LA mañana seguía siendo fría y oscura cuando Eric aparcó ante la casa de CeeCee. Se quedó en el coche unos minutos, planteándose la posibilidad de esperar hasta las seis, pero la idea le resultó insoportable. Finalmente, sacó el teléfono móvil y marcó su número.
– ¿Hola? -respondió una voz adormilada.
– Hola, siento despertarte. Soy yo.
– ¿Eric? -él oyó movimiento, como si su hermana estuviera dándose la vuelta o sentándose en la cama-. ¿Eres tú? ¿Qué ocurre? Son… -gruñó suavemente- Dime que no son las cinco y cuarto de la mañana.
– Mi reloj marca las 5:16.
– Ah, eso lo cambia todo. ¿Por qué me llamas? -su tono molesto cambió a uno de preocupación-. ¿Pasa algo malo? ¿Has tenido un accidente?
– No. No exactamente. Necesito hablar contigo. ¿Puedes dejarme entrar?
– ¿Dejarte entrar? -hizo una pausa-. ¿Estás aquí?
– En el coche, delante de la puerta.
– Dame un par de minutos -CeeCee colgó.
Él vio las luces encenderse, la oyó descorrer el cerrojo y fue hacia la puerta delantera. Cuando entró, CeeCee ya iba hacia la cocina.
– Estoy intentando reducir el consumo de cafeína -farfulló ella, llenando la cafetera-. Recibir llamadas al amanecer no favorece mi objetivo.
Él se apoyó en la puerta con las manos en los bolsillos de los pantalones, sin saber qué decir. En el momento de pánico inicial, su hermana le había parecido la única persona a la que podía consultar; pero no sabía cómo empezar ni qué explicar.
CeeCee acabó con la cafetera y pulsó el botón. Se dejó caer en una silla y se pasó la mano por el pelo.
– Habla -exigió-. Y más vale que sea algo bueno.
Eric dio un paso hacia la mesa y tomó aire. Quería saber si podía hacer daño a Hannah o al bebé. El bebé. Cerró los ojos, intentando no ver la diminuta vida que había observado en la ecografía. Era perfecta, inocente…
– ¡Eric! -exclamó su hermana. Él abrió los ojos-. ¿Qué? Dime qué ocurre -frunció los ojos-. Tienes aspecto de no haber dormido. ¿Has estado trabajando toda la noche? ¿Hay alguna crisis en el hospital? Porque algo así podría haber esperado hasta mañana.
Él se frotó la barbilla. No se había duchado ni afeitado. Lo había vencido su ataque de pánico.
– No es de trabajo -dijo, sentándose frente a ella-. Es… personal -deseó que el café se hiciera más rápido, el aroma llenaba la cocina, pero aún no había suficiente para una taza-. No sabía con quién hablar.
– Bueno -escrutó su rostro-. Estoy despierta y dispuesta a escucharte. ¿Qué ocurre?
Él se sintió mejor al percibir la preocupación de su voz. Siempre había sabido, que ocurriera lo que ocurriera, podía contar con su hermana. Sólo esperaba que no le diese la espalda al enterarse de que…
– ¡Deja de pensar y dilo! -gritó ella-. Suéltalo.
– Hannah está embarazada y pasé la noche con ella.
CeeCee lo miró fijamente unos segundos. Movió la cabeza de lado a lado, apoyó los codos en la mesa y dejó caer el rostro entre las manos.
– ¿Puedes repetirme eso?
– Te comenté que salía con Hannah Bingham.
– Sí. Y te advertí que te traería problemas. ¿Me escuchaste? No.
– ¿Quieres contar tú la historia, o lo hago yo?
– Adelante -lo miró por entre el flequillo y suspiró-. Me quedaré callada y escucharé.
– Empezamos a salir juntos -dijo Eric, tras explicar que Hannah había comprado una casa al hospital-. Todo iba bien hasta que me dijo que estaba embarazada.
– De otro hombre.
– Sí.
