Capítulo 4

AHORA sí que la has hecho! -exclamó Ella cuando por fin Sophie consiguió terminar la conversación con su hermana.

– Me da igual. No podía dejar que siguiera hablando así de Vicky y Bram. Me estaba poniendo mala.

– ¡Aja! Ya sabía yo que Vicky era la responsable de esto. ¡Estás celosa!

– No estoy celosa de Vicky -replicó Sophie-. La verdad es que me da pena. Encima de que su novio la ha dejado plantada, ahora todo el pueblo intenta casarla con el único hombre disponible en Askerby. Por favor, sólo estaban tomando una cerveza en el pub… Bram es la clase de persona que te invita a una cerveza si estás triste. ¡Pero eso no significa que esté interesado en Vicky y mucho menos que piense casarse con ella!

– Pero a ti no te gustaría que se casaran, ¿verdad? -preguntó Ella.

– No.

– ¿Por qué?

– Porque Vicky no es mujer para Bram.

– Mira, en este momento se me vienen a la cabeza las palabras «perro» y «hortelano» -rió su amiga.

– Bram es mi mejor amigo y yo sé lo que necesita. Y, desde luego, no es Vicky Manning -protestó Sophie.

– Pero a ti tampoco, ¿no?

Sophie se movió, incómoda.

– No debería haberle dicho que vamos a casamos, ¿verdad?

– Pues no, yo creo que no.

– Pero es que Melissa no hacía más que hablar de Vicky y Bram y… era como si todo el pueblo hubiera decidido que tenían que casarse a la fuerza. Bram se merece algo mejor -suspiró Sophie-. En fin, se me ha escapado. No sé por qué lo he dicho.

– Pues entonces será mejor que llames a Melissa y le digas que no es verdad.

– No puedo. Estaba tan emocionada… En cuanto le he dicho que iba a casarme con Bram, me ha confesado que ahora puede ser feliz de verdad. Y luego ha dicho que Bram y yo somos perfectos el uno para el otro… En fin, pensé que no iba a colgar nunca.

Sophie hizo una mueca al recordar la alegría de su hermana.

– Pero no es verdad -le recordó Ella.

– Si le digo que es mentira, querrá saber por qué se me ha ocurrido contarle eso y… ¿qué excusa puedo inventar? Diga lo que diga, pensará que sigo enamorada de Nick, y entonces se disgustará más… No, de verdad, no puedo pasar por eso esta noche.

– Seguramente ahora mismo está hablando por teléfono con tu madre. Tu madre se lo contará a Maggie Jackson, y una vez que lo sepa Maggie, lo sabrá todo el pueblo.

– ¡Ay, Dios mío! ¿Qué he hecho? -exclamó Sophie.

– Creo que acabas de comprometerte con tu mejor amigo -contestó Ella, que parecía estar disfrutando de su predicamento mucho más de lo que debería disfrutar una verdadera amiga.

– ¿Y qué hago?

– Bueno, si no te atreves a llamar a Melissa, será mejor que llames a Bram para avisarle.

– Sí, claro, tienes razón. Voy a llamarle ahora mismo.

Sophie miró su reloj. Eran más de las diez. Los granjeros solían acostarse muy temprano porque tenían que levantarse al amanecer, y Bram no era una excepción, pero quizá aún estaría levantado.

Sophie marcó el número, pero estaba tan nerviosa que se equivocó y tuvo que empezar otra vez.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó Ella-. No puedes decirle: «¿Cómo estás, Bram? Oye, por cierto, vas a casarte conmigo».

Sophie la miró, pensativa.

– Pues… puedo contarle lo que ha pasado y pedirle que nos hagamos pasar por novios durante unas semanas. Sólo hasta que la gente del pueblo deje de preocuparse por nosotros, ¿qué te parece? Y luego diremos que hemos roto. Bram sólo tendrá que hacer el papel… y seguro que lo hace por mí -contestó. Aunque no estaba tan segura como le gustaría.

