Kane intentó contener la respiración ante aquella visión.
El sol entraba a través de las rendijas de las persianas, encuadrando aquel cuerpo increíble en un haz de luz dorada. Kayla exhaló un tembloroso suspiro y le tendió las manos.
– ¿No vas a decir nada? -preguntó suavemente-. ¿Ni a hacer nada?
Kane no era ningún santo. Jamás lo había sido. Y al enfrentarse a lo que Kayla le estaba ofreciendo no podía decir no. Su cuerpo era demasiado suave, sus curvas demasiado llenas, su corazón demasiado grande. No, no podía renunciar a ella. Aunque después tuviera que quemarse en el infierno.
– ¿Kane? -a pesar de su tono interrogante, Kayla ya estaba cruzando los brazos sobre su pecho, intentando cubrirse.
Kane murmuró entonces un juramento salvaje y le agarró los brazos, antes de que pudieran impedirle aquella visión incomparable. Sin soltarla, deslizó la mirada por aquel regalo que la vida le había entregado, aunque solo hubiera sido durante una noche.
Acarició suavemente las marcas que Kayla todavía conservaba en el cuello.
– Esto no debería haber sucedido.
– No fue culpa tuya…
Kane interrumpió sus palabras con un beso. No quería oírle decir que no lo culpaba. No quería oír nada, salvo el sonido de sus suaves gemidos.
Kayla respondió a su beso. Sus labios se suavizaron, abrió la boca y hundió la lengua en el interior de la de Kane. Con el cuerpo arqueado, fue estrechándose contra él hasta hacerle sentir la dureza de sus pezones a través de la camisa.
En cuestión de segundos, hasta la fina tela de la camisa se había convertido en una barrera insoportable. Kane se la quitó rápidamente y por fin pudo conseguir lo que tanto anhelaba. Kayla y él, piel contra piel; lo senos llenos de ella apretándose contra él. Pero aquello no era suficiente para ninguno de ellos.
– Hagamos el amor, Kane.
La voz de Kayla penetró a través de la ofuscación del deseo. La conciencia cobraba nueva presencia y, en vez de escuchar el palpito de sus entrañas, Kane se obligó a pensar.
No podía acostarse con Kayla otra vez. Sabía las consecuencias que tendría para él: Kayla le hacía perder la concentración y hacía añicos su sentido común. Alzó la mirada y se obligó a apartar los labios de la suave piel de la mejilla de Kayla. Le acarició el labio inferior.
– No tengo ningún tipo de protección, cariño.
– Oh -la desilusión asomó a sus ojos.
Kane no podía soportarlo. No podía dejarla esperando cuando deseaba con toda su alma satisfacerla de todas las formas que sabía.
Quería enseñarle lo maravillosas que podían ser las cosas entre un hombre y una mujer. Kayla había tenido muy pocas experiencias sexuales y todas ellas malas. Hasta él la había herido al final. Pero aquella vez no le haría ningún daño.
Posó las manos sobre sus senos desnudos, rozando los pezones con los pulgares.
Todo el cuerpo de Kayla pareció sacudirse. La joven soltó un gemido que hizo estremecerse a Kane de deseo.
– Pero si has dicho…
Kane la silenció posando un dedo sobre sus labios.
– Que no tenía ningún tipo de protección, no que quisiera detenerme.
Kayla abrió los ojos de par en par y antes de que pudiera contestar, Kane la tomó en brazos y la llevó hasta el sofá. La joven gimió ante la brusquedad de su movimiento.
– ¿Estás bien? -le preguntó, Kane, apartándole el pelo de la frente.
– Estaría mejor si dejaras de hablar -murmuró ella, sonrojándose.
Kane se echó a reír, se arrodilló a su lado y posó la mano en la hebilla del pantalón.
– Tienes suerte de que esté acostumbrado a cumplir órdenes -especialmente cuando él estaba deseando lo mismo que le ordenaban. Porque Kane necesitaba verla retorcerse de placer entre sus brazos. Le desabrochó el botón y comenzó a quitarle los pantalones.
