CAPÍTULO 4

LENTAMENTE, Serena dejó la taza sobre la mesa tal y como había hecho Leo. -¿Noelle? -preguntó, aunque tenía la sensación de saber perfectamente de quién se trataba.

– Puede que te fijaras en ellas en la comida de hoy -dijo Leo-. Es una joven muy atractiva.

– Sí, me he fijado -dijo ella fríamente-. Pero por tu forma de tratarla yo no diría que representa un problema para ti.

– Noelle y su hermano son mis contactos con Bill Redinayne -explicó Leo-. Como es natural, he tenido que citarme con ellos frecuentemente para que no pierdan la sensación de que nos interesa mutuamente esta operación y así, tengo tiempo de que su padre ceda por el bien de todos.

– No creo que entretener a alguien corno Noelle sea una tarea desagradable -señaló Serena-. ¿O me vas a decir que tu relación con Noelle es estrictamente profesional?

Leo cambió de expresión y pareció contener un su ira con cierta dificultad.

– Así me gustaría que fuera -dijo con el ceño fruncido-. Mi prioridad en estos momentos es la fusión de los dos bancos, aunque, desgraciadamente, Noelle parece estar interpretando erróneamente mis intenciones. Cree que la unión es tanto personal como financiera y ése es el problema.

Creo que está interesada en el matrimonio.

– ¿Y no le has dicho que tú no lo estás? ¡No lo mantienes en secreto con nadie más! -dijo Serena, dejando entrever que estaba celosa.

– No puedo arriesgarme a enfrentarme con Noelle en estos momentos. Necesito su voto a favor y su influencia sobre su padre. Bill Redmayne hará lo que ella diga. Si le digo directamente que no estoy interesado en casarme con ella, puede retirarme su apoyo; y si espero a que la unión de los bancos se haya efectuado, su padre puede decirme después que engatusar a su hija ha sido una maniobra para conseguir nm¡ propósito.

– Sí, entiendo que la situación es problemática -concedió Serena, al reflexionar sobre el tema más fríamente.

– Lo único que tengo que demostrar a Noelle es que está perdiendo el tiempo conmigo. No sabía cómo hacerlo, pero se me ha ocurrido la forma cuando veíamos el vídeo esta noche.

– ¡Me alegro de que lo hayas encontrado revelador!

– ¿No te diste cuenta de que parecíamos un par de enamorados? -preguntó él.

Serena se sonrojó.

– Pero no lo somos.

– No, pero podríamos haber engañado a cual quiera; el mismo Richard hizo un comentario sobre ello.

– ¿Qué es exactamente lo que estás sugiriendo? -preguntó ella.

– Te estoy ofreciendo un trato. Yo te pagaría una suma considerable, digamos cinco mil libras, si te haces pasar por mi novia mientras duren las negociaciones sobre la unión de los dos bancos y así convencer a Noelle de que no estoy disponible para casarme. Será cuestión de pocas semanas; creo que la oferta es bastante generosa.

– Esa unión debe ser muy importante para ti -señaló ella, tratando de comprender bien lo que le había propuesto.

– Mi libertad también -dijo Leo-. Me importan ambas cosas.

– ¿Y por qué me lo has pedido a mí?

– Creo que la respuesta es sencilla. Podría habérselo pedido a muchas mujeres. pero sólo tú me has dejado bien claro que no te interesa el matrimonio y no eres hipócrita con el tema del dinero.

Te estoy ofreciendo la oportunidad de ganar una importante suma para tus ahorros. No es muy probable que ganes cinco mil libras tan fácilmente.

– ¡Yo no creo que fingir que estoy enamorada de ti sea cosa fácil! -exclamó ella.

– Pues no tuviste muchas dificultades en fingirlo en la boda -señaló él.

– ¡No estaba fingiendo!

Leo mostró su sorpresa con un gesto burlón. -No querrás decirme que estabas enamorada de mí, ¿verdad?

– Sabes perfectamente que no -replicó ella inmediatamente-. Sólo te besé porque tú me provocaste.