Podía imaginar el teléfono sonando en la cocina de la granja Haw Gilí. Si Bram estaba levantado, contestaría a la segunda o tercera llamada, pero el teléfono sonaba y sonaba…

– Por favor, que no se haya ido a la cama -murmuró Sophie. ¿Qué iba a hacer si saltaba el contestador? No era el tipo de mensaje que uno podía dejar en el contestador de nadie, ni siquiera en el de tu mejor amigo: «Hola, Bram, le he dicho a Melissa que vamos a casarnos. Espero que no te moleste. Adiós».

– Granja Haw Gilí.

El sonido de su voz, esa voz tan masculina, tan ronca, tan pausada, hizo que Sophie dejase escapar un suspiro de alivio.

– ¡Gracias a Dios que no estás dormido! Tengo que hablar contigo, Bram.

– ¿Sophie?

– Sí, soy yo. No te he despertado, ¿verdad?

– No… No, qué va.

– Mira, tengo que contarte una cosa…

– Ahora no es buen momento, Sophie.

– ¿Por qué?

Al otro lado del hilo hubo una pausa.

– Pues… porque Vicky está aquí.

– ¿Vicky?

– Vicky Manning. Te acuerdas de ella, ¿no?

Sophie se apartó el teléfono y lo miró durante unos segundos como si fuera un monstruo de dos cabezas.

– Sí, claro que me acuerdo de ella. ¿Qué está haciendo ahí?

Había querido que la pregunta sonase alegre y despreocupada, pero tenía la horrible impresión de que había sonado hostil y, lo que era peor, celosa.

– Está esperando que le haga un café -contestó Bram.

Café. Ya. A Sophie se le encogió el corazón.

Si había llevado a Vicky a su casa, allí pasaba algo gordo. En Londres, invitar a alguien a un café no significaba nada, pero la granja Haw Gilí era un sitio tan aislado que uno no pasaba por allí por casualidad.

De modo que, probablemente, Bram tenía en mente algo más que charlar sobre el tiempo.

Sophie tuvo que tragar saliva. Sentía un peso en la boca del estómago… no eran celos, no, pero… ¿Bram y Vicky? Vicky no era mujer para él. Bram tenía que darse cuenta de eso.

– ¿Es algo importante?

– Pues claro que es importante. Si no fuera importante, no te llamaría a estas horas -contestó ella, más irritada de lo que debería por la presencia de Vicky en la granja.

Pero ¿irían en serio? ¿Serían Bram y Vicky la nueva pareja en el distrito de Askerby? De ser así, Melissa se enteraría enseguida y… ¿qué te diría a su hermana entonces? «Oye, por cierto, estaba de broma cuando te dije que iba a casarme con Bram».

– ¿Vicky puede oírte? -preguntó Sophie.

– No, está en el salón -contestó Bram, bajando la voz.

El salón de Haw Gilí estaba reservado para ocasiones especiales, de modo que no sabía si aquello era una buena o una mala señal. Si Bram se encontrase a gusto con Vicky, estarían en la cocina… ¿no?

Por otro lado, había algo muy invitador en el salón de la granja durante una noche de invierno, con las cortinas echadas… Sophie podía imaginar a Vicky sentada frente a la chimenea, con las luces apagadas, esperando a que Bram le llevase el café.

¿Quién era?, le preguntaría, sonriendo y mirándolo con sus grandes ojos azules y ese hueco entre las paletas frontales que, supuestamente, era tan sexy.

Y Bram dejaría las tazas en el suelo, se tumbaría a su lado y… «Nada importante», le diría.

– Mira, Bram, ¿hay algo entre Vicky y tú? -preguntó Sophie, sin preámbulos.

– Sólo estamos tomando un café… ¿qué era eso tan importante que tenías que decirme?

– Pues verás… es que te llamo para advertirte que… le he contado a Melissa que vamos a casarnos.

Silencio. No sólo silencio. Un silencio atronador. Sophie habría preferido que se pusiera a gritar.

– Lo siento, sé que no debería haberle dicho eso, pero Melissa empezó a hablarme de ti y de Vicky porque te habían visto en el pub con ella, y yo… se me escapó.

– ¿Se te escapó? ¿Cómo se te puede escapar algo así? -exclamó Bram.

