En cuanto terminaron las noticias de las diez de la televisión, Blaire se dio cuenta de que había estado esperando algo que jamás iba a suceder. Miró a su hijo, acostado sobre una de las camas de la habitación, aún despierto. Parecía darse cuenta de que aquel día había sido diferente de los demás.
– ¡Qué triste que Alik no vaya a conocerte jamás, Nicky! -exclamó dejando caer las lágrimas por la mejilla-. No tienes ni la menor idea de lo maravilloso que es tu padre, Nicky. No hay nadie como él. Excepto tú, claro. Ruego a Dios para que crezcas igual que él. Y no estoy hablando de ese hombre tan enfadado al que he visto esta mañana, no -continuó Blaire enjugándose las lágrimas con la colcha que ella misma había tejido-. Me temo que ese hombre es el resultado de lo que yo le hice. Nunca me perdonará, ahora lo veo con claridad. ¿Por qué iba a perdonarme? No estoy segura de que yo hubiera podido sobrevivir si me lo hubiera hecho él a mí. Esta mañana, cuando entró en el remolque y me vio ahí, tenía todo el derecho a echarme de un puntapié, y sin embargo no lo hizo. Podía haberme llamado mentirosa. En realidad podría haberme llamado cualquier cosa que se le hubiera ocurrido. Podría haberme gritado tan fuerte que todo el mundo le oyera en la excavación. Y sin embargo se contuvo, porque es todo un hombre.
Blaire sentía que tenía un nudo en la garganta, pero a pesar de todo continuó hablando para el bebé:
– Le hice algo terrible, Nicky. Lo herí de la peor manera que se puede herir a un hombre. Y eso me destrozó a mí también. Pero no tenía más alternativa. No, ninguna…
Blaire se inclinó para besar al bebé en la punta de la nariz. Cada vez que miraba su rostro veía a Alik. Una y otra vez. Eran idénticos, pero Nicky en miniatura.
– Estoy convencida de que aquel día que me constipé y fui a su despacho todo fue obra del destino. Yo para entonces ya estaba medio enamorada de tu padre: el famoso, el brillante, el apuesto profesor Jarman. Todas las chicas de clase tenían fantasías sobre él, pero fui yo la que tuvo la suerte de entrar en su despacho para hacer aquel examen. Él fue terriblemente tierno conmigo -continuó Blaire sintiendo un escalofrío al recordar el contacto de su mano en la mejilla, cuando él la tocó para ver si tenía fiebre-. Después de llevarme a casa, me llevó la cena y flores. No tuve que hacer el examen hasta que no me encontré bien. Y, para entonces, ya estaba locamente enamorada de él, incluso olvidé el resto de mis clases. Pasábamos juntos todo el tiempo que podíamos. Por las noches paseábamos a lo largo de la playa hablando de nuestras vidas, y al final siempre acabábamos el uno en brazos del otro. Él compartía todos sus sueños conmigo. ¿Te lo imaginas? ¡Conmigo! Yo le contaba los míos. Y tú eras parte de esos sueños, Nicky. Tú, y el resto de la familia que algún día tendríamos. Tu padre había llevado una vida fascinante. Su origen privilegiado le había dado la oportunidad de obtener la mejor educación en el mejor de los colegios. Había vivido aventuras que lo habían llevado alrededor del mundo. Y lo más sorprendente de todo es que él se convirtiera para mí en todo mi mundo, y yo en el suyo. Me vi forzada a romper con él… -continuó Blaire con voz trémula, recordando el dolor de aquellos días en que él se marchó a dar aquel seminario-… pero siempre le estaré agradecida por haberme dejado embarazada de ti. Tú eres todo lo que me queda de él. Cuando volvamos a casa, jamás volveré a mirar atrás. Voy a criarte para que seas igual que él, para que seas un hombre magnífico como lo es él. Voy a dedicarte mi vida entera, cariñín. Vamos, vamos a desvestirte y a prepararte para ir a la cama. Mañana nos espera un largo viaje a San Diego. Necesitas dormir, y yo también.
