Blaire Regan salió del coche de alquiler y cerró la puerta. A aquellas horas de la mañana olía a lluvia. Pronto empezaría a caer. Estaba en el lugar de la excavación, a las afueras de Warwick, en el estado de Nueva York. Tras mirar a su alrededor, se encontró con un par de estudiantes que salían de uno de los numerosos remolques.
– Disculpad, ¿podríais decirme dónde puedo encontrar al profesor Alik Jarman? Me han dicho que es el geólogo especialista de este proyecto.
Dos cabezas se giraron, al mismo tiempo, hacia ella. Averiguar el paradero exacto de Alik le había costado varios días y unas cuantas conferencias telefónicas a varias universidades del estado de Nueva York. Era siempre halagador que un joven la mirara con admiración, pero en aquel momento estaba tan nerviosa y asustada que no era capaz de apreciar la atención. Le temblaban tanto las piernas que era un milagro que siguiera en pie. Y más aún que pudiera caminar. El chico rubio sonrió y contestó:
– Vive en un remolque por ahí, al fondo.
Había llegado al lugar adecuado de milagro.
– ¿Eres estudiante del equipo del profesor Fawson, de la New York University, por casualidad? -preguntó el compañero con ojos azules brillantes.
La razón por la que Blaire estaba allí no era de la incumbencia de nadie, pero tampoco podía culpar a aquellos chicos por intentar ligar. Estaban a primeros de octubre, las clases universitarias acababan de comenzar y, como era natural, creían que ella era una estudiante.
Blaire podía ver al resto de sus compañeros trabajando a cierta distancia.
– Me temo que no, pero gracias por vuestra ayuda.
– De nada -contestó uno de ellos, mientras Blaire volvía al coche para avanzar por el camino polvoriento hasta el final.
Una gota cayó sobre el parabrisas, y luego otra. El aparcamiento no tardaría en convertirse en un barrizal. Cuanto más se acercaba al remolque de Alik, su hogar temporal, más se le aceleraba el pulso. Podía escuchar los latidos de su corazón resonando en sus oídos.
Cuando realizaba trabajos de campo la jornada laboral de Alik comenzaba al amanecer, así que era perfectamente posible que no estuviera. Blaire había abandonado el Bluebird Inn, su hotel en Warwick, a las cinco y media de la madrugada esperando pillarlo antes de que se marchara a medir tierras, propiedades, y hacer mapas de recursos hidráulicos.
Durante las clases de Introducción a la Geología que él había impartido como profesor invitado en la universidad de UCLA, San Diego, California, un año atrás, Blaire había aprendido que había un enorme abanico de disciplinas científicas relacionadas con el estudio de la tierra. Sin embargo, todas aquellas cortas charlas mantenidas antes y después de las clases jamás habían sido suficientes para Blaire. Tras llevarla Alik a casa un día por encontrarse enferma, Blaire se había enamorado profundamente del atractivo hombre del este.
Y, según parecía, aquel breve rato en su coche tampoco había satisfecho las necesidades de él. Una vez que ella se recobró de su enfermedad, él le sugirió que fueran a cenar a un restaurante con vistas al mar. Y, desde aquel momento, nunca más habían vuelto a separarse. Tras un breve pero romántico cortejo, en el que abundaron los paseos a lo largo de la playa, Blaire y Alik fijaron una fecha para su boda y después volaron a la ciudad de Nueva York a hablar con la familia de él.
Y fue entonces cuando comenzó la historia de horror.
Blaire no había tenido más alternativa que romper el compromiso. En realidad, jamás había imaginado que volvería a verlo, sobre todo después de todo lo que había sufrido. Sin embargo había ocurrido algo inimaginable, algo sobre lo que necesitaba hablarle. Si no lo hacía, jamás podría volver a vivir tranquila consigo misma.
Al salir del coche, Blaire sintió que se le secaba la boca. Tenía que reunir coraje, caminar hasta el remolque y leer el cartel clavado en la puerta. No era de extrañar que Alik hubiera tenido que colgarlo para delimitar así sus horas de trabajo de las de descanso: las estudiantes de San Diego lo habían perseguido constantemente.
