– ¡Estás guapísimo! -un coro de carcajadas y silbidos siguió a Kane mientras entraba en la comisaría de policía. Kane, ignorando aquellas burlas, se desplomó sobre una silla y estiró las piernas. Exhaló un largo y profundo suspiro con intención de relajarse. Lo consiguió, pero sabía que la tranquilidad que tan difícilmente había conseguido no iba a durar mucho.
Le había bastado mirar aquel rostro de ángel para saber que la tapadera del patán no iba servir de nada. Había tenido que renunciar a ella casi de inmediato, consciente de que le iba a resultar endiabladamente más fácil guardar las distancias con aquella mujer actuando como lo que realmente era: un profesional. Y se suponía que cuestiones como la atracción jamás tendrían que interferir en su trabajo.
Soltó un gemido. El problema era que nunca había visto unos ojos tan enormes e intensamente verdes ni tampoco curvas como las de aquella mujer. De hecho, el deseo no había vuelto a atacarlo con tanta fuerza desde que era un adolescente.
– ¿Qué, McDermott, has dejado que te mostrara todos sus encantos?
Al oír aquella imperiosa voz, Kane alzó la mirada. Desde que le habían asignado aquella misión, no había tenido oportunidad de comentar con Reid su plan de trabajo. Y la verdad era que se alegraba, porque si el capitán se hubiera enterado de que pretendía hacerse pasar por un patán, no le habría dejado llevarlo a cabo.
– No ha dicho que no, si es eso lo que estás preguntando. ¿Has conseguido las entradas?
Reid se pasó la mano por el poco pelo que le quedaba.
– Eres un pesado, McDermott. Sí, he llamado a mi cuñado y le he dicho que mi mejor detective tenía que practicar un soborno.
Kane se encogió de hombros.
– No tenía otra forma de conseguirlas, Reid. Además, fuiste tú el que insistió en que me tomara un descanso.
– No intentes engañarme, McDermott. Te conozco desde que estabas en la academia. ¿Viste morir a un chaval delante de mis narices y dices que no necesitas unos días de permiso? No te había visto temblar desde la primera vez que disparaste a un tipo.
Kane no contestó. El capitán tenía razón. Cuando era un novato, Kane había herido a un sospechoso durante una redada. El capitán se había llevado a Kane a su casa para ayudarlo y, desde entonces, los Reid se habían convertido en la familia que Kane insistía en no necesitar.
El capitán lo conocía muy bien. Y lo más importante, lo aceptaba tal como era. A pesar del malhumor de Kane y de sus intentos por permanecer distante, Reid pretendía incluirlo en todas sus vacaciones y fiestas familiares. Y aunque Kane limitaba las ocasiones en las que se reunía con ellos, tenía más relación con los Reid que con cualquier otro de sus conocidos.
– Por lo menos vamos a poder sacarles algún beneficio a esas entradas -comentó Reid con voz ronca.
– Deberías dejar de fumar, capitán.
Reid lo miró con el ceño fruncido.
– ¿Te preocupa que llegue un día en el que no esté por aquí? -soltó una carcajada-. Lo siento, Kane, pero soy demasiado duro para morir.
– En eso tienes razón -murmuró Kane, negándose a admitir lo mucho que se preocupaba por su jefe.
– Gracias al descenso de las temperaturas que han pronosticado, es más que posible que la dama que nos ocupa esta noche esté especialmente interesada en acercarse a un cuerpo caliente -comentó Reid, ignorando a Kane, como ya era habitual-. ¿Ella parece interesada?
Kane cruzó los brazos por detrás de la cabeza y analizó la pregunta: ¿parecía Kayla Luck tener algún interés en él?
– Parece haberse interesado más cuando le he dicho que conocía a Frederick -comentó. La información que tenían sobre Charmed procedía de una fuente de confianza: un político que había sido descubierto con los pantalones bajados. Al ser atrapado, se había mostrado más que dispuesto a ofrecer información a cambio de la promesa de que su nombre no apareciera en los periódicos. Había sido él el que les había proporcionado la lista de los clientes de Charmed.