– Oye, que fue idea tuya -replicó Sophie, a la defensiva.

– ¿Idea mía?

– Fuiste tú el que sugirió que nos casáramos.

– Ah, esa idea. ¿Te refieres a la proposición que tú rechazaste?

Sophie hizo una mueca. No le gustaba nada cuando Bram se ponía sarcástico.

– Pero la tuve en cuenta, pensé en ello. Lo que pasa es que no me pareció buena idea.

– ¿Y ahora sí?

– Sí… no -Sophie no sabía qué decir. Bram debería haber hecho una broma, haberle dicho que no pasaba nada, como siempre. ¿Por qué se ponía tan difícil?-. En realidad, no tendríamos que casarnos de verdad. Yo había pensado que nos hiciéramos pasar por novios durante un par de semanas y luego le diríamos a todo el mundo que hemos cambiado de opinión.

Bram miró hacia la puerta de la cocina, esperando que Vicky no entrase de repente.

– Si no vamos a casarnos, ¿para qué vamos a fingir que somos una pareja?

– ¡Para que Melissa no piense que estoy loca! ¿Qué dices? -Sophie estaba empezando a enfadarse-. Mira, lo siento, de verdad, pero no estamos hablando de un compromiso para toda la vida. Sólo te estoy pidiendo que te hagas pasar por mí novio durante unas semanas. Después, puedes invitar a Vicky a todos los cafés que quieras. Pero hasta entonces, ¿te importaría hacerme ese favor? -añadió, desesperada-. Especialmente cuando te Mame mi madre.

– ¿Tu madre va a llamarme? -exclamó Bram, alarmado. Los poderes interrogatorios de Harriet Beckwith eran legendarios.

– Sí, es posible. Melissa se lo contará y mi madre es capaz de llamarte con la sana intención de buscar fecha para la boda. Seguramente me llamará a mí primero, pero no quiero hablar con ella hasta que tú y yo nos pongamos de acuerdo.

Bram suspiró.

– ¿Qué le has dicho a Melissa exactamente? -preguntó, pensando que al día siguiente no contestaría al teléfono.

– Sólo que nos habíamos enamorado e íbamos a casarnos.

– ¿Y te ha creído?

– Pues sí -contestó Sophie-. Mi hermana parece pensar que estamos hechos el uno para el otro, no me preguntes por qué. Le conté todo eso que me dijiste tú de mirar a alguien a quien conoces de toda la vida y verlo de otra forma… Ah, y como parecía una coincidencia que nos hubiera pasado a los dos al mismo tiempo, le dije que te había pasado a ti primero, pero que no te atrevías a decirme nada porque como siempre hemos sido amigos…

– Ah, claro.

– Espero que no te importe.

– Entonces, Melissa cree que yo no tenía valor para decirte que te quiero hasta que tú me lo pusiste fácil -dijo Bram.

– Melissa no cree nada de eso -replicó Sophie, enfadada-. Ella cree que eres un hombre sensato y paciente y que me quieres tanto que no te atrevías a poner en peligro nuestra amistad. Pero cuando fui a la granja el fin de semana pasado te miré y, por fin, vi lo que tenía delante. Como si se me hubiera caído una venda de los ojos, por así decir.

– Ah, ya veo.

– Me di cuenta de que siempre te había querido, así que entonces… bueno, pues eso, caímos uno en brazos del otro… y ya está -terminó Sophie.

– ¿Y Melissa se lo ha tragado?

– Parece que sí.

Melissa se lo había tragado por completo. Incluso había dicho que era una tonta por no haberlo visto antes.

– ¡Sois la pareja perfecta! -había exclamado, emocionada-. ¡Qué noticia tan estupenda, Sophie! Bram es una persona maravillosa y tú también. Es evidente que estáis hechos el uno para el otro. No puedo creer que nadie se haya dado cuenta antes-Pero, claro, como siempre habéis sido tan buenos amigos, jamás se me ocurrió pensar que pudierais ser otra cosa.

Es decir, que ahora su hermana estaba entusiasmada, su madre estaría entusiasmada, todo el distrito de Askerby estaría entusiasmado en pocas horas y Bram y ella iban a tener que hacer una pantomima… ¡porque le había molestado que hablase de Vicky Manning!

