Capítulo 6

EL martes por la mañana, Hannah fue al despacho de Eric para recoger las llaves. Desde la tarde anterior, era la orgullosa propietaria de su primera casa.

Aunque era un gran paso, estaba emocionada y muy segura de su decisión. Le estaba resultando mucho más difícil decidirse por unas persianas para los dormitorios.

– Pareces contenta -comentó Jeanne al verla-. ¿Hasta qué punto se debe a tomar posesión de tu casa y hasta qué punto a un hombre atractivo que ambas conocemos?

– ¿Podría contestarte cuando haya calculado los porcentajes? -bromeó Hannah.

– Claro que sí -Jeanne se levantó y señaló las sillas que había junto a la pared-. Siéntate. Tiene una conferencia telefónica y me pidió que te dijese que, por favor, lo esperases -le guiñó un ojo-. Y no me invento nada, incluso dijo «por favor».

– Eric es muy educado -dijo Hannah, sentándose.

– Que sea educado no es lo importante -Jeanne se sentó frente a ella y bajó la voz-. Espero que estés de acuerdo en que es guapo y un gran partido.

– ¿No lo consideras capaz de conseguirse él mismo las chicas? -dijo Hannah, intentando no sonreír.

– Claro que sí, pero, ¿lo hace? -hizo una mueca-. Él no. Prefiere trabajar hasta tarde a salir con una mujer atractiva. Al menos, así ha sido hasta ahora. Hum, me pregunto qué ha cambiado. ¿Podría ser culpa tuya?

– No estoy segura de querer asumir la responsabilidad de eso. Eric es encantador y lo pasamos muy bien juntos. Pero sólo hemos salido un par de veces -no confesó que las dos citas habían acabado con besos apasionados y que se acaloraba al pensar en ellos.

– Quizá podrías considerar algunas citas más -sugirió Jeanne-. Me quejo de Eric todo el tiempo, pero la verdad es que es un hombre estupendo. Y necesita alguien que lo quiera.

Hannah obvió ese comentario. En su opinión, Eric era autosuficiente. No sabía si necesitaba alguien que lo quisiera ni si sería capaz de devolver ese amor.

– Lo pensaré -respondió.

– Bien -Jeanne sonrió con complicidad-. ¿Cómo es la mansión de los Bingham por dentro? ¿Tienen muchos sirvientes?

– En realidad no me siento como si encajara allí -aclaró Hannah, tras hablar un poco de la casa-. Supongo que es porque yo no nací ni crecí rodeada de riqueza.

– Supongo que eso podría ser un problema -aceptó Jeanne risueña-. Pero estaría dispuesta a esforzarme para superarlo. ¿Crees que Myrtle adoptaría a una asistente de mediana edad como hermana honorífica?

– Podría preguntárselo.

– Eso estaría muy bien.

– ¿Qué estaría muy bien? -preguntó Eric saliendo del despacho-. Jeanne, ¿estás torturando a Hannah?

– Sólo un poco. Yo lo denomino entretenerla.

Hannah se puso en pie y miró al hombre que invadía sus sueños. Tenía un rostro perfecto. Era lógico enamorarse de un hombre tan guapo y bien educado.

– Jeanne es fantástica -dijo Hannah.

– No digas eso delante de ella -Eric se llevó un dedo a los labios-. Ya se considera imprescindible.

– ¿Y lo es? -preguntó Hannah, entrando al despacho.

– Probablemente, pero es mejor que no lo sepa -sonrió a Jeanne-. Por favor, atiende mis llamadas.

– Desde luego, jefe -guiñó un ojo y cerró la puerta.

– Felicidades -le dijo Eric a Hannah-. Tengo las llaves aquí, con los documentos finales -fue al escritorio y le entrego un gran sobre-. Ya eres propietaria -se inclinó y besó sus labios suavemente.

Hannah sabía que sólo era un gesto cariñoso, pero lo sintió de la cabeza a los pies.

– Estoy embobada contigo -dijo, sin poder evitarlo.

– Eso es justo lo que desea oír un hombre -comentó él, enarcando una ceja.

– ¿En serio?

