Kayla se quedó mirando el dinero fijamente, con expresión de incredulidad.
– El pago por los servicios prestados -se obligó a repetir.
– Dijiste que ya veríamos cómo iban las cosas.
Sí, y ya sabía cómo habían ido. Las cosas habían ido de forma increíble, o por lo menos así lo creía ella hasta hacía un instante. Había sido una noche cargada de sensualidad, divertida, maravillosa… No encontraba suficientes adjetivos para describir cómo se había sentido con Kane.
Se volvió hacia la cama. El dinero ensuciaba el colchón en el que ella había estado a punto de enamorarse. De un desconocido. Sintió que se le encogía el estómago y recordó con dolor otra mañana similar. Un hombre diferente, una cama diferente, pero una situación idéntica. Los hombres no querían una verdadera relación con Kayla Luck. Jamás la habían querido y jamás la querrían.
Irguió los hombros y lo miró de frente. Se negaba a dejar que Kane supiera lo profundamente que la había herido.
– Tienes razón, no habíamos acordado el precio -incapaz de mirarlo a los ojos, mantenía la mirada tija en un punto de la pared-. Dije que ya veríamos cómo iban las cosas y…
Los billetes que descansaban sobre la cama atrapaban su mirada, burlándose de su confianza en poder mantener la compostura.
Se interrumpió. Quería abofetearlo. Quería poder decirle que la última noche no había sido tan buena como para aceptar un pago a cambio. Pero aquel tipo de gestos no era propio de ella. Catherine habría sido capaz de decirle unas cuantas cosas a un tipo que se hubiera comportado de aquella manera, pero ella era diferente. Se inclinó y agarró su bolso. Quizá no pudiera volver a confiar en su capacidad crítica sobre los hombres, pero se respetaba a sí misma lo suficiente como para mantenerse fuerte hasta que estuviera fuera de aquella habitación. Ningún hombre tenía derecho a tratarla como si fuera una prostituta.
– ¿Sabes una cosa, McDermott? Tú y tu dinero podéis iros al infierno -no lo conocía muy bien, pero había aprendido suficientes cosas sobre él durante aquella noche como para notar el cambio que se produjo en su mirada.
Creyó advertir en sus ojos una mezcla de alivio y arrepentimiento. Sacudió la cabeza con vigor, dándose cuenta de que había estado buscando algo a lo que aferrarse, a pesar de su ruda oferta. Al parecer, todavía albergaba alguna esperanza. Pero a pesar de todo su encanto y delicadeza, Kane McDermott no era mejor que los demás.
Haciendo acopio del orgullo que a esas alturas le quedaba, corrió hacia la puerta.
Kane no intentó detenerla.
– Así que anoche no hubo ningún intercambio de dinero, McDermott. Yo diría que entonces deberíamos dar el caso por cerrado -comentó Reid, acercándose a Kane por su espalda.
Kane giró la silla y se obligó a mirar a su superior a los ojos.
– Esa mujer está limpia, jefe.
– Maldita sea -el capitán arrugó una hoja de papel y la tiró a la papelera-. Así que lo único que hemos conseguido ha sido perder el tiempo.
– Eso parece.
– Es posible que nuestro informante haya estado jugando a dos bandas a cambio de dinero, pero los datos que nos proporcionó parecían fiables. Estoy seguro de que muchos de nuestros políticos han frecuentado ese lugar con intención de divertirse. ¿Hay alguna posibilidad de que hubiera prostitución antes de que se encargara del negocio Kayla Luck?
Kane sacudió la cabeza.
– Creo que no. Ella lo habría sabido. Ayudaba a sus tíos dando algunas clases y llevando las cuentas. Y ahora es ella la que dirige el negocio, de modo que si hubiera sucedido algo en el pasado lo sabría.
– ¿Y alguna posibilidad de que alguien le hubiera dado el chivatazo y ella se hubiera servido de sus encantos para engañarte?
– ¿Engañarme a mí? Imposible. Esa mujer es inocente. Me apostaría la placa.
