Claro que sí, dejaría que hiciera honor al nombre de su establecimiento: Charmed. Entraría en el local y permitiría que su dueña le mostrara todos sus encantos.
Kane McDermott miró furtivamente por la rendija que quedaba entre las cortinas. Y lo que vio fue una melena rubia y un cuerpo digno de una modelo. A pesar del frío de la mañana, una imprevista oleada de deseo caldeó su cuerpo, instándolo a entrar cuanto antes en la casa.
Después de lo que acababa de ver, por lo menos tenía la certeza de que aunque se viera obligado a invitarla a salir y seducirla, no se iba a aburrir en absoluto. Aun así, todavía estaba resentido por aquel encargo. Para desgracia suya, su jefe había decidido que, después de haber resuelto un caso duro y difícil, necesitaba un descanso. El capitán Reid no le había dicho exactamente que estuviera «quemado», pero tampoco era necesario que lo hiciera. Él no estaba de acuerdo, por supuesto. El hecho de que una redada contra unos traficantes de droga hubiera terminado mal no significaba que tuviera que pasar a la reserva. Habiendo crecido en las calles de Boston, sabía mejor que nadie cuándo corría verdadero peligro, cosa que no ocurría en aquel momento.
Kane podía desear con toda su alma que aquel adolescente no hubiera caído en medio del tiroteo, pero eso no cambiaba nada. Además, no había sido su bala la que lo había matado, sino la de su propio hermano. Kane sabía que él no era responsable de lo ocurrido, pero eso no impedía que se sintiera culpable. Y tampoco le evitaba remordimientos. Aunque nadie podría haber anticipado la llegada del hermano pequeño de aquel traficante, Kane sabía que recordaría los gritos angustiados de su madre durante toda su vida. A pesar de todo, se había negado a tomarse un descanso, consciente de que no le serviría para ayudarlo a olvidar, pero había aceptado encargarse de aquella ridícula misión.
Cualquier novato podría verificar si Charmed era realmente lo que decía ser o si tras su fachada de establecimiento decente se escondía un prostíbulo. Kane gimió en voz alta. Por lo que a él concernía, cualquier tipo que necesitara clases de etiqueta era tan patético como la misma chapuza que le habían encargado. ¿Qué clase de infeliz podía necesitar clases para aprender a salir con una mujer? Y sobre todo con una mujer como aquélla…
Sacudió la cabeza. Qué pérdida de tiempo.
En cualquier caso, era preferible que aquella mujer espectacular diera clases de etiqueta a unos cuantos patanes a que prestara otro tipo de servicios a sus clientes. Teniendo en cuenta además que había trabajado para sus tíos cuando éstos todavía llevaban las riendas del negocio, definitivamente, aquella joven conocía el percal con el que estaba tratando. Cualquiera que esté fuera.
Kane podría desconocer la agenda de aquella belleza, pero conocía de sobra la suya y sabía que aquel ridículo caso no debería ocupar ni una sola línea en ella.
Y, sin embargo, allí estaba, un hombre acostumbrado a enfrentarse con traficantes de droga y proxenetas, preparándose para abordar torpemente a la seductora propietaria de Charmed. Todavía tenía serias dudas sobre su capacidad para fingir ser un patán y tenía un plan alternativo por si la cosa no terminaba de funcionar. Pero no podría saber si lo necesitaba hasta que estuviera dentro.
Colocó la mano en el pomo de la puerta. El metal estaba frío como el hielo. ¿Sería ella o no sería ella? Por fin había llegado el momento de averiguarlo.
Kayla Luck miró disgustada el viejo radiador que se negaba a comportarse con un mínimo de sentido común. No hacía falta tanto calor en primavera, pero el equipo de limpieza parecía haberlo olvidado. Habían vuelto a encender el radiador la noche anterior y habían convertido la casa en una sauna. Kayla había conseguido mover el termostato, pero el maldito aparato continuaba irradiando calor. Y entre las altas temperaturas y el esfuerzo que había tenido que hacer para arreglarlo, estaba acalorada e incómoda. Definitivamente, no era aquélla la mejor forma de comenzar una clase, así que esperaba que todos sus clientes se hubieran enterado de que había cancelado la sesión.