– Es mucho mejor que «podemos ser amigos». ¿O ibas a decir eso a continuación?

Ella sujetó el sobre contra su pecho, como un escudo y se sentó en el sofá. Él se sentó a su lado.

– Sé que debería ser madura y sofisticada -dijo tras pensarlo-. Pero no lo soy.

– Acordamos ir despacio -le recordó él-. ¿Es ése el problema? ¿Prefieres que no nos veamos más?

– ¡No! -ella apretó los labios-. No es eso. Es que… Es confuso. Me parece importante ir lentamente, pero al mismo tiempo desearía que fuéramos más rápido. ¿Eso tiene sentido?

– En realidad no. No puedo decidir si debería sentarme al otro lado de la habitación o atacarte aquí mismo, en el sofá.

Ella habría votado por el ataque. Pero había complicaciones: el bebé, Jeanne en la habitación de al lado y estar en un despacho al que podría entrar cualquiera.

– Veamos -Eric le quitó el sobre, lo dejó en una mesita y tomó sus manos entre las suyas-. Lo paso muy bien contigo. Te encuentro atractiva y deseo intimidad física, pero no me intereso en ti sólo por el sexo.

– Es bueno saberlo -Hannah tragó saliva. Él había mencionado el sexo, a las claras.

– ¿Preferías que dijera que no te deseo? -preguntó él con una sonrisa.

– No -aceptó ella.

– Entonces seguiremos viéndonos. En cuanto a las relaciones físicas, nos tomaremos nuestro tiempo. ¿Te parece bien eso?

Hannah comprendió que la sorprendía esa muestra de su buen carácter. Matt sólo se había preocupado por lo que podía conseguir él, mientras que Eric parecía genuinamente interesado en lo que quería ella.

– Me gusta -aceptó ella-. Te estás portando fantásticamente.

– Es que soy un tipo fantástico. ¿Cuándo llega el camión de la mudanza?

– El jueves. Ese día también me traerán los muebles.

– ¿A qué hora tengo que estar allí?

– Eric, he dicho el jueves -Hannah parpadeó-. Es un día laborable; no puedes tomarte tiempo libre.

– Claro que puedo. ¿Le has dicho a tu familia que estás de vuelta?

– ¿Qué? No. Sólo lo saben Ron y Mari.

– Me lo imaginaba. Así que no tienes a nadie que te ayude. Los de la mudanza meterán todo en casa, pero ¿y si quieres mover cosas cuando se hayan ido? Yo me ocuparé de eso. Estaré allí a las nueve.

– Eso sería una maravilla. En serio.

– Será un placer.

Ella no supo qué pensar. Eric ponía el trabajo por encima de todo, pero estaba dispuesto a ayudarla en un día laborable. No quería pensarlo mucho, pero empezaba a creer que volver a casa había sido una gran idea, por más razones de las que había considerado.


Hannah estaba tan nerviosa que no pudo dormir el miércoles por la noche y llegó a su nueva casa muy temprano el jueves. Sacó la cafetera que había comprado el día anterior y puso café para Eric y los de la mudanza. Calentó agua para hacerse un té y paseó por las habitaciones, imaginándose cómo quedarían.

Era un cálido día primaveral. Lucía el sol y los pájaros cantaban en los árboles del jardín. Había abierto las ventanas y entraba la brisa del exterior. Miró los arbustos de bayas que había plantado un par de días antes.

– Todo irá bien -dijo, tocándose el vientre e imaginándose al bebé-. Más que bien. Viviremos felices en esta casa, lo sé. Pero tengo mucho trabajo por delante.

En ese momento oyó el ruido de un motor y adivinó que era de un coche, no del camión de la mudanza. Fue a la puerta y salió. Efectivamente, era Eric.

La noche anterior había hecho una lista de razones por las que no debía iniciar una relación de momento. Por mucho que el hombre fuera alto, guapo, educado y tan sexy que quitaba el sentido. Pero las resoluciones tomadas a solas en el hotel eran una cosa; las resoluciones a la luz del día y viendo la sonrisa de Eric eran otra cosa muy distinta.

