HANNAH pasó la noche desvelada. Intentó dormir por el bien del bebé pero se pasó la mayor parte del tiempo mirando al techo. Reconstruyó su conversación con Eric una y otra vez, preguntándose qué podrían haber hecho de otra manera. Intentó asignar culpas, pero se rindió al decidir que era un juego sin sentido.
Finalmente, a las seis se levantó y se duchó. Se sentó en la cocina a tomar una taza de infusión e intentó planificar su día, su semana e incluso su vida. Tenía la horrible sensación de que todo ello estaría dolorosamente libre de Eric. Que no era lo que deseaba.
Hannah se recostó en la silla y cerró los ojos. Cuando imaginó su futuro vio a un niño riendo y corriendo por la hierba; se vio embarazada de nuevo, pero esa vez de Eric. Se los imaginó juntos, sonrientes, felices y enamorados. Se preguntó si sus sueños eran posibles.
Eric tenía programado su propio futuro y dudaba que en él hubiera sitio para un niño y un segundo hijo. Quería ser vicepresidente de una empresa antes de los treinta y presidente poco después. Quería trabajar muchas horas. Frunció el ceño al comprender que no sabía qué deseaba él de una relación; posiblemente que no interfiriera con sus sueños profesionales.
Ella se había prometido que no se conformaría con menos que un hombre que la amara con todo su corazón y la convirtiera en lo primero de su vida. Igual que haría ella por él. No sabía si ese hombre podía ser Eric.
Si no podía serlo tenía problemas graves, porque se había enamorado de él. Iba a costarle tiempo superarlo. Siguió pensativa hasta las siete y media, cuando oyó el motor de un coche muy familiar.
– ¿Qué diablos? -murmuró Hannah yendo hacia la puerta delantera y abriéndola. Eric ya salía del coche, con una bolsa en cada mano.
– Bien -dijo al verla-. Estás levantada. No quería despertarte, pero no sabía cuánto tiempo aguantaría la leche fría.
Automáticamente, ella dio un paso atrás para dejarlo entrar. Sus emociones vapuleadas le dificultaban el pensamiento. Deseó tirarse sobre él, o gritarle. No entendía por qué estaba allí.
– ¿Has ido a hacer la compra? -le preguntó, admirando sus rasgos. Estaba muy guapo con traje, pero también con ropa deportiva y sin ropa.
– Sabía que te faltaban muchas cosas -dijo él, dejando las bolsas en la encimera-. Llevas una semana en la cama y vas a tardar algo de tiempo en recuperar la energía. Cerca de mi casa hay una tienda que abre temprano. Decidí pasar por allí antes de ir al trabajo.
Se miraron en silencio. Hannah no sabía qué decir.
Tenía tantas ganas de abrazarlo como de llorar. Su consideración le inspiraba esperanza, pero su forma de mirar el reloj mientras retrocedía hacia la puerta le decía que nunca funcionaría.
– Eric -empezó-. La verdad es que no sé qué decir. No soy responsabilidad tuya. Después de anoche, no esperaba…
– Eh, seguimos siendo amigos, ¿no? -cortó él con una leve sonrisa. Volvió a mirar el reloj-. Sé que tenemos que hablar, pero ahora no puedo. Tengo una reunión a las ocho y no puedo faltar.
Ella deseó protestar, pero se tragó sus palabras. Asintió y lo acompañó hacia la puerta.
– Te llamaré -prometió él.
– De acuerdo. Que tengas un buen día.
Eric se despidió con la mano y se marchó.
Hannah regresó a la cocina y empezó a vaciar las bolsas de la compra. Estaba atónita por el gesto de Eric. Se preocupaba por ella y eso debía tener algún significado. No conocía a ningún hombre que fuera a hacer la compra voluntariamente.
Se preguntó si era posible armonizar lo que ella necesitaba y lo que él quería; si podía llegar a funcionar.
La respuesta residía en saber cuánto le importaba ella. Si la amaba, estaría más dispuesto a comprometerse. Si no era así, no tenía sentido seguir con la relación.
