– Lo siento si te he incomodado. Simplemente quería que supieras que yo he pasado por mi propio infierno en una situación con una mujer con la que había pensado casarme. Créeme, entiendo lo vacías que pueden parecer estas fiestas sin nadie con quien compartirlas.
Esa admisión fue una revelación. No creía que Julia supiera lo cerca que había estado de comprometerse, y menos todavía de casarse. Era evidente que su dolor había sido demasiado grande para discutirlo, incluso con su prima.
– Si queremos que Sarah crea que somos buenos amigos, me parece que es importante entender de dónde proviene la otra persona. Producirá una relación mucho más armoniosa -añadió él.
– Estoy de acuerdo -musitó ella.
Mientras Brooke asimilaba la sabiduría de sus comentarios, él habló por teléfono para indicar que se tomaba el resto de la noche libre y que los llamaría por la mañana. En caso de una emergencia, sabían adonde llamarlo.
Guardó el teléfono en el bolsillo del anorak, luego adelantó el torso y la observó con ojos entrecerrados.
– Gracias a mi prima, tú y yo conocemos algunos datos del otro. Por el bien de Sarah, quizá este sea un buen momento para saber más cosas. Por si Julia no te lo mencionó, me llamo Vance.
– Sí, lo sé. Y tienes treinta y seis años.
Los dos sonrieron.
– Así es. Y por si Sarah lo pregunta, nací y me crié en el Rancho Q, a unos kilómetros al sur de Great Falls, Montana. Tengo tres hermanos, todos ellos casados, con hijos y que ayudan a mi padre a dirigir el lugar. Como Julia te ha contado bastantes cosas, he de dar por hecho que te has enterado de que soy la oveja negra de la familia.
– Todo lo contrario, te admira. Según ella, tú eres el más brillante de todos. Me dijo que eres la causa por la que también ella se ha puesto a trabajar con la ley. ¿No lo sabías?
– Cuesta creerlo, pero he de reconocer que me siento halagado. La verdad es que tardé bastante tiempo en encontrarme a mí mismo. Me licencié en ingeniería de minas en la Universidad de Utah, pero en cuanto salí de la universidad, decidí que no quería ser ingeniero, ya que no me aportaba la aventura que andaba buscando.
– Eso le pasa a mucha gente, Vance. Y estoy segura de que nadie se considera la oveja negra por eso.
– No has oído el resto -repuso-. Entonces un buen amigo me sugirió que probara con la policía. Pasado un tiempo, descubrí que tampoco me gustaba el trabajo normal policial en la ciudad. Necesitaba un reto, pero algo que me mantuviera al aire libre.
– Suenas exactamente como mi padre -sonrió-. Creció en Nueva York y se convirtió en agente de bolsa de Wall Street. Después de un tiempo, se sintió encorsetado por la tensión del trabajo, pero no era capaz de ver una salida.
»Al venir a Yellowstone durante unas vacaciones, dijo que sabía que había encontrado el paraíso. Se trasladó aquí e invirtió todo el dinero que pudo reunir para entrar en el negocio de Ted Wilson. Al nacer yo, Ted se jubiló y mi padre le compró su mitad del negocio y le cambió el nombre a Longley. Jamás lamentó la decisión. Según él, lo convirtió en un hombre nuevo.
»Fue aquí donde conoció a mi madre y se casó con ella. La gente que lo conocía de Nueva York no pudo creer el cambio que había experimentado cuando venía a visitarlo. Al final se sintió satisfecho.
– Conozco la sensación -Vance asintió-. Me habría gustado conocer a tu padre. Parece que teníamos muchas cosas en común. Cuando un funcionario de la oficina del marshal federal de Great Falls me sugirió que el puesto de marshal podía ser justo lo que buscaba un renegado como yo, lo investigué y descubrí que tenía razón. Desde entonces estoy en el departamento del marshal.
– Mientras seas feliz, no importa nada más.
– Amén. Y bien, ¿Brooke Longley es feliz dirigiendo el negocio de su padre?