Blaire se levantó de la cama para buscar el pijama de Nicky en la bolsa del bebé, y en ese momento sonó el teléfono. Debía de ser su madre que, preocupada, llamaba para enterarse de lo sucedido.
«No me ha ido demasiado bien, mamá».
Blaire dio la vuelta a la mesilla de noche y contestó.
– ¿Señorita Regan? Aquí Recepción. Ha venido un tal profesor Jarman que dice que usted lo está esperando.
Blaire sintió que el auricular se le escapaba de las manos y golpeaba el suelo. Lo recogió con manos temblorosas.
– Sí, lo estoy esperando. Por favor, dígale que suba.
– Muy bien.
«Dios».
Tras escuchar el click del teléfono, Blaire corrió al baño a retocarse el carmín de los labios. Sus cabellos necesitaban un buen cepillado tras jugar con el bebé, que no dejaba de tirarle del pelo.
El vaquero y el suéter azul de algodón que había escogido para ese día ya no le parecían adecuados, pero era demasiado tarde para cambiarse. Blaire escuchó unos golpes en la puerta que le resultaron familiares. Alik no llamaba como los demás. El corazón le dio un vuelco. Algunas cosas no cambiaban jamás.
Blaire se apresuró a salir del baño para abrir, pero tenía tanto miedo y estaba tan nerviosa que tuvo que detenerse a respirar y calmarse unos instantes.
Aquella mañana, con sus vaqueros y su camiseta, Alik le había parecido imponente, pero por la noche, afeitado y vestido con unos pantalones de sport y un polo azul marino que mostraban a las claras su devastadora masculinidad, Alik hacía palidecer de vergüenza al resto de los hombres.
Violenta al comprender que había dejado que su mirada se deleitara vagando por su figura, Blaire se apresuró a levantar la vista temerosa de encontrar en él la misma mirada helada que le había dirigido aquella mañana. Sin embargo, algo había captado la atención de Alik en esa ocasión. Miraba más allá de ella, por encima de su hombro, hacia el bebé vestido con un adorable trajecito amarillo.
Blaire vio cómo su pecho subía y bajaba, y después lo vio cruzar la habitación en un par de zancadas, pasando por su lado, hasta llegar a la cama. Cerró la puerta y se acercó despacio, esperando su reacción.
Alik se sentó sobre la cama junto al bebé con aquella gracia masculina suya inconsciente. Blaire contuvo el aliento observándolo inclinarse sobre Nicky y pasar la mano por sus cabellos rizados.
Su hijo no pareció molestarse especialmente cuando un completo extraño comenzó a desvestirlo. Nicky, con su apacible temperamento, dejó que Alik examinara cada rincón de su anatomía sin decir ni pío, desde los anchos hombros hasta los dedos cuadradotes y las largas piernas.
Todo en él, desde las largas y negras pestañas idénticas a las de Alik, que enmarcaban unos ojos aún turbios, hasta su belleza masculina de cabellos negros y piel aceitunada, pasando por la mandíbula cuadrada y las orejas pegadas a una cabeza perfecta, todo, gritaba el nombre de Jarman.
– ¡Dios mío… tengo un hijo!
La reverencia con la que se comportaba Alik, la extrañeza que delataba su voz ronca revelaba lo importante que era para él aquel momento. El corazón de Blaire comenzó a agitarse hasta estallar. Aunque lo hubiera hecho todo mal en la vida, ya nada tenía importancia: aquello lo había hecho bien. Blaire se aclaró la garganta y murmuró:
– Quizá ahora comprendas por qué no me atreví a llevarlo a la excavación. De haberlo visto la gente se habría dado cuenta de un solo vistazo de que…
– ¿Por qué no me dijiste que estabas embarazada? -exigió saber él sin dejarla terminar.
El lado tierno de Alik había desaparecido. Levantó al niño semidesnudo y lo tapó con la colcha sosteniéndolo contra su hombro. Luego se puso en pie, amenazador. Blaire dio un paso atrás al ver la ira en sus ojos.
– Cuando rompí nuestro compromiso, no sabía que… no sabía que estaba embarazada. Luego, cuando lo descubrí, pensé que lo mejor era no contártelo.
