CAPÍTULO 5

EL PORTERO del banco no la reconocio cuando, aquella misma tarde a las seis, Serena se presentó en Brookes tal y como le había dicho Leo. Después de las compras, Serena había tratado por todos los medios de olvidar la huella que el último beso había dejado en su memoria.

Con la melena al viento y un elegante traje de chaqueta color azul marino, subió las escaleras ante la mirada atónita del portero.

– ¡No la he reconocido! ¡Creí que era usted una modelo, o algo así!

Serena sonrió. -No, soy yo, Fred.

– Hoy no cocina, ¿verdad?

– No -dijo ella vacilante-. Yo… he venido a encontrarme con el señor Kerslake.

– ¡Oh! -exclamó Fred y silbó por lo bajo al verla dirigirse a los ascensores.

La noticia de su cita con Kerslake se conocería al día siguiente en todo el banco.

Leo estaba dictando unas notas a Lindy cuando Serena entró en el despacho. A pesar de que había decidido no dejarse atrapar por el encanto de Leo, su corazón se sobresaltó nada más verlo. Él alzó la vista y la recibió con una expresiva sonrisa. Serena se recordó que tan sólo fingía y que, en realidad, no se alegraba tanto de verla.

Un sonoro suspiro hizo que ambos dirigieran sus miradas hacia Lindy.

– Lo siento, es que es tan romántico -murmuró Lindy.

– ¿El qué? -preguntó Serena, desconcertada.

– Le acabo de contar a Lindy la buena noticia -dijo Leo, recordándole así a Serena su parte en la representación.

– Estoy tan contenta por los dos… -añadió Lindy.

– Oh, gracias -dijo ella apresuradamente.

– Vamos, cariño, será mejor que nos vayamos ya -señaló él y agarró a Serena del brazo para salir del despacho-. Tendrás que hacerlo mejor -dijo él con acritud cuando cerró la puerta.

– Es que no sé cómo actúa una mujer comprometida -murmuró ella torpemente.

– ¡Todo lo que tienes que hacer es aparentar felicidad cada vez que me ves!

– Supongo que tendré que besarte cada vez que nos encontremos, ¿no? -replicó ella sin querer admitir que en realidad sí era feliz al verle.

– Sería un bonito detalle por tu parte -dijo Leo.

– ¡Pues vaya! ¡No puedo pasarme todo el tiempo en tus brazos! -protestó ella.

Leo hizo un gesto de infinita paciencia.

– Pero bueno, no te pido que me montes una orgía -señaló él, exagerando-. Sólo te digo que, de

vez en cuando, un gesto cariñoso sería muy apropiado.

– Ya te dije que haría cuanto pudiese y cumpliré mi palabra -dijo ella más calmada y mirando hacia abajo-. Pero soy cocinera, no actriz, así que no esperes una representación de Oscar de Hollywood.

– Oh, no sé qué decir -replicó Leo con ironía-. Por tu actuación en la joyería, te merecerías una nominación. El beso que me diste fue realmente convincente.

Serena no quiso mirarlo a los ojos y sintió que el rubor volvía a sus mejillas, mientras su garganta quedaba atenazada por el recuerdo de aquel beso.

– Era lo que querías, ¿no? ¿De qué te quejas?

– No me estoy quejando. Tan sólo quiero decirte que, si pudiste hacerlo antes, también podrás hacerlo ahora. Noelle estará allí esta noche, así que tendrás que esforzarte por resultar igual de convincente -explicó mientras las puertas del ascensor se abrían en el vestíbulo del banco-. También habrá bastante gente importante, por lo que te agradecería que fueras discreta con tus comentarios irónicos. ¡Un poco de dulzura y serenidad por tu parte no te vendría mal!

Serena refunfuñó durante todo el camino hacia uno de los más elegantes hoteles de Londres en el que se celebraba el cóctel. Cuando llegaron, bajaron del coche, conducido por el chófer de Leo y se dirigieron agarrados de la mano hacia el vestíbulo del hotel.

Serena advirtió entonces la seguridad que sentía junto a Leo. Enseguida notó que era un personaje popular y que se movía de grupo en grupo con extremada facilidad; por primera vez, tuvo que rendirse a la evidencia de su carisma, que tantas veces había tratado de negar.