– Bueno, por lo menos ya comprendo algo más -el capitán arqueó una ceja y se sentó en el escritorio de metal.
– ¿Qué pasa? Siempre he confiado en mi instinto.
– Pero nunca habías puesto tanta fe en otro ser humano, y menos en una mujer -le dirigió una significativa mirada-. Hasta ahora -se levantó y se dirigió a su despacho.
Un golpe directo, pensó Kane. No podía continuar evitando la verdad. Como tampoco podía evitar pensar en lo ocurrido, aunque era precisamente eso lo que había estado intentando hacer desde que Kayla había abandonado la habitación del hotel aquella mañana.
El capitán tenía razón. Había confiado en ella y había bajado la guardia. Durante un ridículo momento, había vislumbrado incluso una vida distinta de su solitaria existencia. Llevaba mucho tiempo solo, sin conectar verdaderamente con nadie. Pero Kayla le había enseñado que la vida era algo más que comer, dormir y trabajar. Le había hecho sentirse vivo y, por absurdo que pudiera parecer, él quería más. Aunque, en el caso de que Kayla se lo hubiera ofrecido, no podría haber aceptado porque era incapaz de devolver nada verdaderamente importante a cambio.
Dinero a cambio de sexo. Ésa era la única oferta que le había hecho. Bufó disgustado. Había intentado demostrar que no era una prostituta y la había tratado peor que si lo fuera.
Él, un detective con años de experiencia en interrogatorios, había echado a perder la única oportunidad que tenía con Kayla. Aunque al final, les había hecho a ambos un favor. Las habilidades sociales no eran precisamente su fuerte y, a esas alturas, seguramente Kayla ya lo sabría. Además, aquella mujer era condenadamente buena en hacerle bajar las defensas, algo que en su trabajo no se podía permitir. Dejarla marchar no había sido nada fácil, pero había sido estrictamente necesario.
– McDermott.
Kane alzó la mirada hacia la puerta del despacho de Reid.
– ¿Sí, jefe?
– Quiero ver el informe en mi escritorio esta misma noche. Si casan todos nuestros datos, daremos el caso por cerrado.
– De acuerdo.
– Tienes un aspecto terrible, así que en cuanto hayas terminado con el papeleo, recuerda lo que te dije: no quiero verte por aquí hasta mediados de la semana que viene.
Kane sabía que no servía de nada discutir, así que decidió ponerse a trabajar cuanto antes en su informe. A los pocos minutos, había tirado ya varias hojas a la papelera, incapaz de concentrarse.
Se maldijo en silencio. Todo aquel lío podría haberse evitado si hubiera confiado en lo que le decía su intuición. Había visto a demasiados compañeros enamorarse, pero para él nunca había habido nada más importante que el trabajo.
Su padre había sido puesto en libertad bajo fianza cuando él tenía cinco años y había desaparecido. Su madre había muerto seis años después, arrojándose bajo las ruedas de un autobús sin pensar en el pequeño al que dejaba detrás. Annie McDermott tenía un hermano al que le disgustaban tanto los niños como le gustaba el alcohol, pero Kane, con sólo once años, había hecho un trato con él: viviría en su casa para evitar que lo llevaran a un hogar de adopción a cambio de que él se ocupara de sí mismo.
Kane había estado solo desde que podía recordar y siempre le había gustado vivir así. Pero, por alguna razón, después de aquella noche ya no le parecía tan reconfortante su soledad.
Kayla no tenía ganas de llegar a casa y enfrentarse a un interrogatorio de su hermana. Así que tras subirse al primer taxi que encontró al salir del hotel, se dirigió a un café situado cerca de Charmed antes de decidirse a sumergirse en el trabajo. Tenía que mantenerse ocupada para no pensar y todavía había cajas con objetos personales de sus tíos en el almacén. Y aunque su hermana le había prometido ayudarla a revisarlas, aquél era un buen día para empezar a buscar en ellas. Aun así, dudaba que el trabajo la ayudara a olvidarse de Kane McDermott cuando cada una de sus células parecía empeñada en recordarle su actividad nocturna. Al parecer, su cuerpo había decidido actuar al margen de su mente. Porque aquel hombre le había ofrecido dinero a cambio de sexo. Por muy especial que a ella le hubiera parecido aquella noche, había estado completamente sola con sus sentimientos.
