Capítulo 10

LO encontró arreglando la puerta de un corral con furia concentrada. Alzó la cabeza un instante y volvió a bajarla para doblar la obstinada pieza de metal, furioso consigo mismo por el vuelco que le había dado el corazón al verla. Tenía tan mal aspecto como él se sentía, con los ojos hinchados y la pena marcada en cada línea de su cara, pero seguía manteniendo la cabeza ladeada con aquel gesto galante que tanto le gustaba y le hacía desear rodearla con sus brazos y consolarla.

Excepto que era demasiado tarde para eso.

Juliet le observó dividida en emociones conflictivas. Lo amaba, lo odiaba y ya no sabía lo que sentía por él. Lo único que sabía era que le había mentido.

Tragó saliva y se acercó los últimos metros.

– ¿Has hablado ya con Natalie? -le preguntó.

Tenía la garganta tan atenazada que le costaba un esfuerzo ímprobo hablar.

– No, todavía no -Cal siguió golpeando el metal con rabia. Él tampoco había dormido nada la noche anterior y le costaba pensar con claridad. Había sido incapaz de decírselo a Natalie por la mañana y necesitaba desahogar su furia haciendo algo físico-. No te preocupes. No me he olvidado. Se lo diré en cuanto termine esto.

– He… he recibido un carta esta mañana.

No pudo seguir de lo seca que tenía la garganta. Sólo pudo quedarse allí mirándolo con los labios apretados mientras luchaba por contener las humillantes lágrimas.

Cal escuchó la voz temblarle y alzó la vista hacia su cara desviada.

– ¿Una carta?

– De los padres de Hugo. Están en Sydney y quieren venir a ver a Kit y a Andrew.

Cal soltó las tenazas en el poste de la puerta, se quitó el sombrero y se secó la frente con el dorso de la mano.

– Son sus abuelos -le recordó.

– Ya lo sé -dijo ella retorciéndose las manos-. Pero no sabes cómo son. Vendrán aquí, odiarán este lugar y entonces conseguirán que los gemelos vuelvan a Inglaterra.

– No pueden obligarte a hacer algo que no quieres.

– ¡Claro que pueden! ¡Pueden hacer lo que quieran! Mira cómo nos empaquetaron a Hugo y a mí para Australia -Juliet notó el creciente tono de histeria de su voz y cerró la boca para respirar despacio-. Les tengo miedo. Tengo miedo de que controlen la vida de mis hijos como controlaron la de Hugo.

Cal no respondió al instante. Nunca antes había oído a Juliet admitir que tenía miedo.

– ¿No puedes decirles que no es un momento conveniente?

– Vendrán, de todas formas. Cal, ya sabes que… te… pedí ayer que te fueras.

Cal podría haber dicho que se lo había ordenado más que pedido, pero no tenía sentido discutir por las palabras.

– ¿Y?

– He cambiado de idea -dijo con rapidez-. Todavía creo que sería mejor que te fueras, pero… pero, ¿podrías quedarte hasta que se vayan los padres de Hugo? Si no hay capataz aquí cuando vengan, será evidente que no tengo las cosas bajo control y empezarán a presionarme para que me vaya…

Juliet se detuvo al comprender lo que había dicho. ¿Por qué le estaba pidiendo a Cal que la ayudara? Él quería que se fuera tanto como los padres de Hugo. Iba a darse la vuelta cuando Cal alzó una mano.

– Juliet, espera.

¿Es que, no sabía que haría lo que fuera por ella?

– Me quedaré tanto tiempo como quieras.

Ella tragó saliva.

– Gracias -dijo con voz quebrada.

– ¿Puedo darte un consejo?

– No, si es para decirme que venda.

– No, no es eso. Iba a sugerirte que arregles la cita con los padres de Hugo en cualquier otro sitio. No tienen por qué aparecer por aquí. Podrías decir que les llevarás a los gemelos a algún sitio como Barrier Reef. Sería un terreno neutral para todos y no tendrías que ponerte a la defensiva acerca de la forma en que los estás educando.

– Ni siquiera quiero verlos -dijo ella con obstinación-. No se han molestado por Kit y Andrew hasta ahora, así que, ¿por qué iban a tener nada que opinar acerca de sus vidas?

– No sabes todavía lo que quieren hacer.

Cal se preguntó cómo podrían estar ahora hablando de forma tan razonable cuando la noche anterior apenas podían hablar de la furia.

