Capítulo 9

LA primera idea de Juliet fue preguntarse cómo no había comprendido antes que lo amaba. Lo miró allí echado en la cama, con la cara relajada por el sueño y sus hijos estirados sobre él con confianza y supo que se había estado engañando a sí misma durante las mágicas semanas anteriores.

– Los dejaremos dormir -dijo en voz baja antes de darse la vuelta.

No quería estar enamorada de Cal. Había estado enamorada de Hugo y su historia de hadas se había convertido en una pesadilla de crueldad y decepción. Él había tomado su inocente adoración y la había hecho añicos. Ella había sido una joven enamorada y despreocupada y él casi había conseguido hundirle el espíritu.

Casi, pero no del todo. Las criticas, el desdén y las mentiras la habían hundido hasta llegar a creer que era tan inútil como Hugo decía siempre. Los niños le habían devuelto algo de confianza en sí misma, pero Juliet no quería volver a sufrir de aquella manera.

Enamorarte te hace vulnerable, dependiente de otro ser para tu felicidad y ella no creía poder pasar por aquello.

Pero no le quedaba mucha elección. De todas formas, ya se había enamorado de Cal y eso no iba a cambiar.

“Cal es diferente”, le gritaba el corazón. No tenía nada que ver con Hugo. Mientras que Hugo la había hecho sentirse una fracasada, Cal le hacía sentir que podía conseguir lo que quisiera. La hacía sentirse a salvo; la hacía sentirse sexy. Y no le había mentido como había hecho Hugo.

Juliet se aferró a aquella idea para darse seguridad. No, Cal no le había mentido nunca. Había sido completamente honesto con ella. “Te deseo… y tú me deseas”, le había dicho. “Ninguno de los dos queremos ataduras”. Nunca había aparentado que su relación fuera otra cosa que física. La deseaba, pero no la amaba. Eso lo había dejado claro desde el principio y ella no tenía motivos para pensar que hubiera cambiado de parecer.

¡Si siquiera pudiera volver a cómo estaban las cosas antes! Juliet deseó que Natalie nunca la hubiera llevado a ver a Cal con los niños.

También desearía poder decirle a Cal que lo amaba, pero el amor no había sido parte de su acuerdo. Podría estropearlo todo si lo confesaba. Él podría sentirse incómodo o acorralado. O podría irse si creía que iba a presionarle para que se comprometiera. Y Juliet pensaba que no podría soportar Wilparilla sin Cal.

Pero podría irse de todas formas, como había dicho que haría y entonces ella no podría soportarlo. Sería más fácil si él no supiera que lo amaba, ¿verdad?

Cuando Cal se despertó de la siesta, Juliet no aparecía por ninguna parte a la vista. Al final la encontró al lado del arroyo.

– ¡Ahí estás! -dijo al divisar su camisa rosa entre los árboles.

Juliet dio un respingo al escuchar su voz, pero consiguió parecer normal cuando llegó a su lado.

– Hola -forzó una sonrisa-. ¿Están los niños bien?

– Natalie está con ellos -Cal la miró con atención-. ¿Pasa algo malo?

– No, por supuesto que no -dijo ella con exceso de entusiasmo-. Me apetecía dar un paseo después de la comida -siguió hablando para no ceder a la tentación de arrojarse a sus brazos y confesarle lo insegura que se sentía-. Solía venir hasta aquí cuando quería pensar y hacía mucho que no venía. Es evidente que no he estado pensando mucho últimamente.

Cal se sintió asaltado por un miedo repentino a que fuera a decirle que quería que acabaran su relación. ¿Se habría aburrido? ¿Estaría él dando demasiado por supuesto?

– A veces es un error pensar demasiado.

– No estaba pensando en nada serio -mintió ella.

Sólo en lo vacía que sería su vida cuando él se fuera. No podía permitirse depender de él o acabaría como cuando Hugo había muerto: perdida, sola y asustada.

– Sólo estaba pensando que ya es hora de que haga algún esfuerzo por conocer a otra gente. No conozco a ninguno de mis vecinos salvo a Pete Robins y sólo he hablado con él un par de veces. Supongo que esperaba que ellos dieran el primer paso, pero creo que ahora debo acercarme yo, presentarme y hacerles saber que no soy como Hugo -vaciló-. He oído a los hombres hablar de las carreras del próximo domingo y he pensado que estaría bien que fuéramos todos. No me importa conducir yo si tú no quieres ir -añadió al ver que Cal no parecía nada entusiasmado.