Inexplicable, pensó Sophie, cerrando los ojos.

– Y si, de repente, nos hemos dado cuenta de que siempre nos habíamos querido, ¿cómo vamos a explicar que rompamos dentro de dos semanas? -preguntó Bram.

– Pues no lo sé, pero tendremos que encontrar alguna excusa -respondió Sophie.

– O sea, que a partir de este momento, estamos comprometidos.

– Me temo que sí. Pero no te preocupes, no te obligaré a casarte conmigo -intentó bromear ella-. Y me portaré fatal para que nadie pueda culparte a ti de la ruptura.

Bram miró de nuevo hacia el salón.

– Mira, ahora tengo que colgar o Vicky empezará a preguntarse si estoy arrancando la mata de café con mis propias manos.

Sophie se había olvidado de Vicky.

– ¿Qué vas a decirle?

– No lo sé.

– Ah.

Eso no sonaba nada bien. Sonaba como si Bram quisiera dejar esa puerta abierta.

– ¿Cuándo piensas venir?

– Pues… la verdad es que ahora mismo no tengo demasiadas cosas que hacer. Me han despedido, ¿sabes?

– Vaya, lo siento.

– ¿Qué tal si voy mañana?

– Perfecto -contestó Bram-. Dime a qué hora llega tu tren e iré a buscarte. Y luego -añadió con un tono menos que amable- tendremos que hablar.

El Land Rover estaba esperándola en la estación cuando Sophie llegó al día siguiente. Sólo eran las tres de la tarde, pero la grisácea luz del sol de noviembre desaparecía rápidamente y las farolas estaban ya encendidas.

Bram se inclinó por delante de Bess, que estaba en el asiento delantero, para abrir la puerta.

– Hola -lo saludó Sophie, subiendo de un salto como había hecho cientos de veces. Quería parecer tranquila, pero su voz sonaba un poco estridente, como si estuviera nerviosa.

Que lo estaba.

Ella nunca se ponía nerviosa con Bram, pero aquellas eran circunstancias «especiales». Porque había hecho algo completamente ridículo. Además de contarle a su hermana una mentira absurda, le había estropeado a Bram una velada íntima con Vicky Manning y, lo peor de todo, lo había obligado a fingir una absurda pantomima delante de todo el pueblo.

Había hecho todo eso dando por descontado que Bram no pondría ninguna pega, como solía hacer siempre, pero esta vez se había pasado. Lo había notado en su voz por teléfono, una cierta reserva, una nota de exasperación que era nueva para ella.

– ¿Qué tal el viaje?

– Bien, bien -contestó Sophie-. Se retrasó un poco la salida en King's Cross, pero luego hemos venido sin problemas.

Dios Santo, estaban hablando como si fueran dos desconocidos. Aquello era horrible.

Mientras Bram miraba por el retrovisor para salir de la estación, Sophie se puso el cinturón de seguridad y acarició distraídamente a Bess, que estaba entre los dos, contenta de estar cerca de su amo.

¿Por qué no podía su vida ser como la de Bess? Las necesidades de un perro eran muy simples. Lo único que Bess quería era un poco de comida y estar cerca de Bram todo el tiempo. El paraíso sería que la dejase entrar en la cocina para tumbarse a sus pies frente a la chimenea. Hasta un perro tenía sueños.

Sophie deseó que para ella todo fuese igual de fácil. Bess estaba con Bram todo el día y nunca metía la pata ni hacía estupideces que lo pusieran en una situación incómoda.

Bueno, a veces sí. Una vez se hizo un lío con las instrucciones del silbato para reunir a las ovejas, que acabaron correteando de un lado a otro mientras Bram se desesperaba. Pero él no se enfadaba nunca, y Bess era tan adorable con sus orejitas hacia abajo…

– Gracias por venir a buscarme -dijo Sophie.

– Estamos prometidos. Venir a buscar a tu novia es lo que hacen los prometidos, ¿no? -contestó él, muy serio.

A lo mejor podía probar a doblar las orejitas, pensó Sophie. A Bess le funcionaba.

