Capítulo 8

Era el cuadro que ella había pintado ocho años y muchas vidas antes. Se lo había regalado y se había preguntado qué habría sido de él. Ya lo sabía.

– Ése era mi sobrino -dijo la signora Farnese, a su espalda-. Él que mencioné antes.

– ¿Su… sobrino? -consiguió decir Elise. Un escalofrío se apoderó de ella, percibía que iba a enterarse de algo aterrador.

– Se llamaba Angelo -dijo la signora con tristeza-. Lo crié y amé como si fuera hijo mío.

Elise sintió que se convertía en hielo. Angelo, el joven al que había amado con desesperación y llorado durante años, había sido parte de esa casa y esa familia. Una vocecita en su cabeza le advirtió que no podía tratarse de una coincidencia.

– ¿Qué le ocurrió? -consiguió preguntar.

– Fue víctima de una mujer cruel -dijo la signora Farnese con amargura-. Ella lo mató -al oír el gemido de Elise, siguió hablando-. Fue como si lo matara. Se quitó la vida porque no pudo soportar lo que ella le había hecho.

– ¿Él… se suicidó? -susurró Elise. Había sabido que Angelo había muerto, pero no así-. ¿Qué le hizo esa mujer? -preguntó con un hilo de voz.

– Aceptó su amor y le hizo creer que lo amaba, pero después lo abandonó por otro hombre, un hombre con más dinero… o eso creyó ella.

– No… no entiendo.

– Angelo quería ser independiente, así que alquiló un pequeño piso en el Trastevere y vivía como un estudiante. Me pregunto si ella lo habría abandonado de saber que pertenecía a una familia adinerada.

– Quizás ella no lo hiciera por dinero -protestó Elise-. Tal vez hubo otra razón.

– Nunca vi al otro hombre, pero la gente decía que era un gordo y de mediana edad -rezongó la signora-. Elegir eso en vez de a Angelo sólo es comprensible por cuestión de dinero.

Elise tuvo la sensación de estar ahogándose.

– ¿Qué le contó de ella? -preguntó.

– Muy poco. Ni siquiera me dijo su nombre. La llamaba Peri, y pasaba todo el tiempo con ella. Venía a casa, hablaba de su adorada Peri y se iba. Vincente y yo nos reíamos de verlo tan enamorado.

– Vincente…

– Pensamos que lo haría feliz, pero lo destruyó. Un día vino destrozado. Ella le había dicho que todo había terminado, pero no podía creerlo. Esa noche volvió al piso que compartían, esperando que ella le dijera que había sido un error, que aún lo amaba. Pero el otro hombre estaba allí; lo vio en la ventana, abrazándola, y se burló de él… -calló.

Elise no podía hablar. Miraba a la mujer horrorizada, rememorando la escena que había sido parte de sus pesadillas durante años.

– Me enteré después, por los vecinos que lo vieron. Angelo estaba en el jardín, bajo su ventana. Lo oyeron suplicarle que no lo traicionara, y la vieron en brazos del otro hombre, dejando que la cubriera de besos. Angelo, cuando no pudo soportarlo más, se marchó en su coche. Nadie volvió a verlo vivo. Se estrelló. Según los vecinos ella se fue de Roma esa noche, sin esperar a saber nada de Angelo. Después de jurarle que lo amaba, se fue sin mirar atrás.

– ¿Ni siquiera una vez? ¿No le telefoneó…?

– Puede. Una mujer llamó al piso cuando yo lo estaba vaciando, una semana después. Le dije que había muerto, sin saber quién era. Espero que fuese ella. Espero que sepa lo que hizo y que eso la atormente y le rompa el corazón; pero sé que no tenía corazón.

Elise oyó un terrible clamor en sus oídos. Ese momento llevaba esperándola ocho años, pero no tenía defensas. No sabía cuánto tiempo llevaba allí parada, pero de pronto algo cambió.

Se dio la vuelta lentamente y vio a Vincente en el umbral, contemplándola con expresión pétrea. En ese momento lo comprendió todo.

– ¡Vincente, hijo mío! -exclamó su madre con deleite-. No me dijiste que volvías a casa.

– Fue una decisión de última hora, Mamma. Quería darte una sorpresa.

– Es una sorpresa muy agradable -le dio un abrazo-. Iré a pedir que te hagan la cena -salió, dejándolos a solas.