Mientras Catherine, su hermana, había empleado la parte que le correspondía de la herencia de sus tíos en hacer realidad su sueño, matriculándose en una afamada escuela de cocina, Kayla había dejado de lado sus propios deseos para hacerse cargo del negocio. La pintoresca casa que había heredado de sus tíos tenía dos pisos y muchísimas habitaciones. Durante años, su tía había estado impartiendo clases de baile de salón y etiqueta. Ambos servicios habían tenido gran demanda en el pasado, pero durante la última década el negocio había declinado seriamente. Aun así, Kayla siempre había tenido la esperanza de poder ayudar a su tía a sacar su establecimiento de la edad de piedra. Su tía había vuelto a casarse el año anterior y había metido a su marido en el negocio, pero Kayla no había tenido oportunidad de hablar con ellos sobre los cambios que creía necesarios para modernizarlo porque los recién casados habían muerto demasiado pronto.
Sin embargo, ella seguía decidida a levantar el negocio. Quizá los hombres ya no necesitaran recibir clases para saber cómo comportarse en una cita, pero había muchos ejecutivos que requerían formación para saber conducirse en cualquier ambiente y adaptarse a las costumbres de otros países. Además, con las clases de idiomas, conseguiría dar un toque de actualidad a un negocio ya obsoleto.
En solo cuestión de meses, Charmed comenzaría a ofrecer una amplia gama de servicios imprescindibles para cualquier hombre moderno.
Al heredar aquella escuela, no le había pasado por alto lo irónico de su situación. Parecía una broma; la chica diez del instituto, hija de una mujer de extracción social baja, enseñando a los demás a comportarse en sociedad. Todavía le dolía recordar su pasado y aquél era un incentivo más para intentar mejorar y modernizar Charmed hasta hacerlo irreconocible.
Al igual que había hecho consigo misma. Ella había crecido en la zona más pobre de la ciudad, a las afueras de Boston. Y mientras sus compañeros de escuela llevaban ropa deportiva de marca e iban siempre a la última moda, ella y su hermana usaban la misma ropa hasta desgastarla completamente. Y como Kayla se había desarrollado antes de lo normal, su ropa jamás le había quedado adecuadamente. Las chicas se burlaban de ella y los chicos pensaban que se vestía con ropa tan estrecha para llamar la atención.
Para cuando había llegado al instituto, no había un solo chico que no proclamara a los cuatro vientos que se había acostado con ella. Kayla, por su parte, había optado por enterrarse en sus libros y no le había contado a nadie, excepto a su hermana, la verdad. Nadie la habría creído aunque lo hubiera hecho.
Kayla intentó apartar aquellos tristes recuerdos de su mente. Aquellos días ya habían pasado y Charmed no era ninguna broma. Jamás lo sería. Era un negocio serio que respondía a necesidades igualmente serias. La verdad era que no le emocionaba tener que aplazar una vez más su vuelta a la universidad para graduarse en idiomas. Había contemplado alguna vez la idea de llegar a ser intérprete, pero no quería hacerlo a expensas de su familia. Charmed era un negocio familiar y la familia era una de las pocas cosas que para Kayla y Catherine eran sagradas.
Tomó su agenda. El fontanero todavía no le había devuelto la llamada. Tenía una gran cabeza para los números y capacidad para memorizar un párrafo de un libro con solo leerlo, pero si no era capaz de recordar los pequeños detalles de la vida cotidiana, su inteligencia no le serviría de nada.
Sus pronósticos indicaban que Charmed obtendría grandes beneficios durante el año siguiente y de esa forma podría dejar de alquilar la habitación en la que se daban clases de gimnasia.
