CAPÍTULO 9

C DANDO por fin partieron hacia Yorkshire, Serena estaba tan desesperada que cualquier cosa le parecía mejor que continuar con aquella situación. Salieron de Londres a las tres de la tarde del viernes y lo hicieron directamente desde el banco, hecho que no impidió el que se toparan con los embotellamientos del fin de semana. El viaje que les quedaba por delante fue mucho peor, pues las obras sembraban las carreteras y para colmo se puso a llover.

Tardaron cinco horas en llegar a Leeds y, durante aquellas horas, no intercambiaron ni una sola palabra. Una vez en Leeds, tomaron carreteras comarcales para llegar a la mansión de Coggleston Hall, residencia de los Redmayne.

– No vayas a estropearlo todo ahora -dijo Leo, frente a la puerta de la mansión-. Todo lo que tenemos que hacer es pasar como podamos este fin de semana. ¡Recuerda que estamos enamorados!

– ¡Oh. calla! -dijo ella, justo antes de que la puerta se abriera.

Bill Redmayne abrió en persona.

– Veo que estamos teniendo el típico verano inglés -señaló Bill al ver que ambos llegaban empapados-. ¿Habéis tenido buen viaje? Por vuestra cara parece que no.

– Digamos que pasable -dijo Leo-. Siento que hayamos llegado un poco tarde, pero había mucho tráfico en todas las carreteras.

– Bueno, os sentiréis mejor después de tomar una copa y de cenar en condiciones. Seguro que primero querréis refrescaron, así que Dorothy os enseñará vuestra habitación; cuando estéis listos, nos reuniremos todos.

Bill llamó al ama de llaves a quien encargó que los condujera a su dormitorio.

– Puede que sea un viejo anticuado, pero sé cómo son las cosas hoy en día, así que os he puesto en la misma habitación. Estáis enamorados y no hay nada más molesto que los huéspedes corriendo de una habitación a otra por las noches. Despierta a los perros -explicó Bili, antes de que la pareja siguiera a Dorothy.

Serena evitó mirar a Leo mientras se dejaban conducir al piso de arriba. La habitación era grande y lujosa; tenía su propio cuarto de baño y la cama era doble, cosa que paralizó a Serena.

Fue Leo el primero en reaccionar quitándose la cazadora y colgándola en el armario.

– Será mejor que bajemos cuanto antes.

– ¿Qué vas a hacer con la cama? -preguntó ella torturada por la idea de tener que dormir con él.

– ¿Y qué quieres que haga? -dijo Leo-. Baja y dile a Bill que no quieres dormir conmigo y que prefieres una habitación para ti sola, sonaría estupendamente.

– No es algo tan raro -dijo Serena con dignidad-. Podrías decirle que me respetas demasiado como para dormir conmigo antes de casarnos o algo así.

– ¡Ja, Ja! -rió él-. ¡Muy convincente!

– Bueno, ¿y qué sugieres?

– Te sugiero que pienses en el dinero y que le saques el máximo partido. No pienso hacer el ridículo delante de Bill Redmayne a estas alturas. Los dos vamos a dormir en esta habitación y yo, desde luego, voy a dormir en la cama. Si la quieres compartir conmigo, bien, si no, ya sabes que puedes dormir en el suelo.

– ¡Qué caballeroso! -replicó ella.

Leo se dirigió al baño.

– No sé por qué debo pasar una noche de rayos sólo porque has desarrollado de repente escrúpulos virginales. Antes no te importó dormir conmigo -añadió él con crueldad.

– Era distinto -dijo ella, después de una pausa.

– ¿Lo era?

– Sabes que sí.

– Pues quiero que sepas que te he pagado para las dos ocasiones, así que tendrás que aguantarte. Si te sirve de consuelo, te diré que a mí tampoco me apetece dormir contigo.

Serena dejó su maleta sobre la cama y la abrió con violencia, para buscar su bolsa de aseo.

– ¡Qué error cometí al aceptar esto!