Kayla lo ayudó, alzando las caderas. Quizá las cosas no salieran tal como las había planeado, pero tenía que reconocer que con aquello ya tenía suficiente. Sin ser consciente de ello, Kane le estaba dando la medida de su control. Parecía menos en guardia, más relajado y, lo mejor de todo, todavía lo tenía para ella.
Una sensación de frío acompañó la pérdida de sus vaqueros, pero Kane la hizo entrar en calor rápidamente al colocarse entre sus muslos. Sin darle tregua alguna, posó la mano entre ellos, provocando un latido que llegó hasta la última terminación nerviosa de Kayla.
– Maldita, sea, te siento maravillosa -susurró Kane con voz ronca.
Kayla se obligó a abrir los ojos y susurró una oración de gracias por poder contar con Kane. Este tenía los ojos cerrados y apretaba con fuerza los labios. Era evidente que estaba tan afectado con ella. Kayla no necesitaba el sexo para ganarse a Kane. Podía hacerlo con afecto, confianza y cariño.
Y confiaba en él. Dejó caer la cabeza sobre los cojines del sofá, dispuesta a demostrarle cuánto. A medida que él iba acariciándola, fueron cubriéndola oleadas de puro placer, que remitieron un instante para alcanzarla de nuevo con renovadas fuerzas. Quizá deberían haberla avergonzado los gemidos que escapaban de sus labios, pero no era así. Porque aquélla era la única forma que tenía de que Kane supiera cómo se sentía, y la única manera de que se abriera a ella, de que le demostrara su confianza.
La inicial vacilación de la primera noche que habían compartido había desaparecido. Kayla estaba completamente entregada a él. Kane tomó aire, lamentándose en silencio de su error. Había subestimado a Kayla y el efecto que tenía sobre él. Había sido un verdadero estúpido. No se había evitado nada al no hacer el amor con ella. Al contrario, se había arrojado a sí mismo a un pozo mucho más profundo.
Sin dejar de acariciarla rítmicamente con una mano, hundió los dedos de la otra en su húmedo interior. Kayla gimió en voz alta. Kane inclinó entonces la cabeza y tomó uno de los pezones con los labios.
Kayla se arqueó violentamente, sacudida por una nueva oleada de placer, mientras sentía su cuerpo cerrándose y abriéndose alrededor de los dedos de Kane. El propio Kane estaba a punto de llegar al orgasmo y Kayla ni siquiera lo había tocado. Kane abrió los ojos y vio el rostro de Kayla transformado por el placer que él mismo le había brindado.
– Kane -aquel inesperado susurro provocó una reacción tan fuerte en él que fue incapaz de dominarse. Se colocó sobre ella, hasta que sus cuerpos estuvieron alineados, buscando la plenitud que él mismo se había negado. Y el orgasmo le llegó tan repentina como inesperadamente. Segundos después, se incorporó. Kayla no podía seguir soportando su peso y él no podía soportar lo que acababa de hacer. Otra batalla perdida. No podía permitir que volviera a suceder.
– Ha sido…
– No lo digas -la interrumpió Kane. Había perdido el control. Una constante ya, cuando estaba cerca de Kayla.
– Increíble.
Kayla se volvió y alzó su confiada mirada hacia él. Aquello era más de lo que Kane podía soportar y rápidamente comenzó a alejarse.
– ¡No! -la aspereza de su tono lo sobresaltó-. No te atrevas a irte ahora.
– Necesitas un poco de intimidad.
– Querrás decir que la necesitas tú -se vistió en silencio, antes de volverse de nuevo hacia él y se pasó la mano por el pelo-. En cuanto te das cuenta de que has bajado la guardia, retrocedes.
Kane, sorprendido por aquella interpretación tan certera de su conducta, alzó las manos en gesto de derrota.
– Has conseguido seducirme una vez más -Kane regresó al sofá en el que Kayla estaba sentada. La agarró suavemente por el cuello y la besó. Sus labios le proporcionaron un placer como jamás había imaginado. Un placer excesivo, quizá. Interrumpió su beso.
– ¿De verdad? -musitó Kayla.
– Sí, de verdad.
Una nueva luz iluminó los ojos de la joven. Tenía el aspecto de un gato hambriento que por fin había atrapado su comida y no estaba dispuesto a soltarla.