– Al menos has tenido la fortuna de elegir a un tipo que le gustaba.
Kane asintió en silencio. Si Kayla hubiera reaccionado negativamente al oírle nombrar a Frederick el plan habría fracasado estrepitosamente.
– Y dime, ¿crees que se tragará el anzuelo?
– Sí… y no -le había parecido que estaba interesada, de acuerdo. Y la idea de que lo estuviera le causaba un curioso placer. Pero podría dominar la atracción que sentía por ella. El deseo y la lujuria eran sentimientos que se sentía capaz de dominar.
Las otras cualidades de la dama eran otra historia. Bajo el seductor cuerpo de Kayla se ocultaba una ingenua inocencia que lo desarmaba. Aquella mujer carecía de la dura fachada con la que él esperaba encontrarse. Al contrario, parecía insegura. Podía haber crecido en el margen más oscuro del arroyo, pero la vida no la había endurecido. Por lo menos todavía.
Curvas voluptuosas por fuera y delicadeza en el interior. Había sido aquella suavidad la que realmente había acaparado su atención y había conseguido perturbarlo.
– Entonces, ¿lo que dirige esa dama es sólo una escuela de buenos modales o tú crees que es algo más?
Kane se encogió de hombros. Recordaba la incomodidad de Kayla ante sus cumplidos y su inicial reluctancia a aceptar su invitación. Pero no podía saber si aquello era un juego destinado a seducirlo o si realmente Kayla era un alma honesta que no tenía nada que ocultar.
– Ya veremos.
– No, McDermott. Eres tú el que tienes que verlo. Y esta noche asegúrate de prestar más atención a tu acompañante que al partido.
Kane no se ofendió. Sabía que, a pesar de sus expresiones malhumoradas, Reid había confiado en él y en su sentido de la responsabilidad desde que era un crío.
– Y después de esto, no quiero verte arrastrando tu triste trasero por aquí hasta mediados de la próxima semana.
– Que tengas un buen fin de semana. Y saluda a Marge de mi parte.
– Salúdala tú mismo -gruñó Reid-. Marge se queja de que casi no vienes a casa -giró sobre sus talones y se dirigió a grandes zancadas hacia su despacho.
Kane volvió a concentrarse en su caso. A pesar de lo que Reid había dicho, sabía que no le iba a costar absolutamente nada prestarle atención a la señorita Luck. Cualquier tipo estaría más que encantado ante la perspectiva de salir con una mujer como aquella.
Cualquiera, menos un policía encargado de desarticular una red de prostitución… si realmente existía. Charmed podía ser una tapadera, tal como les había comunicado su informante. Quizá Catherine supiera más que su hermana Kayla, pero según sus fuentes, Catherine Luck había renunciado a la propiedad de la casa y estaba dedicada a sus estudios.
Kane apretó los puños al pensar en Kayla.
La química había estallado entre ellos desde el primer instante. Estaba completamente seguro. La seducción verbal no le iba a resultar en absoluto problemática aquella noche, pero mantener las manos alejadas de aquella mujer iba a serlo mucho más. Sacudió la cabeza, intentando expulsar de su mente cualquier pensamiento que tuviera que ver con los sentimientos más que con el sentido común. Dinero a cambio de sexo, se recordó a sí mismo. Dinero por adelantado. Lo que tenía que hacer era ajustarse a su plan para conseguir las respuestas que buscaba.
Y él siempre se ceñía a sus planes. Cuando había sido un adolescente rebelde sus códigos de conducta habían sido completamente diferentes a los que seguía de adulto. Como policía, había cambiado de equipo. Pero aunque las reglas fueran diferentes, los razonamientos continuaban siendo los mismos. Si seguía las normas, podía mantener sus garras afiladas. Y si no lo hacía, no se merecía la placa que llevaba.