¿Tendría Alik relaciones con alguna de las estudiantes de Warwick? No, se dijo Blaire.
No se atrevía a pensar en lo que habría estado haciendo durante los últimos diez meses y medio, y menos aún a pensar en las mujeres con las que habría salido. Si lo hacía, la pena la consumía viva.
Según el cartel, Alik estaba disponible para cualquier consulta de cuatro a cinco de la tarde, de lunes a viernes, a menos que estuviera de viaje fuera de la ciudad. Blaire se apresuró a llamar a la puerta antes de perder todo su coraje. Esperó un minuto y volvió a llamar. No hubo respuesta, de modo que, tras instantes de vacilación, intentó por fin abrir el picaporte. Para su sorpresa, la puerta se abrió. Asomó la cabeza y lo llamó.
Alik no estaba.
Tras atravesar todo el país desde la costa oeste para verlo, aquello no la iba a detener por mucho que tuviera que esperar. Blaire se preguntó cuánto aguantarían sus nervios y consideró la posibilidad de esperarlo en el coche. Sin embargo, desde donde lo había aparcado, no lo vería si aparecía.
Vaciló por un momento y, por fin, decidió esperarlo dentro del remolque. Antes o después Alik tendría que volver. Y, si seguía lloviendo, no tardaría mucho.
Mientras salían juntos, Alik le había dicho que no le importaba en qué remolque tuviera que vivir cuando hacía trabajos de campo y, viendo aquel remolque amueblado con módulos estándar en marrón y beis, Blaire comprendió que era cierto.
Nada en su interior desvelaba quién era la persona que vivía en un lugar tan claustrofóbico. Blaire apartó una pila de cuadernos de una silla y se sentó. Le habría encantado poder explorar el dormitorio, pero sabía que no tenía derecho a hacerlo. En realidad, Alik podía acusarla de faltarle al respeto en su intimidad solo por haber entrado en el remolque sin ser invitada. Blaire no tenía ni idea de cómo reaccionaría ante aquel atrevimiento, pero suponía que lo entendería ya que estaba lloviendo a cántaros.
A los pocos minutos Blaire se puso en pie para estirar las piernas y descubrió un enorme mapa de los Estados Unidos desplegado sobre una mesita junto a la diminuta cocina. Curiosa, se acercó sorteando obstáculos para examinarlo.
Alik había dibujado una línea desde la ciudad de Nueva York hasta la de San Francisco y, sobre esa línea, había pintado con rotuladores fosforescentes de distintos colores las diferentes zonas que quedaban en medio formando una especie de patchwork continuo entre varias ciudades que había rodeado en rotulador negro: Warwick, en Nueva York; Laramie, en Wyoming; Tooele, en Utah; San Francisco, en California. Más allá de Tooele, sin embargo, no había nada coloreado, solo la línea negra. Sobre cada color había anotaciones técnicas que no comprendía.
Intrigada, apenas se dio cuenta de nada, hasta que la puerta se abrió de par en par y sintió que fuertes pisadas hacían temblar el remolque. De pronto Alik, con su metro ochenta y nueve de estatura, apareció haciendo más pequeño aún el espacio. La puerta se cerró tras él.
Blaire no supo decidir quién de los dos estaba más sorprendido. Ella profirió un grito callado antes de enderezarse, él permaneció inmutable. La llamarada de fuego que salió de sus ojos verdes como el bosque fue el único indicio de que no era un bloque de granito. Con los ojos entrecerrados por aquellas pestañas, tan negras como su cabello excesivamente largo y húmedo por la lluvia, la mirada de Alik vagó por su silueta subiendo por sus piernas vestidas con medias de seda. Blaire tragó y sintió sus ojos rozarle las caderas bajo la falda. Tras una pausa que la dejó sin aliento, los ojos de Alik continuaron acariciando las generosas curvas que llenaban su suéter de lana. Cuando las miradas de ambos volvieron a encontrarse, Blaire temblaba como una gota de agua en un pétalo de una flor.
– No puedo ni imaginarme qué te ha traído hasta aquí, pero ya conoces la salida -dijo con voz medio ronca.
Alik abrió la puerta y se quedó inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho. Blaire había imaginado aquel encuentro miles de veces, pero jamás había esperado encontrar tanto rencor por su parte. Alik la despreciaba.
