ERA mucho más fácil cuando se pasaban el día trabajando, pero a la semana siguiente, Juliet comprendió con culpabilidad que Cal no se había tomado ni un solo día libre.
– Mañana es domingo -le recordó el sábado por la tarde-. Creo que nos vendría bien a todos un día libre.
– Pensaba atrapar a algunos de esos toros salvajes -protestó Cal.
– Los toros pueden esperar. ¡Y esto es una orden! -le pasó el plato de calabaza asada para evitar que protestara más-. Natalie necesita pasar algo de tiempo sola contigo.
– Tienes razón -aceptó él despacio-. Gracias… jefa.
Había estado tan ocupado recientemente que apenas se había dado cuenta de que no había dedicado mucho tiempo a su hija. Y hasta algunos días, sólo le daba tiempo a darle el beso de buenas noches.
Y no era que a Natalie pareciera importarle y hasta parecía haber florecido desde que había vuelto a Wilparilla. Y aunque Cal se repetía que era la vida al aire libre lo que la estaba haciendo más feliz, en lo más hondo sabía que mucha de la felicidad de su hija tenía que ver con Juliet y los gemelos.
Natalie se puso loca de contenta cuando a la mañana siguiente Cal le preguntó que si quería montar a caballo.
– Hay un ponie en el corral que parece perfecto para ti -le dijo cuando su hija le echó los brazos al cuello.
Mientras Natalie salió corriendo a ponerse los vaqueros más viejos, Cal miró a Juliet a través de la mesa.
– Espero que tú también te tomes el día libre -dijo con un poco de timidez.
No tenía nada que ver con él lo que ella hiciera con su tiempo, pero disfrutaría más sabiendo que ella estaba descansando.
– Voy a sentarme en el porche con un libro a ver si Kit y Andrew me dejan leer un poco.
La idea de pasar un día sola con sus hijos debería haberla seducido, pero de alguna manera, Juliet no pudo dejar de sentirse abandonada cuando vio a Cal alejarse hacia el corral con aquellas zancadas fuertes y gráciles suyas mientras su hija saltaba feliz a su lado. Los dos llevaban el sombrero ladeado de la misma manera y a pesar de la diferencia de alturas, parecían idénticos.
Mientras Juliet miraba, Natalie le dio a su padre la mano con confianza y se dio la vuelta para sonreírle. Juliet había estado preocupada de que Cal no pasara suficiente tiempo con su hija, pero el lazo entre ellos era evidentemente tan amoroso, que sintió que unas lágrimas absurdas le asomaron a los ojos.
La casa pareció muy vacía cuando se fueron. Kit, que había querido ir con Cal y Natalie estaba enfadado y Andrew enseguida se puso del mismo humor. Juliet suspiró y estaba abandonando la idea de abrir el libro cuando Andrew gritó deleitado.
– ¡Caballos!
Montando en dirección a ellos, aparecieron Natalie y Cal con una yegua de aspecto sólido atada a la silla. Se detuvieron al pie de los escalones.
– Natalie me ha dicho que los niños nunca han visto un caballo.
Juliet se levantó con los gemelos de la mano. Sentía el pecho atenazado, pero sonrió feliz al pensar que no se habían olvidado de ellos después de todo.
– No, nunca he podido sujetarlos a los dos al mismo tiempo.
Cal deseó que no le hubiera sonreído de aquella manera. No era bueno para su respiración.
– Si crees que puedes sujetar a uno delante de ti, yo llevaré al otro y podrán montar por primera vez. ¿Os apetece, chicos?
– ¡Sí! ¡Sí! ¡A montar! -gritaron mientras Cal desmontaba con facilidad y Juliet les soltaba las manos para dejarlos saltar locos de excitación. Si Kit y Andrew pudieran tener un padre como Cal…
– Voy a buscar sus sombreros -murmuró antes de entrar para que Cal no notara las lágrimas en sus ojos.
– ¿Has montado tú alguna vez? -le preguntó Cal en cuanto volvió.
– Una o dos veces -contestó Juliet que en otro tiempo se había planteado en serio hacerse jinete profesional de saltos.
Cal tomó las riendas de la yegua y la hizo avanzar.