– Por fin -exclamó CeeCee, mirando la cafetera y poniéndose en pie-. Bueno, ¿y cuál es el problema? ¿Te preocupa la responsabilidad? Te advierto que asumir una familia ya iniciada podría ser todo un reto. Pero no necesariamente negativo para ti. Aunque creciste sin un padre, creo que lo harías bien. Pero con los objetivos profesionales que te has marcado, una familia…
– ¿CeeCee?
– ¿Qué?
– Cállate.
– De acuerdo -sirvió dos tazas de café-. Habla y escucharé.
– Gracias -aceptó el café-. Al principio, me impactó que estuviese embarazada. Además, no quería hacer nada que pusiera en peligro su salud, así que me reprimí.
– Eric -su hermana hizo una mueca-. Si vamos a hablar de tu vida sexual, necesito tomarme el resto de la cafetera antes de empezar.
– Lo digo en serio. No sabía si estaba bien tener relaciones íntimas.
– No es problema -dijo ella agitando la mano-. De hecho, es encantador que te resulte atractiva. ¿De cuántos meses está?
– De cuatro y es atractiva, pero ése no el tema -se puso en pie y paseó por la cocina-. No lo entiendes. Sé que está bien que las parejas tengan relaciones maritales.
– ¿Desde cuándo llamas así al sexo? -rezongó CeeCee-. Di «hacerlo», te sentirás más cómodo.
– Esto no tiene gracia -se volvió hacia ella-. Anoche, cuando estuvimos juntos… -tragó saliva-. Temo que fuera excesivo, haberle hecho daño a ella o al bebé -sintió una opresión en el pecho-. ¿Y si ocurriese algo malo? No me lo perdonaría. Hannah adora al bebé…
Se quedó sin habla. Se volvió hacia los armarios y apoyó las manos en la encimera. No habría castigo suficiente para él si… Oyó la silla de su hermana moverse y unos pasos. Un brazo rodeó su cintura.
– Siento no estar tomándomelo en serio -dijo ella con voz queda-. Es obvio que estás muy preocupado, pero no debes estarlo.
– Tú no sabes lo que ocurrió.
– Tengo una idea razonable. ¿Puedo suponer que mantuvisteis parámetros normales en cuanto a postura? ¿Tú encima o ella encima?
A Eric lo avergonzaba hablar de eso, pero se obligó hacer un gesto de asentimiento.
– Bueno -apoyó la cabeza en su brazo-. ¿Y supongo que estuvo bien para los dos?
– Sí. Las tres veces.
– Con eso vale -gruñó CeeCee-. El siguiente hombre de mi vida será lo suficientemente joven como para crear un escándalo. Rebosante de energía y hormonas.
– Hermana, ¿podrías no decir esas cosas?
– Disculpa -agarró sus brazos y le dio la vuelta, para que la mirase-. Eric, hacer el amor es una parte importante de la vida, incluso para una mujer embarazada. A no ser que sea un embarazo de riesgo, no hay por qué evitarlo. Con el paso de los meses, hay que hacer ciertos cambios, pero el acto en sí mismo es perfectamente seguro. Incluso tres veces por noche.
– Pero…, ejem, Hannah disfrutó mucho.
– Así que tuvo unos cuantos orgasmos, pues mejor para ella. Eso es parte de la vida. Es natural y seguro.
– ¿Sí?
– Te lo prometo.
Él escrutó su rostro, buscando verdades ocultas, pero sólo vio amor y afecto. Su miedo se difuminó.
– No quería hacerles daño a ella o al bebé.
– Lo sé -le dijo CeeCee-. Gracias por ser uno de esos tipos buenos, en nombre de todas las mujeres. Siento una envida repugnante de tu vida sexual, pero me enorgullezco de ti.
Ya que tenía la respuesta a su pregunta, Eric no quería hablar de sexo con su hermana. De hecho, no quería hablar de nada. Quería regresar junto a Hannah antes de que se despertara. Fue hacia la puerta.
– ¡Oh, no, de eso nada! -CeeCee lo paralizó con la mirada-. Me has despertado, lo menos que puedes hacer es quedarte a hablar conmigo.
– No tengo nada de qué hablar.
– Claro, ahora que te sientes mejor -le lanzó una mirada especuladora-. Me sorprende que te interese una mujer embarazada. Siempre has evitado las relaciones serias y un bebé es algo muy serio.
