ERIC se sentó ante el escritorio. Tenía que leer un informe y contestar a varias docenas de correos electrónicos. Pero a pesar del trabajo y de su habitual capacidad de concentración, sólo podía pensar en Hannah.
Le parecía imposible que estuviera embarazada. Arrugó la frente mientras recordaba la imagen de su cuerpo. No se le notaba nada, había pasado mucho tiempo mirándola. Además, se habían besado y abrazado. Si estaba embarazada, no lo parecía.
Maldijo en silencio y miró la pantalla del ordenador. Sólo vio el rostro de Hannah, la preocupación de sus ojos al decírselo.
No la conocía demasiado, pero no parecía el tipo de mujer que iba por ahí acostándose con cualquiera. Debía haber tenido una relación importante en su vida hacía muy poco tiempo. Se preguntó dónde estaba él y por qué no estaban juntos. Quizás ese hombre fuera la razón de que hubiera dejado Yale y vuelto a Merlyn County.
Se recostó en la silla. El embarazo debía haber sido un accidente; Hannah habría preferido casarse antes. Tal vez el tipo había desaparecido al enterarse de que esperaba un bebé, o estaba muerto. Eran demasiadas preguntas y no encontraría las respuestas solo.
Estaba seguro de que ella no había intentando engañarlo, ni quería aprovecharse de él. Hannah era una Bingham. No necesitaba su apoyo financiero y vivían en unos tiempos en los que las madres solteras eran tan comunes como los padres casados.
Necesitaba saber qué había ocurrido. Se levantó de un salto, agarró la chaqueta y fue hacia la puerta.
– Volveré en media hora -le anunció a Jeanne.
Cinco minutos después cruzó la pasarela acristalada que conectaba el hospital con la clínica. Como era habitual, lo sorprendió el dramático cambio de ambiente. El hospital era un centro sanitario de vanguardia, en el que gente seria trataba enfermedades graves; los largos pasillos conducían a maquinas relucientes.
La clínica, en cambio, era más pequeña y familiar. La mayoría del personal era femenino y todas las pacientes eran mujeres. La iluminación era más suave, los colores apagados y se oía música de ambiente. Había salas en las que las familias podían esperar, un servicio de guardería y montones de plantas y flores.
Eric se encaminó a la zona de obstetricia y ginecología. No vio a Hannah y fue a preguntar a la enfermera.
– Busco a Hannah Bingham -explicó-. ¿Está todavía en la consulta?
– Acabará en un par de minutos -dijo la mujer tras comprobar la pantalla de su ordenador-. Siéntese y la verá cuando salga.
– Muy bien. Gracias.
Eric volvió a la sala de espera. Estaba bastante llena y la mayoría de las mujeres presentaban un estado de gestación avanzado. Algunas estaban con su madre o con su marido. En una esquina de la sala, alfombrada y llena de juguetes, había varios niños. Eric se sintió incómodo y fuera de lugar.
Se sentó junto a una mujer cercana a la cuarentena, que apoyaba un libro sobre una tripa inmensa.
– ¿Es el primero? -le preguntó ella, sonriente.
Hannah se puso la camisa y metió los pies en los zuecos. Se dijo que debía alegrarse; la revisión había ido bien, le encantaba su nueva doctora y había oído el latido del corazón del bebé. Era una mujer afortunada y feliz. Se lo repitió varias veces. No debía importarle que Eric se hubiera molestado; en realidad se lo esperaba.
Pero no era igual esperarlo que vivirlo. Salió y fue al mostrador en el que confirmaría la fecha de la siguiente consulta. Por lo visto había tenido una fantasía oculta sobre lo que iba a ocurrir y le había dolido que fuese así. Una locura. No podía haber esperado que él saltara de alegría, la abrazase y se entusiasmara al saber que estaba embarazada de otro hombre; eso ni siquiera ocurría en la televisión.
Si tenía todo en cuenta, él había reaccionado bastante bien. No la había echado del despacho, no la había llamado mujerzuela y no había manifestado disgusto o asco al comprender que había besado a una embarazada.
