Capítulo 5

El hielo había comenzado a aliviarle el dolor de cabeza. E incluso las náuseas habían dejado de ser tan frecuentes. Y entonces fue cuando Kane dijo:

– Te voy a llevar a tu casa.

Su voz profunda, y todavía atractiva para los oídos de Kayla, penetró en el confuso cerebro de la joven. Y el estómago le dio un vuelco al comprender lo que Kane acababa de decirle.

– Creo que me voy a marear.

Catherine agarró inmediatamente un balde, ganándose una sonrisa de Kayla, a pesar de lo terriblemente mal que se sentía.

– No creo que me haga falta -tranquilizó Kayla a su hermana y se volvió hacia Kane-. No pienso ir a ninguna parte contigo -aunque la conversación con el capitán Reid había sido bastante ilustradora, todavía no disponía de información suficiente.

Al parecer, el capitán desconocía las actividades de Kane y Kayla durante la noche anterior. Al contrario que otros hombres, Kane no había ido inmediatamente a jactarse de que se había acostado con ella. Y Kayla se preguntaba si lo habría ocultado por algún otro motivo que no fuera el temor a poner en peligro su carrera.

El capitán le había preguntado por su negocio y sus clientes, pero no había parecido muy dispuesto a explicarle la razón de su interés. A continuación le había dicho que dejaría a su disposición a su mejor detective. Kayla había tenido que reprimir una carcajada irónica. Kane era perfecto, sí, pero no sólo en su trabajo.

Kane se acercó hasta el sofá en el que Kayla estaba sentada. Una incipiente barba cubría parte de su rostro, dándole un toque ligeramente peligroso a su expresión. El aroma de su loción, mezclado con la fragancia de su piel, puso todos los sentidos de Kayla en funcionamiento.

Kane había dejado de parecerse al vendedor que había conseguido seducirla el día anterior, pero continuaba siendo el mismo hombre que había logrado intrigarla desde el primer momento. Un hombre al que no conocía. Su cuidado aspecto del día anterior formaba también parte de su mentira.

Kayla apoyó la cabeza entre las manos y lo fulminó con la mirada.

– Es posible que ahora mismo no te caiga muy bien -se disculpó Kane-. Diablos, yo tampoco estoy muy satisfecho de mí mismo. Pero no puedes quedarte sola. No creo que sea seguro.

– Estoy completamente de acuerdo -intervino Catherine. Se cruzó de brazos y esperó en silencio.

– ¿Te importaría buscar algo que hacer? -replicó Kane-. Ya hablaré contigo más tarde.

Catherine miró a su hermana. A Kayla no le hacía ninguna gracia tener que quedarse a solas con Kane, pero era consciente de que tenían un asunto que resolver.

– De acuerdo -asintió Catherine, ante el silencio de Kayla, y se dirigió hacia la habitación trasera.

– ¿Siempre se comporta como si fuera tu madre?

– Sólo cuando estoy siendo amenazada.

– ¿Y eso es lo que crees que estoy haciendo yo?

– No sé lo que estás haciendo, porque ni siquiera sé quien eres. Y es evidente que lo que ocurrió anoche fue una farsa. Me estás investigando a mí y a mi negocio y me gustaría saber por qué.

Kane tomó aire, advirtiéndole a Kayla con su gesto que no le iba a gustar lo que iba a escuchar a continuación.

– Prostitución.

Las lágrimas inundaron los ojos de Kayla. Se las secó rápidamente con el dorso de la mano, pero pudo verlas de todas formas.

En los ojos de Kane apareció la misma emoción que Kayla había podido vislumbrar la noche anterior, pero consiguió enmascararla de inmediato. Al parecer, ocultar sus sentimientos se le daba incluso mejor que esconder su verdadera identidad.

Kayla tragó saliva, intentando deshacer el nudo que tenía en la garganta. Kane no sólo la había tratado como a una prostituta, sino que pensaba que lo era.

– No sabía que los detectives fueran capaces de llevar tan lejos una investigación.

– Lo que ocurrió ayer no tenía nada que ver con la investigación.

Kayla se cruzó de brazos y permaneció en silencio.