– ¿Por qué? ¡Maldita seas!
Alik hablaba sin elevar la voz. Quizá fuera esa la razón por la que sus reproches sonaban tan rotundos. Blaire enlazó las manos y contestó:
– Te dije que estaba tomando la píldora, pero el ginecólogo me dijo que debía haberlas tomado durante un mes antes de…
– Pero eso no explica por qué no me informaste de que llevabas a mi hijo en tu vientre.
Horrorizada ante aquella agresividad inesperada, Blaire buscó las palabras que pudieran calmarlo. Cualquier cosa excepto la verdad.
– Sabía cuánto me odiabas por haber roto así nuestra relación, mi comportamiento no tenía excusa posible, comprendí que había sido una cobarde. Y todo porque era demasiado inmadura para un hombre como tú. Por eso, dadas las circunstancias, no quise causarte más dolor.
Los rasgos de Alik se endurecieron. Aquello pareció avejentarlo a pesar de tener solo treinta y seis años.
– Y entonces, ¿por qué diablos has venido ahora?
Blaire luchó por contener el llanto que le provocaban sus amargos reproches. «Siento mucho lo que te he hecho, mi amor. Jamás podrás imaginarte el infierno que ha supuesto para mí. Jamás podré explicártelo».
– Porque al tener un niño me he visto obligada a tomar en consideración a otra persona aparte de mí. Antes de que naciera Nicky vivía como en un sueño. Sin embargo, cuando el médico lo dejó sobre mi vientre, de pronto me di cuenta de que en parte era tuyo. En ese momento decidí que vendría a traértelo en cuanto mi ginecólogo me permitiera viajar. No hubiera podido vivir ocultándotelo. Como padre de nuestro hijo, Dios te otorga el derecho a conocer su existencia. Rick… Rick está de acuerdo.
– ¿Rick? -repitió Alik palideciendo.
De no haberlo conocido mejor, Blaire habría jurado que estaba enfermo.
– Rick Hammond, mi novio -Dios mío, las mentiras crecían…-. Él sabe que estoy aquí, y por qué. Quiere ser un buen padre para Nicky cuando nos casemos. Es una buena persona, puedes confiar en él para ayudarme a criar a tu hijo.
Alik se había quedado inmóvil. Aquello hubiera debido bastar para que Blaire se diera cuenta de que era mejor callar, pero llevaba semanas ensayando aquel discurso, y necesitaba decirlo todo de corrido mientras aún tuviera agallas.
– Si… si quieres ver a Nicky de vez en cuando yo estoy dispuesta a arreglar contigo el tema de las visitas. Te daré mi número de teléfono -añadió acercándose a una cómoda para escribir el número en un papel-. Cuando Rick y yo nos casemos te daré el teléfono nuevo.
Al levantar la cabeza, Blaire se dio cuenta de que Alik había dejado al bebé sobre la cama. Atónita, observó que se había tumbado junto al niño y medía su fuerza. La risa profunda que salió de su garganta fue prueba de cuánto le deleitaba estar con su hijo. Blaire había soñado muchas veces con una escena doméstica como aquella entre padre e hijo, pero la realidad, por otro lado, era tan triste, que tuvo que luchar por contener las lágrimas.
– Alik…
Alik siguió haciendo lo mismo, y Blaire se preguntó si la había oído.
– ¿Qué ocurre? -inquirió él sin mirarla siquiera.
– Sé que todo esto ha sido un shock para ti, pero no es necesario que decidas hoy lo que vas a hacer. Si necesitas tiempo, yo lo comprendo.
– No necesito tiempo -respondió él directo-. Quiero la custodia de Nicky.
Era el turno de Blaire de quedarse helada. Era imposible que lo hubiera oído bien. Tenía que calmarse. Alik se enfrentaba a ella solo porque tenía que sacar de algún modo toda la rabia acumulada durante el año anterior. No debía tomar en serio sus palabras. Debía estar agotado, pero en cuestión de segundos se marcharía y todo habría terminado.
