CAL hizo un gesto hacia la casa.
– Vete tú por delante. Yo tengo cosas que hacer aquí.
Sin decir palabra, ella se dio la vuelta y se alejó hacia la vivienda. Cal maldijo para sus adentros. Había estado a punto de decirle lo mucho que la deseaba y ¿en qué desastre se hubiera metido entonces?
– ¡Mami! ¡Mami!
Kit y Andrew salieron corriendo a recibir a Juliet y ella se agachó a abrazarlos. Sus hijos eran lo único que importaba, pensó mientras los besaba.
Natalie se puso casi tan contenta de verla como los gemelos. Se arrojó a sus brazos y Juliet la abrazó conmovida por el calor del recibimiento.
– ¿Ha vuelto papá?
– Está en el establo. ¿Por qué no vas a buscarlo?
Estaban todos tomando en té con Maggie en la cocina cuando apareció Cal con Natalie brincando a su alrededor. Él parecía cansado y su sonrisa fue constreñida cuando se agachó escuchar a su hija. Saludó después a Maggie, pero a ella ni la miró.
– ¡Cal!
Los niños saltaron de las sillas y cruzaron la habitación para engancharse a sus piernas.
Juliet lo observó reírse ante la exuberante bienvenida antes de levantarlos a cada uno bajo un brazo mientras ellos gritaban deleitados y sintió una oleada de deseo que borró todo lo demás menos las ganas de tocarla, sentir sus brazos alrededor de su cuerpo y su boca contra la de ella.
La silla arañó el suelo cuando Juliet se levantó de forma brusca.
– Me voy a dar una ducha -dijo para salir prácticamente corriendo de la habitación.
Cerró los ojos bajo el chorro de la ducha agradecida del frescor del agua. Sabía que Cal la deseaba y era demasiado tarde como para negar que ella también lo deseaba. Pero eso no significaba que tuviera que ceder a la tentación. Cal era simplemente el primer hombre que había pasado por allí y no iba a acostarse con él sólo porque estuviera a mano.
Además era un hombre que se iría en cuanto tuviera una tierra propia, un hombre que la dejaría como Hugo la había dejado.
El recuerdo de Hugo afianzó su resolución. No pensaba depender física ni emocionalmente de un hombre de nuevo. Cal era su capataz y eso era lo único que sería.
Cal facilitó las cosas evitándola lo más posible durante los dos días siguientes. Juliet solía excusarse con los preparativos del cumpleaños de los gemelos, aunque apenas tenía nada que hacer salvo una tarta y envolver los regalos, pero cualquier cosa era mejor que estar con Cal aparentando que no se habían mirado y habían visto el deseo en los ojos del otro.
Natalie estaba más excitada por el cumpleaños que los niños, que apenas se acordaban y dibujó una elaborada tarjeta y ayudó encantada a envolver los paquetes.
– ¿Papá? ¿Podemos llevar a los chicos a nadar a la charca por su cumpleaños? -preguntó sin previa advertencia cuando entró Cal el sábado por la tarde en la cocina.
Cal vaciló un instante.
– No veo por qué no -dijo después de mirar hacia Juliet.
Ella se había dado la vuelta cuando él había entrado. Su mera presencia le producía cosquilleos en la columna dorsal.
– A Kit ya Andrew les encantará ir a nadar, ¿verdad, Juliet?
Juliet se dio la vuelta a regañadientes.
– No lo sé -empezó pensando que lo último que deseaba él era llevarla a ninguna parte.
– Es bastante segura, ¿verdad, papá?
Él asintió.
– Sí, es un buen sitio para los niños.
– A los gemelos les encantará -insistió Natalie.
Juliet no tuvo valor de descorazonarla.
– Estoy segura de que sí. Parece una idea estupenda, pero no hace falta que tu padre venga en su día libre.
– Pero papá es el único que conoce el camino -exclamó con desmayo la niña-. Tú quieres venir también, ¿verdad, papá?
Por un breve instante, Cal se encontró con los ojos de Juliet y entre ellos pasó el mensaje mudo de que lo harían por los niños.
– Por supuesto. ¡Intenta mantenerme fuera!
Juliet esbozó una sonrisa.
– ¿Hacemos una merienda? ¿Está lejos?
– Demasiado lejos para que los gemelos vayan a caballo. Iremos en el todo terreno.
