Capítulo 8

SÓLO una cosa física. Juliet permaneció en la cama recordando los labios de Cal por su cuerpo y lo bien que se había sentido en sus brazos. Pensó en la excitación y el extraordinario y maravilloso júbilo que habían compartido. Sólo una cosa física.

Pero no iba a ser tonta, decidió. Cal era un hombre y ella una mujer, eso era todo. Habían cedido al deseo y ahora podían dejarlo a sus espaldas. Cal mismo había sugerido que aparentaran que no había ocurrido nada y eso era lo más adecuado.

Podría serlo, pero no era fácil, descubrió Juliet la mañana siguiente mientras lo tenía delante sin parpadear ni notársele la urgencia que le había poseído la noche anterior.

Cuando llegó Maggie se levantó con calma de su silla y llevó el plato al fregadero.

– Vamos a cargar ganado en los remolques hoy -le dijo a Juliet como si nunca la hubiera besado-. ¿Vas a venir o quieres quedarte en casa?

– Por supuesto que voy.

No quería hacerlo, pero tampoco quería que él pensara que lo de la noche anterior le había afectado más que a él. Tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse en las vacas en vez de mirar a Cal, pero al menos la voz le salió normal cuando habló con él.

Lo que estaba temiendo era que llegara la noche y se fuera Maggie después de cenar. Si Cal daba un sólo paso, Juliet sabía que no sería capaz de resistir a pesar de todo lo que había dicho de sensatez. Y si se iba a la oficina, ¿se sentiría aliviada o decepcionada?

Pero cuando llegó el momento, Cal no hizo ninguna de las dos cosas.

– He estado revisando las cuentas -dijo mientras ayudaba a Juliet a recoger-. Creo que deberías sembrar algún cultivo el año próximo.

Así que Juliet tuvo que sentarse a escucharle hablar del sorgo cuando lo único que deseaba era que la llevara a su habitación y cerrara la puerta como había hecho la noche anterior. Y cuando terminó de hablar, él recogió los papeles, le dio las buenas noches con frialdad y se fue a la cama solo.

Con el paso de los días, Juliet empezó a sentirse irritada. Sí, era ella la que había sugerido que olvidaran lo sucedido, pero al menos Cal podía tener la decencia de demostrar que a él también le estaba costando.

Hizo un esfuerzo heroico por mostrarse normal delante de los niños, aunque por las miradas de curiosidad de Natalie parecía que no estaba teniendo tanto éxito como creía. Y cuando ella y Cal estaban a solas, estaba irritable y nerviosa por tener que disimular lo mucho que el cuerpo deseaba sus caricias.

Sabía que estaba siendo irracional, pero no podía evitarlo. Quien dijera que era mejor probar la miel una vez que nunca, no sabía de lo que estaba hablando.

Cal la ignoró al principio, pero después empezó a palpitarle un músculo en el mentón. Ya era bastante duro aparentar que nunca había hecho el amor con Juliet como para tener que aguantar su irritación. ¿Cómo iba a olvidarlo teniéndola siempre delante para recordarle la suavidad de seda de su piel y la dulzura de su boca? Ella podía alzar la barbilla todo lo que quisiera, pero él sabía que bajo aquel gesto frío ardía un fuego y una pasión que quitaban el aliento. ¿Cómo iba a olvidar aquello?

La tensión entre ellos fue en aumento con el paso de los días hasta que explotó por fin cuando Juliet cometió el error de revocar una decisión de Cal acerca de los planes de trabajo de la siguiente semana enfrente de los hombres. Sólo lo hizo porque la había estado tratando como a una vieja amargada toda la semana y sus explicaciones estaban poniéndose cada vez más paternalistas.

Contradecirlo frente a los vaqueros fue un golpe bajo, pero sólo había querido recordarle la situación. En cuanto las palabras salieron de sus labios, Juliet se arrepintió, pero era demasiado orgullosa como para admitirlo. Cal apretó los labios con una mueca peligrosa, despidió a los hombres con sequedad y asiendo a Juliet del brazo, la obligó a alejarse.

– ¿Quién dirige este rancho? -preguntó con voz cargada de desdén.

Juliet se frotó el brazo resentida, pero no pensaba dejarse acobardar por su furia.

– Yo.

Entonces alzó la barbilla con orgullo.

– ¡Y un cuerno! Yo dirijo Wilparilla. Tú no tienes ni idea de nada.