– Fuiste muy convincente -dijo Leo-. Por eso creo que no tendrás dificultades en fingir que me quieres y menos aún sabiendo lo que voy a pagarte.

Aquel último comentario hirió la sensibilidad de Serena y apartó toda tentación de aceptar aquel trabajo.

– Me temo que tendrás que encontrar a otra persona que esté dispuesta a representar ese papel. A mí no me interesa.

– Eres demasiado testaruda, Serena. Ya te he dicho que puedes arrepentirte alguna vez de tu forma de ser.

– ¿Quieres decir que estoy despedida?

– No, sólo quiero que lo pienses un poco más. Puede que cambies de opinión.

– Nunca cambio de idea.

Leo sonrió y se terminó su café.

– Ya veremos -dijo dejando la taza sobre la bandeja.

– ¿Serena?

Con el auricular junto al oído, Serena luchaba contra las sábanas y la almohada para incorporarse sobre la cama. Con los ojos medio cerrados, miró torpemente el despertador y comprobó que eran las cuatro y cuarto de la madrugada. El insistente timbre del teléfono había interrumpido sus sueños sobre Leo.

– ¿Madeleine? -dijo adormilada, al reconocer vagamente la voz de su hermana-. Madeleine, ¿qué pasa?

– Se trata de Bobby -respondió su hermana quien rompió a llorar amargamente.

Tardó varios minutos en reponerse y, por fin, le contó a Serena que Bobby, su hijo menor, había tenido que ser hospitalizado al haber sufrido un ataque indeterminado mientras desayunaba. Al parecer, los médicos no sabían cuál era la causa y tenían que someterle a varias pruebas.

– ¿Qué es lo que voy a hacer, Serena? Las facturas del hospital son tan elevadas…

Serena todavía pensaba en su hermana como la niña pequeña que necesitaba ser protegida. Desde que su marido, Chris, se divorció, ella había sido el único apoyo de Madeleine, así que, si necesitaba dinero, lo conseguiría y sabía cómo hacerlo. Por mucho que hubiera rechazado la oferta de Leo, en aquellos momentos, tenía una buena razón para aceptarlo y solucionar él problema de su hermana.

– Creo que sé lo que vamos a hacer -dijo a su hermana-. Tú sólo ocúpate de cuidar a Bobby y yo me encargaré del dinero. Con un poco de suerte, podré hacerte un giro hoy mismo a última hora.

– Pero, Serena, es que va a ser muy caro -protestó Madeleine con nerviosismo-… y a ti tampoco te sobra.

Serena cruzó los dedos.

Dentro de pocas horas me sobrará.


Vacilante, Serena se frotaba las pianos sudorosas en sus vaqueros mientras se debatía frente a la puerta del despacho de Lindy. Se preguntaba si Leo habría cambiado de idea o si habría encontrado a alguien mejor.

Decidida, por fin, a disipar todas sus dudas, abrió la puerta esperando encontrar a Lindy sentada junto a su mesa; sin embargo, encontró a Leo al lado de su secretaria, dictándole una carta.

– Serena -dijo él con cierta expectación-. ¿Querías verme?

– Sí -dijo ella.

– Entra a mi despacho.

El rostro de Lindy mostraba una indecible curiosidad cuando Leo abrió la puerta de su despacho y dejó pasar primero a Serena. Más tarde, cerró la puerta tras ella.

– ¿No quieres sentarte? -preguntó él, después de unos tensos minutos de silencio en los que ambos se miraron sin saber qué decir.

– Oh, sí, sí -dijo ella con precipitación.

– ¿Y bien? -preguntó Leo con impaciencia al ver que Serena no decía nada

– Es sobre la oferta que me hiciste ayer por la noche -replicó ella con brusquedad.

– ¿La que rechazaste? -señaló él en un tono distendido, pero con la mirada fija en ella.

– Sí… yo… he cambiado de idea.

– ¿No decías que nunca cambiabas de idea? -recordó Leo.

