Capítulo 3

Kayla entró en el vestíbulo del hotel intentando no sentirse como una mujer más a punto de embarcarse en una noche de sexo y aventura.

Miró a su alrededor. Parecía un establecimiento respetable, pero se preguntaba cuántos de sus clientes echarían allí alguna canita al aire.

Se dirigían hacia la recepción, cuando se detuvo y agarró a Kane del brazo.

– ¿Te lo has pensado mejor? -le preguntó él.

– Simplemente acabo de darme cuenta de que en realidad no sé nada de ti.

– Sabes lo que de verdad importa -le acarició la mejilla con el dedo-. ¿Qué más necesitas saber?

– No sé. Quizá no seas un vendedor. Es posible que seas…

– ¿Un asesino en serie? -la interrumpió con una sonrisa que la desarmó.

– En realidad iba a decirte que quizá estuvieras casado o algo así -rió nerviosa-. Pero tu consideración también es útil.

– Bueno, en ese sentido puedes estar tranquila. No tengo asesinatos en mi pasado. Y tampoco esposas ni ex esposas -contestó, y le pasó un brazo por los hombros.

No hacía mucho tiempo, Kayla había leído que las feromonas eran las responsables de que una persona reaccionara sexualmente ante otra del sexo contrario. Pero aquel razonamiento clínico no bastaba para explicar su respuesta a Kane McDermott. Posiblemente sí pudiera explicar que sintiera calor a pesar del frío de la noche, o el delicioso chisporroteo que recorría su interior cada vez que su mirada se encontraba con la de Kane. Pero no servía para explicar la comprensión que había visto en sus ojos cuando le había hablado de su infancia.

No le importaba que él apenas le hubiera dado datos sobre sí mismo. Casi desde el primer momento, había mostrado en su vida un interés que ningún otro hombre había demostrado antes. Su curiosidad acerca de su nueva carrera profesional y los servicios que pretendía ofrecer en Charmed la habían hecho sentirse como si realmente le importara.

Catherine tenía razón. Aquel hombre era capaz de despertar sus deseos. Pero ella jamás había hecho nada parecido y necesitaba que Kane le diera confianza para atreverse a dar el siguiente paso. Necesitaba saber que no había otra mujer en su vida. Y que ella no estaba a punto de cometer un error colosal.

Observó su expresión, una mezcla de deseo y preocupación. Kane podía desearla, pero estaba comportándose como un caballero.

Sí, podía querer culpar a la química, pero sabía que eran otras muchas cosas las que la habían hecho llegar a aquel momento. Como el hecho de haber sido tratada durante toda una vida como un objeto sexual y no como una persona. Había pasado años ignorando sus propios deseos por miedo a terminar con el hombre equivocado, con un hombre que sólo la quisiera por su cuerpo.

Miró a Kane. Aquel hombre la había hecho sentirse viva por primera vez desde hacía mucho tiempo. Posiblemente, no hubiera muchos hombres que supieran valorarla como persona. Y, definitivamente, era imposible que hubiera otro Kane McDermott.

Buscó su mirada. Era un hombre soltero, sexy, dinámico, y suyo… Por lo menos durante aquella noche. Le sonrió.

– Bueno, supongo que entonces no hay nada más que hablar.

– ¿Ah sí? -Kane se metió las manos en los bolsillos. Los vaqueros se moldeaban contra sus muslos y mostraban su evidente excitación.

Kayla se humedeció los labios.

– A menos que hayas cambiado de opinión.

– Llevabas tanto tiempo callada que estaba a punto de preguntarte lo mismo.

Kayla tomó aire intentando darse valor y le tendió la mano.

Kane tomó su mano, esbozó la más atractiva de sus sonrisas y se dirigió hacia el mostrador de recepción. Tras pedirle la llave al recepcionista, se volvió hacia Kayla.

– ¿Estás lista?

– Sí, estoy lista -musitó Kayla.

Y a los pocos minutos, Kayla se descubrió a sí misma en la habitación de Kane, preguntándose qué podría haberle pasado a una mujer con una experiencia tan limitada como la suya para haber terminado allí.

– ¿Estás bien? -le preguntó Kane.

– Estupendamente.

– Estás temblando.

Kayla miró a su alrededor. La enorme cama de matrimonio atrapó toda su atención. Inmediatamente acudieron a su mente imágenes de lo que iba a ocurrir a continuación. Kayla, Kane, sus cuerpos entrelazados bajo las sábanas. Para su más absoluto asombro, los nervios cesaron al darse cuenta de que era allí exactamente donde quería estar. Miró a Kane.