Kane cerró los ojos y la visión de Kayla bailó ante ellos. Y al verse atrapado entre un cuerpo que parecía hecho para ser acariciado y un rostro que podría pasar un examen de santidad, tuvo la certeza de que necesitaba que sus garras estuvieran más afiladas que nunca.
– Es un partido de béisbol, no una cena formal.
– Es una cita, no una cena en un chino con tu hermana -la contradijo Catherine, mirando disgustada los vaqueros de Kayla y su vieja sudadera-. ¿Estás intentando desanimar a ese hombre antes de que averigüe lo repugnantemente inteligente que eres?
Kayla recordó entonces el comentario de Kane sobre lo mucho que lo excitaban las mujeres inteligentes. Pero era imposible que supiera hasta qué punto lo era ella tras su breve encuentro.
– No quiero parecerle demasiado interesada -contestó.
– Lo que no quieres es parecerle demasiado fácil -Catherine le tomó la mano a Kayla y se dirigió hacia su dormitorio, situado muy cerca del de su hermana, abrió la puerta del armario y comenzó a buscar entre sus ropas.
– No me quedará bien -musitó Kayla.
– Quizá no tengamos la misma talla de sujetador, pero no me digas que nunca me has quitado algo de ropa.
– La he tomado prestada.
– ¿Y cuál es la diferencia? -con gesto decidido, sacó del armario un jersey de cuello vuelto de color blanco y una cazadora de satén azul-. Toma. Quédate los vaqueros y pruébate esto. La cazadora te vendrá bien, porque parece que va a hacer frío esta noche.
Kayla miró el conjunto con recelo, pero en cuanto se lo probó, tuvo que admitir que le quedaba perfectamente. Catherine la hizo caminar varias veces delante de ella.
– Perfecto. Te queda mucho mejor que esos pantalones y blusas de seda que sueles llevar. Son tan anticuados… Ni siquiera mamá habría sido capaz de salir de casa así vestida.
– A mamá le gustaba vestir a su manera -comentó Kayla, pensando en aquella mujer que había tenido que criar sola a sus dos hijas. Una mujer con un corazón de oro y muy mala suerte.
No habían tenido mucho dinero, pero su madre siempre se había esforzado en ir cuidadosamente arreglada. Desgraciadamente, eso no bastaba. A pesar de todos sus esfuerzos, seguía pareciendo exactamente lo que era: la cajera del supermercado del barrio, una mujer envejecida que pretendía aparentar menos años de los que tenía. Y hasta que Catherine había comenzado a encargarse de su vestuario, ambas hermanas habían ido al colegio convertidas en dos pequeños clones de su hermosa, pero extravagante madre.
– Y hay que reconocer que los hombres se fijaban en ella -comentó Catherine.
– Pero es una pena que ella nunca se fijara en ellos. Quizá en ese caso las cosas hubieran sido diferentes.
– ¿Quieres decir que mamá no habría muerto a causa del exceso de trabajo y de un corazón destrozado? -Catherine sacudió la cabeza-. Ella eligió esa vida.
– Estaba completamente enamorada de papá, eso es evidente. ¿Pero no te has preguntado nunca si papá le correspondía? -preguntó Kayla.
Su hermana sacudió la cabeza.
– Creo que tener una hija lo asustó y tener dos lo convirtió en algo peor que un cobarde.
– No creo que haga falta que lo digas tan… cargada de odio -musitó Kayla.
– Yo no lo odio. En realidad, no siento absolutamente nada por él, pero la verdad es la verdad -Catherine la miró con firmeza-. Aun así, no creo que todos los hombres sean como él, si es eso lo que estás pensando.
– Por lo menos no en el asunto de enamorarse y abandonar a la mujer a la que supuestamente aman -se mostró de acuerdo Kayla-. Pero en cuanto a lo de no poder tener las manos quietas, todos los hombres son iguales.
– ¿Sabes, Kayla? Incluso un tipo al que le cueste mantener las manos quietas puede ser agradable.