Natalie estaba encantada con la idea y su alegría era tan contagiosa que a la mañana siguiente a Cal y a Juliet les resultó imposible mantener las distancias.
Era el cumpleaños de sus hijos, se dijo Juliet y ese día podía permitirse ser feliz. Al día siguiente empezaría a tener cuidado. Mientras tanto, los niños estaban muy excitados con tanta atención, Natalie riéndoles las gracias y cuando miró a Cal por el rabillo del ojo, éste estaba sonriendo con indulgencia del ruido que había en el asiento trasero. Él también había parecido decidir bajar la guardia por ese día.
Más adelante, cuando Juliet recordaba aquel día al lado de la charca, le pareció imbuido de magia desde el comienzo. Su madre les había mandado a los niños unos flotadores de alas para los brazos y se morían de ganas de probarlos. Juliet se había puesto un traje de baño de una pieza bajo los vaqueros. Era de color amarillo brillante y no demasiado revelador, pero con Cal delante se sintió completamente desnuda. Evitando su mirada, agarró a los gemelos de la mano y corrió con ellos hasta la orilla.
Cal, que estaba hinchando uno de los flotadores, contempló como el traje se ajustaba a sus esbeltas curvas y el plástico se desinfló entre sus manos cuando se olvidó de respirar.
– ¡Papá! ¡Vamos! -gritó Natalie con impaciencia.
Él no llevaba bañador, así que simplemente se quitó la camiseta y se metió en pantalones cortos a la charca. El agua estaba muy fría y con Juliet así, casi era mejor.
Les dieron a los niños las primeras lecciones de natación sujetándolos por la barriguita mientras Natalie chapoteaba a su alrededor. Juliet intentaba concentrarse en Kit, pero no podía dejar de mirar a Cal por el rabillo del ojo. Parecía recortado contra las rocas rojas del fondo y todo en él resplandecía con fantasmal claridad, la anchura de sus hombros, la textura de su piel, las gotas de agua como diamantes sobre el vello oscuro de su torso.
A Cal le estaba costando lo mismo concentrarse en Andrew. Intentaba no mirar a Juliet, pero se fijaba en cada vez que sonreía, cada vez que se escurría el pelo mojado, cada vez que se apartaba de los chapoteos de Kit.
El sol se filtraba entre los árboles, pero era demasiado fiero como para quedarse dentro del agua demasiado tiempo y Juliet puso la merienda a la sombra de los farallones rocosos que tenían detrás. Cal se estiró en la manta con una cerveza y los niños merendaron sin parar de saltar.
Después volvieron a chapotear a la orilla mientras Juliet y Cal los miraban desde la manta. Era más fácil que mirarse el uno al otro. El silencio entre ellos pareció extenderse cargado de un turbador deseo.
Cal pensaba en lo cerca que estaba ella. Si estiraba el brazo podría tocarle la rodilla. Su mano podría curvarse por su pantorrilla y deslizarse hacia el muslo…
Juliet pensaba en Cal, en la fuerte longitud de su cuerpo, tan tentadoramente cerca. Pensaba en lo que sería inclinarse sobre él y dejar que sus dedos se deslizaran por su vientre plano. Entonces decidió que sería mejor no pensar en absoluto y fue a reunirse con los niños dejando que el agua refrescara sus fantasías.
Mirando desde las rocas, Cal la vio emerger y hasta desde la distancia vio las gotas en sus pestañas brillando como diamantes bajo el sol y pensó que era hora de darle a los gemelos otra lección de natación. Lo que fuera con tal de distraerse.
Al verlo animar a Kit, Juliet se acercó a Andrew y al retroceder con el niño sujeto por las manos, tropezó contra Cal.
Sus cuerpos apenas se rozaron y los dos dieron un respingo como si les hubiera dado una descarga eléctrica.
– Lo siento.
– Perdona.
Empezaron a disculparse al mismo tiempo. A Juliet le cosquilleaba la espalda donde Cal la había tocado y lo único que supo fue que el disimulo no había servido para nada. Era inútil negar la atracción que había entre ellos y cuando miró a Cal vio sus ojos cargados de deseo mientras el aire vibraba entre ellos.
Fue Juliet la que apartó la vista la primera.
– Creo que ya es hora de que volvamos.