– No es mío. Sólo salgo con la madre.
– ¿Qué ocurrirá cuando nazca el niño?
Él no había pensado tan allá. Su relación con Hannah no seguía las pautas normales. Ni siquiera sabía si ella se conformaría con pasarlo bien y nada más.
– Sólo está de cuatro meses -apuntó.
– El tiempo pasa muy deprisa -sonrió ella-. Esto podría ponerse muy interesante.
– No le ha dicho a su familia que está embarazada -recordó él de repente-. ¿Podrías mantener el secreto?
– ¡Yo pensaba pasar la mañana hablando con mis compañeras de la vida sexual de mi hermano! -CeeCee soltó un suspiro-. Vale. No diré nada.
– Gracias, hermanita -la abrazó-. Eres la mejor.
– Adulador. Vamos. Largo de aquí.
Él corrió hacia la puerta antes de que a ella se le ocurriesen más preguntas embarazosas.
Eric llegó a casa de Hannah poco antes de las seis. Fue al dormitorio y dudó entre volver a la cama y despertarla para decirle que se iba a trabajar.
Si le hubieran preguntado el día anterior, habría dicho que su trabajo era lo primero y que ninguna tentación era suficiente para desviarlo de sus objetivos.
Pero esas ideas se diluyeron al enfrentarse a una bellísima y desnuda Hannah dormida. La melena rubia estaba desparramada sobre la almohada y tenía un brazo encima de la manta, bajo la que se adivinaba la forma de su cuerpo. Eric tuvo una reacción física inmediata y la idea de irse perdió todo atractivo.
Se desnudó y se tumbó a su lado. Ella se movió y se acercó a él, despertándose al sentir su piel fría.
– ¿Eric? -los ojos verdes lo miraron adormilados-. ¿Qué ocurre?
– Nada -replicó él, abrazándola.
– Estás helado. ¿Qué ha pasado? -se apoyó en un codo y lo miró.
– Salí un rato y se me olvidó la chaqueta -aunque era primavera, seguía haciendo frío al amanecer.
– ¿Saliste? -echó una ojeada al reloj y se tumbó de nuevo-. ¿Tan temprano? ¿Va todo bien?
– Perfectamente -acarició su mejilla-. Estaba preocupado por ti. Por lo que hicimos.
– ¿Te refieres a hacer el amor? -se arrebujó contra él y apoyó el brazo en su pecho-. ¿Por eso has salido en mitad de la noche? -preguntó, entre confusa y divertida.
– No exactamente -hizo una pausa-. Bueno, sí. Fuimos muy activos y estás embarazada. Quería asegurarme de que no había hecho daño al bebé.
– ¿A las seis de la mañana? -ella arrugó la nariz-. ¿Cómo te aseguraste?
– Hablé con mi hermana.
– Hiciste ¿qué? -Hannah enarcó las cejas.
– Fui a casa de CeeCee y hablé con ella. Dice que está bien y que no debo preocuparme.
Hannah soltó un grito y se apartó. Se dio la vuelta y se tapó la cabeza con las sábanas.
– ¿Qué? -preguntó él. Sólo veía un bulto tembloroso, estaba totalmente tapada.
– ¿Hablaste con tu hermana? -exigió Hannah.
– No sabía a quién preguntar -puso la mano en lo que supuso era un hombro-. No quería que tú o el bebé sufrierais ningún daño.
– ¿Le dijiste a tu hermana que practicamos el sexo?
– Tenía que hacerlo. O la pregunta no tenía sentido.
– Va a pensar que soy una mujerzuela -gimió Hannah, enroscándose aún más.
– Eso es una tontería. ¿Por qué iba a pensar eso?
Hannah se destapó de golpe y lo miró fijamente.
– ¡Oh, no sé! ¿Quizá porque estoy embarazada de otro hombre y me acuesto contigo? No suena nada bien.
– No digas eso -le apartó el pelo del rostro-. Tú nunca te has acostado indiscriminadamente.
– ¿Cómo lo sabes?
– ¿Me equivoco?
– No. En realidad no… -suspiró y movió la cabeza-. ¿Tenías que contárselo a tu hermana? Debe odiarme.
