Kayla llevaba las uñas pintadas de rosa. Era ridículo que estuviera fijándose eso teniendo en cuenta que la joven estaba intentando descifrar los mismos cuadernos que habían puesto su vida en peligro. Pero, en aquel momento de tranquilidad, a Kane le resultaba imposible no regocijarse con aquella visión.
Kayla mordisqueaba la goma del lápiz y apretaba los labios, con expresión pensativa. Quizá pudiera besarla, se dijo Kane, pero sacudió la cabeza, comprendiendo que no sería suficiente para disminuir su constante excitación, y tampoco para aliviar la tensión que albergaba su pecho desde su última conversación.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pensado en su madre, y mucho más desde la última vez que había hablado de su pasado con nadie. Pero si con aquella confesión le había dado a Kayla una explicación sobre su negativa a dejar que las cosas fueran más lejos entre ellos, merecía la pena haber desenterrado aquel dolor. Kayla había pasado demasiados años pensando que no se merecía nada más que alguna mirada que otra de admiración, así que era preferible que pensara que él era el problema y no ella.
– Sullivan John -la voz de Kayla lo devolvió bruscamente al presente.
– Otro gran jugador. Tiene propiedades en toda la ciudad -llevaban ya dos horas trabajando y Kane se alegraba de que al menos Kayla hubiera podido concentrarse en los cuadernos.
En el primero, habían encontrado una lista de nombres femeninos que ninguno de ellos reconocía. Seguramente pertenecían a mujeres que habían trabajado para el negocio oculto de Charmed. En los últimos cuadernos había una lista de nombres masculinos tan impresionante como extensa. Gracias a la inteligencia y la persistencia de Kayla, contaban ya con un listado de posibles clientes y prostitutas.
Por mucho que hubiera luchado para mantenerla fuera del caso, no podía evitar admirar sus resultados.
– Necesito un descanso -Kayla estiró las piernas con cansancio.
– Deberías dejar de trabajar ya. Acabas de sufrir una conmoción y necesitas descansar.
– Prefiero terminar esta noche -contestó ella, a pesar de la evidente fatiga de su rostro. Tomó el primero de los cuadernos que había revisado, aquél en el que comenzaba la lista de nombres-. Tenemos un listado cada vez más grande, pero no… ¡Kane!
Kane se irguió rápidamente en su asiento.
– ¿Qué pasa?
– Aquí se produce uno de los principales cambios. No sé cómo no me he dado cuenta antes. Mira. Prácticamente todos los cuadernos que hemos mirado están escritos a lápiz, ¿verdad?
Kane asintió.
– Pero en éste, hay una combinación de lápiz y bolígrafo -estudió el cuaderno durante unos instantes y tomó inmediatamente otro-. Y en éste también, mira.
Kane se acercó corriendo a ella.
– Mira tinta negra. No sé cómo no me he dado cuenta desde el principio.
– Yo tampoco me he fijado -hojeó las páginas de los cuadernos que quedaban-. En estos ocurre lo mismo.
– Eso es, Kane. Eso es lo que estaba buscando. Es la pista que nos ha dejado mi tía.
– ¿Qué?
– Ha sido su forma de hacernos saber que ella no estaba colaborando voluntariamente en todo esto. Kane, apostaría mi vida a que estoy en lo cierto.
Kane cerró los ojos al oírla. No necesitaba que Kayla le recordara que su vida estaba en peligro.
– De acuerdo, digamos que tienes razón. ¿Cómo podemos demostrarlo?
– Sé que tengo razón. Cuando ese tipo me atrapó el otro día, mencionó el dinero y los cuadernos. Estos cuadernos -tomó aire-. Y no los quería solamente porque en ellos aparecen determinados nombres, sino porque quizá sepa que tía Charlene dejó en ellos pruebas incriminatorias.
– Es posible -musitó Kane.
– Pero entonces, ¿por qué no podemos encontrar ningún indicio de dónde está el dinero? -preguntó frustrada.
– Hay infinidad de sitios en los que se puede guardar el dinero. Podrían tener una cuenta corriente en cualquier paraíso fiscal. Sin un número, es imposible localizarla.
– Pero ellos parecen creer que yo tengo el dinero. ¿Por qué?