Por fuera todo siguió igual. Natalie y los gemelos no pararon de reírse en el asiento de atrás y cuando llegaron, Maggie se acercó a la casa a tomar la tarta de cumpleaños. Juliet se alegró de haber invitado también a los hombres. Estuvieron un poco tímidos al principio, pero con otra gente alrededor podía evitar mirar a Cal y la terrible tentación de tocarlo de nuevo.
Se concentró en servir el té y ayudar a los niños a soplar las velas, cosa que consiguieron con gran esfuerzo. Cuando por fin Andrew y Kit estuvieron en la cama le resultó difícil distraerse. El recuerdo de Cal le acosaba. La espalda le seguía cosquilleando donde la había rozado y lo deseaba igual que sabía que él la deseaba a ella. La única cuestión era qué hacer al respecto.
Se quedó con los niños en la habitación hasta que quedaron dormidos y cuando por fin hizo acopio de valor para enfrentarse a su presencia, comprobó que no había hecho falta. Cal había invitado a Maggie a cenar. Normalmente su tía pasaba los domingos en su casa, pero como había estado recogiendo los restos de la merienda, Cal le había dicho que cocinaría él para ella para variar.
Juliet no estaba segura de si sentía alivio o decepción de que hubiera buscado una carabina. Por la seca mirada que Maggie les dirigía a los dos, Juliet pensó que la tía de Cal sabía perfectamente por qué él estaba tan ansioso de que se quedara, pero siendo como era Maggie, no dijo nada.
Al menos ella tampoco tendría que hablar, se consoló Juliet mientras jugueteaba con la tortilla. Cal no podía haber dejado más claro que no quería que las cosas fueran más lejos.
– ¿Estaba mala? -preguntó él al ver los restos en el plato.
– No, es que no tenía mucho hambre.
Cal apartó su plato a un lado.
– Yo tampoco.
Maggie los miró a los dos y sacudió la cabeza. En cuanto se fue, Cal desapareció en la oficina con una disculpa y Juliet se quedó fregando y pensando que era lo mejor. Acostarse con Cal sería un error terrible. Todo se complicaría y se pondría incómodo y acabarían arrepintiéndose los dos.
Se sentó en la terraza un rato, pero no podía concentrarse en el libro y decidió darse una ducha para calmar la inquietud.
No lo consiguió, pero al menos se refrescó, pensó al anudarse una fina bata de algodón. Todavía anudándosela, salió descalza al pasillo, se fue a inspeccionar a los gemelos y salió con una sonrisa al encontrarlos profundamente dormidos.
Fue entonces cuando se abrió la puerta de la habitación de Cal.
Cal había hecho todo lo posible por concentrarse también en las cuentas, pero la cara de Juliet no dejaba de aparecérsele entre los ojos y las cifras. Esperó hasta que creyó que ya estaría en la cama y se fue a su habitación, pero estaba demasiado inquieto como para dormir y decidió ir a dar un paseo para intentar recordar los motivos por los que hacer el amor con Juliet sería una mala idea.
Así que abrió la puerta y allí la encontró delante. Juliet se detuvo en seco al verlo y la sonrisa murió en sus labios al sentir una oleada de pánico. Sólo pudo mirarlo con unos ojos nublados de deseo.
Cal hizo lo mismo. Había hecho todo lo posible por evitar aquel momento pero allí estaban uno enfrente del otro deseándose. Para Cal, todo lo que había pasado desde que había llegado a Wilparilla había conducido de forma inevitable a aquel momento. Ya no podía luchar más ni quería hacerlo.
Sin decir una sola palabra y sin apartar los ojos de los de Juliet, retrocedió a la habitación y dejó la puerta abierta de par en par. Ella podría pasar de largo o entrar. Era su elección.
Juliet también lo supo. Sin embargo, no le parecía que le quedara ninguna elección. Lo sentía inevitable. Una parte de su cerebro se preguntó por qué habría esperado tanto tiempo cuando lo había deseado sin cesar. Toda aquella agonía, frustración y disimulo, ¿para qué habían servido?
Ya no tenía sentido disimular más.
Juliet cruzó el pasillo y entró en su habitación. Estaba muy silenciosa. Temblando, se quedó quieta esperando que Cal se moviera. Ninguno de los dos habló.
Durante un terrible momento se preguntó si lo habría interpretado mal pero entonces él cerró con la mano despacio y echó el pestillo. El chasquido sonó fantasmal en medio del silencio.