Como ya no tenía nada que hacer, decidió, podía dedicarse a ordenar los libros de sus tíos. Pero antes tomaría un poco de aire fresco. Se dirigió a una de las habitaciones que daban al exterior de la casa con intención de abrir puertas y ventanas. Pero las campanillas de la puerta le advirtieron que acababa de recibir una visita inesperada. Alzó la mirada y estuvo a punto de tropezar en medio de la habitación.
Porque el hombre que acababa de entrar en su casa emanaba fuerza y autoridad desde los pies hasta la última punta de su pelo. Kayla se alegró de no haber comido nada al sentir que el estómago le daba un vuelco. Un vuelco provocado por una extraña mezcla de excitación, aprensión y admiración. Un intenso calor que no tenía absolutamente nada que ver con el radiador estropeado se extendió repentinamente por su cuerpo.
¿Pretendía refrescarse? Pues ni siquiera la fresca brisa de primavera que había entrado tras su visitante conseguiría bajarle la temperatura en ese momento. Desde una perspectiva profesional, aquél era exactamente el tipo de hombre al que le gustaría dirigir su negocio. Y desde un punto de vista más personal, bastaba una mirada de aquel desconocido para hacerla estremecerse.
– ¿En qué puedo ayudarlo? -le preguntó.
Kane asintió, le dirigió una torpe sonrisa y le tendió la mano, pero al instante pareció recapacitar y la retiró. Casi inmediatamente volvió a tendérsela.
Kayla inclinó la cabeza, sorprendida por sus torpes maneras.
– Hola, soy Kayla Luck, la propietaria de Charmed -se presentó Kayla, tendiéndole a su vez la mano.
– Me alegro de conocerla, señora Luck -sin previa advertencia, comenzó a sacudirle la mano con un entusiasmo exagerado-. ¿O debería decir «señorita»? Realmente, debería haberlo preguntado, no me gustaría precipitarme sacando conclusiones que no debo e insultar a una dama que…
Incapaz de comprender aquella repentina divagación, Kayla lo interrumpió.
– Llámeme como usted prefiera -apartó la mano justo antes de que él le diera un apretón en el brazo.
Contra toda lógica, aquel rudo contacto le gustó.
– Así que es usted «señorita». Mmm, hoy debe de ser mi día de suerte -sacudió la cabeza y rió-. Esto es patético. Con un apellido como el suyo supongo que debe estar oyendo constantemente bromas de ese tipo. Seguro que le recuerdan muchas veces que su apellido significa suerte.
– Demasiado a menudo. ¿Qué puedo…? -Kayla rectificó rápidamente-. ¿Qué es lo que ha venido a buscar exactamente a Charmed, señor…?
– McDermott. Kane McDermott.
– ¿Venía usted para las clases de enología? Porque si es así, la clase ha sido cancelada.
Kane se pasó el dorso de la mano por la frente.
– Y lo comprendo. Esto parece un horno.
– Me temo que desde hace unas horas prácticamente lo es.
– Lo que explica que usted vaya con un vestido de tirantes a pesar de la época del año en la que estamos -desapareció toda traza de azoramiento en su actitud mientras deslizaba sus ojos grises por la piel de Kayla.
Kayla se puso roja como la grana. Empezó a cruzarse de brazos, pero se detuvo a tiempo al darse cuenta de que estaba empeorando la situación. Reconoció al instante la audaz admiración que reflejaban las facciones perfectamente cinceladas de aquel desconocido, la franca apreciación común a casi todos los hombres con los que tenía algún contacto. Durante sus veinticinco años de vida, había aprendido a conocer y odiar aquellas miradas tan indiscretas. Pero, de alguna manera, al sentir los ojos de Kane McDermott taladrando los suyos fue incapaz de sentirse ofendida.
Aun así, era imposible que tuviera interés en un desconocido con un carácter tan poco consistente. Lo mismo parecía tímido que demostraba una absoluta confianza en sí mismo. Kayla no podía evitar preguntarse quién sería aquel tipo.
