Keely estaba fuera de la sala del juez de paz, apretando el ramillete de rosas blancas, tratando de serenarse. No había esperado ponerse tan nerviosa. La decisión de casarse con Rafe había sido sencilla. Pero no había tomado conciencia de la trascendencia de dicha decisión hasta ese instante. En menos de una hora sería la señora de Rafe Kendrick. El estómago se le revolvió y sintió una arcada.
– Dios -susurró Keely.
– ¿Qué pasa? -preguntó Rafe. Estaba tranquilamente sentado en un banco de madera, mirándola dar pasos de un lado a otro.
– Nada.
– Pareces un poco pálida.
– Estoy bien -insistió Keely.
– Cariño -Rafe le agarró una mano-, ¿por qué no te sientas y te relajas? Todavía falta un rato.
– ¿Que me relaje? -preguntó ella casi histérica-. Es el día de mi boda. ¿Cómo voy a relajarme? ¿Por qué no estás tú nervioso? Eres el novio. ¿No se supone que deberías estar arrepintiéndote en estos momentos? ¡Deberías vomitarme tú en los zapatos!
Rafe tiró de Keely para que se sentara a su lado.
– No, no estoy nervioso. Me voy a casar con la mujer a la que quiero. ¿Por qué iba a arrepentirme?
– ¡Porque es lo que hacen los novios! – contestó Keely justo antes de sentir otro acceso de vómito-. Dios…
Rafe maldijo con suavidad, le puso una mano en la nuca y le agachó la cabeza con delicadeza.
– Respira -dijo y soltó una risilla.
– ¿De qué te ríes? -preguntó Keely.
– ¿No fue así como empezamos? Tiene una simetría perfecta, ¿no crees? -contestó mientras le acariciaba la espalda-. Si no quieres que lo hagamos hoy, siempre podemos volver cualquier otro día. La licencia vale para tres meses.
Quizá se habían precipitado un poco. Keely siempre había luchado contra su naturaleza impetuosa, ese gen dominante que por fin entendía le venía de los Quinn. ¿Cuántas historias le habían contado en las anteriores semanas sobre las cosas tan arriesgadas e impetuosas que habían hecho sus hermanos? Y ella no hacía sino seguir el ejemplo.
Por otra parte, se estaba casando. Era la decisión más importante de su vida. Quizá debería haberse tomado algo más de tiempo para planear una boda de verdad y darse la oportunidad de acostumbrarse a la idea.
– ¿Tú quieres que nos casemos hoy? -le preguntó entonces.
– Yo quiero lo que tú quieras, Keely -dijo Rafe tras levantarle un momento la barbilla para poder mirarla a los ojos-. Tengo la sensación de que te he presionado demasiado. Quizá deberíamos esperar a que se lo hayas dicho a tus padres. Deberían estar aquí.
– Un momento estupendo para dar marcha atrás -murmuró ella-. Me he comprado un vestido, has planeado una luna de miel y…
– Puedes reservar el vestido, conservaremos la tarta en la nevera y nos iremos de vacaciones, en vez de de luna de miel. No cambiará mis sentimientos. Te quiero y estoy dispuesto a esperar si es lo que decides.
– No -Keely se incorporó, respiró profundo-. Estoy preparada. No hay motivo para esperar.
– ¿No quieres que tu madre asista a la boda y que tu padre te acompañe al altar?
Siempre había soñado con la boda de los cuentos de hadas: el vestido blanco precioso y la iglesia llena de flores, los amigos y familiares reunidos y la marcha nupcial sonando en el órgano mientras avanzaba por el pasillo hasta el altar.
– No es posible. Ya lo he aceptado.
La puerta de la sala se abrió y salió un funcionario:
– Matrimonio Kendrick y Quinn. A continuación.
Keely se puso de pie al instante, se alisó la falda. Rafe se incorporó también, le agarró la mano y se la puso en el brazo. Luego miró el vestíbulo.
– Supongo que ha llegado el momento – comentó.
Entraron y encontraron al juez Williams esperándolos. Estrechó la mano de Rafe y se presentó a Keely.
– Bueno, aquí estamos. ¿Por qué no pasáis a mi despacho?, ¿tenéis testigos?
– Teníamos -Rafe miró a Keely-. Debería llegar en cualquier momento. No sé qué le habrá pasado a Sylvie para retrasarse.
– El funcionario puede ser testigo, ¿no? – preguntó Keely-. O podemos salir y buscar a alguien fuera.
– Si queréis -contestó el juez-. Aunque podemos esperar un poco. No tengo que volver al tribunal hasta dentro de un cuarto de hora. La ceremonia solo dura tres o cuatro minutos.