Blaire fingió no haberlo oído, buscó el pijama en la bolsa de los pañales y se acercó a recoger al bebé de la cama para llevarlo a la cuna. Sin embargo, Alik lo tema bien agarrado sobre su hombro.
– Tengo que prepararlo para llevarlo a la cama, Alik.
Él se quedó mirándola fijamente.
– Necesito tiempo para acostumbrarme a mi hijo. Aquí hay dos camas. Pareces cansada. ¿Por qué no te acuestas en esa de ahí? Yo cuidaré de él.
– ¡No seas absurdo! -gritó ella.
– Veo que has traído latas de leche en polvo -continuó él en un tono de voz normal, ignorando sus protestas-. ¿Lo has hecho para que yo pueda darle el biberón, o es que no le quieres dar de mamar?
La intimidad de aquella pregunta la pilló por sorpresa. Blaire no esperaba que él pensara en cosas como esa. De pronto, se ruborizó. Aquella reacción era ridícula teniendo en cuenta que habían pasado una noche entera haciendo el amor. Durante aquella noche la expresión «una sola carne» había adquirido un nuevo sentido, y el resultado de todo ello había sido Nicky.
– Le di de mamar en el hospital, pero Nicky desarrolló una erupción cutánea. El pediatra me dijo que era alérgico a mi leche, así que cambiamos al biberón. Cuando estoy en casa utilizo otra leche distinta, pero la de lata es más adecuada para viajar.
No poder dar de mamar a su hijo había sido una gran desilusión para Blaire, pero comparado con los problemas que tenían otras madres no tenía de qué quejarse.
– En ese caso podré darle el próximo biberón. Si no puedes dormir con la luz encendida apágala, a mí no me importa. Nicky y yo nos las arreglaremos a oscuras, ¿a que sí, hijo?
Aquel juego había llegado demasiado lejos. Blaire se sentó sobre la cama frente a él, inconsciente de que arrugaba el camisón con sus inquietas manos. Alik, ocupado tan solo de Nicky, que parecía animado y no dejaba de hacer ruidos, se negaba a mirarla.
– Se está haciendo tarde -añadió Blaire tratando de pensar rápido en una solución-. Le prometí a Rick que lo llamaría por teléfono antes de irme a la cama.
– Adelante, llama, el comportamiento de nuestro bebé ha sido perfecto por ahora. Es un buen momento para hablar. Rick tiene que saber que yo no renuncio a mis deberes como padre. Al contrario, pienso ejercer mis derechos y hacerme cargo de mi responsabilidad desde ahora mismo.
El tono de voz definitivo y resuelto que había empleado Alik la aterrorizaba. Blaire inclinó la cabeza.
– No puedes hacer eso. Él es mi hijo también, Alik.
– Me temo que eso tenías que haberlo pensado antes de entrar esta mañana en el remolque sin ser invitada. Si crees que voy a permitir que crezca llamando papá a otra persona y dejando que esa otra persona lo llame hijo es que no me conoces en absoluto, y yo, desde luego, no te conozco a ti. Excepto, por supuesto, por aquella noche, en que nos conocimos en un sentido bíblico -terminó hiriéndola hondamente de una nueva manera.
Blaire se deslizó de la cama y se puso en pie. Se sentía demasiado incómoda.
– ¿Por qué no te vas a casa y duermes toda la noche? Yo haré lo mismo. Por la mañana los dos nos encontraremos mejor, y podremos hablar durante el desayuno antes de que tome el avión.
La respuesta de Alik consistió en abrazar a su hijo y acariciar su cabeza. Nicky parecía sentirse perfectamente a gusto con él, pero Blaire sentía deseos de gritar.
– Sé que estás enfadado, Alik, tienes todo el derecho a estarlo -continuó ella tras una pausa-. Pero por favor, no nos peleemos a causa de Nicky. Él es un bebé inocente, y no merece más que lo mejor de los dos. Si tú deseas formar parte de su vida yo estoy dispuesta a dialogar para llegar a un acuerdo razonable contigo.