– Nos lo tomaremos con calma. Esta yegua es una vieja perezosa, o sea que no hará nada alarmante.
– Bien -dio Juliet pensando que era más sensato montar a los niños en una yegua tranquila.
Se reservaría el placer de enseñarle a Cal lo bien que montaba para otra ocasión.
Sujetando la rienda de la yegua con una mano, Cal se adelantó para ayudarle con la pierna, pero para su sorpresa, ya había montado.
– De acuerdo. ¿Quién va a ir con mamá?
Sin esperar la respuesta, agarró y levantó a Andrew que empezó a gritar de alegría por estar tan alto.
– ¡Yo! ¡Yo! -gritó Kit.
– ¡Ven tú conmigo! -dijo Cal sentándole en la silla para montar él con facilidad.
Completamente tranquila en su ponie, Natalie circulaba alrededor de ellos mientras trotaban despacio hacia el arroyo. Sobre ellos, los pájaros trinaban y volaban entre las ramas y los caballos resoplaban y sacudían la cabeza para librarse de las moscas. Kit y Andrew estaban locos de contento. Juliet podía sentir el cuerpo de Andrew rígido de excitación y cuando miró a Kit, éste tenía los ojos como platos y una amplia sonrisa de felicidad.
– ¿Parece Andrew tan feliz como Kit? -le preguntó a Cal, que sonrió y asintió.
– Como un cerdo en un patatal.
Juliet lanzó una carcajada y sus miradas se prendieron un momento más de lo necesario. Cal apartó la mirada hacia el horizonte y recordó todas las razones por las que no debería pensar nunca en besarla de nuevo. Juliet se concentró en mirar a los pájaros mientras la sonrisa de Cal todavía danzaba ante sus ojos.
Qué suerte tenía Kit, pensó sin poder remediarlo. Se detuvieron al lado de una poza bajo la sombra de un árbol del caucho. Los caballos esperaron con paciencia agitando las colas mientras los niños se quitaban los pantalones para chapotear felices. Juliet y Cal se sentaron en una roca mirando a los niños para no tener que mirarse ellos.
El agua era cristalina y en la orilla opuesta del arroyo, los árboles se reflejaban en el agua bajo el cielo inmaculado.
– Es precioso, -suspiró Juliet.
– ¿No habías estado aquí antes?
– No -sacudió la cabeza apenada-. Tú sólo llevas un par de semanas aquí y ya conoces Wilparilla mucho mejor que yo.
Cal no contestó en el acto. Saber que la estaba engañando le hacía sentirse cada vez más incómodo, pero todavía no estaba preparado para abandonar su sueño de recuperar Wilparilla.
– Quería darte las gracias por lo que has hecho por Natalie -dijo cambiando de tema.
Juliet lo miró con sorpresa.
– No he hecho nada por Natalie. En todo caso es lo contrario. Es una niña feliz, encantadora y me ayuda mucho.
– Ahora lo es -dijo Cal mirando a su hija que gritaba en el agua-. No hace mucho, tenía una batalla cada mañana con ella para conseguir que fuera a la escuela. No hablaba con nadie ni quería hacer nada.
– ¿De verdad? Parece difícil de creer viéndola ahora. ¿Qué fue lo que pasó?
– Era desgraciada. Yo no dejaba de preguntarle si algo iba mal y ella siempre decía que no, pero a veces la encontraba llorando -se detuvo recordando la culpabilidad que había sentido por no haber notado antes lo infeliz que era su hija-. Fue culpa mía. Debería haber comprendido lo mucho que odiaba su escuela. Nunca encajó en ella y los niños pueden ser a veces muy crueles con los nuevos.
– ¿La estaban acosando?
– No creo que fuera tanto como eso, sólo que nunca sintió que pertenecía allí. Creo que echaba de menos su casa. Sólo tenía cinco años cuando nos fuimos a Brisbane, pero había pasado toda su vida en el campo y no se adaptó como yo esperaba. Yo tampoco me adapté muy bien -admitió-. Echaba de menos el aire libre, pero aparentaba que no por el bien de Natalie.
– Si Natalie era feliz en el campo, ¿por qué os fuisteis?