– Sé que Wilparilla es mío. ¡Un hecho que parece habérsete olvidado!

– ¿Cómo iba a olvidarlo? No tengo posibilidad contigo a mis espaldas todo el tiempo.

– Eso era parte de nuestro acuerdo -empezó ella.

Pero Cal no la dejó terminar.

– Lo que acordamos fue que te enseñaría a dirigir un rancho. Eso es lo que he estado haciendo aunque habría sido mucho más fácil si hubiera hecho sólo mi trabajo sin tenerte en medio.

Juliet estaba blanca de rabia.

– ¡No sabía que tenía que arrodillarme para darte las gracias! En lo que a mí respecta sólo has estado haciendo el trabajo por el que te pago. Si no estás contento con eso, sugiero que acabemos el período de prueba ahora mismo.

– ¿Es de eso de lo que va todo esto? -preguntó Cal con furia-. ¿Presionarme y después amenazarme en cuanto pongo objeciones? ¿Es ésa la idea?

– ¡No seas ridículo! -gritó Juliet dándose la vuelta.

Pero Cal la asió del brazo y le dio la vuelta para que lo mirara a la cara.

– Esto es por lo de la otra noche, ¿verdad? Tuviste tu diversión y ahora estás avergonzada y quieres deshacerte de mí para poder emplear a otro tonto que se enamore de esos enormes ojos azules tuyos.

– ¿Cómo te atreves?

– Me atrevo porque me necesitas mucho más de lo que yo te necesito a ti. Si no fuera por mí, a estas alturas ya habrías perdido Wilparilla y lo sabes.

– Ahora escúchame…

Pero Cal la detuvo con un dedo en el pecho.

– ¡No, escucha tú! Te he aguantado mucho, Juliet y ya he tenido suficiente. Si no fuera por Natalie y por Maggie, te diría donde te puedes meter tu período de prueba, pero ellas están felices y asentadas y no voy a alterar su vida antes de tiempo. Eso significa que voy a esperar a que pasen los tres meses y entonces empezaré a buscar un rancho propio, que pueda dirigir con éxito sin tener que darte explicaciones ni a ti ni a nadie.

Bajó la mano con expresión de disgusto.

– ¡Y podrás buscarte otro hombre para divertirte cuando me haya ido! -terminó para salir a grandes zancadas en dirección a los hombres con la espalda rígida de rabia.

El ambiente en la cena esa noche fue tormentoso. Los dos estaban tan enfadados que no hicieron ningún intento por disimularlo delante de Maggie, que después de mirarlos a la cara se resignó a una silenciosa cena y escapó lo antes posible.

Juliet salió a la terraza haciendo un esfuerzo por contener las lágrimas de furia y frustración, miseria y confusión. No iba a llorar por Cal. No iba a hacerlo. Entonces, ¿qué le quedaba? Ella no lo necesitaba, dijera él lo que dijera. Podía encontrar a otro capataz, alguien que pudiera seguir con el trabajo y no trastocara su vida y después la acusara de utilizarlo. Juliet contuvo un sollozo.

Cal, que había vuelto de un intento vano de quitarse su propia rabia y frustración con un paseo, la vio allí de pie, tensa como la cuerda de un arco y de brazos cruzados. ¿Y qué le importaba a él que estuviera sola y disgustada?, se preguntó con la intención de pasar por delante de ella y entrar en la casa. Pero cuando ella se dio la vuelta hacia él, la expresión de sus ojos disolvió su rabia y sólo dejó la convicción de lo mucho que la deseaba.

Cal lanzó un suspiro de aceptación.

– Juliet -dijo con suavidad caminando despacio hacia ella-. Juliet, ¿qué nos estamos haciendo a nosotros mismos?

Alargó la mano y le descruzó los brazos para tomarle las manos entre las suyas y Juliet sintió que la horrible tensión se evaporaba mientras la atraía hacia él.

– Te deseo -susurró con voz ronca y profunda-. Y tú me deseas, ¿verdad?

Cal la había atraído hacia la dura seguridad de su cuerpo hasta que la cara de Juliet descansó casi contra su garganta. Ella asintió, incapaz de negarlo por más tiempo.

– No nos hagamos más daño. ¿Por qué no aprovechamos lo más posible lo que tenemos?

Juliet podía oler su piel y sentir su respiración, tan tentadoramente cerca que era imposible pensar en más que en sus labios, que estaban a unos milímetros de su cuello. Si se inclinaba una pizca, podía besarle bajo la oreja.