La idea de estar sin él le provocaba un intenso dolor. Era un hombre bueno, afectuoso, considerado y sexy. Él sabía lo que era crecer sin un padre y estaba convencida de que haría cuanto pudiera por sus hijos. Además, no le importaba no ser el padre biológico de su bebé.
Eric era capaz de muchas cosas, pero tenía que convencerlo de que no todas tenían que ser en el mundo empresarial. Estaba dispuesta a intentarlo, lo quería demasiado para rendirse sin luchar. Empezaría invitándolo a comer y hablarían de cómo podía ser su futuro.
Hannah se vistió con cuidado, dedicando atención especial al maquillaje y al pelo. Llegó al hospital poco después del mediodía y fue hacia el despacho de Eric.
Jeanne estaba en su asiento habitual, detrás del escritorio y sonrió al ver a Hannah.
– Vuelves a ser móvil -dijo con alegría.
– Sí. Me dieron el alta ayer. Es una maravilla estar de vuelta en el mundo de los que andan -señaló la puerta abierta del despacho de Eric-. ¿Va a volver pronto? Se me ocurrió invitarlo a almorzar.
– Lo siento, Hannah -Jeanne negó con la cabeza-. Estará fuera un par de horas. Tuvo un imprevisto y me pidió que reorganizase su horario -miró a su alrededor y bajó la voz-. Se supone que no lo sé, pero está en Empresas Bingham -encogió los hombros-. Conozco a un par de mujeres del departamento de Recursos Humanos y reconocí la voz de Carol cuando llamó para hablar con Eric. Imagino que ha ido a una entrevista.
A Hannah se le encogió el corazón.
– No te preocupes -añadió Jeanne apresuradamente-. No le diré nada a nadie. Eric es un buen jefe y soy completamente leal.
– Sé que no le causarías problemas -Hannah se obligó a sonreír-. Gracias por decírmelo. Supongo que veré a Eric esta noche -era una mentira, pero piadosa.
– ¿Quieres que le diga que has venido?
– No. No hace falta. No quiero que se lamente por no haberme visto.
No estaba segura de que él fuera a lamentarse. Quizá si empezaba a construirse una vida nueva, ella dejaría de importarle. Sabía que era un hombre al que le gustaba viajar ligero de equipaje.
Sentía un dolor agudo y frío en el pecho. Para evitar que Jeanne sospechase que las cosas no iban bien, dijo que tenía que hacer algunos recados y se marchó.
No sabía por qué se había permitido enamorarse de él, por qué no había visto la verdad. Hizo un esfuerzo para evitar las lágrimas. Eric era bueno, cariñoso, tierno y había pensado que eso sería suficiente, pero no era así. Mientras se enamoraba de él no se había parado a pensar que no podía darle lo que ella necesitaba: un compromiso al cien por cien.
Le dolía la garganta y le quemaban los ojos. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas y se las limpió con la mano mientras iba hacia el coche. Tenía tanta prisa por llegar que no se fijó en la anciana que se cruzaba en su camino y chocó con ella.
Ambas estuvieron a punto de caer. Hannah sujetó el brazo de la otra mujer para estabilizarla, mientras ella se agarraba a la puerta del coche. Cuando recuperaron el equilibrio, reconoció a su abuela.
– ¿Hannah? -dijo Myrtle-. ¿Qué haces aquí? ¿Es por el bebé?
– No. Venía a ver a un amigo, pero no está.
Su abuela frunció el ceño y tocó su mejilla.
– Has estado llorando, querida. ¿Qué te ocurre?
La preocupación que oyó en la voz de la anciana fue demasiado para Hannah y sus hormonas. Estalló en sollozos e intentó explicar lo que pasaba.
– Estoy enamorada de Eric, pero él no me quiere, sólo le interesa su carrera. ¿Por qué no le basta con el bebé y conmigo? No debí enamorarme de él, pero es el mejor hombre que conozco. Nunca querré a nadie como lo quiero a él.
– Suena bastante complicado -su abuela movió la cabeza de lado a lado-. Ven. Vamos a hablar a algún sitio.
Myrtle la llevó a su coche y fueron a la mansión Bingham. Cuando estuvieron sentadas en la sala, su abuela se inclinó hacia ella con una sonrisa.