Para alguien con la seguridad que Catherine tenía en sí misma quizá, pero para ella no. Kayla se sentó a su lado en la cama.
– ¿Vas a salir esta noche?
– Sí, voy a salir con Nick.
Nick había sido el mejor amigo de Catherine durante años. Y Kayla sospechaba que también había estado enamorado de ella. Pero como Catherine no había mostrado ningún interés, al parecer Nick se había conformado con continuar siendo su mejor amigo.
Kayla miró a su hermana con los ojos entrecerrados, fijándose en su minifalda y el estrecho top a juego que llevaba. Catherine no tenía un tipo tan exuberante como el suyo, pero tenía su propia forma de llamar la atención. Kayla admiraba a su hermana, pero sabía que también ella tenía sus propias inseguridades. Aunque las disimulaba bastante bien, para Kayla la verdad era obvia. Aunque hubiera reaccionado de forma diferente, estaba marcada al igual que ella por las duras experiencias de su infancia.
Catherine le tomó las manos a su hermana.
– ¿Sabes? Quizá tu problema sea que todavía no has dado con el hombre adecuado. Con uno para el que tú seas lo primero.
– ¿Tú crees que existe? -no acababa de preguntarlo cuando la imagen de Kane llenó su mente. Kane había sido uno de los pocos hombres que la había hecho sentirse especial, que le había hecho desear aprovechar la oportunidad que le brindaba.
Catherine se encogió de hombros.
– No puedo estar segura. Pero si el brillo de tus ojos es un indicativo de algo, me temo que sí. Y odiaría ver que lo dejas pasar de largo por culpa de tus miedos.
Kayla esbozó una sonrisa radiante.
– Él es diferente. Es atractivo y…
– ¿Y?
– Sabe escuchar -dijo, un tanto azorada-. Me ha parecido que estaba interesado en mí, pero la verdad es que hace tanto tiempo que estoy fuera de juego que no puedo estar segura.
– No hace falta tener experiencia para saber si él te hace sentirte especial. Es posible que sea ese hombre lo que estás buscando.
– Ni siquiera lo conozco…
– Pero tienes ganas de hacerlo -Catherine parecía leerle el pensamiento-. Y de momento, lo único que tienes que hacer es esperar a ver cómo te mira esta noche -Catherine se levantó, sacó una cinta blanca del armario y se la dio a su hermana.
Kayla se levantó también y contempló su imagen en el espejo.
– Ni siquiera me reconozco -añadió, mientras se ponía la cinta que le había pasado su hermana.
– Eso es porque has estado tan pendiente de mostrar una imagen conservadora que te habías olvidado de la mujer que tienes dentro.
¿Tendría Catherine razón? Por supuesto que sí, se contestó al instante. Entre su antiguo trabajo de contable y dirigir el negocio de su tía, Kayla había arrinconado su verdadera forma de ser.
Catherine posó las manos en sus hombros.
– Pero por lo menos ha habido un hombre capaz de sacar a mi atractiva hermana de su cascarón.
– Es un cliente -repuso Kayla.
– ¿Y desde cuándo sales con tus clientes?
– Nunca lo hago.
– Lo sé. Y ésa es la razón por la que creo que debes salir y dejarte llevar por tus emociones -Catherine le hizo dar media vuelta y salir al pasillo-. Te llevaré yo misma al restaurante. Me pilla de camino y, además, tengo ganas de echarle un vistazo a ese tipo.
– ¿Quieres verlo por ti misma, eh, mamá?
– Siempre nos hemos cuidado la una a la otra y no pienso dejar de hacerlo ahora -miró a su hermana de reojo-. Piensa en lo que te he dicho. Si no aprovechas esta oportunidad, es posible que te arrepientas durante toda tu vida.
Cuando llegaron al restaurante, Kane ya la estaba esperando en el último escalón, con el codo apoyado sobre la barandilla de las escaleras. Vestido con unos vaqueros y una cazadora negra de cuero estaba, sencillamente, irresistible.