– Si no los ves ahora, siempre te preguntarás cuándo aparecerán. No van a desaparecer. Y siempre serán los abuelos de Kit y Andrew.

Juliet no dijo nada, pero al menos estaba escuchando.

– ¿Por qué no te llevas a los niños a verlos? Tú ya no eres la jovencita que ellos conocían, Juliet. Has cambiado y quizá ellos también. Si alguien sabe lo difícil que es convencerte de hacer algo que no quieres, ése soy yo. No creo que debas preocuparte porque los padres de Hugo te hagan hacer nada que no quieras. Tómate unas vacaciones, Juliet -dijo con suavidad-. Ya sé que crees que tengo prejuicios, pero necesitas irte de Wilparilla por una temporada. Piensa las cosas mientras estés fuera. Yo las pensaré mientras vuelves y entonces, si todavía quieres que me vaya, me iré.

Juliet contempló Wilparilla desde el aire. Pudo ver el tejado de su casa brillante bajo el ardiente sol, el brillo del agua del arroyo y la vasta llanura marrón salpicada de cactus y árboles espinosos extenderse hasta el horizonte. Estaba tan contenta de volver a estar en casa que sintió ganas de llorar.

No podía explicarse por qué sentía tanto por aquella imperdonable, árida y bella tierra, pero sabía que la idea de perderla le atenazaba el corazón como una garra helada. Y la de vivir allí sin Cal era insoportable. Había tenido mucho tiempo para pensar en los diez días anteriores. Cal había tenido razón; necesitaba haber estado fuera.

Cuando se había ido había estado demasiado dolida por la traición como para pensar con claridad, pero mientras había estado fuera, cada noche había permanecido despierta mucho tiempo escuchando el sonido del mar y la verdad le había parecido evidente. Su necesidad de Cal era mucho mayor que cualquier sentido de amargura. Quería quedarse en Wilparilla y quería a Cal allí también.

La noche anterior, Juliet había dado un paseo por la playa y había tomado una decisión.

“Si tú quieres, me iré”, había dicho Cal. Bueno, pues no quería que se fuera y pensaba preguntarle si Wilparilla significaba lo suficiente para él como para casarse con ella.

También era cierto que había dicho que no quería Wilparilla a aquel precio, pero Juliet esperaba poder convencerlo de que el precio merecía la pena. ¿Y qué haría si la tierra significaba más para él que ella? Bueno, tenían otras cosas que les merecerían la pena. Su relación física era fantástica, habían sido amigos y podrían seguir siéndolo. Natalie tendría una madre y los gemelos un padre. ¿No merecía la pena poner a un lado sus diferencias y darles a los niños la oportunidad de crecer en familia?

Todo le había parecido muy razonable la noche anterior, pero ahora, deslizando la mirada hacia el perfil de Cal, sus dudas resurgieron. Cal los había ido a buscar a Mount Isa para llevarlos en aeroplano a casa, pero la tensión que se notaba en él la ponía nerviosa. Había conseguido esbozar una sonrisa para Kit y para Andrew, que se habían arrojado encantados a sus brazos, pero apenas la había mirado a ella y era imposible saber lo que estaba pensando.

Cal era un hombre orgulloso, se recordó a sí misma. ¿Y si la rechazaba? ¿Y si aquellas terribles palabras que le había dicho iban en serio? ¿Y sí…?

Juliet se detuvo. En ese momento no podía hacer nada. Lo único que podía hacer era pedírselo y si decía que no… No podía soportar la idea de pensar en lo que sucedería si decía que no.

Cal tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse en pilotar el avión. Juliet había estado fuera diez días y a él se le había hecho una eternidad. Había sido un tonto, lo sabía y le había hecho un daño que ella podría no perdonarle nunca. Cal no podía dejar de recordar aquella mirada cuando se había alejado de él. ¿Cómo le podía haber hecho aquello?

También le había hecho daño a Natalie. La niña no entendía lo que había pasado y no podía entender por qué Juliet se había llevado a los gemelos y la había dejado a ella sola. Cada vez que Cal la miraba se le rompía el corazón y la culpabilidad era muy difícil de soportar. Lo único que había querido era que su hija fuera feliz y había acabado haciéndola desgraciada. Era culpa suya por haberla dejado unirse demasiado a Juliet cuando sabía que no iba a durar.