– Porque era lo que Sara hubiera querido. Yo me crié en un rancho, pero Sara era de Brisbane. Era la hermana de un amigo mío del colegio. La conocí cuando ella tenía diecisiete años y tardamos cinco años en casarnos, pero ella venía a menudo a visitarme. Le resultó muy duro al principio. Es diferente venir de visita a vivir todo el día sola a muchos kilómetros de la tienda más cercana si estás acostumbrado a vivir en una ciudad. Se sentía sola.
– Sí, lo entiendo -dijo Juliet.
Pero su situación había sido diferente. Hugo había pasado tanto tiempo fuera del rancho que ella había estado sola por completo. Ella no había sido la esposa de Cal ni lo había tenido al lado al final de cada día, contento de verla, tomarla en sus brazos y hacerle el amor hasta que mereciera la pena toda la soledad del mundo. Juliet pensaba que no le habría costado tanto adaptarse si hubiera estado casada con Cal en vez de con Hugo.
– La verdad es que lo intentó -prosiguió Cal-, pero nunca se sintió en casa aquí y después de que naciera Natalie empezó a hablar de hacer una vida normal. No creía que fuera saludable para una niña crecer tan aislada y de alguna manera creo que tenía razón. Natalie era feliz, pero no sabía lo que era jugar con otros niños y eso lo hizo más difícil cuando nos fuimos a la ciudad. Si hubiera tenido hermanos, podría haber sido diferente pero no tuvo la oportunidad de averiguarlo.
– ¿Qué pasó?
– Sara murió al dar a luz a un niño. Solía preocuparse de estar tan lejos de un hospital, pero todos esos médicos con la tecnología más avanzada no pudieron hacer nada por ella cuando hizo falta. Paro cardiaco por eclampsia, me dijeron.
– ¡Oh, no! -Juliet se llevó la mano a la boca-. ¿Y qué pasó con el niño?
– Le hicieron una cesárea de urgencia, pero era demasiado tarde. Murió unas horas después. Se llamaba Ben. Eso era lo que Sara hubiera querido.
A Juliet le conmovieron más aquellas secas frases que cualquier expresión de dolor y se sintió avergonzada de su manifestación de lástima por sí misma aquella noche en la terraza. ¿Qué había sufrido ella comparado con Cal que había perdido a su mujer y a su hijo el mismo día?
Sin pensarlo, alargó la mano y rozó la de él.
– Lo siento mucho -dijo en voz baja.
Cal volvió la cabeza al sentir su roce y vio que tenía lágrimas en los ojos. Sin querer, enroscó los dedos alrededor de los de él.
– Está bien -dijo como si fuera ella la que necesitara consuelo-. Ya han pasado seis años. Te vas… acostumbrando, supongo. Y tenía a Natalie. Simplemente seguí viviendo.
– ¿Cómo lo conseguiste? -preguntó Juliet-. No debía ser mayor que los gemelos ahora.
– Tenía tres años -Cal parecía haberse olvidado de que todavía sujetaba su mano-. Mi madre y mi hermana me ayudaron, pero al final tuve que contratar a una niñera. El problema es que no se encuentran buenas amas de llaves y si hacen el trabajo bien, no se quedan mucho tiempo.
– Natalie me contó que se enamoraban de ti.
– ¿De verdad? -se rió sin demasiado humor-. Tuvimos uno o dos episodios vergonzosos, sí. Conseguían enamorarse sin que yo les diera pie. Creo que simplemente se aburrían y enamorarse debía ser más excitante que cuidar a Natalie y mantener la casa limpia.
– Enamorarse de alguien que no te ama no suele ser muy divertido -señaló Juliet con simpatía por aquellas chicas.
Podía entender lo fácil que podía ser enamorarse de él, sobre todo si alguna vez les había sonreído como él lo hacía.
– Para mí sí que no fue divertido. En cuanto comprendían que no estaba interesado, decidían que la situación era demasiado incómoda y se iban obligándome a buscar a otra nueva. A mí no me hubieran importado tanto los cambios, pero estaba preocupado por Natalie. Cuando empezaba a encariñarse con alguna chica, tenía que empezar a conocer a otra.