Las cosas no habían ido muy lejos entre ellos y eso era una ventaja. No le molestaría que Eric llamase para cancelar su cita para cenar. Era un hombre maravilloso que le gustaba, pero no se había enamorado de él ni nada de eso. Lo olvidaría en un abrir y cerrar de ojos.
Dio su nombre en el mostrador, recogió la tarjeta con su cita y salió. Se dirigía a la puerta cuando oyó a alguien llamarla por su nombre. Se dio la vuelta y casi tropezó de la sorpresa.
– ¿Eric? ¿Qué haces aquí?
– Esperarte.
– No entiendo.
– Ya me doy cuenta. Vamos -dijo él, conduciéndola al pasillo-. ¿Va todo bien? -preguntó.
– ¿Qué?
– Tu cita -miró su estómago-. ¿Qué tal fue?
– ¡Ah! El bebé y yo estamos bien. Ni siquiera he ganado mucho peso, eso es bueno. He procurado andar bastante.
– Entonces no venías porque te encontrases mal.
– No. Quería presentarme y conocer a la doctora. Pero no fue más que un reconocimiento de rutina.
Agarró el bolso con ambas manos. Una parte de ella quería creer que su presencia allí significaba algo bueno, pero otra no quería crearse demasiadas expectativas.
– ¿Para qué has venido? -le preguntó.
– Pensé… -calló y se encogió de hombros-. La verdad es que me soltaste todo un bombazo.
– Lo sé y lo lamento. Quería haberlo mencionado, pero no sabía cómo ni cuándo. Al principio me pareció raro y cuando empezamos a salir juntos… -suspiró-. Ya te he dicho todo esto. ¿Sigues enfadado?
– No estoy enfadado. Estoy confuso.
– ¿Tu mamá no tuvo esa conversación contigo? -Hannah no pudo evitar sonreír-. ¿Aún no tienes claro de dónde vienen los niños?
– Muy graciosa -dijo él con expresión seria, pero ella vio la chispa de humor que brillaba en sus ojos.
– Supongo que tienes muchas preguntas -dijo Hannah, relajándose un poco-. Si te interesa conocer las respuestas, me encantará dártelas.
– Sí, me gustaría -Eric miró a su alrededor-. Pero preferiría que no fuese aquí.
– Yo también -Hannah inspiró con fuerza para darse valor-. Teníamos planes de ir cenar esta noche. Podemos seguir con ellos, pero en vez de en un restaurante, podríamos cenar en mi casa. Yo cocinaré. Eso será más privado. No me importa contarte lo que ocurrió, pero no quiero que se entere toda la ciudad.
– Me parece justo. ¿A las siete?
– Allí estaré-contestó ella.
– Yo también -Eric le agarró la mano-. Vamos, te acompañaré al coche.
– Gracias. Eso es muy dulce.
– Soy un tipo dulce. Y también sexy. Pregúntale a cualquiera.
– Tú y tu ego. No te hace falta abuela, ¿verdad?
– No, en general no.
Ella soltó una risa y en ese momento supo con certeza que todo iría bien entre ellos.
A pesar de su seguridad anterior, Hannah se fue poniendo nerviosa según se acercaba la hora de la llegada de Eric. Empezó a pasear por toda la casa.
– Al menos estoy haciendo ejercicio -se dijo-. ¡Andando una barbaridad!
– En uno de sus circuitos por la cocina, se detuvo para echar una mirada a la lasaña que tenía en el horno. Había elegido la lasaña por dos razones: primero porque no se echaría a perder si se liaban a hablar y retrasaban la cena media hora y segundo porque era una de las pocas cosas que sabía cocinar.
También había preparado una ensalada y comprado una botella de Chianti para Eric. Pero cambió de opinión sobre el vino y lo guardó en la despensa. No quería que pensara que se estaba esforzando demasiado.
– Esto sería mucho más fácil si no estuviera nerviosa -murmuró. Quería que Eric entendiera y aceptara lo que había sucedido y las decisiones que había tomado en consecuencia. Internamente quería que él aprobara su decisión, pero suponía que las posibilidades de que eso ocurriera eran mínimas.
