BRAM entró en la cocina frotándose las manos para entrar en calor. -No me gusta el color del cielo. Voy a traer a las ovejas del páramo, así que no creo que vuelva a la hora de comer.
Sophie miró el cielo. Tenía un color más oscuro del habitual. Seguramente iba a nevar, y sería una buena nevada.
– ¿Quieres que te eche una mano?
– No, Bess y yo nos arreglaremos.
Ella se mordió los labios. Nada había sido lo mismo desde la cena en casa de sus padres. Habían pasado dos semanas y apenas se dirigían la palabra.
Mientras Sophie se preocupaba por su relación con Bram, la organización de la boda seguía adelante. El vestido de novia estaba en la granja de sus padres, las invitaciones habían sido enviadas y las flores llegarían el día de Nochebuena a primera hora.
– Pero no encuentro a nadie para que te arregle el pelo y te maquille -se lamentaba su madre-. Es el día de Nochebuena y todo el mundo tiene otros planes. Tendrás que hacerlo tú misma, Sophie. Harás un esfuerzo, ¿verdad, hija?
– Claro que sí -contestó ella. Pero la boda le parecía algo ajeno, extraño.
Cada vez que intentaba hablar con Bram sobre lo que había pasado en la cena, él cambiaba de conversación. Y si insistía, le pedía por favor que lo dejase.
Sophie empezaba a temer que Bram lamentaba haberle pedido que se casara con él.
Y eso hizo que se diera cuenta de que realmente deseaba casarse con él. Lo echaría de menos, echaría de menos la granja, su aislada y cómoda vida-Marcharse ahora sería muy duro, pero no podía quedarse si iba a hacer infeliz a Bram.
Y tarde o temprano tendrían que hablar de ello. Aquel día era el veinte de diciembre y no podía esperar más. Sophie había estado ensayando cómo iba a decírselo mientras preparaba el desayuno, pero se alegró de poder esperar unas horas.
Además, no tendría sentido intentar hablar con Bram si él estaba pensando en las ovejas. Lo haría por la noche.
– Al menos toma un café antes de irte. Te haré un bocadillo para que te lo lleves. No puedes estar ahí arriba sin nada de alimento. Hace un frío terrible.
– Muy bien, gracias -contestó él, calentándose las manos en la estufa.
Ojalá no hubieran ido a aquella cena, pensaba mirando a Sophie, que llevaba un mandil de su madre y estaba tan bonita que le dolía hasta mirarla.
Ese beso, especialmente ese beso, lo tenía torturado desde aquella noche. Ese beso que debería haber sido para él había sido para Nick. Y siempre sería para Nick.
Los besos de Sophie siempre serían para Nick.
La única manera de lidiar con ese hecho era encerrarse en sí mismo. Sabía que Sophie intuía que pasaba algo y quería hablar de ello, pero ¿qué podía decirle además de que la amaba y que no quería conformarse con ser un segundón?
– Está empezando a nevar.
– Sí, será mejor que me vaya -murmuró Bram.
– A lo mejor nieva estas navidades -sonrió Sophie.
– Es posible.
– He pensado sacar los adornos de tu madre esta tarde. Ella siempre decoraba la casa y… me gustaría hacerlo, si no te importa.
– No, claro que no -contestó Bram-. ¿Quieres que te traiga un árbol?
– Ah, eso sería maravilloso -el rostro de Sophie se iluminó-. ¿Cuánto tardarás en reunir a todas las ovejas?
– No lo sé. Si están esperando por la cerca, no tardaré mucho, pero si están desperdigadas…
– Ten cuidado, ¿eh? -murmuró Sophie, abrazándolo.
– No te preocupes, Bess cuida de mí -sonrió él, devolviéndole el abrazo-. Volveré en cuanto pueda.
Cuando se marchó, Sophie se quedó mirando por la ventana. Cada vez nevaba con más fuerza. Lo que antes eran copos como plumas, se había convertido en una tormenta de nieve que apenas la dejaba ver el paisaje.
Aunque, por otro lado, si nevaba tanto que no podían bajar al pueblo, sería maravilloso. Nada le gustaría más que pasar las navidades encerrada en la granja con Bram. Que los demás celebrasen la boda por ellos.
Pero a medida que pasaba el tiempo y la tormenta arreciaba, empezó a preocuparse. Fuera hacía un frío terrible y el viento helado sacudía las contraventanas. Pero Bram sabía lo que hacía, pensó. Llevaba haciendo ese mismo trabajo desde que era un niño.
