Despedirse de Pierce fue de las cosas más difíciles que había hecho en toda su vida. Había estado a punto de desentenderse de todas sus obligaciones, de todas sus ambiciones, y pedirle que la dejara ir con él. ¿Qué eran las ambiciones, sino metas vacías, si no podía estar con Pierce? Había querido decirle que lo amaba y que lo único que importaba era que permaneciesen juntos.
Pero una vez en el aeropuerto, se había obligado a sonreír, le había dado un beso de adiós y se había marchado. Ella tenía que ir a Los Ángeles y él seguía ruta por la costa. El trabajo que los había unido también los mantendría separados.
En ningún momento habían llegado a hablar del futuro. Ryan se había dado cuenta de que Pierce no hablaba del mañana. Pero el hecho de que le hubiese hablado del pasado, por poco que fuera, le daba fuerzas. Era un paso, quizá más grande de lo que ninguno de los dos sabía.
El tiempo diría, pensó Ryan, si lo que habían compartido en Las Vegas crecería o terminaría desdibujándose hasta desaparecer. En ese momento, empezaban un periodo de espera. Ryan sabía que si Pierce se arrepentía, lo descubriría entonces, estando separados. La distancia no siempre acrecentaba el cariño. También permitía que la sangre y el cerebro se enfriaran. Las dudas tenían la manía de formarse cuando había tiempo para pensar. Cuando Pierce fuese a Los Ángeles a la primera de las reuniones, tendría la respuesta.
Ryan entró en su despachó, miró el reloj y tomó conciencia, a su pesar, de que el tiempo y los horarios volvían a formar parte de su mundo. Sólo hacía una hora que se había despedido de Pierce y ya lo echaba de menos una barbaridad. ¿Estaría él también pensando en ella justo en ese momento? Si se concentraba lo suficiente, ¿se daría cuenta Pierce de que estaba pensando en él? Ryan suspiró y se dejó caer sobre el asiento situado tras la mesa de despacho. Desde que estaba con Pierce, se había vuelto más permisiva con la imaginación. A veces, tenía que reconocerlo, creía incluso en la magia.
"¿Qué le ha pasado, señorita Swan?", se preguntó. Tenía que volver a poner los pies en la tierra, como correspondía. ¿Sería el amor lo que la tenía levitando? Ryan apoyó la barbilla sobre el cuenco de las manos. Cuando se estaba enamorada, nada era imposible.
¿Quién podía asegurar qué fuerzas misteriosas habían hecho que su padre enfermara y la hubiese mandado a ella al encuentro de Pierce?, ¿qué impulso oculto le había hecho elegir aquella carta fatídica de la baraja del Tarot? ¿Por qué había intentado resguardarse la gata de la tormenta justo por su ventana? Desde luego, existían explicaciones lógicas para cada uno de los pasos que habían ido llevándola hasta el momento en que se encontraba. Pero a las mujeres enamoradas no les gustaba la lógica.
Porque había sido mágico, pensó Ryan sonriente. Desde la primera vez que se habían cruzado sus miradas, lo había sentido. Simplemente, había necesitado algo de tiempo para aceptarlo. Toda vez que ya lo había hecho, ya sólo podía esperar y ver si duraba. No, se corrigió: no era momento para la pasividad; ella misma se encargaría de que aquella relación se consolidase. Si le requería paciencia, sería paciente. Si le exigía acción, tomaría la iniciativa. Pero haría funcionar la relación, aunque tuviera que inventarse su propio hechizo particular.
Ryan sacudió la cabeza y se recostó sobre el respaldo. En el fondo, no podía hacer nada hasta que Pierce volviese a irrumpir en su vida. Y para eso faltaba una semana. Mientras tanto, tenía trabajo pendiente. No podía echarse a dormir y aguantar en la cama a que pasaran los días. Tenía que llenarlo. Ryan abrió las notas que había ido tomando sobre Pierce Atkins y empezó a transcribirlas. Al cabo de menos de media hora, el interfono la interrumpió:
– Dime, Bárbara.
– El jefe quiere verte.
– ¿Ahora? -preguntó Ryan, mirando con el ceño fruncido el revoltijo de papeles que cubría su mesa.
– Ahora.
– De acuerdo, gracias.