– Ahora empieza desde el principio, querida. ¿Quién es Eric y por qué te ha roto el corazón?
Hannah agarró el vaso de agua que había pedido al llegar y le contó todo. Su llegada a la ciudad, su encuentro con Eric, su amor de adolescente transformado en un hombre maravilloso y la atracción mutua. No entró en detalles íntimos por respeto a su abuela.
Explicó lo bien que se había portado Eric al enterarse de lo del bebé y cómo la había cuidado durante la semana de reposo. Después habló de su ambición y de la oferta de trabajo de Empresas Bingham. Cuando terminó, la sorprendió sentirse bastante mejor.
– Es toda una historia -comentó su abuela-. Comprendo que te hayas enamorado de ese joven. Es cierto que la ambición puede ser una espada de doble filo. Ninguna mujer desea casarse con un hombre que no esté dispuesto a colaborar en el mantenimiento de su familia, pero demasiado énfasis en la carrera profesional puede implicar una vida muy solitaria para quien se queda en casa.
– Exactamente -corroboró Hannah -. Quiero que Eric comprenda que la vida familiar también es importante, pero si no lo consigo… -sollozó-supongo que todo acabará entre nosotros.
– ¿Quieres que llame a Ron, cariño? -su abuela removió su taza de té-. Podría hablar con él y asegurarme de que Eric no consiga el trabajo en Bingham. Eso solucionaría el problema inmediato.
Hannah se medio levantó del asiento.
– ¿Qué? ¡No! Claro que no. Abuela, puede que la decisión de Eric no me haga feliz, pero nunca coartaría sus posibilidades. Además, es su sueño. No me gustaría formar parte de su vida simplemente porque no ha conseguido lo que desea de verdad -se hundió en la silla.
– Muy interesante -su abuela tomó un sorbo de té y la miró-. Pero vas a coartar sus posibilidades en otro sentido, ¿no es cierto?
– ¿Qué?
– Has dicho que la relación se ha acabado por la ambición de Eric. Deseas que quiera lo mismo que tú y si no es así finalizarás la relación. Siempre he pensado que debería haber concesiones por ambas partes, pero no todo el mundo está de acuerdo conmigo.
Hannah abrió la boca y volvió a cerrarla. Su abuela se equivocaba; ella no quería que todo fuese a su manera. Estaba dispuesta a hacer concesiones, era una persona justa y entregada. Era…
Su mente se paralizó mientras se esforzaba en pensar en una sola cosa en la que hubiera transigido con respecto a Eric. La había molestado que la abandonara para preparar su entrevista; le había dolido y había considerado sus acciones como un atisbo del futuro.
Pero no había explicado lo que deseaba, no había sugerido un acuerdo satisfactorio para los dos. Quizá no existía la posibilidad de que funcionase, pero ni siquiera lo había intentado. Eric simplemente había reaccionado a su ataque; no le había dado ninguna oportunidad.
– Pareces tener muchas cosas en la cabeza -comentó su abuela.
– Así es -aceptó Hannah lentamente-. Nunca lo había pensado así, pero tienes razón. No tengo derecho a pedirle a Eric que cambie sus sueños, pero es exactamente lo que estoy haciendo. Debo explicarle lo que quiero y espero y ver si está dispuesto a intentarlo conmigo. Quizá encontremos un término medio -sonrió-. Si lo quiero, debo luchar por salvar lo que tenemos, en vez de asumir que se ha terminado.
– Me parece un buen plan. El amor nunca es fácil. Ambas partes tienen que estar dispuestas a dar el ciento diez por cien. Eso no implica que no vaya a haber desavenencias, pero de vez en cuando son positivas. Después de discutir, llegan los besos y las reconciliaciones -Myrtle sonrió-. Espero no escandalizarte al decir que las reconciliaciones pueden ser de lo más agradables.
Hannah pasó el resto de la tarde con su abuela. Hablaron de la familia, vieron álbumes de fotos y conectaron de una manera que no había creído posible. Cuando su abuela la dejó de vuelta en el aparcamiento del hospital, tenía las ideas mucho más claras.
Miró las ventanas de las oficinas. Seguía habiendo luz en una de ellas y decidió que era un buen momento para compartir sus pensamientos con Eric.