– Ahora estoy bien.

– Kayla…

– ¿Sí?

Kane se aclaró la garganta antes de hablar.

– ¿Has hecho esto alguna vez?

– Muchas -contestó, elevando la barbilla con gesto orgulloso.

– Mentirosa.

– Muy bien -Kayla se dirigió hacia la puerta antes de convertirse en objetivo de otra de sus humillantes preguntas.

Pero no pudo ir muy lejos. Antes de que hubiera dado dos pasos, Kane la agarró con firmeza por la cintura y la atrajo hacia él. Su masculina esencia despertó cada uno de los nervios de Kayla, asaltó todos y cada uno de sus sentidos. Sus senos se estremecieron, su piel parecía estar hirviendo… Pero eso no era lo peor. Aquel hombre tenía la capacidad de afectar también a sus sentimientos.

– ¿Adonde vas? -le preguntó Kane.

– Mi madre siempre me decía que, si no eres capaz de hacer algo correctamente, es preferible no molestarse siquiera en intentarlo.

– ¿He dicho o hecho algo malo?

– Sí, has cuestionado mi experiencia. No creo que sea ésa la mejor forma de granjearse el cariño de una mujer, McDermott.

Se obligaba a permanecer rígida entre sus brazos a pesar de lo mucho que deseaba acurrucarse contra él. Sentía el cálido aliento de Kane en el cuello. Y la fragancia de su colonia estaba a punto de hacerle olvidar el sentido común.

– Déjame marcharme, Kane.

– No hasta que contestes la pregunta que te he hecho hace un momento, entonces yo te daré una explicación. Si no te gusta, te llevaré yo mismo a tu casa. Dime, Kayla, ¿has hecho esto antes?

– ¿Pasar la noche en una habitación de hotel con un desconocido? No. ¿Ya estás contento?

– Ni mucho menos. No era eso lo que te estaba preguntando y tú lo sabes.

– De acuerdo -contestó resignada-. Lo hice una vez, durante el último año en el instituto y otra vez hace unos pocos años.

La primera vez era una joven inexperta y asustada que pensaba que el chico en cuestión estaba verdaderamente interesado en ella. Era demasiado inocente para sospechar que en realidad sólo pretendía darse un revolcón en el asiento trasero de su coche para después jactarse ante sus amigos. Tras aquella sórdida experiencia, no había vuelto a saber nada de él.

– ¿Pretendes que te diga nombres y fechas también, oficial, o ya tienes suficiente? -preguntó resentida.

Kane retrocedió, pero no apartó la mano de su cintura.

– ¿Y bien? -insistió ella ante su silencio-. ¿Piensas seguir sujetándome como si fueras un policía, o vas a dejar que me vaya a mi casa?

– Ninguna de las dos cosas.

El largo suspiro de Kane la sorprendió. ¿Sería posible que estuviera tan tenso como ella? Imposible. Los hombres nunca se ponían nerviosos en aquellas situaciones.

Kayla se enderezó todo lo que pudo y apretó los dientes.

– ¿Por qué te parece una pregunta tan importante?

– Has dicho que hace años que no lo has hecho -le pasó la mano por el pelo y acercó su mejilla a la de Kayla-. Te deseo tanto que apenas puedo soportarlo -susurró con voz ronca-. Si no me hubieras dado esa información, podría haberme precipitado… Y podría haberte hecho daño.

Kane la soltó entonces, aparentemente seguro de que no iba a salir huyendo. Kayla se volvió con los brazos cruzados.

– Y si… y si me hubieras hecho daño… ¿te habría importado?

– ¿Tanto te cuesta creerlo?

– De un hombre sí. Pero de ti… después de esto…

Una llamada a la puerta la interrumpió.

– Yo abriré -dijo inmediatamente Kane. Abrió la puerta y esperó a que un camarero les dejara un carrito con lo que parecía un termo de café en uno de los pocos rincones libres de la habitación.

– ¿Qué es eso? -preguntó Kayla.

– El precio por haber venido -le explicó Kane. Levantó una de las bandejas, mostrándole dos sobres de chocolate instantáneo.

– Te has acordado -susurró Kayla, tan complacida como impresionada.

– Cuando habla una mujer inteligente, me gusta escucharla. Además, ¿cómo podía negarte algo tan sencillo? Especialmente cuando a cambio voy a conseguir todo lo que deseo.

– Todo por una taza de chocolate caliente -Kayla soltó una carcajada-. Supongo que eso me convierte en una mujer fácil -musitó, frotando sus manos, todavía heladas, contra sus caderas para darse calor.