– Estás acostumbrado a estar solo, ¿verdad?
Kane no podía estar en contra de aquella declaración.
– Pero no tienes por qué estarlo.
En eso se equivocaba. Estando solo estaba a salvo.
Kayla deslizó la mano por la parte delantera de los pantalones de Kane una vez más. Kane estaba excitado, pero no tenía intención de perder el control por segunda vez en el día. La agarró por la muñeca, pero, en vez de apartarla, la estrechó todavía más contra él, permitiendo que cerrara su mano sobre el bulto que destacaba en sus pantalones. Y ante la perfección de aquel contacto, gimió.
– Nadie se va a ir de aquí, Kane -susurró Kayla.
Movió la mano con un gesto nervioso que le indicó a Kane que no estaba más cómoda con la dinámica de la situación que se estaba dando entre ellos de lo que lo estaba él. Ambos estaban sometidos a la misma tensión física y emocional. La diferencia era que Kayla había decidido pasar por encima de todas las barreras para atraparlo. Lo que quería decir que él había tomado la decisión correcta.
Alguien tenía que intentar mantener las distancias para que al final las cosas no resultaran demasiado difíciles.
– ¿Por qué no continúas revisando los libros mientras yo voy a darme una ducha?
– Supongo que es una buena idea -asintió Kayla, cediéndole el control.
Pero Kane sabía que aquello sólo era una retirada temporal.
Kayla entró en el dormitorio y se detuvo frente al montón de ropa que Kane había dejado en el suelo. Le gustaba la familiaridad que aquella imagen evocaba. Por supuesto, no se hacía ninguna ilusión sobre las pretensiones de Kane de llegar a formar parte de su vida. Pero prefería aferrarse a la esperanza que a lo obvio.
Tomó el pantalón y la camisa de Kane. Para cuando el caso hubiera terminado, Kane iba a saber ya la diferencia que había entre estar soltero por propia opción y estarlo por necesidad. Y, gracias a Kane, ella iba a convertirse en una mujer plenamente a cargo de sí misma y de su vida. Una mujer que ya no temía a su propia sexualidad.
Al colgarse los pantalones del brazo, algo cayó al suelo. Kayla se inclinó para recoger lo que resultó ser la cartera y vio que algo sobresalía de su interior.
– ¿Qué es esto? -pero le bastó tomar el pequeño paquetito para reconocer que era un preservativo.
Y, se dijo, si Kane estaba dispuesto a esforzarse tanto para evitar hacer el amor con ella, para evitar aquella intimidad que le permitiría abrir una brecha en sus defensas, eso significaba que no tenía intención de sucumbir. Jamás.
Se había equivocado. No había conseguido atraparlo. Ni siquiera se había acercado a él. Se frotó los ojos, intentando dominar las lágrimas.
No tenía tiempo para la consternación. Tenía preocupaciones más importantes que el amor en su vida. Kayla agarró los cuadernos de pasatiempos con posible información y se los metió en el bolso, decidida a impedir que Kane continuara dirigiendo las cosas como lo había estado haciendo hasta entonces.
Era evidente que Kane necesitaba que lo sacudieran en más de un aspecto. Ya tenía claro que no había conseguido dominarlo sexualmente, pero quizá hubiera otras formas de tomar las riendas de la situación y demostrarle que había más cosas, en la vida que estar solo.
Los misterios de Charmed todavía no estaban resueltos. Pero ella los resolvería sin la ayuda del detective McDermott. Y cuanto antes lo hiciera, antes podría regresar a su antigua vida. Una vida sin Kane.
Se acercó al teléfono y llamó a su hermana para quedar con ella. Mientras colgaba el auricular, oyó que se cerraba la ducha. Inmediatamente, se dirigió hacia la puerta trasera.
Kane salió del baño, se secó el pelo y continuó caminando. El silencio que llenaba la casa le chocó al instante. Todos sus sentidos, aguzados por años de experiencia, se pusieron alerta.
– ¿Kayla?