– Sí, voy a ser razonable -contestó él clavando la mirada en ella-. ¿Cuánto quieres por concederme los derechos exclusivos de su custodia como único padre? ¿Dos millones de dólares? ¿Tres? ¿Cuál es tu precio? ¿Por qué no lo hablamos con Rick? Estoy dispuesto a negociar siempre y cuando la cifra sea razonable.
– Mi hijo no está en venta a ningún precio -contestó ella sacudiendo la cabeza exasperada.
– Hace un segundo no hacías sino recalcar que se trataba de nuestro hijo -replicó él con una sonrisa sarcástica.
– ¡Basta ya, Alik!
– Has sido tú quien ha comenzado viniendo a Nueva York y presentándote así, con nuestro pequeño fait accompli. ¿Acaso creías que porque al final decidieras hacer lo correcto, viniendo aquí a decirme que había sido padre, iba yo a perdonarte tus faltas? -preguntó Alik con las venas del cuello hinchadas de la rabia-. Tenemos un hijo, pero no es una propiedad que podamos pasarnos el uno al otro cada vez que nos interese. Nicky es precioso. Perfecto. Y ya me has robado sus primeras seis semanas de vida. Es evidente que jamás me amaste, porque no quisiste casarte conmigo. Me negaste el derecho a verlo crecer en tu vientre durante nueve meses, y eso no voy a olvidarlo. Pero ya pasó. Ahora lo único que importa es que lo quiero. Pienso luchar por él, Blaire. Y sé que puedo ganar. Tengo amigos en las altas esferas, tengo el dinero que hace falta para conseguir lo que quiero. Espero haber dejado bien claro que quiero a mi hijo. Cuando llames a Rick, díselo de mi parte. Y, seamos sinceros, no importa cuan comprensivo se haya mostrado hasta este momento, si es un hombre, preferirá tener sus propios hijos. Toma -añadió sacando el teléfono móvil de su bolsillo y arrojándolo sobre la otra cama-. Yo pago. Pienso quedarme aquí toda la noche, así que si no quieres que escuche tu conversación tendrás que irte al baño y cerrar la puerta. Pero antes de que te vayas, pásame ese pijama para que se lo ponga al niño. Acaba de bostezar, y eso me recuerda que yo también tengo mucho sueño. Hoy ha sido un día muy duro para los dos, ¿verdad, hijo?
– ¡No puedes quedarte aquí, Alik!
– ¿Qué es lo que te preocupa? Te aseguro que no soy de esos que asaltan a las mujeres que no lo desean y que incluso abandonan a un hombre solo porque les resulta insoportable mirarlo. Recuérdaselo a Rick, cuando te diga que no aprueba el que pases la noche en la misma habitación que yo. Aunque, por supuesto, si es a ti a quien ofendo, ahora que llevas ese anillo, siempre puedes reservar otra habitación. Yo la pagaré.
– Pensé que al hacer ahora lo que debía, tú…
– No… -la interrumpió él con brutalidad-. Jamás has pensado en nadie que no fuera Blaire Regan. Sospecho que Rick es bastante más joven que yo, y que no aprecia mucho su apellido. Probablemente está suspirando por llevarte a la cama si es que no lo ha hecho ya, y rogando para que yo te proporcione el sustento económico que necesitas.
– ¡Cómo te atreves!
Aquellas palabras no le sirvieron de alivio ni siquiera mientras las profería. Alik tenía derecho a estar enfadado. El daño que le había hecho rompiendo su compromiso era mucho mayor de lo que ella había supuesto. De repente, se veía forzada a perpetuar una mentira sobre un novio que ni siquiera existía. Y todo para hacerle saber a Alik que tenía un hijo. ¿Qué había hecho? Si Alik luchaba por la custodia de Nicky, su familia se vería implicada en el asunto, y después de las amenazas de su madre, si ella descubría que el niño era hijo de Blaire…
Blaire se estremeció. Ni siquiera quería pensar en ello. La madre de Alik jamás aceptaría que Nicky fuera un Jarman. Solo el hecho de conocer su existencia crearía tal enemistad entre Alik y su familia que las cosas se torcerían y todo acabaría mal.