– Yo sólo… no quiero que creas… -fue lo único que consiguió decir.

– ¿No quieres que crea que significa algo? No lo haré.

Los dedos de él se apretaron contra los de Juliet cuando se agachó para besarla en el hombro donde se curvaba hacia el cuello sonriendo cuando notó su escalofrío de respuesta.

– Ninguno de los dos quiere involucrarse -murmuró contra su barbilla.

– No jadeó Juliet ladeando la cabeza ante el devastador contacto de sus labios.

– Sólo somos nosotros dos -susurró deslizando los labios hacia su oreja-. No tenemos por qué explicárselo a nadie.

– No -acordó ella aunque apenas sabía lo que estaba diciendo y aún le importaba menos.

Los suaves besos de Cal le estaban produciendo deliciosos escalofríos de anticipación por la espina dorsal y, como si tuvieran voluntad propia, sus brazos le rodearon por el cuello para atraerlo más.

– No tenemos por qué cambiar -dijo él contra la comisura de sus labios-. Durante el día, yo seré tu capataz y tú mí jefa, pero por la noche… por la noche seremos sólo un hombre y una mujer.

Y entonces, por fin, sus labios encontraron los de ella en un beso embriagador. Juliet se fundió en él dejando que sus últimas dudas se disolvieran cuando los brazos de él la rodearon y la familiar excitación explotó dentro de ella.

– Vamos -dijo Cal con voz ronca acabando el beso con esfuerzo antes de tomarle de la mano y llevarla hasta su habitación.

Medio riéndose y medio desesperados para entonces, se apoyaron contra la puerta mientras él la atraía para besarla una vez más y echar el pestillo.

Mucho, mucho más tarde, Juliet se estiró con languidez al lado de Cal en la cama. Habían hecho el amor con una dulzura y un ardor que les había dejado sin respiración, pero esa vez no pareció un error, sino lo más perfecto del mundo.

Juliet estaba flotando embargada de contento. El alivio de no tener que negar más cuánto lo deseaba era indescriptible ¿por qué había perdido tanto tiempo sintiéndose irritable y miserable cuando aceptando lo inevitable se sentía mucho mejor? Lanzó otro suspiro de felicidad y se volvió hacia Cal, que la estaba mirando con indulgencia.

– Siento lo de esta tarde.

– ¿Qué pasó esta tarde? -preguntó perezoso sin importarle con tal de estar echado a su lado y ver aquella sonrisa soñadora en sus labios.

– Tuvimos una discusión terrible -le recordó Juliet-. Y todo fue culpa mía. Estaba irritada y enfadada porque no podía olvidar lo de la otra noche y tú sí.

Cal lanzó una carcajada y se apoyó en un codo para apartarle un mechón de la cara con dulzura.

– ¿Es eso lo que pensabas? ¿Qué me había olvidado?

– Pues si no lo habías hecho, dabas toda la impresión. Cualquiera hubiera pensado que ni siquiera me conocías.

Cal bajó la vista hacia Juliet. Su piel era perlada en la tenue luz y sus ojos suaves y oscuros.

– Intenté olvidarlo -dijo con seriedad-. Y lo intenté porque creía que era lo que querías tú pero no pude. No pude olvidar lo que había sido abrazarte. No pude olvidar ni un solo detalle.

Juliet alzó los brazos para atraerlo hacia abajo con un largo beso. Adoraba su fibroso cuerpo poderoso. Adoraba sentir su peso sobre ella, el sabor de su piel y la sensación callosa de sus manos, la forma en que sus músculos se contraían cuando deslizaba las manos sobre él.

– ¿Olvidar? -murmuró Cal entre besos mientras rodaban íntimamente enlazados. Enterró los dedos en el pelo de Juliet y la obligó a mirarlo a la cara-. Ningún hombre podría olvidar como estuviste aquella noche, Juliet. ¿Por qué crees que he estado de tan mal humor toda la semana?

– Pensé que era sólo porque yo estaba siendo tan poco razonable. Ha sido todo tan estúpido -suspiró-. Lo primero que quiero que hagas mañana es decirles a los hombres que no hagan caso de lo que les dije y que hagan lo que les mandaste tú.

– Ya lo he hecho -dijo Cal.

Juliet se apartó un poco.

– ¿Que qué?

– Que ya se lo he dicho -confesó él-. Estaba tan enfadado después de hablar contigo que me fui directamente adonde estaban los hombres y les dije que sólo hicieran lo que yo los ordenara.