– Te llevaré en el aeroplano si es eso lo que quieres -dijo Cal, despacio-. Pero no creo que encuentres muy excitantes las carreras, de todas formas.

Estaba intentando disuadirla, comprendió Cal, porque no quería que conociera a nadie; no quería compartirla con nadie.

Además, todos le conocerían a él en las carreras y no podría evitar que hablaran con Juliet. ¿Y cuánto tardaría ella en descubrir que había sido él el que había hecho aquellas ofertas? Debería habérselo contado mucho antes, comprendió con debilidad.

La verdad era que no había querido estropear las cosas. No le había mentido exactamente a Juliet, pero tampoco le había dicho toda la verdad y sabía que se disgustaría cuando se enterara.

Se lo debería decir esa misma noche, decidió. Pero Juliet siguió con un extraño estado de ánimo distante. No estaba hostil, pero parecía haber levantado una barrera invisible entre ellos que le dejó a Cal con una sensación de frialdad en la boca del estómago. ¿Estaría intentando decirle que ya no lo deseaba más? Casi había esperado que pusiera alguna disculpa para acostarse sola esa noche, pero en cuando los niños estuvieron acostados, se reunió con él en la terraza y le rodeó la cintura con fuerza con sus brazos.

– Vamos a la cama -dijo.

Juliet le hizo el amor con un cierto toque de desesperación y al acabar lloró. Cal la abrazó con fuerza acariciándole el pelo.

– Juliet, hay algo que tengo que contarte.

Pero ella alzó la cara mojada y le puso un dedo en los labios.

– No lo digas -le suplicó-. No hace falta que digas nada.

Juliet pensó que había adivinado que estaba enamorada de él. Apartó los dedos de sus labios y se sentó abrazándose a las rodillas dobladas.

– No hace falta que digas nada -repitió-. Ya sé que esto es algo temporal para los dos.

– Pero Juliet…

– Así que no hace falta explicar nada a nadie. Tú mismo lo dijiste al principio, Cal. Dijiste que era sólo algo físico, y eso es lo que es. Ninguno de los dos queremos involucrarnos en el tipo de relación en que debas contar todos tus secretos, ¿verdad?

– No.

¿Así que eso era sólo para ella?

– No me digas nada -dijo Juliet dándose la vuelta.

Si entraban en una discusión acerca de las emociones, ella se confesaría y no quería hacerlo. Lo único que quería era aferrase al cuerpo de Cal y pensar que por el momento no importaba nada más. Descendió hasta casi rozarle los labios con los suyos.

– No hables de nada, por favor -susurró.


Maggie no había querido ir a las carreras, así que Cal llevó a Juliet y a los tres niños en el aeroplano.

Los vaqueros se habían ido la noche anterior en la furgoneta y estaba claro que pensaban pasar más tiempo en el bar que viendo los caballos.

Parecía haber más aeroplanos que coches aparcados alrededor del circuito polvoriento. Deseó no haber insistido tanto en ir, pero tampoco había encontrado una razón convincente para cambiar de idea. Tendría que enfrentarse a sus vecinos en algún momento y además podría necesitarlos en cuanto Cal se hubiera ido.

Tendrían que hablar en algún momento, pensó Juliet con desmayo. El período de prueba estaba llegando a su fin y Cal empezaría a buscar una tierra mientras ella tendría que aparentar que no le importaba.

La pista consistía en un campo polvoriento tras una cuerda. Había un tenderete de cerveza y Juliet recordó haber ido al Royal Ascot con Hugo. Era como recordar una película que hubiera visto, una vida que pertenecía a otra persona, no a ella.

Los niños estaban todos excitados por el cambio de escenario, pero había algo en la expresión de Cal que inquietó a Juliet. Se sentía avergonzada y fuera de lugar, aunque iba vestida con vaqueros y camisa.

– Iré a buscar unas bebidas -dijo con brusquedad Cal.

Desapareció bajo el tenderete y al sentirse abandonada, se llevó a los niños a ver a los caballos.