Elise caminó hacia él lentamente. Su expresión acabó con cualquier duda que aún pudiera tener.

– Lo sabías. Sabías quién era desde el principio.

Él asintió. Ella lo miró atónita. El sentimiento de sentirse traicionada era aterrador.

– Nunca lo imaginé -susurró-. Pero debí hacerlo, ¿no? Ahora resulta obvio.

– Elise…

– Angelo era tu primo.

– ¡Calla! -advirtió él-. No dejes que mi madre te oiga. No tiene ni idea de quién eres, y no debe saberlo. No pretendía que os conocierais así.

– No pretendías que nos conociéramos, para que yo no descubriera tu engaño. He sido como una marioneta para ti, ¿verdad?

– Eres mucho más que eso. Espera a que hablemos y no dejes que mi madre sospeche, por favor.

La signora regresó toda animosa y le dijo que su cena llegaría pronto.

– Sólo un tentempié, Mamma. No tengo apetito. Debería llevar a Elise a su casa.

– Tonterías, querido. Elise no está lista para irse.

No tuvieron más opción que obedecer aunque la tensión era palpable. Canturreando de alegría, la signora puso comida y café ante su hijo y lo contempló posesivamente mientras comía.

– ¿Ha ido bien tu viaje?

– Tanto que he podido regresar antes de tiempo.

Elise se preguntó cómo él podía sonreír y hablar con normalidad. Pero recordó que no tenía corazón ni sentimientos, y no le importaban los de otros. Si no fuera así, no podría haberla abrazado y decirle palabras de pasión mientras tramaba contra ella.

El dolor era casi insoportable, pero consiguió reunir el coraje suficiente para estar a su altura. Si él podía engañar, ella también. Protegería a esa dulce mujer que la había recibido con tanta calidez.

Así que charló e incluso sonrió, aunque se moría por dentro. Para empeorar las cosas, la signora les miraba radiante, como si esperase que pronto fueran una pareja feliz.

Finalmente, Vincente se puso en pie y dijo que la llevaría a casa.

– No hace falta. Puedo ir en taxi.

– Te llevaré -afirmó él.

– Claro -dijo su madre. Lo besó en la mejilla y le susurró al oído-. No tengas prisa en volver.

Condujeron en silencio hasta el piso.

– Entremos -sugirió él.

– Preferiría que te fueras.

– No me juzgues antes de escuchar lo que tengo que decir -dijo él con voz dura.

– Conocías mi vínculo con Angelo desde el principio -dijo ella, ya en el piso, como si intentara explicarse lo ocurrido-. Antes de ir a Inglaterra.

– Sí, lo sabía.

Ella percibió que no sonaba como un hombre victorioso por el éxito de sus planes. Sonaba como si estuviera tan mal como ella. Sin embargo, rechazó esa idea. No podía permitirse ninguna debilidad.

– ¿Cómo me encontraste?

– Contraté a un detective.

– ¡Dios mío!

– Apenas sabía nada de ti, ni tu nombre. Angelo sólo te llamaba Peri. La noche que Ben fue al Trastevere entró y salió sin presentarse a nadie. Examiné esas habitaciones con todo detalle, convencido de que encontraría algo para identificarte. Pero no había nada relacionado contigo.

– Eso fue cosa de Ben -dijo ella-. Recuerdo que insistió en recogerlo todo. Era un obseso. Yo era su propiedad y no quería dejar ningún rastro de que hubiera estado con otro hombre.

– Lo creo de Ben. No había nada. Tuve que apañarme con una foto que encontré en el bolsillo de Angelo tras su muerte.

– ¿Le diste mi fotografía a un detective?

– Era lo único que tenía y, antes de que me condenes, no viste a Angelo cuando lo sacaron de aquel coche, con el cuerpo y el rostro machacado…

– Calla -dijo ella, dándose la vuelta para que no viera las lágrimas que llenaban sus ojos.

– Me sentí justificado para hacer cualquier cosa. Contraté un detective, pero no encontró nada. Tuve que rendirme. Pero el año pasado me dieron el nombre de un tal Razzini, un genio en este tipo de trabajo. Te encontró en un mes.

– Y por eso le ofreciste trabajo a Ben, para que viniese aquí y me trajera -dijo Elise con amargura.

– No sólo para eso -dijo Vincente-. Lo odiaba por lo que le hizo a Angelo y quería que pagara.