– Alik… -su postura resultaba tan intimidatoria que Blaire se recogió nerviosa un mechón del cabello rojizo tras la oreja. Al hacerlo, él debió ver de reojo el anillo con un diamante que llevaba en el dedo, porque de pronto pareció palidecer-. Comprendo… comprendo que te enfade el encontrarme aquí así -continuó Blaire con voz trémula-, pero estaba lloviendo, y temía que si me quedaba en el coche no te vería, así que…
– Sal de aquí, Blaire -ordenó él.
No había gritado, solo había musitado aquellas palabras entre dientes como si fueran un juramento. Blaire se tambaleó ante tanta agresividad. El hombre al que había amado se había convertido en una persona a la que apenas reconocía. Aunque ella hubiera roto su compromiso, por razones que él no debía conocer, Blaire nunca había imaginado que pudiera tratarla con tanta crueldad. Ni a ella, ni a ninguna otra persona. Aquella capacidad de Alik para infligir dolor resultaba toda una novedad.
– Me iré en cuanto te haya dicho que la noche en que nos acostamos juntos tuvo sus consecuencias -susurró ella.
Una tensión palpable invadió el devastador silencio que siguió a aquella revelación. Alik cerró la puerta y se apoyó sobre ella. Blaire reunió todo su coraje y continuó:
– Tenemos un hijo que nació el día diecinueve de agosto. Ahora tiene seis semanas, y fue bautizado con el nombre de Nicholas Regan Jarman.
Aquello era lo más duro que había tenido que hacer jamás, a excepción de la ocasión en que tuvo que decirle que no podía casarse con él. Sin embargo, una vez comenzado todo, tenía que continuar. Y así lo hizo:
– Tienes derecho a saber que eres padre, sobre todo porque dentro de dos meses voy a casarme con otro hombre, que será quien críe a tu hijo.
Era mentira, no había ningún otro hombre. Jamás habría ningún otro hombre. Sin embargo, resultaba imperiosa la necesidad de que Alik creyera que estaba comprometida con otro. El anillo que llevaba se lo había prestado su tía. La posición de Blaire era precaria, necesitaba pruebas que autentificaran que decía la verdad. La palidez del rostro de Alik se hizo aún más patente. Era el rostro de alguien que había sufrido un shock.
– Ocurre que en mi opinión este tipo de noticias deben darse en persona -continuó Blaire-. O, al menos, tú te lo mereces, pero no pude venir hasta que Nicky y yo pasamos la revisión médica, antes no podíamos viajar.
La expresión sarcástica de las cejas de Alik fue suficiente para mostrar con claridad lo que pensaba de toda aquella fantástica historia. Él dio un paso amenazador hacia ella. Aquel movimiento atrajo la atención de Blaire sobre su pecho, bien definido bajo la camiseta blanca, y sobre los poderosos músculos de sus piernas, visibles bajo los pantalones vaqueros. Su fuerte masculinidad la sobrecogía. Hacía mucho tiempo que no se tumbaban juntos ni se besaban hasta perder el sentido.
– Estoy seguro de que, de haber querido de veras que creyera esa fantástica historia, habrías traído contigo la prueba del delito.
Aquella cruel broma la hería como un cuchillo. Blaire respiró hondo.
– La habría traído, pero tu hijo es clavado a ti, y sé que nadie de por aquí me conoce ni sabe nada de nuestra relación, así que preferí respetar tu intimidad y lo dejé en el hotel, en manos de una niñera. De ese modo no te ponía en evidencia. Ni siquiera los estudiantes que me señalaron tu remolque saben quién soy.
La mordaz mirada que él le lanzó la destrozó. Blaire había resistido hasta ese momento, pero bastarían unos segundos para que comenzara a derramar lágrimas, y si lo hacía, después no podría parar.
– Puedes hacer lo que quieras al respecto, Alik. Yo estoy hospedada en el Bluebird Inn de Warwick, y permaneceré allí hasta las once de la mañana de mañana, así que ya sabes dónde estoy si qui-si quieres ver a tu hijo -tartamudeó Blaire.
