CAPÍTULO 1

0 DIO LAS bodas!

Serena se llevó la copa a los labios, deseando que Leo Kerslake se marchara y la dejara tranquila de una vez. Había algo en él que la ponía nerviosa; quizás fuera su altura, su tez morena o su forma de ser distante. Quizás, su se había preparado para que odiarlo, hasta que lo vio en la iglesia y se descubrió admirándolo.

Su cabello era tan oscuro que Serena pensó que sus ojos lo serían también, pero se equivocaba; eran de color gris claro, tan brillantes como la plata.

A pesar de su confusión ante una presencia tan atrayente como la de Leo, y notando sus fríos ojos sobre ella, Serena se encargó de colocar a las niñas que hacían las veces de damas de honor detrás de la novia y comenzó el servicio.

Las palabras del sacerdote se hicieron interminables y apenas pudo concentrarse en lo que decía. Su atención se encontraba focalizada en Leo, que ocupaba con dignidad el puesto de padrino. Su cuerpo era perfecto y esbelto: su nariz aguileña le confería un aire masculino y una personalidad fuerte. Su traje era de un gris inmaculado, lo mismo que su camisa blanca, en contraste con el moreno de su piel.

Justo en aquel momento, Leo dirigió su mirada hacia ella y esbozó una sonrisa al darse cuenta de que ella lo había estado observando. Humillada y mortificada, Serena lo ignoró el resto de la ceremonia. Ni siquiera lo miró durante la firma de los novios en el registro, ni durante la sesión fotográfica fuera de la iglesia.

Más tarde, en el banquete, tampoco tuvo mucho problema con las miradas, pues Leo parecía mucho más diestro que ella en evitarlas. No le hizo el menor caso y Serena observó cómo se movía de un grupo de invitados a otro y cómo las mujeres le rodeaban, atraídas por el magnetismo que ella misma sentía.

Cuando, por fin, se dignó a acercarse a ella, lo hizo sin que Serena se diera cuenta, mientras se llevaba a la boca una pequeña salchicha. El momento tan poco oportuno y el sobresalto provocaron la cólera de Serena.

– ¿Siempre está de mal humor o es que algo va mal?

Sorprendida, Serena se atragantó y tuvo que toser por más que le pesara. Miró a Leo con una mezcla de resentimiento y vergüenza, incapaz de decir nada hasta que pudo tragar la mayor parte de la salchicha.

Él, sin embargo, parecía divertirse con los apuros de Serena.

– Me ha dado un susto -dijo ella por fin, acalorada.

– Lo siento -contestó él y, con la mayor naturalidad, limpió un trozo minúsculo de carne del hombro de Serena-. Se le ha escapado un poco -añadió con una sonrisa burlona.

Serena contuvo la respiración al notar el tacto de los dedos de Leo sobre su piel y dio un paso hacia atrás de forma instintiva.

– ¿Qué hace? -preguntó ella en un tono gélido.

– Tan sólo quería ser amable -dijo él sorprendido ante su reacción.

– Pues tiene una forma un poco especial de serlo, sobre todo, cuando no hemos sido presentados -explicó ella, sintiéndose muy incómoda.

– No creo que las presentaciones formales sean necesarias, ¿no le parece? Sé perfectamente quién es usted y usted sabe quién soy yo. Después de todo, estamos aquí por la misma razón, para apoyar a Candace y a Richard.

– Pues casi me engaña -dijo ella sin dejar mostrar frialdad-. Lo he visto todo el tiempo con las chicas más bonitas de la boda. No sé si eso también estará incluido en las obligaciones del padrino.

Serena se arrepintió enseguida de sus palabras, de la arrogancia en su tono de voz y de que el comentario no venía a cuento. Leo así se lo demostró con un gesto de burla.

– Por lo menos no ando por ahí con el ceño fruncido como otros -replicó-. Y todavía no ha contestado a mi pregunta.

– ¿Qué pregunta? -preguntó ella, mientras tomaba otra copa de champán de la bandeja que sostenía un camarero.

– Me pregunto por qué está tan de mal humor. -No estoy de mal humor.

– Pues lo parece -dijo Leo-. La he estado observando toda la tarde y no parece que esté pasándoselo muy bien.