La habitación sólo estaba iluminada por la luz de la luna, pero era lo suficiente como para poder verlo allí parado en silencio y mirándola con intensidad.
Entonces se adelantó y le desató el cinturón de la bata. Juliet tenía el corazón desbocado y le temblaba todo el cuerpo. Cal le deslizó la bata por los hombros hasta que cayó con suavidad en el suelo de madera.
Su piel era luminosa como la luz de la luna y sus ojos dos oscuros pozos de deseo en su cara pálida. Cal la contempló. Sus piernas eran esbeltas, sus caderas suavemente redondeadas y sus senos plenos. Era más bonita de lo que había soñado. ¿Era aquella Juliet, cálida, jadeante y real en su habitación?
Juliet no podía respirar. Estaba tensa, temblorosa y sacudida por un deseo tan profundo que creía que la haría estallar en miles de añicos si la tocaba y cuando por fin Cal deslizó los dedos por su clavícula apenas rozándole la piel, contuvo el aliento pero no se rompió.
En vez de eso, Cal la mantuvo en suspense, en el borde de un abismo de sensaciones mientras sus manos se deslizaban seductoras hacia abajo, rodeando sus senos, jugando sobre su vientre, abarcando sus caderas, muslos y nalgas hasta que Juliet ya no pudo soportarlo más. Cerró los ojos con un leve gemido y como si fuera la señal, Cal acortó la distancia entre ellos para poder besarla en la curva del cuello y los hombros.
El contacto de sus labios le produjo un estremecimiento de puro placer y Juliet estiró los brazos para poder atraerlo hacia sí. Murmurando su nombre, Cal la besó en el cuello, la garganta, la barbilla y los pómulos antes de posar su boca en la de ella por fin.
Se besaron con cierto tipo de desesperación, como si Cal se hubiera estado torturando tanto como ella, los dos al límite de la resistencia tras semanas de negarse lo que tanto habían deseado. Sus manos eran duras y se movían de forma posesiva por su cuerpo y Juliet enterró los dedos en su pelo mientras él la apretaba contra la pared besándola en la boca, en los ojos y en la boca de nuevo.
Juliet le devolvió los besos jadeante estremeciéndose ante el contacto de sus labios, ante la sensación de sus manos deslizándose por sus muslos y sus nalgas para alzarla contra él.
Los dedos de ella se afanaron con los botones de su camisa, pero con tanta torpeza que al final Cal se la quitó de un tirón. Tirándola a un lado, la atrajo una vez más y cuando sus senos rozaron contra su torso desnudo, la excitación fue tal, que ella lanzó un grito.
Con impaciencia, intentó desabrocharle los pantalones cortos, pero Cal estaba poseído por la misma urgencia y ya la estaba levantando en brazos para tenderla sobre su cama. Resistiendo los esfuerzos de ella por atraerlo con sus brazos, se quitó los pantalones antes de hacerlo.
Estaba yendo todo demasiado rápido, pensó Cal. Debería hacerlo más despacio, hacerlo especial para ella, para ambos, pero ¿cómo iba a hacerlo cuando podía sentir que la necesidad de Juliet era tan intensa como la suya? No tenían necesidad de hablar y ya habían esperado demasiado por aquello.
Juliet sonrió mientras estiraba los brazos hacia él con una sonrisa y Cal se detuvo a besarla y la dejó empujarlo hacia abajo y hacia ella. El primer encuentro sin impedimentos de sus cuerpos la hizo estremecerse. Estaba fluyendo, hundiéndose, disolviéndose en oleadas de placer mientras sus manos se movían con ansia sobre el cuerpo del otro. Cal le besó en la garganta, el hombro, los senos, la satinada suavidad de su estómago hasta que ella se retorció bajo él jadeando su nombre de una forma que le hizo perder a Cal el poco control que le quedaba.
Estaba lista para él, pensó lanzando un suspiro de alivio al sentirla dentro por fin enroscando sus piernas alrededor de él mientras la frenética sensación cedía para dar paso a un nuevo ritmo. Se movieron instintivamente juntos, lentamente al principio y después cada vez más rápido mientras la sensación crecía en poder e intensidad, arrastrándolos a una oleada de necesidad tan desbordante que no les quedó otro remedio que apretarse el uno contra el otro y dejarse llevar hasta que rompió por fin y los lanzó a una salvaje y turbulenta explosión de alivio.
