Kayla siguió a Kane al interior de la comisaría y esperó en el vestíbulo mientras Kane iba a hablar con el capitán Reid. No necesitaba oírlos discutir sobre la estrategia a seguir y contar con algunos minutos de soledad le daba la oportunidad de pensar su propio plan. Entre la primera llamada de teléfono y la lista de los cuadernos, la policía ya tenía un verdadero caso, aunque ningún sospechoso en concreto. Y Kayla necesitaba algo más tangible. Sin Kane McDermott o con Kane McDermott, quería que su vida volviera a ser como antes.
Desde que había comenzado a remitir el dolor de cabeza, podía pensar más claramente y, poco a poco, había empezado a urdir ella misma un posible plan que, justo en ese momento, estaba cobrando forma definitiva.
Antes de darse cuenta siquiera de lo que estaba haciendo, se levantó y llamó un par de veces a la puerta del capitán Reid. Sin esperar respuesta, se metió en el despacho.
– Ya tengo la respuesta.
– No recuerdo haber hecho ninguna pregunta -el capitán se levantó de detrás de su escritorio.
– Tenemos que atrevernos a correr algún riesgo. Usted sabe que el hombre que me atacó volverá a llamar. Pues bien, cuando lo haga, le ofreceré los cuadernos.
– ¿A cambio de qué?
– De información. Sé que mi tía es inocente y quiero demostrarlo.
– No.
Kayla se volvió rápidamente al oír la voz de Kane. Estaba inclinado contra una de las paredes del despacho. Prácticamente la estaba fulminando con la mirada. A Kayla no le hacía ninguna falta que dijera nada para saber que no le había hecho ninguna gracia su sugerencia.
– Siempre que ella lo haga voluntariamente, McDermott, ésta es nuestra mejor opción -el capitán señaló una silla, invitándola a sentarse.
Al menos él no había rechazado su idea inmediatamente, se dijo Kayla mientras se sentaba.
– Quiero limpiar el nombre de ni negocio y el de mi familia -y quería volver a sentir cuanto antes que podía volver a controlar su propia vida.
Kane sacudió la cabeza.
– Mi trabajo consiste en protegerte -le recordó. No estaba dispuesto a permitir que Kayla fuera utilizada como cebo-. Puedes usar a un policía de señuelo, capitán.
– En ese caso, atraparíamos al encargado de ir a buscar los cuadernos, pero no a la gente que está verdaderamente involucrada en el negocio.
– Yo haré todo lo posible para que hable -musitó Kane.
– Solo hablará si sabe que no está siendo amenazado -intervino Kayla-. Y no creo que haya nada menos amenazador que una mujer a la que ya ha maltratado.
A Kane no le gustó nada el entusiasmo que transmitía su voz, y mucho menos recordar al tipo que la había herido. Advirtió el suave rubor de sus mejillas y la determinación que reflejaban sus ojos y ahogó un gemido.
¿Qué había sido de aquella mujer tranquila a la que le gustaban los restaurantes acogedores y los libros?
Kane sacudió la cabeza.
– Ni pensarlo. No va a haber ningún encuentro con ese tipo.
Kayla se cruzó de brazos y se levantó.
– Eso no tienes que decidirlo tú -se volvió hacia el capitán-. ¿O sí?
– Últimamente no.
Kane le dirigió una mirada asesina a su jefe, pero él se encogió de hombros.
– Esta mujer me ha hecho una pregunta, McDermott. Yo simplemente estoy contestando.
Kayla sonrió de oreja a oreja.
– Entonces estoy dispuesta a participar.
– ¿Qué quieres decir con eso de que estás dispuesta a participar? Esto no es un película, Kayla, esto es la vida real -repuso Kane.
– Exacto. Es mi vida real y tú y todos esos tipos la habéis hecho trizas. Así que quiero participar en esto.
– No hay ningún «esto» que valga. No.
– Sí -Kayla se cruzó de brazos frente a él.
A pesar de la seriedad de las circunstancias, Kane siguió aquel movimiento con la mirada. Se fijó en la suave presión de sus antebrazos contra sus senos, que ascendían y bajaban al ritmo de su respiración. El conocía condenadamente bien la suavidad de sus senos, lo dulces que les eran a sus labios. Intentó tragar saliva, pero la garganta se le había quedado seca.
– Siento interrumpir esta divertida demostración, pero tengo que tomar algunas decisiones -intervino entonces Reid-. En primer lugar, tenemos que descifrar el contenido de esos cuadernos.
– Eso puedo hacerlo yo -musitó Kayla.
– También puede hacerlo Tucker -contestó Kane.
