– Cielos -oyó que Vance murmuraba en cuanto Sarah dejó la cocina, seguida por el ruido de las espuelas.
Brooke se apartó de la mesa, temiendo la idea de que tendría que marcharse para perseguir a ese asesino de sangre fría. Él llevó los platos al fregadero.
– Todavía no sabemos si Sarah es la hija de la mujer asesinada. De hecho, desconozco si el hombre al que persigo es uno de esos convictos. Podría ser otro criminal. No obstante, no descansaré hasta que lo capturemos y pague por lo que le hizo a Sarah.
– Es perverso -siseó ella.
– Amén. En estas circunstancias, Kyle y Julia han prometido ayudarte a cuidar de Sarah hasta que alguien del departamento del marshal se ponga en contacto contigo. Lo más probable es que sea mañana. Entonces ellos se encargarán del asunto-la mueca en su cara le reveló que se hallaba tan perturbado como Brooke por esa posibilidad.
– La familia que pueda tener se sentirá jubilosa al enterarse de que está viva -se mordió el labio.
– Gracias a ti -dijo con voz ronca-. Lo que tendría que haberle indicado a Sarah es que no todos los ángeles se hallan en el cielo. Algunos viven aquí mismo en West Yellowstone.
– No soy ningún ángel -movió la cabeza avergonzada-. Dio la casualidad de que la encontré primero. Cualquiera habría hecho lo que yo.
– No, no cualquiera -musitó con una amargura casi palpable. Algo en su pasado todavía lo acosaba-. Sarah puede darle las gracias a Dios de que fueras tú la persona que la encontró a tiempo. Necesitaba mucho más que consuelo físico. Tú percibiste en el acto lo que había que hacer. Me tienes asombrado, Brooke.
Ella apoyó las manos en la encimera y lo miró.
– Ya que nos mostramos sinceros, es hora de que tú también compartas el mérito.
– Lo único que hice yo fue invadir tu casa, disfrutar de la Navidad con vosotras y comer tu comida. A propósito, la mermelada de fresa estaba mejor que la que preparaba mi madre.
– Aunque eso fuera una mentira -sonrió-, me siento halagada. Pero lo que quería decirte es que después de la experiencia que ha tenido Sarah con ese bárbaro, lo lógico es que hubiera estado aterrada ante cualquier hombre. Pero fuiste tú quien consiguió que saliera anoche del armario. Se aferró a ti. La psicología que has exhibido me ha asombrado. Lo sepas o no, tienes un trato especial y natural con los niños. Con… con la gente -tartamudeó-. A mí también me encantó la historia que contaste.
Él sonrió y le derritió las entrañas. Quiso decirle que debería hacerlo más a menudo. Lo convertía en el hombre más cautivador que había conocido en su vida.
– A todo el mundo le encanta, jóvenes y viejos -comentó al oír el nítido clinc-clanc de unos pies pequeños. Sus miradas se fundieron durante un momento. Ella se sintió sin aliento, mareada. Un segundo más y temía que terminaría por besar esa boca magnética-. Brooke… -musitó cuando Sarah entró en la cocina, vestida.
Para ocultar el rostro arrebolado, se arrodilló delante de Sarah, que sostenía el oso de peluche.
– Será mejor que te quitemos las espuelas o te costará hacer un ángel. De momento las dejaré sobre la mesa. ¿De acuerdo?
– Sí. ¿Puedo llevarme a Jimmy?
– Por supuesto.
– ¿Él puede hacer un ángel también?
– Me parece que no. Está hecho de tela, y como se moje mucho, se estropeará.
– Oh.
– Vamos, mi pequeña vaquera -Vance la alzó en brazos y le puso el sombrero vaquero encima de la capucha-. Mientras Brooke se viste, tú te sentarás en el interior del coche y me verás retirar nieve. De lo contrario no podremos salir.
– Aquí están las llaves -Brooke abrió el bolso en la encimera. La miró con ojos entrecerrados y no supo en qué pensaba.
– Lo tendremos calentito para cuando llegues.
Naturalmente, él tenía prisa por ir en pos de su presa. Decidió vestirse con la máxima celeridad con unos pantalones de lana verde oliva y una blusa de seda con un jersey verde a juego. Recogió el anorak, los guantes y las botas, apagó las luces del árbol de Navidad y cerró con llave la puerta delantera.