– Es que odio las bodas -explicó ella, sorprendida por sus palabras-. No soporto tanto follón-añadió y sintió, muy a su pesar, que el alcohol estaba haciendo su efecto-. Supongo que lo que merece la pena son los votos que se han hecho Candace y Richard, porque todo esto -dijo y gesticuló con las manos-… todo esto no son más que tonterías.

– Muy elocuente -dijo Leo, dirigiéndole una mirada irónica-. Pero me temo que estaría más inclinado a creerla si no hubiera visto ya a otras mujeres perder sus principios cuando un hombre las lleva ante el altar.

– Yo no soy «otras mujeres» -señaló Serena. mirándolo con disgusto-. Y si no es partidario del matrimonio, ¿por qué ha sido el padrino de Richard?

– Soy partidario de esta boda -dijo él-. Sólo he visto una vez a Candace, pero creo que Richard y ella se complementan muy bien. Por cierto, usted también es un poco crítica con el matrimonio, ¿no cree? Si ha aceptado ser madrina, debía, por lo menos, mostrarse feliz.

– ¿Sería usted feliz vestido con un traje como éste? -dijo ella e hizo un gesto con la mano, de arriba a abajo.

Leo recorrió su cuerpo desde la cabeza a los zapatos de tacón azules y luego, volvió a mirarla a los ojos. Su rostro no era precisamente de los que levantan tempestades y, de no ser por ciertos rasgos algo duros, habría sido una mujer muy bella. Sus cejas estaban muy marcadas de tal forma que le daban un aspecto duro, lo mismo que su barbilla y la desafiante mirada de sus ojos verdes. -Horrible, ¿no es cierto'?

– Al vestido no le pasa nada, pero no es su estilo, nada más. De todas formas, no importa hacer un poco de esfuerzo por Candace.

– ¡Es que ya he hecho muchos esfuerzos! -exclamó-. No he hecho otra cosa que sonreír, hablar con los parientes de Candace y Richard y aguantar bromas y conversaciones estúpidas. Les prometí que sería amable con la gente y lo he sido.

Un sonrisa asomó a los labios de Leo.

– Conmigo no lo ha sido todavía.

– ¡No he tenido oportunidad de serlo! -replicó ella, pensando en la cantidad de mujeres a las que él había atendido en toda la tarde-. ¿O es que hay que hacer cola?

Leo no contestó directamente y reflexionó unos instantes.

– Ahora entiendo lo que Richard me contaba so

bre usted. La describe copio un carácter interesante. Serena fue incapaz de discernir si aquellas palabras escondían una crítica o un piropo.

– La gente dice esas cosas cuando no tienen el valor suficiente de decir que no les gustas.

– Pues usted, desde luego, lo tiene -dijo él. -Tan sólo digo lo que pienso -señaló ella con agresividad-. ¡Y si ahora me va a decir lo poco que me pega mi nombre. ahórreselo, por favor!

– No se me había ocurrido -dijo él-. Imagino que tener un nombre como el de Serena Sweeting es curioso.

– Sí, sobre todo cuando no soy ni serena ni dulce -dijo ella, malhumorada.

– Debo confesarle que no es usted como esperaba -comentó Leo, tras unos instantes.

– ¡No me lo diga! Creyó que sería una monada menudita, de las que se apartan constantemente los rizos de los hombros y no paran de sonreír, ¿verdad?

– Más o menos -señaló él con una sonrisa que Serena contestó con otra.

– Entonces, estará decepcionado.

– ¿Quién ha dicho eso? -preguntó con tanta calma que Serena dejó de reír y lo miró directamente a los ojos.

Hubiese querido decir algo inteligente, algo ingenioso que le dejara claro que no iba a caer en sus redes; pero le costó un esfuerzo tremendo apartar los ojos de él.

– Está equivocada con respecto a Richard -dijo Leo, cambiando de tono-. La aprecia mucho, aunque supongo que la encuentra algo agresiva. Cree que usted no aprueba su matrimonio con Candace.