Kane siguió su movimiento con la mirada; sus ojos se oscurecieron con el inconfundible velo del deseo.

– ¿De verdad eres una mujer fácil? -se acercó a ella lentamente. Sin dejar de mirarla a los ojos, comenzó a bajarle la cremallera de la cazadora. En cuanto terminó, se deshizo de la prenda con un rápido movimiento y posó las manos en sus brazos para después acariciar su cabello con la suavidad de un susurro. La cinta que Kayla llevaba en la cabeza terminó en el suelo, al lado de la cazadora, iniciándose así una montaña de ropa destinada a crecer.

Kane continuaba acariciándola cuando un violento temblor sacudió a la joven. Un intenso calor palpitaba entre sus muslos mientras sentía humedecerse su sexo. Hacer el amor con aquel hombre no iba a ser una experiencia relajada y tranquila. Y tampoco quería que lo fuera. Su primer paso hacia el reconocimiento de sí misma como mujer tenía que empezar aceptando lo que ella creía imposible. En su alma dormía la posibilidad de un abandono salvaje, esperando que llegara el momento de que alguien la despertara.

La habían acariciado otros hombres, sí, pero lo único que habían conseguido había sido convertirla en un pedazo de hielo. Nadie le había inspirado nunca un deseo como aquél. Kane había sido capaz de ver a la mujer que se escondía bajo su exuberante fachada y, por eso, había podido aceptarse por fin a sí misma. No le importaba que sólo conociera a Kane de una noche, porque tenía la sensación de que lo conocía desde hacía mucho más. Lo deseaba y no podía, no quería, reprimir aquella necesidad ni un segundo más.

Recordó la última pregunta de Kane. ¿Sería ella una mujer fácil?

– Supongo que sí -musitó, y se puso de puntillas para ofrecerle sus labios.

Kane se estremeció. Y sus temblores vibraron en el cuerpo de Kayla mientras la agarraba por la cintura y la estrechaba con fuerza contra él.

– ¿Tienes idea de lo que estás haciéndome? -preguntó, casi desesperado.

Kayla reunió valor y repitió las palabras que Kane le había dicho esa misma noche.

– No, pero podrías demostrármelo.


Kane exhaló un hondo suspiro. Era obvio que, en su absoluta inocencia, Kayla no sabía que estaba yendo demasiado rápido. Y, por su parte, él no se había reprimido en toda la noche y no pensaba comenzar a hacerlo en ese momento. Así que tomó la mano de Kayla y la posó sobre la parte delantera de sus vaqueros.

– Oh -exclamó Kayla sorprendida, confirmando las sospechas de Kane sobre su ignorancia.

Si Kayla era tan inteligente como se suponía que era, se dijo Kane, retrocedería antes de que las cosas se le fueran de las manos. Y la parte más racional de sí mismo esperaba que lo hiciera. Pero, en contra de sus pronósticos, Kayla presionó los dedos contra la tela del pantalón, dibujando la silueta de su erección.

Kane cerró los ojos e intentó pensar en otras cosas. Como el partido de aquella noche, que debería ayudarlo a olvidarse del sexo mientras Kayla exploraba vacilante su cuerpo. Lo último que necesitaba era perder el control antes de haber siquiera empezado. La presión de los dedos de Kayla lo estaba volviendo loco. Sintió que le desabrochaba el botón del vaquero. Béisbol, se recordó. Tenía que pensar en el béisbol… La agarró de la muñeca con firmeza.

– Ya es suficiente.

– ¿Por qué? -preguntó Kayla estupefacta.

– Estamos yendo demasiado lejos excesivamente pronto -contestó él un tanto sombrío.

– No me parece que estemos yendo tan rápido -posó la mano en su mejilla y Kane comprendió entonces que confiaba plenamente en él.

El problema era que todo en él era mentira. Se había acercado a Kayla con información suficiente para seducirla y lo había conseguido fácilmente. Con lo que no contaba era con haberse visto arrastrado él mismo en el proceso. Pero había sido seducido… tanto como ella.

Y como Kayla pensaba que él iba a marcharse de la ciudad después de aquella noche, haría de ella una ocasión que ambos recordarían para siempre. Sin ningún riesgo de que se involucraran emocionalmente. Le tendió la mano.

– ¿Por qué no lo averiguamos?

Kayla entrelazó los dedos con los suyos y Kane la condujo hacia la única silla que había en la habitación. Se sentó y acomodó a Kayla en su regazo.

– ¿Todavía tienes frío?

Kayla se colocó a horcajadas sobre él.

