Capítulo Nueve

Ned Landers les aconsejó a Reed y a Elizabeth que siguieran con sus vidas normalmente. Eso ayudaría a que se los viera como padres adecuados.

También les había recomendado que siguieran con el plan de hacer una fiesta para el aniversario de su boda, pero Elizabeth había dejado de ocuparse de ello y la había dejado en manos de su vecina y organizadora de la fiesta, Amanda Crawford. Según el abogado, aquello les haría parecer una familia con una red de amigos y familia extensa, algo que también los ayudaría con su imagen de padres.

Hanna se había ofrecido a cuidar a Lucas durante la noche de la celebración de su aniversario, y por alguna razón Reed había insistido en que Joe Germain pasara la noche en el ático también.

Hanna no había estado muy conforme con ello, hasta que Joe había llegado y ella le había echado el ojo al alto y atractivo chófer y guardaespaldas.

– Gracias por venir, Joe -dijo Reed.

Joe asintió y saludó con un asentimiento de cabeza a Hanna.

Hanna se fijó en él cuando éste se dio la vuelta.

Elizabeth le dio un codazo a su amiga.

– Tranquila, chica. No creo que tenga permiso para darse el lote con una chica en horas de trabajo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Debería estar en el libro de instrucciones o algo así.

Hanna se rió. Luego miró el vestido rojo de Elizabeth.

– Estás estupenda -dijo.

Hanna agarró a Lucas de brazos de Elizabeth.

– Hay un par de biberones en el frigorífico.

– Sí, mamá -bromeó Hanna.

Elizabeth pensó inmediatamente en Heather.

– Lo siento -dijo Hanna.

– Está bien. Supongo que tenemos que seguir adelante. Y soy yo la primera que debo hacerlo…

– Lo estás haciendo muy bien -afirmó Hanna.

Elizabeth se sintió reacia a dejar a Lucas.

– No sé cómo hacen los padres normalmente…

– Estoy entrenado en seguridad en incendios, primeros auxilios, conducción defensiva y combate cuerpo a cuerpo -dijo Joe.

Reed sonrió.

– ¿Ves? No tienes que preocuparte de nada.

– ¿Sabes cambiar pañales? -preguntó Hanna bromeando.

– Lo que haga falta -respondió Joe agarrando a Lucas de manos de Hanna y poniéndoselo contra su hombro como si hubiera hecho aquello toda la vida.

Elizabeth pensó que Hanna parecía fascinada por Joe.

Reed le tomó la mano y se dispusieron a partir.

– ¿Es soltero Joe? -preguntó Elizabeth en voz baja.

– Creo que sí. ¿Por qué? -preguntó Reed.

Elizabeth miró a su amiga. Esta parecía haber entrado en su más profunda fantasía.


Vivian Vannick-Smythe estaba de pie con un sombrero de plumas diciendo algo sobre el Organismo regulador del mercado de valores a Reed, mientras él miraba a su alrededor buscando a Elizabeth. Entonces la vio bailando con el príncipe Sebastian. Este la estaba apretando demasiado para su gusto. Pero sabía que el hombre se iba a casar pronto con su ayudante Tessa Banks, así que no le dijo nada.

– Creo que la reputación de todo el edificio está en juego -dijo Vivian-. Y yo en tu lugar…

– Tú no eres yo -dijo Reed.

Vivían tomó aliento y siguió.

– Si estuviera en tu lugar, haría todo lo que estuviera a mi alcance para terminar con este asunto cuanto antes.

– ¿Y no crees que estoy haciendo eso? -replicó Reed.

– Tienes que pensar cómo proteger a tu familia, a tus amigos y a tus vecinos…

Reed no le prestaba demasiada atención, en realidad.

De pronto, oyó una voz familiar.

Era su padre.

Anton miró a Vivian hasta que ésta murmuró algo y se marchó.

– Elizabeth tiene buen aspecto.

– Lo lleva lo mejor que puede.

– Está ocupándose de su sobrino, ¿no?

– De nuestro sobrino -lo corrigió Reed.

– Sí, claro. Y hay abuelos en la escena también, ¿no?

– ¿Te refieres a los Vance?

– Comprendo que quieran criar al niño.

– Lucas, se llama Lucas. Y nosotros somos sus guardas legales.

– ¿Crees que eso es sensato? -preguntó su padre.

Reed se sintió molesto.

– No es cuestión de ser o no sensato. Lucas es responsabilidad nuestra.

– A no ser que los abuelos ganen el juicio.

– No lo harán.

– Me pregunto si te lo has pensado bien -dijo su padre.

Reed esperó a ver adonde quería llegar Anton.

– ¿Has pensado en el impacto que… que este sobrino…?

– Lucas.

– ¿… tendrá en tus futuros hijos?

– Por favor, dime que no estás sugiriendo…

– No es hijo tuyo.