– Es imposible saber lo que están pensando. Pero es evidente que quieren su parte. ¿Hay algo en esos cuadernos que pueda decirnos dónde está escondido?
– Solo hay nombres. Ni números de teléfono ni ninguna otra cosa.
– Es posible que nunca lleguemos a encontrar el dinero, a no ser que resolvamos el caso hasta el final. Supongo que eran los hombres que aparecen en esos cuadernos los que se ponían en contacto con Charmed, y no al revés. Probablemente tu tío recibía las llamadas.
– ¿Mi tío? -una enorme sonrisa asomó a su exquisita boca-. ¿Significa eso que me crees? ¿Que crees que mi tía estuvo siendo utilizada o amenazada?
– Como ya te dije, todo es posible. Pero esta lista es enorme. Es evidente que tu tía sabía lo que estaba haciendo.
Kayla se cruzó de brazos.
– Eso no significa que quisiera participar en ello. Estoy convencida de que no le quedó otro remedio que participar. Creo que no tuvo otra opción.
En lo único en lo que Kane creía era en que Kayla tenía una fe ciega en su tía. Diablos, y no podía culparla por ello. Si él hubiera tenido alguna persona con la que poder contar durante su vida, tampoco habría querido renunciar a aquella esperanza.
Miró a Kayla. Quería creer en ella. Pero en su trabajo se necesitaban pruebas. Y de momento no sabían qué significaba el cambio de lápiz a bolígrafo. Quizá nunca lo supieran.
– ¿Estás de acuerdo? -quiso saber Kayla.
Kane asintió en silencio y cambió rápidamente de tema.
– Con quienquiera que se pusieran en contacto esos clientes, es probable que pagaran en efectivo. Tu tío les proporcionaba compañía, cobraba su parte y le entregaba el resto a su socio.
– El hombre al que buscamos.
– O la mujer -le recordó Kane-. Acuérdate del caso de Madame Mayflower, por ejemplo.
Kayla asintió.
– Y también quieren los cuadernos, estos cuadernos, Kane. Sin embargo, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que llamaron.
– Ése es su juego. Piensan que cuanto más tarden en llamarte, más nerviosa te pondrás.
– Y tienen razón. Cada vez estoy más nerviosa. Cada vez que pienso en lo que podía haber pasado, se me hiela la sangre.
– Supongo que entonces te has dado cuenta de lo peligroso que sería que te involucraras más en todo esto -exhaló un suspiro de alivio. El primero desde que horas antes Kayla le había comunicado sus planes al capitán-. No te preocupes. A Reid no le importará. Lo único que tienes que recordar es que cuando llame tienes que intentar que continúe hablando. Quizá podamos localizarlo y…
– No he cambiado de opinión -lo interrumpió con firmeza.
– Pero acabas de decir…
– He admitido que estoy asustada, soy humana. Pero no he cambiado de opinión. Y mi intuición me dice que tengo que ser yo la que se ocupe de esto.
– Maldita sea, ¿y por qué? -dio un puñetazo en la mesa, pero Kayla ni siquiera pestañeó-. Mira, Kayla, hay gente experimentada que puede hacer esto por ti sin correr ningún riesgo. ¿Por qué no vas a aprovecharte de ello?
Kayla se pasó la mano por el pelo. Los suaves mechones rubios enmarcaron su rostro, dándole una imagen de vulnerabilidad que Kane sabía en parte real y en parte ilusión. Aquella mujer era mucho más fuerte que lo que su suave fachada indicaba. Y aquélla era una de las cosas que le atraían de ella.
– Es mi vida la que han puesto patas arriba con todo esto y estoy deseando volver a la normalidad. Al igual que tú, estoy acostumbrada a cuidar de mí misma y no quiero delegar este trabajo en nadie, por duro que sea.
– Duro no, peligroso. Y vas a dejarlo en manos de profesionales. Esa es la diferencia.
– Para mí no sirve. Renuncié a un trabajo decente, a un buen salario y a mis sueños de continuar en la universidad para dirigir este negocio de la familia. Porque, a pesar de todo, yo amo a mi familia. Y de pronto averiguo que servía de fachada para un negocio de prostitución. ¿Soy yo la única capaz de darse cuenta de la ironía que encierra todo esto? Lo siento, Kane, pero tengo que llegar hasta el final y limpiar el nombre de mi tía.