Oyó un coche y corrió hacia la puerta delantera. La abrió cuando Eric subía las escaleras.
– Hola -saludó él, entrando-. ¿Cómo te sientes?
Ella se preguntó si era por cortesía o si debía a que estaba al tanto de su embarazo.
– Muy bien -lo llevó a la sala y se sentó en el sofá. Él se sentó en un sillón, frente a ella.
Era obvio que había ido a casa. Había cambiado el traje oscuro por unos vaqueros y una camisa de manga corta. También se había afeitado. Se fijó en su boca y recordó su sabor. La verdad era que un buen beso haría que se sintiese mucho mejor, pero dudaba que Eric fuera a darle uno. Sus ojos estaban llenos de interrogantes.
– ¿Te apetece beber algo? -ofreció.
– Puede esperar a la cena -hizo una pausa y olfateó el aire-. Lo que estés cocinando huele muy bien.
– Es lasaña. Una de mis compañeras en la universidad era italiana. Me dio la receta secreta de su madre -hizo una pausa para tranquilizarse-. Supongo que te estás preguntando qué ocurrió.
– Hannah, no me debes ninguna explicación.
– Eso es verdad -dijo ella tras reflexionar un momento-. Pero me gustaría que lo entendieras.
– Entonces me gustaría escucharte.
Ella entrelazó los dedos para no retorcérselos e intentó decidir por dónde empezar. Posiblemente todo se remontara a mucho antes de conocer a Matt.
– Ya te conté que había ido a un internado de chicas.
Él asintió con la cabeza.
– La consecuencia fue que no salí con ningún chico mientras iba al instituto. Cuando entré en la universidad me sentí un poco desfasada. No me atreví a decírselo a nadie y mi primera cita fue desastrosa. Estaba con un chico que tenía razones para suponer que yo sabía lo que hacía; pero estaba aterrorizada y lo pasé mal -sonrió-. Digamos simplemente que no hubo una segunda vez.
– Él se lo perdió.
A ella le dio un salto el corazón. Deseó callar y saborear el momento, pero siguió hablando.
– Poco a poco fui mejorando en las relaciones chico-chica. Tuve un novio bastante en serio el tercer año. Llegamos al punto de plantearnos si seguíamos juntos, casándonos, o lo dejábamos; ambos comprendimos que lo nuestro no era un amor para toda la vida.
Eric miró su estómago y luego su rostro.
– Entonces él no es… -empezó.
– No. No es el padre. El primer año de mi especialización en Derecho tuve muchísimo trabajo. Tenía muchos amigos pero no salía con ninguno. En otoño del año pasado conocí a Matt.
Calló un momento, preguntándose cómo explicarlo.
– Matt era… distinto de los demás. Hacía reír a los profesores y no lo preocupaban los estudios ni los exámenes. Eso no quiere decir que no le fuera bien. Le iba fantástico. Pero los problemas que teníamos los demás a él ni lo tocaban -decidió ahorrarle a Eric el dato de que además tenía el físico de un dios griego-. Estábamos en el mismo grupo de estudio y Matt se fijó en mí desde el principio.
– Entonces, ¿él es el tipo? -Eric se recostó en el sillón y apoyó un tobillo sobre la rodilla.
– Sí. Creía que era todo lo que siempre había deseado. Cuando hablábamos era como si leyera mi mente y adivinase mis objetivos y mis sueños. Era tan perfecto para mí que casi daba miedo. Yo… -tragó saliva-creía que estaba enamorada de él. En Navidades me pidió que me casara con él y le dije que sí.
La expresión de Eric no cambió. Tampoco se movió, pero ella notó que sus músculos se tensaban.
– Tres días después me enteré de que no pertenecía a una rica familia de banqueros, como pretendía. Durante la semana siguiente comprendí que gran parte de lo que me había contado era mentira. No sabía por qué. Cuando me enfrenté a él, se sinceró conmigo.
Inhaló con fuerza. Había llegado a la parte más difícil… ésa en la que tenía que admitir que había sido una estúpida.