Blaire salió, cerró la puerta con cuidado y corrió al coche de alquiler, pero no pudo evitar empaparse bajo la lluvia. No esperaba que Alik corriera tras ella, pero resultaba triste despedirse de ciertos hábitos. Estuvo observando el remolque por el retrovisor hasta que desapareció de su vista.
Volver a verlo le había producido una mezcla de miedo y de excitación. La tensión que sufría era tal que ni siquiera podía mantener quieto el pie sobre el pedal. Blaire respiró hondo y trató de calmarse.
«Por fin lo has hecho, Blaire. Le has dicho la verdad. Ese era exactamente tu deber, por mucho que supusiera un enorme riesgo. Pero ya está hecho».
Para cuando llegó a las afueras de Warwick la lluvia casi había cesado. El día anterior había abandonado San Diego bajo un cielo soleado. Solo un mensaje tan vital como aquel podía obligarla a volar a Nueva York por segunda vez tras vivir allí la peor y más dolorosa experiencia de su vida. Odiaba aquel estado, no veía el momento de volver a California con su hijito adorado. Lo primero que haría nada más llegar al hotel sería confirmar su reserva en el avión de vuelta a casa para el día siguiente por la tarde.
Por fin vio de lejos el Bluebird Inn. Ansiosa por volver a abrazar a su hijo y asegurarse de que estaba bien, Blaire dio la vuelta al edificio y aparcó junto a su habitación, en la segunda planta.
No le había resultado fácil dejar a Nicky con una extraña, pero el encargado del hotel le había asegurado que se trataba de una antigua niñera jubilada con impecables referencias. Jamás habían recibido una sola queja de ella.
A pesar de lo mucho que la asustaba, Blaire se había visto forzada a confiarle su posesión más preciada a aquella mujer. La visita a la excavación iba a llevarle un par de horas como máximo, pero Blaire jamás se había separado antes de Nicky.
Por razones diversas, sin embargo, Blaire había llegado al convencimiento de que no habría sido justo para Alik que ella hubiera aparecido de improviso con el niño. En primer lugar no deseaba despertar sospechas entre estudiantes y profesores, pero además, y más importante aún, tenía que concederle tiempo a Alik para poder asimilar la increíble noticia de que era padre. Solo el tiempo revelaría si la odiaba lo suficiente como para ocultar todo deseo de conocer a su hijo.
Alik era un hombre de fuertes pasiones e ideales. Y era, además, uno de los hombres más honrados que jamás había conocido. Fueran cuales fueran sus sentimientos hacia ella, jamás habría restado importancia a la noticia que ella acababa de darle.
Sin embargo, llevaban casi un año sin verse, y desde que ella rompiera el compromiso podían haber ocurrido muchas cosas. Para empezar, por ejemplo, Alik no estaba ya en el circuito de profesores invitados a conferencias en las universidades. Blaire no sabía nada sobre la naturaleza del proyecto que estaba realizando en ese momento, y mucho menos sobre su estado de ánimo.
Por mucho que la idea le resultara insoportable era posible que Alik estuviera manteniendo una relación con otra mujer. Podía incluso estar casado. Y si era así, era imposible imaginar el impacto que podía tener sobre su matrimonio la noticia de que tenía un hijo de una relación anterior. Cuanto más pensaba sobre las distintas posibilidades más se alegraba de haberlo preparado todo con antelación.
Pero ¿y si Alik no acudía a ver a su hijo?
Blaire se llevó la mano al cuello.
Si no iba a verlo, entonces significaba que después de haberlo sopesado todo cuidadosamente, Alik había decidido que lo mejor era no ver jamás a su pequeño. Y, si era ese el caso, Blaire había resuelto no cuestionar jamás tal decisión.
Lo más importante era concederle a Alik la oportunidad de conocer la existencia de Nicky. De ese modo ella se marcharía con la conciencia tranquila. Tomaría un avión al día siguiente con su bebé, y aquel sería su último adiós.
Nicky era el amor de su vida, su futuro. Su hijo sería el recuerdo constante de Alik y del gran amor que un día habían compartido. Blaire se consagraría a su hijo, dedicaría todo su tiempo a ser la madre más devota que pudiera imaginarse.
