El reloj de la mesilla indicaba que era ya medianoche. Kane miró a la mujer que estaba tumbada a su lado. El rítmico sonido de su respiración le decía que estaba dormida. Y ojalá pudiera decir él lo mismo.
Dio media vuelta en la cama y se sentó. Los muelles del colchón chirriaron bajo su peso mientras se levantaba, pero Kayla no se movió. Se acercó a la ventana. La luna llena resplandecía en el cielo y su luz inundaba la habitación.
– ¿Kane?
Kane se volvió.
– No quería despertarte -o quizá sí. Había empezado a aborrecer el estar solo, con la única compañía de sus sentimientos.
– Vuelve a la cama.
¿Sabría acaso lo que le estaba pidiendo? Su cuerpo se estaba derritiendo de deseo. Si volvía a la cama, no iba a ser precisamente para dormir.
– Te contaré un cuento para que te duermas -se ofreció Kayla con humor, palmeando las sábanas.
¿Cómo podía resistirse a una oferta como aquélla? Kane se dejó caer a su lado y le rodeó el hombro con el brazo.
– ¿Cuál es tu favorito? -le preguntó a Kayla-. ¿La bella durmiente? ¿Cenicienta?
– El patito feo -musitó Kayla.
Kane hundió los dedos en los suaves mechones de su pelo.
– Debería haberlo sabido.
– ¿Por qué?
– Porque, al igual que el patito feo, tú te convertiste en un hermoso cisne.
Kayla negó con la cabeza.
– Sí -Kane giró para poder mirarla a los ojos y posó la mano en su rostro-, eres preciosa.
– No, soy…
– Sí, claro que lo eres. Y ahora di, «gracias, Kane» -incluso con aquella tenue luz, Kane pudo ver el rubor que cubría sus mejillas.
– Gracias, Kane.
– Acabas de aprender la lección número uno sobre cómo aceptar un cumplido.
– No sabía que me hicieran falta lecciones para eso.
Claro que le hacían falta. Desesperadamente. Había progresado desde que se habían conocido, pero todavía no había superado todos sus complejos. Quizá algún día dejara de molestarla tanto sentirse mirada. Pero él no estaría allí para verlo.
Se inclinó lentamente hacia ella y rozó sus labios. Quería sacar de su mente aquellos pensamientos sobre el futuro. Quería un beso duro, exigente, que no lo dejara pensar, ni sentir. Desgraciadamente para él, Kayla no parecía dispuesta a cooperar.
Lo estaba besando, sí, pero a su propio ritmo. Volvía a entrar en escena la cuestión del control, y en aquella ocasión, Kayla parecía haberse vuelto a hacer con él. Sus besos y el delicado roce de su lengua sobre sus labios eran tentadores, excitantes. Pero le daban tiempo para pensar. En lo mucho que la deseaba, en lo intenso que parecía ser siempre su deseo de estar a su lado.
– Kane -susurró Kayla contra sus labios. Kane dibujó la línea de su barbilla con la lengua y ascendió hasta el lóbulo de su oreja.
– Kane, no.
– ¿No?
– No -Kayla se recostó contra la almohada. Kane gimió suavemente y se tumbó a su lado, ligeramente sobre ella. A través del algodón de sus calzoncillos, la joven sentía su erección, dura y ardiente.
Kayla sintió la humedad del deseo entre las piernas. Pero no podía cambiar de opinión. Respetaba a Kane lo suficiente como para no hacerlo.
– Dijiste que querías mantener las distancias.
– Pero ahora he cambiado de opinión.
– Son tus hormonas las que han cambiado. Pero tu mente, tu corazón… esas cosas nunca cambian.
Kane la rodeó con el brazo y Kayla se acurrucó contra él.
– Kane, he querido parar todo esto antes de que hicieras algo de lo que podrías arrepentirte, pero quiero que sepas que yo no me habría arrepentido de nada.
– ¿Estás intentando decirme que has cambiado de opinión? -acarició su pelo.