Y qué querría exactamente.
Porque aquél no era precisamente el tipo de hombre que frecuentaba el establecimiento de sus tíos. Su establecimiento, se recordó a sí misma. Y, al margen de sus opiniones, aquel hombre era uno de sus clientes. De modo que ya era hora de dejar de diseccionarlo y comenzar a tratarlo como debía.
– ¿Quiere que le sirva un refresco?
Kane se apoyó contra la pared sin apartar su potente mirada de los ojos de Kayla.
– ¿Y qué tal si te invito yo a una copa? -preguntó él con su tono más seductor-. Quiero decir… Oh, diablos, no puedo seguir haciendo esto.
– ¿Haciendo qué? ¿A qué se refiere?
– No puedo seguir fingiendo que soy un patán que necesita que lo amaestren.
– ¿Eso es lo que usted piensa que hacemos aquí?
– «Dejemos que se muestre encantadora» -recitó él, repitiendo el lema publicitario de la tía de Kayla-. Esa era la frase que ponía en el folleto que me pasó un amigo.
– Ya veo. Bueno, digamos que hemos avanzado algo desde entonces. Por supuesto, podemos enseñarle algunas nociones básicas de etiqueta, si es eso lo que necesita, pero… ¿Qué quería decir exactamente con eso de que estaba fingiendo ser un patán que necesita que lo amaestren? -preguntó con recelo.
– Un amigo mío me envió aquí. Asistió en una ocasión a una de sus clases de baile.
– ¿Cómo se llamaba su amigo?
– John Frederick. Dice que prácticamente lo expulsaron de las clases de baile de salón.
Kayla elevó los ojos al cielo, recordando las clases que su tía había insistido en ofrecer. Kayla jamás había comprendido cómo había conseguido llenar aquellas clases.
– Eso fue porque era incapaz de dar un solo paso a derechas y estaba demasiado preocupado con conseguir pareja para la cita de Año Nuevo -le costaba imaginar a aquel hombre tímido y de natural bondadoso como amigo de Kane McDermott-. ¿Y qué tal está John Frederick?
– Su empresa lo ha enviado al extranjero. Me dijo que le había preguntado a tu tía fórmulas para invitar a salir a mujeres francesas -contestó Kane con una sonrisa.
– Supongo que mi tía se alegró de poder darle algún consejo. Se llevaba muy bien con John.
– ¿Y tu tía ahora ya no está a cargo del negocio?
– Ella y mi tío murieron hace unos meses.
– ¿Juntos?
– Sí -las lágrimas inundaron sus ojos. Le sucedía cada vez que pensaba en el accidente que se había llevado a su tía, aquella mujer con la que tantas cosas tenía en común. Ambas tenían un coeficiente intelectual superior a la media y su estrecha relación se debía en parte al hecho de que su tía comprendía perfectamente los problemas a los que debía enfrentarse una joven tan inteligente como ella.
Kayla sacudió la cabeza e intentó concentrarse en su cliente.
– La policía nos dijo que el coche patinó a causa de la lluvia y chocaron contra un árbol.
– Lo siento… Debe de haber sido muy duro perder a los dos al mismo tiempo.
– La verdad es que no conocía del todo bien a mi tío. Llevaban casados menos de un año, pero por lo menos consiguió hacerle feliz antes de que ella… -Kayla se interrumpió bruscamente, consciente de que estaba haciéndole confidencias a un completo desconocido.
– Lo siento -repitió Kane-. Y John lo sentirá también.
– Muchas gracias -desvió un instante la mirada, antes de volver a mirarlo a los ojos-. Pero el hecho de que mi tía no esté aquí, no cambia en absoluto los hechos.
– ¿Que son?
– Que son que usted ha venido aquí fingiendo ser algo que no es.
– Y eso no está nada bien. Pero John… Bueno, él pensaba que haríamos buenas migas -desvió la mirada hacia sus manos.