– Sí, una niña necesita más estabilidad.
– Al final ni siquiera me molesté en buscar a otra ama de llaves y me llevaba a Natalie a todas partes, pero sabía que no podía seguir así para siempre. Con el tiempo iba a necesitar a una mujer al lado. Sabía que eso era lo que Sara hubiera dicho. Ella quería que la niña fuera a una buena escuela y conociera a sus primos de Brisbane, como ha hecho.
Cal se dio cuenta entonces de que seguía sujetando la mano de Juliet y se sonrojó un poco. La soltó apresurado con un murmullo de disculpa. Juliet se sintió ridículamente avergonzada. Le ardía la palma donde él se la había sujetado y la apoyó en la rodilla cuando lo que deseaba era seguir teniéndola entre los fuertes dedos de Cal.
Hubo un turbador silencio que rompió Juliet después de un momento.
– O sea que vendiste tu viejo rancho para llevarte a Natalie a Brisbane.
Él suspiró.
– Ahora que miro para atrás, hubiera deseado haber hecho las cosas de diferente manera, pero en ese momento me apreció la única opción. Fue una de las decisiones más duras que he tenido que tomar en toda mi vida, pero me pareció la única forma de darle a Natalie cierta seguridad y criarla como su madre hubiera querido. Lo intenté en serio. Creé mi propia empresa para poder trabajar desde casa y me aseguré de darle todas las cosas que no podíamos hacer en el campo, como ir al cine o encargar una pizza y los dos nos decíamos lo mucho que nos divertía poder hacerlo. Hasta que un día me la encontré llorando -Cal puso una mueca-. Natalie es una niña muy valiente y casi nunca llora, pero mientras yo aparentaba estar bien para que las cosas fueran fáciles para ella, ella estaba haciendo lo mismo por mí. Cuando se lo saqué todo, me dijo que lo que quería era volver a casa.
– ¿A vivir en el campo?
– Sí.
Cal comprendió que debía tener cuidado. Juliet sabía escuchar. Él nunca había hablado de la muerte de su esposa y de su hijo, pero había sido muy reconfortante contárselo a Juliet. Sería demasiado fácil acabar de contarle toda la historia y no quería saber lo que pasaría si ella descubría que Wilparilla había sido su hogar.
– Entonces me enteré de que necesitabas un capataz y no me importó aceptar el trabajo con tal de hacer a Natalie feliz y ahora lo es. Eso es lo único que me importa por el momento. Tendrá que ir algún día a la escuela, por supuesto, pero parece no irle mal con la escuela a distancia y de momento es suficiente que los dos estemos aquí.
Era la primera vez que había contado algo tan personal desde que estaba allí y Juliet se preguntó cómo podría sentir tal familiaridad con alguien de quien sabía tan poco.
– No sabía que habías sido propietario de un rancho. Supuse que habías sido capataz antes -vaciló al notar en la expresión de Cal que no quería profundizar en el tema-. ¿Estaba cerca de aquí tu propiedad?
– Sí.
Juliet se preguntó si sentiría por su tierra lo mismo que ella por Wilparilla.
– ¿Y no te importa saber que ahora lo tiene otra persona?
– Sí. A veces -Cal miró a Juliet casi con asombro. ¿Cuándo había pasado su obsesión por recuperar Wilparilla en algo que ya no era tan esencial?-. Pero no siempre.
– Hubiera creído que no podrías ser capataz después de haber tenido tu propio rancho -dijo ella despacio-, ¿por qué no te volviste a comprar otra tierra?
Aquél era un terreno peligroso y Cal se encogió de hombros.
– Los ranchos de ganado no salen al mercado tan a menudo.
– ¿Pero estás buscando?
– Por el sitio adecuado. -Y… si lo encuentras, ¿te irás?
Juliet se sintió desolada al pensar en lo vacío que podía quedar Wilparilla sin Cal allí. No debía apoyarse en él tanto.
– Sí -dijo Cal aunque pensaba que no sería él el que se iría. Sería Juliet. La idea le inquietó ahora-. De todas maneras, no hay perspectivas inmediatas. Sé lo que quiero y no creo que esté a la venta todavía. No me iré sin cumplir mi período de prueba de todas formas.