– La verdad, le pareció bastante divertido -sonrió él-. Y la impresionó mi vigor.
– No le dijiste que lo habíamos hecho tres veces, ¿verdad? -Hannah dejó caer la cabeza en la almohada.
– Bueno yo…
– No voy a poder salir de casa. Nunca más, hasta que cumpla los ochenta -gruñó y volvió a taparse entera.
– Estás exagerando.
– Sí, claro. Para ti es fácil decirlo. Eres el hombre, todos pensarán que eres un semental, tú quedarás muy bien. Pero yo… quedaré como un putón, seguro.
Él comenzó a reírse y tiró de la manta. Como no las soltó, decidió seguir otra estrategia. Se metió bajo la sábana y cuando sus dedos encontraron la suave piel de su cintura, subió hacia sus senos.
– No vamos a hacer eso otra vez -protestó ella, apartando su mano-. Puede que sea un poco tarde, pero tengo que pensar en mi reputación. No conseguirás convencerme de que… Ah…
Mientras hablaba, él había sustituido los dedos por la boca y en ese momento lamía un pezón. Ella se quedó sin aliento. Eric aprovechó su distracción para destaparla hasta la cintura. Después sopló suavemente el pezón húmedo.
– Esto no es buena idea -musitó ella, abriendo las piernas.
– Es posible.
– Tienes que irte a trabajar.
– Es cierto. Me iré en un segundo.
– De acuerdo.
Deslizó la mano por su cadera, hacia el muslo y la introdujo entre sus piernas. Ya estaba húmeda cuando la acarició suavemente.
– ¿Cuántos segundos? -susurró Hannah.
– ¿Cuántos necesitas? -empezó a besarle el cuello.
– Unos doscientos.
– No me digas que vas a tardar tres minutos -protestó él mordisqueándole el lóbulo de la oreja. Cambió de postura para poder seguir tocándola e introducir un dedo en su interior al mismo tiempo.
– Puede que sean sólo un par. O treinta segundos…
Él retiró la mano y se situó entre sus piernas. Lenta y deliberadamente se introdujo en su interior. Estaba prieta y caliente, a pesar del número de veces que habían hecho el amor la noche antes; supo que no resistiría mucho tiempo. Tenía la impresión de que cuantas más veces la poseía, más deseaba hacerlo.
Tal vez fuera por su receptividad, por cómo arqueaba la cabeza y gemía cuando se acercaba al clímax. Tal vez fuera por las contracciones de su cuerpo y su forma de abrazarse a él, rogándole que no se detuviera. O tal vez porque la respuesta de ella lo llevaba al límite.
En ese momento, sintiendo cómo lo apretaba en su interior, no le importaba la razón. Cuando ella puso las manos en sus caderas para acercarlo, deseó explotar.
Ella abrió las piernas aún más, atrayéndolo. La primera contracción hizo que gritara. Cerró los ojos y entreabrió la boca; todo su cuerpo se estremeció mientras se perdía en el placer de lo que estaban haciendo.
Eric aguantó todo lo que pudo; pensó en béisbol y en reuniones de trabajo, pero finalmente se dejó llevar. Sintió la presión crecer y crecer hasta que tuvo que hundirse más profundamente en ella y perderse.
– Llegas tarde -anunció Jeanne alegremente cuando Eric entró en la oficina-. Bueno, técnicamente son antes de las ocho y tu primera reunión es a las nueve y media. Aun así, no es tu estilo llegar después del amanecer.
Eric sonrió a su asistente. Tras la noche y la mañana que había tenido, nada le estropearía su buen humor.
– Buenos días, Jeanne -dijo yendo hacia el despacho. Ella se puso en pie y lo siguió.
– ¿Eso es todo? -protestó -. ¿No vas a decir nada más? ¿No vas a darme una pista de por qué llegas a una hora normal? Problemas con el coche, una cita que duró hasta la madrugada… ¿Qué? Estoy esperando.
– Lo sé -dijo él sonriente, sirviéndose un café.
– Deja que adivine -suspiró-. No vas a decir nada.
– Un café muy bueno. Gracias por prepararlo.