Kayla se dirigió hacia Charmed y metió la llave en la cerradura, preguntándose si habría dejado ya de parecer una sauna. Si a Kane se le daba tan bien arreglar radiadores como seducir mujeres, el problema se habría solucionado, de eso estaba segura. Sacudió la cabeza.
Tenía que admitir que él no había sido el único culpable. Ella había invertido más esperanzas y sueños en Kane de los que una sola noche merecía. Había sido duro e insensible, sí, pero en ningún momento le había prometido nada distinto de lo que habían compartido.
Kayla abrió la puerta y advirtió al instante que la temperatura había bajado. Ya no iba a necesitar al fontanero. Y eso era lo único que tenía que agradecerle al señor McDermott.
Se dirigió hacia el almacén, empujó la puerta y buscó a tientas el interruptor. Antes de que hubiera tenido oportunidad de reaccionar, alguien la agarró del cuello a la vez que le tapaba la boca.
Cuanto más se retorcía intentando liberarse, con más fuerza la sujetaban. El miedo y la furia crecían en su interior, pero decidió hacer caso de su intuición y dejó de resistirse.
– Veo que eres una chica inteligente. Estupendo. Ahora dime dónde está el dinero.
Kayla sacudió la cabeza de lado a lado y, comprendiendo su silencioso mensaje, su asaltante suavizó la presión de la mano sobre su boca.
– No sé…
El asaltante apretó más el brazo, causándole un intenso dolor en el cuello.
– No me gusta nada esa respuesta.
Kayla no tenía idea de a qué dinero se refería, pero era evidente que no la creía y lo que más le importaba en ese momento era poder salir de allí de una pieza.
– De acuerdo -fueron las únicas palabras que salieron de su boca-. No hay dinero en esta casa, yo…
– ¿Kayla? -se oyó la voz de Catherine, procedente de la habitación de la entrada-. ¿Ya has vuelto? Las luces están encendidas y no puedes estar escondiéndote eternamente. Quiero detalles.
El asaltante de Kayla se tensó y soltó un duro juramento. La liberó y le dio un fuerte empujón. Kayla chocó contra la pared y, tras el impacto, cayó al suelo. Sintió una punzada de dolor en la cabeza, justo en el momento en el que la puerta trasera se abría lo suficiente para dejar entrar un estrecho haz de luz y permitir que el intruso desapareciera.
– Kayla, sé que estás… -Catherine empujó la puerta y encendió el interruptor-. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué ha pasado?
Haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, Katherine consiguió levantar la cabeza. Observó el caos en el que había quedado convertido el almacén y gimió.
– Lo ha destrozado todo.
– ¿Quién, Kayla? ¿Qué te ha pasado? -Catherine se arrodilló a su lado.
– Estoy bien.
– Pues no lo parece.
– Claro que estoy bien -luchando contra el dolor que todavía martilleaba su cabeza, intentó levantarse, pero las náuseas lo hicieron imposible.
– Siéntate -Catherine la ayudó a sentarse nuevamente y la hizo apoyarse contra la pared-. Voy a llamar a la policía.
Kayla asintió e inmediatamente se dio cuenta de que había sido un error. Cerró los ojos. No sabía lo que buscaba aquel intruso, pero parecía convencido de que iba a encontrarlo allí.
Catherine regresó a los pocos minutos y se arrodilló a su lado.
– ¿Qué podía querer ese hombre, Cat?