– ¿Te preocupa su pedigree? ¿Por su herencia?

Anton lo miró con dureza.

– Voy a adoptar a Lucas. Tendrá el mismo derecho legal que pueda tener un futuro hijo mío si lo hay -afirmó Reed.

– Él será tu hijo mayor. El heredero de los Wellington.

– Sí, ¿y qué?

– No puedo permitir…

– No puedes hacer nada para detenerme. Y créeme, es mejor que no lo intentes, por tu propio interés.

Reed se dio la vuelta y se alejó.

– ¿Reed? -Collin apareció a su lado.

– ¿Dónde está la barra más cercana?

Collin se la señaló y Reed caminó en esa dirección.

– Han puesto fecha para el juicio en California -dijo Collin-. Es dentro de tres semanas.

– ¿Qué dice Ned Landers?

– Está un poco preocupado por la relación que existe entre Lucas y los Vance. Tienen documentación y fotos que prueban que lo veían casi todos los días. Establecieron un fideicomiso días después de su nacimiento…

– Yo también puedo hacer eso -lo interrumpió Reed.

– Demasiado tarde -dijo Collin-. Además, nuestro argumento no es que tú has estado presente en la vida de Lucas desde que nació, sino que Elizabeth y tú sois quienes Brandon y Heather escogieron para guardianes. La solidez económica es evidente también. Sólo…

Reed sabía a qué se refería y lo interrumpió.

– Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario -señaló-. Un juez lo entenderá, supongo.

– Ellos intentarán usarlo a su favor.

– Que lo hagan.

– No te pongas hostil -le advirtió Collin.

– No necesito ponerme hostil. Estoy en mi derecho.

– Y no te muestres engreído. Algunos jueces ven la riqueza como una desventaja y no como una ventaja.

– Quizás debieras ir en mi lugar el día del juicio, Collin.

– ¿Quieres decir contigo?

– No, en mi lugar. El miércoles me reemplazaste con éxito en la reunión que tuviste con mi mujer.

– No seas idiota -le dijo Collin, sorprendido.

– Elizabeth parecía muy agradecida.

– Me enviaste tú -señaló Collin.

– Ambos sabemos por qué yo no estaba allí.

– ¿Me estás acusando de algo?

– ¿Hay algo de qué acusarte?

Collin señaló la copa que tenía Reed en la mano.

– ¿Cuántas llevas?

– No las suficientes.

– ¿Realmente piensas que tengo alguna intención con tu esposa?

– No.

Por supuesto que no. La sola idea era ridícula.

– Bien. Porque si me interesara tu esposa te lo diría directamente. Luego lo solucionaríamos.

– Vale. Pero pienso yo que podría encargar a Joe que te matase.

Reed se daba cuenta de que estaba dirigiendo hacia Collin una rabia que no tenía nada que ver con él.

– Es verdad -dijo Collin-. Pero, antes de eso, tenemos que ocuparnos de la fecha del juicio.

– Sí. ¿Y si las cosas no salen como esperamos? -preguntó Reed.

– Tenemos muchas cosas a favor. Ojalá pudiera decir lo mismo del asunto del Organismo regulador del mercado de valores.

De pronto Reed vio a lo lejos a Selina con cara de preocupación. En la pista de baile estaba Elizabeth bailando con otro hombre.

Entonces Reed le pidió a Collin:

– Echa un vistazo a mi mujer, y distráela, si hace falta…

– De acuerdo -dijo Collin.

Reed fue en dirección a Selina.

– ¿Qué sucede?

– Se trata de Hammond y Pysanski -respondió casi sin aliento.

– ¿Qué ocurre?

– Hay pruebas, fechas, compras, beneficios… de que no es la primera vez que una decisión de un comité de Kendrick produce una ganancia inesperada.

Reed miró hacia el salón de baile y se dio cuenta por primera vez de que Kendrick y su mujer no habían ido a la fiesta. ¿Había subestimado la importancia del problema para Kendrick? ¿Sería posible que el senador fuese realmente culpable?

Reed se acercó a Selina y bajó la voz cuando dijo:

– Sigue…

– Hammond puso cincuenta mil dólares en una empresa llamada End Tech en el año 2004. Dos meses más tarde, la empresa consiguió un contrato federal para R &D inalámbrico. Hammond y Pysanski compraron Aviaciones Norman justo antes del premio a un gran helicóptero en el 2006. Y el año pasado Hammond consiguió Saville Oil Sands justo antes de la escisión del mercado.

Reed soltó un juramento.

– Sí -Selina estuvo de acuerdo-. Si sumas eso a Ellias, tenemos un cuadro nefasto para poner delante de un jurado.

– ¿Y Kendrick puede tener conexión en todos estos casos?

– Su comité tomó la decisión todas las veces.

– Estoy perdido -dijo Reed.