– Mira, lo siento mucho, Bram. Debería haberme parado a pensar antes de abrir la boca.

– Bueno, ya está hecho -dijo él, poniendo el intermitente-. Tres personas me han dado la enhorabuena… y eso sin contar el cartero, que quería saber cuándo era la boda.

Oh, no. Ya lo sabía todo el mundo.

Sophie tragó saliva. Acariciando distraídamente las orejas de Bess, estudió a Bram de reojo. En la oscuridad del coche, de repente, le parecía un extraño. Por primera vez lo veía no como Bram, su amigo de siempre, sino como un hombre. Había una solidez, una fuerza en su forma de sujetar el volante, de cambiar de marcha…

Aquél era el hombre con el que, supuestamente, iba a casarse. El hombre que todo el mundo en Askerby creía enamorado de ella. Y seguramente lo imaginaban besándola con esa boca suya, desnudándola con esas manos suyas, haciéndole el amor en la cocina de la granja…

Una extraña sensación que no era exactamente un escalofrío recorrió la espina dorsal de Sophie, que tuvo que apartar la mirada.

Pensar esas cosas no la ayudaba nada. Ya había enfadado a Bram lo suficiente como para confundir aún más la situación empezando a pensar en él… así. Si iban a hacerse pasar por una pareja de novios, tenía que mantener la cabeza fría.

– Espero no haberte estropeado la noche del todo.

– Digamos que no terminó como yo esperaba -contestó él.

Ésa era la respuesta equivocada. Y, definitivamente, el tono de voz equivocado. «No pasa nada», habría sido aceptable. O mejor: «Si quieres que te diga la verdad, me alegré de la interrupción porque me di cuenta de que había cometido un error en cuanto salí del pub».

Bess suspiró, apoyando la cabeza en las piernas de Sophie. Y Sophie suspiró a su vez.

– ¿Desde cuándo sales con Vicky? El fin de semana pasado no me dijiste nada.

– Porque no había nada que decir. Tomamos una cerveza en el pub y luego fuimos a mi casa a tomar café… y entonces llamaste tú. Así que nos tomamos el café y la llevé a casa. Yo no llamaría a eso «estar saliendo».

Ésa era una respuesta mucho mejor, pensó Sophie, animándose un poco.

– No pensé que Vicky fuera tu tipo.

– ¿Por qué no?

– Pues… no lo sé -murmuró ella, un poco sorprendida por lo abrupto de la pregunta-. Quizá porque no es como Rachel, por ejemplo.

Vicky tampoco se parecía nada a Melissa, pero no le pareció adecuado mencionar eso.

– Las chicas como Rachel no están interesadas en vivir en el campo -contestó Bram-. Y quizá ha llegado el momento de cambiar de «tipo». Al menos, Vicky sabe lo que es trabajar en una granja. Y es una buena persona. Es callada, sensata, guapa… podría haber encontrado alguien mucho peor.

Sophie lo miró, atónita. No podía decirlo en serio.

– Vaya, pues siento mucho haber interrumpido tan bonita amistad -replicó, olvidando su resolución de mantener la cabeza fría-. Deberías haberme dicho que te dejase en paz.

– ¿Cómo iba a hacerlo? Ahora todo Askerby cree que estamos comprometidos. Menos mal que me llamaste, o Vicky habría pensado que quería aprovecharme de ella.

En otras palabras, que si no hubiera llamado habrían hecho algo más que tomar un café.

Sophie tenía un nudo de angustia y confusión en la garganta… y de alivio por haber llamado cuando lo hizo. De otro modo, habría sido mucho peor.

– Pero los chismosos lo van a pasar en grande -siguió Bram-. Anoche todos vieron que Vicky y yo salíamos juntos del pub y esta mañana se han enterado de que tú y yo estamos comprometidos… Espero que Vicky no se lleve un disgusto. Es lo que le faltaba.

– ¿Y cómo iba a saber yo que invitas a cualquiera a tomar café? -le espetó Sophie, dolida y enfadada, aunque era incapaz de justificar ninguna de esas emociones-. El fin de semana pasado tú mismo sugeriste que nos casáramos. No es culpa mía si, de repente y sin decirme nada, has decidido ponerte a buscar novia.