– No, no he cambiado de opinión. Sigo respetando mi primera decisión. Pero quiero que sepas algo más -se interrumpió un instante-. No espero nada de ti. Cuando todo esto termine, podrías marcharte sin mirar atrás. No haré nada para detenerte.
El sonido del teléfono hizo añicos el silencio que siguió a la declaración de Kayla y le ahorró a Kane una respuesta. Kayla miró el reloj.
– No conozco a nadie capaz de llamarme a estas horas.
– Contesta -le pidió Kane.
Kayla descolgó el auricular.
– ¿Diga?
– Estoy dispuesto a terminar con todas sus triquiñuelas para evitarme.
Kayla se llevó la mano a la herida que tenía en el cuello.
– Yo… tengo algo que podría interesarle.
– ¿Está dispuesta a comenzar otra vez?
Aquella respuesta la sobresaltó. No esperaba que le hiciera una sugerencia de ese tipo. Evitó contestar.
– Estoy lista para poner en marcha lo que sea… ¿Para quién dijo que trabajaba?
Se oyó una fría carcajada al otro lado de la línea.
– Yo no trabajo para nadie. Y esto no tiene nada que ver con el trabajo. Mi madre está enferma. Y quiere los cuadernos de crucigramas que su tía solía hacer. Estoy seguro de que se entretendrá mucho con ellos.
– Los tengo.
– Mañana al mediodía nos veremos. Deshágase de su novio y lleve los cuadernos al Café Silver -colgó el teléfono.
– No habéis hablado tiempo suficiente -musitó Kane.
– Lo he intentado.
– Lo sé -le quitó el teléfono de la mano y fue entonces consciente de la fuerza con la que Kayla agarraba el auricular. Tenía miedo, pero podría enfrentarse a la situación.
– ¿Qué más te ha dicho? -preguntó Kane, agarrándola por los hombros.
– Sabe lo de los crucigramas, y también que los hizo mi tía. Y quiere que nos veamos mañana en… en… -se interrumpió de pronto-. Me ha estado siguiendo.
– ¿Qué te hace pensar eso?
– Quiere que nos veamos en el café al que me llevaste tú. Eso no es una coincidencia. Jamás había estado allí. También me ha dicho que me deshaga de ti y que vaya sola. ¿Cómo puede saber tantas cosas? ¿Durante cuánto tiempo ha estado siguiéndome? -elevó la voz.
– Kayla -intentó tranquilizarla Kane-, eso es lo que él pretende, que te pongas nerviosa.
– Pues lo está haciendo muy bien.
– Entonces no vayas a encontrarte con él. Nadie te culparía porque no lo hicieras y yo podría encargarme de él.
– Sabes que no puedo -lo miró a los ojos.
– Entonces no permitiremos que nos gane. No dejaremos que te haga pensar que no estás a salvo -la estrechó entre sus brazos-. Porque lo estás.
Kane no sabía durante cuánto tiempo habían estado abrazados Pero en algún momento, ambos se habían tumbado en la cama y, al final, Kayla había conseguido dormirse.
Kane se había levantado entonces para llamar a Reid desde el teléfono de la cocina. Su jefe había descolgado el teléfono al primer timbrazo.
– Se van a ver mañana. Al mediodía.
– Eh, McDermott. ¿Me has despertado a esta hora para mandarme un telegrama telefónico?
– No, jefe -Kane le contó todos los detalles de la conversación telefónica de Kayla-. Al mediodía, ese lugar está lleno de gente, así que lo único que tengo que hacer es vestirme decentemente y sentarme a comer en uno de los reservados, justo al lado de ellos.
– Ni lo sueñes. Si os siguió la primera noche que salisteis, te reconocerá al instante.
– Si no voy yo al restaurante, no habrá reunión.
Reid debería haberlo amonestado por su falta de disciplina. Pero no lo hizo. Al otro lado de la línea, se oyó una dura carcajada.
– Si no te conociera mejor, McDermott, diría que pretendes hacer mi trabajo.
– Preferiría pudrirme a tener que trabajar sentado detrás de un escritorio.
Reid contestó con una nueva carcajada.