Sin embargo, pasaban las horas y la tormenta de nieve era cada vez más fuerte. No tenía por qué asustarse, se dijo. Pero estaba asustada. No dejaba de mirar por la ventana, aunque no podía ver nada más que nieve y más nieve.
Cuando por fin oyó el ruido de la puerta, Sophie se levantó de un salto y se lanzó sobre Bram, abrazándolo con todas sus fuerzas.
– ¡Por fin estás aquí!
Bram sonrió, pero no le devolvió el abrazo. Quizá estaba demasiado cansado… o quizá avergonzado por tan apasionada bienvenida.
Temiendo que fuera esto último, Sophie tomó un paño y se inclinó para secar a Bess, que estaba empapada.
– Empezaba a pensar que os había perdido.
– Casi me pierdo. Las ovejas se habían ido al otro lado del páramo, y cuando he podido reunirías a todas, nevaba tanto que no veía ni dónde estaba. Pero Bess ha hecho un buen trabajo.
– Bess es una chica estupenda -sonrió Sophie-. Y hoy hace demasiado frío para estar en la perrera. Será mejor que se tumbe frente a la chimenea.
De modo que Bess, por fin, pudo hacer realidad sus sueños mientras Sophie preparaba un té y ayudaba a Bram a quitarse la pelliza, el jersey y las botas.
– Apenas veía por dónde iba, pero venía soñando con estar aquí, delante del fuego -murmuró él-. Me animaba pensar que tú estarías aquí. Que tú estuvieras aquí era lo más importante.
– Yo también me alegro de estar aquí, Bram -dijo Sophie, mirándolo a los ojos.
Quizá era el momento de hablar, pensó. Pero cuando iba a hacerlo sonó el teléfono.
– Si es mi madre para hablar de las flores otra vez…
Pero no era su madre. Era Melissa, al borde de la histeria.
– Nick se ha perdido.
– ¿Qué?
– Salió a dar un paseo por el páramo esta tarde y aún no ha vuelto.
– ¿Que salió a dar un paseo con esta tormenta? -exclamó Sophie-. Pero Melissa…
– Quería probar unas nuevas botas que ha comprado -le explicó su hermana-. Dijo que iba a pasar por la granja de Bram para saludaros y luego volvería por la carretera.
– ¿Has llamado al equipo de rescate?
– ¡No! Nick me mataría si hiciera eso.
– Pero tienes que hacerlo -exclamó Sophie-. Nick podría estar herido en alguna parte, Mel.
– No se habrá apartado de la carretera, seguro -insistió su hermana-. No hace falta que llamemos a nadie. Si pudieras pedirle a Bram que vaya a buscarlo…
– Mel, está nevando más que nunca…
– Por favor, Sophie, tiene que ir a buscarlo. Estoy muy preocupada. Sé que no le ha pasado nada grave, pero podría haber resbalado o algo así…
O podría estar seriamente herido en alguna parte, pensó Sophie, mirando a Bram. El pobre estaba agotado. Lo último que quería era tener que decirle que volviera a vestirse… Pero Bram se levantó sin decir nada y tomó el teléfono.
– Melissa, dime dónde crees que puede estar… -Bram se quedó escuchando un momento-. Muy bien, llama al equipo de rescate ahora mismo y diles lo que me has dicho a mí… Si no lo haces tú, lo haré yo. Diles que voy a Pike Fe». No te preocupes, Melissa, lo encontraremos.
Sophie estaba pálida y Bram vio el miedo en sus ojos mientras colgaba el teléfono. Temía por la vida de Nick.
– No voy a decirte que no te preocupes, pero intenta calmarte. Melissa dice que va bien equipado.
Sophie tenía miedo por él, no por Nick, pero sabía que no tenía sentido decirle eso ahora.
– Voy a ponerme algo de abrigo.
– Tú no tienes que venir.
– Sí tengo que ir -replicó ella-. Tú estás agotado y es entonces cuando ocurren los accidentes. Y quiero hacer algo, además.
Una vez equipados y con linternas, Bram le puso una bufanda en la cabeza como si fuera una niña a la que mandaba al colegio. Y se colocó una mochila con un botiquín de primeros auxilios a la espalda.
– ¡No te separes de mí! -gritó cuando salieron de la casa, para hacerse oír sobre el ruido del viento.
Sophie asintió con la cabeza. Hacía tanto frío que apenas podía respirar y la nieve golpeaba su cara casi haciéndole daño. Ya no eran los bonitos copos de nieve de las estampas navideñas, sino agujas heladas que herían su rostro sin misericordia.
