CAPÍTULO 6

S ERENA se quedó lívida.

– ¿Qué quieres decir con eso de que la verás mañana? -preguntó mientras Leo la arrastraba fuera de la sala.

– Tengo que discutir cosas del banco con ella -dijo él con cara de pocos amigos.

– Oh, ¿no me digas? Y vuestras cosas os las decís como esta noche, al oído y con sonrisas acarameladas, ¿no? -dijo ella con rabia.

Leo no se molestó en contestar mientras esperaban a que el chófer apareciera en la puerta del hotel.

– Mira, ya te dije que es importante que Noelle esté contenta -explicó por fin.

– Una cosa es que esté contenta y otra que la seduzcas; te he visto actuar con ella -replicó Serena fuera de sí.

– ¡No seas ridícula! -exclamó él.

– No soy ridícula; ¡pero me has hecho parecer tonta!

– ¿Que yo te he hecho parecer tonta? -repitió él y se echó a reír-. ¡Vaya! ¡Tú eres la que te has esr.auo en parecerlo con tu representado cree que soy dulce» -dijo haciendo una parodia de sus palabras ante Noelle-. ¡Dulce! ¡Eres tan dulce como un limón!

– Tú eres el que querías que fingiera y es lo que he hecho. Y quiero que sepas que había convencido totalmente a Noelle de que no tenía nada que hacer contigo, hasta que tú tuviste que citarte con ella mañana.

– No es una cita -dijo Leo-. Y quiero que entiendas que Noelle es una baza muy importante en este asunto y que lo último que deseo es enfrentarme a ella. Lo único que pretendo es que no ponga sus ojos en mí de forma personal, y, ahora, gracias a ti, voy a tener que esforzarme un poco más para no tenerla en contra.

– Pues no entiendo cómo quieres que no se fije en ti con esa forma que tienes de mirarla y de hablar con ella -dijo Serena sin dar su brazo a torcer.

– ¿Y qué me dices de ti? -continuó él-. Tampoco parecías una hermanita de la caridad con Oliver.

– Creo que Oliver es encantador -replicó ella.

– Claro, claro, encantador; eres mi prometida y te permites el lujo de flirtear con el hermano de Noelle. ¿Cómo quieres que se crea lo de nuestro noviazgo?

– ¿Y cómo se lo va a creer si tú tampoco te has portado como un novio enamorado? -preguntó ella con la misma decisión.

– ¿Y qué querías que hiciera si te he visto casi encima de Oliver? Si realmente estuviera enamorado de ti, le habría pegado un buen puñetazo.

– No estaba encima de él. Sólo hablábamos; ¿no me dijiste que fuera amable con él? -preguntó Serena.

– ¡No tan amable!

Serena se dio por vencida al ver que aquella discusión no conducía a ninguna parte. Se limitó a mirar por la ventana del coche que les conducía hacia su casa.

– No hace falta que me acompañes a la puerta -dijo ella cuando al fin llegaron.

Leo se bajó y fue abrir la puerta de Serena. Ella salió y comenzó a caminar por el camino que llevaba a su puerta.

– Desgraciadamente, tengo que hacerlo -dijo Leo caminando tras ella-. Harry sabe que nos hemos peleado y quiero que mañana todo el mundo;epa que hemos hecho las paces.

– Pero, ¿a quién demonios va a interesarle eso? -preguntó ella con desprecio, mientras buscaba as llaves en el bolso.

– Te sorprenderías. Entre Lindy, Harry y Fred,.odo el banco sabrá que estamos comprometidos mañana por la mañana.

– Si tanto te importa lo que Harry oiga, puedes iecirme que lo sientes desde el coche -sugirió Serena-. ¿Dónde están mis llaves?

– No es así como hacen las paces los amantes, ›crena, y io sanes niel

– ¿Tienes una idea mejor?

– Sí -dijo él-. Voy a besarte.

Serena encontró por fin sus llaves y las agarró con fuerza. Levantó la vista y lo miró enfurecida.

– ¡De eso nada!

– Si no te gusta la idea, mejor será que cierres los ojos y pienses en el dinero -aconsejó Leo, quien le apartó el bolso y lo dejó caer en un escalón-. De todas formas, lo harás sin que yo te lo diga.

– No quiero besarte -dijo ella sin aliento y dio un paso más hacia atrás.

– Pues lo siento -murmuró él y la acorraló contra la puerta de su casa-, porque voy a besarte de todas formas y tú vas a responder, para que Harry lo vea bien.