Keely tragó saliva. El acontecimiento más importante de su vida se reducía a tres o cuatro minutos. De alguna manera, había esperado que fuese mucho más… grandioso, majestuoso. Contuvo la respiración. ¡Pero las cosas eran como eran! Y ya que había decidido casarse con Rafe, no permitiría que nada se lo impidiera. Ni siquiera la falta de testigos.
– No, prefiero que procedamos.
El juez Williams hizo una señal al funcionario y este volvió segundos después con una pareja de ancianos. Eran los Swanson, casados desde hacía cincuenta y dos años. La pareja se colocó en la parte del fondo de la sala y esperó. El juez abrió un libro.
– Queridos amigos, nos hemos reunido aquí en presencia de estos testigos para unir en matrimonio a este hombre y esta mujer.
Keely trató de escuchar las palabras de la ceremonia, pero todo estaba sucediendo demasiado rápido. Quiso pedirle al juez que fuese más despacio, o que parara incluso, para darle tiempo a asimilar la experiencia. ¿Pasaban todas las novias por esa sensación surrealista, como si se tratara de la boda de otra persona?
– ¿Alguien en la sala tiene alguna razón por la que estas dos personas no deban casarse? – preguntó sonriente el juez, mirando hacia los Swanson. Estos negaron con la cabeza-. Lo imaginaba.
De pronto, la puerta se abrió y Conor Quinn irrumpió en la sala.
– Yo me opongo -dijo-. ¿Es demasiado tarde?
Dylan lo seguía de cerca, vestido con el uniforme de bombero, seguido a su vez de los gemelos, y luego Liam y Brendan.
– Lo siento, juez Williams -se disculpó el funcionario-. No he podido pararlos.
– Nos oponemos a esta boda -gritó Brendan. Luego se giró a Conor-. ¿O ya te has opuesto tú?
El juez Williams frunció el ceño antes de dirigirse a Keely y a Rafe.
– Se están oponiendo.
– Siga -dijo ella-. No les haga caso. Solo son mis hermanos. Sabíamos que se opondrían. Por eso no los habíamos invitado a la boda.
– Me temo que estoy obligado a escucharlos -dijo el juez. Carraspeó-. ¿Por qué motivo se oponen?
– Porque no creo que mi hermana deba casarse hoy -contestó Conor.
– Estoy de acuerdo -dijo Fiona, haciéndose hueco de pronto entre los hermanos-. No me parece una buena idea, Keely.
– No lo es -añadió Seamus.
– ¿Qué estáis haciendo aquí? -Keely maldijo en voz baja-. ¿Cómo sabíais dónde encontrarnos?
– Llamé a tu madre anoche -reconoció Rafe-. Y hace una hora le pedí a Sylvie que avisara a Seamus y a tus hermanos.
– ¿Por qué? -exclamó asombrada Keely y le pegó con el ramillete en un hombro-. ¿Por qué has intentado arruinar nuestra boda adrede?
– Porque son tu familia, Keely, y deberían estar aquí, se opongan o no.
– Pero no quieren que nos casemos -dijo ella-. Ni hoy ni nunca.
– Creo que se merecen saber que has decidido casarte -Rafe se encogió de hombros-, No quiero casarme en secreto, Keely. Quiero que vivamos sin tener que estar escondiéndonos.
Era verdad, pensó ella. Esa no era forma de empezar el matrimonio, como dos fugitivos, sin que nadie lo supiera. Casarse con Rafe la hacía feliz y quería que todos lo supieran. Keely suspiró antes de girarse hacia su familia.
– Gracias por venir. Entiendo por qué habéis intentado parar nuestra boda, pero no servirá de nada. Voy a casarme con Rafe. Lo amo y quiero pasar el resto de mi vida con él. Ahora, o lo aceptáis y aceptáis a Rafe o me veréis mucho menos en adelante. Es vuestra decisión -Keely agarró la mano de Rafe y le dio un pellizco-. Si apoyáis nuestra decisión, estaremos encantados de que os quedéis al resto de la ceremonia. Si no, os agradecería que os marcharais.
Todos se quedaron callados, como niños arrepentidos en el colegio. Keely pensó que se irían, pero, por fin, Conor dio un paso al frente.
– Si Kendrick es el hombre al que amas, supongo que tendremos que aprender a…
– Tolerarlo -completó Dylan.
– Quizá hasta llegue a caernos bien -añadió Liam.
– Pero nunca lo querremos, de eso olvídate -terminó Sean.
– Pero deberías tener una boda de verdad, Keely -dijo Conor tras acercarse a ella y agarrarle una mano-. En una iglesia, con un cura y todos tus amigos y toda la parafernalia. Te lo mereces. Eres nuestra única hermana.
– ¿Tú qué dices? -le preguntó Keely a su madre.