Ryan maldijo en voz baja, apartó los papeles que necesitaba llevar consigo e hizo una pila con los demás. Ya podía haberle dejado un par de horas para organizarse, pensó. Pero la realidad era que iba a tener a su padre vigilándola de cerca durante todo el proyecto. Todavía le quedaba mucho para que Bennett Swan confiara en ella. Suspiró resignada, metió los papeles en una carpeta y salió en busca de su padre.
– Buenos días, señorita Swan la saludó la secretaria de Bennett Swan cuando Ryan entró-. ¿Cómo ha ido el viaje?
– Muy bien, gracias.
Ryan se fijó en cómo miraba la mujer los pendientes caros y discretos que colgaban de sus orejas. Ryan se había puesto el regalo que su padre le había hecho por el cumpleaños, sabedora de que éste querría asegurarse de que había acertado y de que ella se lo agradecía.
– El señor Swan ha tenido que salir un momento, pero estará en seguida con usted. Ha dicho que lo espere en su despacho, si hace el favor. El señor Ross ya está dentro.
– Bienvenida, Ryan -Ned se puso de pie cuando Ryan entró en el despacho. Llevaba una taza de café humeante en la mano.
– Hola, Ned. ¿Participas en esta reunión?
– El señor Swan quiere que colabore contigo en este proyecto -contestó él con una sonrisa seductora y medio de disculpa-. Espero que no te importe.
– En absoluto -dijo ella con frialdad. Dejó la carpeta con el expediente de Pierce Atkins y aceptó el café que Ned le ofrecía-. ¿En calidad de qué?
– Seré coordinador de producción -respondió-. Sigue siendo tu bebé, Ryan -añadió para tranquilizarla.
– Ya -murmuró ella. Sólo que, de repente, iba a ser como “un grano en el culo”, pensó con amargura.
– ¿Qué tal por Las Vegas?
– Fantástico -contestó Ryan mientras se acercaba a la ventana.
– Espero que sacaras algo de tiempo para probar suerte en algún casino. Trabajas mucho, Ryan.
– Jugué al blackjack -Ryan acarició el colgante egipcio y sonrió-. Y gané.
– ¿De verdad? ¡Enhorabuena!
Después de dar un sorbo, dejó la taza de café.
– Creo que tengo una base sólida para conseguir un resultado beneficioso para Pierce, Producciones Swan y la televisión -arrancó Ryan-. No necesita mucha promoción para subir la audiencia. Creo que más de un artista invitado sería excesivo. En cuanto al escenario, tengo que hablar con los decoradores, pero ya tengo una idea bastante definida. Respecto a la financiación…
– Ya hablaremos de negocios luego -la interrumpió Ned. Se acercó a Ryan y le acarició las puntas del pelo. Ryan permaneció quieta, mirando por la ventana-. Te he echado de menos. Ha sido como si hubieses estado fuera varios meses.
– Qué curioso -comentó ella mientras observaba el vuelo de un avión que estaba surcando el cielo-. A mí nunca se me había pasado tan rápida una semana.
– Cariño, ¿cuánto tiempo vas a seguir castigándome? -Ned le dio un beso en la coronilla. Ryan no sentía resentimiento alguno. No sentía nada en absoluto. Lo raro era que Ned parecía sentirse más atraído desde que lo había rechazado. Como si notase algo diferente en ella que no lograse controlar y, de repente, le resultara un reto reconquistarla-. Si me dieras otra oportunidad…
– No te estoy castigando, Ned -atajó Ryan. Se dio la vuelta para mirarlo-. Lo siento si te da esa impresión.
– Sigues enfadada conmigo.
– No, ya te he dicho que no estoy enfadada contigo -aseguró Ryan. Luego suspiró. Sería mejor aclarar las cosas entre ambos, decidió-. Al principio estaba furiosa. Y dolida. De acuerdo. Pero no me duró mucho. Nunca he estado enamorada de ti, Ned.
– Sólo estábamos empezando a conocernos -insistió él. Cuando fue a agarrarle las manos, ella negó con la cabeza.
– No, creo que no me conoces lo más mínimo -respondió sin rencor Ryan-. Y si somos sinceros, tampoco era ése tu objetivo.