– ¿Pero por qué emplear en eso a un hombre cuando es algo que puedo hacer yo misma?
– En eso tiene razón, McDermott. Además, si tú estás vigilándola en todo momento, no puede pasarle nada malo.
Kane no le había mencionado a su jefe que había perdido de vista a Kayla durante toda una hora por culpa de sus estúpidas hormonas, y tampoco lo iba a hacer en ese momento.
– ¿Entonces? -preguntó Kayla-. ¿Qué tengo que hacer si vuelve a llamar?
– Yo me encargaré de eso -repuso Kane.
– Grabaremos las llamadas e intentaremos localizarla -respondió Reid.
– La última vez llamó desde una cabina telefónica -dijo Kane. Y estaba seguro de que lo volvería a hacer.
El capitán se encogió de hombros.
– Si llama, lo que tiene que hacer es improvisar. Actuar tal como le salga en ese momento -miró a Kane-. Y si necesita apoyo, hágamelo saber.
En otras palabras, si se presentaba la oportunidad y Kayla todavía estaba dispuesta a colaborar activamente con la policía, podía hacerlo. Kane tomó la bolsa en la que estaban guardados los cuadernos con una mano, le dio la otra mano a Kayla y se dirigió hacia la puerta, disgustado. Kane respetaba las opiniones de Reid y lo admiraba, pero en aquella ocasión no estaba en absoluto de acuerdo con su punto de vista. Kayla podría estar deseando acabar cuanto antes con todo aquello, pero a él no le hacía ninguna gracia convertirla en un cebo para atrapar a sus enemigos.
– ¿Adónde me llevas? -le preguntó Kayla, esforzándose para poder seguirlo.
Kane aminoró el paso.
– A casa.
– ¿Para poder gritarme en privado?
Había muchas cosas que Kane estaba deseando hacer con Kayla. Y gritarle no era una de ellas. Se detuvo en medio de la habitación y miró por encima de su hombro.
Kayla lo miró con determinación.
– Si quieres que discutamos, estoy dispuesta. Porque no voy a consentir que me mantengas fuera de todo esto.
– No quiero discutir contigo, cariño.
– ¿Entonces qué es lo que quieres?
En la mente de Kane se repitió la escena que había tenido lugar en la biblioteca. Kayla no creía que la deseara. Pero sí que lo hacía. Y con un deseo tan intenso, que lo habría asustado si hubiera sido capaz de pensar de forma racional.
Acarició un mechón de pelo que rozaba la mejilla de Kayla y observó cómo se dilataban las mejillas de la joven tras aquel breve contacto.
¿Qué era lo que quería? Aquella pregunta revoloteaba sobre ellos. Kane conocía la respuesta, al igual que sabía que Kayla necesitaba algo más. Pero él no podía controlar su deseo más de lo que podía controlar las consecuencias que tendría aquel caso. Lo único que podía hacer era guiar las cosas hacia la dirección que quería y esperar lo mejor.
Se volvió hacia Kayla y contestó:
– Terminar lo que hemos empezado antes.
De todas las personas arrogantes, vanidosas y seguras de sí mismas que existían, Kane era el primero de la lista, se dijo Kayla, mientras terminaba de cortar los ingredientes de la ensalada con una energía que la desbordaba.
«Terminar lo que hemos empezado». Como si ella estuviera dispuesta a hacerlo sin ningún tipo de reserva. Y no era que no quisiera volver a acostarse con él. Claro que quería. Pero era su cuerpo el que hablaba, no su razón.
Kane estaba convencido de que podía controlar tanto la situación como a ella. Primero, evitando acostarse con ella. Después, evitando que participara en el caso de Charmed. Y a continuación, informándola de que pretendía terminar lo que habían dejado pendiente. ¡Lo que había dejado pendiente él!, querría decir.
Con Kane, todo tenía que girar siempre alrededor de sus caprichos. Pues bien, eso se iba a terminar. Alguien tenía que enseñarle a Kane McDermott que no podía controlarlo siempre todo.
Kayla todavía estaba deseando tener una relación más profunda con él, pero se había equivocado al pensar que mediante el sexo iba a conseguir lo que quería. Pronto iba a demostrarle a ese detective que, a pesar de lo que pensaba, no iba a poder controlarla ni dentro ni fuera de la cama.
Colocó la ensalada en un bol y puso la mesa.
– ¡La cena está lista! -gritó. Kane estaba sentado en el salón, dormitando al lado del teléfono. Ninguno de ellos había dormido mucho la noche anterior y, como querían continuar revisando cuadernos aquella noche, habían decidido dormir una siesta antes de cenar. Pero Kayla estaba demasiado nerviosa para descansar.