Kane advertía en su voz la misma determinación que sentía él con cada uno de sus casos. Y veía en sus ojos la misma necesidad de conseguir su objetivo.
– ¿A qué ironía te refieres?
Kayla se levantó y cruzó la habitación para acercarse a él.
– Es una prueba -susurró. Buscó su mirada, alzó la mano y la deslizó provocativamente por sus senos y la generosa curva de sus caderas. Sus pezones se erguían contra la tela de la camiseta de color crema que se había puesto para la cena.
A Kane se le secó la boca. Desear a Kayla no era ninguna novedad. Comenzaba a convertirse en algo tan cotidiano como respirar. Pero en aquel momento, era terriblemente inadecuado, a pesar de que su cuerpo parecía decidido a ignorar todos sus recelos.
– ¿Una prueba de qué? -preguntó con voz ronca.
– Esto -deslizó las manos sobre sí misma otra vez- es una ilusión.
– Una hermosa ilusión -que lo había atormentado desde la primera vez que la había visto.
Pensar en su primer encuentro le hizo comprender lo que Kayla estaba intentando decirle. Recordó su incapacidad para aceptar sus cumplidos y sus retiradas cada vez que se acercaba demasiado a ella. El había conseguido romper sus barreras, pero no sin esfuerzo. Miró aquel cuerpo, que parecía hecho para el pecado.
– Pero no es eso lo que cuenta -dijo.
– Tú eres la primera persona que lo reconoce. La primera persona capaz de mirar más allá de mi aspecto. Mírame, yo, el bomboncito del colegio del que todo el mundo pensaba que era una mujer con la que cualquiera podía acostarse, detrás de un negocio de prostitución -dijo con una carcajada amarga.
A Kane le habría gustado poder retroceder en el tiempo y abofetear a cualquiera que se hubiera atrevido a mirarla con descaro. Y si a alguno se le hubiera ocurrido ponerle un solo dedo encima, entonces…
Kayla acarició el ceño que oscurecía el rostro de Kane y sonrió.
– No pongas esa cara de enfado. Crecí oyendo cómo me insultaban. Las palabras ya no pueden hacerme ningún daño -lo miró fijamente a los ojos-. Pero la falta de fe en mí, en mis capacidades, sí puede hacerme daño. Tú puedes hacerme daño.
Kane sacudió la cabeza con gesto de pesar. Había vuelto a seducirlo. Aquella mujer era un desafío. Lo intrigaba cada vez más. Y aunque no sólo lo tentaba, sino que lo seducía de muchas maneras, Kayla Luck estaba muy lejos de ser una mujer fácil. Atrapado en su propia trampa, a Kane no le quedaba más remedio que apoyarla y asegurarse de hacer condenadamente bien su propio trabajo.
Sin errores y sin permitirse ninguna distracción.
Tras terminar de ducharse, Kayla entró en el dormitorio y se sentó en el borde de la cama. Sola.
Desde allí, oía a Kane merodeando por la cocina.
Miró las dos opciones de pijama que tenía aquella noche. Por una parte, la camiseta que Kane había sacado el primer día del cajón; por otra el camisón de encajé que había robado del cajón de su hermana.
El sonido del timbre la sobresaltó. Se apartó el pelo húmedo de la frente, se ató con fuerza el albornoz y salió hacia la puerta.
No había dado dos pasos cuando oyó la voz de su hermana.
– Nada de regañinas, detective. Tengo derecho a llevar ropa limpia.
– ¿No has oído hablar nunca de las lavadoras? -preguntó Kane.
– Estaré fuera de tu vista en menos de cinco minutos. Diez mejor. También me gustaría poder ver a la prisionera.
Kayla soltó una carcajada. Una conversación con su hermana era justo lo que necesitaba.
Abrió la puerta del dormitorio al mismo tiempo que Catherine estaba empujando desde el otro lado.
– Bueno -comentó Catherine-, por lo menos no te tiene encerrada.
– No podría mantenerme cerrada aunque quisiera -contestó Kayla sonriente.
– ¿Lo ves? -preguntó Catherine inclinando la cabeza y mirando por encima de su hombro-. Está bien enseñada, McDermott. Si la quieres, tendrás que luchar para conseguirla.