– ¡No lo haré! -protestó ella.

Sin embargo, de nada le valió forcejear, pues Leo la tomó en sus brazos y la besó en los labios.

– Maldita seas, Serena -murmuró él, separando ligeramente sus labios de los de ella-… maldita seas…

Leo volvió a besarla y Serena no volvió a forcejear. Incapaz de reaccionar a otra cosa que no fueran los labios y la lengua de Leo, Serena se abandonó y se abrazó a él con pasión creciente, hasta que el deseo la hizo gemir.

Leo debió interpretar que su gemido era de protesta y la soltó lentamente. Con suavidad, deslizó sus manos por el cabello de Serena y la miró con una expresión que ella jamás había visto en sus ojos.

– Supongo que Harry se habrá enterado bien -dijo ella, agitada.

– Seguro que sí -dijo Leo y, de pronto, pareció como si quisiera decir algo más, pero no lo hizo-. Te veré mañana -concluyó y caminó hacia el coche, mientras Serena se quedaba todavía aturdida apoyada contra la puerta.


Leo tenía razón al decir que la noticia de su compromiso correría por el banco como la pólvora. Al día siguiente, muchas personas pasaron por la cocina para hablar con Serena y felicitarla, pero, cuando la décima secretaria se acercó a ella para admirar su anillo, el ánimo de Serena estaba al rojo vivo.

No lo había visto en toda la mañana y ni tan siquiera apareció a la hora de comer, tal y como pensó, estaría con Noelle y, si no hubiera sido por los problemas de su hermana Madeleine, Serena le habría dicho a Leo lo que podía hacer con su compromiso.

Desgraciadamente, Madeleine había llamado la noche anterior y le había comunicado, llorando, que su hijo no mejoraba, aunque esperaba que con el dinero que les había enviado, se pudieran intentar más cosas.

Por fin, mientras preparaba la comida para el almuerzo del día siguiente, Leo se dignó a aparecer en la cocina. Como siempre que lo veía. Serena sintió un nudo en el estómago y en la garganta.

– ¿Habéis comido bien tú y Noelle? -preguntó con cierta ironía.

– Sí, todo estaba delicioso, Serena -dijo él-. Ha estado Oliver, como carabina.

Serena se encogió de hombros.

– A mí no me importa lo que hagas con Noelle.

– No fue ésa la impresión que causaste ayer -dijo Leo, mientras curioseaba en las cacerolas-. ¿Qué es esto?

– Sopa -dijo ella-. Si quieres hacer el tonto con Noelle, a mí me da igual, pero no me dejes en ridículo.

– Supongo que te agradará saber que he hecho ciertos progresos. Noelle ha convencido a su padre de que me conozca personalmente. Si le agrado, entonces comenzaremos entrevistas formales y espero que todo esto acabe lo antes posible. En cuanto Bill Redmayne acepte la fusión de los bancos, podemos acabar con nuestro compromiso.

– Cuanto antes, mejor -dijo ella-. Esta mañana ha venido a verme medio banco. He tenido suerte de poder trabajar.

– Tú eres la que te has empeñado en trabajar -señaló él.

– Quiero cocinar, no estarme en mi casa sin hacer nada.

Leo se apoyó en la encimera y se cruzó de brazos.

– He invitado a los Redmayne a casa a cenar el próximo jueves y creo que sería muy interesante que tú hicieras la cena para impresionar a Bill.

– Bien; creo que Bill es un hombre tradicional, por lo que me ha contado Oliver, así que puedo preparar una cena típica inglesa.

– Muy bien -dijo Leo, mirándola con respeto profesional-. Decide lo que creas conveniente.

– ¿Vas a necesitarme este fin de semana? -preguntó ella, manipulando sus sartenes-, para hacer de novia, por supuesto -aclaró.

– ¿De qué otra cosa iba a ser? -replicó él con ironía-. Hay una fiesta esta noche y una cena mañana. Iba a ir yo solo, pero Mary se enteró de lo nuestro y me llamó para decirme que vinieras sin falta. Son buenos amigos míos, así que no repitas las escenitas de ayer con Noelle. No te necesitaré el domingo -explicó.

– ¡Oh, gracias, señor! -exclamó ella con exagerada gratitud.

– Te recogeré a las siete y media -dijo Leo y salió de la cocina.