– ¿Sabes que Cal ha vuelto? -preguntó una voz lacónica a sus espaldas.

– Sí, lo había oído.

– ¿Y sabías que está trabajando en Wilparilla?

Juliet oyó que el otro hombre lanzaba un silbido de sorpresa.

– ¿En Wilparilla? ¿Y para qué iba a hacer eso? He oído que ha ganado mucho dinero en Brisbane. No necesitaría trabajar para nadie y mucho menos… La voz se interrumpió al acercarse otra pareja y los cuatro se fueron dejando a Juliet intrigada de que a aquel hombre le hubiera extrañado tanto que Cal trabajara en Wilparilla.

Cal vio a Juliet rígida al lado de las cercas en cuanto salió del tenderete. Para alguien que había expresado tanto interés en conocer a los vecinos, parecía bastante distante.

– Será mejor que te presente a algunas personas -dijo después de pasarle los refrescos a los niños.

Sabía que no había sonado muy animado, pero no podía evitarlo. Habría deseado que se hubieran quedado en Wilparilla, donde la podía tener para sí mismo y ahora iba a tener que soportar ver cómo otros hombres la miraban.

Sin embargo, no verían lo que él veía. Sólo él sabía lo cálida y vibrante que era Juliet bajo aquel aspecto tenso. Había florecido durante las pasadas semanas, pero ahora parecía más encerrada en sí misma y más a la defensiva. A Cal le hubiera gustado saber la causa.

Todo el mundo pareció alegrarse mucho de volver a ver a Cal, pensó Juliet cuando un grupo lo rodeó antes de dar dos pasos.

– ¡Cal, cómo me alegro de verte! Sabíamos que no ibas a aguantar mucho tiempo fuera. ¿Qué eso que he oído de que diriges Wilparilla? Me lo acaba de contar Joe, pero no podía creerlo.

– Es verdad -Cal forzó una sonrisa-. Y ésta es mi nueva jefa, Juliet Laing.

Hubo un silencio de asombro y todos los ojos se clavaron en Juliet. ¿A qué venía tanta sorpresa?, se preguntó ella mientras sonreía con debilidad. ¿Es que una mujer no podía contratar a un capataz?

Todos los grupos que se encontraron reaccionaron de la misma manera. Juliet era muy consciente de que todo el mundo la miraba cuando Cal y ella se daban la vuelta y cada vez se sentía más incómoda. Fue un alivio que empezaran las carreras y todo el mundo se pusiera a hablar de otra cosa. Un hombre hacía los comentarios por un megáfono y Juliet se preguntó cómo distinguiría a los caballos entre aquella nube de polvo.

Estaba claro, sin embargo, que las carreras consistían más en beber y cotillear que en ver a los caballos. Después de dos carreras se anunció un descanso y Juliet dirigió una mirada de soslayo a Cal.

Parecía estar disfrutando tan poco como ella, pero quizá lo pasara mejor si no la tenía colgada de él todo el tiempo.

Debía avergonzarse de ella, pensó Juliet con un encogimiento de corazón. Ella no pertenecía allí; era demasiado inglesa, demasiado pulida y además la viuda de Hugo. Probablemente todos lo sentirían por Cal, incapaz de quitarse de encima a la patética de su jefa.

– Vamos niños, vamos a buscar otro refresco -dijo tomando a Andrew y a Kit de la mano.

Natalie había encontrado a otros niños de su edad nada más llegar y estaba jugando tras el tenderete.

– Iré contigo -empezó a decir Cal.

Entonces vio a una atractiva mujer con un vestido azul que se estaba acercando a él con una sonrisa.

– ¡Cal! ¡Cómo me alegro de verte de nuevo! ¿Eres de verdad el capataz de Wilparilla?

Juliet se escabulló antes de darle a Cal la oportunidad de presentarla. No podía soportar aquella incredulidad de nuevo.

Kit y Andrew no estaba acostumbrados a las multitudes y se estaban poniendo muy pesados. Juliet compró refrescos y buscó un sitio donde sentarse a la sombra de la tienda. Allí se estaba más tranquilo.

Desde la distancia pudo ver a Cal que seguía hablando con la mujer de azul. Era evidente que eran viejos amigos. Juliet se preguntó si estaría casada. Parecía tan adecuada para él. Juliet apretó los puños y apartó la vista para distraerse con la conversación a sus espaldas.