Serena humedeció sus labios y se dio cuenta de que aquella conversación no le iba a resultar en absoluto fácil.

– Bueno, pues he cambiado de idea, pero me gustaría hablar otra vez del precio.

– Sorpresa, sorpresa -dijo él con sarcasmo y se retrepó en su sillón de cuero-. ¿Y cuánto crees que vales. Serena?

– Veinte mil libras.

Leo se incorporó inmediatamente sin disimular su sorpresa.

– ¿Cómo?

– En efectivo -siguió Serena con calma-. Ycinco mil por adelantado.

Se produjo un incómodo silencio.

– Creí haber conocido a mujeres mercenarias pero tú las has superado a todas con creces -dijc él-. Sé que te valoras mucho, pero no sabía qui tanto. ¡Esto se parece más a una extorsión!

– Puedes permitírtelo -dijo Serena con resolución-. Si la unión de los bancos y tu libertad son tan importantes, yo valgo veinte mil libras.

– ¡Tendrás que resultar muy convincente por esa suma tan enorme de dinero!

Serena levantó la barbilla con arrogancia y lo miró directamente a los ojos.

– Lo seré.

– Me pregunto… -comenzó Leo, levantándose de su sillón y acercándose a ella lentamente y con las manos en los bolsillos del pantalón.

Su figura, de considerable estatura, la cubrió por completo de forma amenazadora y Serena se levantó vacilante. Ambos se miraron y en el rostro moreno de Leo sólo resaltaba la claridad plateada de sus ojos, frente a la viveza del verde de los de Serena. La luz que entraba por el ventanal, de espaldas a ella, dotaba a su cabello largo de un fuerte color cobrizo que la rodeaba como un aura. Llevaba la melena recogida en la nuca y Leo, de manera impersonal, la soltó extendiendo la mata de cabellos sobre sus hombros. Después, sus dedos recorrieron el* rostro de Serena desde la sien, siguiendo el ángulo de sus mejilla, hasta sostenerla por el cuello, alzando así su barbilla.

– Creo que tendrás que demostrarme lo convincente que vas a ser -murmuró.

Serena encontró, entonces, dificultades para respirar. Todos sus sentidos se alertaron bajo su caricia, tan cálida y a la vez tan firme. Sabía que tenía que decir algo, que tenía que recordarle que su contacto no era sino una transacción económica, pero se encontraba aturdida bajo aquella mirada de plata y enmudeció.

– Si no fuera porque veo el dinero asomar en tus hermosos ojos verdes, creería en tu palabra -dijo Leo-, pero tal y como están las cosas, creo que debo comprobar si merece la pena lo que voy a desembolsar.

Serena abrió la boca, pero nunca supo lo que podría haber dicho, ya que, inmediatamente después, los labios de Leo cubrieron los suyos. En aquel instante, Serena olvidó el lugar en el que se encontraba bajo una fuerte sensación de placer.

Con un gemido como respuesta instintiva, Serena se unió a él y dejó que sus manos exploraran su torso y su espalda, sintiendo la musculatura bajo la suave textura de su camisa.

Leo la abrazó con fuerza y con un movimiento decidido sacó la blanca camiseta de Serena del vaquero, para acariciar directamente su piel.

Serena se estremeció ante el excitante contacto de su mano en su espalda y se arqueó de placer, hasta que perdió el control.

Fue Leo el que de pronto se detuvo. Arrastrada por el placer, Serena había olvidado todo menos la necesidad de saciar su deseo; por ello, cuando él apartó la mano de su espalda y le colocó de nuevo la camiseta, se quedó perpleja mientras ambos trataban de recobrar el ritmo normal de sus respiraciones.

– Creo que podemos cerrar el trato -dijo él por fin.

– ¿Trato? ¿Qué trato? -preguntó ella, sintiendo que sus piernas le fallaban.

El beso había sido tan arrebatador y tan apasionado, que a Serena le costó trabajo volver a la realidad y recordar que todo aquello lo estaba haciendo para pagar las facturas médicas de su hermana.