Serena se sorprendió de lo mucho que disfrutó de la cena del sábado por la noche. Nick y Mary le ofrecieron un recibimiento tan bueno que se sintió culpable de asistir a la fiesta bajo falsas razones. Tan sólo acudieron otros cuatro invitados, todos ellos amigos de Leo y la aceptaron como su novia sin ningún problema.

Según pudo apreciar Serena, Leo también pareció pasárselo bien y se mostró mucho más relajado que de costumbre. Reía y conversaba de tal forma que apenas podía reconocer en él al banquero frío y cruel al que estaba acostumbrada a tratar.

Ella, por su parte, estaba igualmente encantada, pues, por fin, podía hablar sin miedo a que sus palabras provocaran miradas entrecruzadas, sino más bien todo lo contrario, la gente reía con ella y apreciaban su ingenio.

Terminada la velada, Leo acompañó a Serena a su casa y, ya en la puerta, ella esperó que la besara, pero no ocurrió así. Leo le deseó las buenas noches, se dio media vuelta y volvió a su coche y ella quedó con una sensación de fracaso y decepción.

Aquella sensación duró todo el domingo. Normalmente, le gustaba disfrutar de su independencia los domingos y aprovechaba para hacer muchas cosas pendientes en la casa. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba acostumbrándose a su nuevo papel de prometida de Leo y, en el fondo, esperaba tener noticias de él.

Cuando el teléfono sonó, pensó con agitación ue se trataría de Leo, pero su decepción se redobló al ver que se trataba de su hermana.

Controlando sus sentimientos, Serena escuchó a Madeleine durante media hora y se alegró al comprobar que su hermana estaba mucho más contenta, pues su hijo estaba mejor y, además, había conocido a un vecino que le estaba prestando todo su apoyo.

El lunes por la mañana se alegró de volver al trabajo y pensó en planificar complicados menús que la mantuvieran entretenida toda la semana.

El martes, Leo la llevó a otra fiesta y, cuando llegó al miércoles, Serena respiró aliviada por tener la noche libre. Necesitaba más tiempo para ultimar los detalles de la cena del jueves, que era la realmente importante.

Se decidió por un menú típicamente inglés, compuesto por mousse de salmón, ternera en salsa y puddings individuales de postre. Mientras trabajaba en ello, en la cocina del banco, no hacía sino pensar en Leo. Desde el día de la cena en casa de Mary y Nick, su relación había mejorado y, cuando no tenía que pensar en si lo besaba o no, era capaz de mantener con él una conversación muy natural.

Lo malo era que, en realidad, pasaba demasiado tiempo pensando en sus besos y en sus caricias, en la forma en que la miraba o en que sonreía y aquello era lo que la hacía esperar que volviera a besarla.

Cuando quiso darse cuenta de la hora, eran las nueve de la noche y le dolían los pies de estar de pie todo el día. Incluso los más adictos al trabajo se habían marchado del banco y todo estaba en silencio. Se estiró y miró su reloj; lo único que le quedaba por hacer era comprobar que no le faltaba ningún ingrediente y preparar el equipo que debía llevar con ella a casa de Leo al día siguiente.

Mientras elegía las cacerolas más apropiadas, oyó que la puerta de la cocina se abría inesperadamente. Asustada, dejó caer una de las tapas metálicas que chocó contra el suelo con estruendo.

Leo estaba allí, en la puerta, mirándola tan sorprendido como ella.

– ¿Qué haces a estas horas en la cocina'?

– Estoy preparando las cosas para mañana -dijo ella y se agachó para recoger la tapa.

– No creí que tuvieras que trabajar hasta tan tarde -dijo él, frunciendo el ceño.

Leo vestía una camisa de rayas finas azules y blancas y había aflojado el nudo de su corbata. Llevaba las mangas remangadas hasta el codo.

– No me importa -señaló ella-. ¿Querías algo?

– He bajado para hacerme un bocadillo; me he pasado el día en reuniones y no he podido comer a mediodía, así que estoy hambriento, pero no me quiero ir sin terminar la propuesta que voy a hacerle mañana a Bill Redmayne.

– Creí que lo de mañana era tan sólo un encuentro de tipo social.

– Lo es, pero si todo va bien y Bill propone una reunión de negocios, quiero estar preparado -explicó y dejó escapar un bostezo.

– Pareces cansado -dijo ella y Leo suspiró.

– Sí; estoy deseando que todo esto termine -señaló y miró a Serena significativamente-. Imagino que tú también.

Ella miró el anillo que adornaba su mano y pensó que, cuando todo se resolviera, tendría que devolvérselo y salir de su vida como si nada hubiera sucedido.