Llamó a la puerta de la habitación antes de abrir, tratando de evitar que la niñera se alarmase, y la vio sentada en un sillón con el bebé en brazos.
– Señorita Wood, ¿qué tal está Nicky?, ¿ha llorado mucho pidiendo el biberón?
– No, apenas se ha despertado, ha sido todo un caballerito. ¡Es un niño tan pequeño, y tan bueno! Esperaba que tardara usted más. No hay nada como un recién nacido, sobre todo este. Su padre debe ser muy guapo, con ese pelo negro tan rizado y esa piel aceitunada.
– Lo es -contestó Blaire aclarándose la garganta.
– Me dan ganas de tener más nietos.
– No sé cómo darle las gracias.
– No es necesario, comprendo perfectamente cómo se siente. Con el primer hijo se tiene miedo hasta de respirar, así que más aún de perderlo de vista.
– ¿Tanto se me nota?
– Es maravilloso ser madre por primera vez -rió la niñera tendiéndole al bebé-. Me alegro de haberle sido de ayuda.
– Y yo también.
Blaire sacó cincuenta dólares del bolso y los puso en la mano de la mujer.
– Oh, no, de ningún modo, eso es demasiado.
– No habría dejado al bebé solo de no haber sido necesario, pero ha sido reconfortante que haya estado con usted. Por favor, acéptelo junto con mi sincera gratitud.
– Gracias -contestó la niñera besando al bebé en lo alto de la cabeza antes de marcharse.
Blaire cerró la puerta y acunó a su hijo en los brazos.
– ¡Ah, qué bien estás! ¿Me has echado de menos tanto como yo a ti? -preguntó cubriendo de besos a su hijo-. Voy a llamar para pedir que me traigan la comida bien temprano. Apuesto a que para cuando la suban ya tendrás hambre. Ven con mamá.
Blaire descolgó el teléfono de la mesilla y pidió la comida. Apenas había tenido apetito desde el momento de subir al avión pero, después del milagro de encontrar a Alik y de hablar con él, estaba hambrienta.
Blaire bañó y vistió al bebé con un traje azul de una sola pieza mientras esperaba a que le subieran la comida. Para entonces el bebé ya había comenzado a hacer ruidos en señal de que estaba hambriento.
Gracias a los preparados de leche en polvo podía tener listo el biberón en cuestión de segundos. Nicky era tan bueno que ni siquiera ponía pegas si se lo daba a temperatura ambiente. Blaire se tumbó en la cama y le dio el biberón. Nicky había sido bendecido con un saludable y voraz apetito. Mientras devoraba el contenido del biberón, Blaire escrutó cada detalle precioso de su rostro y de su cuerpo.
Nicky no solo tenía el color de piel de su padre, sino que un día crecería y llegaría a ser tan alto como él. Blaire acababa de estar con Alik, y podía apreciar cada uno de los rasgos que compartía el niño con la bella y riquísima familia Jarman de Long Island, una familia de banqueros de buena posición social y buenas conexiones a ambos lados del océano.
Todos sus miembros tenían un aspecto inmejorable. Sobre todo la madre de Alik, una bella mujer de espléndidos cabellos negros heredados de sus ancestros griegos. Alik era quien más se parecía físicamente a ella. Pero, gracias a Dios, no se parecía en nada más. Alik había heredado la estatura de su padre, de ojos verdes, cabello rubio oscuro y origen inglés.
Los genes de los Regan solo parecían imponerse en Nicky en lo relativo a su carácter tranquilo, su hijo había heredado el alegre temperamento de su abuela. Por el momento, los ojos de Nicky eran aún de un azul velado: quizá hubiera heredado el tono grisáceo de Blaire. Solo el tiempo lo diría.
Habían llamado a la puerta del remolque en varias ocasiones desde que Blaire se marchara, pero Alik había hecho caso omiso. El golpeteo de las gotas de lluvia sobre el techo lo estaba volviendo loco. Alik terminó el segundo whisky escocés, pero el deseado estado de inconsciencia siguió sin llegar. Quizá, si se terminara la botella, ocurriera el milagro de que se desmayara.