Juliet se había olvidado ya del período de prueba. Le parecía que había pasado mucho tiempo desde que ella había insistido tanto en que Cal la tomara como a su jefa. Ya había llegado a considerarlo como un socio y sus palabras fueron como una jarra de agua fría que le recordaron la realidad. Cal era su empleado, no su socio. Él no lo había olvidado y lo mismo debía hacer ella.
– Me alegro de oírlo aunque espero que encuentres lo que buscas. Aunque entiendo que no será fácil. En cuanto Hugo murió, empezaron a acosarme los buitres haciendo ofertas para comprar Wilparilla -se sonrojó de disgusto al recordarlo-. Se mató en un accidente de coche en Sydney y apenas acababa de llegar de allí cuando me llamó mi abogado para hacerme la primera oferta y he tenido varias desde entonces.
Cal parpadeó para sus adentros.
– ¿Y nunca te sentiste tentada de aceptar ninguna?
– ¡Nunca! Sé lo que pensaban. Creían que era una patética mujer sola que nunca sobreviviría aquí por mi cuenta. Esperaban que aceptara el dinero y saliera corriendo y sin duda pensaban que sólo esperaba una oferta mejor.
Eso era lo que él había pensado. Cal recordó su rabia cada vez que su abogado lo había llamado para decirle que su oferta había sido rechazada sin condiciones.
– ¡No iba a dejar que me acosaran en mi propia tierra!
– Está claro que quien quiera que te hiciera esas ofertas no te conocía. Si no, no se habría molestado.
– Sí, bueno… Si alguien te pregunta que si estoy interesada en vender Wilparilla, ya le puedes decir que no tengo intención de irme a ninguna parte.
– Lo haré -dijo Cal.
Por suerte Juliet había desviado la mirada ante el grito de uno de los niños y no vio su expresión de ironía.
– ¡Papá! ¡Mira esta piedra!
Natalie llegó corriendo para enseñarle lo que había encontrado en el arroyo. Kit y Andrew, ansiosos por compartir la gloria, rodearon también a Cal.
Juliet observó la forma en que Andrew se apoyaba en él confiado y Kit danzaba como un loco para llamarle la atención. Después alzó la mirada hacia la cara de Cal. Estaba admirando su descubrimiento y cuando lo vio sonreír se sintió sacudida por una punzada de deseo tan desnudo que se sobresaltó.
Quería que se fueran los niños para poder deslizar la mano por su muslo con la misma naturalidad que Andrew. Deseaba apoyarse contra él y besarle el cuello. Quería que se diera la vuelta y le sonriera, saber que le devolvería el beso y que más tarde, cuando los niños estuvieran en la cama, la desnudara, la tendiera en el suelo bajo la luz de la luna y le hiciera el amor hasta que llorara de felicidad.
Se levantó antes de que su imaginación volara más.
– Creo que será mejor que volvamos ya -dijo con voz quebrada.
Juliet permaneció en silencio todo el camino de vuelta. Su alegría anterior se había evaporado dejándola insegura acerca de sus sentimientos. No quería volver a sufrir el daño que le había hecho Hugo. Había sobrevivido enterrando una parte de sí misma y tenía miedo de que si dejaba a alguien intimar demasiado, romperían el sello que la mantenía fuerte.
Cuando Juliet pensaba en su mano en la de Cal sabía lo fácil que era bajar sus defensas y se encogía ante la idea.
Cal sintió el distanciamiento de Juliet y se dijo a sí mismo que se alegraba. Se arrepentía de haberle contado tanto como había hecho. Ella había dejado bien claro que no pensaba vender Wilparilla y ¿qué sentido tenía quedarse allí si no tenía la oportunidad de recuperar el rancho?
Si tuviera sentido común, abandonaría la idea de quedarse allí como capataz. Cuanto más se quedara, más duro sería recordar que recuperar Wilparilla significaría que Juliet se fuera de allí. En su momento le había parecido una buena idea, pero cada vez que miraba la cara feliz de Natalie hablando con los gemelos, más tenía la sensación de que le rompería el corazón si la hacía abandonar de nuevo el rancho.