Y al final serían Alik y Nicky quienes acabaran destrozados. No podía hacerles eso, no podía dejar que eso sucediera. En aquel instante Blaire necesitaba la sabiduría de Salomón para saber a dónde ir, para evitar que se derrumbara todo en aquella precaria situación.
Se sentía enferma física y emocionalmente. Apagó la luz y se dejó caer sobre la cama para pensar. La precariedad de aquella situación, la falta de esperanza, era como una pesadilla que la sobrepasaba. Se volvió de espaldas a Alik, hundió la cara en la almohada y rompió a llorar.
Tras un instante Alik, con voz grave y masculina, dijo en medio de la oscuridad:
– Hubo un tiempo en el que esas lágrimas me habrían conmovido. Es una experiencia muy desagradable ver cómo te roban sin previo aviso lo que más aprecias en esta vida, ¿verdad, Blaire? Te debía esa experiencia desde hacía tiempo. ¿Sabías que por las noches solía permanecer despierto en la oscuridad, planeando diferentes formas de vengarme de ti? Me hubiera conformado con verte sufrir una décima parte de lo que sufrí yo. Poco podía imaginar que un día aparecerías en mi remolque para proporcionarme el instrumento perfecto con que devolverte la tortura.
Blaire, incapaz de soportar el dolor por más tiempo, se levantó y se apartó el pelo de la cara para decir:
– Puedes considerar tu venganza completa, Alik. Estoy dispuesta a ceder y a humillarme, no voy a perder a Nicky. ¡Es toda mi vida!
– ¿Quieres decir que Ricky no lo es?
– No del mismo modo -confesó Blaire con total sinceridad.
– ¡Pobre desgraciado! Blaire, deberías llevar un cartel advirtiendo del peligro que supone amarte.
Cada palabra de Alik terminaba de rasgar lo poco que quedaba de su ya destrozado corazón. Primero la familia de él, luego Alik. Ya no quedaba nada que salvar.
– Di tu precio -dijo Blaire al fin-. Lo único que te pido es que me prometas que no me llevarás a los tribunales por la custodia de Nicky -continuó. Si Alik lo hacía, su familia se enteraría-. Preferiría… estar muerta.
Un largo y tenso silencio llenó la habitación. El bebé debía haberse dormido en brazos de Alik, porque no hacía el menor ruido.
– Esa proposición es interesante -musitó él con voz sedosa-. Deja que lo piense, te contestaré por la mañana.
La satisfacción que delataba su voz la aterrorizó. Blaire se pasó las siguientes tres horas despierta, atormentada tratando de adivinar cuál sería la respuesta de Alik. Él y el niño, en cambio, se durmieron. La única solución sensata era que Alik le pidiera que vivieran en la misma ciudad. De ese modo, podrían compartir la custodia del niño.
Pero si él la obligaba a ello, entonces la fantástica historia sobre su novio se vendría abajo. Se vería forzada a inventarse un nuevo final para la historia de Rick: que no había querido trasladarse de San Diego, y que por eso habían roto su compromiso. Blaire imaginaba las burlas de Alik si le contaba esa historia.
«Pues ya van dos, Blaire. ¿Cuántos compromisos más vas a romper antes de que los hombres se den cuenta nada más mirarte de que es mejor salir huyendo?».
Para cuando Nicky comenzó a hacer ruidos exigiendo su biberón, Blaire ya se había hecho a la idea de mudarse a Warwick y alquilar un apartamento. El trabajo de Alik los llevaría de una ciudad a otra, pero fuera lo que fuera lo que tuviera que hacer por su hijo, merecía la pena.
En cuanto a los padres de Alik, no tenían por qué saber nada de aquel niño. Gracias a Dios Long Island estaba demasiado lejos como para que el hecho de que la vieran por la ciudad supusiera una amenaza.
Blaire se levantó, encendió la luz y preparó el biberón de Nicky. Cuando se dio la vuelta vio que Alik estaba justo detrás de ella, con el bebé sobre un hombro.
– Quiero darle el biberón, enséñame.
