– En cuanto termine de comer, te ayudaré a envolver los regalos. Sarah jamás sabrá lo que hemos hecho.
La velada había sido tan perfecta que Brooke no quería estropearla, pero la ansiedad pudo con ella.
– ¿Crees que Sarah es la niña que robaron aquellos convictos?
– Aún no lo sé -frunció el ceño-. Ya nos ha proporcionado algunas pistas, pero no sabremos nada definitivo hasta que el cuartel general complete su investigación.
– Es una chica muy inteligente -respiró hondo-, pero…
– Carece de un conocimiento común sobre cosas básicas -concluyó por ella-. Créeme, he notado los agujeros que hay en su educación.
– Si ha sido llevada de un lado a otro por esos hombres horribles… -la emoción le dificultó articular las palabras-… entonces ha perdido dos años vitales en su educación. Una experiencia semejante explicaría las lagunas que tiene.
– Su vulnerabilidad es demasiado llamativa -asintió.
– Lo sé -suspiró-. En este punto se encuentra lista para aferrarse a cualquiera que le muestre un poco de amabilidad.
– Ya está loca por ti -la miró fijamente-. Por eso es imperativo que la reunamos con su familia lo más pronto posible. De lo contrario, no querrá dejarte.
– Ni a ti -añadió con voz trémula-. La has oído. Ya nos ha confiado que desearía que fuéramos sus padres.
– Como la niña que es, quiere negar todo lo malo y aspirar a lo bueno.
Al ser Vance un soltero confirmado, era evidente que no le había gustado el deseo de Sarah. Eso no debería haberla herido, pero, de algún modo, lo había hecho. Los sentimientos que ella experimentaba no eran compartidos por Vance. ¿Y por qué habría de ser así? «¡Eres una tonta, Brooke Longley!»
– Es posible que Sarah sea la víctima de secuestro de otra situación -teorizó él-. Probablemente tenga unos padres que se llenarán de alegría al enterarse de que la van a recuperar.
– ¿Y si es la pequeña cuya madre fue asesinada? ¿Tiene padre? -Vance exhibió una mirada que ella no pudo descifrar.
– Según mis fuentes, la madre jamás se casó y el padre la dejó hace mucho tiempo.
– Entonces, ¿Sarah está sola en el mundo? -preguntó con un jadeo.
– No necesariamente. Podría tener más familia. Tías y tíos. Ya he pedido en el departamento que lo investiguen.
– Pero, ¿si no aparece nadie para reclamarla? -musitó.
– No lleguemos a conclusiones precipitadas -sus facciones se endurecieron.
– Será entregada a hogares de refugio hasta que sea adoptada, ¿verdad? -insistió Brooke. La idea de que Sarah tuviera que vivir con desconocidos la atormentaba-. Esa gente no sería capaz de comprender el trauma por el que ha pasado, Vance. Es tan joven e inocente. Tan dulce. No podría soportar…
– Brooke -murmuró con voz ronca. Al siguiente instante la tuvo en sus fuertes brazos y apoyó su cara contra su hombro, donde ella se desmoronó.
– Si la hubieras oído llorar durante la tormenta, si hubieras visto sus piernas desprotegidas, delgadas y frías sosteniéndola mientras aporreaba el escaparate con las manos heladas, tú…
– Sss -reprendió con gentileza sobre su sedoso pelo rubio y la abrazó con más fuerza-. La encontraste a tiempo. Se encuentra a salvo y cobijada bajo tu techo. No pienses en los problemas. Estamos en Navidad, ¿recuerdas? Un tiempo de milagros.
– Tienes razón -hipó-. Fue un milagro que pudiera oírla en esa tormenta. Si no…
– Pero la oíste -musitó.
– Prométeme una cosa, Vance -le agarró los brazos.
– ¿Qué?
– Prométeme que si no tiene familia usarás tu influencia para cerciorarte de que vaya con los mejores padres adoptivos que haya -en su ansiedad alzó la cabeza sin darse cuenta hasta que fue demasiado tarde de lo cerca que quedarían sus caras. Sintió el calor de su aliento en la mejilla-. Prométeme que será la gente idónea la que termine por cuidar de ella.
– Lo prometo -su intensa mirada taladró sus ojos verdes.