– Eres inocente -señaló Selina.

– Dile eso a un jurado después de que la acusación les muestre fotos de los holdings de mis propiedades y mis aviones.

– De acuerdo. Es un desafío, sí.

Fue la primera vez que Reed vio un brillo de ansiedad en los ojos de la mujer.

– ¿Selina?

Selina lo miró con una sinceridad que decía más que cualquier palabra.


Elizabeth estaba bailando con Trent Tanford, su vecino, cuando vio a Reed hablando con una mujer. Esta no estaba vestida de fiesta, sino que llevaba un par de vaqueros y una chaqueta. Estaba de espaldas y ella no la identificó, pero la expresión de Reed era intensa.

Cuando terminó la canción, Elizabeth le dio las gracias a Trent y decidió ponerse detrás de una columna de mármol para tener una vista mejor de Reed con aquella misteriosa mujer.

Y de repente la mujer se dio la vuelta y ella se quedó helada. Se le hizo un nudo en el estómago.

Era la mujer del perfume de coco.

Reed se había apartado de la fiesta de su aniversario para tener una conversación íntima con la mujer sobre la que había mentido sobre su trabajo y a quien había llevado a su casa.

– ¿Elizabeth?

Vio a Gage frente a ella cuando se dio la vuelta.

– ¿Quieres bailar conmigo?

– Claro… -dijo Elizabeth.

Y se dejó llevar a la pista por Gage. Intentó ignorar a Reed, pero no pudo. Él parecía enfadado. La mujer parecía disgustada. Y luego Collin se unió a ellos, el traidor.

¿Habría estado cubriendo las mentiras de Reed?

– Gage… Mmmm… La mujer que está allí con Reed… ¿Sabes cómo se llama? -preguntó Elizabeth en voz baja y con tacto-. La conocí hace unas semanas en la oficina de Reed, pero no puedo acordarme de su nombre.

Gage dudó un momento. Elizabeth desconfió de él también.

– Creo que es Selina.

Elizabeth lo miró.

– Está relacionada con la aplicación de la ley de algún modo… -dijo Gage.

Estupendo. Primero Selina era una persona que había ido a una entrevista de trabajo, luego era una cliente y ahora era una persona relacionada con la ley. Ella no era estúpida. Aquello era una conspiración, y no podía creer a nadie.

– Suena bien -dijo ella.

Elizabeth vio a Amanda hablando con Alex Harper, pero de repente Alex tocó a Amanda en el hombro y ésta se dio la vuelta y se marchó. Alex frunció el ceño y pareció que la llamaba. Pero Amanda siguió caminando.

Luego finalmente terminó el baile. Y Elizabeth miró por última vez a su marido y luego salió por una puerta lateral.


– No te esperaba tan temprano -dijo Hanna.

– Echaba de menos a Lucas -mintió Elizabeth, con la esperanza de ocultar que había estado llorando en la limusina.

– Lucas es un encanto, y Joe realmente cambia pañales… -comentó Hanna.

– Protección pediátrica -intervino Joe, levantándose de la silla.

– Pero tenías razón -dijo Hanna-. No se le permite hacer nada cuando está de servicio.

Elizabeth se rió.

– ¿Le has propuesto algo a mi guardaespaldas?

– Soy su chófer -la corrigió Joe.

– Es una persona que cumple las normas -dijo Hanna.

– ¿Te importaría llevar a Hanna a su casa? -le preguntó Elizabeth a Joe.

No veía la hora de quedarse sola y desahogarse.

– En absoluto. Hay… un pequeño asunto que tenemos que terminar -contestó Joe.

– Yo… -empezó a decir Hanna.

Elizabeth se alegró por su amiga.

– Buenas noches, Elizabeth -le dijo Joe.

– Te llamaré -dijo Hanna.

– Cierre con llave -le advirtió Joe.

Elizabeth cerró con llave. Luego se dio la vuelta y se agarró de la mesa que había en la entrada.

Se sentía mareada.

¿Qué iba a hacer?

¿Cómo Reed podía hacerle el amor tan apasionadamente cuando la mujer del perfume de coco, Selina, lo esperaba en Nueva York?

Caminó por el pasillo, acercó la oreja a la habitación de Lucas y decidió hacer algo que jamás había hecho. Abrir el ordenador portátil de Reed.

Le llevó sólo tres intentos adivinar su contraseña y meterse en su correo. Miró las fechas de los mensajes, hasta que llegó a las fechas de cuando habían estado en Francia. Selina Marin. Selina Marin. Selina Marin…

Había docenas de correos electrónicos de Selina, y docenas de respuestas de Reed.

Elizabeth no tuvo el coraje de abrir ninguno de ellos. La última esperanza de que pudiera estar equivocada se le borró. Reed tenía una querida, y la vida de ella era una mentira.

Загрузка...