Desde que Blaire le arrancara el corazón, Alik apenas había bebido una cerveza o un vaso de vino de vez en cuando. Desde el atroz instante en que ella rompiera su compromiso con aquella estúpida excusa de que él era demasiado mayor, Alik guardaba siempre algo fuerte a mano para casos de emergencia, como por ejemplo cuando, en mitad de la noche, la herida de su corazón sangraba y el dolor se le hacía tan insoportable que necesitaba un alivio inmediato.
Aquel era uno de esos casos de emergencia, solo que ni siquiera era medianoche. Maldita fuera Blaire por aparecer de improviso contándole aquella ridícula e inverosímil historia justo cuando el nuevo proyecto comenzaba a suponer para él un motivo para levantarse por las mañanas.
Alik arrojó el vaso vacío al otro extremo del remolque. Este golpeó la pared y fue a caer sobre el microscopio, cuyas lentes se desprendieron y rompieron. El hecho de destrozar un caro instrumento de trabajo, sin embargo, ni lo inmutó.
Aún podía ver los labios de Blaire formando las palabras, esos exquisitos labios rojos a los que había devorado en sueños una y otra vez sin poder evitarlo.
«Tenemos un hijo que nació el día diecinueve de agosto. Ahora tiene seis semanas, y fue bautizado con el nombre de Nicholas Regan Jarman».
¿Sería cierto que tenía un hijo, un niño de su propia carne? Alik sacudió la cabeza morena. ¡Dios! ¿Sería posible que Blaire le estuviera diciendo la verdad?
«Tienes derecho a saber que eres padre, sobre todo porque dentro de dos meses voy a casarme con otro hombre, que será quien críe a tu hijo».
Alik se puso en pie rabioso y dio una patada a unas revistas de geología. ¿Acaso Blaire había creído que era un completo estúpido?, ¿era eso lo que pensaba?
Sin duda Blaire se había quedado embarazada de su último novio, aquel por el que lo había abandonado a él al marcharse a Kentucky a dar un seminario y, tras nacer el niño, el muy bastardo del padre no quería saber nada. Probablemente habría amenazado a Blaire con retirarle su apoyo financiero, y por eso ella había decidido encasquetárselo a él, esperando que de ese modo él aportara fondos.
¡Ni loco!
Alik tomó la botella y sorteó obstáculos por el abarrotado remolque hasta llegar al dormitorio, pero le fue imposible escapar de ella, su recuerdo le reverberaba en la cabeza.
«Yo estoy hospedada en el Bluebird Inn de Warwick, y permaneceré allí hasta las once de la mañana de mañana, así que ya sabes dónde estoy si quieres ver a tu hijo».
La amargura de Alik había llegado a su punto culminante. Se llevó la botella a los labios y murmuró entre dientes:
– Puedes esperar hasta que el infierno se congele, cariño.
Antes de que acabara la botella ya se había desmayado.
Sumirse en el olvido significaba no tener que despertar jamás. Por desgracia, el corto respiro de Alik duró solo lo que el teléfono tardó en sonar. Desorientado en el oscuro remolque, Alik se pasó una mano por la barbilla y trató de sentarse. De pronto, vio la habitación. Se sentía endiabladamente mal, pero el teléfono seguía zumbándole en los oídos.
Alik trató de abrir los ojos para mirar el reloj. ¿Las ocho menos cuarto? Mareado, volvió a reposar la cabeza sobre la almohada. Eso significaba que llevaba diez horas fuera de combate.
Pero ¿qué podía esperar, tras beberse una botella de whisky escocés con el estómago vacío? El teléfono móvil estaba en la otra habitación. ¿Quién diablos podía dejarlo sonar veinte veces seguidas?
Blaire. Seguro. Debía estar desesperada, necesitaba dinero. Lástima que no se hubiera dado cuenta de quién era él antes de traicionarlo con otro hombre. Se habían acostado juntos solo una vez, la noche antes de que él partiera apresuradamente para Kentucky para impartir aquel seminario. Al enterarse de que ella era virgen, Alik había retrasado el momento de acostarse juntos hasta después de la boda, había querido hacerlo así desde el principio. Sin embargo, a la hora de partir para aquel último viaje, algo, quizá lo repentino del mismo, había hecho a Blaire vacilar, sentirse insegura. Aquella noche Blaire le había rogado que le hiciera el amor asegurándole que su ginecólogo le había dado la píldora en su visita prematrimonial, y a él no se le había ocurrido dudar.