– ¿Y por qué no me lo ha dicho nada más entrar?
– Porque no siempre se puede confiar en la opinión de los demás. Diablos, eso es como aceptar una cita a ciegas. Así que… he venido para comprobarlo personalmente.
– John debe de haberle hablado de mí hace mucho tiempo.
– ¿Por qué dice eso?
– Porque Charmed rara vez ofrece clases para aprender a comportarse en una cita y no creo que aparezca tampoco nada parecido en nuestro folleto. Ahora estamos dedicados a negocios de carácter más internacional.
Kane tuvo la deferencia de mostrarse avergonzado.
– En cuanto puse un pie aquí dentro, comprendí que ya no podía seguir fingiendo -musitó.
– ¿Y a qué se ha debido ese cambio?
– A que es usted más atractiva de lo que pensaba.
Una respuesta demasiado zalamera, pensó Kayla con desilusión. Excesivamente trillada para su fútil esperanza de que aquel hombre fuera algo especial.
– Pero, a pesar de todo, si realmente imparte ese tipo de clases, estoy seguro de que habrá un montón de cosas que puedo aprender. Y no me avergüenza admitir que las mujeres inteligentes me excitan -añadió con una sonrisa traviesa.
A pesar de sí misma, Kayla se echó a reír ante su evidente intento de tomarse la situación con humor.
– ¿Esa risa significa que está dispuesta a salir conmigo?
Oh, a Kayla le habría encantado, pero sabía que salir con un desconocido no era un movimiento inteligente.
– Me encantaría, pero tengo que quedarme a esperar al fontanero -se obligó a dirigirle una sonrisa de arrepentimiento y a amordazar sus deseos para no aceptar su invitación.
Kane se quitó la chaqueta con un rápido movimiento y la colgó en el respaldo de una silla.
– O me quitaba la chaqueta o iba a asarme vivo -musitó y se volvió de nuevo hacia ella-. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí… Iba usted a salir conmigo.
Kayla abrió la boca para contestar que ya le había dicho que no cuando sonó el teléfono. Lo descolgó rápidamente y suspiró aliviada al descubrir que era el fontanero. Pero la gratitud se había transformado en desazón en el momento de volver a dejar el auricular en su lugar.
– ¿Problemas? -preguntó Kane.
Ella asintió.
– Era el fontanero. No vendrá hasta mañana.
– En ese caso -Kane comenzó a desabrocharse los puños de la camisa-, será mejor que nos pongamos a trabajar.
– ¿Nosotros?
– Usted y yo. No veo a ningún otro voluntario por aquí -recorrió la habitación con la mirada-. ¿Y usted?
– No, pero… ¿es usted fontanero?
– No, señora. Pero vivo en un apartamento muy viejo y me he visto obligado a compartirlo con radiadores estropeados. Así que vamos -rápidamente, se remangó las mangas de la camisa, dejando al descubierto unos musculosos antebrazos y una maravillosa piel cobriza. Al ser ella tan rubia y pálida, siempre había admirado la piel oscura, pero el color de la piel de Kane tenía poco que ver con la nueva oleada de adrenalina que estaba recorriendo su sistema nervioso.
Kayla agarró la botella de agua que tenía siempre encima de su escritorio y se humedeció los labios resecos antes de intentar hablar.
– ¿Necesita una llave? -le preguntó a Kane.
– ¿Qué?
Kayla le mostró la llave que había dejado anteriormente sobre su escritorio.
– Le pregunto que si necesita la llave para cerrar el radiador.
– Ahora mismo lo veremos.
Kayla lo siguió hasta la habitación trasera. Kane se arrodilló para examinar el radiador.
– Parece que ya ha bajado la temperatura -comentó.
– Creo que el equipo de la limpieza la subió por error. Cuando he llegado, esto debía de estar a unos cincuenta grados. Pero el problema es que he conseguido girar el termostato y aun así no ha bajado la temperatura.
– Probablemente tenga que llegar hasta un tope antes de comenzar a bajar.