– ¿Te lo imaginas de capataz de Wilparilla? Debe odiarlo.

– Ya conoces a Cal. Hará lo que haga falta para conseguir lo que quiere. Y no creo que tarde mucho. La viuda está aguantando más de lo que pensábamos, pero al final tendrá que vender y él podrá recuperar Wilparilla.

– ¿La has visto? Es una mujer muy guapa. Debería casarse con ella y ahorrarse su dinero. No puedo creer que no se le haya ocurrido.

– Quizá ella no lo quiera.

Su amigo lanzó un bufido de incredulidad.

– Él es un buen partido. Por lo que he oído, ganó mucho dinero en Brisbane.

– No creo que eso sea suficiente para Cal. Yo también la he visto y no se parece en nada a Sara. Yo no diría que la señora Laing sea su tipo.

El primero de los hombres estaba diciendo algo que Juliet no pudo entender y su compañero lanzó una carcajada.

– Puede que tengas razón, pero a mí me parece que lo único que le interesa a Cal es recuperar el rancho. Wilparilla significa para él más que ninguna mujer. ¿Quieres otra cerveza?

Así que era aquello. Juliet se sintió enferma y muy débil. Miró hacia Cal, inmerso todavía en la conversación con la mujer de azul.

A Cal le estaba costando concentrarse en la charla. No dejaba de mirar a sus espaldas donde estaba Juliet con los niños a la sombra de la tienda. Cuando volvió a mirar se encontró con los ojos de Juliet. Por su expresión de pena supo al instante que lo había descubierto. Era el momento que llevaba todo el día temiendo y ahora había llegado.

Sin molestarse siquiera en disculparse con su amiga, Cal se fue con rapidez adonde estaba Juliet por miedo de que se alejara de él. Pero ella siguió sentada, derrotada y esperándolo. No tenía adonde ir. Alzó la vista con la cara pálida de la conmoción y la traición. Andrew se levantó y agarró la mano de Cal.

– ¿Podemos ver a los caballos ahora?

Cal ni siquiera le oyó. Estaba mirando a Juliet.

– Intenté decírtelo.

– No lo intentaste mucho -dijo ella sin molestarse en ocultar su amargura.

– Juliet, no es lo que tú piensas -empezó Cal con prisa.

Pero Juliet ya se estaba levantando sacudiendo la cabeza cuando quiso ayudarla.

– No quiero hablar de esto delante de los niños -dijo con dureza-. Quiero irme a casa. Dile a Natalie que no me siento bien si quieres, pero vete a buscarla. Yo llevaré a Kit y a Andrew.

Kit empezó a protestar al oír la palabra casa, pero Juliet no le hizo ni caso y tomando a los niños de la mano con firmeza se fue adonde estaba aparcado el pequeño avión. Se mantuvo rígida, como si fuera la única forma de evitar derrumbarse.

Maldiciendo su propia estupidez, Cal la observó alejarse. Deseaba salir corriendo detrás de ella y hacerla escucharlo, pero Juliet tenía razón. Tendrían que esperar hasta llegar a casa.

El vuelo de vuelta lo hicieron en un denso silencio. Cal pilotaba con cara sombría. Natalie estaba enfadada porque le hubieran interrumpido el juego y lo niños estaban cansados. Juliet no se permitió a sí misma ni pensar. En cuanto empezara a hacerlo, sabía que la pena sería insoportable.

De alguna manera, consiguió pasar el resto del día sin llorar delante de sus hijos. Moviéndose con rigidez, como una vieja, les dio la cena, les leyó un cuento y los acostó. Tenía la garganta atenazada cuando se inclinó para besarlos. Kit y Andrew querían a Cal también. Habían aprendido a confiar en él, a tratarlo como el padre que nunca habían tenido. ¿Cómo iban a poder soportarlo cuando se fuera? ¿Y cómo iba ella a aguantar la pena?

Pudo oír a Cal hablar con Natalie por alguna parte. Con debilidad, salió a la terraza y se sentó en los escalones del porche. Ahora podría llorar, pensó aturdida. Pero las lágrimas no llegaron. La miseria que sentía era como una pesada losa.