– Te odio cuando adoptas esa actitud.
– Lo lamento.
– No lo lamentas en absoluto. Estás disfrutando. Es irritante -salió del despacho rezongando y volvió a su escritorio-. Al menos podías darme una pista -gritó.
Él no contestó. Por mucho que le gustara Jeanne, no iba a contarle nada. Sospechaba que ya tenía una idea bastante precisa. Estudió su horario del día y comprobó que esa mañana tenía una reunión con Mari, para hablar de su proyecto. Llamó a Jeanne.
– ¿Quieres confesarlo todo? -preguntó ella al entrar.
– No. Necesito toda la información que tengamos sobre el nuevo centro de investigación biomédica. Hubo un artículo en el periódico, ¿no?
– Eso creo. Revisaré los archivos y buscaré los artículos en internet.
– Gracias. Quiero estar bien preparado.
Mari Bingham llegó a las once en punto.
– Siéntate -sugirió Eric, indicando el sofá.
– Gracias por recibirme.
– De nada. Si crees que puedo ayudar de alguna manera, quiero apoyar tu proyecto -se sentó en un extremo del sofá y señaló los papeles que había sobre la mesita de cristal-. He leído la información.
– Ya veo -Mari miró la copia de un artículo periodístico que se oponía al centro-. Dicen que no hay publicidad mala, pero en este caso no estoy de acuerdo.
– Su enfoque es más exaltado que objetivo.
– Es posible, ¿pero crees que al lector común le importa eso? -dejó el artículo-. Quiero poner en marcha ese centro de investigación. La ciencia médica está avanzando mucho en fertilidad y reproducción; algunas enfermedades se podrían curar, e incluso prevenir. Pero gran parte de ese prometedor trabajo se pasa por alto y carece de subvenciones. Creo que podemos cambiar eso.
– Reuniendo a científicos de vanguardia.
– Has leído mis informes -sonrió ella.
– Claro. Expones muy bien el caso -Eric se encogió de hombros-. Pero el tema está fuera de mi campo. No tengo nada que ver con las subvenciones.
– Pero los altos cargos te prestan atención -se deslizó hacia delante en el asiento y lo miró fijamente. Sus ojos color avellana eran intensos y su postura rígida.
Eric buscó similitudes entre Mari y Hannah, eran primas pero sólo se parecían en altura y constitución.
– Sé que estarás presente en varias de las reuniones sobre el tema. Me gustaría que hablases a favor del centro de investigación.
– Cuenta con ello. Como he dicho, me impresiona favorablemente lo que quieres hacer. Pero con tanta controversia, puede ser una dura batalla.
– Ya lo sé -Mari torció la boca-. Estoy pensando en traer un arma pesada. Una amiga mía de Nueva York, experta en relaciones públicas y captación de fondos.
– Te sugiero que le pidas que se una al proyecto. Alguien de fuera puede ofrecer una perspectiva refrescante. Además, tendrá otros contactos para las subvenciones; cuanto más dinero mejor, ¿no?
– Sí. Es buena idea -Mari sonrió y se relajó un poco-. Llamaré a Lilith esta tarde y le preguntaré si está disponible. Llevo años amenazándola con traerla aquí, por fin tengo una razón para hacerlo.
Comentaron las reuniones que iban a celebrarse y cómo podía colaborar Eric. Cuarenta y cinco minutos después, Mari se levantó para marcharse.
– Me siento mejor -dijo-. Gracias.
– Ha sido un placer.
– No tenías por qué hacerlo y aprecio tu apoyo. Si puedo devolverte el favor, házmelo saber.
– Lo haré -replicó él, acompañándola a la puerta.
Más tarde, Jeanne lo llamó por intercomunicador para decirle que una tal Lisa Paulson quería hablar con él.
– ¿Sí? -dijo Eric al auricular.
– Hola, Eric. Llamo de una empresa de reclutamiento de ejecutivos de Dallas. Empresas Bingham nos ha contratado para que busquemos alguien apropiado para un cargo de vicepresidente júnior. Tu nombre aparece en una lista de posibles candidatos. Me preguntaba si tendrías tiempo para hablar del tema conmigo.