– He traído donuts -dijo él, saliendo del coche-. No sabía cuáles te gustaban, así que compré de todos.

– Me gustan de todo tipo. Pero no tenías que traer nada, bastante harás con trabajar.

– ¿Quieres que los devuelva? -ofreció él, acercándose y abriendo la caja rosa delante de su nariz.

– No. No podría soportarlo -estiró la mano y eligió uno recubierto de caramelo. Él tomó uno de chocolate.

– He puesto el café -le dijo-. Ya debe estar hecho.

– Llévame hasta él y seré tu esclavo para siempre. O al menos durante el resto del día.

Ella lo guió a la cocina. Eric dejó la caja de donuts y se sirvió una taza. En ese momento Hannah se fijó en cómo iba vestido.

No llevaba corbata ni uno de sus bien cortados trajes. Eric los había sustituido por unos vaqueros gastados que se ajustaban a sus caderas y resaltaban los músculos de sus piernas y una camiseta vieja que sus anchos hombros llenaban por completo.

Le dio un vuelco el corazón y empezaron a sudarle las palmas de las manos. Deseó echarle la culpa a una, reacción hormonal debida al embarazo, pero tuvo que reconocer que la razón era que deseaba al hombre que tenía ante sí.

Por fortuna, el sonido de un camión que subía la colina la salvó de la vergüenza de quitarse la ropa y suplicarle que la hiciera suya allí mismo, en la cocina.

No tardaron mucho en descargar. La mayoría de los muebles que había acumulado mientras estudiaba eran viejos y se había deshecho de ellos. Sólo había una mesa redonda de roble, utensilios de cocina y un enorme escritorio antiguo que había pertenecido a su padre. Además de docenas y docenas de cajas.

– ¿Qué hay aquí? -preguntó Eric, llevando dos cajas al salón-. ¿Ladrillos?

– Libros. Tengo cientos de libros -explicó ella, señalando el montón de cajas que se iban acumulando en la esquina.

Poco después de que acabaran los de la mudanza, llegaron los de los muebles. Colocaron los del salón y la cama y la cómoda en el dormitorio. Después instalaron la lavadora y la secadora y comprobaron que funcionaban. A las doce menos cuarto, Hannah firmó la última nota de entrega y cerró la puerta principal.

– No está mal para una mañana de trabajo -comentó Eric, de pie en medio del salón.

– Todavía necesito muchas cosas pequeñas -dijo ella, acercándose-. Lámparas, alfombras, algunas mesas auxiliares… -Aunque también necesitaba muebles infantiles, se lo calló. Aún no sabía cómo reaccionaría él, pero dudaba que la idea fuera a entusiasmarlo.

Eric miró los muebles, las cajas de libros y la televisión que acababan de traer.

– No te trajiste muchas cosas -comentó-. Pensé que tendrías más.

– Olvidas que estuve en un internado hasta que entré en la universidad y después compartí habitaciones; no era posible acumular cosas. Los últimos dos años viví en un apartamento, pero casi todo era barato y de segunda mano y no merecía la pena.

– Pero eres una Bingham. Tienes mucho dinero.

Hannah se puso rígida. No quería que ese tema la afectara, pero después de lo ocurrido con Matt, tenía que ser precavida. Decirse que Eric no se parecía en nada a Matt no la tranquilizó.

– Hay algo de dinero -admitió-. Pero no tanto como cree todo el mundo. Mi padre me dejó un fondo de inversiones. Si tengo cuidado, me dará para vivir. Ha servido para comprar la casa, pero no es una fortuna. No podría comprarme un ático de lujo y darme la gran vida.

Lo observó mientras hablaba, buscando algún tipo de reacción. Eric no mostró asombro ni decepción al escucharla.

– No das la impresión de ser una mujer que desea darse la gran vida. Si lo fueras, no habrías vuelto aquí.

– Tienes toda la razón.

– ¿Te parece que empecemos a trabajar en la cocina?

– Desde luego -dijo ella con una sonrisa.

Controló las ganas de chillar de alegría. Eric había pasado la prueba, no la buscaba por su dinero; su intuición no había fallado. Matt le había mostrado un aspecto diferente de la vida… que no le había gustado.