– Gracias -sintió que el juramento abarcaba el núcleo de su cuerpo; sin éxito intentó frenar las lágrimas.
– No hace falta que me las des -una vez más le rozó la boca con los labios antes de soltarla. Brooke notó un extraño vacío sin sus brazos alrededor de ella-. Yo quiero lo mismo para Sarah -añadió al ponerse a recoger los regalos para llevarlos de vuelta al salón.
Ella lo creyó. Había sido testigo del vínculo que se había creado entre Sarah y Vance, un milagro en sí mismo si se consideraba que la pequeña había estado a merced de unos hombres terribles hasta esa noche. Tras esa experiencia, no le habría extrañado que los hombres la asustaran. Pero Vance tenía una manera de ser…
«Y no solo con los niños», gritó su corazón. La proximidad de sus cuerpos le había parecido perfecta. Tenerlo bajo su techo esa noche resultaba lo más natural del mundo. Si quería ser totalmente sincera consigo misma, deseaba que la magia de esa Navidad no se terminara jamás.
El año anterior a esa hora había querido morir.
Ese año…
Ese año, Vance y Sarah podían ser la familia con la que siempre había soñado. No parecía posible que algo semejante hubiera pasado, sin embargo, allí estaban los tres juntos.
¡Vance no podía averiguar lo que sentía! Debería representar la mejor actuación de su vida.
Porque todo en ella gritaba para seguirlo al salón y pasar el resto de la noche hablando con él, comprendió que debía renunciar a ese placer.
Decidida como nunca lo había estado en la vida, permaneció en la cocina para limpiar el desorden que habían creado.
Después de proporcionarle a Vance un tiempo de media hora, apagó la luz y se dirigió de puntillas al salón. Sarah dormía, y la respiración profunda y regular de Vance le indicó que él también.
Resistió el impulso casi abrumador de acercársele. A cambio, se metió en la cama junto a Jimmy y Sarah.
La noche anterior jamás habría podido imaginar la situación en la que se encontraba. No obstante, esa noche no era capaz de imaginar otra cosa.
Se puso de costado para poder darse un festín con el físico de Vance. No supo cuánto tiempo permaneció así, quizá media hora. Pero en algún momento debió quedarse dormida. Por la mañana fue consciente de que alguien la llamaba. Al principio pensó que soñaba, pero al final se dio cuenta de que era la voz de Sarah.
– No me pegues, Charlie. Seré buena. Seré buena.
Brooke se irguió en la cama y se apartó el pelo de los ojos. El reloj indicaba las cinco y media. Al parecer Sarah tenía una pesadilla. Aunque muy dormida, con el brazo se cubría la cabeza como para evitar un golpe.
A poca distancia, el resplandor del árbol de Navidad revelaba las facciones talladas del rostro de Vance y su torso cubierto con una camiseta blanca. También él había oído los gritos de la pequeña y se había despertado. Encendió una de las lámparas para iluminar el salón.
Sus ojos se encontraron con una comprensión horrorizada antes de que Brooke abrazara a Sarah.
– Está bien, cariño. Ha sido solo un sueño -musitó. Por ese entonces, Vance, que llevaba la parte inferior de los pijamas azules de su padre, se había acercado a ellas para sentarse del otro lado de la niña y rodearlas a ambas con un brazo.
El gesto tenía la intención de consolar a la pequeña. Pero hizo que Brooke fuera muy consciente de su cercanía física. A la mínima provocación se acurrucaría en sus brazos y no se movería de allí.
Al principio Sarah pareció desorientada. Miró a Brooke y luego trasladó su atención a Vance, quien bajó la cabeza y le besó la punta de la nariz. Eso provocó una amplia sonrisa en su carita y consiguió sacarla de su estado.
– Feliz Navidad, Sarah. Parece que Papá Noel vino anoche.
– ¿Me ha traído regalos? -lo miró maravillada.
– Mira bajo el árbol.
De inmediato la pequeña salió de la cama y corrió a examinar los paquetes, gritando extasiada ante cada uno de ellos.
– Veo algo más que cuelga de la chimenea -indicó Brooke.