– La cita, la cena… esas cosas sí formaban parte del trabajo -admitió Kane-. Pero lo que ocurrió después no -el sutil velo que oscureció sus ojos hablaba de deseo, de sexo. Y la suavidad que adquirieron de pronto sus facciones, de algo que iba incluso más allá-. Pero para cuando terminamos de cenar, ya estaba convencido de que eras completamente inocente.

Kayla estaba deseando perdonarlo. ¿Pero cómo podía creerlo cuando todo lo que había ocurrido antes de que fueran al hotel estaba basado en la mentira?

Ella le había entregado su cuerpo demostrándole una absoluta confianza. Podía haber llegado incluso a entregarle su corazón. Y él le había pagado su fe despreciándola. Pero aun así, continuaba viendo en él una decencia innata en la que estaba deseando creer.

– ¿Y siempre ofreces dinero a las mujeres con las que te acuestas?

Kane respondió con un completo silencio.

– Bueno, supongo que es un consuelo -añadió Kayla secamente-. En cualquier caso, será mi hermana la que me lleve a casa.

– No, a menos que quieras ponerla también a ella en peligro.

– Aquí no hay ningún peligro, Kane -señaló la habitación con la mano. Al hacer aquel movimiento, sintió una punzada en la cabeza. Hizo un gesto de dolor, pero continuó hablando-: Mira a tu alrededor. No hay nada de valor, nada. Ese tipo no encontró lo que estaba buscando, así que no creo que vuelva -a pesar de su dolor, puso toda su energía en convencerlo para que así pudieran desaparecer tanto él como sus mentiras.

Kane se encogió de hombros.

– Eso no está tan claro. ¿Por esa razón no tienes alarma en la casa? ¿Porque no hay nada que merezca la pena robar?

Kayla asintió, e inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho. Se aferró con fuerza a los brazos del sofá hasta que el mareo y el dolor remitieron.

Kane posó la mano en su pierna. Pero aunque pretendiera tranquilizarla, lo único que consiguió fue excitarla, desenterrar los sentimientos que había conseguido despertar la noche anterior.

– ¿En tu casa tienes algún sistema de alarma? -preguntó Kane.

Kayla se aclaró la garganta. Todavía le dolía al hablar.

– No lo necesito. Supongo que ese tipo estaba pensando que iba a encontrar dinero cuando yo lo interrumpí, pero no creo que vuelva a molestarme otra vez.

– No estoy de acuerdo y, en el caso de que yo tuviera razón y tu hermana sufriera algún daño por no haberme hecho caso, ¿crees que podrías soportarlo?

Acababa de tocar su punto más débil y lo sabía. Kayla no podía poner en peligro la vida de Catherine sólo para que Kane McDermott saliera de su vida.

– Eres repugnante. ¿De verdad quieres saber cómo funciona el sistema de seguridad de mi casa? Estupendo. Aparca tu coche en la acera de mi casa y quédate dentro a esperar hasta que ocurra algo. Ah, y acuérdate de encender el radiador. No quiero llevar tu muerte sobre muy conciencia.

– Cuidado, Kayla -replicó Kane, con aquella voz ronca que causaba estragos en Kayla-, podría pensar que te importo.

– No existe la menor oportunidad.

– Y tampoco de que me quede perdiendo el tiempo en mi coche. El médico ha dicho que necesitas a alguien que cuide en todo momento de ti.

– ¿Y tú has ofrecido tus servicios? -la idea de pasar más tiempo con aquel hombre causaba contradicciones irresolubles en su cuerpo y su razón-. Lo siento, Kane, pero no pienso permitir que te quedes conmigo.

– Y tampoco quieres que tu hermana corra ningún riesgo, de modo que la única opción que nos queda es que te quedes sola. ¿Pero qué ocurriría si ese tipo volviera a aparecer otra vez?

– Como te acabo de decir, eres repugnante, McDermott.

– Nunca he dicho lo contrario, señorita Luck.

Kayla advirtió entonces que el capitán Reid se acercaba.

– Ya estoy aquí otra vez. ¿Se encuentra mejor?

– Siempre que no me mueva, sí -contestó con ironía.

Reid se volvió hacia Kane.

– Recuerda lo que he dicho. Si las cosas se ponen serias, llámame. Y disfruta de tu tiempo libre -y sin más, se dirigió hacia la calle.

– ¿Tiempo libre?