Al volverse, el sol que se reflejaba en la nieve la cegó. Había visto otros días hermosos de invierno como ese, pero había algo diferente en esa mañana navideña. El atractivo hombre de pelo oscuro que había quitado la nieve de la entrada tenía mucho que ver con su euforia.
«Por favor, Dios. No permitas que le suceda nada. Tráelo de vuelta al lado de Sarah y de mí». Cerró los ojos. «¿De vuelta junto a Sarah y a mí? ¿Qué estoy diciendo? ¿Qué estoy pensando?»
Al abrir otra vez los ojos, descubrió que el Land Rover de Vance había pasado toda la noche aparcado frente a la casa. El techo debía estar cubierto al menos con treinta centímetros de nieve. ¿Pensaría dejarlo allí?
Él pareció leerle la mente.
– Iremos a la casa de Julia en tu coche -dijo al acercarse-, luego regresaré a buscar mis cosas y el Land Rover. Kyle os traerá después en su vehículo. Te dejaré las llaves sobre la puerta del porche.
Una vez más colocaba las necesidades de Sarah primero. Lo último que quería cualquiera de ellos era alarmarla llamando su atención sobre el coche, menos aún sobre el sombrero y la pistola. Por suerte Sarah no pareció percatarse del Land Rover mientras retrocedían y ponían rumbo al otro lado de la ciudad. Para la pequeña, Vance era sencillamente un buen amigo de Brooke, nada más. La mantendrían sin saber la verdad el tiempo que fuera necesario.
Al llegar a la cabaña de Kyle y Julia, la pareja ya se hallaba en el exterior construyendo un hombre de nieve. Le pidieron a Sarah que se uniera a ellos para jugar. No necesitó que le insistieran para bajar del coche y correr hacia ellos.
Le pidió a Kyle que colocara a Jimmy junto a la puerta de entrada, donde podría mirarlos sin que le cayera nieve encima.
Brooke recogió los regalos para sus amigos y empezó a bajar del coche. Vance dio la impresión de poseer un radar extrasensorial. Lo siguiente que supo ella es que la bajaba en brazos. Perdió el equilibrio y cayó contra su cuerpo. Se sintió como una tonta hasta que sus brazos la envolvieron y la dominaron otras emociones.
«Santo cielo. Estar tan cerca de él es el paraíso».
Quiso pasarle los brazos por el cuello y fundirse con él. La intensa atracción que sentía no dejaba de asombrarla. Si él se hacía una idea de lo que le provocaba su proximidad…
– ¿Te encuentras bien? -unos ojos preocupados la miraron.
– Sí, desde luego -el calor le abrasó las mejillas-. Solo ha sido un resbalón. Ya puedes soltarme -a unos metros percibió los ojos curiosos de Julia.
– Sabes que a mi prima le encanta esto -susurró-. ¿Por qué no le damos algo más sustancial? Después de todo, estamos en Navidad. ¿Qué daño puede haber cuando somos dos viejos amigos?
Antes de que pudiera suplicarle que no la tocara, Vance bajó la cabeza y le robó un beso. Sus labios se hallaban fríos, pero su boca irradiaba calor, como vino templado. Supo que su intención era que fuera un juego, una broma, pero en cuanto se estableció el contacto, la naturaleza de la diversión cambió.
Como un relámpago surgido de ninguna parte, el deseo surcó su cuerpo y le provocó temblores. De pronto el beso se tornó más profundo y encendió su pasión. Todo comenzó a dar vueltas fuera de control. Pudo oír a Sarah que los llamaba; eso le recordó a Brooke que tenían público.
Aturdida, humillada por su propia reacción desinhibida, al final logró separarse de su abrazo. Para su consternación, tuvo que aferrarse un momento a su brazo para recuperar el equilibrio. Durante ese milisegundo antes de que él parpadeara por la brillante luz del sol, a Brooke le pareció que vislumbraba fuego en sus profundidades azules.
Sarah corrió a su lado y tiró del brazo de Vance.
– ¿Podemos hacer ahora ángeles junto al hombre de nieve? Vamos, Brooke.
– Ya voy, cariño -recogió el bolso y los siguió por la nieve, tan sacudida por el encuentro físico que apenas era capaz de mantener la compostura.
«No tendría que haberme tocado, besado». En ese momento iba a añorar cosas que nunca podría tener. Algo le dijo que lo anhelaría toda la vida.
«Dios, ¿qué he hecho?»