Cuando llegaron a la verja no pudieron abrirla porque estaba medio tapada por la nieve. Gritando, Bram le dijo que fuese por el otro lado.
– ¡Pégate al muro! ¡Aunque te cueste andar! Si te pierdes o te desorientas, nos vemos en la verja que hay al otro lado.
Sophie se abrió camino por la nieve, moviendo la linterna de lado a lado y gritando el nombre de Nick, aunque era imposible que nadie oyese nada con la tormenta soplando de esa forma.
Con Bram a su lado no tenía miedo, pero sola empezó a asustarse. El viento era demasiado fuerte, la nieve demasiado cegadora. Tenía las manos congeladas a pesar de llevar gruesos guantes y la falta de visibilidad la tenía desorientada.
El muro de piedra parecía interminable, pero por fin dio la vuelta hacia la verja y vio la luz de la linterna de Bram.
Sin embargo, después de encontrarse, tuvieron que separarse de nuevo. Él iría por un lado del muro y ella por el otro para encontrarse en la verja que daba a la carretera. Sophie caminaba inclinada para protegerse del viento, y cuando tropezaba le costaba mucho volver a levantarse. En esas condiciones no podrían encontrar a Nick, pensaba, angustiada. Ni siquiera sabía si sería capaz de llegar a la carretera.
Entonces recordó que había un atajo cerca de allí, pero para llegar a él había que bajar por un terraplén que ahora estaría cubierto de nieve… ¿habría ido Nick por el atajo?
Haciendo un último esfuerzo, se apartó del muro y caminó muy despacio, apuntando al suelo con la linterna para no rodar ella misma por el terraplén. Enseguida le pareció ver una luz al fondo… ¿Debería ir a buscar a Bram? ¿O bajar para sacar a Nick?
Confiando en que Bram, al ver que no estaba en la verja, fuese a buscarla, se quitó la bufanda y la colocó bajo una piedra, dejando que flotase locamente al viento. Bram tenía que verla, pensó.
Con cuidado, agarrándose a las ramas que sobresalían de la nieve, fue bajando por el terraplén. Y allí encontró a Nick, envuelto en una capa de supervivencia de color naranja ya medio cubierta por la nieve.
– Me he caído -consiguió decir él, con los labios amoratados-. Me duele mucho la rodilla. No podía volver a subir ni seguir andando…
– ¿Cómo se te ha ocurrido salir por el páramo con esta tormenta? -lo interrumpió Sophie, furiosa-. Voy a ver si encuentro a Bram.
Acababa de llegar a la cima del terraplén cuando una sombra oscura se le echó encima. Era Bess, ladrando de alegría. Bram apareció unos segundos después, y Sophie se dejó caer en sus brazos, aliviada.
– ¿Qué demonios estabas haciendo? -le espetó él, sin embargo-. ¡Te dije que te pegases al muro! -Nick… está ahí abajo.
– ¡Me da igual dónde esté Nick! No deberías haberte apartado del muro. Podrías haberte caído… ¿y cómo te habría encontrado entonces? -He dejado la bufanda…
– ¿Dónde? Yo no veo ninguna bufanda. Sólo he venido hasta aquí porque Bess no dejaba de ladrar.
– ¡Oh, Bess! Eres un perro de rescate -sonrió Sophie.
– ¡Esto no tiene ninguna gracia! -exclamó Bram, furioso.
– No te enfades, es que tuve la intuición de que Nick podría estar en el fondo del terraplén y… -Vamos a buscarlo -la interrumpió Bram. Después, Sophie no recordaba cómo lo habían sacado de allí ni como lo habían llevado a la granja. Tenía las manos y los pies congelados, y llevar a Nick entre los dos no fue tarea fácil.
Pero allí estaban, en la cocina, intentando entrar en calor después de la experiencia.
– La carretera está bloqueada -dijo Bram, colgando el teléfono-. Parece que vas a tener que quedarte aquí unos días.
– Vaya, siento mucho tener que molestaros -se disculpó su cuñado.
– Y no creo que podamos hacer nada por esa rodilla. Intenta no apoyarte en ella.
La valentía de Nick, el excursionista que amaba la atención de los guías, había desaparecido y estaba demasiado cansado como para poner objeciones, de modo que Bram lo ayudó a subir a la habitación.
– Ponlo en mi cama -sugirió Sophie-. Luego le subiré una bolsa de agua caliente.
– Quítate la ropa -dijo Bram.
– Bram, por favor, no es momento para esas cosas -intentó bromear Nick-. Debo decir que tus técnicas de seducción dejan mucho que desear.