Cal había pasado diez días infernales intentando consolar a Natalie, pero incapaz de conseguirlo para sí mismo. Cada día que iba a trabajar con los hombres, se preguntaba cómo habría creído que aquella tierra significaba más para él que Juliet. Wilparilla no valía nada sin ella.

Se moría por tenerla por las noches y por el día estaba irritable e inquieto.

Se la podía imaginar a la perfección, saliendo a la terraza con la mano sobre los ojos y deseaba poder acercarse a ella y tomarla en sus brazos sin tener que esperar a la noche. Deseaba que todo el mundo supiera que era suya. Deseaba saber que siempre estaría allí.

Quería casarse con ella.

Cal estaba dispuesto a arrojar su orgullo a los cuatro vientos. Juliet quería que se fuera, pero él no podía hacerlo. No sin ella. Si no quería casarse con ella, le rogaría que le dejara quedarse como capataz, sólo para poder estar a su lado. Y al final la haría cambiar de idea.

Mirándola de soslayo, notó que parecía cansada y tensa. Las vacaciones no parecían haberla sentado tan bien. Si los padres de Hugo se lo habían hecho pasar mal, no era justo presionarla más todavía. Esperaría hasta que llegaran a Wilparilla y entonces hablarían. Mientras tanto, le había costado más control del que creía poseer no arrojarse a sus brazos en cuanto la había visto bajar del avión.

Natalie estaba esperándolos en la pista de aterrizaje con Maggie saltando con impaciencia hasta que el avión se detuvo y Maggie la soltó. Entonces salió corriendo y se arrojó a los brazos de Juliet.

– ¡Te he echado mucho de menos!

– Yo también, cariño.

Próxima a las lágrimas, Juliet abrazó a la niña con fuerza y Cal la miró con envidia mientras bajaba a Kit y a Andrew. Mal asunto sentir celos de su propia hija, pensó.

Hasta Maggie parecía contenta de tenerlos de vuelta.

– Y esto ha estado muy silencioso sin vosotros dos -dijo cuando los gemelos se tiraron a sus brazos.

Los niños estaban muy excitados de volver a estar en casa y en cuanto entraron, se fueron de habitación en habitación haciendo payasadas para Natalie. Los tres adultos se quedaron tensos en la cocina.

– ¿Os apetece un té? -preguntó Maggie después de un momento.

Juliet inspiró para calmarse. Tenía que hablar con Cal antes de perder el valor.

– Tomaré uno más tarde, gracias Maggie. Ahora… me gustaría hablar con Cal. ¿Te importaría vigilar un rato a los niños?

– Por supuesto que no. Prepararé el té cuando volváis.

Juliet miró a Cal a los ojos.

– ¿Te importa?

– No, no me importa -se preguntó si le iba a decir que había encontrado otro capataz-. ¿Vamos hasta el arroyo? Estaremos más tranquilos.

– Sí -dijo Juliet agradecida.

Ahora que había llegado el momento, parecía haberse quedado sin valor y no sabía por donde empezar.

Caminaron a lo largo del arroyo en silencio. Juliet agarró un puñado de hojas secas y las apretó para aspirar su aroma. ¿Debería decirle simplemente que lo amaba? ¿O sería menos amenazante si le proponía el matrimonio como una solución práctica para los dos?

Cal la miraba deseando poder tomarla en sus brazos y borrar la tristeza de su cara. Sabía que no le creería si le decía que ya no le importaba Wilparilla si no podía tenerla a ella.

El silencio se alargó por miedo a empezar la conversación y que acabara en una amarga desilusión. Por fin lo rompió Cal.

– ¿Qué tal te ha ido con los padres de Hugo?

– Bien -Juliet se volvió para mirarlo-. Lo cierto es que mejor que bien. Tenías razón. Ellos han cambiado. Fue un poco difícil al principio, pero los gemelos ayudaron bastante. Se lo pasaron de maravilla y los padres de Hugo estuvieron felices con ellos -. Juliet abrió la mano y dejó caer las hojas secas-. Parece horrible, pero por primera vez comprendí lo que significó para Anne la pérdida de su hijo. Hablamos mucho de Hugo y me dijo lo difícil que había sido de niño. Ellos lo querían, pero no sabían cómo tratarle. Cada vez que hacía algo mal, sentían que le habían fallado e intentaban compensarlo en vez de castigarlo. Bueno, hicieron lo que pudieron.