Kayla agarró a su hermana del brazo, la arrastró al interior del dormitorio y cerró la puerta tras ella.
– ¿Es que te has vuelto loca?
– Simplemente intento que se mantenga alerta. Algo que deberías estar haciendo tú, por cierto. Venía imaginándome que iba a interrumpir un ardiente encuentro sexual y te encuentro aquí, en tu dormitorio, con esa bata andrajosa y a Kane en el otro lado de la casa, cerrando armarios y gruñendo.
– Eso es porque has llamado al timbre.
– Puedo ser discreta si tengo que hacerlo -se dejó caer en la cama-. Y ahora dime por qué no tengo que hacerlo.
Kayla se azoró al ver a su hermana acariciando el camisón de encaje que ella había tomado prestado.
– Mmm. Ahora sí que tenemos algo interesante. Supongo que me he precipitado un poco a la hora de sacar conclusiones. Lo siento, ya veo que al final no has necesitado siquiera mi consejo.
– Te equivocas. Levántate.
– ¿Que me levante? ¿Por qué? Estoy muy cómoda.
– Levántate.
Catherine obedeció, miró hacia abajo y vio la camiseta sobre la que acababa de sentarse. Abrió entonces los ojos de par en par y gimió.
– Cariño, llevas estos harapos desde que éramos adolescentes. Y me parece una camiseta perfecta para estar en casa con tu hermana, pero no para seducir a un hombre.
Kayla fijó la mirada en la camiseta y su mente comenzó a recordar todas las veces que Kane la había besado mientras llevaba ella aquella prenda.
– Vuela a la tierra, Kayla -Catherine ondeó la mano delante de sus ojos-. No sé dónde estabas, pero es evidente que has elegido bien el sitio -levantó el camisón de encaje.
Aquél era el estilo de Cat, pensó Kayla. No el suyo. Volvió a sonreír. Las cosas entre Kane y ella eran sensuales, ardientes y… sinceras. No necesitaba ninguna ropa especial para atraer a aquel hombre. Si algo había aprendido durante aquellos días de convivencia con Kane, había sido a aceptarse a sí misma tal y como era.
Tenía que agradecerle a Kane que le hubiera abierto los ojos. Le había dado una autoridad sobre sí misma de la que siempre había carecido. Si quería, se sentía perfectamente capaz de tentarlo, sin necesidad de ninguna lencería especial. Si quería.
La cuestión no era qué debía ponerse para ir a la cama, sino si debía invitar a Kane a reunirse con ella.
Venciendo todos sus temores, Kane había permitido que participara en el caso de Charmed. Se había mostrado de acuerdo porque creía en ella. Pero no le gustaba y estaba preocupado por su capacidad para protegerla, por mantener ese instinto que lo convertía en un policía eficaz.
Y Kayla lo quería demasiado para poner en peligro su carrera. Lo amaba. Que el cielo la ayudara.
A pesar de todas sus esfuerzos para mantener el control en todo lo que a Kane concernía, se había enamorado miserablemente de él.
Cat sonrió de oreja a oreja.
– ¡Vaya! Ya me siento mejor -miró el reloj-. Bueno, ya han pasado los cinco minutos. De un momento a otro comenzará a aporrear la puerta tu guardián -se inclinó hacia su hermana y le dio un abrazo-. Sólo voy a buscar algo de ropa y me quitaré de en medio.
– Cuídate, Cat. Este lío todavía no ha terminado.
– Lo haré, lo sabes. Y cuídate tú también.
Kane no podía pasarse el resto de la noche dando vueltas en la cocina. Además, no le estaba sirviendo de nada. Kane había tenido que soportar la ducha de Kayla. Había escuchado el agua corriendo rítmicamente sobre su piel de seda. Había imaginado los chorros de agua corriendo por sus curvas, deslizándose por su piel… Se aferró al mostrador de la cocina y emitió un gruñido.
– ¿Te ocurre algo?
Sus entrañas se retorcieron todavía más ante el sonido de su voz. Se volvió. Kayla tenía un aspecto cordial, acogedor.
Y él se sentía acogido. Una sensación que no había experimentado hasta entonces, no con una mujer.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -le preguntó.
– Vivo aquí -contestó secamente-. Y tenía frío después de la ducha. Así que he pensado que me vendría bien tomar algo caliente -se acercó a su lado.