No hubo respuesta. Kane no la llamó otra vez. Recorrió el dormitorio con la mirada. La ropa que había dejado allí antes de meterse en la ducha había desaparecido y advirtió que se oía el zumbido de la lavadora de fondo. Pero Kayla no estaba en la casa.
Al recordar lo que había ocurrido la última vez que Kayla había desaparecido de aquella manera se le encogió el corazón.
Recorrió la casa con paso acechante, observando cada detalle. No faltaba nada, excepto los cuadernos de pasatiempos. Kayla había salido a la calle convertida en un blanco.
Kane musitó un juramento salvaje. Cuando le pusiera la mano encima la iba a estrangular.
El olor a moho de los libros viejos la rodeaba, haciéndola sentirse a salvo. Kayla recorrió el final de un largo pasillo y vio a Catherine en el lugar en el que habían quedado. Posó la mano en el hombro de su hermana.
– Hola, Cat.
Catherine se volvió.
– Gracias a Dios que estás bien. Tu llamada me ha puesto al borde del infarto. ¿Dónde has dejado a tu perro guardián?
Kayla se encogió de hombros.
– Ni lo sé ni me importa.
– ¿Te ha dejado salir sola? ¿Después de haberme prometido que te protegería? Debería haber sabido que ese hombre era un canalla.
– He salido a escondidas y, si no recuerdo mal, tú misma me recomendaste que saliera con ese hombre.
– Eso fue antes de que se hubiera aprovechado de mi inocente hermana.
– ¿No crees que estás exagerando un poco?
Catherine le acarició la mejilla.
– Tenías el corazón destrozado, así que no, no creo que esté exagerando nada.
Kayla se metió con Catherine en uno de los reservados de la biblioteca y se dejó caer en una silla.
– ¿Tú crees que los hombres son muy literales en lo que dicen? -preguntó Kayla.
– ¿A qué te refieres exactamente?
– Si dicen que quieren algo, es que quieren algo. Y si un tipo dice que no quiere enredarse con nadie es que no quiere enredarse con nadie. No hay ninguna agenda oculta. Ni finales de cuentos de hada ni ninguna posibilidad de que una mujer consiga hacer cambiar de opinión a un tipo cabezota.
– Me gustaría estrangular a esa serpiente.
– ¿Por qué? Él nunca me ha mentido. Ahora siéntate, tenemos que hablar -Kayla señaló la silla que estaba frente a ella. No quería seguir hablando de sus sentimientos hacia Kane, le parecía algo demasiado personal como para tratarlo incluso con su preocupada hermana-. ¿Tú qué sabes exactamente sobre las actividades de Charmed? -le preguntó.
– ¿A qué te refieres exactamente?
– Mira esto -metió la mano en el bolso y sacó uno de los cuadernos de pasatiempos que se había llevado de la casa-. Listas de nombres, fechas…
– Cierra inmediatamente ese cuaderno -Kayla se sobresaltó al oír aquella voz, a la vez que sintió un calor ya familiar en su vientre.
– Acaba de llegar el hombre de hielo -musitó Catherine.
– Cállate -dijeron Kayla y Kane al mismo tiempo.
Pero, en vez de sentirse ofendida, Catherine continuó impertérrita:
– ¿Qué es lo que mi hermana no debería decirme?
– Nada.
– ¿Guardas muchos secretos, detective? -insistió Catherine.
– Ninguno que sea de tu incumbencia -hablaba con Catherine, pero no apartaba la mirada de la de Kayla.
Catherine miraba alternativamente a su hermana y a Kane. Y al parecer, solo tardó unos segundos en advertir la corriente silenciosa que los unía, porque se levantó y tomó su bolso.
– Creo que será mejor que me vaya.
Kayla se levantó también.
– No tienes por qué irte -podía arreglárselas con Kane sin necesidad de contar con la ayuda de Catherine, pero se negaba a permitir que Kane expulsara de allí a su hermana.
– Yo creo que sí. En cuanto a Charmed, sé mucho menos que tú. Tía Charlene me consideraba una especie de niña salvaje y rara vez confiaba en mí.
