solo seguía aún con vida para ver otra Navidad, sino que Julia y Kyle, que durante el verano se habían trasladado a vivir allí desde Great Falls, se habían convertido en sus mejores amigos. Como las chicas con las que había crecido y estudiado se habían ido a una gran ciudad o fuera del estado, sería agradable pasar parte de la Nochebuena con los Morton.
Aceleró el paso pero la ventisca parecía crecer en intensidad. Con condiciones como esas, nadie sacaba el coche. Todo se había detenido. Era un interminable mundo blanco. Bastante hermoso si sabías que podías alcanzar un abrigo.
Al cruzar la calle, que parecía un camino de ganado, le pareció que oía llorar a un niño. Pero el viento a menudo imitaba los sonidos humanos, de manera que descartó la idea y prosiguió la marcha, ansiosa por abandonar los feroces elementos.
Al llegar al otro lado de la calle, el llanto sonó otra vez, pero más alto. Se detuvo a escuchar. No había error. Era un sonido mortal. Un niño aterrado se hallaba bajo la tormenta.
¿Dónde?
Al percibir que procedía desde un callejón lateral, giró en redondo y se dirigió en esa dirección. No había avanzado ni una docena de pasos cuando avistó una figura pequeña que golpeaba el escaparate de la joyería de artículos indios de Clark. El lugar estaba a oscuras. Sin duda Harmon Clark había cerrado temprano para irse a su rancho o a la fiesta de los Garnett. Se trataba de una niña que no podía tener más de cinco años. Entre sollozos no paraba de repetir un nombre, pero Brooke no pudo entenderla. La pobre llevaba unas ligeras zapatillas de tenis sin calcetines, un vestido y un fino chubasquero que no la aislaba de la nieve. Unos minutos más y no tardaría en morir congelada.
Sin vacilar, se arrodilló a su lado y pasó un brazo protector por sus pequeños hombros.
– Me llamo Brooke. Quiero ayudarte. ¿A quién buscas, cariño?
La niña no dejó de aporrear el escaparate con las manos desnudas. Parecía que decía algo sobre Charlie.
– Cariño… dentro no hay nadie. Si vienes conmigo, te ayudaré a encontrar a Charlie. ¿De acuerdo?
– ¡Nooooo! ¡Charlie no! ¡No dejes que me lleve!
Brooke no fue inmune al miedo que había en la súplica desesperada de la niña. Sin perder otro segundo, la alzó en brazos y comenzó a correr por la nieve hacia su tienda. Dentro haría calor. Había un teléfono.
Varias veces estuvo a punto de caer. El cuerpo rígido que sostenía no dejaba de temblar.
– No pasará nada -murmuró una y otra vez en su intento por tranquilizar a la pequeña.
Imaginó una docena de posibilidades que habrían podido llevar a esa niña inocente e indefensa a ese punto, ninguna buena. Jamás se había considerado un ser humano violento, pero quienquiera que fuera ese Charlie, el deseo de matarlo se había convertido casi en una necesidad.
– Ya hemos llegado; aquí estaremos a salvo.
Sacó las llaves y abrió la puerta. Un bendito calor las envolvió al cerrar con el pie, para luego encender las luces y correr por el interior hasta la cocina que había en la parte de atrás.
Un conducto de aire del horno atravesaba el suelo. Acercó una silla allí y sentó a la pequeña. Luego se dirigió a la otra sala a buscar una manta térmica.
Cuando regresó a la cocina, el llanto histérico se había convertido en unos gemidos. A la niña le castañeteaban los dientes. Brooke se puso de rodillas y le quitó las zapatillas gastadas. Después de sacarle el chubasquero, la rodeó con la manta y comenzó a frotarle los pies helados al tiempo que les aplicaba una suave presión.
– ¿Cómo te llamas, cariño? -la nieve aún no se había derretido de su pelo castaño oscuro y revuelto.
– Sa… Sarah.
– ¿Sarah qué?
– No lo sé -se frotó los ojos con el dorso de la mano.
Horrorizada por esa revelación, Brooke quiso ir tras el hombre responsable y estrangularlo. Pero su primera prioridad era proporcionarle a esa niña el cuidado que necesitaba.
– Voy a prepararte un chocolate caliente. ¿Te apetece?
Entre sollozos, no supo si había respondido que sí o que no. No importaba. Se levantó de un salto, mezcló chocolate instantáneo con agua y lo calentó en el microondas.
Una vez listo, acercó la taza a los labios de la pequeña y le dijo que bebiera. Para su alivio, Sarah sostuvo la taza con sus manos y se lo bebió todo. No solo tenía sed; ¡estaba muerta de hambre!
– Apuesto que te ha gustado -la niña asintió-. ¿Dónde está tu mamá?