Alik estaba demasiado cerca. Podía sentir su calor corporal. La fragancia del jabón que usaba en la ducha, y que le resultaba tan familiar, emanaba de su cuerpo bronceado asaltando sus sentidos. Sus ojos entornados le recordaban la forma en que solía mirarla cuando despertaba su pasión. Atemorizada, Blaire corrió a buscar la bolsa del bebé.
– Primero hay que cambiarle de pañal -contestó ella-. Túmbalo en la cama, sobre la colcha, para poder hacerlo bien.
Los siguientes minutos transcurrieron dándole lecciones sobre el bebé. Alik escuchaba sus explicaciones con mucha atención, hasta el detalle. El profesor Jarman siempre había sido un perfeccionista, y por supuesto iba a seguir siéndolo con su bebé.
Blaire vio de reojo el brillo de su mirada. Revelaba un orgullo inmenso en aquel niño que, a su modo, era perfecto. Cuando Alik logró al fin ponerle la camisita limpia y el pijama, Blaire le sugirió que se sentara en la cama sosteniendo a Nicky con el brazo izquierdo. A juicio del propio Nicky, que gemía por su comida, Alik había tardado demasiado en vestirlo.
Blaire apartó la vista de Alik y colocó sobre su hombro una nana limpia con cuidado de no tocarlo. Temía no poder parar. Luego le pasó el biberón.
– Vamos, ahora méteselo en la boca, él hará el resto. Cuando se haya bebido una tercera parte lo levantas y lo apoyas sobre el hombro dándole golpecitos en la espalda para que eche el aire. Luego, para cuando se termine el biberón, ya se habrá quedado dormido. Lo pones otra vez sobre el hombro y lo acuestas en la cuna. Pero asegúrate de que lo pones boca arriba. El médico dice que podrían evitarse muchas muertes infantiles acostando a los bebés en esa posición.
Blaire se quedó de pie, observando. Nicky buscaba la tetina del biberón con frustración, incapaz de alcanzarla.
– Métesela en la boca, Nicky no es de porcelana -añadió a modo de consejo.
Alik metió la tetina en la boca del niño y este comenzó a devorar la leche. Bebía tan deprisa y con tanto ansia que hacía mucho ruido. Alik se echó a reír, y sus carcajadas llenaron la habitación. Blaire no pudo evitar sonreír.
– Ya ves, tiene tanto apetito como tú -luego, temerosa de delatarse a sí misma revelando sus sentimientos, se fue a la otra cama-. ¿Quieres que deje la luz encendida o apagada?
– Encendida -murmuró él-. Aún me cuesta creer que el bebé sea real, y no digamos creer que es el fruto de una noche de placer contigo -Blaire sintió un delicioso estremecimiento recorrerla, como si sus palabras le hicieran cosquillas-. Creo que podría pasarme toda la noche mirándolo. Tiene tus ojos y tus cejas. Y tu boca, en miniatura. Hasta yo, que no lo veo con objetividad porque soy su padre, me doy cuenta de que es un milagro viviente porque tú eres su madre. Me has dado un tesoro inapreciable teniendo en cuenta que me odias. Es un gesto tan noble por tu parte, que a cambio estoy dispuesto a hacer un trato contigo -continuó Alik sarcástico-. Pero no habrá negociación. O lo aceptas, o me llevo a Nicky para siempre.
Había llegado el temido momento, reflexionó Blaire clavando las uñas en la colcha en silencio. Alik continuó:
– Te quedarás a vivir conmigo en el remolque durante un mes. En camas separadas, por supuesto. Necesito tiempo para acostumbrarme al bebé y a sus rutinas, y para que él se acostumbre a mí. Cuando acabe el mes, si has cumplido tu parte del trato y me has ayudado a entablar una relación íntima con nuestro hijo, hablaremos de la custodia compartida. En caso contrario te llevaré a los tribunales, y te aseguro que la lucha será tan dura que desearás no haberla comenzado -prometió con una fiereza que Blaire jamás había escuchado en él-. Ese es el trato. Si a tu novio no le gusta la idea de separarse de ti, lo siento. Comparado con los nueve meses que llevo yo separado de mi hijo, eso no es nada.