– Era un chico muy inteligente, de familia pobre. Había estudiado siempre con becas. Su objetivo no era licenciarse en leyes, sino casarse con una mujer rica y darse la gran vida. Reconoció el apellido Bingham y pensó que yo sería una buena candidata. Que fuésemos tan perfectos el uno para el otro sólo era otra parte de su juego. Había hablado con gente que me conocía de años atrás para averiguar cuánto pudiera. Lo tenía todo planeado y yo me dejé engañar.
– ¿Te destrozó el corazón?
– No exactamente -admitió ella-. Al principio me quedé atónita. Intentó decirme que seguía muy interesado en mí, pero cuando le expliqué el dinero que había en realidad, dio marcha atrás. Matt no estaba interesado en unos ahorros, quería millones. Tres días después descubrí que estaba embarazada.
– Déjame que adivine. No quiso hacerse cargo de su responsabilidad -dijo con voz airada.
A Hannah no acabó de gustarle que llamara «responsabilidad» a su bebé, pero entendió su punto de vista. Si Eric hubiera dejado a una mujer embarazada, se habría ocupado de su hijo durante el resto de su vida. Que amase o no a la madre no entraría en la ecuación.
– Matt casi tuvo un ataque cuando se lo dije. Al principio insinuó que el bebé no era suyo. Cuando lo amenacé con hacer una prueba de ADN, admitió que sabía que era el padre, pero que no entendía por qué quería arruinar su vida -ella movió la cabeza tristemente-. Como si yo lo hubiese hecho a propósito. Pero al final me alegré de su reacción. Me ayudó a reflexionar sobre lo que sentía por él y por estar embarazada.
Abrió los brazos y volvió las palmas de las manos hacia arriba.
– Comprendí que tenía suerte de librarme de Matt. Aunque le tenía cariño, no lo amaba; simplemente me había cegado con sus artimañas. En cuanto al bebé, estaba encantada. Quería tenerlo y sabía que me iría bien como madre soltera.
Eric asintió, como si no lo sorprendiera su reacción.
– ¿Dónde encaja Matt ahora?
– En ningún sitio -sonrió-. Una ventaja de estar en la facultad de Derecho es que hay multitud de abogados por todas partes. Redactamos un acuerdo vinculante. Matt renunció a todos los derechos sobre el niño y yo a cualquier tipo de ayuda financiera.
– Eso no está bien -Eric se inclinó hacia ella-. Tiene que ayudarte.
– No quiero a una persona como él cerca de mi bebé. No lo necesito. Después de haber comprado la casa, me queda suficiente dinero para vivir. No para hacer compras extravagantes, pero sí para cubrir los gastos del día a día.
– ¿Dejaste Derecho por el embarazo?
– En cierto modo -consideró la pregunta un segundo-. Fue la razón principal, pero hacía tiempo que no era feliz. Quizá habría decidido estudiar leyes yo misma, pero no tuve la oportunidad de elegir. Estaba muy claro que era lo que la familia esperaba de mí. No sé lo que quiero hacer con mi vida. Al saber que estaba embarazada, decidí aprovechar ese tiempo para pensar sobre mi futuro.
Eric consideró lo que le había dicho Hannah. Su explicación había confirmado su opinión de que había tenido una relación seria y el padre había desaparecido.
Su primera reacción fue la de ir a buscar a ese Matt y darle una paliza. Había que ser un bastardo de la peor calaña para dejar a una mujer embarazada y no asumir la responsabilidad. Eric era consciente de que había muchos por el mundo, incluyendo a su propio padre.
– No suenas enfadada con Matt -comentó.
– No lo estoy -se colocó un mechón de pelo rubio detrás de la oreja-. Estuve decepcionada durante un tiempo y triste; pero ahora siento sobre todo alivio de que no esté en mi vida.
Eric pensó que tenía sentido. Hannah sería una buena madre. Cariñosa y responsable. No estaba de acuerdo con que hubiera dejado la universidad, pero él no tenía un fondo de inversiones a su nombre.
– Por eso querías comprar una casa -dijo, mirando a su alrededor.
– Quiero que mi hijo o hija cuente con un hogar y con estabilidad.