Mientras Sarah se dirigía hacia allí para inspeccionar, Vance la miró. Ella vio muchas cosas en sus ojos, entre ellas una expresión de ternura indescriptible. Durante ese momento íntimo de silencio, le pareció vislumbrar la esencia del hombre que probablemente no mostraba muy a menudo ese lado vulnerable. Fue una revelación.
– ¡Es un calcetín! ¿Puedo bajarlo? -Sarah daba botes de excitación.
Vance rio entre dientes antes de centrar su atención en la pequeña.
– Desde luego. Papá Noel lo dejó lleno de cosas ricas, especialmente para ti.
Observar a Sarah era como redescubrir el júbilo de la Navidad con todo su entusiasmo. Brooke no necesitaba mirar a Vance para saber que experimentaba lo mismo.
La pequeña tiró del calcetín y, como cualquier otra niña, vertió su contenido hasta dejar todo extendido sobre la alfombra.
– ¿Qué te apuestas que lo primero que se lleva a la boca es el bastón de caramelo? -susurró Vance en su oído, provocándole unos temblores deliciosos por su cuerpo sensibilizado.
Sarah no tardó en darle la razón.
– Mmm -comentó mientras lo chupaba y comenzaba a desenvolver otra delicia dulce.
El emitió una risa ronca; el sonido cautivó a Brooke. De hecho, toda la situación le gustaba demasiado.
– ¿Por qué no empiezas a abrir tus regalos, Sarah? -sugirió. Menos mal que había tenido la previsión de llevar algunas cosas de la tienda.
Vance se incorporó de la cama y se acercó a su pequeña invitada.
– Si te comes todos los caramelos, no tendrás ganas de desayunar. Recuerda que Brooke va a preparar unas tortitas para su mermelada.
– ¿De verdad? -bromeó Brooke-. ¿Sabías que un pequeño elfo me ha susurrado que quizá tomemos unos bollos calientes?
– Eso es incluso mejor -convino él, recompensándola con una sonrisa que le desbocó el corazón-. ¿Qué te parece si abres este paquete? -se lo entregó a Sarah.
– ¿Qué es?
– Tienes que descubrirlo tú. Adelante. Quítale el papel y comprueba qué hay dentro.
Con manos trémulas, Sarah obedeció para descubrir el sombrero vaquero. Lo estudió y luego se lo puso. Vance ajustó el cordel bajo su barbilla, después le dio otro beso en la mejilla.
– Ahora pareces una verdadera vaquera.
– ¿Qué es una vaquera?
– Una chica que sabe montar a caballo.
– Pero yo no tengo caballo.
– Yo sí -se puso en cuclillas ante ella-. De hecho, tengo un poni pequeño ideal para ti.
– ¿Dónde? -gritó Sarah con conmovedora ansiedad.
– En el rancho de mi padre.
Se levantó del suelo y se plantó en el refugio de sus brazos con tanta confianza que Brooke sintió que los ojos se le humedecían.
– ¿Cómo se llama?
– Patchwork -dijo con una sonrisa.
– ¿Es de muchos colores?
– Muchos -repuso.
– ¿Me dejarás montarlo? -el rostro se le iluminó.
Reinó un silencio profundo.
Brooke comprendió el titubeo de Vance. Cuando le decías una cosa a un niño, debías mantener la promesa. Sarah estaba tan encantada con todo, que resultaba fácil dejarse llevar. Ella lo sabía, ya que había imaginado a la pequeña como hija de los dos. Las fantasías tenían que detenerse.
Él debió pensar lo mismo, porque se levantó despacio.
– Quizá algún día -musitó-. De momento, puedes fingir que tienes un caballo.
– Ni siquiera hace falta que finjas -indicó Brooke-. No te muevas.
Mientras los dos se la quedaban mirando, corrió hacia el armario que había junto a la cocina y sacó la escoba. Después de colocársela entre las piernas, hizo que galopaba al volver a entrar en el salón.
Sarah soltó una carcajada y suplicó poder montar sobre la escoba. Vance le transmitió un mensaje silencioso en el que le agradecía la ayuda para aligerar un momento más bien tenso.
Cuando Sarah dio varias vueltas a la habitación, Vance dijo:
– ¿Por qué no abres este otro regalo? Todas las vaqueras las necesitan.
Dejó la escoba en el suelo y con celeridad arrancó el envoltorio del paquete.
– ¿Qué son?