En aquel momento, Alik se había sentido terriblemente seducido por su calidez y su belleza, se había sentido tan profundamente enamorado y lleno de deseo que ni siquiera había sido capaz de prever lo que se le iba a echar encima.
La noche en que hicieron el amor había sido la última vez que la había visto.
Hasta aquella mañana…
Si Blaire le había mentido, en lo relativo a la píldora, entonces el bebé podía ser de cualquiera, y exigía una prueba de ADN para creer que era de él.
Tambaleante, Alik se levantó de la cama y se dirigió a la ducha en donde dejó que le cayera el agua hasta estar seguro de poder caminar sin tropezar. La idea de comer le resultaba repulsiva, pero necesitaba meterse algo en el estómago vacío. Tostó una rebanada de pan y tomó dos tazas de café, y entonces comprendió que o mordía el anzuelo o se pasaría el resto de su vida preguntándose por el motivo de la visita de Blaire.
Por mucho que lamentara la idea de volver a verla, por mucho que detestara tener que estar en la misma habitación que ella, no podía dejar aquello sin resolver. No si quería vivir en paz el resto de su vida.
Era evidente que jamás conocería a la verdadera Blaire. Según parecía no era más que una mentirosa, una tunante que lo había arrastrado hasta el infierno con hilos de seda fabricados expresamente para él. Sin embargo el instinto le decía que, en lo relativo al niño, Blaire no mentía.
Lo único que tenía que hacer era destapar el farol.
Después, solo restaría escribir la palabra «fin» en aquella desastrosa historia y arrojarla a la papelera junto con el resto de sus amargos recuerdos.
Alik se cepilló los dientes, se puso un pantalón limpio y un polo y abandonó el remolque.
– ¿Profesor Jarman? ¡Espere!
Alik volvió la cabeza y se apoyó en el picaporte de la puerta para mantener el equilibrio.
– Hola, señorita Cali, ¿qué puedo hacer por usted?
La atractiva rubia, una estudiante graduada, estaba comenzando a ponerse en ridículo a sí misma.
– He estado tratando de ponerme en contacto con usted. Es viernes por la noche, y un grupo de estudiantes vamos a reunimos en el remolque de Peter para hacer una fiesta. Me han elegido a mí para venir a invitarlo.
– Son ustedes muy amables, pero me temo que tengo otros planes.
– La fiesta durará toda la noche -continuó la rubia poco dispuesta a rendirse-. Será usted bienvenido a la hora que sea.
– No piense usted que no aprecio la invitación, pero hace años que no voy a una fiesta, y no tengo intención de comenzar ahora. Buenas noches, señorita Cali.
– ¿Por qué no me llamas Sandy? -preguntó la estudiante siguiéndolo hasta su camioneta.
– Jamás llamo por el nombre de pila a las estudiantes en horario de clase -contestó él entrando en el vehículo y cerrando la puerta.
– ¿Y fuera de clase? -volvió a preguntar ella con descaro.
– Cuando se trata de una estudiante, jamás hay momentos «fuera de clase».
Aquella regla solo la había roto con Blaire, y había sido el peor error de su vida. Alik tenía la sensación de que se pasaría toda la eternidad pagando por ese error. Pero aquella noche, por fin, todo se dilucidaría.
Alik echó marcha atrás y pisó con fuerza el acelerador deseando casi que la agresiva señorita Sandy Cali mordiera el polvo y tomara buena nota de su respuesta. Con Blaire, en cambio, había sido todo al revés. Había sido él quien la había perseguido… hasta que ella se había dejado pillar…
Blaire había faltado al primer examen de su asignatura y había telefoneado a su despacho con la excusa de que no había podido presentarse por tener un fuerte constipado. Acostumbrado a las tretas de las estudiantes, que confiaban en su belleza personal a la hora de conseguir ciertos favores, Alik no la había creído y le había exigido que se presentara de inmediato ante él. Estaba dispuesto a hacerle un examen oral si el problema consistía en que no podía escribir.