– ¿Quiere decir que todavía va a hacer más calor? -preguntó, mientras se apartaba los mechones sudados de la frente.
– Cuente con ello -fijó en ella su seductora mirada y el calor de la habitación pareció elevarse súbitamente. Ningún hombre había provocado nunca nada parecido en Kayla.
Kane se aclaró la garganta.
– Tenemos también otra opción. Podemos cerrar el interruptor de emergencia y esperar que no se rompa el radiador en el proceso.
– No, gracias, no podría correr con el gasto de un cambio de radiador.
– En ese caso, lo único que puede hacer es dejar que las cosas sigan su curso. Mientras tanto, ¿tiene un cubo? -le preguntó.
– Sí, claro -buscó uno de los cubos que su tía tenía guardados en el armario de la limpieza-. Tome.
– ¿Y una llave para purgar?
Kayla pestañeó ante aquella pregunta tan extraña.
– ¿Una qué?
Kane se echó a reír.
– No importa -buscó alrededor del radiador-. Aja -levantó al vuelo una pequeña llave. Una sonrisa de triunfo iluminaba sus ojos increíblemente azules.
– Déjeme imaginar: es una llave para purgar.
– Algo así. La mayor parte de estos viejos radiadores necesitan ser purgados por lo menos una vez al año. La gente que lo sabe suele dejar la llave en un lugar seguro para no perderla. Así no tiene uno que salir corriendo con la esperanza de encontrar…
– ¿Al purgador más cercano?
– Exacto. Que en el caso de que fuera una purgadora y, además tan atractiva como usted, podría verse en apuros.
Kayla sintió un intenso calor en las mejillas.
– Mire, señor McDermott, le agradezco su ayuda, pero no tiene por qué intentar halagarme.
– ¿Le molestan los cumplidos, señorita Luck? Porque yo diría que una mujer como usted tiene que estar acostumbrada a ellos.
– Digamos que preferiría que nos concentráramos en el radiador. Yo pensaba que había que purgarlos en frío.
– Y es cierto. Pero también puede intentar estabilizar ahora el sistema para no tener problemas durante el próximo invierno -se volvió de nuevo hacia el radiador y a los pocos segundos el sonido del agua cayendo en el cubo fue todo lo que se oyó en la habitación.
Tras el tercer viaje de Kayla al baño para vaciar el cubo, Kane dejó la llave en su sitio y se levantó.
– Todo listo -se secó las manos en los pantalones-. Ahora sólo tiene que darle algún tiempo al radiador. Irá enfriándose sin necesidad de que venga el fontanero.
– Muchísimas gracias. Acaba de ahorrarme una pequeña fortuna.
– De nada -fijó en ella sus ojos provocándole al instante un ligero mareo. Aquella mirada penetrante la estaba poniendo nerviosa.
– ¿No quiere reconsiderar mi invitación? -preguntó Kane.
– Yo…
– Entonces quiero comenzar las clases. Y antes de que diga nada, ya sé que no imparten clases de etiqueta, pero considere este caso como una emergencia. Mañana tengo que cenar con mi jefe y él va a llevar a su hija. No pretendo tener ningún tipo de relación con ella, pero me gustaría causarle buena impresión. Así que quizá podríamos cenar juntos esta noche, para que pudiera enseñarme los puntos claves de la etiqueta -sonrió de oreja a oreja, mostrando un hoyuelo encantador en su mejilla izquierda.
– Creo que ya sabe más que suficiente -repuso ella con ironía.
– Entonces sígame la corriente. Le estoy dando una excusa para decir sí… Y usted sabe que le apetece venir -bajó ligeramente la voz, adoptando un tono ronco y seductor que vibró directamente en el interior de Kayla.
– Creo que está dando demasiadas cosas por sentado. ¿Qué le parecería que hiciera una llamada para ver si alguna de mis profesoras está disponible para… atender sus necesidades? -gimió para sí. Había tardado años en aprender a disimular sus inseguridades, pero al final lo había conseguido. Sin embargo, frente a Kane McDermott se sentía como la adolescente torpe e insegura que hacía años había sido.