– Unas espuelas. Ve arriba y trae tus nuevas botas. Te mostraré cómo se ponen. Se usan para que el caballo corra más deprisa.
Brooke se dirigió al rellano para encenderle las luces. Vance se le acercó. Los dos se quedaron solos. La expresión de él adquirió una cualidad profesional, haciendo que el estado de ánimo de ella se viniera abajo.
– He de llamar al despacho -la voz seria le recordó que el asesino aún andaba suelto y que todavía desconocían la verdadera identidad de su pequeña invitada.
– En cuanto baje, le pediré que me ayude a preparar el desayuno -aceptó con un temblor.
– La tormenta ha amainado. Tendré que marcharme -cerró los puños.
– Por supuesto -evitó su mirada para que no captara la añoranza en sus ojos-. En realidad, me sorprende que pudieras quedarte a pasar la noche. Estoy segura de que a Sarah le ha encantado. Cuando despertó de su pesadilla, estabas ahí para consolarla.
– No olvides que tú también estabas a su lado.
Una tensión palpable flotó entre ellos.
– Prométeme que irás a la casa de Julia -instó-. Hasta que atrapen a ese psicópata, no quiero que Sarah y tú estéis solas.
– ¿Irás en pos de él? -musitó.
– Es mi trabajo.
– Lo sé -respiró hondo. «Pero en doce horas te has vuelto tan importante para mí que la idea de que te pueda pasar algo me mata».
– Tengo las botas puestas -anunció Sarah mientras bajaba las escaleras.
Estaba tan bonita con el sombrero, el pijama y las botas, que Brooke no pudo resistir abrazarla.
Mientras la tenía en brazos, Vance le puso las espuelas. Al terminar, Brooke la bajó al suelo.
– Muy bien, vaquera -sonrió-. Empieza a caminar.
Sarah dio unos pasos. Cada vez que se movía las espuelas tintineaban. El ruido la divirtió mucho. Tomó la escoba y jugó a los caballos durante cinco minutos mientras los dos la animaban.
– Vamos, cariño -dijo ella al final-. Deja tu caballo. Es hora de preparar el desayuno. Te dejaré hacer las tortitas.
Al dirigirse a la cocina, Vance aprovechó el momento para perderse de vista. La sensación de pérdida resultó abrumadora.
Brooke le pidió a Sarah que acercara una silla a la encimera para que pudiera trabajar cómoda. A los pocos minutos, tenían la masa lista y el beicon crepitaba en la sartén. Vance entró cuando Brooke ponía la mermelada en la mesa, con leche y café. Llevó a Sarah con la silla hasta la mesa, luego le quitó el sombrero.
Un vistazo a su expresión le reveló que lo mejor era que se preparara para su marcha. Tendría que manejar la situación con cuidado, ya que la frágil seguridad que experimentaba Sarah podía resquebrajarse. Unos minutos más tarde, mientras disfrutaban del desayuno, se dio cuenta de que Vance iba por delante de ella en lo referente a las necesidades de la pequeña.
– ¿Cariño? ¿Recuerdas a Julia y a Kyle, los primos que nos visitaron anoche y que te trajeron el oso de peluche? -ella asintió sin dejar de masticar el beicon-. Quieren que vayamos a verlos en cuanto terminemos de desayunar para hacer ángeles de nieve.
Había sido inteligente. Cuanta más gente hubiera para entretenerla, menos dolor le provocaría su partida. Y un juego en la nieve era una idea perfecta. Durante la noche, la tormenta había parado. Parecía que el día de Navidad disfrutaría de un cielo despejado.
– ¿Qué son esos ángeles?
– Todos nos echamos en la nieve y movemos los brazos y las piernas. Cuando nos levantamos, da la impresión de que los ángeles han estado jugando en la nieve.
– ¿Qué son los ángeles?
– Personas que viven en el cielo con Jesús. Nos vigilan y nos protegen -indicó Brooke.
– ¿Podemos ir? -los ojos de Sarah se pusieron como platos.
– Claro. En cuanto te hayas bebido toda la leche.
– Estoy lista -anunció después de bebérsela de un trago.
– Pero primero tienes que ir arriba a vestirte. Baja el anorak y los guantes.
– De acuerdo. Vuelvo en seguida. No os vayáis.