– ¿Cómo? ¿Qué ibas a hacerle? ¿Arruinarlo? Acusarlo de algún delito para que fuera a la cárcel.

– Pensé en eso. Habría sido un placer.

– Pero decidiste otra cosa -dijo ella-. ¿Qué? No te hagas el tímido a estas alturas.

Elise sentía dolor, pero se abandonaría a él más tarde. En ese momento le sería más útil la furia.

– ¿Por qué no me haces un resumen de todo lo que has hecho desde que nos encontramos junto a la tumba de Ben? -lo retó, colérica-. Quiero saberlo todo: cada mentira, cada engaño. Háblame de las veces que has simulado hacerme el amor mientras por dentro te reías de mí.

El rostro de él se oscureció hasta un punto que habría dado miedo a otros. A Elise le daba igual.

– ¡Debes haber disfrutado mucho! ¿Qué pensabas? ¿Éste es por Angelo? ¿O la venganza de Angelo ha llegado esta noche, cuando viste que comprendía la horrible verdad? Pero tu venganza no acaba aquí. Seguirá conmigo siempre, envenenando no sólo mis recuerdos de ti, sino los de él. ¡Dios, estaba mejor con Ben! Cuéntame qué planes tenías.

– Calla y escucha -interrumpió Vincente-. No puedo contarte mi plan definitivo. Quería conocerte antes de decidirlo. Ben alardeaba de ti. Aunque te engañara con muchas mujeres, seguía estando orgulloso de que fueras suya, por tu belleza. Cuando oí eso en su voz, supe cómo podía hacerle daño.

– ¿A través de mí?

– Sí.

– ¿Cómo? ¿Haciendo que le traicionara contigo?

Vincente no contestó. Los ojos de ella destellaron y le dio una bofetada. Él no se apartó a tiempo. Le dejó una marca en la cara, pero él no se la tocó.

– Es eso, ¿no? Lo habrías humillado. ¿Y si yo no hubiera seguido tu juego? ¿Tan seguro estabas de que caería rendida a tus pies?

– No soy tan malvado -dijo él.

– Yo creo que sí. Estabas seguro de mí. Creías que no podías fracasar porque yo no era más que una buscona que seguiría a cualquier hombre por dinero. ¡Admítelo, maldito seas!

– No cómo tú lo planteas. Sí, pensé que tenía oportunidades, pero haces que suene peor de lo que fue.

– ¿Cuánto peor podría ser? No tienes ni idea de cómo le suena a una persona decente, aunque tú opines que yo no lo soy. Me consideras una cazafortunas y casi una asesina, ¿verdad?

– Ahora no… -dijo él.

– Pero entonces sí. ¿Eso pensabas de mí?

– Antes de conocerte. Sólo sabía que Angelo te amaba y que le rompiste el corazón.

– No tuve otra opción que abandonarlo.

– Eso lo sé ahora; entonces no lo sabía.

– Claro, es más conveniente no saber demasiado. La venganza es más fácil cuando es ciega. Sin saber lo que había ocurrido, me juzgaste y planeaste humillarme, y también a Ben.

Elise esperó a ver qué contestaba, pero él se limitó a mirarla con ojos vacíos.

– Y cuando estuviéramos manteniendo una aventura ante los ojos de toda la ciudad, ¿ibas a abandonarme públicamente o no habría bastado con eso? ¿También iba a acabar en la cárcel?

– Claro que no -refutó él, enfadado.

– No hay nada claro. Habrías hecho cualquier cosa, no lo niegues.

– Las cosas no salieron como pensaba. Tú eras distinta, pero Ben era como esperaba. Pensé que lo tenía… -Vincente cerró el puño, como si tuviera a Ben atrapado en él.

– Y murió y se te escapó -dijo ella, cínica-. Sólo te quedaba yo. ¡Debió ser una gran decepción! Así que apareciste en el funeral y me llevaste a cenar. Tenías que conseguir traerme aquí, ¿verdad?

– Sí.

– Por eso intentaste convencerme para que viniera contigo. ¿Qué habrías hecho si hubiera encontrado comprador para el piso? -al ver que no contestaba, la verdad la golpeó de nuevo-. Lo hiciste tú. Lo arreglaste para que no encontrara comprador. Un hombre hizo una oferta y la retiró. Eso fue cosa tuya.