Sabía que era afortunada. El dinero de su padre le permitiría quedarse en casa con el bebé durante varios años, sin necesidad de trabajar. Pero la seguridad financiera no le había aclarado las ideas sobre qué hacer, con su vida. Quería dedicarse a su hijo, pero no podía evitar pensar que sería mejor madre si tenía otros intereses aparte de los maternales.

– Muy bien, medio adinerada jovencita independiente -empezó Eric mientras abría una caja de platos y empezaba a desenvolverlos-. Ahora que estás en tu nuevo hogar, ¿qué piensas hacer con tu vida?

– Es justo en lo que estaba pensando. ¿Me has leído el pensamiento?

– En absoluto. Era la siguiente pregunta lógica. Sé que te gustan tus bayas y todo eso, pero ¿cuánto tiempo de atención necesitan?

– Más vale que dejes en paz mis bayas, amigo. Sobre todo si esperas que las comparta.

– Aceptado. Pero eso no contesta a mi pregunta. ¿Qué planes tienes?

– No sé -admitió ella. Fue metiendo en el lavavajillas los platos que le pasaba-. ¿Necesito un plan?

– Suele ayudar.

– Deja que adivine -lo miró de reojo-. Tú tienes planes múltiples. A corto, largo y posiblemente medio plazo.

– Claro -él lanzó una carcajada-. En parte son responsables de mi éxito profesional. Quiero ascender lo antes posible.

– ¿Pretendes llegar a presidir una empresa algún día?

– Desde luego que sí. ¿Por qué no? Me gustaría el reto de dirigir algo grande. Entretanto, estoy afianzando mi curriculum.

– ¿Y tu vida personal? -inquirió ella.

– Hablas como mi hermana. CeeCee siempre está dándome la lata para que forme una familia.

– ¿Y tú no quieres? -preguntó Hannah con un nudo en el estómago.

– Quiero formar parte de algo -aclaró él. Terminó de vaciar la caja y empezó con otra-. Tú ya eres parte de algo. Así que tienes esa necesidad resuelta.

– Si te refieres a los Bingham, no me considero parte del núcleo familiar. Soy una pariente accidental.

– Eso no es verdad.

– ¿Estás seguro? -ella se irguió y alzó los hombros-. Mi abuela siempre ha sido buena conmigo, pero lo cierto es que existo porque su hijo cometió un error. No le gustará que haya dejado Derecho -ni mi embarazo, pensó-. No quiero ver la decepción en sus ojos, por eso no le he dicho aún que he vuelto. Si se entera por otra persona, la decepción será aún mayor. Así que aquí estoy, temiendo a mi abuela, sin plan ni rumbo.

– Estás en un periodo de transición -se acercó y acarició su barbilla-. Eso cambiará.

– Si no cambia, iré a pedirte que me des lecciones de planificación.

– Puedo ofrecerte algunos consejos -afirmó él, volviendo a la caja.

– Tu hermana debe estar muy orgullosa de ti. De tus logros -a Hannah la asombraba cuánto había avanzado en un periodo de tiempo tan corto.

– Lo está.

– ¿Os lleváis bien?

– Sí -Eric sonrió-. Intentamos cenar juntos una vez a la semana. Ella me dice lo que debo arreglar en mi vida y yo hago chapuzas en su casa.

– Eso está muy bien. Mientras crecía siempre quise tener un hermano o hermana. Alguien con quien jugar y compartir cosas.

– CeeCee es casi once años mayor que yo. No era una compañera de juegos.

– Supongo que no, pero estaba allí contigo.

Eso era lo que ella quería. Una familia con la que contar, amigos de los que ocuparse. Si conseguía eso, podría enorgullecerse de su vida.

Ya tenía una familia, pero no estaban muy unidos. En parte era culpa suya, sobre todo desde que había regresado y evitado a todo el mundo. Hizo voto de cambiar de actitud.


El lunes, Hannah fue en coche a ver a su abuela. Myrtle vivía en la mansión que su marido construyó a principios de los cincuenta. Aparcó, salió del coche y se estiró la falda de lana y la chaqueta corta.