El silbido de admiración de Catherine hizo volver a Kayla a la tierra.
– ¿Das tu aprobación?
Catherine asintió con una sonrisa. Kayla se atusó rápidamente el pelo y salió del coche. Casi inmediatamente, Kane bajó a su lado. Durante la presentación y la breve conversación que mantuvieron Catherine y su hermana, Kayla apenas podía concentrarse.
Se preguntaba una y otra vez si Catherine tendría razón, si aquel hombre podría ser alguien espacial en su vida. No estaba en absoluto segura, pero estaba decidida a averiguarlo. Al fin y al cabo, ¿no se merecía una oportunidad el primer hombre que había sido capaz de excitarla e impresionarla al mismo tiempo?
El primer hombre que parecía capaz de prestar menos atención a su aspecto que a la mujer que había dentro.
Apoyando la mano en su espalda, Kane condujo a Kayla por las calles de Boston. Los Sox habían ganado el partido durante la prórroga y la mujer que estaba a su lado no se había quejado ni una sola vez ni de la duración del partido ni del constante descenso de las temperaturas. En circunstancias normales, Kane habría considerado aquella cita como un auténtico éxito. Pero ni Kayla era una mujer normal, ni aquélla era una verdadera cita, un hecho que intentaba recordarse de vez en cuando.
– ¿Te he dicho que me ha encantado el restaurante? -preguntó Kayla.
Sólo una decena de veces, pensó Kane, preguntándose por qué diablos le complacía tanto que se lo dijera.
– ¿La comida o el ambiente?
Kayla soltó una carcajada. Y su risa fue más útil para ayudar a entrar en calor a Kane que su recia cazadora de cuero.
– Ambas cosas. Y, sobre todo, que estuviera lleno de libros de pared a pared -abrió los brazos, tropezando al hacerlo con la gente que salía del estadio tras ellos-. ¡Ay!
Rió de nuevo. Tenía una risa contagiosa. Y que fuera capaz de emocionarse con algo tan sencillo como los libros resultaba deliciosamente refrescante.
– Es increíble que a alguien se le haya ocurrido convertir una librería en restaurante y conservar todos los volúmenes en las estanterías. Y más increíble todavía que yo lleve tanto tiempo viviendo en esta ciudad y no lo conociera. ¿Cómo lo descubriste?
– Tengo mis propias fuentes de información.
– Bueno, en ese caso, diles que han dado en el blanco -rió otra vez y en aquella ocasión Kane sintió una punzada de arrepentimiento. Por medio de preguntas discretas y una pequeña investigación, había averiguado que aquella rubia despampanante era una intelectual que, después de su trabajo, solía buscar refugio en la biblioteca. Y había decidido aprovecharse de aquella información.
La punzada de culpabilidad lo pilló completamente por sorpresa. Jamás le había disgustado su trabajo y no tenía por qué empezar a hacerlo en ese momento. Si ella era culpable de dirigir un negocio de prostitución, no tenía por qué importarle mentirle. Pero el caso era que le importaba, de la misma forma que cada vez le preocupaba más lo que Kayla pudiera pensar de él.
Después de una noche en su compañía, había aprendido muchas cosas con ella. Era una mujer a la que le importaba la familia, sentía las cosas profundamente y había aplazado sus sueños para respetar los deseos de su tía y permitir que su hermana pudiera hacer realidad sus propios sueños. La inocencia que proyectaba en su mirada y en sus gestos era mucho más elocuente que toda la vigilancia que pudieran ponerle a aquella mujer. Y esa misma inocencia había conseguido conmoverlo como pocas cosas lo habían hecho. Kayla había conseguido llegar a lugares de su corazón que jamás había permitido que nadie alcanzara.
Su intuición le decía que no estaba involucrada en nada que no fuera la dirección del negocio de su tía. Pero su intuición serviría de muy poco ante un tribunal, de modo que tenía que poner en juego todas sus habilidades para salvar la reputación de Kayla Luck.