En un principio. Serena se sintió incómoda y fuera de lugar, hasta que, poco a poco, fue relajándose e, incluso, comenzó a divertirse. Estaba segura de que las ropas que llevaba, producían un efecto deslumbrante y que la compañía de Leo acentuaba su atractivo.

Gradualmente, su encanto e ingenio naturales empezaron a hacer acto de presencia y, sin soltar la mano de Leo, conversaba con los amigos y conocidos de Kerslake. De vez en cuando, Leo apretaba su mano para indicarle que estaba yendo demasiado lejos con sus palabras, y la miraba con una expresión que indicaba diversión y sorpresa.

Todo marchaba sobre ruedas, cuando, de pronto, Serena se dio cuenta de que su amiga Candace y Richard se encontraban en aquella fiesta. El corazón le dio un vuelco pues, aunque su amiga era bastante alocada, conocía a Serena lo suficiente como para advertir una mentira.

– Candace y Richard nos han visto -murmuró disimuladamente a Leo.

– Alguna vez tenía que pasar -dijo él. después de que se retiraran del grupo en el que conversaban-. Mejor ahora que en otra parte.

– ¡Serena! -exclamó Candace, corriendo hacia ellos acompañada de Richard-. ¡No p que fueras tú! ¡Estás guapísima!

Serena se dio cuenta de que su mano seguía en la de Leo y trató de liberarse siguiendo un impulso inconsciente, pero Leo no se lo permitió.

– Hola, Candace -dijo vacilante-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Oh, Richard tiene que llevarse bien con la gente de este mundillo y hoy no está siendo muy aburrido -dijo Candace y besó a Leo en la mejilla-. ¿Y vosotros? ¿Qué hacéis aquí? Serena, creía que odiabas este tipo de fiestas, ¿no?

– Ya se acostumbrará -intervino Leo y rodeó a Serena por la cintura-. ¿Verdad, cariño?

Candace miraba a uno y otro alternativamente con expresión de sorpresa y felicidad.

– ¿Cuándo ha sucedido todo esto? -preguntó Candace, esperando una respuesta rápida.

– La otra noche -dijo Leo-. Estarás orgullosa de lo bien que ha salido tus planes para unirnos.

– ¡Lo sabía! -exclamó Candace, encantada-. ¡Lo sabía! ¿No te dije que Leo era perfecto para ti, Serena? Anoche me di cuenta de que estabais enamorados.

– ¿No me digas? -dijo Serena con desmayo.

– Oh, sí -aseguró Candace-. Incluso Richard notó la forma en que os mirabais cuando el otro no os veía.

Serena se debatió para desembarazarse del brazo de Leo, pero no pudo.

– ¡Qué listos! -dijo Leo-. Nosotros no lo supimos hasta que llevé a Serena a su casa.

– Richard y yo sabíamos que no os habíais dado cuenta y creíamos que ibais a tardar más, pero todo ha sido muy rápido -explicó Candace y miró a Serena-. ¡Oh, estoy tan contenta por ti!

– ¡Felicidades! -dijo Richard.

– ¡Serena! -exclamó otra vez Candace fuera de sí-. ¡Debes estar tan feliz!

Ante la euforia de Candace, Leo se puso tenso, esperando que Serena cumpliera con su palabra y resultara convincente. Si conseguía convencer a su amiga, convencería a cualquiera.

– Sí, sí, lo estoy -dijo Serena-. Es que cuesta un poco acostumbrarse.

– ¡Me lo imagino! -dijo Candace.

Serena sintió que Leo volvía a relajarse.

– No puedo creer que esto haya pasado en las

últimas veinticuatro horas -continuó Serena.

– No te preocupes, a mí me sucedió lo mismo-dijo Candace.

– ¿Querrás disculparnos, Candace? -dijo Leo de pronto-. Estoy viendo a alguien que quiero que

Serena conozca -añadió y se apartaron de Richard y Candace-. Estabas algo tensa, ¿no?

– Sólo un poco cansada, pero me encuentro bien. Esta noche no he dormido bien pensando en tu oferta.