A pesar de la seriedad de la situación, Kayla se echó a reír. Catherine jamás había envidiado la relación que ella tenía con su tía. Al fin y al cabo, tenía muy pocas cosas en común con la hermana de su madre. Pero Kayla sabía que, en el fondo de su corazón, la tía Charlene las había querido con la misma intensidad a ambas.
Catherine se volvió entonces hacia Kane.
– No sé qué demonios está pasando entre vosotros dos, pero como hagas sufrir a mi hermana, me encargaré de que termines deseando no haber oído nunca el apellido Luck.
– Te creo -musitó Kane.
Kayla hizo un gesto a su hermana para que se agachara y le susurró al oído:
– Me parece increíble que permitas que te obligue a marcharte.
– Lo he mirado a los ojos -contestó Catherine, en voz igualmente baja-. Ese hombre está completamente enamorado, aunque todavía no lo sepa. Estoy segura de que cuidará de ti.
– No lo necesito…
– Claro que lo necesitas. Estoy segura de que no has cambiado de estilo de vestir para que yo te viera, lo estás haciendo por él. Porque por fin has confiado suficientemente en alguien como para mostrarte como eres verdaderamente -le dio un abrazo a su hermana-. Ya sabes dónde puedes localizarme.
Kayla la abrazó con fuerza. Adoraba a su hermana, aunque en ese momento estuviera viendo entre Kane y ella cosas que no existían. Esperó hasta que su hermana desapareciera para volverse de nuevo hacia Kane.
– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó.
– Por intuición. Pensé que, o bien estarías aquí o estarías con tu hermana. Y ambas cosas han resultado ser ciertas.
– Cat tiene derecho a saber lo que está pasando, Kane. Tú no eres quién para obligarla a permanecer en la ignorancia.
– No -se mostró de acuerdo-. Eres tú. Y tienes que ser consciente de que, cuanto más sepa, más peligro correrá. Y yo ya tengo suficientes problemas para vigilándote a ti como para añadir otra persona a mi lista.
Se acercó a ella. Si aquel cubículo de la biblioteca ya le parecía normalmente a Kayla demasiado pequeño, la presencia de Kane lo convertía en algo diminuto. Tomó aire para darse valor y sintió penetrar en ella la masculina fragancia de Kane. Su cuerpo reaccionó al instante, recordándole la intimidad que habían compartido.
Pero su cerebro le recordó que había sido ella la única que había percibido aquella intimidad. Kane había estado muy lejos de sentirla.
– En ese caso, puedes borrarme cuando quieras de tu lista de problemas. No tengo más ganas de verte a ti que tú de verme a mí.
– En ese caso, cariño, tenemos un serio problema.
Kayla abrió los ojos de par en par y entreabrió los labios. Y Kane la deseó como nunca la había deseado. Inmediatamente, intentó reprimirse.
– Dame esos cuadernos -dijo, buscando un cambio de tema.
Kayla sacudió la cabeza.
– Quiero sacar la lista de nombres completa.
– ¿Para eso has tenido que traértelos aquí?
– Aquí me concentro mejor.
Lejos de él. No hacía falta que lo dijera para que Kane supiera que lo estaba pensando. Pero ésa no era excusa para su imprudencia.
– Te has convertido en un blanco perfecto.
– Estamos en una biblioteca pública, nadie puede hacerme nada aquí.
– Pues a mí me parece que estás en una zona bastante reservada. Además has venido sola. Podrían habernos quitado la única prueba que tenemos -Kayla pareció acobardarse-. No es que no te crea capaz de descifrar esos cuadernos, pero preferiría que estuvieran en un lugar seguro. Tengo un amigo en la comisaría que más que un policía parece un ratón de biblioteca. Seguro que él es capaz de sacar la información que necesitamos en nada de tiempo.
– Estupendo. Aquí los tienes -Kayla sacó los cuadernos y se los tendió, golpeándole duramente en el estómago.
Kane sofocó un gruñido.
– Me voy -dijo entonces Kayla. Pero no había avanzado un solo metro cuando Kane la agarró por la muñeca, estrechándola contra él. No estaba dispuesto a permitir que Kayla dictara sus próximos pasos y tampoco podía dejar que saliera sola a la calle. Aunque no eran esas las únicas razones por las que no estaba dispuesto a dejarla marchar.