– Para cuidarte -contestó Kane-. Y antes de que comiences a discutir, recuerda que yo ya he ganado esta batalla. Ahora iré a aclarar la situación con Catherine.

Kayla abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Era cierto que Kane estaba aprovechándose de su debilidad, pero tenía razón. Catherine no dejaría que pasara la noche sola en ningún caso y ella tampoco estaba en condiciones de quedarse sola en el primer piso de la casa en la que ambas vivían.

Le gustara o no, necesitaba a Kane.


– Esta casa sería el sueño de cualquier ladrón -musitó Kane para sí. Estaba en ese momento en la cocina de la casa. Le había bastado entrar en el edificio para cimentar su decisión de quedarse sin importarle los riesgos que pudiera correr al quedarse con Kayla aquella noche.

Había estado esperando fuera del dormitorio de Kayla mientras ella se ponía una camiseta que Kane había encontrado en un cajón lleno de satén y encaje, perfumados con la tentadora fragancia que su cuerpo asociaría para siempre con Kayla Luck. Conocía ya sus senos suaves y llenos. Era consciente de que la excitación sería una compañera constante mientras estuviera en aquella casa.

Pero Kayla era un lujo que no podía permitirse. No sólo habían compartido una noche de sexo, que había dejado a ambas partes insatisfechas una vez apagado el deseo inicial. Con Kayla la cuestión era más complicada; hacía que fuera ineficaz en su trabajo, en la única faceta de su vida en la que él siempre había sido capaz de confiar.

Buscó entre los cajones de la cocina y encontró una lata de sopa. Kayla necesitaba comer algo y aquello era lo único que él era capaz de hacer sin revolverle todavía más el estómago. Así que iría a ver cómo se encontraba y a continuación calentaría la sopa.

Entró en el dormitorio y la observó en silencio. Con los ojos cerrados, la piel pálida como el papel y su rubia melena cubriendo sus mejillas, parecía un ángel. Su ángel, pensó y sofocó un juramento. Tenía que concentrarse en el trabajo.

Se dejó caer a su lado en la cama. El colchón cedió bajo su peso. Kayla se volvió hacia él y gimió.

– ¿Te duele algo?

– ¿Es una pregunta retórica? -preguntó Kayla con los ojos todavía cerrados.

– Lo único que puedo darte es un Tylenol.

– Ya he tomado uno -los dientes empezaron a castañetearle-. ¿Podrías encender la calefacción?

– Ya lo he hecho -él ya había previsto aquel frío. Una vez superados los efectos inmediatos del susto, descendían los niveles de adrenalina.

– Pero sigo teniendo frío.

– ¿Te apetece tomar una taza de sopa?

– No puedo incorporarme para tomarla.

Kane musitó una oración para que el cielo le diera fuerzas y se deslizó bajo las sábanas. Kayla se acurrucó inmediatamente contra él y suspiró satisfecha. Dos sentimientos golpearon a Kane al mismo tiempo. Uno ardiente, el intenso deseo de hundirse en su interior. Otro, la necesidad de protegerla de cualquier posible daño.

Recordándose a sí mismo que lo que Kayla necesitaba era el calor de su cuerpo, y no a él, la abrazó y enterró el rostro en su pelo, el único gesto que iba a permitirse en aquellas circunstancias.

– ¿Te encuentras mejor? -le preguntó.

– Mucho.

Se apoderó entonces de Kane una sensación de satisfacción contra la que luchó violentamente.

Sin ni siquiera intentarlo, Kayla conseguía hechizarlo, le hacía desear cosas que jamás podría tener. Inhaló su fragancia y sintió que Kayla se estrechaba contra él.

– Te necesito -susurró la joven suavemente.

– Estoy aquí -era lo único que estaba dispuesto a prometer.


El sol entraba a raudales por la ventana del dormitorio. Kane gimió y apartó los ojos de la luz.

– ¿Kayla? -musitó. Miró a su lado y vio que la cama estaba vacía. Se incorporó de un salto, apartó las sábanas y se dirigió hacia el baño. Al oír el agua de la ducha elevó los ojos al cielo ante aquella locura. ¿Qué le habría hecho pensar que podría ducharse sola?

Intentó girar el picaporte y lo consiguió. Por lo menos no se había encerrado. Abrió una rendija de la puerta.

– ¿Estás bien?

– La verdad es que no -su voz sonaba débil.