– Y calculando cuánto podrás sacarme. ¿no? -dijo él en tono cortante.

Desgraciadamente para Serena, así había sido, dadas las circunstancias en las que se encontraba, pero no replicó.

– ¿A quién vamos a ver? -preguntó para cambiar de tema.

– A Oliver Redmayne, el hermano de Noelle, así que ten cuidado con lo que dices y, por Dios, sé simpática.

Oliver Redmayne era alto y rubio, como su hermana. Era un hombre atractivo, aunque mostraba cierta altivez y suficiencia que desmerecía su atractivo.

– Creo que debo felicitaron -dijo Oliver, cuando Leo terminó con las presentaciones-. Toda la fiesta lo sabe ya, Leo, y eso que creíamos que eras un solterón empedernido.

– Eso pensaba yo también -dijo Leo.

Serena advirtió que el tono de Leo era demasiado frío, teniendo en cuenta que Oliver era una pieza importante en el asunto de la unión de los bancos.

– ¿Y qué te hito cambiar de idea? -preguntó Oliver, observando a Serena con detenimiento-.¿O tal vez lo adivino? -dijo al finalizar el recorrido por sus hermosas piernas.

Leo apretó a Serena por la cintura con más fuerza.

– Serena es una mujer especial -respondió sin más.

– Tan especial que no pretenderás que esté toda la noche contigo, ¿verdad? -dijo Oliver y tomó la mano de Serena con maestría-. Ve a darte un paseo, Leo, y yo cuidaré de Serena. Cuando vuelvas a por ella, la habré convencido para que no se pierda en tus brazos.

Leo sonrió y vaciló unos instantes.

– ¿Estarás bien con Oliver? -preguntó a Serena-. Necesito hablar con un par de personas sobre temas de negocios que te aburrirían.

– Estaré bien -dijo ella con la barbilla muy alta. Antes moriría que reconocer que se encontraba mejor con él.

– Volveré en unos instantes -dijo Leo quien rozó con su mano la mejilla de Serena-. No creas todo lo que te dice Oliver, ¿de acuerdo?

– ¡Vaya, vaya! -exclamó Oliver, cuando Leo se alejó-. Por fin alguien ha atrapado a Leo. He conocido a muchas mujeres que lo han intentado y, al final, descubrían que no podían llevarle al altar. Incluso, se lo advertí a mi hermana; le dije que perdía el tiempo con Leo, pero veo que mis razones no eran las acertadas -explicó Oliver-. Eres muy hermosa; no me extraña que Leo te mantuviera en secreto.

Serena descubrió, a medida que avanzaba la conversación, que Oliver era un agradable conversador y decidió estar atenta por si podía sacarle alguna información que fuera provechosa para Leo.

– Mi padre no está muy orgulloso de mí -confesó-. No puede entender por qué la banca Redmayne debe fusionarse a la Ersike Brookes. Cree que debemos luchar por conservar el banco en la familia para que algún día pueda pasar a un hijo mío.

– ¿Y tú no quieres eso?

– ¡Claro que no! -exclamó Oliver, horrorizado-. ¡No sometería a un hijo mío a semejante castigo!

– Entonces, ¿no trabajarás con Leo si el asunto sale bien?

Oliver sonrió.

– Estoy ansioso por liberarme del banco. Quisiera comenzar con algo distinto; a pesar de mi apariencia, soy un chico de campo. Tenemos una finca en Yorkshire y muchas veces he pensado en abrir un club de campo allí, un club con clase, por supuesto, cerca de Leeds y Sheffield.

– Eso podrías hacerlo de todas formas, ¿no? -preguntó Serena-. Con un banco en la familia, no es precisamente el dinero lo que falta.

– Te sorprenderías de muchas cosas -señaló Oliver, taciturno-. A mi padre no le gusta la idea y mi dinero está comprometido en las participaciones del banco. No me sirve de nada hasta que no se produzca la fusión. Entonces sí tendré dinero contante y sonante, pero hasta entonces, nada de nada.

– Ya veo -dijo Serena y suspiró.

– Tú no tendrás que preocuparte del dinero nunca más si te casas con Leo -señaló Oliver.