– Déjame irme, Kane.
– No puedo.
– Ya has dejado suficientemente claro lo que quieres de mí.
– Pero tú no lo creíste.
– He encontrado un paquetito en tu bolsillo que me ha hecho cambiar de opinión.
– ¿De qué demonios estás hablando? -se tensó. No sabía exactamente a qué podía referirse Kayla.
– ¿No te gusta que te descubran? -se mofó Kayla-. Entonces no deberías dejar tu ropa en el suelo del dormitorio, y en ese caso a mí no se me habría ocurrido meterla en la lavadora.
Kane soltó un juramento al comprender que Kayla estaba hablando del preservativo que guardaba en su cartera.
– ¿Estás diciéndome que te has ido de casa, que has arriesgado tu seguridad porque…?
– Porque quiero ser yo la que controle mi propia vida. Además, no quiero tu compasión, y eso ha sido lo que tú me has ofrecido antes. Yo he intentado seducirte y tú no me deseabas, pero eres demasiado caballero para admitirlo, de modo que…
– Espera un momento. ¿De verdad crees que no te deseo? -le parecía completamente absurdo. Jamás había deseado a una mujer como deseaba a Kayla. Y jamás había dejado que ninguna mujer convirtiera su cabeza en el caos en el que en ese momento se encontraba.
No, no podía permitir que Kayla se marchara pensando que no significaba nada para él.
Posó la mano bajo su barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos. Vio entonces las lágrimas que brillaban en ellos. Maldita fuera. Sus métodos para protegerla estaban teniendo el efecto contrario; en vez de ayudarla, había vuelto a hacerle daño.
Kayla se metió la mano en el bolsillo y sacó el preservativo.
– Creo que esto habla por sí solo.
– Esa es una prueba puramente circunstancial, cariño -tomó su mano libre, obligándola a posarla contra su erección-. Hay cosas mucho más elocuentes.
Kayla ahogó un jadeo y Kane observó la gama de emociones que cruzaban su rostro. Sorpresa, placer y al final, incredulidad. No podía culparla por intentar resistirse a la verdad. No le había dado muchas razones para creer en él. Pero su cuerpo no mentía.
Kayla inclinó la cabeza hacia un lado. Aunque le sostenía con firmeza la mirada, sus ojos reflejaban sentimientos a los que Kane no estaba en condiciones de enfrentarse. Al fin y al cabo, ésa era precisamente la razón por la que había dejado el preservativo en el bolsillo.
– Es una cuestión de química, Kane. Leí en alguna parte que los hombres piensan… -Kayla apretó los dedos contra su erección.
Kane apretó los dientes, intentando dominar aquella combinación de placer y dolor que con su gesto le causaba.
– Créeme, cariño, en este momento no estoy en las mejores condiciones para pensar.
Un intenso rubor tiñó las mejillas de ella. Al parecer, la inocente Kayla no se sentía tan cómoda en aquella situación como pretendía hacerle creer.
– Eso es lo que pretendía decir. Tú solamente me deseas.
– Es evidente -contestó con voz ronca.
– Pero para mí no es bastante -apartó la mano.
– Lo sé -y era precisamente eso lo que lo desgarraba. Kayla quería algo más que sexo. Y él no tenía nada que darle.
Le quitó el preservativo de la mano. Era cierto que había pensado que al no hacer el amor evitaría sentirse excesivamente involucrado con ella. Que limitándose a darle placer, podría permanecer indiferente. Pero al sentir aquel húmedo calor bajo su mano, al percibir cuánto lo deseaba, se había vuelto loco de deseo. Y cuando al salir de la ducha había visto que no estaba y había temido que pudiera pasarle algo…
Sacudió la cabeza. No podía darle ninguna importancia a lo que sentía. El era perfectamente consciente de sus limitaciones.
– Es lo único que puedo hacer.
– Lo sé -Kayla esbozó de pronto la más radiante de sus sonrisa-. Bueno, detective, por lo menos ahora los dos sabemos dónde estamos.
Estancados, pensó Kane. En una guerra que no había hecho nada más que empezar.