– Es una pena que no pudierais haber hablado antes.

– Creo que ayudó mucho el estar en un terreno neutral -Juliet lo miró-. Eso fue idea tuya.

– ¿Intentaron convencerte de que volvieras a Inglaterra?

– Sí, pero sin forzarme. Me ofrecieron pagar la educación de los niños y darles una seguridad económica, que es más de lo que yo puedo hacer por ellos.

– ¿Y qué les contestaste?

– Que lo pensaría -dijo sin mirarlo.

Era verdad. Si no le salía bien lo de Cal, la única opción que podría quedarle era volver a Inglaterra. Pero lo único que tenía que hacer era preguntarle.

– ¿Y si lo hicieras, venderías Wilparilla? -preguntó él.

Juliet lo miró un momento apesadumbrada. Lo único que le importaba era recuperar su rancho. ¿Para qué iba a pedirle que se casara con ella cuando estaba claro que no quería compartirlo? Ya era hora de que admitiera la derrota y se llevara a los gemelos a Inglaterra, donde al menos no le atormentaría el recuerdo de Cal todo el tiempo.

– Supongo que sí.

Cal dio un paso apresurado hacia ella.

– Juliet. Déjame comprarte Wilparilla.

Ella cedió entonces.

– De acuerdo.

– ¿Me lo vendes?

Su ansiedad le dolió como una puñalada.

– ¡Sí! -gritó apartándose de él como si la hubiera abofeteado-. Sí, si eso es lo que quieres, te lo vendo.

Pudo oír que Cal la seguía y apartó la vista al borde de las lágrimas.

– ¡Vete! -murmuró.

– No he terminado -dijo Cal.

– ¡Te he dicho que te lo vendo! ¿Qué más quieres?

– Te quiero a ti.

Hubo un larguísimo silencio. Juliet no se atrevía a creer lo que había oído.

– ¿Qué? -susurró.

– Juliet, estoy enamorado de ti. Te necesito. No quiero Wilparilla si no puedo tenerte a ti aquí. Sólo quería comprarlo para que supieras que no era por eso por lo que iba a pedirte que te casaras conmigo.

– ¿Que tú quieres casarte conmigo?

Juliet tenía miedo de despertar y descubrir que aquello sólo había sido un sueño.

– Wilparilla no significa nada sin ti y los niños -Cal la tomó de las manos-. No vuelvas a Inglaterra, Juliet. Perteneces aquí, conmigo.

Juliet sintió la cálida fuerza de sus dedos y alzó la vista, con los ojos enormes y brillantes. Intentó hablar pero no pudo y Cal perdió el valor.

– ¡No me mires así! -dijo con desesperación-. Nunca quise hacerte daño, Juliet. Ya sé que debería haberte contado que había sido el propietario de Wilparilla, pero no quería perderte. Tienes que quedarte aquí. Tienes que hacerlo.

Por miedo a que ella se diera la vuelta y se fuera, Cal le apretó más las manos.

– No tienes por qué casarte conmigo. Me contentaría con seguir de capataz si te quedas.

Juliet tenía tan atenazado el pecho por la emoción que apenas podía respirar.

– No te quiero como capataz.

– ¿Quieres que me vaya?

La expresión de Cal fue de desmayo.

– No, no quiero que te vayas -esbozó una tímida sonrisa-. ¿Sabes que te dije que quería hablar contigo?

– ¿Sí?

– Iba a pedirte que te casaras conmigo -dijo con los ojos brillantes por las lágrimas-. Sabía que no soportaría estar aquí sin ti, pero entonces pensé… pensé que sólo querías Wilparilla después de todo.

Las lágrimas se le derramaron entonces y Cal lanzó un suspiro.

– Juliet -dijo atrayéndola a sus brazos para abrazarla con fuerza y apoyar la barbilla en su pelo-. Juliet, cariño, lo siento tanto. No sabía cómo convencerte de que te amaba. Tenía miedo de que siempre pensaras que Wilparilla era la razón por la que te había pedido que te casaras conmigo.

Juliet se apretó a él desbordada por sentir por fin sus brazos. Había tenido tanto miedo de enfrentarse a la vida sin poder abrazarlo nunca… Y ahora allí lo tenía, diciéndola que la amaba y ella era tan feliz que no podía dejar de llorar.

Cal la besó en el pelo.