– ¿Qué me dices de tu hermana? -preguntó Serena para cambiar de tema-. ¿Quiere ella quedarse en el banco?

– Si quieres que te diga la verdad, Serena, creo que mi hermana está más interesada en Leo Kerslake que en el banco, pero ahora que sabemos que está comprometido, querrá vender cuanto antes.

En aquel preciso momento, un hombre que estaba situado cerca de ambos, se movió de tal forma que Serena pudo ver lo que sucedía en el otro extremo de la sala. Leo estaba hablando con una mujer vestida de blanco; Serena aguzó la vista y vio que se trataba de Noelle, quien, aparte de vestir un traje de lo más atrevido, gesticulaba y sonreía mostrando claramente su interés por Leo.

Súbitamente sintió un ataque se celos y quiso acercarse a la pareja y arrebatar a Leo de su compañía. Con sus brillantes ojos verdes, lo observó durante un cierto tiempo y Leo captó que alguien lo miraba fijamente. Se dio media vuelta y advirtió que era Serena quien lo miraba.

Con deliberación, Serena decidió prestarle más atención a Oliver y fingir que flirteaba con él. Su

actitud sorprendió al hermano de Noelle, pero la aceptó con gusto.

A los pocos segundos, Leo apareció junto a ambos en compañía de Noelle.

– Oh, hola -dijo Serena, tratando de no parecer afectada-. ¿Ya has vuelto?

– Espero no estar interrumpiendo nada -dijo Leo, quien había advertido la conducta de Serena.

– ¿El qué? -dijo Serena con cinismo-. Oliver ene ha cuidado perfectamente y me lo he pasado muy bien -añadió mirando a Oliver resplandeciente.

Leo la taladró con la mirada, tal vez celoso de sus atenciones con Oliver.

– Te presento a Noelle Redmayne -dijo Leo-. Noelle, ésta es mi prometida, Serena Sweeting.

– ¡Qué nombre tan bonito! -exclamó Noelle y dejó escapar una delicada risa-. ¿Eres tan serena y dulce como indica tu nombre'? -preguntó con malicia.

Serena se sintió capaz de seguirle el juego.

– Serena no sé, pero dulce desde luego, ¿verdad, cariño'? -dijo dirigiéndose a Leo.

– Así es -respondió él, quien se arrepintió de haberlas presentado, pues ambas se miraban con desagrado.

– Leo me ha contado que habéis tenido un romance muy rápido -señaló Noelle, que quería dar la impresión de que Leo le confiaba sus más profundos secretos-. Eres muy valiente al prometerte con alguien al que conoces tan poco.

– ¿Tú crees? -replicó Serena con el mismo cinismo-. A mí no me lo parece; al fin y al cabo, ¿en cuánto tiempo uno se enamora'? -señaló y miró a Leo, quien permanecía petrificado-. En el mismo instante en que conocí a Leo supe que era el hombre de mi vida -dijo e hizo un rápido movimiento de su mano para que Noche viera su anillo de compromiso-. Ahora me parece que lo conozco de toda la vida. No sientes tú igual, ¿cariño? -añadió provocadora.

– A veces -dijo Leo con una mirada furiosa-. ¡Y otras veces me parece que no te conozco de nada!

– Tenemos el resto de nuestras vidas para conocernos -señaló Serena-, en todos los aspectos -añadió con segunda intención.

Serena advirtió que Noelle se resentía ante sus comentarios y sintió un estremecimiento de placer. Para derrotarla todavía más, se acercó a Leo y le dio un beso rápido en el cuello. Estaba comenzando a disfrutar de su papel.

– Leo me ha contado muchas cosas sobre ti, Noelle; deberías venir a nuestra boda.

Noelle no pareció precisamente agradecida por la invitación.

– Oliver, ¿estás listo? -preguntó Noelle de pronto-. Tenemos que irnos.

– Oh, ¿de veras? -dijo Serena con falsa pena.

– Y nosotros también -dijo Leo antes de que Serena continuara avasallando a Noelle-. Adiós, Oliver…, te veré mañana, ¿de acuerdo, Noelle?

Noelle dirigió una mirada triunfante a Serena.

– Lo estoy deseando -dijo Noelle, sonriendo exclusivamente a Leo.

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