– No intentes hablar -replicó su hermana, colocándole una toallita húmeda en la frente. Agarró la mano de Kayla y se sentó a su lado en el suelo, acurrucándola contra ella, como tantas veces habían hecho cuando eran niñas. Kayla no pudo controlar la necesidad de desahogarse con su hermana, la única persona en la que podía confiar. Con la cabeza apoyada en el hombro de Catherine, comenzó a contar cómo había ido su noche con Kane McDermott.
Por una vez, Catherine permaneció en completo silencio y Kayla se lo agradeció inmensamente.
– La policía estará aquí dentro de unos minutos -dijo Catherine por fin-. Ellos se encargarán de todo.
– Ya le he dicho que empujé la puerta y él me agarró por la espalda -al levantar la voz se sintió como si le estuvieran apaleando la cabeza. Exhaló un largo suspiro, intentando luchar contra las náuseas.
– El médico vendrá en seguida -comentó Catherine, mirando de reojo al joven policía mientras hablaba.
– Ahora volvamos de nuevo a lo que ha ocurrido -repuso él-. Estaba buscando dinero y usted insiste en que aquí no hay nada.
Catherine se colocó directamente en frente de la línea de visión del policía.
– ¿Es éste su primer día de trabajo? Porque supongo que ésa es la razón por la que no es capaz de darse cuenta de que está interrogando a la víctima. ¿Es así como los preparan actualmente? ¿Enseñando a atacar a las personas indefensas? Mire, amigo, sea o no policía, me va a dar ahora mismo el número de su placa y ya me encargaré yo después de que se la quiten.
Kayla gimió ante la actitud de su hermana, pero la verdad era que ella tampoco podía comprender el tratamiento del policía.
El oficial disminuyó la presión, pero no del todo. Se inclinó ligeramente e insistió:
– Mire, ese tipo ha destrozado el almacén buscando dinero y me gustaría saber por qué. Un poco de colaboración por su parte facilitaría mucho las cosas.
– ¿A quién? -Catherine se levantó de un salto-. Ella no va a hacer su trabajo y ahora mismo quiero saber por qué está interrogando a mi hermana como si fuera una delincuente, en vez de dedicarse a ayudarla.
– A mí también me gustaría conocer la respuesta a esa pregunta.
– Kane… -Kayla habría reconocido aquella voz en cualquier parte.
Había vuelto. Una oleada de intensas emociones sacudió su maltrecho cuerpo. Intentó erguirse y giró la cabeza todo lo que le permitía su herida.
– ¿Qué diablos estás haciendo aquí? -preguntó Catherine.
Kayla hizo una mueca ante la dureza del tono de su hermana; se arrepentía de haberle dado tanta información sobre la noche que había pasado con Kane. Lo miró. Kane permanecía en la entrada con aspecto tan peligroso como sombrío. Pero en cuanto fijó en ella su mirada, su expresión se suavizó.
Entró en la habitación, se agachó a su lado y le pasó la mano por la cintura, en un gesto reconfortante.
– ¿Y bien, oficial? -le preguntó Kane al policía más joven.
El policía se puso rojo como la grana.
– Lo siento, detective, pero…
– ¿Detective?
Kayla se puso rígida y Kane hizo una mueca de disgusto. No quería que Kayla lo averiguara esa forma. De hecho, no quería que lo averiguara de ninguna forma en absoluto. Pero desde que había posado los ojos en Kayla Luck, nada parecía salirle como quería.
Estaba a punto de salir de la comisaría cuando habían recibido una llamada de emergencia y el capitán lo había abordado en el vestíbulo. La preocupación por Kayla había bloqueado toda su capacidad de razonamiento durante unos minutos. Pero al final, había reaccionado y allí estaba, con un nuevo caso entre las manos.
Reparó en la palidez de Kayla y en la herida que tenía en la frente. La acurrucó contra él e intentó levantarla.
– ¿Adónde la llevas?
– A una silla. ¿Qué eres, su hermana o su perro guardián?
Catherine abrió la boca para protestar, pero Kayla la interrumpió.
– Catherine, déjalo. El tiene razón, si no me siento, creo que voy a vomitar.