Ella había amado a Hugo y él le había mentido. Se había enamorado de Cal y ahora él también le había mentido. Se había permitido amarlo y ser feliz; había confiado en él y lo único que él buscaba era recuperar Wilparilla.

Juliet no se había sentido nunca tan traicionada, sola y desconfiada. Creyó que había aprendido la lección la primera vez y ahora había caído de nuevo.

Debería haber sabido que en la única persona en quien podía confiar era en ella misma.

Cuando Cal salió por fin, ella seguía sentada en lo alto de los escalones con la cabeza gacha y las manos apretadas contra los ojos con gesto de desesperación. El pudo ver la parte trasera de su cuello, tan suave y vulnerable y se le partió el corazón.

Había tardado una eternidad en comprender lo mucho que la amaba, pensó con amargura. Había sido un tonto. Debería haberle dicho desde el principio lo que estaba haciendo en Wilparilla, pero se había dejado llevar y no había querido pensar en nada mientras estaba con ella. Ni siquiera había sabido que estaba enamorándose de lo ciego que había estado.

¿Cuándo había ocurrido exactamente? ¿Cuándo había dejado de querer Wilparilla para querer sólo a Juliet? Cal bajó la vista con el corazón encogido. Lo último que había querido era enamorarse de ella, pero lo había hecho y ahora era demasiado tarde para decírselo. Ya no le creería nunca.

Se sentó en el escalón al lado de ella sin tocarla. Juliet no alzó la vista ni apartó las manos de los ojos, pero sabía que estaba allí.

– ¿Es verdad? -preguntó por fin con voz ahogada.

– ¿Que antes era el dueño de Wilparilla? Sí, es verdad.

La última esperanza de Juliet cayó por tierra. Bajó las manos y lo miró con expresión apesadumbrada.

– ¿Por qué me mentiste?

– Yo no te mentí -dijo Cal con pesadez-. Simplemente no te dije toda la verdad. Todo lo que te dije acerca de vender y lo de que Natalie quería volver, era todo verdad. Te dije que quería vivir en el campo de nuevo pero lo que ella quería era estar aquí, en Wilparilla. Y yo también quería. Había puesto años de duro trabajo en este rancho y después de irme mantuve el contacto con gente de aquí. Oí que Hugo lo estaba dejando arruinar y odiaba la idea. Y entonces Pete Robbins me contó que tu marido había muerto.

– Así que pensaste en explotar a la apesadumbrada viuda y convencerla que vendiera antes de tener la oportunidad de saber lo que estaba haciendo.

– Esas ofertas eran mías, sí. No podía creer que no quisieras volver a tu país después de perder a tu marido. Pero te ofrecí un precio justo, más de lo que realmente vale, y aún así no lo aceptabas.

– Y tú tampoco aceptas un no por respuesta, ¿verdad?

– No -admitió él-. No estaba dispuesto a abandonar. Todavía pensaba que podría hacerte cambiar de idea en cuanto comprendieras lo difícil que sería dirigir Wilparilla tú sola. Estaba esperando tu respuesta cuando hablé con Pete de nuevo y me dijo que estabas buscando un capataz. Como no parecías querer vender, decidí aceptar el puesto. Al menos estaría aquí y evitaría que Wilparilla se arruinara por completo.

Juliet tenía la cara tensa y la expresión distante.

– ¿Y en mejor posición para convencerme de que vendiera? -preguntó con amargura-. ¿Es eso en lo que han consistido las semanas pasadas? ¿En un intento de suavizarme? ¿Esperando por el momento oportuno para darme la noticia cuando no tuviera otro remedio que vender?

– Sabes que no ha sido así -dijo Cal con un suspiro.

– ¿Lo sé? -sus ojos azules estaban brillantes de la rabia y las lágrimas-. No creo que sepa nada ya nunca.

Cal se pasó la mano por la cara con desesperación.

– ¡Juliet, no ha sido así! Comprendí cuando fuimos a recoger el ganado que no ibas a vender y que nada de lo que yo hiciera te convencería de lo contrario. He hecho todo lo posible por ponerte las cosas difíciles, sólo para demostrar que no aguantarías, pero aguantaste como una leona.

– Entonces cambiaste de idea, ¿verdad? -dijo sin molestarse en esconder su incredulidad.