– Ha sido un infierno estar sin ti. Todos te hemos echado de menos. Natalie estaba desesperada, Maggie no ha dejado de decirme lo tonto que he sido y hasta los hombres preguntaban por ti. Pero nadie te ha echado de menos tanto como yo. Te deseaba todo el tiempo. Te quería aquí conmigo, quería poder tocarte, ver tu sonrisa de nuevo.

Juliet alzó la cabeza y esbozó una débil sonrisa y por fin él la pudo besar con un largo y hambriento beso.

– ¡Oh, Cal, te quiero tanto! -murmuró contra su pecho-. He sido tan desgraciada desde que comprendí que me había enamorado de ti. Ahora me gustaría habértelo dicho, pero no dejaba de recordar el pacto que habíamos hecho. Y el amor no entraba en ese pacto.

– Nos hemos estado engañando a nosotros mismos. Y hablando de pactos, ¿No se ha pasado nuestro período de prueba?

– Sí -dijo Juliet apartándose para poder sonreírle-. Creo que es hora de hacer tu posición permanente, ¿no te parece?

Cal lanzó una carcajada y la atrajo hacia sí.

– Me parece bien, jefa.

– ¿Jefa? Pensé que ibas a comprarme el rancho.

– No todo. Compraré la mitad y así seremos socios iguales. ¡Pero tú siempre serás mi jefa!

– ¿Ah, sí? ¿Quiere eso decir que harás todo lo que yo diga de ahora en adelante?

– ¿No lo he hecho siempre?

Juliet lanzó una carcajada ante su expresión de inocencia.

– ¡Podrías haberme engañado! Creo que me gustaría tener una prueba de que vas a hacer lo que te ordene… Y puedes empezar besándome otra vez.

Cal obedeció y siguió besándola hasta que el sol empezó a ponerse y volvieron a la casa con los niños que los esperaban.


Se casaron seis semanas más tarde bajo tos árboles de caucho que Juliet veía cada tarde desde el porche. Su segunda boda fue muy diferente de la primera, pensó Juliet feliz mientras bajaba los escalones del porche de la mano de Cal.

La otra había sido un gran acontecimiento social con vestido largo de novia y un extravagante bouquet de flores. Esa vez llevaba un vestido largo sin mangas de color marfil de una tela tan fina que se agitaba con la mínima brisa. El único adorno eran las aperturas hasta la rodilla de los laterales, pero por lo demás el vestido era de lo más simple. Juliet no había querido estropear su simpleza poniéndose ningún adorno y la única concesión habían sido unas sandalias doradas. Cal había sacudido la cabeza con asombro cuando se había enterado que habían costado más que el vestido.

Eran poco más de las cinco, y el fiero calor del sol ya había remitido un poco. Deteniéndose al pie de los escalones para ponerse el sombrero de paja, Juliet decidió llevarlo en la mano. Alzó la vista hacia Cal, vestido con una camisa pálida de manga corta y unos pantalones claros de pinzas. Cal había estado buscando una corbata, pero ella lo había vetado. Nunca le había visto con corbata y lo quería tal y como era.

Al ver que lo miraba, Cal sonrió y Juliet sintió la familiar oleada de deseo. Desearía que estuvieran solos para poder ir directamente a la cama, pero Cal había insistido en invitar a todo el vecindario.

– ¿Y si creen que me he casado por tu dinero? -había preguntado ella de repente nerviosa mientras se vestían para la ceremonia.

Cal había deslizado las manos por sus hombros de color miel y se había inclinado para besarla en la nuca.

– Eso mismo me llevo preguntando yo desde que compraste esas sandalias -se burló.

– Aunque también pueden creer que tú te casas conmigo por Wilparilla -le recordó ella.

– Nosotros sabemos que eso no es verdad -dijo Cal dándole un beso en los labios-. ¡Sabes tan bien como yo que me caso contigo por ese arado!

Juliet se había reído y le había devuelto el beso. El arado había sido su regalo de bodas y él le había dado una preciosa yegua para la que ya tenía planes de cría.