Julia y Kyle tendrían que haber notado lo que acababa de pasar, pero para alivio de Brooke, mostraron el recato de fingir que no había sucedido nada fuera de lo común. Luego, cuando estuvieran solas, Julia exigiría un informe, pero por el momento se salvó de dar una explicación.
Un campo de un blanco centelleante rodeaba la cabaña. Por insistencia de Sarah, Kyle se echó sobre la nieve y realizó su primer ángel. Julia lo imitó. Sarah gritó deleitada al ver las formas que habían hecho. Antes de que Brooke pudiera impedirlo, Sarah había tomado las manos de Vance y de ella.
– Ponte aquí -le ordenó a Brooke. Al quedar satisfecha con el lugar, apartó a Vance un metro y dijo-: Túmbate aquí.
– ¿Y dónde va a estar mi vaquera? -Vance ladeó la cabeza.
– ¡Justo aquí! -se lanzó entre ellos-. Muy bien… hagamos ángeles.
Como si fuera su única misión en la vida, Sarah extendió los brazos y las piernas y los movió lo más rápidamente que pudo. Vance miró a Brooke con expresión divertida y apoyaron la cabeza en la nieve para cumplir sus deseos bajo un cegador sol de invierno.
– Muy bien, ¡ya basta! -gritó Sarah pasado un minuto.
Cuando volvieron a levantarse, la pequeña inspeccionó las impresiones de los ángeles antes de ponerse a dar saltos con risa contagiosa.
– ¿Lo veis? ¡Ahí está la mamá, ahí el papá, y ahí estoy yo!
Ante los deseos de la pequeña, Brooke experimentó una miríada de emociones: dolor por su trágica historia, temor por la seguridad de Vance, porque iba a seguir el rastro del asesino, y miedo porque durante las últimas quince horas Vance y Sarah se habían convertido en personas demasiado importantes para ella. Tenía la innegable convicción de que si los perdía, jamás sería capaz de reconciliarse con esa pérdida…
Kyle levantó a Sarah de la nieve.
– ¿Sabes una cosa? Hemos esperado que llegaras para abrir los regalos de Navidad. Papá Noel dejó algo especial para todos bajo el árbol.
– ¿Sí? -gritó entusiasmada. Con los ojos brillantes, centró su atención en Brooke y Vance-. Venid. ¡Papá Noel también ha traído regalos aquí!
Vance se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.
– Me gustaría pasar, pero he de ir a entregar un regalo de Navidad muy especial.
Mientras Brooke temblaba por el significado oculto de sus palabras, el rostro de Sarah mostró su desilusión.
– ¿Vas a tardar mucho?
«Yo también deseo una respuesta a esa pregunta, Sarah», pensó Brooke.
– No estoy seguro. Esa persona no vive aquí.
– ¿Tienes que irte?
– Me temo que sí, cariño. Pero regresaré en cuanto pueda.
– Claro que sí -aseguró Kyle, poniéndole el sombrero vaquero en la cabeza antes de dirigirse hacia la cabaña.
Después de lanzarle una mirada compasiva a Brooke, Julia pellizcó la mejilla de su primo y siguió a su marido.
Gracias a Kyle, que había entrado directamente en la casa, Sarah no tuvo la oportunidad de sacarle una promesa a Vance. En cuanto a ella, no tenía derecho a pedirla.
Aunque quería arrojarse a sus brazos, se mantuvo a una breve distancia, hasta las rodillas en la nieve. Gimió para sus adentros porque su atractivo masculino se extendía hacia ella como algo vivo.
Él inspeccionó su cara y su figura, como si la estuviera memorizando, como si también para Vance esas últimas quince horas hubieran significado algo especial. Desde luego, lo más probable era que no fuera más que un deseo por parte de Brooke. Lo único que sabía era que despedirse de ese hombre era lo más duro que había tenido que hacer jamás en su vida.
– Ten cuidado -susurró ella con la esperanza de ocultar el dolor en su voz.
– Sin importar lo que tarde, lo encontraré -sus facciones se endurecieron-. Sarah nunca tendrá que volver a preocuparse por él -sus ojos eran inescrutables-. Feliz Navidad, Brooke. Ha sido un placer.
Al dirigirse con paso rápido hacia el coche, ella se dio cuenta de que se había enamorado perdidamente de él. No podía existir otra explicación para su precaria situación.
– Feliz Navidad, Vance.