– ¿Un café?
Kayla negó con la cabeza. Mechones de pelo húmedo acariciaban sus mejillas. Y Kane no conseguía dejar de desearla.
– ¿Un té? -consiguió decir.
– No es eso lo que tenía en mente.
– ¿Qué tenías en mente entonces?
Sin esperar respuesta, Kayla alargó el brazo hacia el cajón que Kane tenía detrás. Le rozó el hombro al hacerlo. Kane se sintió como si acabara de recibir una descarga eléctrica. Contó hasta cinco y, por lo menos aparentemente, consiguió recuperar el control.
– Una taza de chocolate caliente. Es el mejor remedio… cuando tengo frío -había bajado la voz. Y aquel ronco sonido hacía estragos en las entrañas de Kane.
La miró a los ojos. Y vio en ellos una mortal combinación de inseguridad y anhelo. Una mezcla de inocencia y sensualidad a la que era incapaz de resistirse, por mucho que necesitara hacerlo.
No podía estar seguro de sí mismo. Estando cerca de Kayla, su capacidad de control se reducía al mínimo. Su única opción era volver las tornas y esperar que Kayla decidiera retroceder en vez de avanzar.
Se acercó al frigorífico.
– ¿Lo quieres con nata? Creo recordar que te gustaba -al alargar la mano para abrir el frigorífico, rozó su seno, sintiendo al hacerlo su pezón erguido contra su brazo.
Kayla exhaló un suave gemido. Kane apretó los dientes, se volvió y atrapó a Kayla entre el mostrador y su cuerpo. Bajó la mirada. Kayla se aferraba a la caja del cacao con tanta fuerza que estaba hundiendo sus bordes. Por lo menos ella también parecía afectada.
Se inclinó hacia delante.
– ¿Quieres nata, Kayla?
– Yo… -tragó saliva-. Creo que no hay. Tiene muchas calorías y yo tengo que guardar la línea. Me refiero a que son muchas las tentaciones y no…
– Dímelo a mí -musitó Kane. Le quitó la caja de las manos. La respiración de Kayla se convirtió en una serie de jadeos irregulares.
Kane decidió entonces que había llegado la hora de ponerle fin a aquel juego, antes de que las cosas se le fueran de control.
– Relájate, cariño -le acarició la mejilla con la palma de la mano. Kayla inclinó la cabeza contra su mano y aquel gesto tan inocente desbordó por completo a Kane.
– Pareces sonrojada -musitó-. ¿Te duele la cabeza? A lo mejor te ha bajado el índice de glucosa. Siéntate y te prepararé algo de beber -le rodeó la cintura con el brazo y la condujo hasta la silla más cercana. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Kayla había comido.
Y, tras aquel brusco cambio de tema, Kane suspiró con alivio. Poco a poco, su respiración fue normalizándose. El próximo movimiento le correspondía hacerlo a Kayla. No le quedaba más remedio que asumir su indirecta y moverse… A no ser que quisiera que terminaran nuevamente bajo las sábanas.
Kayla se detuvo al lado de la silla.
– Ya no tengo sed. Creo que me iré a la cama.
El alivio de Kane fue entonces prácticamente total. Kayla había aceptado sus límites. No iban a dormir juntos aquella noche, pero por lo menos él había recuperado el control.
Kayla retrocedió y lo miró a los ojos.
– ¿Estás listo?
– ¿Para qué?
– Para venir a la cama conmigo.
Kane soltó un juramento. Con aquella mujer, era imposible mantener ningún tipo de control.
– Yo dormiré en el sofá -se cruzó de brazos y esperó hasta el próximo disparo.
Kayla lo miró divertida, consciente de lo nervioso que estaba.
– Haz lo que quieras. Pero te advierto que es muy incómodo. No creo que puedas dormir mucho.
– ¿Y quién te ha dicho que contigo iba a poder hacerlo?
– Estoy seguro de que dormirías. Además, no recuerdo haberte invitado a hacer otra cosa que no fuera dormir.
– Si invitas a un hombre a tu cama, cariño, te aconsejo que estés preparada para cualquier cosa.
– Me he acostumbrado a dormir en tus brazos, Kane. ¿Te parece que eso es mucho pedir?