– Sería más feliz si tuvieses la boda con la que siempre has soñado… aunque sea con un hombre al que apenas conoces. Eres mi única hija y quiero que lo hagas como es debido. En una iglesia, con un cura -Fiona se giró hacia el juez Williams-. No es que tenga nada en contra de usted. Estoy seguro de que será muy competente encarcelando delincuentes. Pero estamos hablando de mi hija.
– Y a mí me gustaría llevarte del brazo al altar -añadió Seamus tras aclararse la garganta.
La puerta de la sala se abrió de nuevo y entraron Olivia, Meggie y Amy, seguidas del funcionario. Este miró al juez con cara de frustración, salió y cerró la puerta.
– Tengo entendido que se está celebrando una boda -dijo Olivia-. Pensaba que un buen marido invitaría a su esposa para acompañarlo.
Keely sonrió a las tres mujeres. Aparte de Rafe, eran las tres únicas personas que apoyaban de verdad su decisión. Y ya que estaban todos juntos, se sentía más decidida todavía a seguir adelante con la boda.
– Os agradezco a todos vuestro interés y entiendo lo que sentís -le dijo Keely a Conor-. Pero mi boda es mi boda. Y aunque no es la ceremonia perfecta, ahora que habéis venido se parece más a lo que siempre había soñado. Voy a casarme con Rafe hoy. Aquí y ahora.
Conor dio un paso adelante y le tendió la mano a Rafe. Este sonrió, la aceptó y se la estrechó con fuerza. Uno a uno, el resto de los hermanos hicieron lo mismo. Luego llegó el tumo de Olivia, Meggie y Amy, que se acercaron a dar un beso en la mejilla a la novia.
Por último, la madre de Keely se puso a su lado y se dirigió al juez:
– Creo que ya hemos resuelto el tema de las objeciones -dijo Fiona-. Proceda, por favor -añadió y el juez se aclaró la garganta antes de hablar.
– Una vez más, ¿alguien en la sala tiene alguna razón por la que estas dos personas no deban casarse? -el juez hizo una pausa, miró a cada uno de los hermanos, luego a los padres. Todos negaron con la cabeza. Abrió la boca para continuar, pero Rafe lo interrumpió en el último momento.
– Yo tengo una razón -dijo con suavidad-. No creo que debamos casarnos hoy.
– ¿Por qué? -preguntó desconcertada Keely.
Rafe le agarró una mano y la instó a que lo acompañara hacia la puerta.
– Si nos disculpáis un momento. En seguida volvemos -se excusó. Cuando salieron de la sala. Rafe cerró la puerta. Luego invitó a Keely a sentarse y tomó asiento a su lado, agarrándole las manos-. No creo que debamos casarnos hoy.
– ¿No quieres casarte conmigo? -preguntó ella al borde de las lágrimas.
– Por supuesto que sí. Pero no hoy. Cariño, lo ha dicho tu madre. Esta no es la boda con la que siempre has soñado. Y tú también lo has dicho: no es perfecta. Te mereces esa boda perfecta, en una iglesia, con un cura y un velo muy largo. Y quiero darte todo eso.
– Pero una boda así hay que planearla con mucho tiempo.
– No necesariamente. Y ahora que cuentas con el apoyo de tu familia, quizá debamos tomarnos unos días más y hacer las cosas bien. Las flores, el vestido, un esmoquin para mí, alguna dama de honor. Hasta mi madre podría venir.
La idea le gustaba. Quizá era eso lo que echaba en falta en esa ceremonia.
– Supongo que tienes razón. Será un poco más caro planearlo todo tan rápido, pero ahora que mi familia nos respalda, ¿por qué no? – Keely sonrió y le dio un abrazo-. Entonces, ¿cuándo nos casamos?, ¿en junio? Una boda en junio estaría bien.
– ¿Qué tal dentro de una semana? Podemos retrasar un poco la luna de miel. ¿Puedes organizarlo todo tan deprisa? Por el dinero no hay problema.
Keely asintió con la cabeza, cada vez más emocionada. ¡No tendrían que esperar!
– Sí. Hasta me dará tiempo a hacer una tarta grande. Tengo el diseño perfecto. Y podríamos celebrar el banquete en el pub. Bien decorado, estaría perfecto.
– Entonces hecho -Rafe le dio un beso dulce en los labios-. Supongo que debemos decírselo a tu familia.
– Podíamos dejarlos ahí, preguntándose qué está pasando -dijo ella perversamente.
– Eso es un poco impulsivo, ¿no te parece? -Rafe se puso de pie y le dio una mano para ayudarla a levantarse también ella.
– Pero se lo merecerían, por todo lo que nos han hecho pasar -Keely miró al funcionario, que simulaba estar trabajando, en vez de tratando de oírlos-. Disculpe, ¿puede decir a toda la gente de la sala que no nos vamos a casar hoy?
– ¿No?