– Pero ha funcionado -dijo él, desde el servicio. Se había quitado la camisa y se estaba lavando-. Noelle parece haber captado el mensaje, la unión de los bancos parece prometedora y tú estás recibiendo tu dinero. No sé de qué te quejas. Muy pocas personas tienen la posibilidad de ganar tanto dinero de forma tan fácil.

– ¡Fácil! ¡Yo no diría que es fácil convivir con tu arrogancia y tu crueldad! -señaló ella, mientras colgaba la ropa en el armario-. Me he tragado recepciones aburridas y he sido amable con gente aburrida que no hacía más que hablar del maldito dinero, eso tampoco es fácil. Tampoco es divertido ir en un coche bajo la lluvia con un maniático que no abre la boca y tener encima que compartir la cama con el ser más egoísta, inflexible y… repugnante del mundo.

Leo salió del servicio refunfuñando mientras secaba su rostro con una toalla. El pelo, húmedo, se le había puesto hacia arriba y tenía un aspecto algo cómico. Serena quiso colocárselo bien, pero se reprimió. En su lugar, recogió su bolsa de aseo y se metió en el cuarto de baño cerrando con un portazo.

– ¿No crees que te estás portando de manera infantil'? -preguntó él a través de la puerta.

– ¡No! Ya he aguantado bastante para que encima me des consejos. ¡Si tengo ganas de protestar, lo haré!

– Bueno, pues no protestes demasiado. Nos están esperando abajo y tengo hambre.

Serena lo único que quería era que la dejaran sola con su mal humor y un buen baño de agua caliente; sin embargo, tuvo que conformarse con lavarse la cara y cepillarse los dientes. Cuando salió del baño, Leo se ajustaba la corbata frente al espejo y parecía que había conseguido mejor que ella controlar su humor.

Con un gesto de desprecio, Serena se dio media vuelta y se puso de espaldas a él para cambiarse de ropa. Se quitó la camisa y la falda de ante y se puso unos pantalones de seda negra que estilizaron mucho más sus largas piernas. En la parte superior se colocó un top blanco y se lo ajustó a la cintura con un cinturón dorado. Cuando se lo estaba abrochando, se dio cuenta de que Leo la observaba a través del espejo, mientras él se colocaba los gemelos.

El cruce de sus miradas hizo saltar chispas en tre los dos, pero Serena colocó bruscamente la ca beza boca abajo para cepillarse la melena cobriza Cuando terminó y la alzó de nuevo, sus cabello flotaron sobre sus hombros brillantes y espectacu lares. Leo se estaba colocando la chaqueta de traje y su expresión seguía fría y distante, aunque no desviaba la atencion de ella.

Serena remató su atuendo con unos pendientes de oro y lápiz de labios rojo.

Abajo, encontraron a los demás en el salón tomando unas copas y hablando animadamente. Oliver se levantó enseguida y fue a saludar a Serena como si se tratara de una vieja amiga, mientras Noelle la trataba con mucha más frialdad. Fue Noelle quien les presentó a un agente de bolsa llamado Philip. Era moreno, muy atractivo e irradiaba un inconfundible aroma a riqueza, aunque le faltaba el magnetismo de Leo. Serena pensó que era como conocer una mala copia de Kerslake y que Noelle no había tardado mucho tiempo en reemplazarle.

Sin embargo, conforme avanzaba la velada, Serena observó que la misma Noelle parecía haberse dado cuenta de que todo parecido con el original era pura coincidencia, así que, toda la atención de la hija del banquero se centró en Leo, quien no hacía ningún esfuerzo por desanimarla. Quizás pensaba que, como la unión de los bancos estaba prácticamente hecha, podía permitirse el lujo de flirtear en serio con Noelle.

No fue ella la única en advertir el interés de Noelle. Una o dos veces, Serena captó que Philip la miraba descorazonado y ella sabía muy bien cómo debía sentirse. Leo no dejaba de sonreír y de hacerse el encantador y Serena no lo perdía de vista a pesar de sus esfuerzos por entablar una conversación agradable con Oliver y Bit¡. No dejaba de

pensar en sus labios, en sus manos y en la sensación de estar cerca de él, y más que nada otra cosa en el mundo, temía que su cuerpo la traicionara aquella noche y acabara en sus brazos.