Entonces paró la protesta de Juliet con un beso.

– Yo también siento lo de esa discusión -dijo abrazándola-. Nunca debería haberte dicho esas cosas. Estaba descargando contigo porque pensaba que estabas buscando una excusa para deshacerte de mí.

Juliet sacudió la cabeza de asombro. ¿Cómo podía estar tan ciego? Pero tampoco ella había estado pensando con mucha claridad.

– Yo no quería que te fueras, Cal -admitió por fin-. Y sigo sin quererlo. Y no sólo por esto -añadió con honestidad deslizando la mano por su hombro-. Sé lo mucho que te necesito para que dirijas el rancho. Yo no podría hacerlo sola.

– Es lo mismo -dijo Cal deslizando la mano por su espina dorsal con una sonrisa al notar su sobresalto-. ¿Quiere eso decir que voy a ser tu diversión de momento? -bromeó.

– Bueno, siempre que me hagas un servicio…

Su acusación le había dolido tanto esa tarde, que ahora le parecía increíble estar bromeando de ello mientras se acurrucaba en la curva de su cabeza y apoyaba la cabeza en su hombro. Cal deslizó la mano con pereza sobre su piel y permanecieron así un rato cálidos y relajados, escuchando el sonido de su respiración.

– ¿Cal?

Juliet deslizó la mano por su torso.

– ¿Hum?

– Acerca de esa discusión…

Él abrió un ojo y le guiñó.

– Pensé que habíamos terminado con eso.

– Sólo quería saber si decías en serio que estaba todo el día en medio.

Aquello era lo que más le había dolido.

– ¿Quieres saber la verdad?

– Sí.

Cal se movió hasta tenerla bajo él.

– La verdad es que has sido de mucha utilidad -dijo sonriendo-. No te has metido en medio para nada. Lo que has estado haciendo es distraerme, como estás haciendo ahora.

Juliet se estiró de forma provocativa y deslizó las manos de forma seductora hacia abajo.

– Si realmente soy de utilidad, ¿puedo seguir distrayéndote?

– Tú eres la jefa. Puedes hacer lo que quieras.

Los ojos de Juliet brillaron de picardía al bajar aún más las manos.

– Pues lo haré, si no te importa.

– Si sigues haciendo eso, Juliet no me importará nada -dijo él entre risas y un bramido de placer mientras se abandonaban al sensual placer de explorarse el uno al otro de nuevo.

Cuando acabaron, Juliet paladeó la maravillosa sensación del peso de Cal sobre ella y su cara enterrada entre su cuello.

– Debería volver a mi habitación.

– ¿Tienes que irte de verdad?

– Si no lo hago, me quedaré dormida y no quiero que Natalie o los gemelos me pillen saliendo de tu habitación.

– Supongo que tienes razón.

Cal se apartó de ella con un suspiro de desgana y la ayudó a recoger su ropa. Entonces abrió la puerta y la tomó en sus brazos para besarla.

– Hasta mañana.

Ella asintió, se alzó para darle un último beso y se fue de puntillas a su habitación.

Juliet despertó con una sonrisa a la mañana siguiente. Al principio, el brillo de la habitación le pareció un reflejo de su buen humor, pero cuando hizo acopio de energía como para mirar el despertador, lanzó un gemido y se incorporó con brusquedad. ¡Las nueve y media! ¿Cómo podía ser tan tarde?

Vistiéndose apresurada bajó a la cocina todavía abrochándose el cinturón.

– Siento llegar tan tarde.

– Cal dijo que te dejara dormir -dijo Maggie que estaba batiendo mantequilla y azúcar en un cuenco-. Dijo que estabas muy cansada.

Juliet sintió un leve sonrojo.

– Eh, sí.

– Han ido a arreglar una tubería a Five Mile Bore si quieres reunirte con ellos -continuó Maggie sin comentar sus conclusiones ante el cambio de ambiente-. Si no te verá más tarde.

– Les llevaré un poco de café y pastas.

Cal se estiró cuando vio acercarse el coche. Había esperado que Juliet apareciera.

– Buenos días, jefa.

Sonrió al verla salir del coche.

– Siento llegar tarde -dijo devolviéndole la sonrisa-. Me he quedado dormida.

– Si lo que traes en esos termos es café, estás perdonada -dijo Cal antes de volverse hacia los hombres para decirles que podían tomar un descanso.