– Sí -dijo ella-. Supongo que sí -añadió y guardó un incómodo silencio durante unos segundos-. Te prepararé algo de comer.

– Puede que no sea buen cocinero, pero puedo hacerme un bocadillo -dijo Leo-. Vete a casa.

– Si no has comido en todo el día, necesitarás algo de alimento -dijo ella con testarudez y abrió la nevera para ver qué podía hacerle-. ¿Te gustan las tortillas?

– Sí, pero de verdad que puedo hacerme un bocadillo…

– Voy a hacerte una tortilla -interrumpió ella, sacando ya la sartén-. Piensa que lo único que estoy haciendo es ganarme el sueldo.

– Ya te lo has ganado con creces -indicó él, inesperadamente-. Ya son muchos los que me han felicitado por haber encontrado una novia tan encantadora.

– ¿Encantadora? -dijo ella y se echó a reír-. ¡Esa no soy yo!

– Oh, no lo sé -dijo Leo, que se acomodó en una silla junto a la mesa-. Puedes resultar muy atractiva cuando no estás de mal humor y tu sinceridad gusta más que atemoriza. La verdad es que lo estás haciendo muy bien; creo que nadie sospecha que nuestro compromiso no es cierto.

Serena sintió el rubor en sus mejillas.

– ¿También Noelle?

– Creo que ella piensa que estamos comprometidos de verdad; pero, a veces, me he visto en algún apuro con ella -señaló él-. No va a dejar de intentarlo hasta que nos vea casados.

– Supongo que no tendremos que ir tan lejos, ¿verdad? -preguntó ella con una sonrisa.

– Por supuesto que no -respondió él. tras una breve pausa-. Eso me costaría mucho más, ¿no?

Serena no pudo mirarlo.

– Quizás mañana se dé cuenta de que pierde el tiempo -sugirió ella.

– Eso espero.

Mientras Serena preparaba la tortilla, batiendo huevos y añadiendo hierbas aromáticas, Leo la observaba con detenimiento. La tortilla resultó perfecta, ligera y esponjosa, y Leo se la comió encantado, mientras ella preparaba algo de café para los dos.

– Estaba estupenda. gracias -dijo él.

Apartó el plato y alzó su taza de café. Más relajado, cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. Serena observó su rostro cansado y, de pronto, descubrió que le amaba.

Su corazón se resintió cuando lo miró al otro lado de la mesa; estaba demasiado cerca; deseaba tocarlo, acariciar su rostro y desdibujar con sus manos los signos de cansancio que aparecían en sus ojos. Si se encontraran en su casa, se levantaría y le daría un masaje, lo besaría en el cuello y le persuadiría para subir al dormitorio…

De pronto, Leo abrió los ojos y Serena no tuvo tiempo de desviar la mirada. Durante unos instantes que se hicieron eternos, se miraron a los ojos; aquello no era su casa, era el banco y, cuando Leo se iba a la cama no lo hacía, desde luego, con ella.

– Deberías irte a casa -sugirió ella, después de aclararse la voz.

Leo vaciló y la miró como si la idea le tentara; pero por fin sacudió la cabeza.

– Hay demasiadas cosas que hacer aquí -dijo. -¿Tan importante es la absorción del banco? -preguntó ella.

– Sí. Es una prueba más de mi autoridad profesional. Si sale bien, toda la junta de accionistas me apoyará en el cargo. Estoy cansado de guardarme siempre las espaldas y de negociar con mis propios directivos. Si sale bien, tendré la libertad de dedicarme a las cosas que realmente importan.

– Es tu libertad lo que en último extremo te importa, ¿no es cierto?

– Lo mismo que a ti -replicó él-. Tú eres la

única persona que lo entiende; te gusta tu independencia tanto como a mí la mía.

Leo no le decía nada que ella no le hubiera confesado anteriormente, sin embargo, lo que él no sabía era que su ambición de abrir un restaurante se había hecho pedazos al descubrir lo que de verdad le importaba en la vida. Todo lo que deseaba era estar con él y, en un momento de lucidez, había descubierto que sus sueños de independencia y libertad se habían transformado en soledad y desesperación.

Se levantó bruscamente y llevó el plato al fregadero. No podía confesarle la verdad y aguantar el que la mirara con desprecio. Mucho mejor sería seguir creyendo que lo único que le importaba era su libertad.

– Sí -dijo ella-. Lo entiendo, claro que sí.

Загрузка...