Eric se dijo que el amor de Hannah por su retoño sería inversamente proporcional a la indiferencia de su madre por él. Su madre había entregado el corazón al padre de Eric y cuando la abandonó fue incapaz de recuperarse. Si hubiera estado en ese caso, Hannah se habría obligado a superarlo y a seguir con su vida.
– ¿Cómo reaccionó tu abuela cuando se lo dijiste?
– No se lo he dicho -Hannah hizo una mueca compungida y alzó una mano para impedirle que hablara-. Lo sé. Lo sé. Quería decírselo, pero la decepcionó tanto que hubiera dejado la universidad… No quise que se sintiese aún peor -agachó la cabeza-. Ya sé que no es un buen plan. Se va a enterar por otra persona o darse cuenta ella misma, antes o después.
Eric percibió en su postura, en su rostro, que estaba esperando que la juzgara.
– Hannah, no estamos en 1950. A nadie va a importarle que estés embarazada sin haberte casado.
– Es fácil para ti decirlo. Tú no tienes que enfrentarte al problema -lo miró a los ojos-. En una gran ciudad no me encontraría con gente que me conoce, no importaría. Pero, ¿aquí? ¿No crees que la gente hablará de mí?
– No, pero si tú lo crees, ¿por qué has vuelto?
– Es mi hogar. No quería ir a ningún otro sitio. Y no me digas que eso no tiene lógica, porque ya lo sé.
– Simplemente es inusual. Te da miedo lo que pueda decir la gente, pero decides esconderte aquí.
– Supongo que la posibilidad de recibir apoyo pudo más en la balanza que mi miedo.
– Puede que tu familia te sorprenda. Estoy seguro de que lo harán. De manera favorable -sonrió.
– ¡Oh, Eric!
Hannah se levantó y se sentó al borde de la mesita de centro. El borde de su falda le rozó la pierna.
– Lo siento -murmuró, tocándole el dorso de la mano-. Me he comportado muy mal. No pretendía ocultarte la verdad -cerró los ojos-. Bueno, en realidad sí, pero no con mala intención. Como te dije, no quería que las cosas cambiaran. Me daba miedo perder lo que había entre nosotros. ¿Podrás perdonarme?
Eric pensó que era ella quien debía perdonarle. O darle un tortazo. Hannah estaba allí, hablando de sus preocupaciones y sentimientos y él sólo podía pensar en lo guapa que estaba. En lo grandes que tenía los ojos y en la forma de esa boca que deseaba besar. Esa idea lo llevó a pensar en su cuerpo, en acariciarla, poseerla.
Se obligó a borrar de su mente las imágenes eróticas de Hannah y él… desnudos.
Era asqueroso. Sólo un animal pensaría en imponer sus deseos carnales a una mujer en un estado tan delicado. Era inmoral. Quizá hasta fuera ilegal. Se juró que controlaría sus instintos, por mucha que fuera la tentación. No violaría su confianza en él.
– No hay nada que perdonar -afirmó, girando la mano para apretarle los dedos-. Quiero ser tu amigo en todo el proceso.
– Eso me gustaría -admitió ella-. Ahora mismo me siento bastante sola.
– Puedes contar conmigo.
Se juró que no la fallaría. De alguna manera aprendería a verla como un ser asexual, en vez de como la mujer deseable y voluptuosa que era.
– Podemos ayudarnos mutuamente -continuó-. Trabajo tanto que apenas tengo vida social, pero a veces es agradable pasar tiempo con alguien.
– Aquí puedes pasar todo el que quieras.
– Me gusta la idea -sonrió él-. Pero tendré que informarme sobre todo lo relativo a embarazos y bebés.
– Siempre se te dieron muy bien los estudios -Hannah se rió-. ¿Por qué tendré la impresión de que acabarás estando más enterado que yo?
– Lo dudo.
– Eric, no tienes ni idea de lo que significa esto para mí. Tu amistad ya era muy importante antes, a partir de ahora lo será aún más. Gracias.
– Es un placer -dijo él, con toda sinceridad. Lo que más deseaba en el mundo era abrazarla y besar su boca. Se insultó mentalmente por su deseo y se levantó.
– ¿Cuándo cenamos? Estoy muerto de hambre.