– No, ya no. ¿O debería decir que sí para que te ofrecieras a calentarme?

Su pícara sonrisa tenía poco que ver con los cientos de preguntas que reflejaban sus ojos. Kane decidió olvidarse de ambas cosas, y también de todo pensamiento racional. Le rodeó la cintura.

– ¿Qué tal si no dices nada en absoluto? -susurró y atrapó sus labios.

Kayla sabía tan maravillosamente como antes. Y lo excitó tanto como la vez anterior, aunque más rápidamente en aquella ocasión. Kane le sacó el jersey de los pantalones. Necesitaba sentir, probar, saborear aquellas sensaciones que sólo ella despertaba.

Kayla alzó los brazos para facilitarle el trabajo, y antes de poder siquiera pestañear, Kane tuvo frente a sí a la más maravillosa de sus fantasías.

Desde el mismo instante en el que había visto a Kayla Luck a través de la ventana, había estado esperando aquel momento. Y aunque no se había permitido ser consciente de ello, lo estaba siendo entonces, cuando por fin tenía a Kayla en su regazo.

Dibujó lentamente el perfil del sujetador por el que asomaban sus senos, disfrutando del tacto de su sedosa piel contra sus dedos. El pecho de Kayla ascendía y descendía al ritmo de su respiración mientras ella continuaba mirándolo sin decir nada.

– No te lo tomes a mal, pero eres preciosa.

– No te preocupes. Si te he dejado llegar hasta aquí, creo que podré aguantar un cumplido.

– Al contrario de lo que ocurría esta mañana.

– Esta mañana no te conocía.

– Y ahora sí.

Kayla sonrió y Kane descubrió lo mucho que lo excitaba su risa.

– Ahora ya sé todo lo que importa -dijo divertida-. ¿No ha sido eso lo que has dicho tú?

Kane asintió mientras le desabrochaba el sujetador, dejando sus senos al descubierto. Sentía correr la sangre por sus venas a una velocidad vertiginosa.

– ¿Ya has entrado en calor? -besó suavemente uno de sus pezones.

De los labios de Kayla escapó un extraño gemido.

– Tomaré eso como un sí. Lo que nos permite olvidarnos de momento del chocolate caliente.

Kayla lo miró con los ojos muy abiertos.

– Pero tengo hambre. ¿Tú no?

Kane alargó el brazo y buscó en el carrito que les habían llevado un bote de nata.

– Esta ha sido una petición especial.

– Piensas en todo, ¿verdad?

– Lo intento -contestó Kane, mientras agitaba el bote.

Kayla ya estaba excitada. Y él la deseaba así, ardiente, húmeda, disfrutando de cada momento. La joven no había tenido muchas experiencias sexuales en el pasado y él quería que recordara aquélla para siempre.

Con extremo cuidado, rodeó su pezón con una generosa ración de nata. Kayla lo miró a los ojos.

– ¿Ocurre algo? -preguntó Kane.

– Está fría -la risa y el deseo iluminaban su voz.

– No lo estará por mucho tiempo -elevó suavemente su seno, disfrutando al sentir su peso y su calor y, a continuación, procedió a devorar aquel postre.

Desgraciadamente para él, su plan estaba funcionando demasiado bien. Kayla estaba completamente entregada. Gemía en voz alta y apretaba sus muslos contra él. Y Kane sabía que había perdido por completo el control.

Eso quería decir que confiaba en él. La miró a los ojos, observó su rostro sincero. Y asomó a sus labios el inicio de una protesta. Pero antes de que hubiera tenido tiempo de decir una sola palabra, Kayla cubrió sus labios y todas las buenas intenciones de Kane murieron. La levantó en brazos y esperó a que rodeara su cintura con las piernas para acercarse hasta la cama con ella.

Envueltos en una nube de caricias y risas y acompañados por los dulces restos de la nata, que Kayla intentó arrebatar de sus labios, consiguieron desnudarse el uno al otro. Kane sacó un preservativo de su cartera, comprendiendo entonces que, inconscientemente, se había preparado para la ocasión.

Intentando olvidarse de las implicaciones de aquel gesto, Kane se reunió con ella en la cama. Kayla permanecía debajo de él, desnuda y dispuesta. Para él. Kane sacudió la cabeza, intentando sin éxito descartar aquella idea.

– No sabía que hacer el amor pudiera ser tan divertido -dijo Kayla, casi sin aliento.

El tampoco se había reído nunca tanto haciendo el amor. Sonrió.

– Cariño, y no has visto nada todavía -se estiró sobre ella y deslizó la mano entre sus muslos.