Aquel mismo pensamiento fue el que tuvo cuando Leo encendió la luz de la habitación cuando subieron para acostarse.

– Ve tú primero al baño -dijo él, después de cerrar la puerta del dormitorio.

Serena se encerró en el baño y trató por todos los medios que sus manos dejaran de temblar. No tenía por qué estar nerviosa, ya que Leo debía estar planificando la seducción de Noelle, así que no era muy probable que la tocara. Todo lo que tenía que hacer era meterse en la cama, ignorarlo y dormirse.

El camisón que había elegido para pasar aquella noche era de lo más correcto y tapaba la mayor parte de su cuerpo, de tal forma que Leo no podía acusarla de tentarle. Sin embargo, era ella la que notaba su temperatura corporal cada vez más alta y sólo pensar que tenía que meterse en la cama con él, la hacía estremecer.

Se refrescó la cara para disipar las fantasías que acudían a su mente y salió del baño. Al hacerlo, vio a Leo sentado en el borde de la cama con los pantalones puestos, pero se había quitado la camisa, los zapatos y los calcetines. Observó con mirada irónica cómo Serena apartaba el edredón y se metía en el interior, ocupando un lado de la cama.

Cuando Leo salió del baño, Serena se puso tensa y cerró los ojos para fingir que estaba dormida. Advirtió cómo encendía la luz de su mesilla y se sentaba en el borde de la cama. Más tarde, apagó la luz y se colocó cómodamente entre las sábanas, sin importarle lo más mínimo que ella estuviera también. Al poco rato, Serena se dio cuenta de que el ritmo de su respiración cambiaba y, asombrada, comprobó que estaba profundamente dormido.

Aquello la indignó terriblemente, pues ella pasó horas sin poder conciliar el sueño, mientras que él no le había costado el más mínimo esfuerzo.

A la mañana siguiente, Serena notó que Leo se movía muy cerca de ella. En algún momento de la noche debían haberse abrazado, buscando sin duda el calor, y habían amanecido muy juntos. Leo tenía el rostro apoyado en el cuello de Serena y uno de sus brazos sobre ella. Serena también había pasado su brazo por debajo del cuello de Leo, así que presentaban un aspecto muy diferente al que mostraban durante el día.

Serena parpadeó y Leo suspiró y le dio un beso en el cuello antes de alzar su cabeza y mirarla directamente a los ojos. Pudo comprobar entonces cómo cambiaba su expresión al ser consciente de la realidad y cómo su mirada se trasformaba en un gesto frío y despreciativo. Se levantó rápidamente y se metió en el baño sin cruzar una palabra con ella.

Serena se quedó en la cama y se hizo un ovillo en una de las esquinas luchando por reprimir sus lágrimas.

Durante el desayuno, Bill anunció su intención de hablar con Leo.

– Oliver, ¿te ocuparás de Serena? -preguntó Bill a su hijo.

– Será un placer -dijo Oliver, solícito-. Hace un día tan espléndido que podíamos caminar hasta Malham y comer en el pub. Estos dos estarán hablando todo el día de negocios. ¿Qué te parece?

Serena miró a Leo y le vió sonreír a Nocile por algo que ella había dicho.

– Me parece estupendo -respondió.

– Bien -dijo Oliver-. ¿Y vosotros, Noelle? ¿Vendréis con nosotros?

– Oh, no, no creo -dijo Noelle sin dar más explicaciones-. Id vosotros dos.

Leo desapareció con Bill en el despacho del banquero sin molestarse en despedirse de Serena.

La admiración de Oliver por Serena fue como un bálsamo para sus heridos sentimientos. Convencido de que su padre aceptaría la propuesta de Leo, Oliver le contó a Serena sus planes para el club de campo y le sugirió que fuera su consejera en cuanto al tema gastronómico y que lo ayudara a encontrar una buena cocinera o un buen cocinero.