Jeanne y la mayoría de los empleados se habían marchado ya. Hannah fue al despacho de Eric y llamó a la puerta antes de entrar. Él alzó la cabeza del ordenador, parecía sorprendido al verla y algo incómodo. Eso no la sorprendió, ella había sido muy hostil en la última conversación que habían mantenido.
– Hola -saludó, entrando-. ¿Tienes un minuto?
– Claro -se levantó e indicó el sofá. Ella se sentó. Cuando estuvo a su lado, mirándola, inspiró con fuerza.
Mil pensamientos inundaron su cerebro. No sabía cuál mencionar antes. Eric había sido maravilloso con ella y sus acciones lo definían. Aunque la había molestado que la acusara de no tener objetivos, tenía parte de razón. Había disfrutado de sus estudios hasta que conoció a Matt y empezó a sentirse atrapada. No tenía por qué renunciar a todo; podía ser una buena madre y al mismo tiempo tener una profesión.
– Me trajiste comida -dijo, después se rió-. Perdona. Eso no es lo que pretendía decir. Me salió así.
– Ya me diste las gracias -dijo él, suavizando su expresión.
– Lo sé, pero tuvimos una enorme discusión anoche y aun así te tomaste el tiempo de ir a hacerme la compra. Eso significa mucho.
– Quería que estuvieras bien. Me preocupo por ti.
Parecía que iba a decir algo más. Hannah aguantó la respiración, con la esperanza de que incluyera la palabra «amor», pero él encogió los hombros. Comprendió que tendría que ser ella quien diera el paso.
– Tenías razón -dijo-. Sobre mis estudios de Derecho. En cierto modo los echo de menos y me gustaría volver cuando el niño sea mayor -se miró él estómago-. Y haya nacido.
– Eso parece un plan -sonrió él.
– Quiero tener planes -admitió ella-. Y un futuro por el que trabajar. No pienso pasar el resto de mi vida viviendo de mis rentas.
– No debería haber dicho eso. Estaba enfadado y perdí el control. Sé que has trabajado mucho, Hannah. Entraste en Yale por tus propios medios y te iba bien.
– Eso es cierto -dijo ella, pensando que había esperanzas-. Pero también me estaba volviendo loca. Me doy cuenta de que he actuado como un péndulo. Durante años hice lo que mi familia y mi padre esperaban de mí. De pronto no pude soportarlo y deseé hacer lo que yo quisiera, sin escuchar a nadie. Tú señalaste que tengo la responsabilidad conmigo misma de hacer lo que desee. He estado tan ocupada rebelándome que lo había olvidado.
– Me alegro de haberte ayudado -dijo él.
– ¡Oh, Eric! -suspiró-. Quiero pedirte disculpas por lo que dije ayer. Yo también estaba enfadada. Pero también desilusionada y dolida. Había pensado que después de saber que todo iba bien, querrías pasar la tarde conmigo. Incluso la noche.
– Es lo que quería -la miró con sorpresa-. Pero pensé que te gustaría esperar un par de días para estar más segura. Temí que si me quedaba fuéramos demasiado lejos -sonrió de medio lado-. Y sentía la presión del trabajo; me tomé mucho tiempo libre para estar contigo y quería ponerme al día. Además, estaba la entrevista con Empresas Bingham.
Hannah estuvo a punto de dar saltos de alegría. Eric la había deseado; su forma de actuar respondía a su preocupación y consideración, no al rechazo. Deseó dejar de hablar y lanzarse a sus brazos, pero sabía que tenían temas importantes que comentar.
– Respecto al trabajo -empezó cuidadosamente-. A veces tengo la impresión de que es lo primero para ti. Eso me entristece. Me gusta pasar tiempo contigo y no quiero que eso se acabe.
Él se acercó y tomó sus manos.
– Yo también lo quiero -dijo él-. Hannah, no eres la única que has estado reflexionando. Apenas dormí anoche, pero sí llegué a ciertas conclusiones -hizo una pausa-. Nunca he sido un admirador del amor y el matrimonio. Mi padre era un bastardo que rompió el corazón a mi madre. Nunca se recuperó ni se sobrepuso al hecho de que yo era hijo de él. Fue CeeCee quien me crió hasta que tuve ocho años. Entonces me explicó que se iba porque estaba enamorada e iba a casarse. Me sentí solo y abandonado, su explicación no palió mi dolor.