– No me preguntes por qué, pero tenía la sensación de que te gustaría ese lugar -le dijo.
– Y tenías razón.
– Lo sé -la investigación podría haberle proporcionado muchos datos sobre el pasado de Kayla, pero había bastado una hora en su compañía para que Kane descubriera muchas más cosas sobre ella.
Para el final de la velada, sabía ya cuándo debía halagarla y cuándo no. Incluso había aprendido cómo podía hacerla sentirse hermosa sin mirarla con demasiada avidez, porque había comprendido que bastaba hacerlo para que se retrajera. Tenía la sensación de que conocía a Kayla Luck, de que había conectado con ella, a pesar de la misión que tenía asignada. Y eso le hacía estar condenadamente nervioso.
Al doblar la esquina, los asaltó una oleada de aire helado. Kane se frotó las manos, intentando entrar en calor.
– Mataría por…
– Una taza de chocolate caliente con nata -terminó Kayla por él. Pero no era en eso en lo que Kane estaba pensando. Lo que él tenía en mente era un whisky o algo parecido, capaz de sacudir su sistema nervioso y recordarle que aquella mujer era una de sus misiones, y no una mujer atractiva e inteligente. El problema era que lo único que verdaderamente deseaba era poder verla otra vez, y no precisamente tras unas rejas.
Necesitaba pruebas para demostrarle a Reid su inocencia.
– Yo estaba pensando en que fuéramos a un café -musitó Kane-, pero cualquier cosa caliente bastará.
Kayla asintió, mostrando su acuerdo, y se frotó los antebrazos con las manos. Era evidente que tenía frío, pero también que no pensaba quejarse. Definitivamente, una mujer así podía cautivar su corazón. ¡No!, se contradijo al instante, su corazón no. Hacía mucho tiempo que había aprendido que si daba prioridad a cualquier otra cosa que no fuera su trabajo, corría el riesgo de salir perdiendo.
Y tenía un trabajo que hacer. Había llegado el momento de dejar de andarse con rodeos e intentar averiguar lo que pretendía descubrir aquella noche. ¿Que la dama tenía frío? Pues lo menos que podía hacer por ella era ayudarla a calentarse. La miró a los ojos, y el deseo le golpeó las entrañas. Tenía que saborearla. Aunque su trabajo no tuviera nada que ver con el fiero deseo que lo fustigaba. Tomó sus manos, sintiendo el frío helado de su piel, y la condujo hacia un callejón escondido.
Las multitudes que salían del estadio pasaban por delante de ellos sin preocuparse por nada que no fuera encontrar un lugar caliente. Y Kane lo comprendía perfectamente. Acarició los brazos de Kayla y la sintió temblar. Supo al instante que su temblor no tenía nada que ver con la temperatura ambiente y estaba directamente relacionado con el calor de sus cuerpos.
Un paso más y la hizo apoyarse contra la pared de un edificio de ladrillos. El deseo corría como un torrente por su cuerpo.
– ¿Kane?
Kane fijó los ojos en su mirada interrogante, pero no tenía respuestas. No podía revelarle nada a ella y, peor aún, ni siquiera había nada que él comprendiera. Pero no necesitaba comprender. Lo que necesitaba era sentir. Sentir sus labios sobre los de Kayla, sentir su cuerpo, húmedo y sedoso, moldearla contra él y acariciarla hasta que el deseo fuera insoportable… No haría nada que pudiera comprometer su trabajo. Y si la información de la que disponían era cierta, Kayla tampoco, como no fuera a cambio de dinero.
Pero le bastó fijar la mirada en sus confiados ojos para saber que, si Kayla decidía interrumpir la velada, su decisión no tendría nada que ver con el dinero. Aquella mujer no era una prostituta pero él necesitaba pruebas para demostrarlo… Probaría una sola vez sus labios y después intentaría cerrar el trato. En cuanto ella retrocediera, él pondría alguna excusa y la llevaría a casa. A continuación, se daría una ducha de agua fría, llenaría un informe y se olvidaría para siempre de Kayla Luck.