Y la noche anterior, cuando se habían ido a la cama, él había deslizado un brillante en su dedo. Brillaba ahora bajo el sol mientras los dos se acercaban a los árboles donde esperaban todos los invitados. Los vaqueros parecían incómodos con sus rígidas camisas nuevas. Maggie llevaba un sencillo vestido estampado y Kit y Andrew unos pantalones cortos con unas camisas que habían sido blancas diez minutos antes. Y Natalie, sin duda la estrella de la fiesta, iba vestida en lo que sólo se podía describir como un pastel de satén rosa. Juliet le había dejado escoger su propio vestido, pero se había arrepentido cuando ella se había fijado al instante en aquel repolludo vestido.

Conteniendo la risa, había mirado a Cal, que sólo había sonreído.

– Eras tú el que decía que necesitaba ser una niña pequeña.

Así que Natalie había conseguido su precioso vestido y ahora estaba orgullosa al lado del celebrante. Desde la distancia sólo se podía ver su sonrisa. A Juliet se le contrajo el corazón de amor por ella cuando Cal recogió a los gemelos y se reunió con ella bajo los árboles.

Querían casarse como una familia, con los tres niños delante de ellos.

Cuando el breve servicio terminó, Juliet, radiante de alegría sonrió a Cal e, incapaz de esperar más, le dio un beso. Los dos seguían sujetando la mano de los niños, pero el breve beso no fue suficiente así que, soltando las pringosas manecitas, Cal la tomó en sus brazos para besarla bien.

Kit y Andrew aprovecharon la oportunidad para salir jugando, pero Juliet ya se había olvidado de ellos. No existía nada excepto la pura felicidad de estar en los brazos de Cal y saber que tenían una vida entera por delante. Cal también se había olvidado de la audiencia hasta que Natalie se puso nerviosa y le tiró de la manga.

– ¡Papá! -dijo en voz alta-. ¡Estamos todos esperando!

Todo el mundo se rió y empezaron las felicitaciones cuando Cal soltó a Juliet, un poco sonrojada.

– Deben pensar que es un arado único el que me has regalado -le susurró al oído.

Juliet, Maggie y los niños se habían pasado la semana entera limpiando el antiguo almacén de lana. Hacía muchos años que no había ovejas en Wilparilla, pero el almacén seguía en pie y era el sitio perfecto para la fiesta. Los niños salían y entraban corriendo y el sonido de la música y las risas flotaba en el aire de la noche.

Ya era bien pasada la hora de que los niños estuvieran en la cama y Juliet le rozó el brazo a Cal.

– Creo que es hora de acostar a los gemelos.

– Iré a buscar a Natalie y nos iremos juntos.

Natalie no estaba dispuesta a admitir que estaba cansada, pero Cal la agarró de todas formas y los cinco empezaron a caminar hacia la casa.

En cuanto la excitación quedó atrás, los gemelos empezaron a decaer y cada uno de los recién casados recogió uno en brazos con las cabecitas rubias contra sus hombros.

Caminando entre ellos de la mano de su padre, Natalie seguía hablando de la boda cuando lanzó un enorme bostezo.

– ¡Hora de irse también a la cama, jovencita!

– ¡Oh, papá! No quiero irme a la cama todavía. Llevo siglos esperando la boda y si me acuesto, se habrá acabado.

– No se habrá acabado, Natalie -dijo Juliet sonriendo a Cal con toda su alma-. Sólo acaba de empezar.

Kit y Andrew estaban ya medio dormidos cuando los metieron en la cama. Juliet los arropó y los besó con el corazón demasiado lleno para las palabras. En la puerta de al lado, Cal había conseguido convencer a Natalie, que hacía un esfuerzo por mantener los ojos abiertos cuando Juliet le fue a dar un beso. Apretó mucho los brazos alrededor del cuello de Juliet cuando la abrazó.

– Ha sido una bonita boda, ¿verdad?

A Juliet le afloraron las lágrimas a los ojos y la besó de nuevo.

– Ha sido la mejor.

Cal estaba esperando en la puerta. Tomando a Juliet de la mano, la sacó de la habitación y cerró la puerta tras darle las buenas noches a su hija.

– Supongo que deberíamos volver a la fiesta -dijo con desgana Juliet.

Pero Cal ya estaba tirando de ella hacia su habitación.

– Iremos más tarde. He tenido que esperar toda la tarde para poder decirte lo mucho que te quiero.

La puerta se cerró tras ellos y Juliet se fundió en sus brazos. La fiesta, los invitados, todo quedó olvidado en cuanto se besaron. Y después de un rato, fue Juliet la que estiró la mano tras la espada de Cal y cerró el pestillo.

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