Kane entró en la acogedora cocina que Kayla había decorado con la ayuda de su hermana y se sentó.
– Pensaba que íbamos a encargar la cena.
– Ya te dije que prefería la comida casera.
– No tienes por qué cocinar para mí.
Pero ella había querido hacerlo para desahogar su frustración por su actitud protectora y para intentar darle alguna apariencia de hogar a su casa. Además, quería que Kane tuviera alguna referencia de la vida real: dos personas compartiendo una comida y la consiguiente sobremesa. Teniendo en cuenta cómo huía ante la mínima señal de intimidad, dudaba que lo hubiera experimentado antes.
– Espero que te guste el solomillo -colocó las fuentes en la mesa.
– Mmm. Esto huele bien. La última vez que comí comida casera fue en casa del capitán, la Navidad pasada.
Y Kayla lo creía. Aquel hombre era un verdadero solitario. Le había hablado del suicidio de su madre, pero había omitido contarle ningún detalle sobre su padre. Kayla no creía que aquel fuera el mejor momento para preguntarle por él, pero en cuanto advirtiera en él una actitud más abierta, lo haría.
– Admito que no tengo tiempo para cocinar muy a menudo, pero de vez en cuando mi estómago se revela contra la comida de los restaurantes y me toca ponerme a cocinar -cortó la carne poco hecha y el jugo rezumó en la fuente. Alzó la mirada hacia Kane y lo sorprendió mirando el solomillo con repugnancia-. El tuyo lo he pasado más -al verlo arquear las cejas con expresión de asombro le explicó-: No podía imaginarte comiendo algo que todavía parece vivo.
– Buena observación -probó un trozo-. Y un buen filete. Y dime, ¿por qué dices que tienes que comer fuera a menudo? Yo pensaba que al ser tu hermana una cocinera experta, ella se encargaría de la cocina.
– Cuando está por aquí, sí. Pero tiene unos horarios de clase y de trabajo bastante irregulares, de modo que casi siempre tengo que hacerme yo la comida. Y la cocina no es precisamente mi fuerte.
– Es curioso. Tu hermana y tú sois muy diferentes. Cualquiera puede darse cuenta nada más veros.
Fijó su mirada sobre ella, haciendo que subiera la temperatura de su cuerpo al instante. Kayla no podía ignorar el calor que abrasaba su cuerpo. Humedeció su boca seca con un sorbo de agua antes de intentar hablar de nuevo:
– Cat y yo no tenemos los mismos gustos, pero…
Se interrumpió bruscamente al advertir el velo que oscurecía la mirada de Kane. Pero no podía volver a arriesgarse a malinterpretar el deseo que reflejaba su mirada. Y tampoco quería.
Comió un trozo de carne, pero no le supo a nada. Kane la imitó.
– Increíble -dijo con voz ronca. Señaló la comida que tenía en el plato, sin apartar la mirada del rostro de Kayla.
Ésta sintió un intenso calor en sus mejillas.
– Me imaginé que eras un tipo de esos a los que sólo les gustan los filetes y las patatas, así que hice filetes y patatas -hablaba sin orden ni concierto porque la intensidad de su mirada le hacía desear mucho más que un triste plato de comida. Pero se había prometido reprimir su deseo hasta que llegara el momento adecuado.
– Parece que me conoces muy bien.
– Simple intuición. Y supongo que es algo en lo que la policía suele creer.
– La intuición me ha mantenido vivo en más de una ocasión.
– Y ahora lo que tiene que mantenerte vivo es mi comida -señaló su plato-. No es una exquisitez, pero al menos es comida decente. Mi madre no era capaz de hacer nada más que calentar agua, pero de alguna manera, nos las arreglábamos bien. Catherine era la que se encargaba de cocinar -miró a Kane-. ¿Y quién cocinaba en tu casa?
– Digamos que de lo que mi tío se ocupaba era de que no pasáramos sed.
Kayla lo miró sin comprender lo que le estaba diciendo.
– Me refiero al alcohol, cariño. Ese hombre se emborrachaba cada vez que tenía oportunidad -de pronto su rostro se había transformado en una máscara inexpresiva. Pero Kayla estaba prácticamente convencida de que ni siquiera era consciente de aquel cambio; llevaba practicándolo de forma automática demasiados años.
– ¿Y tu padre?
– Se marchó cuando yo tenía cinco años. Como el tuyo.
Kayla asintió. Aunque no tenía mucha información sobre la historia de la familia de Kane, siempre había tenido la sensación de que su infancia se había parecido a la suya. Pero hasta entonces no había sido consciente de cuántas cosas tenían en común. Y al menos su tía y su hermana le habían proporcionado a ella una sensación de pertenencia, de arraigo. Kane, sin embargo, no había tenido a nadie.