– ¿Cuál es el problema? -preguntó desenroscando uno de los termos.

Mientras Cal se lo explicaba, se maravilló de lo fácil que era estar con él ahora que no tenía que disimular lo que lo deseaba. Su sonrisa le decía todo lo que necesitaba saber, asegurándole que lo de la noche anterior había sido tan especial para él como para ella, pero que por ahora era simplemente su capataz, como había prometido.

Las siguientes semanas fueron un sueño dorado para Juliet. Cal no la tocaba nunca por el día, incluso aunque estuvieran solos. Le producía una secreta excitación discutir programas de cría de la estación húmeda, como si no tuvieran nada más que un interés profesional en común y saber que en cuanto se cerrara la puerta de su habitación tras ellos, la desvestiría con premura y la tendería en su cama.

Hacían el amor con una pasión que la maravillaba y casi la asustaba de su intensidad. Se había familiarizado con su cuerpo y permanecía tendida contando las arrugas del rabillo de sus ojos o los callos de sus manos. Sabía exactamente cómo sonreía cuando la miraba y donde poner los dedos para que su fibroso cuerpo se estremeciera en respuesta.

Juliet volvía siempre a su habitación antes de que los niños despertaran, pero cada noche pasaba más tiempo con Cal, hechizada de su creciente amistad y de la pasión que compartían. Se quedaban echados juntos hablando durante horas, pero de lo que nunca hablaban era del futuro. Eso significaría pensar en lo que de verdad querían los dos y ni ella ni él estaban todavía preparados para ello.

De vez en cuando, Juliet sentía los agudos ojos de Maggie clavados en ella, pero si la tía de Cal sospechaba lo que estaba pasando, se guardaba sus opiniones para sí misma. Los vaqueros tampoco sabían, ni creía que les importara, que Cal y ella estuvieran acostándose juntos. Y no era que ella sintiera vergüenza de ningún tipo. Era como la intuición de que en cuanto su relación no fuera un secreto, tendría que admitir lo que sentía por él y ni siquiera lo sabía ella misma.

No estaba preparada para preguntarse a sí misma lo profundamente que estaba empezando a atarse a Cal. No quería saber qué pasaría cuando encontrara una tierra para él. Era más fácil no pensar y disfrutar de las cosas como estaban y pretender que podrían seguir así para siempre.

Cal tampoco estaba muy ansioso por el futuro. Natalie era feliz, él era feliz y sabía que la tía Maggie, aunque poco comunicativa, estaba contenta también. Él había ido a recuperar Wilparilla y no podía hacerlo sin hacerle daño a Juliet. Algún día se lo diría, se prometió a sí mismo. Pero todavía no.

Así que los dos cerraron la mente al futuro y se abandonaron al presente. Los días eran largos, calientes y duros, pero las noches eran dulces y Juliet estaba más feliz que en toda su vida. Los niños captaban su felicidad y ellos mismos eran más felices.

Sin saber cómo, todos habían caído en una rutina. A veces Cal bañaba a los gemelos mientras que Juliet escuchaba leer a Natalie o bañaban a los niños juntos mientras Natalie se sentaba al borde de la bañera y les contaba las cosas del día. Las semanas eran ocupadas, pero intentaban librar los domingos para montar a caballo, nadar o hacer una barbacoa como cualquier familia normal.

Un domingo, Juliet y Natalie estaban recogiendo la cocina después del almuerzo. Cal estaba vigilando a Kit y a Andrew para que estuvieran a la sombra y Juliet escuchó las carcajadas en el pasillo y sonrió a Natalie.

– ¿Qué crees que estarán haciendo? Deberían estar cansados, ¿no crees?

Sólo al terminar notó el sospechoso silencio.

– ¿Por qué no vas a ver tras lo que andan? Están demasiado callados como para hacer nada bueno -le pidió a Natalie.

Natalie volvió al cabo de dos minutos.

– Juliet, ven a verlo -dijo tirándole de la mano para llevarla a la habitación de los gemelos, donde se llevó un dedo a los labios y apuntó.

Cal estaba tendido en la cama de Andrew con los dos niños pequeños sobre él como muñecos y los tres estaban profundamente dormidos.

Por un terrible momento, Juliet creyó que se le había parado el corazón de la emoción. Las lágrimas asomaron a sus ojos y le apretó la mano a Natalie con fuerza al comprender por primera vez cuánto los amaba a todos. A Andrew. A Kit. A Natalie. Y a Cal.

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