Kayla se acercó por tercera vez a su armario. Blusas de seda, pantalones de lino…
¿Pero de verdad esperaba que cambiara el contenido de su armario sólo porque hubiera cambiado ella? Incluso cuando trabajaba como contable, llevando trajes de chaqueta y anticuadas blusas, no cambiaba de forma de vestir durante los fines de semana. De hecho, era una suerte que tuviera un par de vaqueros, teniendo en cuenta las pocas ganas que había tenido siempre de ponérselos.
Hasta que Kane había entrado en su vida.
Desde entonces se sentía diferente. Y lo único que se le ocurría para poner fin a sus problemas de vestuario era hacer una incursión al armario de Catherine. Unos cuantos viajes a la habitación de su hermana y encontró la solución: un par de botas negras de cuero encima de los vaqueros y una camiseta negra completarían su atuendo.
Estaba mirándose en el espejo, comprobando el resultado final, cuando vio a Kane en el marco de la puerta.
– Lista para la acción -se volvió hacia él-. ¿Qué te parezco?
– Esto no es una cita. ¿Qué demonios te crees que estás haciendo vistiéndote de esa manera?
Kayla reconoció al momento a qué se debía su malhumor. Había conseguido impresionarlo hasta un punto que le hacía sentirse incómodo. Misión cumplida, pensó para sí y sonrió.
– Me lo tomaré como un cumplido. ¿Te gusta?
– Claro que me gusta. Estás magnífica.
Kayla sonrió de oreja a oreja.
– Gracias, Kane -dijo con deliberada diversión.
La tensión desapareció del rostro de Kane.
– Así que los archivos tenían razón: aprendes rápido.
– Soy la mejor.
– Lo sé -musitó-. Ahora cámbiate.
– ¿Perdón?
– Supongo que no querrás excitar a ese tipo, ¿verdad? Tienes que separarte de él lo antes posible y convencerlo de que quieres salir del negocio, no acostarte con su próximo cliente.
– Por Dios, Kane. Llevo una camiseta de algodón y unos vaqueros. Un atuendo corriente para la mayor parte de las mujeres.
– Tú no eres como la mayor parte de las mujeres -musitó-. Por favor, cámbiate, hazlo por mí. No querrás que ese tipo reaccione de esa determinada manera.
– Si estás hablando de la ropa, me cambiaré. Pero si de lo que hablas es de mi actitud, tranquilízate. Obsesionarte no va a cambiar el resultado de lo que ocurra. Llevaré un micrófono escondido, sé que estarás cerca de mí y que estaré rodeada de protección.
– Y no tienes que moverte de tu asiento, tanto si quiere los cuadernos como si no, ¿lo has entendido?
– Teniendo en cuenta que me lo has dicho cerca de diez veces, habría sido imposible no comprenderlo. Relájate, Kane -después del pánico inicial de la noche anterior, había comprendido que nada podía alterar el destino… cualquiera que éste fuese-. Y ahora, creo que ha llegado el momento de comenzar a divertirme.
Kane entrelazó los dedos con los suyos. A Kayla le sorprendió el consuelo que encontró en aquel contacto, y también la fuerza de sus propios sentimientos.
– ¿Es eso lo que estás haciendo? -le preguntó Kane-. ¿Divertirte?
– ¿Qué otra cosa podía estar haciendo si no?
– Cambiar sorprendentemente ante mis ojos -la atrajo hacia él. Sus cuerpos se unieron y Kayla sintió la fuerza de su calor íntimamente contra ella.
En ese momento comprendió que podía estar con él por última vez. Una última vez.
– Me estás tentando, Kane.
– Es justo. Tú llevas mucho tiempo volviéndome loco -inclinó la cabeza y capturó sus labios. Aquél no fue un beso urgente y descontrolado, sino un beso lento y seductor. Kane deslizó la lengua entre sus labios y acarició con ella su boca, devorándola, excitándola, inundándola de recuerdos para el futuro.
Kayla no tenía duda. Para Kane, aquello estaba siendo una despedida.