– Preferiría salir con usted -replicó con mirada suplicante.
¿Era posible que estuviera interesado en ella?, se preguntó Kayla. Sacudió la cabeza.
– ¡Mala suerte! -se lamentó Kane. La desilusión teñía su voz. Señaló el teléfono-. Supongo que entonces esta noche me tocará cenar con una desconocida.
Kayla elevó los ojos al cielo.
– ¡Yo también soy una desconocida!
– Es curioso, pero a mí no me lo parece -le dirigió una significativa mirada, que no se prestaba a error. Había una conexión entre ellos, ambos lo sabían. Del mismo modo que ambos sabían que Kane acababa de conseguir que Kayla cambiara de opinión.
Kayla se dejó caer en la silla que había detrás de su escritorio. Kane se inclinó hacia ella de tal forma que sus labios prácticamente se rozaban.
– ¿Va a desilusionar a un cliente, señorita Luck?
– Kayla -susurró ella, y se humedeció los labios.
Kane arqueó una ceja y se enderezó de nuevo.
– Parece que voy haciendo progresos, Kayla.
Y no sabía hasta qué punto, pensó la joven.
– Bueno, no podría sentirme como una verdadera acompañante si estuvieras llamándome «señorita Luck» toda la noche.
Kane esbozó una radiante sonrisa.
– No recuerdo muy bien el nombre del restaurante en el que voy a comer con mi jefe. Sé que es un lugar informal, pero llevo ya tanto tiempo fuera de la ciudad que casi no la conozco.
– ¿Entonces se trata de una cena informal?
– Sí, lo único que pretendo es que me enseñes a pedir el vino, a elegir el plato más adecuado… todas las cosas que se necesitan saber para cenar con el jefe… y para disfrutar de tu compañía. ¿Te gusta el béisbol?
Kayla asintió.
– Tengo entradas para el partido de los Red Sox. Podemos ir a ver el partido después de cenar.
– No sé por qué, pero tengo la sensación de que no necesitas que nadie te dé clases sobre cómo asistir a un partido de béisbol.
– No, pero estoy deseando que pase la etapa del partido. Bueno, ¿te apetece el plan?
– Sí, me apetece -tanto que la asustaba.
– Entonces ya está todo arreglado.
Kayla asintió en silencio.
– No te desilusionaré -dijo entonces Kane. Sus palabras estaban tan cargadas de intención que Kayla tuvo la sensación de que aquello era algo más que un negocio. Que Kane quería algo más que contratarla para que lo ayudara a comportarse en sociedad.
Kane alargó el brazo y le tomó la mano. La conexión fue instantánea. Se apartó tan bruscamente que Kayla no pudo evitar preguntarse si habría experimentado la misma sensación desconcertante que ella. Un momento después, Kane metió la mano en el bolsillo y sacó una billetera de cuero a toda velocidad, como si de repente tuviera prisa por marcharse.
– ¿Aceptas American Express o Visa? -le preguntó.
– Las dos cosas, pero… -¿qué podía decir? ¿Que cobrar a cambio de ofrecerle su compañía durante la velada no le parecía bien?
– Puedo pagarte en efectivo, si lo prefieres.
– No -Kayla no podía aceptar dinero a cambio de una cita. Porque, aunque Kane lo hubiera expresado de otra forma, aquello era una cita en toda regla. Le dirigió la más sincera de sus sonrisas-. ¿Por qué no esperamos a ver cómo van las cosas y hablamos de eso más tarde?
– De acuerdo -cerró la billetera-. Me hospedo en el Hotel Summit. Me pondré en contacto contigo, señorita… Kayla -con una enorme sonrisa, se dirigió hacia la puerta, dejando a Kayla preguntándose si de verdad era posible que hubiera tenido tanta suerte.