– ¿Qué es lo que pasa? -preguntó ella, vacilante. Leo metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se dirigió hacia el ventanal.

– Lo que pasa es que tenemos que ir de comprar como primer punto en nuestro plan -dijo él. -¿De compras? -dijo ella sorprendida. -Necesitas ropa nueva.

– ¿Para qué? ¿Qué hay de malo en la ropa que llevo?

Leo se dio la vuelta y volvió a mirarla.

– Los vaqueros y las camisetas no dan la impresión adecuada -dijo-. Por lo que recuerdo, no debes tener más que vaqueros y camisetas, así que necesitas un toque de elegancia.

– ¡Yo no quiero ningún toque de elegancia!

– Si quieres parecer mi novia, tendrás que parecerlo.

– Tengo mi vestido rojo -dijo ella con mal humor.

– No puedes llevar ese vestido todos los días.

– ¡Todos los días! ¿Cuántas veces voy a tener que representar el papel?

– Tantas como sea necesario -dijo con frialdad-. Y por el precio que voy a pagar, creo que será muy a menudo.

– Entiendo -señaló ella con una mirada de resentimiento.

Serena no entendía cómo era posible que se besaran con tanta pasión y después, las cosas siguieran igual entre ellos.

– Bueno, si me vas a pagar, creo que deberíamos repasar las obligaciones a las que me vas a someter. ¿Puedes concretar un poco más lo que incluye el servicio por el que me pagas?

– Te pago por estar disponible -dijo Leo con brutal franqueza-. Esta noche tengo que asistir a un cóctel, así que puedes venir conmigo. Noelle estará allí y, por lo tanto, será un buen sitio para presentártela. Después, tendrás que estar disponible por las noches en caso de que te necesite para alguna otra función. Una vez que se corra el rumor de que estamos comprometidos, estoy seguro de que se te incluirá en muchas invitaciones.

– ¿Y cómo vamos a explicarles nuestro compromiso a los amigos? -preguntó ella-. Gente como Richard y Candace saben perfectamente lo que opino sobre el matrimonio. No me van a creer si de pronto les digo que estoy comprometida contigo, ¿no te parece?

– Sí te creerán, si les haces ver que estás locamente enamorada de mí.

– ¿Y qué pasará cuando consigas la unión de los bancos y no tengamos que fingir más? ¿Dejamos de amarnos después?

– ¿Por qué no? -dijo él, encogiéndose de hombros-. Pasa con frecuencia. Puedes decirle a tus amigos que has cambiado de idea, aunque ahora recuerdo que tú nunca cambias de idea. ¿no es así?

Serena se enfureció al escuchar aquellas irónicas palabras.

– ¿Puedo por lo menos decirle a Candace la verdad?

– No -respondió él con firmeza-. Veinte mil libras son cantidad suficiente como para compensar una merma en tu orgullo. Nadie debe saber de nuestro pacto, ¿está claro?

Serena hizo un gesto afirmativo con reticencia.

– Si me entero de que alguien sospecha de que lo nuestro es un fraude, el trato queda automáticamente anulado y puedes despedirte de las veinte mil libras. Te daré cinco mil por adelantado, ya que me lo has dejado muy claro, pero el resto no te lo daré hasta que el trato con Redmayne haya quedado cerrado y Noche haya conocido a alguien más. Vas a ganarte cada libra de

las veinte mil, Serena -añadió-. Quiero que representes tu papel cada minuto que estemos juntos en público.

– ¿Y en privado? -preguntó ella.

Leo sonrió.

– Eso depende de ti.


– ¡No puedo entrar ahí vestida con vaqueros! -exclamó Serena en la puerta de una de las tiendas más elegantes de Londres.

Leo la había requerido inmediatamente después de que ella terminara de recoger las mesas del almuerzo en el banco. Anteriormente, habían tenido una discusión bastante acalorada, sobre si Serena debía seguir cocinando o no. Ella quería hacerlo, pero Leo pretendía que se quedara todo el día sin hacer nada esperando a que él la necesitara. Serena no podía explicarle a Leo que las cinco mil libras del adelanto no eran para ella sino para su hermana y que, por lo tanto, seguía necesitando los ingresos de su trabajo. Leo, por supuesto, había sacado sus propias conclusiones y la había tachado de avariciosa.