Kane soltó un juramento y la llevó en brazos hasta la habitación de la entrada.
Catherine aceptó su ayuda, pero sólo hasta que estuvo sentada en el sofá. Una vez allí, se derrumbó contra los cojines.
Kane se arrodilló a su lado.
– Kayla…
– ¿Qué pasa, detective? -le espetó aquella palabra como si fuera un insulto. Permanecía con los ojos cerrados, convirtiéndolos en una efectiva barrera física entre ellos.
Justo en ese momento entró el médico con un par de enfermeros por la puerta, evitándole tener que contestar. Mientras la examinaban, Kane tuvo tiempo de reflexionar. Y no le gustó nada lo que dedujo.
Había dado prioridad a sus sentimientos sobre el caso del que se ocupaba. Y peor aún, había puesto en peligro a aquella mujer. Miró a Kayla. Ya era suficientemente malo que se hubiera acostado con ella, pero haber llegado a creer, aunque fuera por un instante, que entre ellos podía llegar a haber algo más que una noche de pasión había sido una verdadera locura.
Si hubiera mantenido la distancia, podría haber analizado la situación más claramente y no le habría dejado abandonar el hotel aquella mañana. Que Kayla desconociera las actividades ilegales de Charmed no significaba que éstas no existieran. El capitán tenía razón. Kayla había conseguido seducirlo y, en el proceso, él no solo había comprometido el caso sino también la seguridad de la joven.
– Muy bien -dijo el médico-. Tiene una contusión en la cabeza y una herida en la zona del cuello.
Kayla continuaba tumbada con los ojos cerrados. La marca de los dedos de su asaltante todavía se reflejaba en su cuello. Al verla, Kane sintió una furia ciega. Nadie tenía derecho a tocar a aquella mujer.
Justo entonces, apareció por allí el capitán Reid. Kane se volvió hacia el médico.
– ¿Hace falta hospitalizarla?
– Ella se niega y, mientras haya alguien que pueda cuidarla y llevarla al hospital en el caso de que fuera necesario, no hay por qué ingresarla.
– Claro que hay alguien que puede quedarse con ella: yo -replicó su hermana.
Kane ignoró completamente su comentario.
– ¿Y tiene que seguir algún tiempo de tratamiento? -le preguntó al doctor.
– Reposo absoluto y despertarla cada dos horas para hacerle una prueba: comprobar si ha perdido capacidad de comprensión, ver la dilatación de las pupilas…
– Perfecto.
– Sin problema -dijo su hermana, mirando a Kane con el ceño fruncido.
En cuanto el médico se fue y el capitán se dispuso a dar instrucciones al oficial que había llegado primero, Kane se concentró en Catherine.
– Eres Catherine, ¿verdad?
– Y tú el sinvergüenza que ha utilizado a mi hermana.
Kane comprendió que no tenía ningún sentido explicar que la utilización había sido mutua.
– No sabes nada de lo que ha pasado.
– Sé lo suficiente y no creo que a tu superior le gustara enterarse de que te has acostado con… ¿qué era Kayla exactamente? ¿Una sospechosa?
– ¿Qué te hace pensar eso?
– La forma en la que ese policía novato ha estado interrogándola -señaló con el pulgar al policía uniformado.
– No hace falta que te metas con él, Catherine.
– ¿Porque tú lo digas?
– No, porque te prometo que no volverán a hacer ningún daño a tu hermana -parecía completamente convencido de lo que decía.
Catherine lo miró con los ojos entrecerrados.
– Demuéstramelo y ya veremos. Pero ten cuidado, porque yo estaré observándote, McDermott, si es que ése es tu verdadero nombre.
Lo último que necesitaba Kane era la aparición de una hermana superprotectora en aquel momento de la investigación. Aun así, no podía evitar admirar aquella protección con la que él nunca había podido contar.
Catherine se acercó nuevamente al lado de su hermana y Kane aprovechó para intercambiar algunas palabras con Reid.
– Parece que las cosas están calentándose -comentó Kane.