– Ryan, ¿cuántas veces tengo que presentarte disculpas por esa estúpida sugerencia? -replicó Ned con una mezcla de arrepentimiento y dolor.
– No te estoy pidiendo que te disculpes, Ned. Intento dejarte las cosas claras. Cometiste un error al suponer que podía influir en mi padre. Tú tienes más influencia en él que yo.
– Ryan…
– No, escúchame -insistió ella-. Pensaste que, como soy la hija de Bennett Swan, haría cualquier cosa que le pidiese. Pero la realidad no es así y nunca lo ha sido. Se apoya más en sus socios que en mí. Has perdido, el tiempo tratando de ganarte mi favor para llegar hasta él. Y, al margen de eso, no me interesa un hombre que se fija en mí para utilizarme como trampolín. Estoy segura de que formaremos un buen equipo, pero no tengo intención de verte fuera del despacho.
Ambos se sobresaltaron al oír que la puerta se cerraba.
– Ryan. Ross -Bennett Swan se acercó a su mesa y se sentó.
– Buenos días -lo saludó Ryan antes de tornar asiento. ¿Cuánto habría oído de la conversación?, se preguntó. Su cara no reflejaba nada, así que Ryan optó por centrarse en el trabajo-. Tengo un esquema con ideas y anotaciones para Atkins, aunque no he tenido tiempo para hacer un informe completo.
– Dame lo que tengas -Bennett Swan hizo un gesto con la mano para que Ned se sentara. Luego se encendió un puro.
– Tiene un repertorio muy variado -Ryan entrelazó los dedos para que las manos no le temblaran-. Ya has visto los vídeos, hay de todo: desde trucos de magia con cartas a efectos especiales espectaculares o fugas de entre dos y tres minutos. Las fugas lo tendrán fuera de cámara ese tiempo, pero el público cuenta con ello. Por supuesto, somos conscientes de que habrá que realizar alguna modificación para la televisión, pero no veo ningún problema. Es un hombre increíblemente creativo.
Swan emitió un gruñido que podía interpretarse como de aquiescencia y extendió la mano para que Ryan le entregara el esquema que llevaba preparado. Ésta se puso de pie, se lo entregó y volvió a tomar asiento. No estaba de un humor especialmente bueno, advirtió. Alguien lo había contrariado. Por suerte, ese alguien no había sido ella.
– Es muy fino -comentó Bennett con el ceño fruncido, sujetando el dossier entre dos dedos.
– No lo será al final de este mismo día.
– Yo mismo hablaré con Atkins la semana que viene -dijo Swan mientras echaba un vistazo al dossier-. Coogar será el director.
– Perfecto, me encantará trabajar con él. Quiero que Bloomfield se encargue de la escenografía -comentó ella de pasada y luego contuvo la respiración.
Swan levantó la vista y la miró. Él también había pensado en Bloomfield como escenógrafo. Lo había decidido hacía menos de una hora. Ryan le mantuvo la mirada sin temblar. Swan no estaba seguro del todo de si le agradaba o disgustaba que su hija fuese un paso por delante de él.
– Lo pensaré -dijo y volvió al informe. Ryan soltó con suavidad el aire que había estado conteniendo.
– Atkins traerá su propio director musical -prosiguió ella, pensando en Link-. Y a su equipo y los aparatos para los trucos. De haber algún problema, será que colabore con nuestra gente de pre-producción y sobre el escenario. Le gusta hacer las cosas a su manera.
– Eso siempre tiene arreglo -murmuró Swan-. Ross será el coordinador de producción -añadió y de nuevo miró a Ryan a los ojos.
– Eso tengo entendido -contestó con firmeza ella-. No estoy en posición de cuestionar tu elección, pero creo que si soy la productora de este proyecto, debería ser yo quien elija con qué equipo trabajo.
– ¿No quieres trabajar con Ross? -preguntó Swan como si Ned no estuviese sentado al lado de ella.
– Creo que Ned y yo trabajaremos bien juntos. Y estoy segura de que Coogar sabe qué cámaras quiere que trabajen con él. Sería absurdo no atender a sus preferencias. Sin embargo -añadió imprimiendo cierta dureza en el tono de voz-, yo también sé con quién quiero trabajar en este proyecto.
Swan se recostó en el sofá y soltó una bocanada del humo del puro. El color de sus mejillas presagiaba un estallido de ira.