Mientras comían en la terraza del pub, Serena se dijo una y otra vez que no echaba de menos a Leo y que Oliver era un hombre encantador que nada tenía que envidiarle. Era atento, amable y estaba interesado en ella a todas luces.

Regresaron a Coggleston Hall antes de las cinco y no había rastro de Noelle o de Leo en la casa.

– Han ido a dar un paseo -dijo Philip, intentando aparentar que no le importaba-. Noelle dijo que quería discutir unos temas de negocios con él.

Serena imaginó qué negocios eran los que quería discutir y se encerró malhumorada en el dormitorio. Se dio una ducha y trató de fingir indiferencia. Mientras se cepillaba el pelo junto a la ventana, vio cómo regresaban, caminando los dos por el sendero que terminaba en la puerta principal. Caminaban lentamente y se notaba que iban muy concentrados en la conversación. Serena apretó el mango del cepillo con fuerza. Si Leo quería olvidar el pacto que había hecho con ella, que lo hiciera. Ya le daba todo igual.


Serena se las ingenió para no estar a solas con él en toda la noche. Mientras se servían unas copas, Bill anunció su decisión de aceptar la propuesta de Leo, lo cual provocó la alegría entre sus hijos. Oliver y Noelle se acercaron a su padre y lo besaron efusivamente. Serena miró a Leo y advirtió que para ser un hombre que acababa de conseguir algo importante en su vida, su sonrisa era rígida y forzada. Fue Serena la que hizo el esfuerzo de aparentar la misma alegría que los hijos del banquero.

– ¡Qué noticia tan maravillosa!

La cena se hizo eterna. Oliver le contó a su padre todos los planes del club de campo y los consejos que Serena le había dado. Leo no parecía muy contento ante el entusiasmo de Oliver con Serena, pero ella se sintió orgullosa al observar alguna reacción en él. Al fin y al cabo, Leo ya había elegido y, si quería intentarlo con Noelle, que lo hiciera, pues ella también tenía dónde elegir. Sin embargo, lo que le dolía era que se suponía que todavía estaban comprometidos y su actitud hacia Noelle era demasiado íntima.

Cuanto más malhumorado parecía Leo, más encantadora se mostraba Serena, ya que estaba dispuesta a demostrarle que su comportamiento hacia Noche no le importaba lo más mínimo. Serena mantuvo la conversación en un tono tan distendido y entretenido que hasta el mismo Philip pareció renacer. Cuando llegó al momento de tomar el café, se encontraba agotada, pero merecía la pena contemplar la disimulada expresión de fastidio de Leo. Serena le había visto dedicarse toda la cena a Noel le, pero sabía que había estado escuchando la conversación que ella lideraba con el resto de los hombres.

– Supongo que estarás avergonzada de tu representación de esta noche -dijo él de muy mal humor cuando estuvieron solos en el dormitorio.

– ¿Qué representación? -preguntó ella.

– ¡Lo sabes perfectamente! Te has estado haciendo la interesante, has coqueteado descaradamente con Oliver, ¡horrible! ¡Se supone que eres mi prometida! ¿Acaso te has olvidado?

– ¡Claro. soy tu prometida cuando a ti te conviene! Tú también eres mi prometido, pero nadie lo habría dicho por la forma en que te has comportado hoy. Ni siquiera me has dirigido la palabra en el desayuno y no has mostrado interés alguno por mí a lo largo del día. Ni siquiera estabas aquí cuando he vuelto del paseo con Oliver, y ¿dónde estabas? ¡De paseíto con Noelle! ¡Te quejas de mi comportamiento, pero deberías avergonzarte del tuyo!

– Hablábamos de negocios.

– ¡Oh, claro! -exclamó Serena, que daba vueltas por la habitación sin saber qué hacer.

– Es cierto, quería saber si habría un sitio para ella en el nuevo banco.

– Sí, en tu cama, supongo.

– No seas grosera, Serena, no es tu estilo.