Estaba más que nerviosa… se sentía indigna. Quizá fuese porque había crecido en la zona pobre de la ciudad, con dificultades para llegar a fin de mes. O quizá porque era una hija bastarda.

Poniendo su corazón en actuar como una Bingham, fue hacia la puerta y llamó. Una sirvienta uniformada la condujo a la sala de estar de Myrtle.

Hannah ya había estado allí. Siempre había fuego en la chimenea y jarrones de flores frescas en varias mesitas. Los tonos rosados y rojos daban a la sala un aspecto muy acogedor. Una alfombra oriental cubría el suelo de madera, dos sofás pequeños y un sillón orejero creaban una zona de conversación.

El sillón era de su abuela. En su primera visita a la casa había cometido el error de sentarse en él y su abuela le había pedido, gentil pero firmemente, que cambiara de sitio. Entonces sólo tenía catorce años, lloraba la muerte de su madre y acababa de enterarse de que Billy Bingham era su padre. Myrtle le comunicó que habían decidido que iría a un internado en el este.

Se abrió una puerta y su abuela entró. Myrtle Northrup Bingham estaba a punto de cumplir ochenta años, pero aún se movía con la seguridad de una joven. Sonrió al ver a Hannah y extendió las manos.

– Nadie me dijo que estabas en la ciudad, Hannah. Es una sorpresa encantadora.

– Gracias -Hannah apretó sus manos levemente y la besó en la mejilla-. Llevo unos días aquí -dijo, aunque en realidad eran casi tres semanas.

– ¿Tenéis vacaciones en la universidad?

– Yo… -tragó saliva-no. He dejado Yale. Definitivamente.

La única reacción de Myrtle fue alzar levemente las cejas. Después sirvió dos tazas de té y le ofreció una.

– Ya veo.

– Verás, sentí la necesidad de establecerme y he comprado una casa. Es preciosa. Espero que puedas venir a verla.

Myrtle le ofreció un platillo de canapés.

– No, gracias -murmuró Hannah-. La casa está al otro lado de la ciudad, pero aquí no hay distancias. Tiene unas vistas preciosas y un jardín. He estado trabajando en ella -se dio cuenta de que tenía las uñas rotas, de cortar setos y ocultó la mano libre bajo la chaqueta.

Su abuela tomó un sorbo de té. Después dejó la delicada taza sobre el platillo y suspiró.

– Creía que querías ser abogada.

– Quería. Puede que aún quiera, no lo sé. Tengo que pensar en algunas cosas.

Tenía que pensar en el bebé, por ejemplo. Pero decidió guardarse esa noticia para la siguiente vez; no quería provocarle un infarto a su abuela.

– ¿Hay algún joven? ¿Has regresado para casarte?

– No. En realidad no -Hannah no sabía si podía contar a Eric, acababan de empezar a salir.

– Nunca te imaginé ociosa, Hannah. Eres una chica sensata; estoy segura de que te aclararás. ¿Has pasado por el parque de la zona este? Uno de mis comités reunió fondos para mejorar toda la zona infantil. Myrtle charló sobre sus obras de beneficencia. Hannah fue hundiéndose en el asiento más y más cada segundo. La decepción de su abuela era tan palpable como un ser vivo. El mensaje era claro: «Te dieron una oportunidad y la desaprovechaste». Hannah estaba de acuerdo. Había cometido muchos errores. Lo sabía y por eso quería enderezar su vida.

Cuarenta y cinco minutos después, Hannah se excusó, prometió volver de visita y casi corrió hacia el coche. Ahí acababa su esfuerzo por conectar con la familia. Nunca encajaría con ellos, estaba sola.

– Pero te tengo a ti -dijo, palpándose el estómago-. Seremos una familia.

Se preguntó si Eric quería formar parte de su mundo. Si estaba interesado en amar y en ser amado. Eso era lo que ella deseaba casi por encima de todo: un hombre que la amase con todo su corazón. Quería ocupar el primer lugar en la vida de otra persona.

Загрузка...