Una vez establecido el plan, se concentró nuevamente en Kayla, una mujer que lo intrigaba cada vez más. La agarró con fuerza de los brazos. Ella no protestó. Tampoco lo hizo cuando la estrechó contra él. Y tampoco cuando se apoderó de sus labios.
Fue aquél el momento en el que Kane comprendió que había cometido un error. La boca de Kayla era cálida, receptiva y dulce como el vino con miel. Le bastó rozarla para desear mucho más que un beso robado en un callejón oscuro. Un beso había bastado para convertir en fuego su sangre y supo que faltaban todavía horas para que pudiera separarse de ella.
Se estrechó contra ella. Kayla emitió un sonido que recordaba a un gemido, a una súplica quizá. Kane no podía estar seguro. La única certeza que tenía era que le había hecho desearla todavía mucho más.
Kayla apoyó la cabeza contra la pared y respiró hondo. Kane enmarcó su rostro con las manos y la miró a los ojos. La deseaba. Aquélla era la cruda verdad. Había cruzado una peligrosa línea y ya no podía dar marcha atrás.
Jamás habría creído que alguna vez pudiera sentir la tentación de comprometer sus principios por una mujer. Jamás se había creído capaz de desear a alguien con tanta intensidad. Aquella mujer lo excitaba más allá de la cordura. Y la necesidad de hacer el amor con ella lo invadía todo. Acarició su barbilla.
– Te deseo -le susurró al oído.
Kayla posó las manos en su pecho.
– ¿Por qué?
De todas las posibles respuestas, aquélla era la única capaz de sorprenderlo.
– No porque seas hermosa, que lo eres -susurró, y tomó aire antes de continuar-. Y no porque tengas un cuerpo capaz de tentar a un santo -deslizó la mano hacia su seno y dibujó los redondeados contornos que se adivinaban bajo la ropa. La respuesta de Kayla, un sensual gemido, sacudió su alma. Y comprendió que estaba diciendo mucho más de lo que Kayla estaba deseando oír. Estaba diciéndole la verdad.
– ¿Entonces por qué? -preguntó Kayla.
– Porque eres inteligente y atrevida, y te admiro por ello.
Kane sacudió la cabeza, sin atreverse del todo a creer que estuviera utilizando todo lo que había averiguado sobre Kayla para seducirla.
Una noche. Con cada segundo que pasaba, lo necesitaba más. La luz de sus ojos, su aceptación… Necesitaba todo lo que Kayla le ofrecía. Después ya tendría tiempo de plantearse por qué había traicionado su trabajo.
– He disfrutado contigo esta noche y todo sobre ti me intriga, ¿te basta con eso?
A los labios de Kayla asomó una sonrisa de satisfacción.
– Más que suficiente -contestó, rodeándole la cintura con el brazo.
– Supongo que debo tomar eso como un sí -el corazón le dio un vuelco nada más decirlo.
– Es un sí, a cambio del precio adecuado -contestó con timidez.
Kane se quedó helado, pero forzó una sonrisa. Se había citado aquella noche con ella para atraparla. Había dejado que sus hormonas lo distrajeran temporalmente, pero al parecer al final iba a conseguir lo que había ido a buscar. Ignoró la oleada de desilusión y miró los engañosos ojos verdes de Kayla.
– ¿Y cuál es el precio, señorita Luck?
Kayla le acarició el rostro y sonrió.
– Una taza de chocolate caliente, Kane -rió al advertir su sorpresa-. ¿Qué pensabas que quería?
– No lo sé, pero podrías demostrármelo.
Kayla abrió los ojos de par en par antes de rozar vacilante sus labios. Una nueva oleada de excitación e intenso alivio sacudió a Kane. Tomó a Kayla de la mano y comenzó a caminar hacia el hotel en el que había alquilado una habitación. Ya tendría tiempo de enfrentarse a las repercusiones de lo que iba a hacer al día siguiente. Aquella noche era para Kayla.