Juliet emergió con sensación de saciedad física y la mente en blanco. No quería pensar; sólo quería permanecer allí echada y disfrutar del silencio. Sólo que no había silencio. En el aire resonaban los jadeos de ambos.
De forma insidiosa, la realidad se arrastró a pesar de sus intentos de cerrar la mente. Ella y Cal estaban allí echados sin tocarse y bajo la luz de la luna veía un leve velo de transpiración en el cuerpo desnudo de él. ¡Oh, Dios! ¿Qué habían hecho?
Como asaltado por la misma idea, Cal maldijo entre dientes y sacó las piernas de la cama para sentarse de forma brusca. Juliet pudo ver la curva de su espina dorsal y el hundimiento de sus hombros cuando apoyó los codos en las rodillas y se pasó las manos por el pelo con un gesto de desesperación.
Juliet se humedeció los labios.
– Supongo que ha sido una estupidez -dijo con cuidado.
Cal miró a la pared. Él no lo había sentido estúpido. Lo había sentido perfectamente bien.
– Supongo que sí.
Juliet deseaba arrodillarse y rodearle con sus brazos, besarle el cuello y atraerlo hacia ella de nuevo, cerrar los ojos y encontrarse donde no tuviera que pensar y lo único que importara fuera Cal, su boca, sus manos y la dureza de su cuerpo.
Pero por supuesto, no podía hacerlo.
En vez de eso, se incorporó despacio y agarró la bata del suelo. Cal la observó atarse el cinturón con manos temblorosas.
– Lo siento -dijo.
– No tienes por qué sentirlo -contestó Juliet en voz muy baja-. Tú abriste la puerta y yo entré. Debería darte las gracias -intentó sonreír-. Ya sabes, había pasado tanto tiempo…
¿Es que se pensaba que era algún tipo de gigoló?
– Me alegro de haber sido de utilidad -dijo él con un leve tono de amargura.
– No quería decir eso -Juliet se acercó para sentarse a su lado aunque sin rozarlo-. Mira, los dos queríamos hacerlo. Sólo que… no creo que sea buena idea que pase de nuevo.
Cal se dio la vuelta para mirarla con el cuerpo todavía ardiente por ella.
– ¿Te arrepientes?
– No -contestó ella con sinceridad-. Pero no quiero que las cosas cambien por culpa de eso.
– Nada va a cambiar -dijo con dureza él-. Yo sigo siendo tu capataz y tú mi jefa. ¿O tienes miedo de que olvide mi posición?
– No, no tengo miedo de eso, pero te necesito como capataz, Cal. Eso es más importante para mí que… bueno… ya sabes.
– ¿Que acostarte conmigo?
– Sí -admitió ella sin mirarlo.
– No necesitas preocuparte. Lo entiendo. Sólo ha sido algo físico para los dos, ¿verdad?
– Sí -dijo con debilidad Juliet-. Sí, eso es todo lo que ha sido.
– Entonces no veo por qué no vamos a seguir igual que antes. Aparentaremos que no ha pasado nunca.
– Creo que sería lo mejor.
Hubo una pausa y Cal se frotó la cara. Debería estar contento de que Juliet no fuera a engancharse a él o le montara algún lío, pero en vez de eso, lo único que quería era volver a la cama y besarla hasta que sus sensatas sugerencias se evaporaran.
– Vamos -dijo levantándose para ayudarla a ponerse en pie-. Será mejor que te vayas.
Sin sentir vergüenza de su desnudez, la llevó hasta la puerta y abrió. El sonido del pestillo le hizo recordar a Juliet cómo había empezado todo. Y ahora ya se había acabado y tenía que irse cuando lo único que quería era quedarse.
– No me mires así -dijo Cal interpretando mal su mirada de deseo-. No ha sido tan terrible, ¿verdad?
– No.
Bien sabía él que había sido maravilloso. Cal abrió la puerta.
– Buenas noches, jefa -dijo con una débil sonrisa.
– Buenas noches.
Juliet se dio la vuelta para irse, pero cediendo a un repentino impulso, se volvió y le dio un beso en la comisura de los labios. Sería la última vez que iba a besarlo, se dijo a sí misma.
– Gracias -susurró con suavidad antes de desaparecer.