– Nada de lo que está pasando es de mi estilo. Pero creí que lo que querías era quitártela de encima y ya que se había fijado en Philip, lo menos que podías haber hecho era no tener tanta confianza con ella. No has hablado con nadie más que

– ¿Y de quién es la culpa? -preguntó él, mientras se cepillaba los dientes-. No has parado de hablar y ni siquiera dejabas que la gente participara. Incluso has atraído la atención de Philip para fastidiarla a ella.

– ¿Cómo? -replicó Serena, perpleja. Ya se había colocado el camisón y se preparaba para cepillarse el pelo-. ¿De qué estás hablando?

– Lo sabes muy bien -dijo Leo, desabrochándose la camisa al salir del baño-. He visto cómo sonreías y le has tenido encandilado toda la noche. No te conformabas con Oliver y tenías que coquetear también con Philip. ¡Me extraña que no lo hayas intentado con Bili! El tiene mucho más dinero que cualquiera de nosotros y parece uno de tus más fieles admiradores, ¡Dios sabe por qué!

Serena se metió en la cama.

– ¡Quizás él me ve como a una persona y no como un medio para conseguir un fin!

– ¡No te des tantos aires! -espetó Leo, que se metió en la cama con ella. Ambos se miraron bajo la tenue luz de la mesilla de noche-. Por la forma en que te has comportado, dudo mucho que ninguno de ellos estuviera pensando precisamente en tu intelecto.

– ¿Y tú? ¿Estás tú fascinado por el intelecto de Noelle?

– Por lo menos, ella no pretende hacer de sí misma un espectáculo.

Serena lo miró furiosa.

– Si ella es tan maravillosa, ¿qué haces aquí? -Sabes por qué.

– Después de verte con ella ya no estoy tan segura -dijo Serena y colocó una de las almohadas entre los dos-. ¡Pareces tener extrañas razones para acostarte conmigo!

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él. Serena, que le había dado la espalda, se volvió para mirarlo.

– ¿Por qué te has acostado conmigo antes? Porque no tenías nada que hacer aquella noche, ¿verdad? Porque pensaste que de esa forma me tendrías más controlada, ¿no?

– Porque ambos nos deseábamos -dijo.

Serena advirtió que Leo estaba demasiado quieto y aquello era un signo de peligro. Tal vez había ido demasiado lejos.

– Oh, ¿no me digas? -dijo con sarcasmo-. ¡Qué interesante! Creí que te había seducido por dinero.

– No creo que lo del dinero se te ocurriera hasta la mañana siguiente; era una oportunidad demasiado buena como para desaprovecharla, pero me deseabas. Eso dijiste.

– ¡En ese caso, mentí! -declaró ella, furiosa.

– No, no mentiste. Por una vez me dijiste la verdad. Me deseabas entonces y lo que es más -dijo y apartó la almohada que los separaba-, me deseas ahora.

– ¡Eso es lo que tú crees!

Serena quiso incorporarse, pero Leo se lo impidió colocándose sobre ella.

– ,Por qué no te lo demuestro? -sugirió.

Si Leo se hubiera comportado con rudeza, ella habría podido resistirse. Si hubiera tratado de forzarla, habría luchado contra él hasta el final. Sin embargo, no lo hizo. Comenzó a besarla en el rostro con breves y dulces besos hasta que llegó a sus labios y. en todo momento, ella habría podido rechazarle.

Pero Serena se deshizo bajo el contacto de sus labios y, cuando Leo advirtió que había conseguido traspasar la barrera de su resistencia, comenzó a desabrocharle los lazos del camisón.

Mientras la besaba, acariciaba sus piernas levantando el camisón, hasta que fue la misma Serena la que se lo quitó, quedando desnuda bajo el cuerpo de Leo. Fue ella la que le tendió los brazos para que la poseyera y ella la que gritó cuando lo hizo, dejándose llevar por las manos de Leo, quien la condujo por senderos de placer hasta el éxtasis que les esperaba a los dos al final del camino.

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