Serena había hecho lo posible por disimular ante su amiga Candace sus dudas con respecto al matrimonio, pero Candace conocía los verdaderos pensamientos de Serena y, como eran amigas desde hacía mucho tiempo, no se lo tomó mal y le aseguró que, en cuanto lo conociera, le caería mejor.

Sin embargo, Serena no estaba convencida.

– Tan sólo pienso que han precipitado mucho las cosas -dijo a Leo-. Richard le pidió a Candace que se casara con él después de dos días y se conocen de preparar la boda. No es mucho tiempo para decidir si es la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida, ¿,no?

– ¿Tampoco cree en el amor a primera vista? -preguntó Leo con el mismo cinismo en su tono de voz.

– No -dijo ella, tras unos segundos de vacilación-. No -corroboró más segura.

– Es usted del tipo precavido -señaló Leo.

Serena pensó en su madre, cuando su se divorció de su padre; en Madeleine, mientras lloraba al teléfono al contarle que su marido la había abandonado; y por último pensó en Alex. Alex, con sus ojos azules, su sonrisa y sus mentiras.

– He aprendido a serlo por el camino.

Leo bebió un sorbo de champán sin dejar de mirarla.

– El amor es un negocio arriesgado, ¿verdad? -señaló él-. Richard y Candace han decidido arriesgarse; hay veces en que hay que hacerlo.

– No hay necesidad -replicó ella, mostrando su desacuerdo.

– Yo no me he arriesgado con el matrimonio-explicó él-. No he encontrado a la mujer que esté dispuesta a arriesgarse más conmigo que con mi dinero.

– Es usted un cínico.

– Lo he aprendido también en el camino -dijo él, repitiendo las palabras de Serena.

– Parece que no nos vamos a acercar al altar más de lo que lo hemos hecho hoy, ¿,verdad? -dijo ella, pensativa.

– Para mí, ya es demasiado cerca -señaló él con gesto sombrío-. No estoy dispuesto a perder mi libertad otra vez.

Serena lo observó detenidamente, intrigada. Momentos antes, mientras hablaba con otras mujeres en la recepción, no le había parecido un hombre tan misterioso. El silencio que les envolvía, se rompió cuando un camarero se acercó con una bandeja de canapés.

– Richard me ha dicho que usted y Candace trabajan juntas -dijo por fin Leo.

– Trabajábamos -corrigió ella-. Montamos un negocio de catering y nos iba bien. Nos costó cinco años hacernos una reputación y nos salía mucho trabajo entre fiestas y recepciones. Y entonces, un buen día, Candace conoció a Richard.

– ¿Y qué pasó?

– Candace quiso vender su parte del negocio para poder comprar entre ella y Richard su nueva casa, pero yo no tenía dinero para comprar su parte…

– ¿Y no podría haber encontrado otro socio que comprara la parte de Candace? -preguntó Leo, frunciendo el ceño.

Ella sacudió la cabeza.

– Lo intentamos, pero, al final, fue más fácil venderle a un empresario el negocio entero -explicó ella, mientras jugaba con la copa de champán entre sus dos manos.

– ¿Y qué proyectos tiene ahora?

– Me gustaría abrir mi propio restaurante, pero no rne lo puedo permitir por el momento. Si tuviera algo de dinero…

Serena hablaba para sus adentros, pero la expresión de Leo se endureció.

– Todo se reduce siempre a una cuestión de dinero, ¿no? -dijo en tono burlón-. Supongo que ésa es la razón por la cual no le gusta este matrimonio. No es por Richard, ni porque se vayan a llevar mal en el futuro, sino porque ha perdido dinero con el matrimonio de su socia.

– ¡Eso no es cierto! -exclamó Serena con expresión furiosa-. Candace es muy buena amiga mía; si no lo fuera, no me habría vestido de esta forma tan ridícula.

– Si realmente fuera su amiga, no estaría pensando en el dinero. La verdad es que, a veces, me pregunto si las mujeres pueden pensar en otra cosa.

– A veces, no nos dejan otra opción -replicó Serena con enfado-. No todos tenernos la suerte de heredar una gran fortuna -añadió-. Algunas personas tenemos que salir a la calle a ganarnos la vida y, por eso, empiezo con un nuevo trabajo el lunes. Juré que no volvería a cocinar para nadie, pero no tengo más remedio si quiero conseguir algo de dinero para montar mi propio negocio.