Kane ni siquiera pidió permiso para entrar. Irrumpió en el baño, corrió la cortina de la ducha y encontró a Kayla sentada en la bañera con la cabeza entre las piernas.

– ¿Puedes levantar la cabeza? -le preguntó, tras cerrar violentamente la ducha.

– Yo sola no.

– ¿Qué demonios pensabas que estabas haciendo? -se metió en la bañera.

– Ducharme.

– Ya me he dado cuenta -las gotas de agua resbalaban sobre la piel desnuda de Kayla. Por un instante, Kane se descubrió deseando lamerlas una por una. En cambio, le apartó un mechón de pelo húmedo de la frente, para poder mirarla a los ojos. No lo consiguió.

Kayla prácticamente se desmayó en sus brazos. Kane soltó una maldición, giró con ella en brazos y agarró una toalla antes de volver al dormitorio.

– Creo que deberías vestirte -le dijo, en cuanto la hubo dejado en la cama.

– Sólo quería darme una ducha, pero… -comenzó a decir ella.

– Es demasiado pronto. Sobre todo con el estómago vacío -buscó de nuevo entre sus cajones, descartando las prendas menos prácticas. Kayla necesitaba ayuda y tendría que ayudarla incluso a ponerse el sujetador. Sus manos estarían demasiado cerca de su piel, sus labios demasiado próximos. Buscó ropa sencilla, que la cubriera lo más posible. Así que se decidió por una camiseta y un enorme jersey de hombre. En aquel momento no le importaba de dónde podía haberlo sacado. Lo único que le preocupaba era que por lo menos fuera suficientemente largo para mantenerla a salvo de sus miradas.

– Ya está -se dirigió de nuevo hacia la cama. Kayla continuaba acurrucada-. Levanta los brazos -Kayla obedeció. Al hacerlo, se elevaron también sus senos, quedando sus pezones a sólo unos centímetros del rostro de Kane.

– Para servir y proteger… -recitó Kane, intentando recordar los principios de su trabajo.

– ¿Qué?

– Nada.

– Entonces deja de refunfuñar. Esto ya esa suficientemente embarazoso para mí.

Kayla rió suavemente mientras Kane terminaba de abrocharle el sujetador y ponerle la camiseta.

– ¿Crees que podrás arreglártelas tú sola con esto? -le mostró un par de bragas que se había colgado en el dedo.

– Sí -Kayla se puso roja como la grana. Kane se volvió, para darle un poco de intimidad. Un par de respiraciones hondas y ya volvía a tener todo bajo control.

– Gracias, Kane.

– De nada -contestó Kane mientras se volvía nuevamente hacia ella.

Kayla estaba de nuevo tumbada en la cama. El pelo acariciaba su rostro. Un intenso sentimiento de añoranza atravesó el corazón de Kane.

– Supongo que me he mareado por culpa del agua caliente -comentó Kayla.

– No deberías salir de la cama sin mi permiso.

Kayla cerró los ojos con gesto de cansancio.

– Necesito dormir.

– Pero antes tienes que comer algo.

– Observarme, sacarme de la ducha, hacerme la comida… cuidado, McDermott, o podría empezar a pensar que estás más preocupado de mí que de tu caso.

Kane advirtió el matiz burlón de su voz.

– Imposible.

– Tanto como para mí cumplir tus órdenes. No soy tu esclava.

Sus palabras eran más duras que su voz, pero Kane aceptó la advertencia. En cuanto se encontrara mejor, Kayla volvería a procurar alejarse de un hombre que la había herido.

– ¿Qué eres entonces, señorita Luck?

– Tu igual. Procura recordarlo.

Su respeto hacia ella creció todavía más. Kayla era una luchadora. Y a él le gustaba que lo fuera. Podía arreglárselas perfectamente sola. Pero aquélla no era una situación normal. En cuanto se encontrara un poco mejor, tendría que preguntarle por los negocios de sus tíos.

– Lo recordaré, pero como no seas capaz de cuidar de ti misma, te esposaré en la cama.

Kayla sonrió de oreja a oreja.

– Primero nata, ahora esposas. ¿Eres un pervertido, detective?

– Sigue así y lo averiguarás -la repentina oleada de deseo lo pilló completamente por sorpresa.