– Tiene aspecto de haber sido un robo chapucero -le comentó el capitán-. La chica llegó demasiado pronto y descubrió al ladrón.
Kane negó con la cabeza.
– No se han llevado nada -comentó el policía más joven-, pero la joven dice que el asaltante estaba buscando dinero.
– ¿La recaudación de anoche? -preguntó Reid.
El oficial se encogió de hombros.
– No he llegado tan lejos en el interrogatorio.
Kane lo taladró con una mirada acusadora.
– Porque necesitas mejorar tu técnica. Interrogar a víctimas como si fueran sospechosos no forma parte de tu trabajo.
Reid miró alternativamente a los dos policías y fijó finalmente la mirada en el más joven.
– Volvamos al trabajo. Ya tendremos tiempo de hablar de todo esto más tarde.
El policía uniformado comprendió la indirecta y se dirigió hacia la habitación que había sido registrada.
– Podría tratarse de una coincidencia -comentó Reid.
Kane sacudió la cabeza.
– ¿Ella puede ayudarte en algo? -preguntó el capitán, señalando a Kayla.
– Todavía no le he contado la verdad de lo de anoche -y no tenía ninguna gana de explicárselo.
– ¿Y estás seguro de que no recibió un chivatazo y decidió cancelar las actividades anoche?
– Convéncete tú mismo. Vete a hablar con ella.
Reid asintió y se dirigió hacia donde estaban Kayla y su hermana. Kane desapareció de escena y se dedicó a recorrer una y otra vez el perímetro de la habitación. Para cuando el capitán volvió a su lado, había aprendido ya que Kayla había convertido aquel lugar en un fiel reflejo de sí misma. Todas las paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de libros.
– Tienes razón -dijo Reid.
– Ella sabe tan poco de todo esto como nosotros -comentó Kane.
– Eso parece. Es una mujer brillante y capaz de dominar perfectamente una conversación, pero, como tú mismo dijiste, apostaría mi placa a que es inocente. En cuanto a su hermana, no me gustaría tener que vérmelas con ella otra vez, pero estoy seguro de que tampoco ella sabe nada.
– Kayla corre peligro -aquella certeza provocó un disparo de emociones por sus venas. Kane agradecía aquella descarga de adrenalina, aunque no la profundidad de sus sentimientos. En cualquier caso, pretendía cumplir la promesa que le había hecho a Catherine: no dejaría que a Kayla le ocurriera nada.
– Eso es discutible. Es posible que esto no haya sido nada más que un robo.
– Pues yo creo que deberías ponerle protección.
– No puedo emplear más hombres en el caso por una corazonada, McDermott, aunque sea tuya. Lo más que puedo hacer es ponerle vigilancia a unas determinadas horas.
– No es suficiente.
– Me temo que tendrá que serlo.
– Para ti quizá. Pero yo pienso tomarme el descanso que tú decías que necesitaba.
– ¿Para hacer qué?
– Para convertirme en su niñera si es necesario. Gracias a mi intuición sigo vivo y no pienso empezar a ignorarla en este momento.
– ¿No crees que te estás involucrando demasiado personalmente en esto?
Kane sabía que su jefe había dado en el clavo, pero se negaba a admitirlo.
– No.
– Como tú digas. Tienes una semana libre, pero esto no tiene absolutamente nada que ver con tu trabajo. ¿Qué me dices de la hermana?
– No puedo proteger a dos personas a la vez, y considerando que ella no tiene nada que ver con el negocio, no creo que corra ningún peligro.
– En eso estamos de acuerdo.
– Así que procuraré sacarla de escena.
Reid miró a las dos hermanas, que parecían estar intercambiando confidencias y rió.
– Buena suerte -dijo, y soltó una nueva carcajada.
Kane no sabía si Reid pensaba que le hacía falta la suerte para perder a Catherine de vista o para la semana que iba a pasar a solas con Kayla. En cualquiera de los dos casos, estaba convencido de que la iba a necesitar.