Kayla era todo lo qué el había deseado que fuera. Cálida, sedosa. Y si los jadeos que escapaban de sus labios eran un indicativo de algo, definitivamente, estaba disfrutando. Kane hundió un dedo en su húmedo interior.

– ¿Kane? -gimió Kayla.

– ¿Qué? -cerrando los ojos para contener la tensión que amenazaba con desbordarlo, Kane sacó el dedo.

– Preferiría que tú… Quiero decir, que nosotros…

Kane sabía perfectamente lo que quería decir. Pero no estaba preparado. Él quería algo más para ella que un revolcón precipitado. Volvió a hundir los dedos en su interior.

– La paciencia es una virtud -le dijo entre dientes.

– Pero yo no soy una virtuosa -y como si quisiera dar más énfasis a sus palabras, le rodeó la cintura con las piernas y comenzó a moverse a un ritmo que estuvo a punto de acabar con los nervios de Kane.

– Creo que te he comprendido.

Rápidamente, se colocó el preservativo. A continuación, tomó con una mano las muñecas de Kayla y las sostuvo por encima de su cabeza. Ayudándose de la otra mano, se hundió lentamente en su interior, intentando recordarse que su unión tenía que durar, que aquélla tenía que ser una ocasión especial para Kayla.

Considerando lo perfectamente que encajaban y la intensidad de las emociones que despertaba en él, aquélla también era para Kane como una primera vez. Conservó la razón al menos durante el tiempo suficiente para reconocer que jamás había sentido nada parecido. Y un instante antes de alcanzar el clímax, supo también que nunca volvería a sentirlo.


Le despertó el susurro de la ropa. Kane dio media vuelta en la cama y vio a Kayla vistiéndose. Los recuerdos de la última noche se apoderaron de su mente y de su cuerpo. A pesar de que habían hecho dos veces el amor, continuaba deseándola. De hecho, la deseaba más que la primera vez.

Le bastó mirar a Kayla para comprender que pensaba marcharse antes de que él se despertara.

Se marchaba. ¿Estaría arrepentida de lo que había ocurrido? Quizá la avergonzaba tener que enfrentarse a él. O, quizá, que el cielo lo ayudara, para Kayla aquélla sólo había sido una noche más.

– ¿Vas a alguna parte?

Kayla alzó la mirada y lo miró con expresión culpable.

– Yo sólo…

– ¿Te ibas?

– No, me estaba vistiendo. Pensaba despertarte.

– Mentirosa.

– Parece que te gusta esa palabra.

– Sólo cuando encuentro a alguien a quien le sienta bien -se levantó de la cama, ignorando su desnudez, e intentando olvidar que Kayla lo estaba siguiendo por toda la habitación con la mirada.

– Me ha parecido la mejor forma de separarnos. Al fin y al cabo, tú tienes que irte hoy a New Hampshire, así que he pensado que quizá fuera mejor ahorrarnos la despedida.

Kane metió la mano en los bolsillos del vaquero y sacó la cartera, preguntándose qué habría significado él para Kayla. No había aceptado la cita hasta que él la había presionado con la excusa de la clase. ¿Sería para ella un cliente más al que no quería volver a ver?

En realidad, él había dado por resuelto aquel caso antes de haberse acostado con ella. Sabía que Kayla no era una prostituta y que tampoco estaba involucrada en ninguna red de prostitución. Pero era una mujer que había sabido derrumbar sus defensas. Nadie había conseguido acercarse tanto a él. Kayla Luck.

Tomó aire. No le importaba el motivo por el que había entrado en su vida. Y eso le recordaba que, en el proceso, se había comprometido a sí mismo, había comprometido su trabajo. Sí, no había estado mal para una noche, pero tenía que dejar que se marchara. Lo más terrible era que la misma parte de sí mismo que se despreciaba por haber llegado tan lejos necesitaba saber si todo habían sido imaginaciones suyas.

Se volvió hacia ella, con la cartera abierta.

– Al final no fijamos ningún precio, pero estoy seguro de que esto bastará para pagar… la clase de anoche -quizá Kayla creyera que no le había enseñado nada. Pero lo había hecho. Una cara y dolorosa lección. Le arrojó los billetes a la cama.

Estaba furioso consigo mismo. Furioso porque todavía necesitaba ver su reacción. Necesitaba saber lo que había significado para Kayla.

La miró por encima del hombro. Kayla se había quedado completamente paralizada.

– ¿Qué… qué es eso?

– Dijiste que ya veríamos cómo iban las cosas. Ese es el pago por los servicios prestados.

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