Él sonrió, cansado.
– Bueno, iré mejorando con el tiempo.
Luego, cuando Nick estuvo cómodamente instalado, Sophie y él bajaron a la cocina. Ella intentó disimular un bostezo mientras cenaban algo, aunque ninguno de los dos tenía hambre.
– Venga, es hora de irse a la cama.
– Estoy demasiado cansada para moverme.
– Yo te ayudaré -sonrió Bram, tomando su mano y llevándola así por la escalera.
– Tengo que hacer la cama en la habitación de tu madre…
– Ninguno de los dos está para hacer camas, Sophie. Será mejor que te acuestes conmigo esta noche -dijo Bram-. Te juro que estoy demasiado cansado como para intentar nada.
– Y yo estoy demasiado cansada como para darme cuenta si lo intentases -contestó ella.
Las sábanas estaban frías, y Sophie se colocó en posición fetal para entrar en calor.
– Debería haber subido una bolsa de agua cliente.
– Ven aquí -dijo él entonces, abrazándola.
El calor de su cuerpo era justo lo que necesitaba. Con un suspiro, Sophie cerró los ojos y puso un brazo sobre su pecho, sintiendo cómo subía y bajaba pausadamente… y se quedó dormida de inmediato.
Bram despertó muy temprano, como siempre. Sophie estaba dormida, a su lado, y la miró un momento. Era tan preciosa… con el pelo extendido por la almohada y aquellas pestañas tan largas…
¿Cómo iba a dormir con ella cuando estuvieran casados sin hacerle el amor?, se preguntó, angustiado.
La tormenta había pasado, pero cuando abrió las cortinas y vio la luz supo que había estado nevando toda la noche. De modo que Nick tendría que seguir siendo su «invitado».
Bram estaba dando de comer al ganado cuando Sophie despertó. Las sábanas aún estaban calientes y recordó lo bien que había dormido, lo familiar que le resultaba el calor del cuerpo de Bram aunque era la primera vez que dormían juntos. Nunca había dormido mejor, nunca se había sentido más segura-Una hora después, Bram le preguntó si quería que cortase un árbol para ponerlo en el salón y ella asintió, encantada.
Una vez fuera, Sophie respiró profundamente el aire limpio del campo. Todo estaba cubierto de nieve y los pájaros se apartaban al oírlos llegar.
– ¿Te gusta éste? -preguntó Bram.
– Sí, ése está bien.
Bram sacó el hacha y empezó a talar el tronco. Sophie se fijó en sus hombros, tan anchos, en sus manos, tan seguras, tan poderosas. Mientras lo veía golpear el tronco con el hacha se dio cuenta de algo: estaba enamorada de Bram.
¿Cómo podía no haberlo visto antes? Siempre lo había querido… pero no de esa manera, no con esa certeza. Lo había querido como amigo durante tanto tiempo que no se dio cuenta de cuándo el afecto dio paso al deseo. Pero lo deseaba. Deseaba que la tocase, que la acariciase.
No era el amor dramático y desesperado que había sentido por Nick. En su corazón, sabía que el amor que sentía por Bram era más fuerte, más poderoso, más auténtico.
Era amor para toda la vida. Pero le había hablado tanto de lo que sentía por Nick…
¿Qué pensaría si le dijera que ahora estaba enamorada de él? ¿La creería?
Quizá no. Además, nada había cambiado. Bram no le había dicho que ya no estuviera enamorado de Melissa. Y si le decía que lo amaba, podría sentirse incómodo.
Pero iban a casarse. Habría tiempo para decírselo, pensó, apretando la mano para tocar el anillo.
«Estoy dispuesto a esperar hasta que tú me digas», le había dicho Bram. «Cuando quieras mantener una relación sólo tendrás que decírmelo».
Esa noche, cuando estuvieran juntos en la cama, se lo diría.
Al final, no fue así. Porque cuando Nick se cansó de contarles sus aventuras por todo lo largo y ancho de este mundo y por fin pudieron subir a la habitación, Bram le dijo:
– He hecho la cama para ti en el cuarto de mi madre. He pensado que estarías más cómoda allí.
De modo que no iba a poder ser, pensó Sophie. -Genial. Gracias.
Pero iban a casarse, se dijo a sí misma mientras intentaba conciliar el sueño en la soledad de su habitación. La nieve se derretiría, Nick se marcharía y entonces… entonces estarían solos y podría decirle a Bram lo que sentía por él.
Había llegado la hora de la verdad.