Eric estaba tumbado frente a la chimenea del cuarto de estar, escribiendo una carta. Los juguetes habían dejado de interesarle porque acababa de oír algo mucho más interesante: preparativos de boda y una luna de miel para tres en Disneylandia.
El abuelo estaba dormido en su sillón, Thurston tumbado cerca de la ventana, y su padre y Holly abrazados en el sofá, hablando en voz baja.
Habían pasado la noche en el establo porque Jade se puso de parto. Y por la mañana, durante el desayuno, después de cantarle el Cumpleaños Feliz a su ángel de Navidad, su padre le dio un regalo muy especial: el potrillo recién nacido.
Eric sonrió. Holly ya no podría marcharse porque tenía un caballo en Stony Creek. Incluso le había puesto nombre: Diamante.
Entonces volvió a concentrarse en su carta. Cuando pidió unas navidades perfectas, no esperaba que Santa Claus le llevase una nueva mamá. Pero no podía imaginar mejor regalo que Holly.
Eric apretó el bolígrafo con fuerza. Aquella carta tenía que ser tan perfecta como la anterior. Más todavía, porque aquella vez estaba pidiendo algo realmente serio. Afortunadamente, tenía un año entero para redactarla como era debido.
El problema era que no sabía escribir…
– ¿Cómo se escribe hermanito?
– ¿Por qué quieres saberlo? -preguntó Alex.
El niño se sentó en el suelo. Quizá sería mejor decirle a su padre y a Holly lo que estaba pidiendo.
– Estoy escribiendo una carta a Santa Claus para que me traiga un hermanito.
– ¿Un hermano? -repitió Holly, atónita.
– Sí. Quiero un hermano pequeño… pero que no vomite y no llore.
– No hemos hablado de eso todavía -murmuró su padre-. ¿Verdad, Holly?
– ¿Qué tal una hermanita? -preguntó ella.
Eric los vio besarse por enésima vez aquel día. Tendría que acostumbrarse, pensó, levantando los ojos al cielo.
– ¿Una chica? Si no quedan chicos, supongo que tendré que aguantarme… mientras no sea como Eleanor Winchell.
– Yo creo que sería igual que Holly -sonrió su padre-. Rubia, de ojos verdes, con cara de ángel…
– Entonces, me gusta.
– Trae esa carta, enano. Hay que archivarla.
– ¿Por qué?
– Como recordatorio. Tenemos que ponernos a trabajar esta misma noche.
Eric tomó otro papel, pensativo. Después de dejar arreglado el asunto del hermano, decidió arriesgarse un poco más. Quizá podría pedir dos.
– Sí, dos niños estaría bien -murmuró-. Mellizos, un niño y una niña. ¡Esas sí que serían unas navidades perfectas!