– ¡Sí! Iba a irme cuando acabara el período de prueba, pero entonces… Bueno, ya sabes lo que pasó, Juliet. Ya no quería irme.

– ¿O se te ocurrió una idea mejor?

Él frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir?

– Has hecho un trabajo de seducción estupendo. Debió parecerte un sistema mucho más fácil de recuperar Wilparilla.

– ¿De qué estás hablando?

– Vamos a enfrentarnos a la realidad. El matrimonio hubiera solucionado todos tus problemas. Era un buen plan, ¿verdad, Cal? Casarte conmigo, lo que estoy segura de que te pareció muy fácil y tendrías tu precioso rancho de nuevo sin tener siquiera que pagar por él, más una esposa para cuidar de Natalie y sexo cuando te apeteciera.

Cal sintió una oleada de profunda rabia. ¿Cómo se atrevía Juliet a sugerir tal cosa?

– ¡Yo no hubiera querido Wilparilla a ese precio! -explotó con la misma crueldad que ella-. El sexo ha sido bueno, pero no creas que tanto. ¡Y preferiría comprar otro rancho y empezar de nuevo antes que atarme de por vida a una mujer como tú! -la miró con desdén-. Yo no te necesito, Juliet. Puedo cuidar yo mismo de Natalie, pero tú sí me necesitas a mí.

– ¡No te necesito! -gritó Juliet en un intento desesperado por convencerse a sí misma-. ¡No necesito a nadie! Pondré un anuncio para buscar a un nuevo capataz. Y si no fuera por Natalie te diría que te fueras mañana mismo, pero por su bien, puedes quedarte hasta que llegue tu sustituto. Entonces quiero que te vayas.

Cal tenía la cara rígida.

– Natalie no necesita ningún favor tuyo. Nos iremos mañana.

Sin decir una sola palabra más, bajó los escalones y se perdió en la oscuridad. Cuando desapareció de la vista, Juliet se derrumbó y enterrando la cara entre las manos, lloró con desconsuelo.

– Le hemos traído el correo, señora Laing.

El vaquero le pasó un puñado de cartas con turbación.

Los hombres habían bebido tanto que no habían podido conducir después y habían vuelto al día siguiente. Y ahora sufrían de una resaca descomunal.

Les había parecido buena idea recogerle la correspondencia en señal de paz, pero ahora era evidente que no había hecho falta que se hubieran molestado. Juliet ni siquiera había notado su ausencia y por su expresión, no podría haberle importado menos.

Agarró las cartas distraída. Había conseguido llorar por fin, pero no había pegado ojo en toda la noche mientras las palabras de Cal resonaban en su cabeza y la decepción retumbaba en su corazón.

Tenía los ojos hinchados, se sentía temblorosa y enferma de pena y falta de sueño. Maggie le había mirado a la cara cuando había llegado y se había llevado a los niños a la cocina. Juliet escuchó voces apagadas en la distancia. Maggie y Natalie habían sabido la verdad todo el tiempo, pero no se lo habían dicho y eso le dolía casi tanto como lo demás.

Nunca se había sentido tan sola y desesperada. Se sentó en el porche y se puso a ojear la correspondencia. Había una carta de su madre y otras de un par de amigos, pero no tenía valor para abrirlas. El resto serían probablemente facturas y tampoco quería verlas. La última sólo decía Sydney. Era la única que no pudo identificar, así que rasgó el sobre sin curiosidad pensando en Cal. ¿Dónde estaría? ¿Se iría de verdad como había dicho? ¿Y qué haría ella entonces?

Sobrevivir, pensó con amargura. Ya lo había hecho antes y lo volvería a hacer. Tenía a los gemelos y tenía Wilparilla. Lo conseguiría.

Absorta en sus pensamientos, estaba a mitad de la carta cuando se enteró de lo que estaba leyendo y los ojos se le nublaron de desesperación. Era de los padres de Hugo, las últimas personas de las que quería oír hablar. ¿Por qué tenían que haber escogido precisamente aquel momento para escribir? Juliet volvió al principio y empezó a leer de nuevo. Cuando terminó, la dejó caer en el regazo y se quedó mirando al vacío durante largo rato antes de levantarse con rapidez, recoger su sombrero y salir a buscar a Cal.

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