Cuando exhibía esa sonrisa devastadora, a Brooke el corazón le daba un vuelco. «No. Esto no puede estar sucediendo. No puede ser. ¡No cuando me he prometido que nunca más!»
– Sí y no. Fui hija única y nací tarde en el matrimonio de mis padres; casi siempre he vivido en West Yellowstone. Me gradué en literatura inglesa en la Universidad de Wyoming. Cuando surgió la oportunidad de enseñar inglés un año en Japón, la aproveché. Pero al volver, descubrí que mi madre había enfermado de neumonía. En esas circunstancias, dejé de tratar de encontrar un puesto de profesora permanente en Montana para poder cuidar de ella.
Sintió la amenaza de las lágrimas y tuvo que carraspear.
– Al fallecer, ayudé a mi padre en la tienda. Él nunca dejó de lamentar la pérdida de mi madre. El invierno pasado sufrió un ataque fatal al corazón. Desde entonces llevo el negocio. Eso es todo -la compasión que vio en sus ojos la impulsó a apartar la vista.
– Has tenido que enfrentarte a mucho dolor. Lo siento
– Está bien -giró la cabeza-. Lo peor ha quedado a mi espalda. Cuando pienso en la situación de Sarah, sé que no puedo quejarme de nada.
– Pensaba lo mismo. Por ende, ahora que somos buenos amigos… -le guiñó un ojo-… he de decirte que estoy muerto de hambre. ¿Qué te parece si me invitas a vuestro festín de Navidad?
– ¿Qué festín? -parpadeó.
– El que pude oler en cuanto me abriste la puerta. Desde entonces se me hace la boca agua.
– Me temo que es solo carne asada.
– ¿Te contó Julia que es mi plato favorito?
No supo si él bromeaba, pero un soltero empedernido jamás dejaba de ser sospechoso de tender trampas a las mujeres.
– Por desgracia nuestras conversaciones jamás fueron tan detalladas. Lo que sí me contó una y otra vez es que estás tan en contra del matrimonio como yo de volver a relacionarme con un hombre.
– Eso está bien -sonrió-. Significa que al fin ha dejado de hacer de Cupido.
– Conmigo también lo intentó sin éxito varias veces en el pasado -asintió-. No creerás que esta noche te envió aquí adrede con la esperanza de que pudiera suceder algo entre nosotros, ¿verdad? -sin motivo aparente, disfrutaba mucho provocándolo.
– Me temo que la idea de venir a verte fue solo mía, pero no me cabe duda de que ya ha planeado nuestra boda.
– Si conozco a Julia, es probable que ya haya calculado los hijos que vamos a tener y dónde vamos a vivir -con falsa dulzura, añadió-: Tendrás que perdonar a tu prima. Kyle y ella aún son recién casados, ciegos a los reveses del romance.
– Tienes razón -musitó con profunda convicción.
Brooke notó que su desilusión era tan intensa como la suya. Saber que se había quemado con una relación amorosa fallida tocó una fibra sensible en su interior. Una vez despierta su compasión, no tuvo deseos de burlarse.
– Creo que he dejado sola a Sarah demasiado tiempo. Quizá si te quitaras la placa y el arma, no note tu uniforme. Puedes guardar todo, incluyendo el sombrero y el anorak, en el armario de la entrada.
Volvió a evaluarla detenidamente.
– Buena idea. Si necesito protegerte, siempre puedo recurrir al rifle.
El comentario devolvió a Brooke a la realidad.
– ¿Crees que ese asesino anda buscando a Sarah?
– Probablemente no -la alegría abandonó sus ojos-. Se trata de un fugitivo desesperado. Como ella ha podido escapar de él, seguro que seguirá huyendo. Tengo el pálpito de que se ha dirigido al Parque. Lo capturaremos.
La convicción en su profunda voz le provocó un temblor diferente por el cuerpo. Pudo entender el miedo que sentiría alguien si se hallara del lado equivocado de la ley. Vance irradiaba una seguridad y autoridad que poseían pocos hombres.