– Lo siento -Hannah apretó sus manos, no había sabido nada de eso.
– Lo superé. Pero cuando CeeCee y su marido se separaron me puse furioso. Me había dejado por algo que ni siquiera duró. Empecé a mirar a mi alrededor y llegué a la conclusión de que el amor no duraba. Ni los matrimonios. Decidí que sólo podía contar conmigo mismo y que tenía que triunfar.
– Has triunfado -dijo ella. Se le encogió el corazón al pensar que quizá no deseara su amor.
– Sí, pero ¿a qué precio? Señalaste que no tengo vida personal. Siempre he tenido cuidado para no involucrarme. No quería distraerme de mis objetivos. Pero cuando apareciste tú comprendí que deseaba estar contigo -le sonrió-. Me has mostrado un mundo que desconocía. Uno lleno de cariño, afecto y amor -se llevó sus manos a los labios y le besó los dedos-. Te quiero.
Ella no supo qué decir. Se quedó en blanco.
– Yo también te quiero -barbotó por fin-. ¡Oh, Eric, quiero que esto funcione!. Quiero que tengas la carrera que siempre has soñado. Creo que el truco está en que lleguemos a un compromiso en el que ambos podamos cumplir nuestros objetivos y además seamos una familia -calló de repente. Que la amase no implicaba que deseara casarse con ella-. Quiero decir…
– Sé lo que quieres decir -interrumpió él riendo-. Yo también quiero que seamos una familia. Quiero casarme contigo y tener hijos. Ya vamos adelantados en eso, pero espero que haya algunos más en el futuro. ¿Estás de acuerdo?
– ¡Sí! -replicó ella, sin saber si preguntaba por el bebé, por tener más hijos o por el matrimonio. Su respuesta era la misma en todos los casos. Le lanzó los brazos al cuello y él la abrazo.
– ¡Oh, Hannah, te quiero! -susurró-. Desde el primer momento. Simplemente no me había dado cuenta.
– Yo también. Eres increíble, un hombre perfecto.
– ¡Eh, no digas eso!. Estoy muy lejos de ser perfecto, pero intentaré hacer lo que sea mejor para nosotros -la besó y acarició su mejilla-. Hoy tuve la entrevista en Empresas Bingham.
– ¡Lo había olvidado! ¿Qué ocurrió?
– Me ofrecieron el puesto de vicepresidente.
– Eso es fantástico. Felicidades. Debes estar muy contento.
– No lo acepté.
– No entiendo -Hannah lo miró fijamente.
– Es mucho, demasiado pronto. Ahora mismo no estoy dispuesto a dedicar tantas horas al trabajo. No pasaría suficiente tiempo contigo y con el bebé. Cuando lo expliqué, me ofrecieron un puesto de director. Menos responsabilidad pero un amplio margen de ascenso. Dije que lo pensaría. Antes quería comentarlo contigo.
El corazón de Hannah se desbordó. No había suficiente sitio en el mundo para contener su júbilo. Eric la amaba y quería formar una familia con ella y el bebé.
– Haz lo que te haga feliz -le dijo-. Eso quiero.
– Tú me haces feliz -dijo él, atrayéndola a sus brazos-. Sólo tú, Hannah. Para siempre.
Justo cuando su boca descendió para besarla, Hannah sintió un cosquilleo en la tripa. Apenas un ligero movimiento, pero reconoció lo que era.
– He sentido al bebé -exclamó-. Se ha movido -tomó la mano de Eric y la apoyó sobre el movimiento.
– Parece que da su aprobación -dijo él.
– Nuestro bebé sabe que vas a ser un buen papá y yo también.
Esposo y padre, pensó Eric mientras la besaba. Seis meses antes se habría reído de la idea. Pero en ese momento no se le ocurría nada mejor. Había sido afortunado en el amor y en la vida y pensaba pasar los siguientes setenta años dando gracias por ello.