– Charlie dice que no tengo ma… mamá.
– ¿Quién es Charlie?
– Estaba furioso porque el coche se paró -mientras hablaba, Brooke detectó un leve acento sureño. La pequeña se hallaba muy lejos de casa-. Cuando él bajó, yo salí por la puerta y escapé -le tembló el labio inferior-. Ha… hacía frío en la nie… nieve. No… no podía ver -se puso a llorar otra vez. Unas lágrimas enormes cayeron de sus ojos azules.
Brooke sintió un nudo en la garganta. El corazón se volcó en la pequeña. La rodeó con los brazos y la consoló.
– Voy a cuidar de ti. Todo saldrá bien.
– ¿Crees que Charlie me buscará?
– No lo sé.
– Se pondrá furioso y me pegará cuando me encuentre. No dejes que me encuentre -suplicó.
Al instante Brooke supo que no se trataba de un juego ni de una exageración infantil… la pequeña decía la verdad. Tuvo que morderse la lengua antes de responder.
– Jamás volverá a acercarse a ti. ¿Me crees? -la abrazó-. Se está bien aquí, ¿verdad? -con desesperación intentó cambiar de tema.
– Sí.
– ¿Quieres unas galletitas?
– Sí.
Alargó la mano hacia la caja que había quedado del almuerzo y la depositó en el regazo de la niña.
– Come todas las que quieras mientras yo voy al otro cuarto a hacer una llamada de teléfono.
– ¡No me dejes! -gritó con pánico.
Demasiado tarde Brooke comprendió su error. La alzó en brazos con las galletitas y la llevó a la parte delantera de la tienda. Después de sentarla sobre el mostrador, levantó el auricular y marcó el número de la policía.
– ¿Julia? -preguntó al oír la voz de su amiga-. ¿Cómo es que estás de servicio esta noche? Pensé que nos íbamos a reunir en la fiesta de los Garnett.
– Y así es, pero Ruth me pidió si podía suplirla hasta las nueve. Iba a llamarte para decirte que te reunieras con Kyle y conmigo después.
– Me temo que no iré. Ha surgido una emergencia.
– Cuéntame qué sucede.
De pronto su amiga se convirtió en la profesional que era. En cuanto oyó la historia de Brooke, le dijo que se llevara a la pequeña a casa con ella, que en uno o dos días enviaría a un agente a comenzar la investigación.
Al parecer se habían producido algunos accidentes de coche en la carretera y en ese momento los caminos se hallaban cerrados en todas las direcciones. Los patrulleros disponibles se encontraban ocupados. Lo que pensaba hacer era transmitir la información a la policía estatal.
A Julia se le pagaba para pensar deprisa y tomar la decisión acertada. Al ser Nochebuena, Brooke alabó la sabiduría de su amiga. Como en West Yellowstone no había hospital y los caminos estaban cerrados, su casa era el mejor lugar para ocuparse de las necesidades de Sarah. En una zona remota como esa, en particular en invierno, lo práctico resultaba tan importante como la letra de la ley.
– Quienquiera que sea ese Charlie… -a Brooke le tembló la voz-… ha traumatizado a esta niña y debería pagar por lo que ha hecho.
– Estoy de acuerdo -convino Julia con igual crispación-. Pobrecita. Tuvo suerte de que la encontraras. Si alguien es capaz de hacer que una niña se sienta mejor, esa eres tú. Me mantendré en contacto. Cuando salga de trabajar, Kyle y yo pasaremos por tu casa a ver si podemos ayudarte en algo.
– Sería maravilloso -le dio las gracias a su amiga, colgó y volvió a tomar a Sarah en brazos-. ¿Te gustaría venir conmigo a casa esta noche? No se encuentra muy lejos de aquí. Cenaremos algo rico. ¿Te parece bien? -Sarah asintió-. Antes de que nos vayamos necesitamos buscarte ropa. Puedes elegir lo que más te guste.
Resultó evidente que a la pequeña jamás se le había permitido elegir qué ponerse. Al principio no pareció entenderlo, pero después de que Brooke insistiera, escogió una camisa roja de lana, vaqueros, calcetines, botas vaqueras, un anorak de estilo vaquero con gorra y guantes de esquí. Mientras se ponía la ropa nueva, Brooke guardó algunos otros artículos en una bolsa.
Cuando Sarah terminó de vestirse, le dijo:
– Tengo el coche justo afuera. Va a estar frío antes de que pueda calentarlo, así que creo que nos llevaremos la manta. ¿Estás lista?
No fue necesario que formulara la pregunta. Su diminuta sombra la siguió al exterior de la tienda y se aferró a su mano con todas sus fuerzas.