Al sentir la necesidad de hacer algo con las manos, alargó el brazo hacia el casete y le dio la vuelta.
– Iré a comunicarle a Sarah que te quedarás a cenar. Puedes ir a refrescarte al cuarto de baño de invitados. Es la primera puerta a la derecha por el pasillo -sin aguardar una respuesta, se dirigió a la cocina-. ¿Sarah? -llamó-. No debes sentir miedo. Ha venido uno de mis buenos amigos… -calló al darse cuenta de que no había rastro de la pequeña.
Quizá se escondía bajo la mesa. Pero al levantar el borde del mantel rojo para echar un vistazo, no encontró nada. «Por favor, no me digas que estabas tan aterrada que te lanzaste a la tormenta desde la puerta de atrás».
Dominada por el pánico, giró en redondo y estuvo a punto de desmayarse por el alivio al ver que aún seguía cerrada.
– ¿Sarah? ¿Dónde estás, cariño?
– Aquí -una voz llena de miedo sonó desde la despensa próxima a la entrada posterior.
Despacio, Brooke abrió la puerta. Sarah estaba escondida detrás de la aspiradora, pero se veía la punta de una bota. Experimentó otra punzada de dolor al pensar en los abusos que debió haber padecido esa niña adorable.
– Está bien, cariño. Charlie se ha ido lejos. Ya puedes salir. Mi amigo Vance va a pasar la Nochebuena con nosotras. Es muy agradable.
– También narro cuentos -dijo una voz masculina detrás de Brooke. Ella pudo sentir el calor de su duro cuerpo varonil hasta las mismas entrañas-. De hecho, tengo una historia especial de Navidad que siempre le cuento a mis sobrinos.
La ternura en su voz avivó las emociones de Brooke. Fue obvio que también provocó una reacción similar en Sarah. Al rato las botitas rojas se apartaron de la aspiradora y la pequeña se levantó.
– ¿De qué es la historia?
– De un árbol solitario que crece en el bosque.
– ¿Y por qué estaba solo? -dio un paso confiado adelante.
– Una gran tormenta de nieve como la de esta noche arrancó los demás árboles y lo dejó solo sobre la montaña.
– ¿Y qué hizo?
Brooke contuvo las lágrimas y tuvo ganas de oír la respuesta. La voz y la historia de Vance habían desterrado el miedo de Sarah.
– ¿Por qué no nos sentamos a la mesa? Entonces te contaré el resto. El problema es que huelo la carne que ha preparado Brooke y estoy hambriento. Es mi plato favorito.
– También el mío -Sarah sonrió.
– ¿Me habéis guardado algo?
– ¿Lo hemos hecho? -la pequeña se lo preguntó, a Brooke con ansiedad y le aferró la mano.
– Creo que hay suficiente -la ternura de la niña le conmovió el corazón-, si no, lo atiborraremos a galletitas.
– Son buenas. En especial con la mermelada de fresa que preparó la misma Brooke.
Los ojos de Vance brillaron al mirarla.
– ¿Es eso verdad? Da la casualidad de que la fresa es mi fruta favorita.
– ¿Sí? -los ojos de Sarah se pusieron como platos.
– Así es. Cuando tenía tu edad, mis hermanos y yo solíamos ir a recogerlas. Nos comíamos tantas como podíamos, luego nos llevábamos el resto a casa para comerlas con tortitas.
– ¿Qué son las tortitas?
– Si no lo sabes, apuesto que podemos convencer a Brooke de que te las prepare mañana para desayunar.
Sarah juntó las manos.
– ¿Puede quedarse Vance a pasar la noche con nosotras? -preguntó con ojos luminosos. Mientras ella mostraba su sorpresa, la pequeña se volvió hacia él-. Vamos a dormir junto al árbol de Navidad. Lo ha dicho Brooke.
– No lo hago desde niño -al oído de Brooke susurró-: Sé que te he dicho que creo que Charlie se ha marchado, pero no estoy seguro en un cien por ciento. Por lo tanto, para cerciorarme de que estéis a salvo, voy a quedarme para protegeros.