– No. Y cuando hayan asimilado la información, pídales que hagan un hueco en la agenda para el sábado de la semana que viene -contestó Keely. Luego rodeó a Rafe con un brazo y echó a andar hacia la salida del ayuntamiento-. Vámonos, tenemos una boda que planear.
Estaban en medio del círculo de piedras, dados de la mano, mirando las nubes de algodón que pasaban por el cielo.
– Es un sitio mágico. Lo noté la primera vez que vine -dijo Keely. Miró a su marido, se puso de puntillas y le dio un besito rápido-. Y un lugar perfecto para la luna de miel.
Lo cierto era que todo había sido perfecto, desde el momento en que había ido al altar de la capilla del brazo de su padre hasta ese otro, de pie junto al acantilado, en el mismo lugar donde todo había empezado meses atrás.
Había tenido a Amy, Meggie, Olivia y Sylvie Arnold como damas de honor y Rafe había escogido a Conor como padrino. La capilla se había llenado de rosas fragantes y velas de cera. Se habían casado a las siete de la tarde y, después de la ceremonia, habían disfrutado de un banquete estupendo en el Pub de Quinn. Había habido baile y brindis de champán, todos celebrados por los clientes que iban apareciendo. Seamus había reído y bromeado y hasta había sacado a su madre a la pista de baile. Y la tarta había sido una obra de arte. Todo había sido perfecto.
– ¿En qué piensas? -murmuró Rafe.
– Nuestra boda -Keely suspiró-. Lo maravillosa que fue.
– Fue fantástica -dijo estrechándola entre los brazos-. Ojalá que la luna de miel fuera mejor.
– ¿Qué quieres decir? -Keely lo miró a la cara-. ¿No estás contento?
– ¿No hace demasiado frío? Debería haber consultado el tiempo antes de sorprenderte con este viaje a Irlanda.
Aunque estaban casi bajo cero, a Keely no le importaba.
– Rafe, llevamos cuatro días y es la primera vez que salimos de la habitación -dijo ella. Rafe había alquilado la suite más lujosa del castillo Waterford y se habían pasado la mayor parte de los días acurrucados en el sofá, frente a la chimenea, y haciendo el amor por las noches en una cama gigantesca-. Es el mejor sitio donde podíamos estar.
– ¿Entonces estás loca de alegría?
– Totalmente. He tenido la boda con la que siempre había soñado, estoy casada con el hombre al que amo y mi familia se ha reunido. ¿Qué más puedo pedir?
– Se me ocurren algunas cosas -dijo Rafe.
– ¿Por ejemplo?
– Me gustaría tener niños.
– ¿De verdad? -Keely sonrió-. No lo habíamos hablado. Supongo que había dado por sentado que esperaríamos.
– ¿Quieres esperar?
– No necesariamente. Quiero tener una familia grande. He crecido como si fuera hija única, igual que tú, y siempre quise tener tres o cuatro hermanos… o cinco.
– Serás una madre estupenda. Y yo un padre terrible. Ya solo nos falta el bebé. Keely rió y le dio un abrazo.
– Tu dinero puede acelerar la preparación de una boda. Rafe, pero por mucho que te empeñes, los bebés tardan nueve meses.
– Entonces tendremos que ir poniéndonos manos a la obra -Rafe agarró la cremallera del abrigo de Keely y empezó a bajarla.
– ¿Qué?, ¿aquí?
– ¿Por qué no? -Rafe miró a su alrededor-. Hemos hecho el amor en el baño del avión mientras veníamos. Y fue idea tuya, por si no lo recuerdas. Este sitio es mucho más íntimo. Solo hay alguna vaca y un par de gaviotas. ¿No te estarás volviendo tímida ahora que estás casada?
Keely lo agarró por el abrigo y tiró hacia ella.
– ¿Me está desafiando, señor Kendrick?
– Es posible, señora Kendrick.
– Pues ten cuidado, porque si me buscas, me vas a encontrar -Keely le dio un beso y después le pegó un empujón y echó a correr, escondiéndose y dejándose ver entre las piedras del círculo.
Al marcharse de Irlanda la primera vez, Keely se había preguntado si su vida volvería a ser igual, si llegaría a saber quién era de verdad. Era la mujer que amaba a Rafe Kendrick y que lo amaría el resto de la vida. Era la hija y la hermana que había reunido a su familia después de tantos años de separación. Y, algún día, pronto, sería una madre.
Pero, sobre todo, era una Quinn, descendiente de una larga rama de increíbles Quinn, valientes e inteligentes. Keely sabía que, a lo largo de los años, seguiría volviendo a Irlanda de tanto en tanto para empaparse de la magia de una tierra que había aprendido a amar.
Sí, era una Quinn. Y allí, en ese lugar, en ese instante, se sentía la más increíble de toda la familia Quinn.