– Claro que sí. Lo persuadí para que la retirase… No quería que vendieras el piso. Era la única forma de conseguir que vinieras a Roma.

– Reconozco que a manipulador no te ganaría nadie. Pero, claro, no tienes conciencia, eso ayuda.

– ¿Tú me hablas de conciencia?

– Siempre tuve a Angelo en mi conciencia. Lo traté mal, pero no pude evitarlo. Ben me tenía atrapada. Pero tú llevas tramando venganza ocho años.

– Vi su cuerpo destrozado -gritó él-. Vi el dolor de mi madre. ¿Esperas que olvide eso?

– Olvidar no, pero tampoco culpar sin saber. Me dijiste que no te juzgara, pero tú llevas juzgándome ocho años. Ni se te ocurrió que tuviera justificación.

– No. Y me he culpado por ello desde que me contaste cómo te forzó Ben.

– Pero era demasiado tarde. Ya estaba atrapada en tu red. ¡Debiste disfrutar viendo cómo se cerraba a mi alrededor! Cada palabra era una mentira. Incluso…

La atenazó una oleada de angustia y luchó contra ella con todo su ser.

– Incluso cuando parecías sincero, mentías. Te felicito. Fue una buena representación, pero se acabó. Me serviste para lo que quería.

– ¿Qué quiere decir eso?

– Que no eres el único que ocultaba sus pensamientos. Hacía años que no me acostaba con un hombre. Me apetecía… una nueva experiencia. Sin ataduras. Sin condiciones. Encajabas perfectamente.

La alegró ver que eso había hecho mella. Él palideció y apretó los labios.

– ¿Qué estás diciendo? -preguntó.

– Lo sabes perfectamente -Elise lo retó con la mirada-. Eres listo y calculador, pero también eres bueno en otro sentido, justo el que, yo necesitaba. ¿Quieres que te lo aclare más?

– No será necesario.

– No sabía que un hombre pudiera ser tan experto en la cama -siguió ella-. No lo olvidaré, porque será un rasero para medir a los otros.

– ¿Otros?

– En el futuro. Y habrá otros, no lo dudes. Hiciste un buen trabajo; ahora comprobaré hasta qué punto. ¿Todos los hombres conocen tus trucos? Si no es así, ¿aprenderán? Da igual, me divertiré descubriéndolo.

– No hables así -rugió él.

– Hablaré como quiera. Si no te gusta, peor para ti. Recuerda, en parte soy tu creación. Me has enseñado mucho, no sólo de sexo, sino de crueldad, dureza y engaño. Me alegro. Tus lecciones serán muy útiles.

– Bien hecho, Elise -torció la boca con cinismo-. Has dado la vuelta a cuanto pensaba de ti. Sabía que al final te mostrarías como eres en realidad.

– Sí, lo sabías, ¿no? Y ahora lo he hecho. Y tu también. Así que podemos seguir nuestro camino.

– Una gran idea -espetó él-. Me alegra que creas haber aprendido algo de mí.

– Crueldad, manipulación…

– Me consideran el maestro. Has aprendido del mejor.

– Cada palabra que me has dicho…

– Mentiras. Cada palabra, caricia y momento de pasión… todo tenía un propósito.

– ¿Todas las veces que hicimos el amor…?

– No pensaras que podría amarte, ¿verdad? -dijo fríamente-. Para mí eres poco mejor que una asesina. Sé que mi madre cree que Angelo se suicidó porque no soportó lo que habías hecho, y tal vez sea así…

– ¿Tal vez? ¿No estás seguro? ¿Qué dijeron los testigos?

– No hubo testigos. Nadie vio el golpe.

– Entonces pudo ser un accidente -dijo ella. Desesperada, se dio la vuelta y se tapó los oídos. Él la siguió y la agarró-. ¡Suéltame!

– No, vas a escucharme -soltó sus manos pero la aprisionó de nuevo rodeándola con los brazos y sujetándola contra su pecho-. Oirás la verdad y vivirás con ella, y espero que te destruya para siempre, como destrozó a otras personas.

Ella se estremeció.

– Angelo había recorrido esa carretera cientos de veces y nunca tuvo un accidente. ¿Por qué esa noche? Tal vez fue a propósito, o tal vez estaba tan destrozado que no prestaba atención. En cualquiera de los casos, la culpa fue tuya.