Sin embargo, la despampanante estudiante pelirroja que se presentó en su despacho tenía realmente un fuerte constipado. Debía tener unos diez o doce años menos que él, y parecía débil, tenía las mejillas sonrosadas a causa de la fiebre.
Alik posó inconscientemente el dorso la mano sobre aquella mejilla despejada. Estaba ardiendo. Aquel ligero contacto sorprendió a Blaire, cuyos ojos grises se fusionaron con los de él. En aquel instante Alik sintió que una misma corriente los atravesaba a los dos.
– Perdona que no te creyera -susurró él bajando la mano-. ¿Cuándo has notado que comenzabas a estar constipada?
– Esta mañana.
– Debes sentirte fatal, deberías irte a la cama. ¿Cómo has podido venir en estas condiciones?
– En autobús.
Alik, escandalizado ante su propia falta de sensibilidad, contestó:
– Ha sido culpa mía. Yo ya he terminado las clases por hoy, así que te llevaré a tu casa.
– ¡Oh, no! -sacudió ella la cabeza-. Es usted muy amable, pero no será necesario. Ya que estoy aquí, preferiría que me dejara hacer el examen, luego me iré.
Blaire se mostró muy reservada a la hora de quedarse a solas con él, pero Alik había notado que una llama ardiente se había encendido en su interior. Lo sabía porque también se había encendido en lo más profundo de su ser. Era una energía invisible que los unía a los dos.
La respiración de Alik se había vuelto profunda, una vena palpitaba sin control en el cuello de Blaire. Alik sintió un deseo imperioso por posar sus labios sobre los de ella.
– Olvídate del examen, te llevaré a casa.
– Pero mis padres viven a veinte kilómetros del campus, está demasiado lejos. No puedo permitirlo.
Cuanto más se oponía ella, más decidido se mostraba él.
– Está bien, si no me permites arreglar esto personalmente, llamaré a un taxi.
– No, por favor, no tengo dinero para pagarlo.
– Yo lo pagaré, naturalmente.
– ¡Profesor Jarman…! -suspiró Blaire frustrada entonces, satisfaciendo enormemente a Alik.
– Mi nombre es Alik, y si vas a negarte a que te ayude deja al menos que llame a tus padres para que vengan a buscarte.
– Mi padre es el único que tiene coche, y ahora mismo está dando clase. Es profesor en un colegio, y jamás soñaría con interrumpirlo.
– Entonces solo queda la opción de que te acompañe en el autobús -alegó él poniendo los brazos en jarras y observándola tragar.
– ¿Y por qué iba a acompañarme?
– Porque con ese constipado puedes hasta desmayarte. Si empiezas a marearte, quiero estar presente. Admite que estás a punto del colapso.
– Sí, lo-lo admito -confesó ella tartamudeando, con lágrimas en los ojos.
Después de aquel tira y afloja, Alik abrió la puerta del despacho y apagó la luz.
– Vamos, tengo el coche aparcado en la parte de atrás, te llevaré a casa. Ahora mismo.
Alik sabía que, durante aquellos últimos segundos de vacilación, Blaire luchaba contra algo más que el mero deseo de no ser una carga. Todo su mundo cambió en el instante en que ella pasó por su lado rozándolo, rindiéndose. Aquel contacto accidental de las caderas de ambos fue como una lengua de fuego que sellara su destino.
Al ver de lejos la ciudad de Warwick, los tortuosos pensamientos de Alik desaparecieron dando paso al presente. Había mandado al infierno a Blaire Regan hacía mucho tiempo. Aquella bella y traicionera cobarde había terminado con su romance sin darle siquiera una explicación que pudiera hacérselo todo más sencillo. Y, para complicar las cosas un poco más, había huido sin dejar rastro. Al negarse a enfrentarse a él, Blaire le había negado la posibilidad de cerrar la herida de una vez por todas.
El mentón de Alik se endureció.
Aquella mañana, presentándose de ese modo en su remolque, Blaire había cometido un terrible error. Conocería el significado de la palabra crueldad ese mismo día, antes de que saliera el sol. Y sería ella la que lamentaría entonces que sus caminos se hubieran cruzado.
Alik se aferró al volante y giró entrando en el aparcamiento del Bluebird Inn.