Kane se levantó con su plato y lo llevó al fregadero, como si tuviera prisa por cambiar de tema. Kayla lo siguió con su plato en la mano y observó cómo se ceñía su camisa a los poderosos músculos de su espalda. Exhaló un suspiro. Aquella iba a ser una noche muy larga.
El giro repentino de Kane la pilló completamente por sorpresa. De pronto, ya no estaba viendo la espalda de Kane, sino su rostro. Sus ojos eran una turbulenta ola de emociones y Kayla no era capaz de descifrar ninguna de ellas.
Kayla aferró con fuerza el plato que llevaba en la mano.
– Quiero dejar algo claro -dijo Kane. Le quitó el plato y lo dejó en el fregadero.
Nada se interponía ya entre Kane y ella; no había barrera alguna entre el magnetismo que de él emanaba y su cuerpo.
De pronto Kayla se sentía expuesta, desnuda.
– ¿Qué es? -le preguntó.
– Estoy aquí porque tengo que hacer un trabajo.
– Dime algo que no sepa -musitó Kayla.
– Pero eso no significa que no desee estar aquí.
Kayla forzó una sonrisa.
– Y me deseas. Creo que de esto ya hemos hablado antes.
– Sí, te deseo. Pero mi trabajo consiste en mantenerte a salvo. Y eso significa que tengo que intentar mantener las distancias.
– No entiendo qué tiene que ver una cosa con la otra.
– Una cosa tiene absolutamente todo que ver con la otra -replicó él.
Kayla se quedó helada. Sentía la importancia de aquella declaración, comprendía que aquélla era la primera vez que Kane le estaba permitiendo mirar en su interior. Así que escuchó con atención.
– Hay algo que aprendí muy pronto en la vida y es que, si quiero sobrevivir, debo mantenerme alerta. Si no, no sería tan buen policía y sería también una persona mucho peor. Cada vez que he bajado la guardia de una u otra forma, las cosas han ido mal.
Volvía a sentirse culpable. Kayla sacudió la cabeza.
– Tú no eres responsable de lo que ocurrió.
– Eso no es lo que has dicho antes.
– Sabes que no era eso lo que pretendía decir. No te culpo por lo ocurrido.
– Entonces deberías hacerlo -musitó, como si hablara para sí.
– ¿A qué te refieres, Kane? -preguntó Kayla con voz queda.
Kane cerró los ojos antes de hablar, como si tuviera dificultades para expresar lo que iba a decir a continuación.
– Yo siempre volvía directamente da casa a la escuela. Mi madre era una mujer frágil y salía a la puerta a esperarme a la misma hora todos los días. Aquella rutina era muy importante para ella. Se levantaba, se lavaba las manos, desayunaba, se lavaba las manos, veía la televisión, se lavaba las manos, esperaba a que yo volviera a casa…
– Parece una neurosis compulsiva.
Kane se encogió de hombros.
– Sí, supongo que lo era, pero en aquella época yo no conocía el término médico. Para mí, mi madre sólo tenía días buenos y días malos, días en los que estaba contenta y días en los que se encontraba deprimida. Cuando yo volvía a casa, ella tomaba su medicación. Y el único día que no volví a tiempo…
Se arrojó bajo las ruedas de un autobús. No hizo falta que Kane lo dijera para que Kayla lo entendiera. Su cuerpo era más elocuente que todas sus palabras. Kayla le tomó la mano, ofreciéndole consuelo.
– Has dicho que tenía días malos y días buenos, Kane. Es posible que ni siquiera se suicidara, quizá simplemente estaba confusa y no vio el autobús. ¿Dejó alguna nota?
Kane sacudió la cabeza.
– ¿Eso importa realmente? Si yo hubiera estado en casa, jamás habría ocurrido -Kane le apretó la mano con fuerza-. Y si yo hubiera estado pensando en mi trabajo en vez de estar preguntándome por lo que sentía por ti, jamás habrías sido atacada.
Bajo la luz de aquellas palabras, las barreras emocionales y la necesidad que tenía Kane de controlarlo todo, cobraron un nuevo sentido para Kayla. Y ya no estaba tan segura de poder curar las cicatrices que habían endurecido a Kane en el pasado, por mucho que lo deseara.
En la biblioteca, Kane le había dicho que estaba haciendo todo lo que podía. Que eso tenía que ser suficiente.
Y cuando el caso terminara, Kayla le haría saber que, si quería quedarse a su lado, lo recibiría con los brazos abiertos y, si quería marcharse, dejaría que lo hiciera.
Kane se merecía saber que tenía esa clase de libertad.