Los ojos de Kayla también se oscurecieron y Kane no pudo evitar preguntarse si estaría considerando la posibilidad de averiguarlo, pero entonces se recordó que él ya había tenido su noche. Y se negaba a repetirla.

Se levantó, pero Kayla lo agarró por la muñeca, impidiéndole escapar.

– ¿Huyes? -le preguntó.

– Voy a prepararte algo de comer.

Kayla lo soltó, dejándolo marcharse, y se sentó trabajosamente en la cama.


En cuanto Kane desapareció en el pasillo, Kayla se inclinó contra las almohadas y gimió. Al discutir con Kane había acabado con las pocas fuerzas que le quedaban. Ya no estaba tan mareada, pero Kane tenía razón, necesitaba comer. La comida le daría la energía que necesitaba para levantarse de la cama, revisar la herencia de sus tíos y enfrentarse a Kane.

Kane. ¿Qué querría de ella? ¿Y qué era lo que ella esperaba de aquel duro policía?

– La comida -la llegada de Kane le evitó tener que darse a sí misma una respuesta.

Allí de pie, en el marco de la puerta, Kane era el epítome de las fantasías que Kayla jamás se había permitido albergar.

Un hombre fuerte, cariñoso y atractivo preocupado por ella…

Miró la taza que llevaba Kane entre las manos y se sentó.

– ¿Sopa de verduras?

– ¿Había de otra clase? -preguntó Kane con ironía, y le tendió la taza. Kayla inhaló el aroma de la sopa y le sonaron las tripas.

Kane rió suavemente. Negándose a sentirse avergonzada, Kayla dio un sorbo a la taza, antes de volver a enfrentarse a su divertida mirada.

– Te ha salido muy bien.

– Es lo más parecido a una comida casera que vas a conseguir de mí. Venga, bebe.

– ¿Te preocupas tanto de todos tus casos?

Kane le acarició la mejilla. Y aquella caricia llegó directamente hasta el corazón de Kayla.

– No te subestimes, señorita Luck.

El sonido del teléfono los sobresaltó a los dos. Kayla dirigió una rápida mirada al auricular.

– Catherine cree que tiene que protegerme de ti.

– Ya le he asegurado que estarías completamente a salvo, pero al parecer necesita pruebas. Además, creo que tiene razón.

Se miraron a los ojos. La mirada de Kane reflejaba un intenso deseo. Kayla sintió un nuevo vuelco en el estómago, que en aquella ocasión no tenía nada que ver con el hambre.

– Será mejor que Catherine se entere cuanto antes de que estás bien, si no queremos que de un minuto a otro comience a aporrear la puerta de tu casa -le quitó la taza de las manos y la dejó en la mesilla de noche antes de dirigirse hacia la puerta.

Kayla descolgó el teléfono.

– Estoy bien -dijo, sin ningún tipo de preámbulo.

– No lo estarás si no consigo lo que busco: quiero esos cuadernos.

Kayla se aferró con fuerza al auricular.

– ¿Quién es usted?

– ¿Ya lo has olvidado?

La aspereza de su tono la dejó completamente helada.

– Usted es el hombre que me atacó.

Kane giró inmediatamente y caminó a grandes zancadas hacia la cama. Posó su mano fuerte y segura en el hombro de Kayla y la urgió con la mirada a continuar hablando.

– Eso sólo fue un adelanto.

– ¿Qué es lo que quiere? -preguntó Kayla.

– Que dejes de hacerte la tonta. Quiero mi parte y un resumen de actividades.

– Yo no…

– No puedes prescindir de mi hombre y tampoco dirigir sola el negocio. Consigue el dinero. Estaremos en contacto -y colgó.

Kane descolgó el teléfono, marcó una serie de números y soltó un juramento.

– ¿Qué pasa? -preguntó Kayla.

– No hemos podido localizar la llamada. Probablemente haya llamado desde una cabina. ¿Qué te ha dicho?

Kayla no era capaz de mirarlo a los ojos.

– Parece que tenías razón. Al final resulta que Charmed es la fachada de un negocio ilegal.

La furia que había sentido contra Kane la abandonó para ser sustituida por el miedo. Pero necesitaba respuestas y sabía dónde podía encontrarlas.

Se quitó las sábanas. La cabeza le latía ante aquel repentino movimiento, pero se obligó a sacar los pies de la cama.