– ¿Y no ha intentado nunca encontrar a un hombre rico que pueda apoyarla? -preguntó Leo con cinismo-. Eso es lo que haría la mayoría de las mujeres. ¡Es mucho más fácil que trabajar!

– Ya le he dicho que yo no soy como otras mujeres -dijo Serena con frialdad.

– ¿Es usted precavida o simplemente está asustada?

– Soy sensata -corrigió ella de nuevo, levantando la barbilla.

– A mí no me parece que sea del tipo de las sensatas -dijo él, sonriendo de una forma que desarmó a Serena.

– ¿Y de qué tipo le parezco? -preguntó ella con arrogancia, sin saber que no estaría preparada para la respuesta.

– De las apasionadas -señaló él y sostuvo su mirada-. ¡Sí, apasionada!


– ¿Qué te parece Leo?

Serena observó cómo Leo hailaha en mitad del salón con tina guapa rubia.

– Creo que es un tipo arrogante, presumido y muy prepotente.

– ¿De veras? -dijo Candace, mirando a su amiga con sorpresa-. Yo creo que es encantador y debes admitir que tiene una conversación muy entretenida -explicó Candace.

– Bueno, no está mal -concedió Serena-. La verdad es que no esperaba que viniera a la boda -añadió-. ¿No se suponía que estaba muy ocupado y que, inmediatamente después de la ceremonia, tomaría de nuevo el avión a Nueva York?

– Ése era su primer plan, pero parece ser que le ha dicho a Richard que se queda para no perderse los bailes.

– Y adivino bien la razón -señaló Serena al verle abrazado a la rubia.

– Es muy atractivo, ¿verdad? -dijo Candace, observando la misma escena que Serena.

Serena se dio media vuelta para no delatar el interés que Leo había despertado en ella.

– Es un poco creído -replicó tratando de no dar importancia a sus palabras.

– Vaya, vaya, ¡por lo que veo te parece atractivo! -exclamó Candace, que conocía bien a su amiga.

– De acuerdo, es bastante guapo -admitió Serena-, pero eso no significa que me guste.

– Qué pena -dijo Candace-. Nosotros creímos que iba a gustarte. De hecho -dijo confidencialmente-, Richard y yo pensábamos que podías llegar a salir juntos.

– ¿Cómo? -exclamó Serena-. No lo dirás en serio, ¿verdad?

– ¿Por qué no? -protestó Candace-. Yo creo que sois una pareja perfecta. Richard dice que, desde que Leo heredó su fortuna, ha estado rodeado de mujeres, pero que lo que realmente necesita es alguien fuerte que le apoye, y tú necesitas un hombre al que no intimides, como es el caso de Leo.

– Yo no necesito a nadie -dijo Serena con énfasis.

– Sí, claro que sí -protestó de nuevo Candace-. No todos los hombres son como Alex. No puedes dejar que una experiencia negativa arruine tu vida sentimental.

– No ha sido sólo una experiencia -puntualizó Serena-. Mi hermana también creía que necesitaba a un hombre y fíjate lo que le ha pasado. Se marchó a Florida para seguir a Chris y él la deja sola con tres hijos que criar. ¡Tienes un marido y se te va con su secretaria!

– Madeleine tuvo mala suerte -dijo Candace-. Pero a ti no tiene por qué pasarte lo mismo. Richard y yo somos felices, aunque a ti te parezca que nos conocemos desde hace poco. Estoy segura de que encontrarás al hombre de tu vida, Serena. Tú siempre has apoyado a tu familia, apoyaste a tu madre y a tu hermana después. Ya es hora de que encuentres a alguien en quien apoyarte y que descubra lo divertida y cariñosa que eres.

– Leo no me parece el hombre más indicado para descubrir esas virtudes -dijo Serena con cierta amargura.

Leo había desaparecido con la rubia y Serena no dudó un instante en que se habrían marchado a algún lugar más íntimo.

– ¡Y aunque tuviera interés por mí, no me interesa lo más mínimo! -exclamó-. Tendrás que encontrarme otra pareja, Candace. ¡Leo Kerslake es el último hombre del que me enamoraría!