Calló y siguió sujetándola. Ella sentía su cálido aliento, igual que otras veces que se habían abrazado. Ya sólo había odio y deseo de herir. Apartó la cabeza tanto como pudo para que no él no viera sus lágrimas. Pero él alzó su barbilla para mirarla y se mojó.

La soltó como si hubiera recibido un golpe y ella se tambaleó, cegada por la tristeza.

– Pensaba decirte todo esto hace mucho tiempo. Debí hacerlo, pero fui débil, porque tienes tus atractivos. Pero nada ha cambiado en realidad. Siempre estuvimos abocados a este final.

– Mejor que todo haya quedado claro -dijo ella, obligándose a hablar con calma.

– Exacto.

– Quiero que te vayas, Vincente. ¡Ahora!

Él titubeó un segundo. Luego hizo un gesto de resignación y se marchó. Elise se quedó parada en el centro de la habitación, escuchando el silencio que parecía tronar en sus oídos. Después empezó a moverse sin propósito ni rumbo. Era como si su vida se hubiera estrellado contra un muro de piedra.

Por fin lo pies la llevaron al dormitorio, donde se desvistió automáticamente y se acostó. Le pareció que Angelo estaba allí, en la oscuridad, mirándola con amor y reproche. Él la había amado y ella había provocado su muerte.

– Lo siento -susurró-. Lo siento mucho.

Pero esa mirada de reproche la perseguiría el resto de su vida. La verdad la destruiría, tal y como Vincente esperaba. Y ni siquiera podía culparlo.

Pasaron las horas. Cuando llegó la mañana seguía despierta y en la misma posición. Quería llorar pero no podía. Su corazón estaba helado.

Se levantó, se lavó la cara y preparó té. Pero tras una taza volvió a la cama. No podía dejar de tiritar. Intentó dormir pero las imágenes se sucedían en su mente, incansables. Angelo se había ido, pero Vincente había ocupado su lugar, envenenando sus recuerdos, dejándola vacía.

Recordó con horror su primer encuentro y cómo había simulado defenderla de Mary: «Ella tiene corazón de piedra y cerebro de hielo». Después había dicho: «Al final la justicia siempre gana, aunque tarde en hacerlo». Comprendió que Vincente la había buscado, odiándola y buscando justicia y que sus palabras habían sido una amenaza y una advertencia.

Ya sólo sentía dolor en el lugar donde debería haber estado su corazón. Pero ya que conocía la verdad no había razón para llorar. Haría planes para marcharse de allí y no volver a verlo nunca. Pero el dolor creció y creció hasta que al final soltó un grito y no pudo controlarse más.

Lloró y lloró hasta quedarse dormida. Cuando abrió los ojos era de día y las lágrimas seguían deslizándose por sus mejillas.

– No lloraré más -masculló-. No volveré a llorar por él. Eso se acabó. Todo se acabó.

Pensó en levantarse y volver a la vida normal, pero no tenía fuerzas. Pasó otro día y otra noche en ese estado. Oía tráfico en la calle. El teléfono no sonó ninguna vez. Se sentía muerta en cuerpo y alma. Sólo su cerebro seguía vivo y lleno de desdén hacia sí misma y cómo se había dejado engañar.

Las pistas siempre habían estado ahí. La primera tarde, él se había sobresaltado cuando, en broma, le preguntó si buscaba venganza. Pero su atracción por él le había nublado el cerebro. ¡Idiota!

Afuera empezó a llover. El agua golpeaba los cristales con fuerza. Volvió a dormir, pero la tormenta parecía perseguirla. Cuando despertó no sabía si había dormido un día o dos. No sabía nada.

Por fin se levantó y fue a la cocina a beber agua, pero tuvo un ataque de náuseas y corrió al baño. No vomitó porque no tenía nada en el estómago. Preparó té y eso la tranquilizó un poco y le dio energía.

Decidió salir a dar un paseo. Era más tarde de lo que había creído, empezaba a oscurecer. Notó vagamente que la gente la miraba, pero le dio igual. Su único pensamiento era ira a la Fontana de Trevi. Angelo la esperaba allí y tenía algo que decirle. Había esperado demasiado para oírlo y si se retrasaba él tal vez nunca las escucharía.

Aceleró el paso y empezó a cruzar la carretera. Pero a mitad de camino se sintió confusa. Un camión iba hacia ella. Oyó gritos desde la acera y un momento después estaba en el suelo, inconsciente.

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