Kayla le pidió una bebida al camarero, tal como estaba previsto. Kane suspiró aliviado. Había oído perfectamente su petición a través del micrófono. Lo único que podía hacer ya era sentarse a esperar. En realidad, él habría preferido poder estar dentro del restaurante a tener que permanecer encerrado en el despacho del director, justo al lado de la entrada del comedor, pero sabía que era más prudente que el hombre que se había citado con Kayla no lo viera.
– Es la hora -una voz masculina interrumpió el curso de los pensamientos de Kane.
– En realidad, ya es un poco tarde. Llevo esperando desde las doce, como usted me dijo.
– Cambio de planes, no puedo quedarme mucho tiempo.
– Pues es una pena -replicó Kayla-, porque acabo de pedir una bebida y esperaba que me acompañara.
Perfecto, pensó Kane, inclinándose hacia delante en su asiento.
– No me tientes cariño -comenzó a tutearla-. Con un cuerpo como el tuyo, tentarías hasta a un mono. Pero ahora tengo prisa, quizá en otra ocasión.
– Eso sería posible si decidiera continuar en el negocio, cosa que no pienso hacer.
– No sé de qué me estás hablando. Como te dije por teléfono, mi madre está enferma y quiere esos cuadernos de crucigramas para entretenerse.
Maldito fuera. El tipo sospechaba que aquello era una trampa.
– Dale lo que quiere -le dijo a Kayla a través del micrófono.
– ¿Sabes? A mi tía le interesaban mucho esos cuadernos. Odiaría dárselos a alguien incapaz de apreciarlos como ella. Estoy segura de que me comprendes -Kane casi podía imaginársela batiendo sus enormes pestañas.
– A tu tía le gustaban los juegos -murmuró el hombre-, y parece que es cosa de familia. Pero mi madre está demasiado enferma como para andarse con jueguecitos.
– Muy bien. Dígame simplemente si estaba involucrada mi tía en esos juegos y podrá llevarle los cuadernos a su madre.
– Aquí no. Tengo el coche fuera. Ven conmigo y te contaré todas las cosas que tenían mi madre y tu tía en común.
– Estoy segura de que antes tenemos tiempo para tomarnos una copa -su voz era prácticamente un ronroneo. Sólo Kane reconoció el miedo y la desesperación que se reflejaban en ella.
– Ni lo sueñes. Vamos.
– Dale los cuadernos -musitó Kane, entre dientes. Oyó correrse una silla.
– Por lo menos déjeme recoger el bolso -musitó Kayla.
Kane dio un puñetazo a la pared, ignorando la inmediata hinchazón provocada por el impacto contra el cemento. Quería salir corriendo al vestíbulo y agarrar a ese tipo para detenerlo. Pero entonces echaría el caso a perder. Además, fuera había otros policías estratégicamente colocados, de modo que Kayla estaría bien. Seguro que estaría bien.
– Ahí está el coche -oyó que decía el hombre-. Ahora déme los cuadernos.
– Muy bien. Pero en cuanto lo haga, no quiero volver a saber nada más de todo este asunto. Yo no participo en el negocio y quiero que me dejen en paz.
– Ésa es una proposición peligrosa. Es una pena que no pueda decírtelo tu tía -la risa del hombre se mezclaba con su tos de fumador empedernido-. Ella tampoco quería participar en el negocio, y ya ves lo que le sucedió.
– No fue un accidente -el horror que se advertía en la voz de Kayla hizo que a Kane se le encogiera el corazón.
Se oyó el claxon de un coche en la distancia y casi inmediatamente sonó de nuevo la voz del atacante de Kayla.
– Usted mató a tía Charlene -musitó Kayla.
– Déme esos cuadernos inmediatamente.
– Ay. Maldita sea, ya voy. Me está haciendo daño -musitó Kayla-. Tome.
Un gemido masculino siguió a las palabras de Kayla. Kane pensó entonces que Kayla estaba haciendo buen uso de los cuadernos y no pudo evitar que asomara a sus labios una sonrisa.
Pero entonces, el sonido de un disparo taladró sus oídos. Kane se precipitó hacia la puerta sin mirar atrás.