– ¿Por qué dice eso? -preguntó un voz detrás de ella.

Candace y Serena se dieron media vuelta, las dos demudadas y pálidas, al comprobar que Leo estaba detrás de ellas y que había escuchado lo que habían hablado. El nuevo sobresalto hizo que Serena derramara champán sobre su vestido y lo intentó limpiar rápidamente.

– ¡Ésta es la segunda vez que me hace esto hoy! -exclamó disgustada.

– No es culpa mía que estuvierais tan concentradas en la conversación que no me vierais llegar.

– No he nacido con ojos en la espalda -señaló Serena con ironía-. Y además, no pensaba volver a verlo. No es de buena educación escuchar las conversaciones ajenas.

– Lo único que he oído es que no te enamorarías de mí por nada del mundo -dijo él, tuteándola.

Leo miró significativamente a Candace, que le sonreía con expresión de culpabilidad. Más tarde, Candace ayudó a su amiga a terminar de limpiarse el vestido. El pelo de Serena caía por sus hombros, ya liberado de los lazos y la guirnalda de flores que había exigido la ceremonia.

Su cabello era su única vanidad. Era largo, denso y brillante; su color era cobrizo.

– La verdad es que no te había reconocido -dijo él-. Sólo cuando te oí mostrar tus opiniones en voz tan alta, me di cuenta de que eras tú.

Serena alzó la cabeza y se encontró con los ojos de Leo admirando su nuevo traje. Había cambiado de atuendo y ya no llevaba el traje de dama de honor, sino un vestido pegado al cuerpo de color fuego. El corte y el color enfatizaban la delgadez de su cuerpo y la originalidad de sus facciones.

La extraña de expresión de Leo hizo que Serena perdiera la noción de la realidad durante unos instantes.

– Estás tan distinta -dijo él por fin después de una tensa pausa.

– Lo único que he hecho ha sido cambiarme de vestido -dijo ella-. ¿Es algo tan asombroso?

Serena vio cómo su amiga levantaba las cejas por el tono con el que se dirigía a Leo, pero Leo parecía estar divirtiéndose.

– El cambio es considerable -respondió él.

– ¿Por qué no bailáis? -sugirió Candace de pronto-. Hay mucha gente con la que todavía no he hablado, así que debo dejaros solos -señaló sin hacer caso de la mirada de angustia que su amiga le dirigía.

Candace se marchó y Serena se quedó paralizada mirando el salón de baile y aislada en una burbuja de nerviosismo. Entonces, se atrevió a mirarlo y lo hizo directamente a sus ojos grises. Eran fríos y de un color claro que contrastaba con el moreno de su piel y, durante unos instantes, Serena sintió un estremecimiento placentero y aterrorizador al mismo tiempo.

– ¿Y bien? -dijo Leo-. ¿Bailamos como ha sugerido Candace?

– Sería mejor que se lo pidieras a otra -dijo ella con beligerancia, pues creía que Leo quería burlarse de ella-. No sé bailar…

Sin decir una palabra, Leo le quitó la copa de la mano y la dejó en una mesa cercana.

– Entonces, sólo tendremos que abrazarnos -dijo él y la agarró la de la mano antes de que ella pudiera protestar.

Otras parejas bailaban al ritmo de la música, unos agarrados y otros sueltos, pero Leo no la soltó, sino que, colocando una mano en.su cintura, la atrajo hacia él. Instintivamente, Serena trató de apartarse, aunque sólo consiguió que él aumentara la fuerza con que la agarraba.

– Relájate -ordenó él.

– No puedo -murmuró Serena-. Ya te lo he dicho, no sé bailar.

– No te estoy pidiendo que te comportes como una campeona de baile -señaló él con la misma ironía-. Todo lo que tienes que hacer es dejarte llevar por el ritmo de la música. No te estoy pidiendo algo tan difícil, ¿verdad?

Con aquel comentario, Leo la atrajo hacia él sin ceremonias y la agarró tan fuerte que ella no tuvo más remedio que dejarse balancear al ritmo de su vigoroso cuerpo.

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