– ¿Se puede saber qué sabes tú de producción? -le preguntó.
– Lo suficiente para llevar este especial y hacer de él un éxito -contestó Ryan-. Justo lo que me dijiste que hiciera hace unas semanas.
Swan había tenido tiempo para arrepentirse del impulso que le había hecho aceptar las condiciones que Pierce había impuesto.
– Aparecerás como productora en los créditos -dijo Swan secamente-. Pero harás lo que se te mande.
Ryan sintió un temblor en el estómago, pero no perdió la compostura.
– Si no me necesitas en el proyecto, sácame de él ahora -Ryan se levantó despacio-. Pero si me quedo, no me voy a conformar con ver cómo sale mi nombre en la pantalla. Sé cómo trabaja este hombre y sé cómo funciona este mundo. Si esto no es suficiente para ti, búscate a otra persona.
– ¡Siéntate! -le gritó Swan. Ned se hundió un poco más en su asiento, pero Ryan permaneció de pie-. No te atrevas a ponerme ultimátums. Llevo cuarenta años en este negocio. ¡Cuarenta años! ¿Y tú dices que sabes cómo funciona este mundo? Sacar adelante un espectáculo en directo no es como cambiar un maldito contrato. No puedo permitir que una niña histérica me venga corriendo cinco minutos antes de estar en el aire para decirme que hay un fallo técnico.
Ryan contuvo la rabia que sintió al oír las palabras de su padre, tragó saliva y respondió con frialdad.
– No soy una niña histérica y nunca he ido corriendo a ti para pedirte nada.
Swan la miró totalmente estupefacto. La punzada de culpabilidad no hizo sino echar fuego a la mecha.
– Te estás sobrepasando -le advirtió al tiempo que cerraba la carpeta del dossier-. Te estás sobrepasando y no te va a servir de nada. Vas a seguir mis consejos y punto.
– ¿Consejos? -replicó Ryan. Los ojos le brillaban con una mezcla conflictiva de emociones, pero su voz permaneció firme-. Siempre he respetado tu opinión, pero hoy todavía no he oído ningún consejo. Sólo órdenes. No quiero ningún favor de ti -concluyó al tiempo que se daba la vuelta y se encaminaba hacia la puerta.
– ¡Ryan! -la llamó iracundo su padre. Nadie, absolutamente nadie, dejaba a Bennett Swan con la palabra en la boca-. ¡Vuelve aquí y siéntate ahora mismo, jovencita! -gritó en vista de que ella no obedecía.
– No soy ninguna jovencita -respondió Ryan, girando el cuello-. Soy tu empleada.
Bennett la miró desconcertado. ¿Qué podía responder a eso? Movió una mano con impaciencia apuntando hacia una silla.
– Siéntate -repitió. Pero Ryan siguió plantada en la puerta-. Que te sientes -insistió con más exasperación que genio.
Ryan regresó y volvió a su asiento.
– Toma las notas de Ryan y empieza a elaborar un presupuesto -le dijo a Ned.
– Sí, señor -contestó éste, agradecido por la oportunidad de salir del despacho.
Swan esperó a que cerrase la puerta antes de mirar de nuevo a su hija.
– ¿Qué es lo que quieres? -le preguntó por primera vez en su vida. Ambos se dieron cuenta de semejante verdad al mismo tiempo.
Ryan se dio unos segundos para separar los sentimientos personales de lo profesional.
– El mismo respeto que le muestras a cualquier otro productor.
– No tienes experiencia -señaló él.
– No -concedió Ryan-. Ni la tendré nunca si me atas las manos.
Swan exhaló un suspiro, vio que el puro no tiraba más y lo soltó en el cenicero.
– Hay una fecha provisional para la emisión: el tercer domingo de mayo, de nueve a diez.
– Eso sólo nos deja dos meses de plazo.
– Quieren que sea antes de la temporada de verano -contestó Swan tras asentir con la cabeza-. ¿Para cuándo puedes tenerlo listo?
– A tiempo -respondió Ryan sonriente-. Quiero a Elaine Fisher de artista invitada.
– ¿Eso es todo? -preguntó él con reservas, escudriñándola con la mirada.