– ¿Que no te dejarán? -dijo él, abriendo la puerta del establecimiento para que entrara-. Enseguida comprenderán que lo que queremos es que te transformen.

Y, efectivamente, Serena salió de la tienda cargada de elegantes bolsas en las que llevaba un nuevo vestuario completo. Incluso, Leo la había obligado a desembarazarse de los vaqueros y a comprarse un vestido sencillo de manga corta y cuello redondo, con el que salió del establecimiento. Él apenas había reparado en el total, pero ella sabía que se había gastado una fortuna.

– Los vaqueros y la camiseta son exactamente el disfraz de tu carácter malhumorado -había dicho Leo, al verla reflejada en los espejos de la tienda-. Este vestido es el que de verdad te identifica con la mujer que llevas dentro, apasionada y seductora.

– Estás equivocado -dijo ella-. Los vaqueros reflejan mi auténtica personalidad -señaló-. Este vestido no es más que el disfraz del papel que tengo que representar.

– En ese caso -dijo Leo al ver que no podía hacerla cambiar-, espero que tu representación sea convincente.

Ya en la calle, el fresco aire de mayo presagiaba la llegada del verano y el cielo se extendía azul sobre los edificios de Londres.

– ¿Dónde vamos ahora? -preguntó ella, tratando de seguir el paso de Leo.

– A Burlington Arcade.

– ¿Para qué?

– Supongo que una mujer inteligente corno tú, debería saberlo, ya que se supone que estamos comprometidos.

– Pero, ¿cómo voy a averiguarlo? -dijo ella y se quedó pensativa unos instantes-. ¿Un anillo?

– Un anillo -confirmó Leo-. Un anillo para la mujer a la que amo.

Sus palabras resonaron como un eco en la mente de Serena mientras contemplaba extasiada los anillos de diamantes en una lujosa joyería.

– ¿Qué te parece este? -preguntó él.

Serena tomó el anillo formado por un enorme diamante central y otros más pequeños rodeándolo y se lo puso en el dedo corazón.

– Es demasiado ostentoso -señaló.

El joyero se dio cuenta de que Leo se impacientaba.

– ¿Tiene algo más sencillo? -preguntó con resignación-. ¿Qué es lo que haces? -preguntó Leo a Serena cuando el joyero se retiró para buscar nuevos modelos.

Serena se encontraba sentada en una silla y se revolvía cada dos por tres para taparse las piernas, apenas cubiertas por el vestido.

– No estoy acostumbrada a enseñar tanta pierna -protestó ella en voz baja.

Leo recorrió con la mirada sus largas piernas y luego la miró a los ojos con una sonrisa.

– Tienes unas piernas preciosas -dijo-. Y debías enseñarlas más a menudo en lugar de esconderlas todo el tiempo.

Por fin, el joyero regresó con otros anillos y los extendió ante su vista.

Se trataba de un sencillo diamante engastado en oro, sin nada que pudiera distraer la atención de su magnífico brillo.

– Es precioso -dijo ella, colocándose el solitario.

– Nos lo llevamos -concluyó Leo.

El joyero se quedó mirando a la pareja esperando que Serena diera muestras de gratitud al que parecía su prometido. Ella, al darse cuenta de que algo pasaba, cayó en la cuenta y miró a Leo, que estaba esperando lo mismo que el dependiente.

– Gracias -dijo ella con voz quebrada y se acercó a Leo para darle un tímido beso en la mejilla.

Antes de que pudiera apartarse de él. con movimiento rápido, Leo hizo que Serena volviera el rostro hacia él para encontrarse con sus labios. Por un instante, pareció que ambos se olvidaron de la comedia que estaban representando. Fue tan sólo un beso breve, pero tan dulce que las lágrimas brillaron en los ojos de Serena cuando él la soltó.

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