– No fue así -suspiró Bram.

– ¿Ah, no? ¿Y entonces cómo fue?

– Supongo que cuando tú me dijiste que no, me di cuenta de que había llegado la hora de ponerse serio. De verdad quiero buscar una esposa y tener una familia, Sophie. Así que decidí ir al pub. Ir al pub del pueblo no es precisamente soltarse el pelo, pero no suelo ir durante la semana. Y resulta que Vicky estaba allí. Estaba sola y nos pusimos a hablar… Y también estaba allí al día siguiente. No estoy diciendo que me haya enamorado, pero pensé: ¿para qué voy a perder el tiempo? Si quieres mantener una relación con alguien, tienes que empezar por algún sitio, ¿no? Y uno no puede conocer a una persona tomando copas en el pub.

– Ah, claro.

– Así que le pregunté si quería tomar un café en mi casa… pero la pobre sólo podía hablar de su novio. Ya sabes que la dejó plantada…

– Lo sé, lo sé.

– Me dio pena, la verdad. Hacerle eso a alguien es una canallada.

Sophie no dijo nada. Debería ser más comprensiva, pensaba. Si alguien podía entender por lo que estaba pasando esa chica era ella. Ella sabía cuánto se sufre cuando se pierde a alguien, lo horrible que era descubrir que tus sueños jamás se harían realidad. Pero se había mostrado antipática en lugar de amable, celosa en lugar de comprensiva.

Era una idiota. Y era lógico que Bram estuviese enfadado con ella.

A su lado, Bram la miró de reojo y, al ver su triste expresión, se sintió fatal. Había hablado sin pensar. No debería haberle dicho que Vicky lo estaba pasando fatal porque sabía que también ella lo estaba pasando mal. Y lo único que había conseguido era recordarle a Nick.

«Eres un idiota, Bram».

No estaba preparado para la decepción que sintió cuando Sophie rechazó su proposición de matrimonio. Cuanto más lo pensaba, más convencido estaba de que podría funcionar. Podrían ser una buena pareja. Sophie y él eran tan amigos… eso tenía que compensar que no estuvieran locamente enamorados.

Pero estaba decidido a no perder el tiempo. Sophie había dicho que no, de modo que tenía que tomar una decisión. Hasta entonces sólo había hablado de rehacer su vida, pero eso lo convenció de que tenía que hacer algo. Por eso había ido al pub. Cuando se encontró con Vicky, intentó animarla y ver si aquella chica podría ser su alma gemela, pero desde el primer momento supo que no iba a funcionar.

Y entonces llamó Sophie. Y al oír su voz se dio cuenta de que la mera idea de casarse con otra persona era absurda.

Allí estaba, enfadada, su pelo tan indómito como siempre, los labios apretados. Y él se alegraba tanto de verla, que la presión que había sentido en el pecho durante toda la semana desapareció.

Estaban llegando a la carretera de Askerby. Allí había poco tráfico, pero Bram giró el volante y detuvo el Land Rover en el arcén.

– ¿Qué pasa? -preguntó Sophie, sorprendida.

– Sophie, lo siento.

– Yo también lo siento -dijo ella entonces, con un nudo en la garganta-. No debería haberte metido en este lío.

– Si tengo que meterme en un lío con alguien, prefiero que seas tú -sonrió Bram-. Al menos estamos en esto juntos. Venga, dime qué quieres hacer.

– Lo que quiero es rebobinar -contestó Sophie-. Preferiblemente hasta llegar al día de ayer a las nueve de la noche, cuando empecé a contarle mentiras a mi hermana.

– ¿Por qué lo hiciste?

– No lo sé… supongo que había estado pensando en nuestra conversación y… estaba cansada de decirle que no debía sentirse culpable por lo que pasó, que Nick ya no me importaba… Melissa se mostró tan entusiasmada cuando le dije que iba a casarme contigo, que no tuve valor para contarle que todo era mentira -suspiró Sophie-. Lo siento, Bram. En ese momento, me pareció que era lo único que podía hacer.

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