– Espera -Kane posó la mano en su muslo desnudo, haciéndola sentir un calor que llegó hasta lo más profundo de su ser.

No dijo nada. Tampoco a ella. La atracción crepitaba entre ellos, como una fuerza viva y fiera. Kane no apartaba la mano de su piel desnuda.

– ¿Adonde vas? -a Kayla no le sorprendió la ronquera de su voz. A ella misma le habría sorprendido ser capaz de decir nada.

– Yo… -se interrumpió y se aclaró la garganta-. Al despacho. Hay cajas y algunas cosas de mis tíos que no he abierto todavía -en ningún momento había creído posible que la hermana de su madre estuviera involucrada en algo tan sórdido como la prostitución. Pero lo que había ocurrido le recordaba que eran muy pocas las cosas que sabía sobre su recién heredado negocio.

– Pediré que nos las envíen, junto a alguna ropa para que pueda cambiarme. Podremos examinarlas juntos.

Juntos. Aquella palabra le hizo sentir un agradable estremecimiento. Le gustaba cómo sonaba. Demasiado, quizá. Pero una vez más, Kane tenía razón. Después de su patético intento de ducha, era absurdo pretender llegar hasta el despacho.

– Gracias -odiaba cederle el control de la situación a Kane, pero no le quedaba otra opción.

Se concentró de nuevo en la mano que cubría su muslo. Kane movía lentamente el pulgar, con un movimiento que Kayla encontraba tan reconfortante como sensual. Aquel rítmico movimiento de su mano comenzó a provocarle un firme latido entre sus muslos.

Su caricia dominaba sus sentidos, pero todavía era capaz de pensar. Y era consciente de que, para Kane, su relación, era únicamente una relación profesional.

Observó sus labios apretados y sus ojos oscurecidos por el deseo. ¿O sería algo más que profesional, quizá? Al acostarse con ella, había comprometido su trabajo. Había pedido un permiso para poder quedarse con ella cuando su jefe había planteado la imposibilidad de protegerla. Incluso había hablado con su hermana para que pasara una temporada en casa de alguna amiga. Y se había acostado con ella en la cama para darle calor. Por lo que Kayla sabía, todas aquellas cosas iban mucho más allá de lo que se esperaba de un policía.

Las respuestas sobre Charmed podían esperar, pero había algunas sobre Kane que quería resolver cuanto antes.

– Podrías haberte marchado. Ni siquiera tu jefe autorizaría este tipo de protección.

Kane dejó de mover la mano. Sus ojos se aclararon.

– Mi instinto me decía que este caso todavía no estaba resuelto.

Kayla tragó saliva y se obligó a hablar. Quizá no tuviera otra oportunidad de aclarar la verdad.

– ¿Y ésa es la única razón por la que estás aquí?

– Si hubiera confiado en mi intuición, no te habría dejado sola ni un solo instante. Y no te habrían atacado.

– Te sientes culpable.

– Simplemente soy realista.

– Puedes decirlo como quieras -dejaría que él pensara lo que le apeteciera. Ninguna de aquellas respuestas justificaba los aspectos más íntimos de su relación.

– Acostarme contigo me hizo perder la concentración -se levantó-. Pero no volverá a ocurrir.

– Ya entiendo -musitó Kayla. Una mezcla de comprensión y sorpresa creció en su interior. Al parecer, era cierto que había conseguido seducirlo. Había conseguido derribar la dura fachada de Kane McDermott. No sabía cuántas mujeres habría habido antes que ella, pero dudaba, con toda la fuerza de su intuición femenina, que alguna otra vez hubiera perdido la concentración por culpa de una noche de sexo.

Y comprendió también que una noche de sexo con Kane no era para ella suficiente. Kayla se cruzó de brazos y se reclinó contra la almohada. Había conseguido seducirlo una vez y podría hacerlo nuevamente. Tenía muchas cosas que demostrar, tanto a Kane como a sí misma. Estaba en juego su capacidad para volver a confiar en su intuición. La primera noche que había pasado con Kane le había fallado y tenía que saber si su intuición estaba engañándola de nuevo.

Quería algo más del detective Kane McDermott que su protección. Quería que le diera la oportunidad de comprobar si su relación tenía alguna posibilidad. Y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para quebrar sus defensas.

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