– No, pero es un comienzo. Tiene talento, es guapa y tiene tan buena acogida entre las mujeres como entre los hombres. Además, tiene experiencia en teatro y actuaciones en directo -contestó Ryan mientras su padre fruncía el ceño sin decir nada-. Esa mirada cándida es el contraste perfecto para Pierce.
– Está rodando en Chicago.
– La película termina la semana que viene -contestó con seguridad Ryan-. Y tiene contrato con Swan. Si el rodaje se retrasa una semana o dos, tampoco pasa nada. Además, sólo la necesitaremos unos días en California. El reclamo principal sigue siendo el propio Pierce -añadió en vista de que su padre permanecía callado.
– Tiene otros compromisos -comentó Swan al cabo de unos segundos.
– Hará un hueco.
– Llama a su representante.
– Enseguida. Organizaré una reunión con Coogar y volveré a informarte después -Ryan se levantó de nuevo. Dudó un instante, pero se dejó llevar por un impulso, rodeó la mesa y se puso junto a la silla de su padre-. Llevo años viéndote trabajar: no espero que tengas en mí la misma confianza que en ti mismo o en alguien con experiencia. Y si me equivoco en algo, no quiero que me pasen nada por alto. Pero si hago un buen trabajo, y te aseguro que voy a hacer un buen trabajo, quiero tener la certeza de que he sido yo quien lo ha hecho, no aparecer en los créditos simplemente.
– Quieres que sea tu espectáculo -dijo él sin más.
– Exacto Ryan asintió con la cabeza-. Hay muchas razones por las que este proyecto es especialmente importante para mí. No puedo prometerte que no vaya a cometer errores, pero sí te prometo que nadie va a trabajar más que yo.
– No dejes que Coogar te maree -murmuró Bennett después de un momento-. Le gusta volver locos a los productores.
– Ya me lo han contado, tranquilo -Ryan sonrió. Luego, una vez más, hizo intención de marcharse. Pero se acordó: tras un instante de vacilación, se agachó para darle un beso a su padre en la mejilla-. Gracias por los pendientes. Son preciosos.
Swan los miró. El joyero le había asegurado a su secretaria que eran un regalo adecuado y una buena inversión. ¿Qué le había puesto en la nota que le había enviado?, se preguntó. Abochornado por no recordarlo, decidió que le pediría una copia a la secretaria.
– Ryan…
Swan le agarró una mano. Ella parpadeó, sorprendida ante aquel gesto de afecto, y él bajó la mirada hacia sus propios dedos. Había oído toda la conversación entre Ned y su hija antes de entrar en el despacho. Lo había irritado, perturbado y, en ese momento, al ver a su hija tan asombrada por estar agarrándole la mano, le resultaba frustrante.
– ¿Lo has pasado bien en Las Vegas? -preguntó finalmente, no ocurriéndosele otra cosa que decir.
– Sí -contestó Ryan. No sabiendo qué decir a continuación, decidió volver a los negocios-. Creo que ha sido un acierto ir. Ver trabajar a Pierce me ha dado la oportunidad de tener una buena perspectiva. Me he dado una imagen mucho más global de lo que puede abarcarse viendo sólo cintas de vídeo. Y he tenido ocasión de conocer a la gente que trabaja con él, lo que no nos vendrá mal cuando tengan que colaborar conmigo… Mañana te presentaré un informe mucho más conciso finalizó tras bajar un instante la mirada hacia las manos de ambos, aún entrelazadas.
Swan esperó hasta que su hija hubo finalizado.
– Ryan, ¿cuántos años cumpliste ayer? -1e preguntó. Los ojos de Ryan pasaron de expresar confusión a inquietud: ¿estaría enfermo?, ¿le empezaba a fallar la memoria?
– Veintisiete -respondió en tono neutro.
¡Veintisiete años! Swan exhaló un largo suspiro y soltó la mano de Ryan.
– Me he perdido algunos años en alguna parte -murmuró. Luego agarró unos papeles que había sobre su despacho-. Venga, ve y ponte en contacto con Coogar. Y llámame después de hablar con la representante de Fisher.
– De acuerdo.
Por encima de los papeles, Swan miró a su hija salir del despacho. Cuando se hubo marchado, se recostó en el asiento. Le resultaba mortificante tomar conciencia de que se estaba haciendo viejo.